V.
Crónica

Jorge Vargas Cullell

Condenados a innovar: Costa Rica y
el mundo distópico de la pos-pandemia

San José, 14 de Julio de 2021

Quisiera empezar agradeciendo al Espacio Universitario de Estudios Avanzados (UCREA) de la Universidad de Costa Rica por haberme invitado a dar esta conferencia.

Pienso que UCREA es una arena ideal para una conversación que procure romper los moldes singularmente estrechos de la organización disciplinar de nuestras universidades, pero también para superar las rigideces que imponen las teorías y paradigmas caros a nuestras mentes y corazones. Diría yo, un espacio para levantar la mirada y escudriñar nuestros propios prejuicios.

Mi agradecimiento es todavía mayor pues, sea por casualidad o por intencionalidad, hago esta presentación en una fecha, el 14 de julio, en la que conmemoramos un nuevo aniversario de la Revolución Francesa, un acontecimiento clave de nuestra modernidad. Clave, incluso para nosotros, los latinoamericanos, ese “otro occidente” mestizo nacido de un choque brutal de mundos, pues el grito de “libertad, igualdad y fraternidad” sigue ocupando un lugar central en nuestros esfuerzos por construir un mundo mejor. Y en el mío particular.

El título de mi conferencia es “Condenados a innovar: Costa Rica y el mundo distópico de la post-pandemia”. En mi charla procuraré desarrollar una reflexión sobre lo que considero son los riesgos acumulados de insostenibilidad económica y social de nuestro estilo de desarrollo, nuestra inviabilidad como Estado-nación si no alteramos el curso que actualmente tenemos y aprovechamos el punto de inflexión histórica en el que nos encontramos. Espero que esta reflexión sea lo suficientemente interesante como para provocar una rica deliberación.

Un escenario distópico

Para empezar, les propongo el siguiente ejercicio de pensamiento. Cerremos los ojos e imaginemos, por un instante, un mundo en el futuro, un futuro no muy lejano en el tiempo, pero tampoco tan cercano como para que esa proyección sea una mera trasposición de nuestra realidad actual. Ese mundo futuro no es, estemos claros, un escenario inevitable, por cierto, pero sí uno posible. Y, agregaría yo, con una probabilidad nada despreciable de ocurrir como argumentaré después.

Pensemos, pues, que estamos en el año 2046, dentro de un cuarto de siglo. Y me apresuro a poner la única condición mentirosa, invariante, con el fin de endulzar esta elaboración un tanto amarga: imaginemos que todos los de este escenario estamos vivos y con salud, que somos parte de ese mundo, testigos de él. Nobleza obliga.

Pues bien, es el año 2046. Hace calor, mucho calor en Costa Rica. Es julio, son las nueve de la mañana en un amarillento Valle Central y la temperatura ronda los 30 grados. Desde hace unos diez años, un segundo verano, que abarca los meses de julio y agosto, ha partido en dos la antigua estación lluviosa y estamos en plena canícula. Otro día más con racionamiento de agua en la aún nominal ciudad capital del país, medio despoblada después de la emigración de cientos de miles de urbanitas hacia los territorios del Caribe Sur y la Península de Osa en búsqueda de agua y humedad1.

Los antiguos territorios periféricos del sur de Costa Rica están hoy densamente poblados. De representar menos del 6% de la población nacional y apenas un 7% de la actividad económica en 20172, hoy concentran cerca de una cuarta parte de la población y de la producción. En apenas diez años surgieron ahí verdaderos centros urbanos de precaria infraestructura en los antiguos poblados rurales y turísticos y la acumulación de gentes ha borrado, en la práctica, las fronteras entre Panamá y Costa Rica: Paso Canoas y Sixaola tienen cerca de un cuarto de millón de personas cada una y constituyen una masa urbana indiferenciada a ambos lados del borde. Una buena parte de la población es centroamericana, que se asentó ahí huyendo de la desertificación, la hambruna y las guerras en los antiguos territorios de Guatemala, Honduras y El Salvador3.

En cambio, Guanacaste y la región norte se han despoblado. La combinación entre la creciente falta de agua -en estas regiones el déficit crónico de lluvias ha sido mayor- con prácticas agrícolas extensivas, basadas en paquetes tecnológicos contaminantes e intensivas en capital, generó cada vez menos empleos y, además, la devastación de las antiguas zonas protegidas, para compensar los rendimientos productivos decrecientes. Por cierto, debo anotar que en el nuevo polo demográfico del país, la zona sur y oriente, este fenómeno de intrusión en las zonas protegidas también se dio aunque aquí fue resultado, más bien, de su expansión4.

La población de Costa Rica es, en 2046, de seis millones de personas. Casi una cuarta parte de la población adulta tiene 60 años o más (24,6%), la edad promedio de la fuerza laboral ronda los cincuenta años, en comparación con los 37 años a principios de siglo, y los jóvenes menores de 35 años son una parte minoritaria de los habitantes del país (apenas una quinta parte), una situación contrastante con la prevaleciente durante la mayor parte de la historia republicana del país (cfr. INEC, 2021). En hombros de generaciones numéricamente cada vez más pequeñas se recarga una población cada vez mayor
perteneciente a la tercera, cuarta y quinta edad.

Sin embargo, solo la minoría de la fuerza de trabajo tiene buenos y muy bien remunerados empleos. Esta minoría son los mejor educados, quienes trabajan en los enclaves de alta tecnología, amurallados y de un color blanco resplandeciente. Estos enclaves están dispersos por la geografía del país, muchos ellos alrededor de los antiguos complejos hoteleros. vacíos desde hace años pues hace mucho tiempo dejaron de llegar los turistas a esta zona del mundo, tan afectada por la sequía, los huracanes y la inestabilidad social y política.

Cada enclave es una pequeña ciudad equipada con los avances tecnológicos de punta, en la que vive cómodamente la fuerza laboral más calificada, conformando una comunidad cosmopolita totalmente enlazada al resto del planeta. Sin embargo, cuando pierden el empleo, y nadie los recontrata, la persona y su núcleo familiar son expulsados de los Shangri La. Como en el pecado original de Adán y Eva en la Biblia.

