Andrea Leitón Redondo

Jerónimo de Estridón y el ideal femenino
en el tratado
Contra Elvidio:
de la perpetua virginidad de María Bendita

Resumen: Este artículo hace un análisis del ideal femenino en una obra apologética de Jerónimo de Estridón, en la cual, el autor defiende la virginidad de María, la madre de Jesús de Nazaret. La propuesta jeronimiana busca posicionar al movimiento religioso en medio de los feroces ataques adversarios, exhortando a las mujeres a imitar la figura mariana, pues ella es el modelo que requiere el cristianismo y el cual deben seguir para agradar a la divinidad.

Palabras clave: Cristianismo. Ideal mariano. Mujer. Sexualidad. Virginidad.

Abstract: This paper makes an analysis of the feminine ideal in a apologetic work by Jerome of Stridon, in which the author defends the virginity of Mary, the mother of Jesus of Nazareth. The proposal of Jerome of Stridon seeks to position the religious movement in the midst of fierce adversary attacks, exhorting women to imitate the Marian figure, since she is the model that Christianity requires and which they must follow to please the divine.

Keywords: Christianity. Marian ideal. Woman. Sexuality. Virginity.

Introducción

El prestigio de Jerónimo de Estridón, en cuanto a su trabajo como traductor y exégeta, le colocaron dentro del cristianismo en una posición de obligatoria consulta, ya que muchos de sus postulados de interpretación son columna vertebral de dicha religión, él consiguió fortalecer ideas de pensadores anteriores que eran blanco de críticas y que atentaban en contra de la doctrina cristiana. ‘María virgen’ fue uno de los planteamientos ferozmente atacados por los detractores de esta corriente religiosa, mucho antes que Jerónimo desarrollara todo su andamiaje alrededor de la figura mariana, Orígenes de Alejandría había desplegado su defensa junto a otros Padres de la Iglesia. La apología jeronimiana no solo contribuyó a lo que más tarde sería el dogma de la Inmaculada Concepción de María, sino que también sirvió para la elaboración de un tipo de ideal de mujer cristiana que se acercara al modelo mariano, lo que se convirtió en una «novedad» que distinguía al cristianismo.

En este documento, se desarrollará en primer lugar el trabajo exegético que realizó Jerónimo de Pablo de Tarso, específicamente lo que tiene que ver con la relación cuerpo-alma y las acciones que los cristianos deben asumir para no perder la batalla, también cómo afecta lo anterior a la mujer y los caminos que puede tomar para evitar ser arrastrada por su naturaleza: virginidad o matrimonio. En segundo lugar, se expondrá porqué la virginidad o la vida ascética son convertidos por Jerónimo en el ideal femenino que se debe perseguir a toda costa, tal propuesta se nutre del pensamiento paulino así como de las ideas origenianas, pues estos tres personajes coinciden con el modelo de mujer conveniente para el cristianismo. En último lugar, se explicará cómo, a partir de una obra de Jerónimo, el prototipo de mujer eterna se sustenta a través de las virtudes que posee la figura de María, quien representa la superación de Eva –responsable de la caída y de las desgracias terrenas de su estirpe–, con María se traza un nuevo molde para el resto de las mujeres cristianas.

1. Jerónimo, traductor de Pablo

1.1 La interpretación jeronimiana de Pablo

Jerónimo contribuyó con su exégesis a la noción negativa que se tenía del cuerpo, dicho de otro modo, en términos paulinos, presentó como dañina a la carne, razón por la cual el ser humano está sujeto a las desgracias físicas terrenales, con las cuales debe librar arduas batallas para no ser arrastrado.

Así lo indica en su Epístola 22, 4: «mientras estamos encerrados en este pobre y frágil cuerpo, mientras llevamos este tesoro en vasos de barro y el espíritu apetece contra la carne y la carne contra el espíritu, no hay victoria segura», superar el estorbo que representa la corporalidad será el objetivo que todo cristiano debe perseguir, tal idea la hereda Jerónimo (no solo de Pablo sino también de Orígenes), pero además, es el responsable de sexualizar esa concepción del cuerpo, es decir, le atribuye a la sexualidad el mayor impedimento para alcanzar a la divinidad: «el cuerpo humano seguía siendo para Jerónimo un bosque tenebroso, repleto de rugidos de bestias salvajes, que sólo podía ser dominado mediante rígidos códigos en la dieta y mediante la estricta prescindencia de las ocasiones con aliciente sexual» (Brown, 1993, p. 504).

El sometimiento del cuerpo resultó ser la medida preventiva en la propuesta jeronimiana, pues coincidía con los pensadores cristianos anteriores, en que lo espiritual debía estar por encima de lo carnal y para conseguirlo era necesario anular todo rastro de corporalidad. Por tal motivo, recurre a los planteamientos paulinos para fundamentar su propuesta y se halla frente al tarsiota, que padeció los estragos de poseer un cuerpo, al cual tuvo que someter al castigo y a la servidumbre para dominar el aguijón de la carne y los incentivos de los vicios y, a pesar de ello, veía cómo en sí mismo se contradecía la ley del espíritu frente a la ley del pecado (Ep. 22, 5). Jerónimo consideraba que si Pablo como «destinatario» del evangelio sufría tales episodios1, qué no le sucedería a los demás –es decir, al resto de cristianos que debían luchar para «merecer» el Evangelio, ante tal panorama no se debe estar seguro y, por el contrario, siempre debe permanecer alerta.

