Javier Jaimes Cienfuegos, Juan Monroy García y Javier Jaimes García

Enajenación y consumismo

Resumen: El objetivo del presente trabajo es mostrar el concepto de enajenación en la obra de Herbert Marcuse. El ser humano que produce y consume, señalamiento de los verdaderos problemas que enmarcaron los contextos histórico y sociopolítico en los que Marcuse vivió y que hoy en día siguen vigentes. Al respecto, la postura teórica de la enajenación en el hombre unidimensional como producto de la sociedad posmoderna se fundamenta en los postulados de su predecesor, Karl Marx. El diseño de la investigación es de carácter documental descriptivo puntualizando en las obras de los autores.

Palabras clave: Enajenación, economía, razón, sociedades.

Abstract: The objective of this work is to show the concept of alienation in the work of Herbert Marcuse. The human being who produces and consumes, pointing out the real problems that framed the historical and sociopolitical contexts in which Marcuse lived and that are still valid today. In this regard, the theoretical position of alienation in one-dimensional man as a product of postmodern society is based on the postulates of his predecessor, Karl Marx. The research design is of a descriptive documentary nature, specifying the authors’ works.

Keywords: Disposal, economy, reason, societies.

Introducción. La enajenación dentro de las nuevas sociedades consumistas

A mediados del siglo XIX comenzó a usarse el término “capitalismo” para referirse al sistema de producción en el que era necesario contar con un capital económico, por una parte, y una fuerza laboral, por otra, a fin de elaborar productos en gran cantidad, de acuerdo con una demanda que se promueve para ser alta y redituable. Esto resulta en que, quienes aportan los recursos económicos no son los que efectúan la mayor carga de trabajo y quienes la realizan reciben una mínima remuneración por esta. Coincide, no casualmente, con la consolidación de la revolución industrial en la Gran Bretaña.

El sistema capitalista y su desarrollo a través del uso y abuso de la fuerza de trabajo han generado insatisfacción en los trabajadores. El término “enajenación” es desarrollado por Karl Marx (1987) a partir de inferir que la dinámica y las formas de vida propias de las sociedades capitalistas desfavorecen y despojan al obrero de sí mismo, lo cual “se manifiesta en el simple hecho de que el trabajador huye del trabajo como de la peste tan pronto como deje de sentirse obligado a trabajar por la coacción física o por cualquier otra clase de coerción” (p. 598).

A lo largo de este artículo se explicarán los aspectos teóricos del término enajenación. El objetivo que se persigue es que el lector tenga un punto de partida para conocer las características subyacentes del concepto, mismas que han tenido diversidad de sentidos. El estudio de la enajenación presenta algunos inconvenientes que dificultan su entendimiento y su aplicación, por ello es importante conocer cuáles son los criterios que la diferencian de otros términos.

El estudio de la enajenación presenta algunos inconvenientes que dificultan su entendimiento y su aplicación, por ello es importante conocer cuáles son los criterios que la diferencian de otros términos. En su calidad de concepto, la enajenación es algo sumamente complicado, y lo es porque, por un lado, posee un carácter polisémico; es decir, tiene sentidos múltiples, lo cual se observa incluso en el interior de cada una de las disciplinas científicas, desde las cuales se analiza aquél. Por otro lado, posee también un carácter profundamente relacional con otros conceptos que se le asemejan o son muy cercanos al mismo, como son los casos de la objetivación, la subjetivación, la alienación, la cosificación, el extrañamiento, el reconocimiento y la reconciliación (Novoa, 2006, p. 75).

En el trabajo de Díaz (2011) Cronología de una utopía. Herbert Marcuse, el autor retoma el concepto de represión dentro de las sociedades modernas, en donde se analiza la racionalidad creada por el capita- lismo del siglo XX y su relación de civilización- represión tomando como eje central de estudio la propuesta de Marcuse para producir una pensamiento autónomo. En un estudio de Celis (2013) Cultura industrial y enajenación en la sociedad contemporánea: Una reflexión desde el hombre unidimensional de H. Marcuse. El trabajo de tesis, realizado en Bucaramanga permite la comprensión del concepto enajenación dentro de la obra de Marcuse al igual que el entendimiento en la comparativa de los postulados realizados por Karl Marx en las diferentes formas de enajenación que surgieron a partir del capitalismo del siglo XIX.

No pretende establecerse una clarificación de cada uno de los términos citados anteriormente; por el contrario, debe establecerse un marco conceptual en el que se plantee la información necesaria para hacerlo. La base de esto es el contexto socio-histórico de la revolución industrial. Adicionalmente, el filósofo Herbert Marcuse, ya en el siglo XX, denota que el concepto de enajenación que Marx había teorizado, se manifiesta dentro de las sociedades capitalistas del siglo XX.

Durante el año de 1844, en su juventud, Marx destaca los puntos más relevantes de esa sociedad en construcción. Esencialmente son dos: el primero es el que gira en torno a la industrialización como proceso de transformación social; el segundo es el que se realiza en torno al sistema industrial donde el obrero se manifiesta indiferente ante el mismo (enajenación). Con base en lo anterior, Marcuse fundamenta su crítica hacia las nuevas sociedades de consumo.