El resto del país son masas de población con empleos precarios y rebuscando su existencia, en un contexto de alta violencia social y un territorio ambientalmente degradado. Poco de los antiguos sistemas de protección social (salud pública y pensiones) subsiste, pues quienes pueden contribuir por su capacidad económica, lo hacen dentro de los sistemas específicos de los enclaves, mientras que los antiguos sistemas públicos, desfinanciados y desvencijados, dependen de las contribuciones fiscales y parafiscales de una fuerza laboral mayoritariamente informal y de bajos ingresos.

En consecuencia, millones de personas padecen crónicos problemas de salud, la esperanza promedio de vida no aumenta desde el año 2030 (pese a que en el mundo más desarrollado ronda los 110 años) y hay hambre. Los edificios de los hospitales y escuelas públicas que no han sido abandonados, tienen años de no ser reparados. Los campus de las universidades públicas que no se reconvirtieron en centros de educación para los enclaves, están ruinosos. Es como Venezuela 2021, país que experimentó una caída del 70% de la producción nacional en ocho años, la mayor en la historia moderna, solo que peor.

La institucionalidad y los servicios públicos se han segmentado también: la parte del Estado que funciona brinda servicios de buena calidad a los enclaves y habita dentro de sus muros; la parte del Estado fuera de los enclaves es, básicamente, una institucionalidad de papel. Ahí, las antiguas fuerzas policiales se han reconvertido en ejércitos privados al servicio de los capos del crimen organizado: algunos siguen usando sus raídos uniformes, la mayoría ya no.

La antigua democracia solo funciona, también, en los enclaves, pero en un marco de fuerte control social sobre la población, utilizando dispositivos que permiten a los gobernantes, que también residen ahí, conocer y entender los deseos y demandas de la población, incluso antes de que ésta lo articule conscientemente5. El voto ahí es por medio del chip que las personas tienen implantado en su cuerpo.

Ello ha llevado a un recorte y una redefinición del “demos”: ciudadano, como en la antigua Grecia, es el habitante de la pólis y la pólis hoy es el enclave. El resto de la población es “meteca”, no tiene una condición jurídica específica, aunque, si logra por fortuna encontrar un empleo en la pólis, se le brinda inmediatamente su identidad, se le da una inducción en el nuevo mundo y se le implanta su chip.

¿Cómo y por qué llegamos allí?

Esa es, en síntesis, mi distopía para el año 2046. Se trata, quiero reiterar, de una fabulación, la imaginación de un escenario posible. No estoy diciendo que los dados están echados y, ni mucho menos, que es un mundo inevitable.

Como siempre ocurre en la historia, todo momento es un horizonte abierto, un cruce de caminos y, en el ámbito de las relaciones humanas, me opongo a los determinismos de las leyes de la historia. No creo en ellas, aunque entiendo que, cuando se mira en retrospectiva una época en particular, la concatenación de eventos parece una cadena inevitable.

Sin embargo, ésta es la ilusión de la mirada hacia atrás: cuando se examinan hechos consumados, todo parece necesario. En la realidad nunca sabemos lo que va a pasar y somos testigos de ello en nuestro propio presente: en términos filosóficos, creo en la agencia humana, aunque entiendo que el campo de decisión de los individuos y las sociedades a las que pertenecen está decididamente condicionado por los incentivos y restricciones que enfrentan y por su cultura e identidades. Aún teniendo en cuenta ese condicionamiento, insisto que no me anima una epistemología determinista al elaborar el escenario distópico que presenté.

Digo otra cosa: que la probabilidad de que esa distopía del 2046 ocurra, es decir, que el riesgo del siniestro se materialice, como dirían los actuarios, depende enteramente de las decisiones u omisiones que nosotros, los contemporáneos de esta época, adoptemos en relación con los problemas que nuestra sociedad enfrenta y que, de no resolverse, complicarán nuestra situación.

En términos metodológicos, esta consideración me obliga a explicitar el procedimiento que seguí para confeccionar mi escenario del futuro, pues quiero asegurarles que no fue producto de una noche febril.

Lo primero que quiero decir es que esta proyección de futuro surge de la observación de tendencias y problemas del presente. De esta manera, mi mundo del futuro nace del mundo actual. Se trata, por supuesto, de una selección interesada de factores, pues faltarían muchos más para pintar un futuro repleto de detalles y matices, pero la escogencia y caracterización de cada uno de estos factores está respaldada en el conocimiento científico de hoy.

Quienes me escuchan hoy no pueden ver las referencias bibliográficas en el texto, pero quienes lean el documento de esta conferencia podrán consultarlas.

Menciono algunos de estos factores que empleé como variables claves de mi elucubración:

• el envejecimiento de la población costarricense por el fin de la transición demográfica a inicios de la tercera década de este siglo;

• los efectos previstos de la crisis climática planetaria sobre las zonas del trópico húmedo según los escenarios planteados por los expertos;

• las tendencias de la migración en Centroamérica y la posición de Costa Rica como el principal receptor de migración intrarregional;

• los diferenciales de productividad producto de la estructura dual de la economía costarricense;

• la severa y prolongada crisis fiscal del Estado de bienestar;

• la mediocridad y falta de avance del sistema público de educación preuniversitaria; y

• la insostenibilidad de los sistemas de pensiones.

Una vez determinados esos factores, di un segundo paso: suponer que todos tenían un movimiento convergente hacia una peor situación.
En otras palabras, me planteé la interrogante de: “¿qué pasaría si?”, el famoso “What if?” si los problemas de hoy se agravan.

Este escenario de agravamiento convergente no me lo saqué de la manga, además, sino de la observación de la crisis por la que el país atraviesa, inducida por la pandemia de la COVID-19. Aquí tenemos un experimento natural: un evento catastrófico ha materializado riesgos que el país enfrentaba y ha provocado una convergencia temporal de problemas: la contracción en la economía, un profundo retroceso en las oportunidades laborales, que ha ensanchado la pobreza y la desigualdad y ha acelerado la insostenibilidad fiscal de nuestro Estado. Sobre estos asuntos vuelvo al final de mi conferencia.

Me formulé, entonces, la siguiente interrogante:

¿Qué pasaría, entonces, si el país no se enfrentara a un agravamiento coyuntural, sino a un declive a largo plazo por tendencias de corte estructural?

