Guachi Supermán

Carlos Llobet

(Pintura mixta sobre tela, 100 x 140 cm., 2012)

Por Pablo Hernández Hernández

Mundos del trabajo

Los mundos actuales del trabajo siguen un complejo engranaje sistémico que ha reducido al grueso de las personas trabajadoras desde las categorías de servidor, empleado u obrero hasta la categoría de servidumbre. Sabemos que el sector informal de la economía, eufemismo que sirve para encubrir esta contemporánea forma de la servidumbre, crece cada año y sabemos también que su espacio de desarrollo es lo que coloquialmente llamamos la calle. Si exploramos superficialmente los mecanismos históricos que han dado lugar a este fenómeno probablemente tendríamos que remontarnos a las reformas liberales que a finales del siglo XIX diseñaron las dinámicas de las nacientes ciudades y sus respectivas esferas públicas, basándose en los discursos del progreso, del capitalismo industrial y los nuevos imaginarios de modernidad que circulaban globalmente. La migración desde el campo hacia la ciudad fue provocada simultáneamente por el desplazamiento económico forzado y por el prometedor imaginario urbano del éxito y la colocación en los nuevos puestos de trabajo. Sin embargo, la calle, siguiendo lo que simbólicamente representa en el lenguaje del trabajo informal, fue el destino de un gran número de personas no beneficiadas por la así llamada modernización. Los procesos de industrialización, con distintas matrices, fueron ampliando la participación de grupos sociales y creando nuevas fuerzas laborales al servicio de la acumulación del capital y del sueño moderno, pero al mismo tiempo ampliaron también la masa de desafortunados que al no incorporarse a esta industrialización quedaron literalmente a la intemperie, en la calle. Así, la ciudad se va poblando de personajes propios de la vida callejera urbana, desde la prostituta y el recolector de desechos, el carretero y los jardineros improvisados hasta el delincuente, el indigente y el bohemio.

Tanto en las artes y la literatura como en la también urbanamente generada cultura de masas, estos personajes han sido insistentemente representados y narrados, y con ellos los mundos del trabajo que no podemos considerar externos, paralelos o alternativos al mismo sistema que emplea a la maestra, al servidor público, al empleado privado, a la servidora doméstica o al guarda de seguridad. Quizás ahí donde la ciencia económica, la ciencia social y la descripción burocrática propone una separación, un desdoblamiento y hasta una dislocación del trabajo y del modelo laboral, las artes, la literatura y la cultura de masas nos vuelven a llamar la atención sobre el hecho de que en realidad estas son tan solo distinciones analíticas.

En la pintura de técnica mixta del artista costarricense Carlos Llobet, titulada Guachi Superman, del 2012, que sirve de portada al presente número de la Revista de Filosofía de la Universidad de Costa Rica, observamos uno de esos personajes urbanos, el cuidador informal de autos en la vía pública. Con una interpretación sumamente audaz de las técnicas e íconos pictóricos del movimiento pop, Llobet reúne múltiples mundos en su pintura. No con el fin, o al menos así lo parece, de producir confusión, monstruosidad, distorsión o trastorno, sino más bien claridad, amplitud, referencialidad, continuidad y hasta cierto tipo curioso de dignidad. El mundo de la servidumbre y el mundo de la calle, el mundo de la ciudad y su imaginario propio, el mundo del grafiti y el del comic, el mundo del guachimán y el mundo del superhéroe. La claridad, la amplitud, la continuidad y la dignidad entre estos mundos es posible solamente en el entorno urbano y gracias a su desarrollo histórico y simbólico. La pintura nos propone percibir, imaginar y pensar la continuidad entre estos mundos como parte de nuestras confusas coordenadas de sentido entre el trabajo, la justicia, la dignidad y el reconocimiento. Esta pintura utiliza una composición, una pose y un gesto de la figura humana, un conjunto de símbolos, de referencias y de texturas similares a las de cierto arte de efigies históricas o míticas, religiosas o cívicas. Actualizada en el lenguaje del pop vemos la pintura del prócer, como actualizada fue esa figura también en la cultura gráfica del póster y de la portada del magazine y el comic. Pero en este caso, en el caso de Guachi Supermán, la figura no es la de un prócer sino la de un ser humano perteneciente al mundo del trabajo de la servidumbre. Cuando hablamos de amplitud y continuidad entre los elementos aparentemente disímiles que la pintura audazmente utiliza hablamos de este juego de cambios y sustituciones que al mismo tiempo confirman la injusticia y revelan, hacen visible, una súper-heroica dignidad.

¿Por qué usamos el prefijo ‘súper’ para referirnos a estos héroes fantásticos citadinos que la cultura de masas no cesa de producir? ¿Respecto de qué se encuentran ellos y ellas más allá? Una aventurada hipótesis podría encontrarse en el hecho de que todos los superhéroes desarrollan su actividad heroica informalmente, como una especie de trabajo informal nocturno y callejero. La mayor parte de los superhéroes tienen diurnamente un trabajo formal que es insuficiente para sus aspiraciones. Como muchos de los guachimanes josefinos los superhéroes tienen dos ocupaciones, trabajan doble jornada, una formal y otra informal. Esta última, de hecho, al más extremo margen de la ley y del ordenamiento político. Están más allá del orden laboral y jurídico establecido socialmente, no pueden ser reconocidos como héroes sin contradicción, por lo que están más allá de los héroes en la misma medida en que deben estar más allá del trabajo formal y el marco de identidad, sentido y referencia que este impone a la existencia civil de los individuos.

La filosofía es capaz, como las artes y la literatura, de generar continuidades para entender nuestro entorno no por distinciones analíticas sino por la amplitud de las relaciones, los hilos y las cadenas de sentido y significación que dan forma a eso que llamamos realidad. A partir de ese trabajo conceptual, analítico y crítico de continuidad y amplitud, el dossier del presente número de la Revista de Filosofía, titulado Universidad y Neoliberalismo, al igual que la pintura de Carlos Llobet advierte sobre las modificaciones contemporáneas de los mundos del trabajo, en este caso del trabajo académico universitario, hacia su precarización y su devaluación de sentido. La huida no parece llevarnos en la dirección de la informalización del trabajo universitario y académico, sino en sentido ¿contrario? en la dirección de la empresa educativa lucrativa. En todo caso, se debe continuar en el esfuerzo por interpretar y dar un sentido distinto a estas formas de desplazamiento laboral para encontrar en ellas ese ‘súper’, ese más allá que no sería más el de la informalidad, el de la exclusión y la marginalidad del orden laboral y jurídico de los superhéroes, ni el de la servidumbre y la precarización de nuestros guachimanes sino el de la transformación solidaria, digna y equitativa de nuestras sociedades y de nuestras ocupaciones.


Rev. Filosofía Univ. Costa Rica, LIX (155), 7-8, Setiembre-Diciembre 2020 / ISSN: 0034-8252 / EISSN: 2215-5589