Jerónimo también parte de su experiencia para reiterar que los cristianos están inmersos en un ambiente lleno de estímulos, los cuales imposibilitan el avance hacia la divinidad, de ahí que sugiera estar atento y, de ser necesario, que se suprima todo aquello que entorpezca el camino hacia la liberación del cuerpo como cárcel del alma: evitar ciertas comidas como la carne y el vino (incitan a la lujuria), evitar el adorno del cuerpo (es un incentivo del placer) y, en última instancia, evitar el intercambio sexual, ya que es una forma de «reproducción» del pecado original (busca purificar al cristianismo) (Ep. 22, 17). Aunque tales recomendaciones aplicaban para todos los cristianos, la propuesta jeronimiana se inclinó de manera especial hacia las mujeres, a quienes exhortó a abandonar sus labores tradicionales (matrimonio, maternidad y las ocupaciones de la casa) y, más bien, inclinarse por una vida dedicada a las Sagradas Escrituras, a la oración, a la castidad y al ayuno, Jerónimo consideró tal vía como la adecuada para alcanzar su ideal de cristianos «liberados de la carne» (Ep. 22, 18).

1.2 Virginidad como condición superior ante el matrimonio

El menosprecio que los cristianos sentían hacia la carne guardaba relación con la repulsión hacia todo aquello que tuviera tintes sexuales, ya que recordaba la falta cometida por Adán y Eva, la cual fue causa de la expulsión del paraíso y condena para sus descendientes2. Por su parte, el cristianismo, heredero de la tradición judaica, mantuvo tal idea acerca de la mujer como infractora del precepto divino y, de igual forma, la ubicó en una posición de cuidado, pero le concedió la posibilidad de resarcir su falta, ya no como madre o esposa sino todo lo contrario, anulando completamente tales condiciones que no son otra cosa que recordatorios de su naturaleza «torcida» (Ep. 22, 21).

Jerónimo manifiesta que mientras estuvo vigente la ley «fructificad y multiplicad, y henchid la tierra» (Gn. 1, 28) todos estaban llamados a casarse y a ser dados en matrimonio, pero con la propuesta paulina cambian las circunstancias, pues Pablo ve en el matrimonio un distractor tanto para el hombre como para la mujer y, según él, los cristianos deben tener como foco de atención a Cristo. La modificación paulina introduce un cambio significativo: superar el cuerpo renunciando a las demandas sexuales y acogiéndose a una vida de continencia, tales serán las recomendaciones que el tarsiota girará a los seguidores cristianos y que Jerónimo asumirá y reelaborará dentro de sus planteamientos.

Aunque Pablo es claro al indicar que sería preferible no casarse (1 Cor. 7, 2), pero debido a la inmoralidad sexual, es mejor que se acojan al matrimonio, de esta forma «regula» la naturaleza sexual de los cristianos e insiste que deberían ser como él, pero entiende que no todos poseen los mismos dones, por lo que zanja el asunto recomendando que tomen esposo o esposa y que cumplan con sus deberes. Pero la doctrina paulina no queda ahí, pues el tarsiota considera en definitiva al matrimonio como un obstáculo, por lo que nuevamente vuelve al tema en 1 Cor. 7, 32-34 en un intento por convencer a los cristianos a preferir una vida sin sobresaltos y que los conduzca hacia la divinidad de una forma más virtuosa:

Yo quisiera librarlos a ustedes de preocupaciones. El que está soltero se preocupa por las cosas del Señor, y por agradarle; pero el que está casado se preocupa por las cosas del mundo y por agradar a su esposa, y así está dividido. Igualmente la mujer que ya no tiene esposo y la joven soltera se preocupa por las cosas del Señor, por ser santas tanto en el cuerpo como en el espíritu; pero la casada se preocupa por las cosas del mundo y por agradar a su esposo.

De esta forma Pablo deja ver la razón por la cual sostiene que el matrimonio es un impedimento: no permite que se ocupen de las cosas de su Dios, por estar pendientes de cuestiones como agradar al esposo, dejan de lado mantenerse santas no solo de cuerpo sino de espíritu y no responden satisfactoriamente a las demandas cristianas. Jerónimo, siguiendo a Pablo, plantea que hay una diferencia entre la esposa y la virgen, esta última conseguirá alcanzar el estado de «felicidad», porque su entrega es completa y no a medias, además, la virginidad anula la condición de «ser mujer» y con ello desaparecen las funciones propias que por naturaleza le corresponden, así lo indica en su Contra Elvidio, 22:

Observé que la felicidad de ese estado debe ser aquella donde incluso la distinción de sexo se pierde. La virgen ya no es llamada mujer (…). Una virgen se define como aquella que es «santa en cuerpo y espíritu», y de nada sirve tener una carne virgen si la mujer está casada en su mente (…).

Nótese que la doctrina jeronimiana coloca especial acento en la situación de la mujer con respecto al matrimonio y a la virginidad: no olvida que ella es la causante de la decadencia, razón suficiente para mantenerla controlada y evitar cualquier despliegue sexual que perjudique al resto de la comunidad. La virginidad, para Jerónimo, es la alternativa que le permite a la mujer liberarse de las obligaciones maritales3, evitar el dolor de engendrar hijos y no lidiar con la ansiedad de agradar al esposo, todo lo anterior es concebido como «la maldición de Dios», de la cual puede salvarse si renuncia a las «funciones naturales» que le han sido asignadas.