Así pues, y en conformidad con el objetivo de este artículo, la industrialización se define como una etapa de desarrollo apresurado donde los procesos de producción de mercancías se hicieron bajo el uso de maquinaria, transporte y acumulación de los capitales, aunque no son los únicos factores:

La misma prioridad del desarrollo británico hace que su caso sea, en muchos aspectos, único y sin par. Ningún otro país tuvo que hacer su revolución industrial prácticamente solo, imposibilitado de beneficiarse de la existencia de un sector industrial ya establecido en la economía mundial o de sus recursos de experiencia, tecnología o capital. Es posible que esta situación sea en gran medida responsable de los dos extremos a que fue impelido el desarrollo social británico (por ejemplo, la práctica eliminación del campesinado y de la producción artesanal a pequeña escala) y del modelo extraordinariamente peculiar de las relaciones económicas británicas con el mundo subdesarrollado. Por el contrario, el hecho de que Gran Bretaña hiciese su revolución industrial en el siglo XVIII, y estuviera razonablemente bien preparada para realizarla, minimizó determinados problemas que fueron muy importantes en países de industrialización posterior, o en aquellos que tuvieron que afrontar un salto inicial mayor desde el atraso hasta el adelanto económico. (Hobsbawm, 1977, p. 20)

¿Qué podría ser realmente más racional que la supresión de la individualidad en el proceso de mecanización de actuaciones socialmente necesarias aunque dolorosas; que la concentración de empresas individuales en corporaciones más eficaces y productivas; que la regulación de la libre competencia entre sujetos económicos desigualmente provistos; que la reducción de prerrogativas y soberanías nacionales que impiden la organización internacional de los recursos? Que este orden tecnológico implique también una coordinación política e intelectual puede ser una evolución lamentable, y, sin embargo, prometedora. (Marcuse, 2010, p. 41)

Para llevar a cabo tales cambios a un nivel vertiginoso era necesario realizar grandes inversiones que permitieran tornar viables los diferentes proyectos de industrialización. De esta manera, los únicos sectores poderosos capaces de soportar dichos financiamientos eran las clases burguesas; por lo tanto, fueron los protagonistas de este desarrollo. No obstante, hay que enfatizar que existen algunos sectores íntimamente relacionados con lo anterior; por ejemplo, el político y el económico que, además de estar interrelacionados, son determinantes al establecer los procesos de desarrollo ya abordados.

Enajenación y sociedad

El término alienación, proviene del latín alienus que se ha traducido a diferentes lenguas como “extranjero”, “extraño”, “extraterrestre”, (cabe mencionar que en alemán existen conceptos como “cesión” y “traspaso”, que se usan en el sentido mercantil y que también se traducen al español como “enajenar”) y, en el caso que nos ocupa, “enajenación” para señalar al proceso social transitorio caracterizado por transformar la actividad humana y sus productos “en fuerzas hostiles al hombre, pudiendo expresarse subjetivamente en la conciencia como divorcio entre aspiraciones personales y las normas prescritas por la estructura social”; por lo tanto, percibidas por el individuo como en contra de su personalidad (Morales Pérez y Díaz Valdés, 2012, p. 34).

Esta situación se ha registrado como fenómeno social claro a partir de la revolución industrial iniciada en la Gran Bretaña del siglo XVIII, con la cual se vieron seriamente afectadas las actividades laborales tradicionales artesanal y agrícola, no solo por la transformación de la primera, sino por la casi extinción de la segunda, lo cual llevó al surgimiento de una clase obrera que no existía antes. Clase que se vio obligada a vivir bajo condiciones totalmente distintas a las que estaba acostumbrada.

En torno a los procesos de desarrollo bajo los que se encontró Europa, existen varios actores que se caracterizaron por el esfuerzo realizado para alcanzar las metas planteadas por las diferentes industrias. Estos tenían como principal característica vender su fuerza de trabajo a los burgueses con el objetivo de ser empleados, y al mismo tiempo, la esperanza de tener acceso a un estilo de vida más holgado en términos económicos.

Empero, para los trabajadores las cosas no serían tan fáciles, pues rápidamente se convirtieron en presa de constantes abusos en sus espacios de trabajo. Las jornadas que eran a menudo extenuantes y el abuso de la capacidad de producción fueron solo dos elementos que vivirían al interior de los espacios laborales.

Como ya se ha dicho de manera introductoria, la industrialización y la enajenación son dos elementos interrelacionados. Su punto de fusión está en el contacto que hacen ambos y donde los abusos minaron la salud y la animosidad de los obreros. Acerca de esto, Marcuse (2010) escribe:

Desde el primer momento, la libertad de empresa no fue precisamente una bendición. En tanto que la libertad para trabajar o para morir de hambre significaba fatiga, inseguridad y temor para la mayoría de la población. Si el individuo no estuviera aún obligado a probarse a sí mismo en el mercado como sujeto económico libre, la desaparición de esta clase de libertad sería uno de los mayores logros de la civilización. (p. 42)