El ejercicio prospectivo de la distopía que hice para responder esta pregunta se predica sobre
tres supuestos:

El primer supuesto es que hay variables fuera del control y las decisiones del gobierno de un pequeño país como el nuestro. El ejemplo más claro es la crisis climática. Ahí no nos quedará más que mitigar y adaptarnos a lo que viene. En otros, como la demografía, el futuro ya está aquí: a menos que haya guerras o un evento catastrófico global, la mayoría de las personas que estarán vivas en el 2046 ya nacieron.

El segundo supuesto es que aquellos factores que sí están bajo control no se adoptan, por diversas razones, decisiones que corrijan nuestras debilidades. Por ejemplo, sea por tensiones sociales y políticas, incapacidad para formar mayorías políticas o por simple oportunismo, en los próximos años las políticas económicas y sociales que prevalecieron a lo largo de las dos primeras décadas del siglo siguen siendo aplicadas. Es decir, no hay un punto de giro y seguimos en lo mismo.

El tercer supuesto es el carácter cerrado y estático del mundo que imaginé. Salvo la disrupción de un elemento externo (la crisis climática), todo lo demás lo fabulo a partir de factores de la realidad actual. Esto es claramente una limitación: el mundo está en medio de una revolución científico-tecnológica compleja que modificará, sin duda, las fuentes energéticas, las relaciones económicas y políticas en todas partes. Sin embargo, la incertidumbre que rodea el curso y las implicaciones de esta revolución me creaba una gran dificultad para tratarla como otro factor endógeno dentro de mi prospectiva. Procuré mantener este ejercicio, entonces, dentro del límite de lo manejable para esta presentación. Sobre este punto volveré al final de mi charla.

¿Para qué imaginarnos futuros?

No estoy siendo original, por supuesto, en esto de las metodologías prospectivas para la elaboración de escenarios futuros a largo plazo. Han sido muy empleadas en las ciencias naturales, especialmente en las áreas de la biología y el clima, para estimar las consecuencias de mantener los patrones actualmente prevalecientes en el uso del patrimonio natural y los efectos de las emisiones y desechos que produce nuestra civilización sobre el sistema planetario.

Estas metodologías son también de uso común en el mundo de las ingenierías, pues un problema rutinario que deben resolver es estimar la capacidad de soporte y obsolescencia de las infraestructuras y objetos a las presiones del ambiente natural o social. Las proyecciones que interesan, en particular, son las que logran encontrar los diseños más eficientes y pueden determinar los umbrales de fatiga y, muy especialmente, los puntos de quiebre en el diseño de las cosas6.

En las ciencias sociales, las metodologías más sofisticadas para la elaboración de escenarios a futuro han sido creadas por las disciplinas de la demografía y las ciencias actuariales, las que por su naturaleza están volcadas al estudio del largo plazo.

Ambas disciplinas emplean modelos estadísticos y matemáticos para los análisis de sobrevivencia y de riesgo y tienen una gran ductilidad a la hora de combinar variables sociales, financieras, políticas, demográficas e institucionales en sus estudios. A partir de la segunda mitad del siglo y, en mi opinión, con cierto rezago a los desarrollos de estas disciplinas, la modelística del futuro tomó fuerte importancia primero en la economía7, y, más recientemente, en otras disciplinas como en la mía, las ciencias políticas, donde ha dado origen a una aplicación: las empresas de evaluación de riesgo político en los países (cfr. Fearon, 1991; Bernstein, et al., 2000; Barma, et al., 2016).

Los combates por el futuro

De manera sintética podemos decir que el futuro se proyecta con un doble propósito. Por una parte, entender las consecuencias de nuestras acciones y modo de funcionamiento actual; por otra, encontrar maneras para mitigar, adaptar o revertir los peores efectos8.

En ese sentido, así como la historia es siempre un campo de batalla para encontrar significado a las acciones del presente, asunto que los historiadores conocen de sobra -recordemos la obra de Lucién Febvre de 1971 “Combates por la Historia”-, la imaginación del futuro es también una herramienta crítica y, por tanto, incómoda y hasta libertaria, para desnudar la contemporaneidad. Desde esta perspectiva, las elaboraciones sobre el pasado y sobre el futuro comparten una epistemología.

En la actualidad hay todo un campo del saber ligado a la elaboración de escenarios futuros. En términos generales, las proyecciones siguen, con un gran refinamiento metodológico, una pregunta básica y su tratamiento por medio de una secuencia de pasos.

La pregunta, como ya enuncié antes, es: “¿qué pasaría si?” Parece una interrogante sencilla, pero encierra una gran complejidad, porque implica una serie de reglas metodológicas estrictas, orientadas a la elaboración de proyecciones disciplinadas e idóneas a entender las consecuencias e implicaciones de un problema que se está procurando entender.

Sin disciplina, podría uno imaginar mundos en los que las “vacas vuelan” y los “perros hablan y conducen vehículos”, pero se trata de elaboraciones con poca relevancia para pensar críticamente los problemas actuales. No digo que no pueda haber especulaciones libres que adquieran, tiempo después, relevancia como premoniciones. Pienso, por ejemplo, en las imaginaciones de Julio Verne sobre el viaje submarino, o en la anticipación del genial Da Vinci sobre la máquina voladora hace más de seis siglos.

Vuelvo a mi tren de pensamiento. A pesar de toda la sofisticación metodológica que ha logrado la prospectiva aplicada a la resolución de problemas actuales a partir de métodos y data científicos, usualmente se aplica una serie pasos analíticos9:

• primero, entender: es decir, calibrar las relaciones entre los factores de interés dentro de un sistema para crear un modelo estilizado del funcionamiento de la realidad;

• segundo, modelar: es decir, expresar tales relaciones como como un sistema de algoritmos más o menos complejos, de manera que las magnitudes específicas puedan ser manipuladas en uno u otro sentido de acuerdo con ciertas estipulaciones;

• tercero, alterar: es decir, formular los “¿qué pasaría si?”, las disrupciones o alteraciones en el comportamiento de uno o varios factores, para comprender sus efectos sobre el comportamiento del sistema en su conjunto;

• cuarto, observar: es decir, entender los “puntos de quiebre” o umbrales a partir de los cuales cambios en el nivel de intensidad de una alteración provocan cambios cualitativos en el funcionamiento del sistema, produciendo nuevos senderos de evolución.