Tal medida aplica tanto para las mujeres solteras, como para las viudas e incluso para las casadas que deseen imitar la castidad virginal, eso sí, es claro en señalar que el abandono debe ser total, para que se cumpla «ser santas tanto en cuerpo como en espíritu», pues como se ve, Jerónimo comparte esa idea con Pablo y le da continuidad en su doctrina (Ep. 22, 38). La exaltación que se hace de la virginidad4, como «estado ideal» por encima del matrimonio, se entiende a partir de los fines perseguidos: disminuir su atractivo y agraviarse a sí misma para ocultar sus encantos, esto lo consigue mediante el ayuno, la oración y la penitencia. De tal manera que lo anterior contribuya a la supresión de su naturaleza, dicho de otro modo, para perder la distinción de sexo con respecto al varón y ser igual ante la divinidad.

Por el contrario, dice Jerónimo, la vida marital impide que se cumpla tal objetivo, porque la mujer casada a quien agravia es a su Creador, pues tiene siempre el maquillaje frente al espejo y busca obtener algo más que su belleza natural, su meta es complacer al esposo. Cabe indicar que la propuesta jeronimiana sigue a la doctrina paulina en la idea de que la virginidad es una elección, más no una imposición, pues se estaría incurriendo en una especie de abolición del matrimonio y se alteraría el orden de la creación, forzando a los hombres a una «vida de ángeles» (Contra Elvidio, 23).

La libre elección de una vida casta contiene en sí misma una mayor distinción, que si estuviera impuesta, pues nace de la voluntad del cristiano, de esta forma presenta la virginidad como un ideal que conduce a la perfección, pareciera que Jerónimo buscaba no parecer un adversario del vínculo matrimonial al presentar tales ideas, pero tampoco abandonó su propósito de recomendar una vida casta a quienes le seguían.

2. El ideal eremita

2.1 La vida cenobítica como camino hacia la perfección

Como se ha señalado, Jerónimo heredó de la tradición paulina y origeniana un desprecio hacia la carnalidad con la cual luchó durante toda su vida, persiguió por todos los medios anular su cuerpo y elevar su espíritu practicando el ayuno, haciendo vigilias que le servían para estudiar las Sagradas Escrituras y, lo más importante, renunció a la sexualidad, el principal motivo para retirarse del mundo y escoger una vida que le permitiera alcanzar la perfección ante la divinidad. Acogerse al ascetismo significaba colocar la razón por encima de la pasión y tal conducta resultó ser atractiva no solo para los varones, sino también para las mujeres, pues veían en ella una forma de romper con el tradicional orden al cual estaban sujetas: matrimonio, maternidad y labores domésticas, además, las colocaba en una posición respetable y las convertía en modelos del cristianismo (Torjesen, 1993, p. 195). Valga recordar que el concepto sobre la mujer no era para nada alentador, en una palabra, se resumía lo que ella representaba para la sociedad: un ser inferior, el cual se identificaba fundamentalmente con todo lo referente a lo carnal, la mujer era el símbolo, o más bien, la sede de la sexualidad (Aubert, 1976, p. 61).

Como se ha visto, principalmente desde Pablo, pasando por Orígenes y llegando a Jerónimo, los pensadores cristianos alimentaron la idea de dominar el cuerpo, todos han exhortado a abrazar la vida ascética, en especial a las mujeres quienes tradicionalmente son las responsables de la caída y de los padecimientos terrenales. Jerónimo promovió de manera importante el aislamiento como una forma de purificación, a sus seguidoras les recomendaba que se entregaran a Dios, pues de esta forma alcanzarían el perfeccionamiento de sus almas. Apartarse del mundo y someterse a estrictas prácticas eran la vía segura para superar su naturaleza y, como cristianas, ganaban fama y respeto: por una parte, porque demostraban igual capacidad que el hombre para abstenerse sexualmente y, por otra, porque la castidad es un gesto elevado y digno de ser alabado, respetado e imitado.

Dentro de los aspectos que contribuían a la vida cenobítica, se encuentran los rigurosos ayunos, uno de los más efectivos métodos para someter el cuerpo y evitar que fuera atormentado por deseos carnales que entorpecen el camino hacia la anhelada perfección, Jerónimo insiste en que es preferible la debilidad por falta de alimento, ya que esta no permite que el cuerpo sea invadido por apetitos indebidos:

Cuando te levantes por la noche para orar, no te haga ruidos la digestión, sino el apetito. Lee con asiduidad y aprende todo lo posible. Que el sueño te sorprenda siempre con un libro, y que tu cara, al caer dormida, sea recibida por una página santa. Tu ayuno sea diario y tu refección evite la hartura. De nada aprovecha pasar dos o tres días con el estómago vacío si luego se lo abruma de comida y el ayuno se compensa con un hartazgo. La mente se embota inmediatamente por la hartura y, como tierra muy regada, germina las espinas de las pasiones. (Ep. 22, 17)

Otro aspecto de suma importancia para Jerónimo era que las mujeres dedicadas a una vida cenobítica5, se formaran en el estudio de las Sagradas Escrituras, justamente estos dos elementos, atraían a sus seguidoras, pues apostaba por una innovadora exégesis y perseguía incansablemente el ideal ascético (Rivas, 2012, p. 130).

