Carlos Alberto Navarro Fuentes

La humildad intelectual como epistemología

de la virtud. Un problema con el conocimiento

Tenía genio, un nombre distinguido, una alta posición social, brillantez, audacia intelectual:

convertí el arte en una filosofía y la filosofía en un arte: alteré la mente de los hombres y los colores de las cosas: nada de lo que dije o hice que no lo hiciera hacer que la gente se pregunte: tomé el drama, la forma más objetiva que conoce el arte, y lo convertí en un modo de expresión tan personal como la lírica o el soneto, al mismo tiempo que amplié su alcance y enriquecí su caracterización: drama, novela, poema en rima, poema en prosa, diálogo sutil o fantástico, todo lo que toqué lo hice hermoso en un nuevo modo de belleza:
a la verdad misma le di lo que es falso no menos que lo que es verdadero como su legítimo dominio, y demostré que lo falso y lo verdadero son meras formas de existencia intelectual. Traté el arte como la realidad suprema y la vida como un mero modo de ficción: desperté la imaginación de mi siglo para que creara mitos y leyendas
a mi alrededor: resumí todos los sistemas en una frase y toda la existencia en un epigrama.

Oscar Wilde. De Profundis

Resumen: Reflexiono sobre la humildad intelectual problematizándola desde una perspectiva epistemológica de la virtud y la relación que guarda con la producción y divulgación del conocimiento en la vida académica y científica, y algunas otras complicaciones a las que se enfrenta como la arrogancia, la vanidad y el servilismo intelectual.

Palabras clave: humildad intelectual, epistemología de la virtud, conocimiento, sujeto epistémico, ética

Abstract: I reflect on intellectual humility, problematizing it from an epistemological perspective of virtue and its relationship with the production and dissemination of knowledge in academic and scientific life, and some other complications that it faces such as arrogance, vanity and intellectual servility.

Keywords: intellectual humility, epistemology of virtue, knowledge, epistemic subject, ethics

Introducción

El objetivo fundamental del trabajo consiste en reflexionar sobre la humildad intelectual en la vida académica y científica, por lo que se discurre acerca de esta explicando de qué se trata y en qué consiste, mostrando que no es ni un concepto ni un problema nuevo y cuya necesidad de existencia viene detectada desde hace un par de milenios. La humildad intelectual se muestra como un problema ético y epistemológico, por la relación que guarda con las virtudes morales e intelectuales, así como con las limitaciones y problemas que encierra el conocimiento.
Para ello, metodológicamente se procede a realizar una investigación exhaustiva de la bibliografía producida por expertos para definir otros conceptos claves en la literatura sobre el tema y con los cuales guarda una relación directa, a saber: sujeto epistémico, virtud epistémica, epistemología de la virtud, entre otros, explicando cómo se relacionan entre sí, y por qué es deseable y posible la humildad intelectual para pensar problemas de la realidad compleja que se vive en la actualidad.

Se sostendrá la tesis de que las condiciones de competitividad, logro, productividad y éxito en la labor académico-científica ‒aunadas la arrogancia, vanidad y servilismo intelectual‒ producen desacuerdos que complican la posibilidad teórico-práctica de la humildad intelectual. Es posible afirmar con verdad que el conocimiento adquirido y puesto en práctica resulta en una virtud intelectual, de un esfuerzo cognitivo realizado con la mente ‒no sin el cuerpo por supuesto‒ y que ha requerido de cierto tipo de esfuerzos para su logro. Dicho conocimiento supone al menos en principio una creencia afortunada, lo cual no quiere decir por azar o casualidad, sino en virtud ‒en todo caso‒ de cierta causalidad que puede involucrar a la especulación, el accidente, la refutación, la reflexión crítica, la experimentación (ensayo y error, inducción, etc.), la observación, entre otras.

El conocimiento producido intelectualmente y considerado ‘virtuoso’ no será considerado como tal ‒en términos teóricos al menos‒ si se trató de uno que ha sido resultado de la ‘mera fortuna’, sin que por ello deje de ser sí es el caso, un conocimiento luego de haber sido sometido a las pruebas convencionalmente establecidas. Por consiguiente, el conocimiento virtuoso será plenamente reconocido como tal cuando este sea producto de la virtud (intelectual) mencionada, sea ético en su proceder, adquisición, formulación, aplicación o puesta en práctica, es decir, su ejecución en la realidad y la posibilidad de ser transmitida lo sea de igual manera: ética y virtuosa.

Los epistemólogos de la virtud difícilmente podrían considerarse éticos e intelectualmente humildes, si no tomasen en cuenta dentro del ámbito de la epistemología preguntas del tipo: ¿cómo un conocimiento o una serie de conocimientos generados transdisciplinarmente podría servir a los fines éticos prácticos de la aplicación concreta de este en aras de alcanzar un bien común en beneficios de un problema de género, o relacionado con la tolerancia, o con producir algo de manera más amigable con el medio ambiente, entre otros?; o, ¿cómo un conjunto de saberes prácticos producidos por una comunidad conformada por un ‘pueblo originario’ o una cultura autóctona ancestral, podrían funcionar en la recuperación del medio ambiente en un territorio que presenta condiciones de erosión y desertificación severa, provocada en gran parte por la contaminación generada por el cambio de uso en el suelo?