• quinto, descubrir: es decir, modelar los efectos de estos cambios cualitativos sobre las condiciones actuales.

• finalmente, prescribir: es decir, formular sugerencias para ajustar las condiciones vigentes a fin de evitar la entropía generada por alteraciones modeladas.

Precisamente por esta secuencia metodológica, decía yo que el futuro es, parafraseando a Febvre, un combate por el presente. Que esto es así lo demuestra patentemente la feroz lucha política alrededor de la modelística prospectiva sobre la crisis climática de origen antropogénica.

Quienes la niegan, por las razones que sean, atacan los fundamentos técnicos y metodológicos de los supuestos y estimaciones en los que se basan los escenarios prospectivos. Atacan, por cierto, la proyección de futuro en particular, aunque no la posibilidad de imaginar futuros, que es una cualidad inherente al ser humano. Lo que dicen es que ese futuro no es “real”, perdonen aquí el juego de palabras, en el sentido de que su probabilidad de ocurrencia es muy baja, lo cual lo hace trivial.

Un excursus

Antes de seguir quiero hacer una breve excursión (excursus) motivado por el hecho de que pronuncio esta conferencia aquí, en UCREA, un espacio que por naturaleza es multi y transdiciplinario.

La metodología de escenarios futuros no es privativa de las ciencias naturales, las ingenierías y las ciencias sociales, aunque pueda uno encontrar ahí el mayor refinamiento y sofisticación metodológica y técnica. Está presente también y de manera muy prominente, en las artes.

Pensemos en la literatura. Recordemos, por ejemplo, las novelas “1984” de George Orwell y “El mundo feliz” de Aldous Huxley, dos obras cumbres del siglo XX. Orwell proyectó las prácticas totalitarias de las dictaduras europeas de mediados de siglo pasado y las escenificó en un contexto tecnológico distinto, mucho más avanzado, que permite a un gobernante un control político absoluto sobre los gobernados.

Por su parte, Huxley, más sociológico y complejo a mi juicio, proyecta a un futuro aún más distante las asimetrías de poder y condiciones de vida de la sociedad de clases. En su imaginación estas asimetrías pasan de ser relaciones sociales maleables, a una determinación biológica invariante, mediante la producción industrial de seres humanos a partir de la manipulación genética.

Como en “1984”, “El mundo feliz” imagina un futuro en el que la revolución tecnológica se alía con los dueños del poder político para crear sociedades radicalmente opresivas. Así vista, la tecnología no está al servicio potencial de la libertad, como lo creían los pensadores de la Ilustración, Hegel y el mismo Karl Marx, -que la revolución tecnológica había creado las condiciones para que, finalmente, la humanidad pudiera liberarse del “mundo de la necesidad”- sino que, para estos autores anti-utópicos, la tecnología se convierte en una herramienta medular para la opresión social y política.

La literatura de ciencia ficción en términos generales está también predicada sobre la proyección exagerada de ciertas condiciones de la contemporaneidad, para a partir de ella crear mundos alternativos. Pensemos en ese sentido, en la ambiciosa secuencia de las llamadas “novelas de la fundación” escritas Isaac Asimov,
una especie de “historia del futuro”, cuidada hasta en los detalles menores, que por cierto descubrí una vez que quedé varado en un aeropuerto y, en apenas el comienzo, no logré parar de leer por casi 24 horas. O esa joya deliciosa “Fahrenheit 451” de Ray Bradbury, mucho más sintética, pero con gran profundidad y mordiente, en la que fantasea acerca de la materialización del mundo del “muera la inteligencia” del general golpista Millán Astray, grito pronunciado en los albores de la Guerra Civil española de 1936.

A este punto quiero hacer justicia con un ídolo de niñez, que mencioné en pasando hace rato: Julio Verne. Resulta que una novela suya descubierta hace pocos años, titulada “París en el siglo XX” rompe con su imagen como soñador inconsecuente y divertido, y utiliza su capacidad imaginativa para modelar un oscuro mundo futuro.

Prosigo. En la pintura, por hacer una rápida mención, tenemos la denominada “pintura futurista”, más radical que el mismo cubismo en la de-construcción de la estética tradicional, pero también más abrazada a la sustitución de la naturaleza por un mundo en el que no hay espacio ni una temporalidad definida para la cálida luz del sol y los verdes de la naturaleza, solo individuos rodeados de condiciones más o menos hostiles o, muchas veces, mundos sin seres humanos.

En el cine han proliferado las cintas distópicas, que constituyen en la actualidad toda una robusta y vigorosa industria. Por lo general, las cintas son “primas cercanas”, con sus matices, de las obras ya señaladas de Orwell y Huxley. No sé si ustedes han visto las formidables “Blade Runner”, la original y la más reciente secuela, o las “Mad Max”, a las que siempre encuentro recreadas el binomio tecnología y poder como elemento catastrófico. La cinta “Metrópolis” de 1927, de Fritz Lang, debe ser vista como una obra pionera y monumental, por su contenido argumental y su estética, del pensamiento distópico del siglo XX.

Esta limitada excursión por las artes, lo admito, me permite, sin embargo, plantear lo siguiente: no es necesario el empleo de modelos matemáticos sofisticados para la proyección de mundos futuros.

Preciso todavía más: se puede hacer una elaboración rigurosa de un escenario futurístico mediante la combinación de imaginación, estética y deducción. Se trata de una potente mezcla:
la imaginación permite fabular; la estética insufla vida a la fabulación, dotándole de un manto de realismo, y la deducción introduce rigor en la construcción del mundo imaginado.

Las artes nos proponen una variante a la secuencia que antes describí sobre los pasos metodológicos en la construcción de escenarios futuros a partir de la modelística basada en la aplicación de razonamiento matemático.