La prioridad que tienen las Escrituras en la doctrina jeronimiana se hace evidente en muchas de las cartas dedicadas a las vírgenes consagradas: «por la noche conviene levantarse dos y aun tres veces y rumiar lo que sabemos de memoria de las Escrituras» (Ep. 22, 37), cabe indicar que en esto imita a Orígenes, quien practicaba el método de anteponer la lectura a cualquier actividad, fuese el alimento o el sueño (Ep. 43, 1). La memorización y comprensión de los textos era una tarea individual, pero la interpretación y el estudio a profundidad debían ser acompañadas por un guía, que orientara el sentido de las Escrituras, pues la asceta no puede contentarse con la lectura literal, siempre les indicó a estas mujeres sobre la necesidad de recurrir a un maestro autorizado para evacuar las dudas que surgieran, ya que por sí solas no lograrían entender el mensaje divino (Rivas, 2012, p.144).

Jerónimo deja ver nuevamente la influencia que ejerce Orígenes en su doctrina, pues consideró que tanto hombres como mujeres contaban con igual capacidad para estudiar las Sagradas Escrituras y, por ende, confirmaba que también ambos poseían la misma disposición hacia la vida ascética:

Admite Jerónimo que la mujer, como el hombre, posee una uirtus, entendido el término en el sentido cristiano y, por lo tanto, puede alcanzar la perfección. Algunas lo demuestran exteriormente en la parquedad de comidas y bebidas, el desorden de los cabellos, el desaliño del atuendo y el andar desgarbado. Otras manifestaciones de la uirtus son su pulcritud en el hablar, el fervor por la oración, el interés por las Sagradas Escrituras, la entereza ante la enfermedad y la muerte, el ardor en la defensa de los principios en los que cree y su afición al trabajo. (Marcos, 1987, p. 241)

También retoma la idea origenista de que, a pesar de las características sexuales presentes en los cuerpos de los hombres y de las mujeres, éstas eran efímeras, puesto que el espíritu es aquello que prevalece por encima de la corporalidad, una razón más para el ideal ascético establecido por Jerónimo (Brown, 1993, p. 499). El aporte paulino también es claro con respecto al dominio del cuerpo que la doctrina jeronimiana deseaba sostener: «hagan, pues, morir todo lo que hay de terrenal en ustedes: que nadie cometa inmoralidades sexuales, ni haga cosas impuras, ni siga sus pasiones y malos deseos, ni se deje llevar por la avaricia (que es otra forma de idolatría)» (Col. 3, 5).

El cuerpo, al ser una amenaza latente, obliga al cristiano a elegir una vida que le permita controlar todo aquel impulso que lo altere o que lo someta a una ansiedad, Jerónimo considera el desafío de la carne como un acompañante que no cede tan fácilmente, pues hasta no haber alcanzado un estado de apatheia, el deber del cristiano es mantenerse en alerta.

Aunque Jerónimo comparte con Orígenes que hombres y mujeres pueden alcanzar la perfección, ambos aclaran que por las características femeninas, si al cristiano varón se le dificultaba alcanzar exitosamente ese estado de perfección, la mujer cristiana se veía obligada a esforzarse más, puesto que su naturaleza «torcida» es más propensa a satisfacer pasiones y deseos indebidos, conociendo tal situación, Jerónimo plantea que tal naturaleza es la que impide alcanzar el ideal, por lo que si se suprime, es más probable que consiga alcanzar ese estado tan anhelado, lo cual significa convertirse en una mujer viril.

2.2 Renunciar a la naturaleza femenina

La mujer, se ha dicho hasta el momento, es la sede de la sexualidad, en ella confluyen todos los apetitos que conducen al pecado, está predispuesta naturalmente a flaquear porque no posee carácter ni dominio de sí misma, atenta no solo contra ella sino también contra el hombre, en otras palabras el episodio de la caída del paraíso, se reproduce una y otra vez. Su naturaleza es el impedimento para que se libere de ese círculo vicioso, el cual no la deja ascender a la perfección ni a ella ni al varón, de ahí que los Padres de la Iglesia plantearan como «solución» la vida consagrada, como medio para enderezar la condición femenina (Schüssler, 1989, p. 336).

Eso le dio la oportunidad a la mujer de «liberarse», como se ha dicho, del papel de madre y esposa y sustituirlo por una vida dedicada a ayunar, orar y estudiar las Escrituras, tal parece que eso resultó insuficiente y algunos pensadores cristianos fueron más allá, en el sentido de que lo ideal para todas las mujeres es dirigir sus esfuerzos en anular su naturaleza y cumplir lo que Pablo indicaba en una de sus Cartas: ante Cristo no hay distinción pues en él se es uno solo. La patrística asumió al pie de la letra tal mandato y concentró sus esfuerzos para que, principalmente las mujeres se ajustaran a tal molde, debían dotarlas de virtudes, pues consideraban que ellas no las poseían, la castidad se convirtió por lo tanto en la virtud suprema, pues la continencia sexual era compatible con la esencia de la feminidad (Torjesen, 1993, p. 196). Aunque ahora la mujer podía decidir sobre su sexualidad, debía mostrar que era capaz de someter sus deseos carnales, tal y como lo hacía el hombre, es decir, antes de alcanzar a Cristo, debe asemejarse al varón, de la superación de los escalones depende su ascenso a la divinidad:

Pero no es menos cierto que en esta progresión la virtus, expresión de los valores masculinos, representa el estadio superior, celestial, eterno, en el que el sexo queda trascendido; mientras que lo femenino se nos muestra como el estadio inferior, y temporal del ser humano en este mundo terreno. Hacerse varón indica una evolución que conduce de un estadio inferior a un estadio superior de perfección moral y espiritual. Los autores cristianos lo emplean para designar las aspiraciones de las mujeres de unirse a Dios mediante el martirio o la vida ascética. Una unidad perfecta de Dios explicada en términos inequívocamente masculinos; implica por tanto, negar cuanto de femenino hay en la naturaleza humana, propósito tanto más difícil para las mujeres, pues las obliga a practicar un mayor esfuerzo, la auto-negación, o auto-destrucción. Y es precisamente esa dificultad lo que da la medida de la importancia de lograrlo. (Pedregal, 2005, p. 150-151)

La doctrina cristiana vio representado en la virginidad el estado inicial de perfección del cual gozaron Adán y Eva antes de cometer la falta, por supuesto que iban a tomarla como la condición ideal para permitirle a la mujer recuperar la plenitud perdida por su culpa. En ese estado de perfección, la distinción sexual es inexistente y es donde mejor se refleja lo expresado por Pablo, se logra gozar de la presencia divina sin que se vean las diferencias, pues todos son uno mismo ante Cristo.

Con el cambio de las funciones femeninas (madre, esposa), la mujer comenzó a ser valorada no por su sexualidad reproductiva, sino que el nuevo ideal estaba representado por la virginidad consagrada, ya que en virtud de la renuncia a la carnalidad, trascendía el mundo del cuerpo y de la sexualidad, al respecto señala Torjesen (1993, p. 197-198):

La inferioridad de las mujeres y su subordinación a los varones estaban directamente relacionadas con su sexualidad reproductiva y su función social de cuidar de la vida del cuerpo. Renunciando al cuerpo y a la sexualidad y siguiendo los ideales ascéticos, las mujeres trascendían efectivamente su feminidad. El dominio de las pasiones y del cuerpo había sido desde tiempo atrás una empresa masculina. Ahora las mujeres ascetas capaces de aguantar los rigores físicos del ayuno podían ser elogiadas por demostrar un comportamiento viril. Las mujeres ascetas que repudiaban tanto su sexualidad reproductiva como sus cometidos sociales se convertían, por así decirlo, en varones «honorarios».

Como puede verse, el repudio de la sexualidad femenina viene desde adentro de la mujer, pero está obligada a demostrar externamente los cambios que se suscitan a raíz de la adopción de una conducta casta. Jerónimo manifiesta que la superación de la condición femenina, no conlleva una transformación física extrema (Ep. 22, 27), pues lo que se busca es que continúe siendo mujer, pero que su comportamiento o su temple sea el de un hombre, de ahí que los Padres de la Iglesia hablen de la mujer viril: aquella que desprecia la pasión, la sexualidad y lo corpóreo –características propias femeninas– y, en su lugar, asuma la racionalidad y el autodominio –características tradicionalmente masculinas o viriles–, de esta forma consigue suprimir su naturaleza.

2.3 Rasgos distintivos de la mujer asceta

Cabe indicar que las mujeres debían apegarse a ciertos requerimientos, una vez que elegían el ascetismo, se veían inmersas en un ambiente apartado de la mundanidad, donde el objetivo radicaba en despojarse de la indumentaria, los accesorios y el aliño en general que las mantuviera atadas a lo terrenal, es por esto que el primer paso consistía en dejar todo atuendo vistoso y en su lugar optar por una sencilla túnica larga, que las cubriera desde el cuello hasta los tobillos, además del uso de un manto y un velo; a continuación le seguía el abandono de los cuidados para la piel y el rostro, lo cual incluía el uso de perfumes y el maquillaje; en último lugar, las mujeres vírgenes deben ser modestas y humildes, es decir, no deben ser presumidas por su condición.

Jerónimo recurría al caso de Asela, quien representa un modelo digno de seguir (después, por supuesto, de María virgen), pues ella a la edad de doce años profesó como virgen y ejemplifica todas las virtudes apreciables dentro del cristianismo:

Encerrada en las estrecheces de una celda, gozaba de la anchura del paraíso. El mismo suelo le servía de lugar de oración y de descanso. El ayuno es para ella un juego y el hambre es su comida. Y como lo que la movía a alimentarse no eran las ganas de comer, sino la debilidad humana, a base de pan, sal y agua fresca, más que apaciguar el hambre, la despertaba (…). Cuando se decidió por este género de vida vendió sin que lo supieran sus padres su collar de oro (…). Y así, con el precio de esta piadosa transacción se vistió de una túnica oscura, que jamás habría conseguido de su madre, y se consagró de repente a Dios. De esta forma, toda su parentela podía entender que por la fuerza no lograrían nada de quien ya en sus vestidos había condenado al mundo (…). Se portó siempre tan comedidamente y se mantuvo tan retirada en lo secreto de su habitación, que jamás se presentó en público ni supo lo que era hablar a un hombre (…). Sana siempre de cuerpo y más sana de espíritu, la soledad hacía sus delicias, y en la ciudad turbulenta ha sabido encontrar el yermo de los monjes (Ep. 24, 3-4).