Lo anterior no es lo mismo que afirmar que cualquier pregunta relacionada con el valor deba considerarse valiosa epistemológicamente, ni necesariamente considerarse dentro del ámbito de la epistemología de la virtud. En cambio, reflexionar críticamente al respecto podría ofrecer ideas y vericuetos intelectuales productivos para la filosofía, la ética y sobre todo para la epistemología, pues lo que bien podría estar en el centro de la reflexión es si la epistemología puede sernos útil para pensar ‒epistemológicamente‒ el problema del valor asociado con la ética tanto en términos teóricos como prácticos.

Considerar valiosas las reflexiones anteriores ‒no obstante, de poder indudablemente presentarse y escribirse de mejor manera a como aquí se han planteado‒ puede dar señales de estarse aproximando a una actitud intelectualmente humilde. Las teorías de la ética de la virtud se preguntan básicamente qué es lo que hace buena a una persona. En el caso del trabajo aquí realizado, la pregunta se extiende un poco más para volverse más específica: ¿Qué es lo que hace intelectualmente virtuosa a una persona? Los epistemólogos de la virtud tenderán a definir grosso modo el conocimiento como una creencia verdadera, virtuosamente formada porque es verdadera y verdadera porque ha sido virtuosamente formada. La epistemología de las virtudes intenta explicar por qué el conocimiento es más valioso que la mera creencia, opinión o suposición afortunada, entre otras cosas.

Pero ¿qué es la humildad intelectual? No es algo sencillo de hacer, de hecho, quien esto suscribe no considera que sea intelectualmente humilde acotar la combinación de ambos términos con una definición, pero sin duda se aportarán los elementos necesarios para aproximarnos a una definición que se aleje de los extremos de la arrogancia, la vanidad y el servilismo intelectual. Ian Church y Justin Barrett (2016) consideran que:

El problema, sin embargo, es que es sorprendentemente difícil conseguir una sólida comprensión conceptual, teórica y empírica de la humildad intelectual. La humildad intelectual a veces se ha delineado explícitamente como un subconjunto de conceptos como la humildad y la sabiduría. Por ejemplo, la investigación sobre las concepciones populares de la sabiduría revela componentes como la mentalidad abierta, no tener miedo de admitir y corregir un error y escuchar todos los aspectos de un problema (lo que Sternberg [1985] llama “sagacidad”) que resuenan con la humildad intelectual, pero ¿qué pasa con la humildad intelectual misma? Si no comprendemos con precisión qué es la humildad intelectual, seremos incapaces de explorar el significado completo de la humildad intelectual (tanto práctica como académica) con la precisión que se requiere. (p. 3)

Por su parte, Ian Church y Peter Samuelson (2016), nos ofrecen la siguiente definición de la humildad intelectual:

Con demasiada frecuencia, cuando se hace frente a preguntas difíciles, las personas tienden a ignorar y marginar la disidencia. En todo el mundo, la política suele polarizar en magnitudes significativas; y, en muchas partes del orbe resultar peligrosa en extremo. Ya sea el fundamentalismo cristiano, el yihadismo islámico o el ateísmo militante, el diálogo religioso sigue teñido por una arrogancia aterradora y deshumanizadora, plagado de dogma e ignorancia. Por lo anterior, el mundo necesita más personas que sean sensibles a reconocer posibles fallas en sus propios intereses intelectuales; que sean más propensas a considerar ‘que es posible’ que sus creencias políticas, religiosas y morales ‘puedan estar equivocadas’. El mundo necesita más humildad intelectual. Pero el significado de humildad intelectual no es del todo práctico; tiene importantes implicaciones teóricas y científicas, y es fundamental sobre todo en proyectos del ámbito filosófico y psicológico. (p. 2)

Quien esto escribe, propone entender la arrogancia como la disposición a ‘inferir’ algún derecho no legítimo, viciado por medio de pretender una supuesta superioridad de quien actúa arrogantemente respecto del otro sobre quien se establece dicha actitud, en pensamiento, actuación y sentimiento sobre la base de esa creencia. La vanidad es otra forma de comportamiento o conducta que, aunque se suele tratar como sinónimo de arrogancia, presenta una diferencia importante respecto de esta. El o la vanidosa, menos preocupados por marcar superioridad respecto de alguien más, muestran una preocupación desmedida por que los otros tengan por este o por esta una especial consideración.

La arrogancia y la vanidad pueden verse como algo que subsiste o tiene muchas veces presencia ‘entre líneas’, o intertextualmente o como falsa modestia, por ejemplo, Valery Tiberius y John Walker (1998) consideran a la arrogancia como una suerte de inferencia:

la persona arrogante tiene una alta opinión de sí misma. Se diferencia de la persona segura de sí misma [al concluir] (…) que es una mejor persona de acuerdo con los estándares generales que rigen lo que cuenta como un espécimen humano exitoso. (p. 382)

El problema del valor nos lleva al diálogo de Menón de Platón. Este filósofo griego, como es sabido, estaba en contra de los poetas y la poesía, de la doxa por considerarla cercana a la mentira, la simulación, lo irracional, entre otros nombres que podrían dársele a todo lo que este consideraba ‘no verdadero’. Entonces la pregunta que debe hacerse es: ¿por qué valoramos el conocimiento sobre la mera creencia verdadera o por qué el conocimiento es más valioso que la mera creencia verdadera? Históricamente, el concepto de humildad se ha utilizado sobre todo en terrenos religiosos y filosóficos. En la modernidad, no se trató como objeto de estudio, sobre todo por verse como algo más negativo que positivo para el progreso y el avance científico (conceptos que se desprenden de un imaginario radicalmente secularizado). En el caso de las personas también adquirió una connotación de pobreza, miseria, abnegación, debilidad, marginalidad y residuo.