Esa variante puede ser tanto o más eficaz y aguda para la formulación de las proyecciones futurísticas que en el caso de las ciencias naturales y las ingenierías, pues entramos en mundos imaginados que dependen enteramente de la capacidad fabuladora y el rigor deductivo del autor. A cambio de una paleta descriptiva más rica, pierden casi toda la potencia “prescriptiva”. En ese sentido, es más una futurología “espejo”, que desentraña los riesgos y desafíos de la contemporaneidad, y menos una herramienta concreta para la acción.
Es más crítica social que ingeniería social.

La mal praxis en la futurología

La futurología no es, evidentemente, una ciencia exacta. Pese a que en la actualidad es posible efectuar, a partir del gran desarrollo del poder computacional y el acceso a un acervo de datos, complejos y detallados escenarios a futuro, a partir de bases masivas de datos, los resultados que se obtienen siempre dependerán, de una u otra manera, de una serie de supuestos, explícitos o implícitos, así como de las limitaciones inherentes de la información. Por más avances que hayamos hecho en esta materia, los datos siempre tienen limitaciones a la hora de traducir la complejidad de lo que pretenden medir.

Con frecuencia nos enamoramos de los resultados que obtenemos al aplicar la modelística compleja al análisis de escenarios. Sin embargo, no debemos olvidar que no sustituyen la realidad, ni sustituyen la inherente incertidumbre y contigencia de las acciones humanas. Aún cuando podamos acoplar modelos predictivos al estudio de escenarios, la predicción siempre está basada en la probabilidad.

Ciertamente, la predicción puede convertirse en una profecía autocumplida que aplique el teorema de Thomas: “cuando las cosas se definen como reales, estas son reales en sus consecuencias”. Aún en estos casos, es un curso de evolución que, ex ante, no deja de ser probabilístico. Nada sustituye la capacidad de agencia humana10.

Contra la distopía

Al inicio de esta presentación formulé un mundo distópico para imaginar un futuro para Costa Rica, uno por cierto, que quisiera evitar fuere nuestro destino. Es una evolución posible y probable si, como sociedad, no hacemos algo distinto. Sobre este asunto elaboré con cierto detalle.

A este punto la pregunta inevitable, entonces, es: ¿qué hacer? ¿qué se puede hacer para evitar un desenlace así? Esta es una cuestión clave para la ciudadanía costarricense contemporánea y, como argumentaré brevemente en el cierre, para las universidades públicas.

La metodología que empleé para formular mi prospectiva es, sin embargo, claramente limitada para responder estas interrogantes urgentes. ¿Por qué?

Al no estar sustentada en una modelística compleja, la imaginación mía se asemeja más a la futurología propia de las artes, que a los ejercicios propios de las ciencias sociales y, más específicamente, de las ciencias naturales y la ingeniería. En este sentido, sirve más para alertar, para tomar conciencia, que para proporcionar evidencia científica acerca de la estimación de los efectos específicos de seguir haciendo “más de lo mismo” o para formular recomendaciones concretas de política pública. Reconozco sin problemas esta limitación, cuya superación hubiese implicado un modelaje fuera del alcance de esta charla.

Empero, no creo equivocarme si afirmo que esta imaginación sociológica tiene elementos sugerentes más allá de la crítica social pura y el deseo de sonar una alerta. Me parece que plantea una premisa a partir de la cual poder desarrollar una prospectiva más sofisticada y precisa. Para ello usé lo que en ciencias políticas, Robert Bates, Margaret Levi y colegas (1998) llamarían “las narrativas analíticas”: una herramienta metodológica para elaborar casos específicos a partir de tendencias estructurales de más largo aliento11.

Lo pongo de esta manera: si “más de lo mismo” nos condena a no resolver los problemas que desencadenarían un escenario como el que he sugerido -un verdadero purgatorio en la tierra- entonces, no tenemos otra salida que buscar caminos para hacer las cosas de manera distinta, muy distinta a como la hemos venido haciendo al menos durante el presente siglo.

Soy más preciso en esta consideración y la formulo así:

Costa Rica es un país condenado a la innovación científica y tecnológica, en un sentido amplio: social, ambiental y propiamente técnica. Lo que en otras naciones es un ingrediente deseable para participar con ventaja en la sociedad global y hacer frente a escenarios de crisis climática, en nuestro caso es un factor indispensable para la sobrevivencia. Sin innovación no hay viabilidad nacional.12

Las razones de esta centralidad de la innovación se derivan del anudamiento, en la época actual, de cuatro elementos:

• los límites impuestos por nuestra particular dotación de factores;

• la necesidad de preservar nuestros logros en desarrollo humano;

• la particular convergencia en el tiempo actual de crisis de diversa naturaleza; y

• la necesidad de sobrevivir a los cambios globales.

Empecemos por el tema de la dotación de recursos. Costa Rica es una nación en cuyo territorio los yacimientos fósiles o minerales conocidos no parecen ser de una escala tal como para construir sobre ellos una economía extractiva capaz de generar “ingresos fáciles” tal y como ocurre en otros países como Chile o Venezuela en América Latina; Rusia, Noruega y varios países del Oriente Medio. Además, en plena revolución energética, la apuesta por convertirnos en productores de combustibles fósiles nos coloca en una situación sumamente precaria. Varios países productores de petróleo, por ejemplo, están tomando medidas para reducir la dependencia de sus economías de la producción de hidrocarburos.

El factor que el país posee en abundancia -biodiversidad- no admite una explotación extractiva y su aprovechamiento no depende de procesamientos industriales sencillos. Su uso sostenible requiere de una fuerte inversión en conservación y en conocimiento científico tecnológico, para sostener el acervo patrimonial y desarrollar aplicaciones en distintas áreas de la vida social.

Por otra parte, Costa Rica posee un pequeño territorio continental. No tiene extensas superficies para implantar una producción a gran escala de monocultivos como en Sudamérica o en las extensas planicies de Eurasia. La producción agrícola lidia con una fuerte restricción en la oferta de suelos, la reserva de una tercera parte del territorio por motivos de conservación ambiental y competencia con usos alternativos. Ello obliga a altos niveles de productividad para compensar la escasez
de terrenos aptos.