Conforme crece la urbanidad, el punto central de valoración comienza a enfatizarse en las diferentes mercancías que eran producidas por los trabajadores. Así comienzan a desplazarse la perspectiva y el valor del humano hacia sí mismo y hacia sus congéneres en torno a los objetos producidos. Esto representa un hecho que evidentemente despoja al obrero de su condición humana y lo rebaja a mera entidad transformadora y creadora como lo ejemplifica el siguiente fragmento:

La desvalorización del mundo humano crece en razón directa de la valorización del mundo de las cosas. El trabajo no sólo produce mercancías; se produce a sí mismo y al obrero como mercancía, y justamente en la proporción en que produce mercancías en general. (Marx, 1987, p. 109)

Con base en esto, por una parte, el análisis marxista dedujo la existencia de una serie de emociones en el obrero derivada de su modus vivendi y afirma que se siente desvalorizado y reducido a una mercancía que queda a merced de otros. A este tipo de emociones Marx las denominó enajenación. Por otra parte, Marcuse encuentra una nueva forma en la que el obrero se enajena: la libertad de trabajo y de consumo permite que el trabajador se sienta parte fundamental de los desarrollos tecnológico e industrial.

Los obreros, como clase oprimida, eran las personas realmente desfavorecidas, puesto que no tenían acceso a mejores condiciones de vida, sino a un salario básico para subsistir con sus familias y es así como surgieron diferentes necesidades. La pobreza de este sector parte de la falta de vinculación de los patrones con sus necesidades. Si bien, los puntos de vista optimistas respecto a los efectos de la Revolución Industrial resaltan las mejoras obtenidas por los trabajadores en sus condiciones de vida, como las mejoras sanitarias y educativas, además de la obtención de una cantidad de bienes, estas no fueron ventajas que disfrutaran las primeras generaciones de obreros, cuyas condiciones de vida les hicieron blanco de gran cantidad de enfermedades.

Las ideas que tenía la clase burguesa respecto al proletariado eran que este último estaba destinado a vivir en la miseria de tal modo que aquella pudiera mantener el estatus y el equilibrio que hasta ese momento ostentaba, como lo dejan claro Marx y Engels en el Manifiesto Comunista, al hacer un recuento de la lucha de clases registrada por la historia. Es así como Marcuse discernió las variables que intervenían en este panorama, de forma que –a través de sus textos– plasma y demanda un cambio a favor de las clases sociales menos beneficiadas.

A continuación, se abordará el concepto de enajenación laboral y se recurrirá a la obra El hombre unidimensional, al igual que a los Manuscritos económico–filosóficos (textos marxistas de juventud) donde se definen las diversas formas de enajenación en la vida y en la cotidianidad del ser humano.

Marcuse lleva a cabo esta crítica buscando en todo momento y a lo largo del texto Hombre Unidimensional las mejoras constantes dentro de la sociedad; en otras palabras, busca tener una sociedad mejor. Para realizar los análisis correspondientes acerca de la enajenación, el autor parte del estudio de los hechos económicos donde el escenario de cada obrero se define por la venta de su fuerza de trabajo al capitalista.

Este proceso lo incorpora a un sistema que, al momento de transformar la materia prima, presenta un sentimiento de disociación o desvalorización hacia los productos de su trabajo. El motivo de lo anterior se da a partir de que el obrero se percata de que produce cosas que no le pertenecen y que, además, lo hace mediante jornadas extenuantes y en condiciones precarias, no tan distintas a las del trabajo forzado.

Es necesario retomar los textos marxistas para esclarecer las formas de enajenación que contextualizan al autor y saber cómo es que Marcuse, a partir de esos postulados, conceptualiza la teoría crítica. Marx establece el término enajenación en tres diferentes formas que a continuación se detallan.

El primer tipo de enajenación es el que el obrero presenta con respecto a su producto. Cuando el trabajador se ha percatado de que su vida y su trabajo giran en torno a lo que Marx denominó: el producto. Aquí el hombre se ve afectado porque sabe que su producción es independiente de sí mismo y que jamás podrá poseerla. Según Marx (1982):

La enajenación del trabajador en su producto no significa solamente que su trabajo se traduce en un objeto, en una existencia externa, sino que ésta existe fuera de él, independientemente de él, como algo ajeno y que adquiere junto a él un poder propio y sustantivo; es decir, que la vida infundida por él al objeto se le enfrenta ahora como algo ajeno y hostil. (p. 596)

Como primer modo de enajenación, se fundamenta en la constante y natural calidad reflejada en la capacidad del obrero para afectar, positiva o negativamente, el objeto de su trabajo y, a la vez, dejarse dañar por la objetivación de su labor. Asimismo, es pertinente mencionar que no solo se presenta en el trabajador, sino que lo experimenta quien lo posee. En este sentido, los grandes sectores pauperizados se ven perjudicados por este fenómeno debido a que no son parte del sistema de producción, más bien, son un medio para que este lo sea.