En este trabajo, la humildad se concibe como humildad epistémica (y epistemológica) como ya se ha mencionado, por lo que viene relacionado con las habilidades cognitivas que habrían de desarrollarse para proceder más humildemente en la producción de conocimiento y para que su transmisión se lleve a cabo en términos similares. Para Robert Roberts y Jay Wood (2003), la humildad intelectual debe ir de la mano de la humildad epistémica intermediadas por las virtudes epistémicas desarrolladas y puestas en práctica por los sujetos epistémicos, con el objetivo de colaborar conjuntamente en beneficio de la producción y el tratamiento del conocimiento:

Nuestra tesis es que la humildad intelectual fomenta ciertos fines intelectuales cuando se conjuga, en una personalidad, con otras virtudes epistémicas. Nuestra afirmación no es que todas las personas que carecen de humildad concurrirán en todos los aspectos en vicios epistémicos; incluso pensamos que en ocasiones la vanidad, la arrogancia y otros vicios contra la humildad pueden contribuir a la adquisición, el refinamiento y la comunicación del conocimiento. Afirmamos que, a la larga, casi todo el mundo estará epistémicamente mejor por tener humildad epistémica y tener colaboradores epistémicos que la tengan. (Roberts & Wood, 2003, p. 251)

Para Jesper Kallestrup y Duncan Pritchard (2016) si se traslada a un contexto epistémico, la humildad sería la cualidad de tener una

visión humilde de las habilidades cognitivas de uno en relación con el conocimiento, y no considerarlas epistémicamente mejores que las habilidades cognitivas de los demás. Sin embargo, en una concepción tan exclusivamente negativa, la humildad intelectual es difícil de concebir como una virtud junto con otras virtudes intelectuales, por ejemplo, apertura mental, diligencia, etc. Después de todo, si las habilidades cognitivas de uno son genuinamente mejores en un aspecto epistémico importante en comparación con otros individuos epistémicos, ¿por qué hay algo virtuoso en degradar o degradar las propias habilidades, en comparación con esos individuos? Hacerlo obstaculizaría en lugar de promover las búsquedas epistémicas de uno, al socavar el papel que esas habilidades podrían desempeñar en la generación o el mantenimiento del conocimiento. (pp. 540-541)

Sirva como introducción esta serie de preguntas aquí establecidas y la reflexión que las acompaña para adentrarnos en la esfera de la humildad intelectual, la epistemología y la ética (entendida no solo, pero principalmente como aquello que media entre la virtud moral y la virtud intelectual) en el intento que se realiza en común para atender problemas complejos de la realidad contemporánea, que no solo recaen en el campo del pensamiento y su aplicación práctica, sino que aportan sospechas y dudas sobre la manera en la cual aprendemos, razonamos, conocemos y transmitimos el conocimiento a los demás.

Epistemología de la virtud.

¿Por qué es valioso el conocimiento

y qué es lo que hace que lo sea?

Aristóteles solía diferenciar entre dos tipos de virtudes, por un lado, estaban las virtudes morales o prácticas, que debía mediante su práctica coadyuvar a formar personas cuyas acciones tendieran a perseguir el bien. Estas se relacionaban más con los rasgos de carácter o personalidad. Por otro lado, estaban las virtudes intelectuales, las cuales también debían formar personas ‘excelentes’ en su forma de pensar, elegir, decidir y razonar. ‘Virtud’ y ‘excelencia’ eran sinónimos para el Estagirita. La templanza, el coraje, la moderación y la prudencia (virtud política más preciada en la que debía formarse el político según Aristóteles) son ejemplos de estas virtudes.

Se comentó en la introducción que el conocimiento -diferenciado de la mera creencia u opinión- resulta una suerte de virtud intelectual, de excelencia en términos aristotélicos entendida también como virtud intelectual ‒como ya se mencionó‒ para ‘aspirar’ a llevar una vida ordenada, moderada y con prudencia, tanto en la vida pública como en la vida privada, de allí que quienes conocen, sujetos racionales ‒cognitivos y epistémicos‒, sean ‘practicantes’ susceptibles de ser informados por la epistemología de la virtud (psicológicamente realista, a su vez, puesto que lo hacen en la misma corriente en la cual circulan las ciencias cognitivas y el funcionamiento de la mente humana. ¿Por qué practicantes? Porque según Aristóteles, el sujeto se volvía prudente practicando y viviendo la prudencia, lo mismo sucedía con la moderación, la templanza y la valentía. Por epistemología de la virtud se entiende:

La epistemología de la virtud se centra en el proceso mediante el cual se forman las creencias, y se analiza específicamente si la creencia fue formada o no por un ‘conocedor’ intelectualmente virtuoso. Algunos han afirmado que la humildad intelectual se encuentra entre las virtudes intelectuales. De esta manera, la humildad intelectual puede considerarse fundamental para el conocimiento mismo. Es más, la humildad intelectual puede parecer incompatible con la noción de que uno puede aferrarse a sus armas (intelectualmente hablando) cuando se enfrenta a otros que son igualmente inteligentes y están bien informados, pero que tienen puntos de vista opuestos, incluso incompatibles. Y, sin embargo, aunque ceñirse a sus armas y ser intelectualmente humildes parece incompatible, incluso los individuos paradigmáticamente humildes, intelectualmente a veces (con razón suficiente) mantienen sus posiciones ante tal desacuerdo. La importancia epistémica del desacuerdo entre pares es un tema candente en la actualidad, epistemológicamente relevante para la humildad intelectual (y viceversa). (Church & Samuelson, 2016, pp. 2-3)

¿Cómo podría la humildad intelectual contribuir de manera plausible al poder de nuestras facultades intelectuales? Las virtudes del carácter coadyuvan al mejor funcionamiento de las virtudes intelectuales. Desalienta a las personas a ser demasiado autosuficientes, lo que lleva a la adquisición de creencias más verdaderas. Esto explicado de forma general, puesto que las vertientes y fuentes del conocimiento son vastas, y no menos lo son las perspectivas sobre las virtudes intelectuales y sobre el conocimiento: perceptivo, científico y moral, entre otros.

Lo anterior puede llevar a sugerir una especie de matriz entre tipos de conocimiento y de virtudes intelectuales, y lo mismo podría suceder con los tipos de razonamiento y de argumentación que suelen acompañar a diversos tipos de lógica informal, pero no se va a ocupar de esto este trabajo, el cual tiene como principal objetivo: la humildad intelectual. Las virtudes intelectuales deben considerarse indispensables por su capacidad para dar cuenta de la herencia y de la tradición de las cuales adquirimos el conocimiento que tenemos del mundo y del pasado.

Aquí resulta muy interesante considerar la explicación unitaria sobre las virtudes intelectuales y morales que da Linda Zagzebski (1996), a partir de la explicación que da Aristóteles sobre las virtudes morales. Por su parte, la psicóloga June Tangney, escribió un artículo en el año 2000 (posteriormente actualizado en 2009) en el que identificó seis componentes de la humildad intelectual. El primero era la voluntad de verse a sí mismo con alguien que demostraba precisión cuando hablaba o externaba conocimiento, entendimiento que considera no suele ser tan común como parece ser. Hay poco conocimiento de uno mismo, lo cual necesariamente tendería a complicar el autoexamen, la autocrítica y podría hacer mella en la concepción positiva que pudiese experimentar el sujeto sobre sí mismo con las consecuencias del caso. En segundo lugar, se refirió a tener una perspectiva precisa del lugar que uno ocupa en el mundo. Estar ubicados en el presente. En tercer lugar, la capacidad para reconocer los errores y las limitaciones personales. En cuarto lugar, estar abiertos a nuevos conocimientos, perspectivas y experiencias. En quinto lugar, conducirse con un perfil bajo. Finalmente, en sexto lugar, ubicó la apreciación del valor por todas las cosas, sin prejuicios ni estereotipos culturales o ideológicos.

Como puede observarse, esta concepción como toda otra que encontremos sobre la humildad intelectual tendrá que plasmarse en términos complejos, multidimensional y transdisciplinarios en cuanto a su enfoque, su práctica y su estudio dentro y fuera del sujeto epistémico, de las virtudes epistémicas en juego y necesarias para conducirse virtuosamente, del espacio epistémico, de las relaciones intersubjetivas entre pares epistémicos, entre otros factores determinantes que hagan factible la humildad intelectual en un mundo cada vez más competitivo.

Lo que queda claro a partir de la teoría y la investigación es que la humildad generalmente se concibe como involucrando componentes tanto intra (dentro del yo) como interpersonales. La humildad refleja las dinámicas que ocurren dentro de uno mismo, que también involucran la capacidad de relacionarse con los demás de manera fructífera y constructiva. La complejidad que acompaña al pensamiento y las posibilidades de conocer por parte del sujeto epistémico son tantas y tan diversas, que el riesgo del escepticismo, el nihilismo y el relativismo asoman por doquier. Por ello, el conocimiento, su teorización y puesta en práctica, las pruebas y evidencias al respecto deben tratarse con humildad intelectual como parte del ejercicio ético de la virtud (intelectual).

Reflexionar en/ sobre la complejidad si bien implica un esfuerzo considerable por parte del intelecto, requiere también de la humildad intelectual necesaria para reconocer que no todo puede ser encajado en un modelo matemático, interpretado unívocamente, puesto en términos lógico-formales o explicado científicamente, principalmente cuando los ‘colmillos’ del escepticismo se nos muestran amenazantes, lo cual puede ser una empresa difícil de atravesar, tanto como la arrogancia o el servilismo intelectual para pensar y ejercer el conocimiento ética e intelectualmente con humildad.

