IV.
Recensiones
Karl Marx, Historian of Social Times and Spaces.
George García-Quesada (Leiden: Brill, colección Historical Materialism, 2021. 190 páginas)
Centroamérica es una región caracterizada por procesos históricos de inmensa complejidad; aquellos de los cuales la modalidad de investigación fundada por Karl Marx se nutre. Para avanzar sobre la aprehensión de dicha complejidad se requiere una comprensión que dé cuenta de la complejidad análoga de los fundamentos de dicha modalidad de investigación. En nuestro medio, empero, la enseñanza, el estudio y la investigación rigurosa de la obra de Karl Marx es poco común.
La generalidad de las discusiones atinentes –en muchos casos solo nominal o tangencialmente relacionadas– a la obra de este autor, que todavía se llevan a cabo en espacios políticos y académicos de la región, especialmente en Costa Rica, se enfocan en posiciones sustentadas en lugares comunes. En el mejor de los casos, se basan en la lectura de los textos en los que este autor despliega más superficialmente los resultados de su indagación sistemática. Por su parte, las investigaciones que refieren más estructuradamente a la obra de Marx no tienden a enfocarse explícitamente en la utilidad del programa de investigación marxiano para la fundamentación y desarrollo de la práctica científica de las ciencias sociales contemporáneas, si no es que la ignoran.
La publicación de Karl Marx, Historian of Social Times and Spaces, libro resultante de la tesis doctoral de George García, representa un primer paso hacia la resolución de este vacío existente en la literatura especializada en Costa Rica. En este, el autor avanza cuidadosamente en pos de mostrar al «mejor Marx», entendido «en términos de la capacidad que tienen su teoría e investigación histórica para dar cuenta de totalizaciones sociales complejas, desigualmente desarrolladas».
Así, encara la obra marxiana en su unidad con el propósito de mostrar lo que encuentra en ella, puesto en práctica, en la forma de herramientas sistemáticamente articuladas, útiles para la investigación histórica. Encuentra en ella un terreno fértil para la resolución de múltiples dilemas que la investigación histórica ha producido, enfatizados por la filosofía de la historia como tales. Claramente el producto resultante «no puede ser una pieza de museo». En esta línea, algo inmediatamente llamativo de este planteamiento es la manera en que los resultados de esta investigación pueden ser ilustrados por la obra previa del autor mismo; visto inversamente, es sugestivo cómo la explicación de las herramientas identificadas en la empresa teórico-metodológica marxiana por García, da luz a los fundamentos sistemáticos de su trabajo histórico e historiográfico (véase, por ejemplo: García, 2014; 2015; 2016). Por este hecho, antes que por la nacionalidad del autor, es que este libro es especialmente relevante para la región centroamericana.
El trabajo contenido en este tiene el mérito de –al igual que el autor se lo reconoce a Ricoeur– indagar, desde la filosofía de la historia, sobre los problemas sustantivos y operativos de la historiografía. Pero, lo que es más, al hacerlo García no está elucidando problemáticas que son exteriores a su planteamiento en cuanto tal: siguiendo el ejemplo de Marx, está desplegando las soluciones que él mismo ha encontrado para su práctica científica en sus planos fundamentales, esbozando la unidad y traslape existente entre el primer y segundo orden del conocimiento. Es decir, presenta sistemáticamente y de manera interna a su planteo, la resolución epistemológica de las dificultades teórico-metodológicas que surgen de este.
Se aboca, por esto, a superar la noción de la ciencia histórica como mera revisión de hechos pasados: aquí, tener los espacios y tiempos sociales, y principalmente sus divergencias, como objeto de indagación, señala la centralidad de la historia para la comprensión incluso de lo presente y lo futuro. Especialmente en cuanto los fenómenos que los conforman están organizados de manera sincrónica, pero no contemporánea.
Tal formulación es posible a través de la integración de los espacios y tiempos de los procesos sociales en términos de la apertura categorial que permite el concepto de totalización: «la operación mediante la cual las brechas, contradicciones y relaciones en general entre temporalidades son incorporadas en una historia contradictoria; hay una historia, pero no está constituida por tiempos homogéneos». Por esto, esta ciencia es concebida como aquella que se aboca a investigar la disposición y desarrollo espacio-temporal de los procesos sociales en tanto son parte de totalizaciones históricas. Aquellas en las que, por estar constituidas desigualmente, se circunscriben contradictoriamente.
Desde esta postura, se trata de una ciencia sustentada en la reflexividad práctica de su operación; es decir, en tener como núcleo el reconocimiento de su posición en términos de su objeto de investigación. Este, por su naturaleza, es político. El conocimiento histórico resulta ser, en sí y para sí, una herramienta política. El reconocimiento de este hecho lo constituye no como un problema, sino como recurso.