El segundo tipo de enajenación es el que se deriva de la misma actividad de producción del obrero. Este modo se da con respecto a sí mismo. Aquí el hombre es separado de sí mismo ante el producto de su trabajo. Marx cree que este tipo de alienación se manifiesta de forma independiente al trabajador:

En primer lugar, en que el trabajo es algo exterior al trabajador; es decir, algo que no forma parte de su esencia. El trabajador, por tanto, no se afirma en su trabajo, sino que se niega en él, no se siente feliz, sino desgraciado, no desarrolla al trabajar sus libres energías físicas y espirituales, sino que, por el contrario, mortifica su cuerpo y arruina su espíritu. El trabajador, por tanto, sólo se siente él mismo fuera de su trabajo, y en éste se encuentra fuera de sí. Cuando trabaja no es él mismo y sólo cuando no trabaja cobra su personalidad. Esto quiere decir que su trabajo no es voluntario, libre, sino obligado, trabajo forzoso. No constituye, por tanto, la satisfacción de una necesidad, sino simplemente un medio para satisfacer necesidades exteriores a él. (Marx, 1982, p. 598)

Bajo esta premisa, el trabajador se ha percatado de que su fuerza de trabajo como única posesión es vendida para subsistir de alguna manera, sin embargo, a pesar de ello, él sabe que dicha fuerza de trabajo, así como su vida, no le corresponden, no son suyas debido a que no puede utilizarlas libremente.

De nuevo se ve al obrero como un medio para llegar a un fin: el de la producción, misma que a su vez es una fuente generadora de capital que se ha convertido en un sistema completamente opresor al grado de apoderarse del mismo hombre. Entonces se entiende que el capital es el producto enajenado del trabajo.

La enajenación que se experimenta por parte del obrero se ha considerado una actividad de connotaciones deshumanizantes, dado que impiden al individuo desenvolverse según su libre albedrío. Por el contrario, el obrero se siente obligado a desempeñar actividades por necesidad, de esta forma, se siente extraño en el trabajo y ajeno a sí mismo.

El trabajador posee una existencia limitada a la satisfacción de las necesidades más básicas, como lo son la comida y el descanso. De este modus vivendi deviene un desprendimiento ya no solo de la personalidad, sino también de sus iguales, puesto que no posee otra libertad; así, de este segundo momento de la enajenación, sobreviene el tercero.

Este último tipo es el que presenta el obrero con respecto al género humano que es una consecuencia del modo de vida capitalista que lo absorbe. Al respecto, Marx establece una comparación con el animal, ante lo cual menciona que la distinción entre uno y otro, a fin de establecer sus actividades, es la conciencia. “El hombre es un ser genérico por cuanto se comporta hacia sí mismo como hacia el género viviente actual, por cuanto se comporta hacia sí como hacia un ser universal y, por tanto, libre” (Marx, 1982, p. 598) y continúa:

El animal forma una unidad directa con su actividad vital y no se distingue de ella, sino que es ella. El hombre, en cambio, hace de su actividad vital el objeto de su voluntad y de su conciencia, desplegando una actividad vital consciente; no es una determinabilidad con la que directamente se funda. La actividad vital consciente distingue al hombre de los animales, y eso es precisamente lo que hace de él un ser genérico. (Marx, 1982, p. 600)

¿Por qué se hace referencia y comparación entre el humano y el animal? Se busca establecer un criterio con el que el lector comprenda que la conciencia, como diferenciador elemental, propicia y conmina al humano a establecer relaciones sociales. Del mismo modo, y como derivado de estas últimas, lo conduce a entablar relaciones de producción. Así es como propicia una transición del ser con experiencias colectivas que se dirige hacia una realidad que le permite conformarse como un ente de carácter individual.

Todas las relaciones que se desarrollan entre seres humanos poseen también otras características comunes que, del mismo modo, resultan elementos diferenciadores. Se habla del lenguaje que aporta las bases para desempeñarse al interior de un contexto específico. Esta herramienta aporta las funciones necesarias para llevar a cabo la productividad. En este sentido, el lenguaje inicialmente permitió estructurar las relaciones sociales.

Por lo tanto, el lenguaje y la conciencia son lo que permite al hombre distinguirse del animal, y a la vez, lo faculta para establecer vínculos; sin embargo, con respecto a la enajenación, esta sobreviene en el momento en que el hombre entabla la productividad como unidad, no como colectividad, ya que –de este modo– se desprende social y laboralmente. El resultado de este desarrollo de trabajo es una constante hostilidad hacia los diferentes productos del mismo. Así lo afirma Marx (1982):

Cuando el hombre se comporta hacia el producto de su trabajo, hacia su trabajo materializado, como hacia un objeto ajeno, hostil, dotado de poder e independiente de él, se comporta hacia ello como hacia algo de que es dueño otro hombre, un hombre ajeno a él, enemigo suyo, más poderoso, e independiente de él. Cuando se comporta hacia su propia actividad como hacia una actividad esclavizada, se comporta hacia ella como hacia una actividad puesta al servicio, bajo el señorío, la coacción y el yugo de otro hombre. (p. 602)

En suma, la enajenación en el trabajo es una interrelación de elementos que al conjugarse desarrollan una diversidad de emociones y de sentimientos que desembocan en diversas formas de hostilidad. Una de ellas es la de la lucha de clases donde los obreros se manifiestan en contra de la burguesía que los explota y los oprime.