Tal y como se aprecia, la mujer que optaba por una vida de castidad, se veía en la obligación de demostrar que su esfuerzo por alcanzar la perfección, sobrepasaba las condiciones «normales», sin que eso significara un comportamiento pretencioso, ya que la humildad no podía ser relegada a segundo plano, es por lo anterior que aunque Jerónimo alababa a Asela, será María quien se ajuste a su modelo virginal perfecto.

3. Jerónimo y el eterno femenino: la mujer en Contra Elvidio: de la perpetua virginidad de María Bendita

3.1 Noción de virginidad ante partum, in parto, post partum

La doctrina jeronimiana sobre la virginidad se sustenta a partir de la figura de María, es ella quien le provee las bases para construir el prototipo de mujer que le servía al cristianismo; el comportamiento mariano se ajustaba al ideal de perfección femenino: obediente y casta. Esta última característica constituye el pilar para la construcción del tipo de mujer que las cristianas debían perseguir. Jerónimo, a través de su obra Contra Elvidio, muestra que María se mantuvo virgen antes, durante y después de parir a Jesús, por lo que es considerada inmaculada. Claro, que el caso de ella es excepcional e irrepetible, ya que en lo que resta de la historia del cristianismo, no se vuelve a presentar en ninguna mujer tan inusual hecho, en cambio sí se persiguió imitar la figura de María, principalmente en lo referente a su pureza.

Jerónimo señala que la virginidad antes del parto se sostiene a partir de que no hubo una relación sexual, pues el vientre debía estar «limpio» para que la gestación no se diera en un ambiente «contaminado» (Contra Elvidio, 2). Valga recordar la connotación negativa que tenían los fluidos producto de la sexualidad dentro del judaísmo, ya que estos provocaban la pérdida de la pureza; el cristianismo continúa con tales ideas, porque debían mostrar que la procedencia de Jesús era divina, no carnal, él vino al mundo por medio de una virgen (limpia, pura, un ser asexuado) no de una mujer (pecadora, manchada, sede de la sexualidad). Continúa Jerónimo con su exposición alegando la virginidad durante el parto, José no tuvo acceso carnal con María pues ella tuvo que asistirse sola, porque no contó con una partera que le ayudara, además de que no había espacio en el mesón para que tuvieran relaciones sexuales (Contra Elvidio, 10). Pero no es la única razón para sostener la virginidad in parto, agrega Jerónimo, que el nacimiento no sucedió de forma natural, es decir, Jesús abandonó el cuerpo de su madre sin desgarrar el himen, jamás tuvo contacto con el órgano de la generación (Contra Elvidio, 20).

Cierra Jerónimo su planteamiento refiriéndose a lo que sucede después del parto: José nunca «tocó» a María, pues el Espíritu Santo ya había dejado su «marca», el cuerpo de María se había convertido en su santuario, al cual se le debía respeto y veneración, ante esto José asume una conducta casta acorde con su compañera y, a partir de ello, su vínculo además de matrimonial es virginal, el seno ideal para un hijo virginal (Contra Elvidio, 21). Lo anterior conduce a uno de los argumentos más feroces que se han presentado en contra de la virginidad post partum: los hermanos de Jesús. Jerónimo zanja el problema aduciendo los diversos significados de la palabra «hermano»: los hay por naturaleza, que son los hijos de la misma madre; por raza, como todos los judíos; por parentesco como los primos y, por último, los que son por afecto, sea espiritual o por relación general. Y, concluye, que los mencionados hermanos6 corresponden a la categoría de «parentesco», con lo cual se libra de las malintencionadas críticas que atentaban contra la virginidad post partum.

3.2 La superación de Eva: María virgen

A partir de todo lo anterior, se entiende la insistencia de los pensadores cristianos por ocuparse exclusivamente «de las cosas del Señor»7, utilizando como referente la figura mariana quien sin quejarse fue sierva divina y es ahí donde aparece otra de las características alabadas en la mujer: la obediencia. Tal atributo aunado al de la virginidad conforman una fusión exitosa, Anderson y Zinsser (2015, p. 56) apuntan que: «la virginidad y la castidad se creían inextricablemente relacionadas con la obediencia».

La conducta de María será, como se ha indicado, el ejemplo a seguir porque con ella nace la nueva Eva, es quien inaugura una era libre del pecado original, si con la falta de Eva cayó la maldición, con la sumisión de María viene la bendición restauradora. La defensa expuesta por Jerónimo con respecto a la naturaleza virginal de María es de vital importancia para el cristianismo que estaba urgido de un argumento lo suficientemente robusto, que le permitiera detener los ataques hacia la procedencia de su Salvador. Aquí es donde se comprende la necesidad de que María “encarnara” como mujer, propiedades que distaban muchísimo de la tradicional noción femenina, la cual había provocado la desgracia del mundo mediante la transgresión cometida por Eva, madre de los vivientes, introductora del pecado original, quien condenó a su estirpe a la muerte.