Nuestra pequeñez territorial impone además límites especialmente estrechos al uso insostenible del patrimonio natural. El país tiene poco margen para absorber catástrofes ambientales: un desastre a gran escala en una zona pone en riesgo la biodiversidad del conjunto. El desecamiento del Mar de Aral en Rusia es un desastre ecológico, pero, pese a ello, ese país conserva una amplia disponibilidad de tierras agrícolas en otras zonas. Nosotros carecemos de ese lujo. El extenso mar territorial del país (diez veces la superficie continental) no alivia la restricción citada y, por el contrario, impone nuevas obligaciones de uso responsable.

Costa Rica posee una población reducida. Como señalé al inicio, a mediados de siglo apenas sobrepasará los 6 millones y se estabilizará de ahí en adelante. Países más grandes siempre tienen la opción de dinamizar su economía basados en el uso intensivo de una amplia oferta de mano de obra poco calificada. Nuestra poca población hace inviable esta estrategia.

Entonces, ¿qué hacer ante la imposibilidad de montar una economía extractiva o monocultivista, ante los exigentes requerimientos del uso responsable de nuestra principal dotación (biodiversidad), ante la reducida dotación de población?

Me parece que no hay otra opción que invertir en la calidad de nuestra poca mano de obra para aprovechar oportunidades de desarrollo que solo emergen cuando se posee una población altamente educada y entrenada.

El imperativo de una mano de obra de alta calidad es todavía más fuerte cuando se considera que, a una generación vista, como señalé al inicio, el perfil demográfico de la sociedad costarricense se asemejará al de las envejecidas poblaciones de los países más avanzados. Por las dificultades del reemplazo generacional será indispensable que todos o la gran mayoría de los jóvenes tengan un repertorio sofisticado de habilidades, conocimientos y destrezas que los haga capaces de generar los ingresos para sostener el progreso del país, en amplio contraste con lo que sucede hoy en día. En pocos años, Costa Rica deberá encontrar las maneras de cambiar el perfil básico de su fuerza laboral, hoy mayoritariamente poco calificada.

Finalmente, el país posee una localización geográfica que impone dos retos. Su conveniente ubicación cerca del principal mercado mundial (EE.UU.) y sus relaciones con la potencia emergente (China) son una ventaja a la hora de atraer inversiones e intercambios sociales y culturales. Sin embargo, no es el único país en esta localización y la localización, per se, no resuelve los problemas de nuestro estilo de desarrollo. De ahí, la necesidad de diferenciar nuestra plataforma económica y logística en relación con otras naciones ubicadas en esta franja creando ventajas en nichos especializados que no estén al alcance de los potenciales competidores.

Por otra parte, el país pertenece a la zona tropical potencialmente más vulnerable en el mundo a los efectos del cambio climático (Centroamérica), lo que subraya la necesidad de desarrollar maneras innovadoras de mitigar y adaptarse a estos efectos. La incapacidad de hacerlo tendrá consecuencias disruptivas sobre los fundamentos económicos y ecológicos de la sociedad costarricense, como lo planteé en la distopía que formulé al inicio.

En resumen, la situación estratégica de Costa Rica, en materia de dotación de recursos, es
la siguiente:

un país sin commodities estratégicos, con limitadas ofertas de territorio y mano de obra, una sociedad en rápido proceso de envejecimiento, una localización geográfica que plantea urgentes retos económicos y ambientales y un activo principal, la biodiversidad, que no puede ser utilizado sin una importante inversión en conservación y conocimiento.

Todo esto apunta en una misma dirección: sin una fuerte dosis de innovación en la producción, organización social y política, la sostenibilidad del país quedará comprometida. Esa innovación nos obligará encontrar fórmulas heterodoxas para resolver nuestro dilema estratégico, fórmulas no probadas en nuestro contexto, para sacar el máximo jugo posible a nuestra reducida dotación de recursos.

La ralentización del desarrollo humano
y el impacto de la pandemia

Agrego ahora otra capa de complejidad.

Costa Rica es una sociedad de ingresos medios, alto desarrollo humano y una democracia estable, como coinciden en señalar los diversos informes e indicadores internacionales sobre estos temas13. Sin embargo, a lo largo del siglo XXI y, especialmente, durante la segunda década, fueron acumulándose serios problemas en la producción y distribución de la riqueza y en la sostenibilidad y funcionamiento de las instituciones del régimen de bienestar social, especialmente en salud y pensiones. En la actualidad, el país se encuentra en la denominada “trampa de los ingresos medios”, que ocurre cuando un país entra en una fase de lento crecimiento económico, que bloquea aumentos en la productividad y la inclusión social
(cf. Tossoni & Castillo, 2017).

Modificar ese desempeño de largo plazo, y revertir los síntomas más recientes de insostenibilidad, no es posible con las apuestas de desarrollo establecidas a lo largo del siglo XX. La combinación de una vieja economía agroindustrial con una nueva economía de enclaves de alta tecnología y servicios empresariales ha creado diferenciales de productividad crecientes que alimentan la desigualdad distributiva y no es plataforma suficiente para una nueva época de desarrollo acelerado y atender los nuevos desafíos provenientes de la economía internacional, la demografía y el cambio climático14.

En particular, han provocado un crónico mal desempeño del mercado laboral: tasas de desocupación históricamente altas, creciente informalidad y una segmentación entre las oportunidades laborales que genera el sector “moderno” de la economía, al alcance de un sector minoritario de la fuerza de trabajo, el más capacitado, y la destrucción de empleos en los sectores de la economía doméstica, en el cual están insertos la mayoría de la población laboral. Nuestro mal desempeño en el frente laboral tiene, pues, su raíz en la matriz estructural de nuestra economía.

Quizá el problema más urgente es la grave crisis fiscal del Estado costarricense, provocada por la combinación de una baja recaudación tributaria, altos niveles de gasto, crónicos déficits fiscales y un rápido y peligroso endeudamiento a lo largo de toda la segunda década del siglo XXI.

Por su parte, la institucionalidad pública y sus políticas tampoco alcanzan para fomentar la innovación y la productividad a todo lo ancho del tejido productivo y se enfrentan un creciente malestar ciudadano. El sistema educativo preuniversitario público muestra resultados de baja calidad, fuertes desigualdades internas y avances muy lentos15.