Es claro que la deshumanización por la que atraviesa la sociedad no es más que el modo de vida derivado de la productividad, así como el desarrollo de relaciones ajenas al hombre; es decir, relaciones que le producen insatisfacción y que lo conducen nuevamente a enajenarse. Por tanto, puede decirse que la enajenación no es más que un constante ciclo que opera conforme a las exigencias capitalistas que se acrecientan.

Si dejamos un poco de lado al proletariado, es importante mencionar que el sistema capitalista se caracteriza por sus constantes abusos y en contra en ello un modo para existir y para producir exponencialmente. De hecho, este fue uno de los factores que coadyuvó al desarrollo de la industrialización como se expone en la siguiente cita:

El predominio de las necesidades represivas es un hecho cumplido, aceptado por ignorancia y por derrotismo, pero es un hecho que debe ser eliminado tanto en interés del individuo feliz, como de todos aquellos cuya miseria es el precio de su satisfacción. Las únicas necesidades que pueden, inequívocamente, reclamar satisfacción son las vitales: alimento, vestido y habitación en el nivel de cultura que éste alcance. La satisfacción de estas necesidades es el requisito para la realización de todas las necesidades, tanto de las sublimadas como de las no sublimadas. (Marcuse, 2010, p. 45)

Con base en lo anterior, el obrero subsiste a partir de su propia explotación y a través del sacrificio de sus necesidades. De este modo, el subdesarrollo social se hace evidente y se convierte en un fundamento para las posteriores manifestaciones de los círculos obreros que desencadenarán revoluciones completas en las que se buscarán condiciones laborales más justas.

Marcuse interpreta la teoría marxista sobre las formas de enajenación y contextualiza la problemática en las sociedades modernas. La óptica del autor transforma los principios marxistas, ya que no se habla de una superación de la dialéctica histórica a partir del desarrollo de una cultura proletaria. El ejemplo base es la época de la Ilustración, movimiento que suponía la liberación y la superación del hombre a partir de la razón.

El capitalismo retomó algunos ideales liberales de este movimiento para transformar la racionalidad en una base tecno-instrumental que no conduce a la liberación, sino que crea nuevas formas de dominio enajenante tanto en su entorno natural como en el entorno social de los sujetos: “Lo que los hombres quieren aprender de la naturaleza es servirse de ella para dominarla por completo a ella y a los hombres. Ninguna otra cosa cuenta. Sin consideración de la misma, la Ilustración ha consumado hasta el último resto de su autoconciencia”. (Horkheimer y Adorno, 1998, p. 60)

Asimismo, Marcuse pugna las nuevas formas de liberación creadas en la época de la Ilustración, pero llega a la cúspide con el capitalismo tecnocientífico. El avance del racionalismo instrumental es tan dominante y tan hegemónico que su extensión entra en los estratos sociales hasta fusionarse con la personalidad del sujeto. La cosificación de conciencias es lo que interpreta como la nueva forma de enajenación que surge a partir de la superación del contexto meramente explotador del obrero y crea una razón técnica:

La civilización debe defenderse a sí misma del fantasma de un mundo que puede ser libre. Si la sociedad no puede usar su creciente productividad para reducir la represión (porque tal cosa destruiría la jerarquía del statu quo), la productividad debe ser vuelta contra los individuos; llega a ser en sí misma un control de la mente universal. (Marcuse, 1983, p. 95)

La enajenación en la civilización moderna invade el ocio humano, pues trata de tener consumidores activos y no receptores pasivos. La neutralidad de la racionalidad instrumental tecnológica es aparente, porque concibe un todo armónico donde pretende erradicarse la diferencia de intereses de clase. De esta forma, el instrumento de manipulación sería el control más eficiente, ya que los sujetos no visualizan la enajenación en la que viven al haberles otorgado una libertad y una autonomía basadas en el consumo y en la imposición de los intereses tecnológicos como nuevas necesidades.

En este sentido, la ideología enajenante se vuelve dominante cuando hegemoniza el pensamiento y es una identificación entre el objeto-receptor y la industria-cultura o razón instrumental. La cultura burguesa presupone una base ideológica dentro del orden social existente e implica que la razón impuesta defienda el orden social manifestado en las diferentes estructuras: “La libertad formal de cada uno está garantizada. Oficialmente, nadie debe rendir cuentas sobre lo que piensa. A cambio, cada uno está desde el principio encerrado en un sistema de iglesias, círculos, asociaciones profesionales y otras relaciones que constituyen el instrumento más sensible del control social”. (Horkheimer y Adorno, 1998, p. 194).

Ideología y enajenación económica

La enajenación económica no es un fenómeno aislado como bien podría pensarse, sino que se da como parte de un proceso complejo en el que se encuentran inmersos otros sistemas, por ejemplo, el laboral y las características de la relación obrero-patrón. Otro que también tiene injerencia es el religioso, aunque en menor medida, no está exento de realizar aportaciones al término de alienación económica.

Ante lo expuesto en los párrafos precedentes, el lector podrá percatarse que en cierto momento se utilizan los sistemas con el único objetivo de comprender mejor los fenómenos económicos y sus implicaciones, factores importantes en el diálogo que se entabla. Marcuse define la alienación económica de la sociedad posmoderna a partir de la razón tecnológica, connotación entendida desde las bases marxistas, cuya explicación principal parte del análisis del trabajo como un producto de una sociedad dividida en clases sociales.