Con el parto virginal de María se transforma la historia de los vivientes, porque con ella se detiene la reproducción del pecado original, las cadenas del cuerpo se rompen mediante el engendramiento divino por intercesión del Espíritu Santo, si por una mujer se perdió el paraíso, entonces por una mujer debe recuperarse. Es posible trazar una serie de paralelismos entre estas dos figuras que caracterizaron a los modelos de mujer en el cristianismo: Eva representa la arrogancia por su sed de conocimiento, María en cambio es humilde; Eva es considerada la que introduce el pecado en el mundo, María es quien da a su hijo para que purifique al mundo; Eva desobedeció el mandato divino; María por el contrario lo asumió con total obediencia. De ahí que a partir de Eva se catalogara a la mujer como arrogante, pecadora y desobediente; y, no será, hasta con María que la concepción cambie por los atributos de humildad, gracia y obediencia.

De esta forma el cristianismo elabora un prototipo femenino a partir del cual la mujer, catalogado desde antiguo como un ser inferior, impuro y desobediente, debe convertirse en adelante en una copia de María, sierva del Señor, pura, obediente y siempre virgen. En otras palabras, Eva –la mujer– debe desaparecer, puesto que recuerda la caída y, en su lugar, María –la virgen– «aparece como auténtica guardiana del sello de la creación (…) susceptible sólo de imitación» (Ratzinger, 2006, p. 24).

3.3 María, modelo integral del cristianismo

La defensa jeronimiana de la virginidad de María fue el comienzo extraoficial de unas ideas que más tarde se convirtieron en dogmas para el cristianismo (Piñero, 2014, p. 66) y que marcaron la ruta para la construcción de un tipo de mujer bastante particular, porque debían cumplir con tres atributos, a saber: virgen, esposa ejemplar y madre abnegada.

En la práctica, es imposible que una mujer cumpla con esas tres propiedades, pues son mutuamente excluyentes, pero eso no representa un problema, porque no todas están llamadas a recibir la gracia como María, eso explica la existencia de una especie de jerarquía femenina, en donde las vírgenes ocupan el primer lugar, las viudas el segundo y las esposas el tercer y último puesto. Cada una de ellas, en la medida de lo posible, están comprometidas a imitar la conducta que les corresponda dependiendo del lugar que ocupen. Podría decirse que aquellas ubicadas en el primer puesto –las vírgenes– serán las más cercanas al ideal femenino.

Con respecto al primer atributo, el de mantener la castidad, este se tradujo en el mundo cristiano, como la «solución» frente a la expulsión del Paraíso, producto del pecado original, absolutamente todas las acciones estarían marcadas y malditas; claramente, para evitar la propagación de la impureza, debe detenerse la gestación de nuevos seres que continúen la maldición y la mujer desempeña un papel esencial, pues ella es la dadora de vida, representa el pecado y a la vez es intermediaria de poblar el mundo, la mujer se convierte en la mayor responsable de devolverle la «purificación a la creación». Con la virginidad de María se marca la diferencia entre ella y el resto de mujeres, ella no concibió a su hijo en pecado (porque no hubo coito) y tampoco tuvo un alumbramiento impuro (Jesús no salió por el canal «natural» de parto), es decir, en ella no se cumplió «parirás a tus hijos con dolor», además, Jesús se encarnó de una virgen no de una mujer, con lo cual María representa el estado primigenio de la humanidad restaurado.

Lo anterior permite comprender las reiteradas recomendaciones de guardar la castidad, colocándola por encima del matrimonio y de la maternidad, que no son otra cosa que «males necesarios», pues la función, en el caso del matrimonio, es la continencia sexual, ya Pablo lo decía en sus Epístolas, sirve para prevenir la inmoralidad sexual, pero jamás superará el estado de excelencia de la virginidad.

El segundo atributo, ser esposa ejemplar, es representado por María que no solo era esposa de José, sino que simultáneamente lo fue del Espíritu Santo y es con respecto a este último en donde mejor se reflejan las cualidades de esposa: obediente, complaciente y asistente. Ella jamás perdió de vista, que se encontraba bajo el dominio de José –y del Espíritu Santo–, por lo que cumplió a cabalidad con todas las demandas maritales tanto terrenales como espirituales. A partir de esas tres cualidades, es posible deducir otras características implícitas, por ejemplo, ser prudente, sobria, hacendosa, temerosa de Dios, caritativa, entre otras.

A este respecto, el autor de las siguientes epístolas –atribuidas a Pablo– se había pronunciado, señalando que:

Las esposas deben estar sujetas a sus esposos como al Señor. Porque el esposo es cabeza de la esposa, como Cristo es cabeza de la Iglesia, la cual es su cuerpo; y él es también salvador. Pero así como la Iglesia está sujeta a Cristo, también las esposas deben estar en todo sujetas a sus esposos. (Ef. 5, 22-24)

Luego, indica en Colosenses 3, 18: esposas, sométanse a sus esposos, pues este es su deber como creyentes en el Señor. Y, en Tito 2, 4: (…) y enseñar a las jóvenes a amar a sus esposos y a sus hijos, a ser juiciosas, puras, cuidadosas del hogar, bondadosas y sujetas a sus esposos, para que nadie pueda hablar del mensaje de Dios.

Si bien es cierto, Pablo ni sus seguidores, fundamentan sus doctrinas en la figura mariana, lo que expresan en los anteriores textos, se ajusta perfectamente al modelo femenino que estaban construyendo los cristianos a partir del siglo IV, por lo que sirvió de soporte para sostener la reciente antropología cristiana sobre la mujer.