La integridad sistemática del planteamiento en su articulación manifiesta primer y segundo orden está, asimismo, acompañada por una apertura categorial de frente a la complejidad y no homogeneidad de su objeto. El libro se nutre de diversos autores, ora externos, ora adyacentes, a la tradición marxista, los cuales, sin embargo, aportan a la comprensión de los procesos espacio-temporales, su divergencia y su desarrollo desigual. Lo hace sin caer en un eclecticismo formalista, y mucho menos en un vacío sincretismo.
De ahí que su autor lo caracterice como un libro en parte hermenéutico y en parte propiamente filosófico. Esta bipartición es corolario de la particular arquitectónica de su argumentación. Basada en las fases epistemológicas que Ricoeur identifica en la construcción del conocimiento histórico, esta estructura de la presentación permite la exposición clara de los elementos de cada fase analíticamente distinguida. De manera contraintuitiva, la separación de las fases en capítulos permite comprender mucho más claramente su entrelazamiento, en contraposición a entenderlas como etapas cronológicamente ordenadas. La organización interna de los capítulos, homogénea entre ellos (una introducción, tres acápites y un epílogo en cada uno) fortalece esta claridad expositiva, y permite ver paralelos entre las partes de cada fase, en una suerte de «va y viene».
Sin embargo, la concepción de Ricoeur no se superpone a la formulación marxiana como mera herramienta formal de presentación. García la subsume, reorganizando las fases y añadiendo como punto de partida la fase ontológica. Esto en términos del ascenso de lo abstracto a lo concreto, movimiento característico del método de Marx (2007, p. 21; 2017, pp. 448-49).
El primer capítulo presenta la ontología de Marx, fundada en el concepto de praxis, en contraposición a toda posición que entiende la labor de la ciencia histórica fragmentariamente, asentada sobre «cajas de herramientas» arbitrariamente compuestas. Las praxis totalizan. Articulan pasado y futuro espacio-temporales y, en su entrelazamiento, producen la historia, necesariamente constituida por resultados desiguales. Sus productos se integran en totalizaciones como formas, categoría que García subsume en el concepto de mecanismos generativos, propio del realismo crítico. Cada uno de estos mecanismos posee su propia espacio-temporalidad, producida por aspectos de las praxis. Este enfoque identifica la historicidad de sus propias categorías, producidas por la especificidad capitalista. Sustenta con ello la posibilidad de utilizarlas, abstracción mediante, para la investigación de totalizaciones sociales históricamente diferenciadas. Esto conlleva el reconocimiento de la incontemporaneidad y heterogeneidad de los mecanismos –esto es, tiempos y espacios– sociales que, como totalización social, el capitalismo estructura, subsumiéndoles. A partir de esto, se hace posible el estudio de contradicciones análogas en totalizaciones sociales propias de otro espacio o momento histórico (1).
El segundo capítulo versa sobre la fase teórica, soporte de toda explicación concreta (2). Para Marx, esta se trata de desplegar cómo las relaciones contradictorias propias de toda totalización social hacen posibles sus fenómenos particulares. Como punto de partida explicativo, la abstracción permite la construcción de modelos en términos de sistemas cerrados (reales), con una legalidad caracterizada por regularidades empíricas. En estos, son abstraídas las contingencias; es decir, los procesos que no son parte de los mecanismos tomados en cuenta. No obstante, su utilidad depende de la posterior explicación de sistemas abiertos (actuales), donde los mecanismos propuestos por los modelos se ponen en tensión con las particularidades históricas. El movimiento de uno a otro se basa en los niveles de abstracción de la explicación y permite la obtención de modelos complejos: en Marx, los sistemas cerrados corresponden a los modos de producción, los abiertos a las formaciones sociales y a la coyuntura. Lo fundamental para esta forma de explicación es la articulación de escalas (unidad espacio-temporal), configuraciones (espacio) y ritmos (tiempo) de diferentes sistemas, subsumidos contradictoriamente a la legalidad general del modo de producción. García ejemplifica estas operaciones refiriéndose a La guerra civil en Francia, «La llamada acumulación originaria» y a los artículos de Marx sobre la guerra civil estadounidense. Muestra con esto cómo cada desarrollo histórico concreto enriquece las categorías teórico-abstractas y los modelos en que se fundan.