La enajenación económica se explica a partir de dos conceptos básicos. El primero denominado como valor de uso y el segundo denominado como valor de cambio (Marx, 1992 p. 23). El primer valor que tiene el producto gira en torno a la satisfacción de las necesidades de quienes lo demandan. El segundo es el valor de cambio que ya tiene directrices comerciales puesto que puede definirse como el valor económico que la mercancía toma al comercializarse.

Empero, hace la distinción de que el valor éste último no es el que le corresponde como mercancía creada, sino como mercancía vendida; es decir, no tiene el mismo valor durante su creación que durante su comercialización. De esta forma, la mercancía se convierte en un medio para poder obtener dinero.

La forma para crear riqueza por parte de los capitalistas es mediante el uso de la mercancía como valor de cambio más la plusvalía. Ambos aportan un sentido económico en el que el punto central de su creación sigue siendo el obrero; así es como se presenta el incremento en el valor de las mercancías. Contrariamente al valor agregado de éstas, la fuerza de trabajo es lo único que se ha tornado como cambio y uso, pues genera más valor agregado, tal como lo plantea Marcuse: “una fuente no sólo de valor, sino de más valor que el propio” (1972, p. 76).

Como se ha visto, los términos bajo los que se da la enajenación económica remiten propiamente a la alienación en el trabajo donde el capitalista hace uso de esta fuerza y la agrega a las mercancías que produce. Es así como se menciona que la fuerza de trabajo es la creadora de los modelos de plusvalía que es valorada como una base de desarrollo para el capital.

Es claro que las manifestaciones del sistema capitalista están en función de este para emplear mano de obra a costos considerablemente bajos y que le permitan obtener un mayor beneficio. Otro aspecto a resaltar es que el obrero no es beneficiado económicamente por el producto de su trabajo, sino al contrario, la relación entre la producción y el beneficio económico que perciben los obreros es discrepante una respecto a la otra.

El dinero que el trabajador percibe por su mercancía, bajo la forma del salario, sólo fluctúa en torno al valor de los bienes que necesita para reponer sus fuerzas físicas, para que no se extinga la clase de los obreros. Por lo que el salario siempre es igual a su mínimo, no alcanza para acumular algo de él, y así el obrero no pueda romper con su condición de hombre despojado de medios de producción y de subsistencia. Por lo tanto, el sueldo tiene el mismo significado que la mantención de cualquier otro instrumento productivo. Al mismo tiempo, el capitalista no sólo gana a través de este salario, sino conjuntamente por las materias primas adelantadas por el trabajador antes de que este reciba su remuneración. (Marx, 1987, p. 50)

El análisis que hace Marcuse de la obra marxista respecto a la alienación, nos permite entender a las fuentes económicas como producto del trabajo. Con base en ello, puede mencionarse la existencia de tres formas de enajenación derivadas de la misma alienación económica y que repercuten directamente en el obrero.

La primera es la alienación de la fuerza de trabajo que despliega el sujeto cuando se desprende de sí mismo, volcándose hacia la enajenación del trabajo. Así la fuerza laboral ya no es parte del trabajador. Esto sucede durante el proceso de producción que se da bajo condiciones económicas de explotación y de subsistencia dentro de un sistema que lo reprime y que solo le permite subsistir bajo condiciones mínimamente humanas.

El proceso de la alienación afecta a todos los estratos de la sociedad, distorsionando hasta las funciones naturales del hombre. Los sentidos, fuentes primarias de la libertad y la felicidad, según Feuerbach, quedan reducidos a un solo sentido, el sentido de posesión. Consideran su objeto como algo que no puede ser poseído. Aun el placer y el goce pasan de ser condiciones bajo las cuales el hombre desarrolla libremente su naturaleza universal, a modos de posesión y adquisición egoísta. (Marcuse, 2010, p. 278)

Este hecho demerita las labores que el hombre podría desempeñar bajo un enfoque de funcionalidad fuera del sistema económico, actividades que, de ser posible, servirían de manera individual. Incluso podrían beneficiar directa o indirectamente al sistema social.

El segundo tipo de enajenación económica es la denominada alienación del objeto. Aquí, como ya se ha explicado en otros apartados, el trabajador se desprende del producto del trabajo, no encuentra sentido al sistema de producción y se percibe como esclavizado a los diversos procesos de producción, sean bajo el desarrollo de mercancías industriales o bajo el desarrollo de trabajo en el campo. Por tanto, el obrero sabe que el producto de su trabajo corresponde al patrón y jamás podrá pertenecer a él, así que se despersonaliza en el proceso de producción.

La última alienación es la social. Básicamente consiste en el desprendimiento del que es objeto el trabajador como parte de un sistema social. Dicho proceso se da bajo la premisa de la existencia de dos sistemas: el proletario y el burgués.