Así, en los próximos años la sociedad costarricense tendrá que ajustar, en democracia, su estilo de desarrollo. Requerirá implementar estrategias y políticas novedosas para enfrentar viejos y nuevos problemas que no están siendo adecuadamente atendidos.

Sin embargo, la democracia costarricense muestra síntomas de erosión en el apoyo ciudadano, un grave problema en la representación política y una creciente incapacidad para propiciar el progreso social y económico de las mayorías mediante acuerdos políticos y sociales
(Alfaro & Alpízar, 2020).

En esas condiciones de fragilidad estructural estábamos cuando estalló la pandemia por el covid 19. No es momento para un estudio en profundidad al respecto, pero sí podemos decir que muy rápidamente se generó un movimiento convergente muy negativo para nuestro país16:

• el lento crecimiento económico se transformó en una recesión;

• se dispararon la pobreza y el desempleo;

• se agravaron los problemas fiscales del Estado;

• se ampliaron las brechas estructurales en la economía dual;

• se profundizaron los problemas de sostenibilidad financiera de los sistemas públicos de educación, salud y pensiones.

Este es precisamente el momento en que nos encontramos ahora: un momento en el que, como se señaló en el Informe Estado de la Nación 2020, “se funde y se funda” la historia. Esta evaluación del momento fue la que, precisamente, motivó mi especulación futurista como herramienta para imaginar salidas a la situación actual, para poner el acento en los problemas de fondo que nos aquejan y la urgencia de un cambio de rumbo.

Y, como los problemas son extremadamente complejos, en el cambio de rumbo los eslóganes pierden eficacia: la insostenibilidad actuarial del sistema de pensiones no se arregla con las apelaciones a “derechos adquiridos”; la generación de empleo, con consignas sobre la necesidad de “reactivar la economía y crear empleo”; la mejora en nuestro sistema educativo preuniversitario, con pleitos sobre los “pluses y recargos”; nuestra baja recaudación tributaria, con presiones de que “Costa Rica no aguanta más impuestos”; la persistente baja productividad y prácticas ambientales insostenibles en el agro, con manifestaciones para “proteger a nuestros agricultores”. Podría seguir, pero creo que ustedes comprenden mi punto.

Digo que, si nuestra respuesta al complejísimo tablero estratégico que Costa Rica tiene enfrente son las consignas, es decir, la renuncia a pensar y la entrega a los intereses corporativos, la imaginación y la innovación requeridas para encontrar nuevas fórmulas para atender los problemas reales que enfrentamos no tendrán mayor chance de jugar el papel decisivo que necesitamos que jueguen.

Cierre

En un mundo revuelto por el cambio, con un horizonte abierto, nuestros pensamientos y acciones pueden ayudar, o no, a crear nuevas ideas y oportunidades de innovación, maneras de resolver los problemas de insostenibilidad de los logros del país en desarrollo humano, de contribuir a las vidas de nuestros seres queridos, nuestras
comunidades y nuestro país.

Desde esta perspectiva, mi intervención de hoy es, lo admito, una provocación sin disimulo. Quisiera resumir esta provocación de la siguiente manera:

creo que dentro de las élites políticas, económicas y, agrego, la intelligentzia en este país permea una actitud de autocomplacencia, una negativa a abandonar la zona de confort de lo conocido, en una época en la que, por la grave acumulación de desafíos y riesgos, se requieren de rápidos y profundos cambios en nuestro edificio social.

Más aún, creo que esa zona de confort se disimula bajo el manto de lo que denominaría los “pequeños conflictos de siempre”, la litigación exaltada acerca de los mismos asuntos con los recursos discursivos tradicionales: que si es mejor más mercado o más estado; que si más gasto o más impuestos; que si más apertura externa o más mercado interno; que si parlamentarismo o presidencialismo.

Sé que estas tensiones siempre estarán ahí y, desde cierto punto de vista, es natural y necesario que en una sociedad democrática haya estos enfrentamientos. El problema es cuando monopolizan la esfera pública:

¿quiénes están pensando el futuro y la viabilidad del país? ¿cuáles son las reformas que urgen implementar desde el punto de vista de los escenarios que quisiéramos evitar? ¿cómo encontramos maneras para crear acuerdos políticos que viabilicen esas reformas?

Para mí, estos son los asuntos claves que debieran concentrar nuestra atención y energía social y política. Y, si reconocemos esto, reconoceremos también que entramos en “terra incógnita”: aquí no hay recetas ni soluciones mágicas, solo la imaginación educada, alerta y conectada con las grandes necesidades de nuestra sociedad.

Si hay algo que este ejercicio de prospectiva quisiera plantear es que, para Costa Rica, este es el momento de la creatividad y la imaginación, de luchar porque en ese conflicto terrible y congénito entre los mejores ángeles y los peores demonios de nuestra naturaleza humana, finalmente
prevalezcan los primeros.

En esa compleja situación, creo que las universidades públicas tienen una especial responsabilidad de ser un vector de innovación aplicada al cambio social. No tengo tiempo ya para elaborar este punto, pero quisiera escuetamente decir lo siguiente: esa responsabilidad pasa por poner su infraestructura en ciencia y tecnología, la profundidad de su capital humano, al servicio de la imaginación y al diseño soluciones alternativas a los problemas que nos aquejan.

Esa responsabilidad, perdonen que las provocaciones no acaben a estas alturas del partido, no debieran, sin embargo, hacerse desde la postura de ser “conciencia lúcida” de la patria. La verdad es que en una sociedad pluralista, democrática y compleja como la costarricense, nadie puede arrogarse el derecho de tutelar a nadie, de arrogarse ser el verdadero intérprete de las necesidades de la patria.

Pienso en otra cosa: en una postura más humilde, pero práctica, que borre la frontera porosa entre universidad y sociedad, mediante acciones
concretas que contribuyan a generar mejores oportunidades empresariales y laborales, maneras de aumentar la productividad de nuestras actividades económicas, de encontrar soluciones a los graves problemas de insostenibilidad financiera de nuestro Estado de bienestar, de encontrar formas creativas para que nuestras políticas económicas y sociales promuevan la inclusión y equidad social.