Por último, como tercer atributo, el de madre abnegada, es la segunda propiedad que más se alaba en María, después de la virginidad. Casi siempre, son exaltados de forma conjunta, por lo que representan en la historia del cristianismo. La maternidad mariana es entendida como la expresión de la bondad incondicional, que persigue el bien en primer lugar para Jesús y después para el resto de sus hijos espirituales, es una actitud suprema. Con María madre se halla el socorro para sus hijos –producto del pecado–, es a ella a quien pueden recurrir; debe ser fuerte y afrontar los sufrimientos –su hijo Jesús fue crucificado– y debe estar siempre dispuesta al sacrificio –privarse del reposo y el descanso para mantener una actitud vigilante–.

Conclusión

Jerónimo ve en el dominio del cuerpo una importante lucha que los cristianos deben continuar librando. Si logran demostrar su dominio y continencia, serán exitosos y respetados. Someter el cuerpo mediante estrictos ayunos y renunciando a su naturaleza sexual, hace de los creyentes modelos dignos de imitar.

Las mujeres cristianas son las que mayoritariamente debían esforzarse más, por la falta primigenia cometida por Eva, la cual las condenó de por vida, por lo que a mayor falta, mayor esfuerzo para remediarla. Como en el siglo IV la mujer puede «decidir» sobre su sexualidad, debe demostrar que puede domeñar sus deseos carnales, así superaría su condición femenina, colocándose incluso por encima del varón. La sexualidad debe ser anulada.

En síntesis, María es un modelo de imperturbable virtud, con lo cual compromete al resto de las mujeres a seguirla, ella es bendita entre todas las mujeres, lo cual la coloca por encima de todas ellas y le permite encarnar ese eterno femenino, un modelo completo que abarca todas las funciones deseables en las mujeres comunes y corrientes, pero que automáticamente las condena, porque se torna inalcanzable y aun así se convierte en el proyecto de vida para las cristianas.

Notas

1. Después de la desnudez, del ayuno, de la prisión, los golpes, y los tormentos «¡desdichado de mí!, ¿quién me librará de este cuerpo de muerte?» (Rom. 7,24).

2. A partir de ese hecho, los judíos recurrieron a regular tanto el comportamiento del varón como de la mujer, esta última respondía a mandatos más rigurosos, por ser quien indujo al hombre a desobedecer las disposiciones divinas, pero también era la que estaba destinada a soportar las peores consecuencias: permanecer sujeta al varón y parir hijos con dolor, por mencionar solo dos de las secuelas producto de su actitud transgresora (Gn. 3, 16).

3. «Tampoco voy a enumerar las cargas del matrimonio: cómo se agranda el vientre, los niños pequeños lloran, cómo hacen sufrir las amigas del marido, cómo absorbe el cuidado de la casa y cómo, en fin, la muerte viene a cortar todos los bienes soñados» (Ep. 22, 2).

4. «Y para que sepas que la virginidad es cosa de la naturaleza y las nupcias consecuencia del pecado: la carne nace virgen de las nupcias, restableciéndose en el fruto lo que se perdió en la raíz» (Ep. 22, 19).

5. Las tareas fundamentales de la vida ascética eran: el trabajo manual, la lectura divina y la oración.

6. Según Jerónimo, la confusión se da porque el vocablo hebreo se presta para múltiples traducciones y no hay otra expresión equivalente, pero el texto está escrito en griego, no en hebreo. Al respecto, Piñero (2014, p. 62) indica con total seguridad que se está hablando de «hermanos carnales», no de primos como Jerónimo quiso decir, el vocablo griego usado es adelphós (ἀδελφός) –hermano uterino–, si hubieran querido referirse a «primos» o a «parientes» debían recurrir a los términos para cada uno, en el caso del primero la palabra correspondiente es anepsiós (ᾰ̓νεψῐός) y en del segundo es syggenés (συγγενής). Más adelante, vuelve Piñero diciendo que: san Jerónimo argumentaba que la palabra «hermanos» en los evangelios debía ser entendida de un modo amplio, a saber, como «primos» o «parientes». Y esto por la siguiente razón: en textos griegos compuestos por gentes de mentalidad semítica (como son los autores de los evangelios, según él) se debe esperar que se utilice el vocablo «hermanos» de este modo tan amplio. La lengua hebrea no tiene propiamente una palabra usual para «primo», y existen diversos pasajes en la Biblia que utilizan el vocablo «hermanos» cuando en realidad se refieren a «primos» o «parientes» (p. 66).

7. También la virginidad dentro de la Iglesia será oportuna más tarde sólo con ese mismo sentido, para, en un seguimiento lejano de María, poder ocuparnos «sin división», como dice Pablo, «con cuerpo y alma santos» (es decir, consagrados a Dios), «de las cosas del Señor» (1 Cor. 7, 34) (Von Balthasar, 2006, p. 82).

Referencias

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Andrea Leitón Redondo (aleitonredondo@gmail.com). Licenciada en Filosofía y Bachiller en la Enseñanza de la Filosofía. Docente de Filosofía en el Ministerio de Educación Pública.

Recibido: 23 de octubre, 2020

Aprobado: 30 de octubre, 2020


Rev. Filosofía Univ. Costa Rica, LX (158), Setiembre-Diciembre 2021 / ISSN: 0034-8252 / EISSN: 2215-5589