Es importante tener en cuenta por lo que parecen ser obvias razones, que las llamadas ciencias duras (matemáticas, física, etc.) a diferencia de las ciencias ‘del espíritu’ (ciencias sociales y humanidades), apelando a la objetividad y siendo más propensas a exigir la exactitud, la precisión y la ‘solución única’ pueden considerar la humildad intelectual como algo distorsionante o que simplemente no va con el desarrollo de su práctica científica, mirando al escepticismo como algo connatural y, por tanto, necesario para su ejercicio profesional. Por lo anterior, para algunos pensadores la humildad intelectual se enfrenta a un mundo cultural y científico en donde el aserto ‘humildad intelectual’, tendría que poder ‘probarse’ por los mismos criterios que la ciencia exige, por lo que acaso podrá ganar cierto arraigo como convención de aceptabilidad y ‘buenas prácticas’, y nada más. Para Duncan Pritchard (2020):

Este problema se vuelve aún más marcado una vez que dirigimos nuestra atención específicamente a la humildad intelectual. Dado que las virtudes intelectuales se dirigen hacia los bienes intelectuales, ¿cómo pueden ser compatibles con una manifestación de virtud intelectual que exige constitutivamente la pretensión por parte de uno de que inevitablemente inducirá a error a los demás sobre lo que uno realmente cree sobre sí mismo? De manera similar, ¿cómo podría asegurarse que alguien que no engaña a los demás de esta manera o que simplemente finge ser diferente a ellos en este sentido? (pp. 400-401)

Este no es el único problema o complicación que ocurre con la humildad intelectual como virtud intelectual, pero sí uno muy importante, que siéndolo del sujeto cognitivo y epistémico, lo es de la virtud intelectual y de la epistemología de la virtud. ¿Cómo engarzar la humildad del sujeto (intelectual académico, científico, erudito, etc.) con su intelectualidad virtuosamente sin que deje de ser verdaderamente humilde, considerando además el medio laboral en el cual se desarrolla, siendo este uno en el que lo que menos se despide precisamente es humildad?

Basta imaginar alguien que ha recibido todos los premios académicos ‒y su correlato económico, entre otros‒ por su trabajo, su carrera y además está plenamente consciente de ello. ¿Será difícil considerar que se piensa con méritos superiores a los demás que le rodean? Eso sin tomar en cuenta aún si menosprecia o no el trabajo y esfuerzo de los demás que integran el departamento e instituto académico de investigación en el que se encuentra. La pregunta y reflexión anterior no recae solo en el ámbito intelectual, epistemológico y ético, sino también en el cognitivo, puesto que dicha arrogancia además de conspirar en favor de la formación de sujetos cognitivos serviles invita a otros ‘pares’ (similares) a la arrogancia.

¿Es posible hablar aquí de virtudes intelectuales aun sin humildad intelectual? Esto hace necesario para efectos de considerar viable y deseable la humildad intelectual de los actores que habitan en el espacio donde esta puede considerarse como necesaria, a que la epistemología de la virtud se considere como análoga a la ética de la virtud. Y tal vez habría que partir de preguntarse ¿cuáles son las virtudes intelectuales? ¿Qué es lo que las hace valiosas? ¿Qué hace que una vida sea buena? ¿Cómo debemos definir el conocimiento? ¿Qué hace a una buena persona? ¿Qué acciones son las correctas?

La empresa es más que complicada, eso es sabido y no se ignora por parte de quien esto suscribe, pero la calidad y la intención de la producción, transmisión y divulgación del conocimiento requiere urgentemente de una transformación ética (intelectual y epistemológicamente virtuosa) en este sentido.

La confianza intelectual es, por tanto, compleja, contingente y de múltiples capas, pero también esencial para el reconocimiento y ejercicio adecuados de las propias capacidades. El alcance y la fuerza de la confianza de uno moldean el sentido de una persona de las actividades y proyectos que podrían emprender de manera plausible, las situaciones y personas en y con las que podrían vivir y trabajar, y su sentido más amplio de sus perspectivas y ambiciones. (Baehr, 2015, pp. 55-56)

La razón, y más específicamente la racionalidad y el razonamiento requieren, por tanto, la adopción de actitudes epistémicas que promuevan la humildad intelectual, como virtud intelectual de modo que, las labores mismas de investigación y divulgación del conocimiento promuevan de forma más ética y solidaria el proceso de transmisión del conocimiento. Lo anterior, no está en conflicto con el éxito y el reconocimiento académico y científico de los más ‘brillantes’ y esforzados en el medio, solo con la manera en la cual este se gesta y el modo en que se gestiona, esto es, el sistema capitalista-productivista.

¿Es posible la humildad intelectual? ¿Qué tipo de desacuerdos

produce y por qué?

La intención de estudiar y considerar importante producir conocimientos teóricos y prácticos en torno a la humildad intelectual, tiene entre otros objetivos y fines ulteriores coadyuvar no sólo a que virtuosa y éticamente se produzcan mejores y mayores conocimientos destinados a resolver problemáticas comunes a toda la humanidad, sino contribuir a que la ‘competencia epistémica’ se torne más democrática, equitativa y justa dentro de los centros de investigación donde el conocimiento se genera. Esto puede aceptarse en términos formales por cualquiera, pero en la práctica, genera profundos desacuerdos. Veamos el siguiente ejemplo que describe muy bien la reflexión anterior, la cual podría no ser precisamente un ejemplo de humildad intelectual (se incluye la forma en la cual el ejemplo es introducido):

