IV.

RECENSIONES

George García Quesada

Marx y Freud en América Latina. Política,
psicoanálisis y religión en tiempos de terror
.
Bruno Bosteels (Madrid, Akal, 2016. 336 páginas)

El marxismo, el psicoanálisis y las vanguardias artísticas han sido probablemente las contribuciones europeas más importantes para la crítica de la cultura y la sociedad en el siglo XX. Este libro busca interpretar la recepción de las primeras dos tradiciones intelectuales en América Latina, y en particular discutir los problemas teóricos y políticos que han surgido de sus correspondientes versiones locales; pero busca además establecer un diálogo entre la historia de esa recepción y los problemas contemporáneos de la izquierda. Esta integración de pasado y presente (como veremos más adelante, necesariamente mediatizada por la reflexión sobre la memoria) es crucial en el abordaje de Bosteels sobre estos temas.

En contraste con los numerosos libros que se han publicado sobre Marx y Freud en América Latina desde la década de 1970 (muchos de los cuales él mismo enumera en el prefacio), el autor estudia las consecuencias de las teorías de ambos maestros de la sospecha en esta región. Además, procede de un modo metodológicamente muy distinto de aquella literatura, al analizar textos latinoamericanos marginales y autores no canónicos, así como al prestar atención especialmente a relatos (historias de detectives, películas, autobiografía, teatro, novela romántica, etc.) y formas textuales como epigramas y aforismos, los cuales tratan sobre problemas de marxismo o de psicoanálisis, o fueron escritos por exponentes de estas tendencias.

La pertinencia de este corpus no responde solamente a la intención de explorar nuevas fuentes, sino que tiene raíces más profundas en el contexto socio-histórico latinoamericano, donde según afirma Bosteels,

bajo el nombre de la entrega total, por último, el proceso entero de la militancia crece, no en contra de la cultura popular ni por encima de las cabezas de la gente, sino en íntimo diálogo con las mismas, hasta el punto de apoyarse en la anécdota, en el bolero o en la imagen comercial de la foto ubicua del Che (204).

Además, al usar estas fuentes (ciertamente innovadoras), el autor presenta algunas relaciones, que de otro modo no serían evidentes, entre la teoría y otros tipos de simbolización en la izquierda latinoamericana.

Así, lejos de intentar una investigación extensiva y abarcadora sobre el tema, Marx y Freud en América Latina trata sobre esta recepción a través de varios estudios de caso, los cuales aborda, en un espíritu freudo-marxista, tanto por su valor teórico como sintomático. A pesar de la heterogeneidad de estos casos, el libro ofrece un panorama unificado y no un mero collage de posiciones teórico-filosóficas, al situar la discusión desde la teoría social contemporánea en la tradición de Althusser y Lacan hasta Žižek, Rancière y, especialmente, Badiou.

Siguiendo esta línea de pensamiento, Bosteels devela un conjunto de contradicciones en la configuración de las representaciones políticas latinoamericanas de izquierda, entre las cuales él prioriza el conflicto entre ética y política. Esta contradicción puede sintetizarse en la oposición entre una ética de la finitud (cuyo mejor representante sería Levinas) basada en la indiferenciación de la condición humana, y una política de la verdad (a partir de Marx) en la cual la división y el conflicto, definidos por la lealtad a un Acontecimiento, son constituyentes. Mientras que Bosteels opta por esta última, indica que la primera actualmente predomina, con base en un “consenso autoritario con respecto a la dignidad de lo ético que sería preferible por encima de todo compromiso y partidismo político ilusorio, si no puramente voluntarista” (324).

En América Latina, argumenta, tal eticización ha favorecido una tendencia a representar la vida social mediante narrativas melodramáticas y, en menor medida, historias de detectives, mientras que la mayoría de los autores que estudia luchan, a veces contra sus inclinaciones espontáneas, para pensar sobre sus sociedades desde el punto de vista de las condiciones estructurales e impersonales. Esta perspectiva se complica por la propia situación de América Latina en el sistema-mundo y su historia de desarrollo desigual y combinado: desde este punto de partida, la relación entre las teorías críticas europeas y las sociedades latinoamericanas solo puede seguir una lógica de encuentros fallidos.

El libro se compone de una introducción, diez capítulos y un epílogo, y con excepción del primer capítulo, sobre Martí, no está organizado cronológicamente. El resto se ubica en la segunda mitad del siglo XX, con autores como León Rozitchner, José Revueltas, Tomás Gutiérrez Alea, Sabina Berman y Ricardo Piglia. En el transcurso del libro, estos intelectuales son puestos en diálogo con colegas de otras latitudes, como Mao, Brecht, Lefebvre and Benjamin. La pregunta por el inconsciente político constituye el principal elemento freudiano en un lñibro que estudia sobre todo los problemas del marxismo latinoamericano: de los diez capítulos, solo se dedican tres de ellos al psicoanálisis. Son los dos ensayos sobre Rozitchner, y el capítulo sobre la obra de la dramaturga mexicana Berman, Feliz siglo, Doktor Freud.

Por su parte, los argumentos de Rozitchner llevan en los capítulos 4 y 5 a discusiones políticas de la subjetividad: los problemas del “nuevo hombre” revolucionario y la teorización de las formaciones subjetivas capitalistas y no-capitalistas. Además de tratar sobre varias de las dificultades del freudo-marxismo latinoamericano, en estos capítulos es donde elabora más profundamente sobre el tema de la religión, especialmente como tecnología para la producción de subjetividades. Puesto que “religión” es una de las palabras clave en el subtítulo del libro, el análisis de la teología de la liberación es una ausencia significativa en él, especialmente porque en el epílogo dicha corriente es mencionada como una versión propiamente política, no eticista, del cristianismo en Latinoamérica. A su vez, el octavo capítulo discute contra las interpretaciones “culturalistas democráticas” de Freud, tomando Feliz siglo, Doktor Freud como ejemplo de esta crítica. El “culturalismo democrático” es un tipo de historicismo que absolutiza lo particular, rechazándole al psicoanálisis la posibilidad de llegar a verdades universales, lo cual es una perspectiva ajena a Freud que priva al psicoanálisis de sus impulsos críticos e incluso subversivos.