Estos tres tipos de enajenación están interrelacionados para constituir un sistema que conspira en contra de las clases proletarias. Cabe decir que hasta el momento, todos estos tipos corresponden, a simple vista, a la enajenación en el trabajo; sin embargo, hay que recordar que el trabajo y la economía sostienen relaciones simbióticas en ciertos aspectos. Lo anterior resulta suficientemente basto para escudriñar acerca de la forma en que se comporta el sistema económico hacia el obrero, de tal modo que lo desfavorece y lo lleva a un constante empobrecimiento y conformismo ante su trabajo. Marx (1972) revela que:

En los procesos de trabajo insertos en el sistema capitalista, todo el esfuerzo, ya sea mental o físico que se despliega, queda atrapado en el producto, que se independiza del trabajador, y éste cuanto más se exterioriza del objeto, que se vuelve extraño a él, más se pierde de sí mismo, más desdichado se torna su mundo interior. El trabajador se hace tanto más pobre, en cuanto produce más riqueza, en cuanto más valores elabora, tanto más se desvaloriza, pues el obrero se entrega, da parte de su esfuerzo vital para obtener un producto que beneficia sólo a otro. (p. 89)

Por supuesto, esta alienación laboral tiene un efecto negativo en la productividad, tanto en la cantidad como en la calidad de los productos y servicios de una empresa. La lucha obrera por conseguir jornadas laborales de 8 horas y salarios más dignos le dio un respiro para mirar al futuro en un momento de la historia en que no había muchas oportunidades. A pesar de que las maquinarias automáticas han sustituido a muchos recursos humanos en la producción, también han aumentado las empresas de servicios con una estructura muy parecida a la obrera. Esto ha abierto más posibilidades laborales, pero también ha tenido que afrontar la situación de enajenación.

Dado que el capitalismo que generó la revolución industrial ha sobrevivido y se ha impuesto a otros modelos económicos mediante una sociedad industrializada, es necesario averiguar cómo superó uno de sus principales problemas con la fuerza laboral. No quiere decir que se ha terminado con este problema, pues “a pesar de que la figura de proletariado ha desaparecido, el hombre sigue obedeciendo falsas necesidades que su sociedad impone, su conciencia sigue siendo enajenada por el sistema productivo, ya que su tiempo de libertad depende de este sistema” (Pérez, 2018, p. 29).

La esclavitud en la sociedad industrial; ya no es esa esclavitud embrutecedora y agotadora que prevalecía en la época capitalista, sino que ahora; va más ligada al concepto de sublimación, en el que él hombre puede desarrollar por medio de su intelecto acciones que no dependen de la enajenación. Este proceso de reificación busca establecer un acuerdo entre los que administran la civilización y sus miembros, en el que la relación señor y esclavo sea más equilibrada (Pérez, 2018, p. 31).

Hay varias formas en que se ha buscado y conseguido disminuir esta actitud. Una de ellas ha sido el uso del uniforme, que en sus inicios tuvo un objetivo funcional, de distinguir a un oficio de otro durante la misma revolución industrial, y que luego pasó a cubrir necesidades de seguridad, para brindar protección al trabajador ante los riesgos propios del trabajo. El punto interesante viene cuando, a fines del siglo XX se transforma en un artículo de identidad, con colores y logotipos que relacionan al obrero o empleado con la empresa y buscan hacerle sentir parte de ella. Surge la famosa frase de “ponerse la camiseta” para impulsarlo a comprometerse y no ser solo un elemento más.

Antes de eso, no obstante, la creación de equipos deportivos formados por los propios obreros y ligas deportivas sustentadas por las empresas buscó, entre otros objetivos, darle a los empleados un sentido de pertenencia y socialización (Scappaticcio, 2017, p. 69). Esto ocurrió en la mayoría de los países a donde se extendió la industrialización, con los deportes más populares, algunos de los cuales revelan sus antecedentes obreros en el nombre que se asocia a la industria de la cual surgió.

Más recientemente, han surgido la categorización de los empleados con términos como “asociado”, que le atribuyen mayor incidencia (habría que analizar hasta dónde es real) sobre el producto de su trabajo, y el couching laboral que busca aumentar el potencial de los empleados mediante un cambio en las formas de aprendizaje, desde una perspectiva más humanista. Son propuestas que recientemente se han desarrollado y puesto en práctica, por lo que se habrá de observar los resultados que producen con el tiempo con respecto a la enajenación.

Conclusión

Marx describe la alienación que se produce en el obrero de la revolución industrial, al percatarse de que solo es una herramienta en un proceso que lo despersonaliza y lo despoja de poder, pero que sigue cumpliendo, aunque con desgano y sin mayor compromiso, porque no tiene otras opciones. A este alejamiento voluntario del producto de su esfuerzo lo denomina enajenación.

Por otra parte, las nuevas sociedades industrializadas a las que se refiere Marcuse adoptan otro tipo de enajenación para sus nuevas formas de producción en las que el obrero se siente parte de la empresa y no como una herramienta, lo que permite que su desempeño laboral sea óptimo. La conciencia forjada por la sociedad capitalista-posmoderna demarca al individuo-hombre en una libertad de consumo, una falsa ideología de relaciones de producción, y su cosmovisión antropológica en el mundo. Motivo por el que el consumismo ha sido un instrumento de dominio social, una especie de ideología que permite reconfortar al hombre oprimido.

Referencias

Blanco, J. (1995). Antología de ética. Universidad Autónoma del Estado de México.