El tercer capítulo analiza el uso que Marx dio a su archivo. Al investigar desde Londres, tenía a disposición cantidades masivas de información cuya accesibilidad, por su parte, estaba mediada por su conservación en términos de la ideología del Imperio Victoriano. De este modo, la mayoría de las fuentes de Marx tenían una forma apologética del capitalismo; su uso necesariamente constituía una crítica inmanente mediante la cual Marx daba cuenta de la posición de clase de su autor, mostrando el vínculo entre tal posición y la forma en que se formula el fenómeno referido en la fuente. Hecho destacado es que a García no le tiembla la mano para criticar a Marx: su uso de fuentes secundarias ha mostrado, gracias a la investigación actualizada, haber sido una limitación para su trabajo. Sin embargo, un enfoque de investigación no puede depender sin más del trabajo de una sola persona. Así, el capítulo cierra señalando nuevas investigaciones que toman en cuenta formas espacio-temporales no disponibles para Marx dadas las limitaciones de su archivo, y la manera en que estas robustecen sus conclusiones y explicitan la riqueza de su método. Este capítulo muestra fehacientemente la utilidad de las categorías anteriormente presentadas para la depuración del trabajo del propio Marx, y para avanzar más allá de él en la investigación histórica concreta. En consecuencia, se lee de principio a fin como una suerte de clímax del libro.
Por último, el cuarto capítulo se ubica en el terreno narrativo. El cronotopo es, en este, contraparte de los modelos explicativos. Articula una dimensión episódica (diacrónica), que da cuenta de sus cambios a través de la identificación de relaciones de causa y efecto, y una configurativa (sincrónica), que permite la presentación de los modelos espacio-temporales (su escala, configuración y ritmo) a través de figuras literarias estructurales (tropos) que les corresponden, y a las que los conceptos son integrados. Es esta forma narrativa la que permite asimilar a la explicación la contingencia inherente a los sistemas sociales abiertos, combinando contradictoriamente sus espacios y tiempos diferenciados en los momentos mismos del cronotopo. Implica, a su vez, un «tomar lugar» tácito respecto de lo que se narra, el cual se manifiesta en la construcción de la trama (emplotment) que resulta ser siempre-ya política. La narración está entonces mediada por la posición social del que enuncia lo narrado: su delimitación espacio-temporal y su consecuente construcción literaria son la expresión clave de esto.
En este último capítulo, no obstante, no se encuentra ningún argumento que busque articular la narración histórica con la presentación sistemática propia del método dialéctico; por ejemplo, aquella que organiza la estructura de El capital (3). Esto, a nuestro parecer, se contrapone al argumento de que la narrativa opera de vuelta sobre las categorías: en realidad, el capítulo solo hace referencia a lo conceptual que inmediatamente juega un rol en lo narrativo y no hace referencia a la producción expositiva de dichos conceptos (4). Al igual que otro problema específico señalado más arriba, esto parece resultar de un problema general del libro.
A lo largo de su desarrollo, el texto está abocado a la exposición, de modo ciertamente riguroso, del uso que Marx da a herramientas generales, propias de las ciencias sociales convencionales. Pero olvida avanzar más allá de ese punto, para contestarse sobre la especificidad del proceder científico de Marx; olvido característico del realismo crítico (Brown, Slater y Spencer, 2002; Gunn, 1989). Se niega a plantear la pregunta de ¿qué significa que el proyecto científico de Marx fuera una crítica de la economía política? (no significa, claramente, que su objeto sean los textos de la economía política sin más).
Este problema es especialmente explícito en el uso de la categoría de forma (5). Al subsumirla al concepto de mecanismos generativos, se borra su especificidad. Tal categoría cumple todas las funciones teóricas que se le imputan a este último concepto. Sin embargo, a diferencia de las formas, que a través del despliegue contradictorio que les es propio, resuelven ellas mismas la contradicción entre su existencia como formas abstractas y aquellas formas más concretas en las cuales sus potencias se realizan, los mecanismos solo permiten resolver las contradicciones entre sistemas cerrados y sistemas abiertos a través de vínculos exteriores. La relación entre unos y otros no es clara, y parece no tener mayor fundamento que ella misma. Por esto, las características de los procesos históricos concretos deben ser incluidas a posteriori y ad hoc en la explicación el funcionamiento de los mecanismos propios de los modelos. Esto, empero, puede llevar a lecturas funcionalistas de las explicaciones resultantes, en las cuales modelos abstractos y procesos concretos no se vinculan más que aparentemente (Clarke, 1977, pp. 19-20).
Ahora bien, más allá de cualquier problema general, este libro constituye un ejemplo clave de lo que significa hacer «filosofía de» en sentido estricto. Obtiene las problemáticas que encara no de reflexiones especulativas formalmente vinculadas a aquello de lo que es «de», sino de los desarrollos concretos de la ciencia histórica sobre la que versa. Se nutre de ella, de sus retos y de sus límites, los cuales se encuentran en constante cambio. Por esto, y por la apertura categorial sobre la que se despliega, mantiene abierto un portillo que posibilita inmanentemente la resolución de los problemas, aquí esbozados, de los que adolece como planteo. Es un excelente antecedente y punto de partida para el desarrollo de una comprensión rigurosa de la obra de Marx, en pos de su uso para el estudio de las complejidades históricas de nuestra región. Cumple, con creces, con su objetivo teórico-político. Por todo lo anterior, merece ser leído, debatido y utilizado críticamente.