Los demás capítulos se enfocan más sobre problemas de teoría y militancia marxista. En este sentido, es central el análisis de las relaciones entre política y representaciones de la sociedad. El mapeo cognitivo de Revueltas, la literatura noire de Paco Ignacio Taibo II, y en la versión de Ricardo Piglia de la totalidad social como conspiración, entre otros, ayudan a delinear las profundas transformaciones de la relación entre ética y política que, según demuestra Bosteels, han tenido lugar desde la década de 1980.

Esta ruptura entre las representaciones de la izquierda política de las décadas de 1960 y 1970 y las de las de 1990 y 2000 es abordada en los tres últimos capítulos del libro. En ellos, el abordaje de esta brecha lleva a la discusión sobre los problemas de la memoria y contramemoria política. De hecho, una de las escenas finales de Amores perros, en la que un ex guerrillero convertido en sicario le deja un mensaje de teléfono a su hija (a quien no conoce personalmente), da ocasión para que Bosteels alegorice la “orfandad” de la izquierda latinoamericana reciente:

si queremos evitar que las derrotas, los fracasos y las nostalgias de aquellos años, a partir de finales de los sesenta pero sobre todo en los setenta, sigan produciendo tan sólo mensajes solitarios en las contestadoras de las nuevas generaciones, hay que ir también a contrapelo de la historia de la izquierda, absorta en su rechazo absoluto, y fascinado, de la lógica de guerra y el terror estatal (289).

Una izquierda políticamente efectiva en Latinoamérica no solo tendría que asimilar sus derrotas del pasado, sino además reconfigurar su memoria como una verdadera contramemoria antisistémica. De allí la importancia del psicoanálisis en Marx y Freud en América Latina: como afirma su autor, el método de Freud debe criticar la civilización al “arrancarle a la cultura sus coartadas más queridas y sus delirios masivos para enfrentarla con sus malestares más íntimos e insuperables” (268); pero también debería obligar al pensamiento y al activismo de izquierda a enfrentar sus memorias autocomplacientes. Desde esta perspectiva, no sería aceptable la opción de Taibo de re-mitificar en lugar de desmitificar.

El predominio del melodrama sobre las demás opciones éticas analizadas –así como su persistencia, considerando la temprana adopción por Martí de este tipo de narrativa– es uno de los problemas más interesantes en el libro. El melodrama ofrece “un conflicto imaginario entre la buena conciencia y el estado injusto de las cosas con el cual esta conciencia, a pesar de su pureza o más bien debida a ella, es incapaz de dialogar” (239). Como el autor correctamente indica, esto remite a la figura hegeliana del alma bella, la cual se limita a resaltar la distancia entre lo ideal y lo real, pero no transforma sus condiciones de existencia.

Pero, aunque Marx y Freud en América Latina relaciona el melodrama con el desarrollo desigual, no se exploran suficientemente los mecanismos sobre los cuales se basa en América Latina esta relación. Esto se complica adicionalmente por la afirmación de Bosteels –a través de Althusser y Žižek– de que el desarrollo desigual es característico de toda formación social, una tesis que no ayuda a explicar el caso particular de esta región. De modo similar, la religión aparece en el libro como un elemento importante para explicar la importancia del melodrama para la política, en una región que además se ha dado a conocer en el mundo por sus telenovelas. No obstante, aunque las reflexiones de Rozitchner –que prevalecen en la perspectiva del libro respecto a la religión– se refieren al cristianismo como la religión más favorable para el surgimiento del capitalismo, sus posiciones tal y como se detallan en el libro no abordan las especificidades del catolicismo en Latinoamérica.

La principal limitación de este abordaje sería, pues, la imposibilidad en la que queda la persona lectora para distinguir las particularidades regionales de las tendencias globales, un problema que radica en la omisión de las mediaciones históricas entre el capitalismo global y las formaciones sociales latinoamericanas. Una interpretación histórica complementaria de la tendencia melodramática analizada por Bosteels podría ser la teoría de Bolívar Echeverría del ethos barroco, cuya “sobreestetización del mundo” y “excesiva teatralidad” de lo cotidiano tienen un notable parecido de familia con el melodrama tal como se conceptualiza en este libro.

En términos generales, Marx y Freud en América Latina es un libro denso pero bien escrito, que plantea importantes discusiones teóricas y políticas sobre la región y más allá. Su tratamiento de autores valiosos pero pasados por alto, y su puesta en diálogo con otros intelectuales y discusiones –tanto clásicos como contemporáneos– es una contribución significativa para clarificar un tema urgente tanto para la teoría crítica como para el activismo, y no solamente en Latinoamérica. Y no podemos menos que acoger y suscribir el llamado de Bosteels a repolitizar las discusiones de la izquierda y a alejarlas del eticismo actualmente predominante.

Traducción del autor de la reseña. Esta reseña apareció originalmente, referida a la edición en inglés, en: https://marxandphilosophy.org.uk/reviews/7776_marx-and-freud-in-latin-america-review-by-george-garcia-quesada/

George García Quesada (george.garcia@ucr.ac.cr). Catedrático de la Universidad de Costa Rica.


Rev. Filosofía Univ. Costa Rica, LX (156), Enero-Abril 2021 / ISSN: 0034-8252 / EISSN: 2215-5589