Chalmers, A. (2009). ¿Qué es esa cosa llamada ciencia? Siglo XXI.

Delahanty-Matuk, G. (2016). Psicología y marxismo en la Escuela de Frankfurt. La apuesta de Max Horkheimer. Teoría y crítica de la psicología, 7, 111-123.

Díaz Calvo, M. E. (2011). Cronología de una utopía: Herber Marcuse. Nómadas. Critical Journal of Social and Juridical Sciences, 31(3), 97- 112. https://doi.org/10.5209/rev_NOMA.2011.v31.n3.36812

Domínguez Chávez, H., & Carrillo Aguilar, R. (2007). El desarrollo capitalista de los Estados Unidos. Su expansionismo territorial y su efecto en Latinoamérica. Universidad Nacional Autónoma de México.

Feyerabend, P. (1997). Tratado contra el método. Tecnos.

Fernández, T. y Tamaro, E. (2004). Biografía de Karl Marx. En: Biografías y Vidas. La enciclopedia biográfica en línea [Internet]. Disponible en https://www.biografiasyvidas.com/biografia/m/marx_karl.htm

Freud, S. (2013). El malestar en la cultura. Alianza Editorial.

Freud, S. (2012). Psicología de las masas y el análisis del yo. Alianza Editorial.

Freud, S. (2014). Tres ensayos sobre teoría sexual. Tomo.

García Fajardo, J. C. (1986). Comunicación de masas y pensamiento político. Pirámide.

Gómez Velasco, A. (1999). Progreso, pluralismo y racionalidad en la ciencia. Universidad Nacional Autónoma de México.

Gortari, E. (1989). El método de las ciencias. Grijalbo.

Guerra, R. (2008). Iguales y diferentes. Derechos humanos y diversidad. Torres y Asociados.

Habermas, J. (1986). Historia y crítica de la opinión pública. Castellana.

Hobsbawm, E. (1977). La era del capitalismo. Labor.

Horkheimer, M. y Adorno, T. (1998). Dialéctica de la Ilustración. Fragmentos filosóficos. Trotta.

Lozano Cámara, J. (2021) Clases historia. “Cambios sociales en el siglo XIX. El movimiento obrero. La lucha de clases”. Recuperado de http://www.claseshistoria.com/

Kuhn, T. (1993). La estructura de las revoluciones científicas. Fondo de Cultura Económica.

Marcuse, H. (2010). El hombre unidimensional. Ariel.

Marcuse, H. (1983). Eros y civilización. Sarpe.

Marcuse, H. (1972). Marx y el trabajo alienado. Editorial Ciencias de la Educación Preescolar y Especial.

Marcuse, H. (2008). Razón y revolución. Alianza Editorial.

Marcuse, H. (2011). La sociedad carnívora. Godot.

Marx, K. (1972). El capital. Fondo de Cultura Económica.

Marx, K. (1982). Escritos de juventud. Fondo de Cultura Económica.

Marx, K Manuscritos filosóficos y económicos. Fondo de Cultura Económica.

Marx, K. (1973). Salario, precio y ganancia. Ediciones en Lenguas Extranjeras.

Marx, K. y Engels F. (2011) Manifiesto comunista. Alianza Editorial.

Morales Pérez, D. y Díaz Valdés, Y. (2012). La enajenación como categoría filosófica. Criterios desde las ciencias sociales. Universidad & Ciencia, 1 (1), 24-35.

Novoa Monreal, E. (2006) El derecho cómo obstáculo al cambio social. Siglo XXI.

Pérez Ávila, E. (2018). “La represión de los instintos en el trabajo enajenado: un análisis desde la teoría crítica de Herbert Marcuse”. Universidad Libre de Bogotá. Recuperado de: https://repository.unilibre.edu.co/bitstream/handle/10901/11726/Trabajo%20de%20grado.pdf?sequence=1&isAllowed=y

Scappaticcio Poblete, G. (2017). “Los Clubes Obreros de Fútbol (Chile, 1906-1923) Dinámicas de sociabilidad y politización popular”. Universidad de Chile. Recuperado de: https://repositorio.uchile.cl/bitstream/handle/2250/146636/Los-clubes-obreros-de-futbol.pdf?sequence=1

Javier Jaimes Cienfuegos (jjaimesc@uaemex.mx). Doctor en Humanidades en Filosofía Contemporánea por la Universidad Autónoma del Estado de México. Actualmente funge como Presidente del Comité de Bioética Facultad de Medicina UAEMex.

Juan Monroy García (juanjo_monroy@yahoo.com.mx). Doctor en Estudios Latinoamericanos por la Universidad Nacional Autónoma de México. Investigador de tiempo completo de la Facultad de Humanidades UAEMex.

Javier Jaimes García (jjaimesg@uaemex.mx). Doctor en Educación por la Universidad Nacional Autónoma de México. Profesor de tiempo completo. Facultad de Medicina UAEMex.

Recibido: 26 de noviembre, 2021.

Aprobado: 31 de marzo, 2022.


Revista Filosofía Universidad de Costa Rica, LXII (162), Enero - Abril 2023 / ISSN: 0034-8252 / EISSN: 2215-5589