La afirmación general de que los desacuerdos pueden importar epistémicamente necesita algo de refinamiento. Esto se debe a que nadie piensa que cualquier desacuerdo debería ser epistémicamente significativo. Para concretar este punto, supongamos que el destacado físico teórico Stephen Hawking cree una determinada proposición sobre los agujeros negros, llamémosla “H”. Supongamos ahora que Hawking descubriera que un alumno de primer año no capacitado pretende estar en desacuerdo con él acerca de H. ¿Es este desacuerdo descubierto racionalmente significativo para Hawking en el sentido de que, desde un punto de vista epistémico, Hawking debería ser menos confiado [más humilde] ahora que antes, acerca de que H es correcto? Es difícil ver cómo. Hay una serie de cosas que podríamos estar inclinados a decir aquí, pero una observación muy natural es que Hawking y el estudiante de primer año no parecen, antes de su desacuerdo, igualmente dispuestos a tener razón. Más específicamente, parece obvio que Hawking difiere sustancialmente de su interlocutor en que: (i) tiene más evidencia sobre si H es verdadera; y también, (ii) tiene una capacidad cognitiva considerablemente mayor en el campo de la teorización sobre asuntos como H que su alumno. Parece precisamente debido a estas asimetrías que Hawking estaría bien con sus derechos de considerar al alumno no como un par epistémico con respecto al tema en cuestión, sino más bien como su inferior epistémico, al menos en este sentido. Además, a la luz de considerar justificadamente a su alumno como un epistémico inferior con respecto a H, parece que Hawking va a ser epistémicamente inocente al simplemente seguir creyendo que H (en la misma medida que antes, aunque su alumno de primer año (quizás incluso rotundamente) no está de acuerdo con él. (Carter & Pritchard, 2016, pp. 55-56)

El interés de mostrar el ejemplo anterior no radica en trazar un perfil psicológico y de la personalidad de Hawking, sino dar cuenta de una situación que acontece cotidianamente en el campo de la investigación científica, en el que la arrogancia (subestimación de las propias limitaciones) y el servilismo (sobrestimación de las propias limitaciones) se respiran diariamente, así como la importancia que tienen los demás y su trabajo se ven también subestimados.

Todos estamos familiarizados con lo que reunimos bajo la rúbrica de “limitaciones intelectuales”: lagunas en el conocimiento (por ejemplo, ignorancia de los asuntos actuales), errores cognitivos (por ejemplo, olvidar una cita), procesos poco fiables (por ejemplo, mala visión o memoria), déficits en habilidades que se pueden aprender (por ejemplo, ser malo en matemáticas), defectos de carácter intelectual (por ejemplo, una tendencia a hacer inferencias apresuradas) y mucho más. Pero ¿cuál es la postura correcta frente a estas limitaciones? En pocas palabras, sostenemos que la postura correcta es estar debidamente atento a ellos y reconocerlos. (Whitcomb et al., 2015, p. 8)

Como ya se mencionó la confianza en uno mismo es importante para poder considerar que el pensamiento y lo que surge de este puede ser útil y valioso para otros, como intelectualmente virtuoso que es, pero la forma en que esto ocurre tanto desde la fase de investigación y producción hasta la de la divulgación y transmisión podría no ser del todo ética ni epistemológicamente virtuosa si no se realiza con humildad. Un logro individual nunca será tan valioso si solo resulta en beneficio de uno mismo, pues la misma virtud intelectual tendiente al bien común o público no resultará beneficiada en la misma magnitud o su impacto será indirecta o casual.

El orgullo y la humildad en el sujeto epistémico ‘excelente’ o virtuoso no tienen por qué estar enfrentados entre sí. Tener en cuenta lo anterior contribuye a que la humildad intelectual marque una diferencia (del carácter) ética con relación a las y los demás también brillantes y exitosos, que podría de distintas formas acercar otro tipo de actitudes valiosas a quien actúa de tal manera. La humildad intelectual como otras virtudes propias del carácter produce en los pares epistémicos (colegas investigadores, científicos y aprendices) confianza, apertura, proxémica para establecer el diálogo abierto y honesto, sin mostrar actitudes serviles y disminuyendo el miedo o la timidez, características del carácter necesarias para no caer en actitudes o conductas serviles que puedan contribuir a generar comunidades epistémicas pensando transdisciplinarmente y favoreciendo la fiabilidad una vez que la falibilidad se asume como un sesgo presente en el oficio de ser ‘agente’ de conocimiento.

Ser humilde intelectualmente aporta autoconfianza en el razonamiento propio, posiciona en el tiempo presente y ‘drena’ los conductos por los cuales circula el pensamiento, vacunando al sujeto epistémico del exceso o la ausencia de humildad, ambas actitudes viciadas que sobran al conocimiento. Permite a su vez a quien actúa de tal manera estar más abiertos a las distintas modalidades en las cuales el conocimiento se vuelve tal, como el testimonio, la autoobservación, el autoexamen, la autocrítica, el diálogo sin máscaras, entre otras formas de comunicación. El conocimiento, finalmente, es un hecho insoslayablemente compartido y común, participativo y transmisible, y no solo de uso de los expertos. Por lo que Robert Roberts y Jay Wood (2003) consideran que para hacer realidad la humildad intelectual entre aquellos que se dedican a producir y divulgar conocimiento es indispensable que:

Tratemos ahora de hacer plausible la tesis de que la humildad es intelectualmente ventajosa para los más de nosotros en la mayoría de nuestros entornos intelectuales reales. La humildad que es lo opuesto a la vanidad y la arrogancia intelectuales tiene el papel principalmente negativo de prevenir o sortear ciertos obstáculos para adquirir, refinar y transmitir conocimientos. La vanidad y la arrogancia son pasivos epistémicos que acosan a muchas personas, por lo que las personas intelectualmente humildes se destacan por estar libres de estos impedimentos. (p. 252)

Pero ¿cómo tratar el desacuerdo entre pares en términos de epistemología, ‘competencia epistémica’ y humildad intelectual? Intentar internarse en este debate es aventurarse en una corriente salvaje de profundidades abismales. La discusión hasta ahora se ha movido más por el lado de ‘en qué errores epistémicos’ no incurrir, tales como la arrogancia y el servilismo que ya mencionamos, entre otros. Autores y autoras como Hilary Kornblith (2010), Richard Feldman (2006), David Christensen (2007), Adam Elga (2007) entre otros, coinciden en sus trabajos de investigación que la actitud más deseable que debiesen asumir los pares epistémicos (académicos, científicos, intelectuales) en disputa o en probable disputa, debiese ser la de revisar o renunciar si es el caso a sus propias creencias por relevantes que se las considere. Tal vez esperar a que nueva evidencia sea aportada por otros científicos u otras científicas; o que, la ya existente gane en evidencia o finalmente sea refutada por no poder probarse como conocimiento verdadero o porque precisamente se demostró que algo no ocurrió como se supone debía ocurrir, so pena de pasar por dogmático o arrogante.

Por otro lado, pensadores como Thomas Kelly (2005), Peter van Inwagen (2010), entre otros, se oponen a que cuando haya desacuerdo entre los pares se deba renunciar a la postura intelectual concerniente, porque sería equivalente a renunciar al esfuerzo virtuoso llevado a cabo por el investigador. Lo anterior, conlleva a que en principio la humildad intelectual pueda parecer un sin sentido. Como ejemplifican Richard Feldman y Ted Warfield sobre lo común que resulta el desacuerdo en la vida cotidiana en la introducción de su obra Disagreement (2010):

El desacuerdo es común. Dos meteorólogos expertos no están de acuerdo sobre el pronóstico del fin de semana. Dos economistas igualmente bien informados no están de acuerdo sobre el movimiento más probable de las tasas de interés. Dos ajedrecistas con la misma clasificación no están de acuerdo sobre si las ‘blancas’ se colocan mejor en una determinada posición en la junta. Los ejemplos disponibles son ilimitados y abarcan casi todos los aspectos de la vida. (p. 1)

Las creencias formadas frente al desacuerdo entre pares, parece, al menos en muchos casos, irresoluto y epistémicamente ineficaz. Sin embargo, resulta sorprendente que cuando se intentan evitar los problemas que conllevan a evitar que se presenten vicios epistémicos, no se voltea a ver salvo excepcionalmente a los elementos y actitudes que hemos mencionado y distinguido como éticos o virtuosos intelectualmente, y más aún como humildad intelectual. Por el contrario, la falta de preocupación por verse bien libera a la persona intelectualmente humilde para perseguir los bienes intelectuales de forma sencilla y sin distracciones.

Se retoma aquí la pregunta que funciona como subtítulo de este apartado: ¿Es posible la humildad intelectual? ¿Qué tipo de desacuerdos produce y por qué? Para Adam Carter y Duncan Pritchard (2016), explicar los desacuerdos entre la humildad intelectual y las explicaciones antiintelectualistas por separado y puestos en relación sobre el conocimiento (‘saber-como’), es un problema muy complejo de solucionar, no obstante, de su deseabilidad y de qué existen no pocos estudios sobre su plausibilidad y deseabilidad.

Hemos demostrado que a menos que el intelectualismo sobre el ‘saber-cómo’ sea correcto, existe un problema prima facie para explicar tales desacuerdos. En particular, a primera vista es difícil ver cómo las explicaciones antiintelectualistas del ‘saber-cómo’ pueden adaptarse a los requisitos de la humildad intelectual frente a los reconocidos desacuerdos epistémicos entre pares con respecto al ‘saber-cómo’. Esto potencialmente constituye un ataque contra los relatos antiintelectualistas por motivos epistemológicos, lo cual es sorprendente dado que recientemente se han defendido particularmente las opiniones antiintelectualistas con fundamentos epistemológicos. Hemos demostrado, sin embargo, que existe una explicación viable de las exigencias de la humildad intelectual frente a los desacuerdos en el ‘saber hacer’ de la que disponen las propuestas antiintelectualistas. Por tanto, no hay razón para preferir las explicaciones intelectualistas del ‘saber cómo’, al menos en este sentido. (Carter & Pritchard, 2016, p. 11)

Por lo anterior, el ‘saber-como’ como problema a partir del cual intentar explicar todo tipo de desacuerdo sobre la relación de conocimiento que establece con este el sujeto epistémico, se conecta con la humildad intelectual cuando esta es descrita como una ‘postura’ epistemológica en relación con la realidad y las creencias que una ‘mayoría’ importante cree como verdadera y la vida académica y científica. Por consiguiente, como mencionamos antes en este trabajo, afirmamos que el conocimiento virtuoso será plenamente reconocido cuando sea resultado de la virtud intelectual y ético en su proceder, adquisición, formulación y aplicación o puesta en práctica y de su factibilidad de ser transmitido ética y virtuosamente. Corresponderá a los epistemólogos, a los sujetos epistémicos y a la utilidad que a las personas aporte en su vida diaria, que un conocimiento pueda considerarse adquirido, practicado y dirigido virtuosamente hacia el bien común.