Notas
1. García identifica la especificidad capitalista del «desarrollo desigual y combinado» y de ella deriva la utilidad de este concepto para la investigación histórica. Con esto, esquiva su mayor deficiencia: su uso como excusa para no explicar aquello sobre lo que hay que responder: ¿por qué el desarrollo es desigual? (Rioux, 2015).
2. En el texto no hay referencia alguna a los momentos analítico y sintético de la investigación y presentación dialéctica en Marx; no la hay, por supuesto, respecto del rol explicativo de la síntesis (Starosta, 2008, p. 302). Este vacío limita la argumentación sobre la relación entre explicación teórica e investigación histórica particular y brota directamente del problema más general que encontramos en este trabajo.
3. Un ejemplo de cuestiones que, desde nuestra posición, deberían ser encaradas al referir esta relación es ¿cuál es el vínculo del capítulo de «La jornada laboral», en tanto desarrollo histórico concreto, con el resto de la exposición sistemática de El capital? Asimismo, es a esta clase de preguntas a las que no encontramos indicio de respuesta en el texto.
4. Problema que, por cierto, se sostiene en la confusión entre «presentación» (Darstellung) y «representación» (Vorstellung). Por ejemplo, se plantea «el problema de la representación histórica como un problema de la presentación de los resultados de la investigación». La diferenciación entre ambas es clave para la metodología dialéctica, pero aquí es casi ignorada. Esta confusión, cabe agregar, es compartida con Fredric Jameson (2011, pp. 5-6), quien constantemente aparece como influencia
–o bien, como objeto de crítica– en el texto.
5. Uso que acompaña de forma necesaria a una noción escueta de «contradicción», en la cual el carácter de contradictoria consigo misma es borrado (Gunn, 1992, pp. 27-31). De ahí que no se le encuentre como forma necesaria de la unidad de las totalizaciones, sino como límite de esta. Esta contradicción no contradictoria consigo misma (oposición absoluta, en términos hegelianos) produce una exterioridad entre los elementos subsumidos en las totalizaciones que puede imposibilitar su explicación unitaria como tales.
Referencias
Clarke, S. (1977). «Marxism, Sociology and Poulantzas’ Theory of the State». Capital & Class, 2, 1–31.
Brown, A., Slater, G. & Spencer, D. (2002). «Driven to Abstraction? Critical Realism and the Search for the ‘Inner Connection’ of Social Phenomena». Cambridge Journal of Economics, 26(6), 773–88.
García, G. (2014). Formación de la clase media en Costa Rica. Economía, sociabilidades y discursos políticos (1890-1950). San José, Costa Rica: Arlekín.
García, G. (2015). «La infamia de Beltrán Cortés: hegemonía, nacionalismo y control social en Costa Rica (1938-1939)». En García, G., Hernández, H. y Rojas, A. (eds.), Control social e infamia: tres casos en Costa Rica (pp. 13–58). San José, Costa Rica: Arlekín.
García, G. (2016). «Clase media y desarrollo desigual en Costa Rica, 1890-1930». En Díaz, D. y Viales, J. (eds.), Historia de las desigualdades sociales en América Central (pp. 323–45). San José, Costa Rica: CIHAC.
Gunn, R. (1989). «Marxism and Philosophy: A Critique of Critical Realism». Capital & Class, 37, 87–116.
Gunn, R. (1992). «Against Historical Materialism: Marxism as First-Order Discourse». En Bonefeld, W., Gunn, R. y Psychopedis, K. (eds.), Open Marxism. Volume II: Theory and Practice (pp. 1–45). Londres, Inglaterra: Pluto Press.
Jameson, F. (2011). Representing Capital. A Commentary on Volume One. Londres, Inglaterra: Verso Books.
Marx, K. (2007 [1857–58]). Elementos fundamentales para la crítica de la economía política (Grundrisse). Volumen 1. México D.F., México: Siglo XXI Editores.
Marx, K. (2017 [1867]). El capital: crítica de la economía política. Libro primero. El proceso de producción del capital. Madrid, España: Siglo XXI Editores.
Rioux, S. (2015). «The Collapse of ‘the International Imagination’: A Critique of the Transhistorical Approach to Uneven and Combined Development». Research in Political Economy, 30(A), 85–112.
Starosta, G. (2008). «The Commodity Form and the Dialectical Method: The Structure of Marx’s Exposition in Chapter 1 of Capital». Science & Society, 72(3), 295–318.
José Enrique Tortós. (jose.tortosj@gmail.com) es bachiller en Sociología por la Universidad de Costa Rica, especializado en Economía Política por CLACSO.
Rev. Filosofía Univ. Costa Rica, LXI (160), Mayo-Agosto 2022 / ISSN: 0034-8252 / EISSN: 2215-5589