Para eso, las universidades tienen que conversar y mucho con toda la sociedad, sin exclusiones ideológicas, para ver si pueden ser parte de los acuerdos políticos básicos que nos permitan romper las cadenas de la inercia. No ganamos mucho cayendo en el juego de las conspiraciones y la búsqueda de demonios. Creo, por el contrario, que es el momento de ser prácticos.

Durante la pandemia, por ejemplo, las universidades desplegaron iniciativas tecnológicas y de apoyo social a la población que tuvieron impactos reales. Sin embargo, me parece que hace falta mucho más por hacer y tendremos que multiplicar los resultados en estos ámbitos.

Cierro: si, como afirmé, estamos condenados a innovar si queremos un futuro mejor, finalizo entonces diciendo que la complacencia con nuestros logros históricos y la inercia de la situación actual es veneno y nos condena a un futuro que no queremos ni para nosotros ni para nuestros hijos.

Estamos en un momento extraordinario y requerimos entender bien su excepcionalidad.

Muchas gracias.

Notas

1. Sobre las variaciones climáticas puede consultarse el estudio de Hidalgo et al. (2015). En este estudio se proyecta un aumento promedio de la temperatura de 4 grados centígrados y una disminución entre el 5% y el 10% en las precipitaciones. Dicho estudio, en concordancia con otras proyecciones, señala que el norte y el centro de Centroamérica serán aún más afectadas por la variación climática. Sobre esto último, véase también: Programa Estado de la Nación. 2011. “El desafío de enfrentar el cambio climático”.

2. Las estimaciones del peso económico de las regiones se originan en dos fuentes de información del Banco Central de Costa Rica: la matriz insumo producto 2017 con desagregación cantonal y el Registro de Variables Económicas (Revec). Cfr: Guzmán y Jiménez (2020); Brenes et al. (2021).

3. Costa Rica y Panamá son el “corredor sur” de la migración centroamericana, hacia el cual se mueve cerca de uno de cada ocho migrantes internacionales de la región, véase Programa Estado de la Nación (2021, p. 387).

4. El VI Censo Agropecuario de 2014 incluyo una batería de preguntas sobre las prácticas ambientales en las unidades agropecuarias. Un análisis del Informe Estado de la Nación a partir de esta fuente de información reveló una generalizada baja incorporación de prácticas ambientalmente sostenibles. Sobre las intrusiones de cultivos en zonas protegidas, cfr: González (2019). Aquí no hago sino exagerar estas tendencias para efectos de la proyección futurista.

5. La referencia a Yuval Harari (2019) aquí es evidente, en relación con el maridaje que plantea entre biotecnología y las tecnologías de la información.

6. La elaboración de escenarios es fundamental en la planificación geopolítica y militar. Cfr. Heath & Lane (2019).

7. El análisis contrafactual típico de los estudios económicos es, por naturaleza, una metodología de escenarios. Los economistas tradicionalmente han combinado el estudio contrafactual para determinar el costo de oportunidad de las cosas y, con mirada de más largo plazo, han utilizado la econometría como el instrumental preferido. En años recientes, sin embargo, la disciplina se ha vuelto más ecléctica. Sobre este punto puede consultar Rodrik (2015).

8. Sobre los usos de la metodología de escenarios futuros para la investigación, cfr: Ramirez et al. (2015).

9. Una presentación didáctica sobre la diversidad de estrategias y metodologías para la elaboración de escenarios futuros puede encontrarse en: Iversen (2015); Kosow y Gassner (2008).

10. Un evento deportivo reciente permite ilustrar este punto: la final del torneo de fútbol masculino Eurocopa 2021 entre Inglaterra e Italia, que se decidió por cobros de penalties luego de no lograr desempatarse el partido en tiempo regular y extraordinario. La selección de los cobradores ingleses, y su orden, fue establecida por modelos predictivos basados en el análisis de datos masivos utilizando las metodologías más sofisticadas. Inglaterra perdió: los futbolistas más hábiles para este tipo de faenas fallaron en el momento definitivo, a pesar de que las probabilidades de que lo hicieran eran las más bajas entre todo el equipo. Probablemente si hubiese habido “n” tandas de penalties, y no solo una, Inglaterra hubiese emergido victoriosa. Cfr. Torres (13 de abril de 2021).

11. Sobre la importancia y el uso de escenarios narrativos para destacar problemas y desafíos véase: Peperhove et al. (2019), en particular, la sección primera del libro que trata sobre los aspectos metodológicos.

12. Esta parte de la conferencia está basada, con adaptaciones, en el corto escrito publicado en el Plan Nacional de Ciencia, Tecnología e Innovación 2015-2021 titulado “Prosperidad”.

13. Cfr: los informes del PNUD sobre desarrollo humano en el mundo ponen a Costa Rica dentro de la categoría de países de alto nivel de desarrollo. Sobre los índices internacionales que califican al sistema politico costarricense como una democracia plena cfr. los reportes anuales del Economist Intelligence Unit y del proyecto Varieties of Democracy (V-DEM). Sobre el desarrollo social y el Estado de bienestar de Costa Rica puede verse Martínez Franzoni y Sánchez-Ancochea (2013).

14. Sobre las insuficiencias del estilo de desarrollo, véanse los Informes Estado de la Nación 2015-2017. También: OECD (2020).

15. Véase: Informes Estado de la Educación 2015, 2017 y 2019 del Programa Estado de la Nación. En este sentido: OECD (2017).

16. No solo en nuestro país, sino alrededor del mundo. América Latina, sin embargo, parece ser la región en la que el golpe pandémico ha tenido mayores repercusiones sociales, económicas y políticas. Cfr: The Economist Intelligence Unit (2021); Chen y Barrett (2021).

Referencias:

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Harari, Y. (2019) 21 lecciones para el siglo XXI. Debate.

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Kosow, H., & Gassner, R. (2008). Methods of future and scenario analysis: Overview, assessment, and selection criteria. German Development Institute.

Martínez Franzoni, J. y D. Sánchez-Ancochea. 2013. Good Jobs and Social Services: How Costa Rica Achieved the Elusive Double Incorporation. Palgrave Macmillan.

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Este texto fue parte del Ciclo de
Conferencias Académicas de UCREA 2021.