Conclusiones

Este trabajo pudo variar en función de la metodología que se hubiese elegido para realizarlo, pero los conceptos y los autores más importantes en materia no son como sucede en otros temas, demasiado numerosos, para bien y para mal. No obstante, desde la perspectiva aquí sugerida en la introducción y tratada en el desarrollo del ensayo, se siguió un plan que no innova, pero si ahonda en el tema, uno muy importante en nuestros días, como es el de la humildad intelectual.

La metodología y el enfoque empleados tuvieron como principio una exhaustiva revisión crítica de la bibliografía existente sobre el tema, la mayor parte de ella escrita en la lengua inglesa. El documento concluyó satisfactoriamente ofreciendo aproximaciones sobre lo que puede entenderse como “humildad intelectual”, tratando de contestar por qué es importante dentro y fuera de la vida académica e institucional, resaltando algunas de las situaciones conflictivas que allí pueden generarse y cómo estas pueden manifestarse en el exterior.

El caso, da cuenta sobre la necesidad y deseabilidad de la teorización y puesta en práctica de la humildad intelectual para pensar la complejidad y actuar en función de ella, ante problemas contemporáneos en donde todo tipo de virtud, la ética, la tolerancia, la pluralidad cultural, la diversidad ecológica y de formas de pensar y de vivir merecen una oportunidad en términos de equidad, un espacio para ser pensados de otra manera y bajo criterios incluyentes, respetuosos y pacíficos, con justicia social y equidad de género, todos estos componentes en cuya ausencia o déficit, conllevan a dudar de la existencia de un régimen democrático de facto, por lo que hacen más necesario que el trabajo epistemológico-cognitivo y educativo se desarrolle en términos intelectualmente más humildes.

Se demostró que sin la existencia de un círculo virtuoso entre la humildad intelectual y la epistemología de la virtud entendidas como un problema relacionado con el conocimiento ‒a pesar de los desacuerdos que suscita y entre los que tiene lugar, además de la arrogancia, la vanidad y el servilismo intelectual‒, en el que a través del diálogo y otras virtudes epistémicas que puedan irse produciendo y multiplicando, la humildad intelectual pudiera resultar en un ‘bien’ ético, cuya teorización y práctica permitiera el desarrollo de nuevas virtudes y habilidades epistémicas, capacidades y conocimientos que a su vez requieran ‒y sean resultado‒ de las prácticas aprendidas culturalmente por los sujetos en cuestión, susceptibles de ser transmitidas a través del proceso formativo de la educación en todos sus niveles de enseñanza, hasta los institutos de investigación.

Se tomó en cuenta la vertiente cognitiva afín a la idea de la humildad intelectual y su relación con la epistemología (de la virtud) y la ética (las virtudes intelectuales y morales), describiendo y ejemplificando como sin humildad intelectual, cognitivamente el otro ni siquiera adquiere presencia, materialidad (corporalidad) o existencia. Sin lo anterior, no es posible hacerse siquiera una idea de cómo luce una persona intelectualmente humilde, cómo se piensa a sí misma y cómo piensa a los demás.

Se trazaron las diferencias medulares entre la manera histórico-religiosa de concebir la humildad, lo que los griegos como Platón y sobre todo Aristóteles reflexionaron sobre esta, hasta llegar a nuestros días, en donde se ha hecho necesario pensarla dentro de un ámbito epistémico-cognitivo y ético, y la manera en que la humildad intelectual y la epistemología de la virtud (o de las virtudes) se conectan con las virtudes epistémicas, cuya naturaleza fáctica concierne a una realidad de estudio transdisciplinar compleja en beneficio de la producción y el tratamiento del conocimiento en contextos complejos y donde la incertidumbre y el riesgo son el pan de cada día.

Notas

1. Todas las traducciones del inglés al español fueron realizadas por quien ha suscrito este documento.

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Carlos Alberto Navarro Fuentes (betoballack@yahoo.com.mx) Profesor de la Universidad Autónoma de San Luis Potosí (UASLP). Posdoctorado en Estudios Sociales (UAM); Doctor en Teoría Critica (17, Instituto de Estudios Críticos); Doctor en Humanidades (Tecnológico de Monterrey). Diplomado en Argumentación (UNAM). Diplomado en Historia de México (UNAM). Autor del libro: “Descolonización del Imaginario Pedagógico. Intersubjetividad, exclusión y representaciones sociales; Comunidades de aprendizaje y redes sociales, contexto intercultural. Identidad, autonomía e imaginario”. ORCID https://orcid.org/0000-0003-4647-9961

Recibido: 5 de mayo, 2021

Aprobado: 15 de febrero, 2022


Rev. Filosofía Univ. Costa Rica, LXI (160), Mayo-Agosto 2022 / ISSN: 0034-8252 / EISSN: 2215-5589