Vi.
RECENSIONES

Christian Lotz

Marxism and Intersectionality: Race, Gender, Class and Sexuality under Contemporary Capitalism (Ashley J. Bohrer, Transcript, Bielefeld, 2019. 279 pp.)

En Marxism and Intersectionality: Race, Gender, Class and Sexuality under Contemporary Capitalism, su autora, Ashley J. Bohrer presenta un tour de force que ofrece y contribuye con un amplio debate que ya por algún tiempo ha ocupado a audiencias de académicos y activistas de izquierda. Efectivamente, la interseccionalidad, que solía ser una consigna, se ha convertido en uno de los principales lentes a través de los cuales personas académicas en teoría social, ciencia política, estudios de género y sexualidad, teoría crítica de la raza, y filosofía reflexionan sobre nuestra situación contemporánea, no solo nacional sino también globalmente. Las reflexiones y teorías sobre identidad, la intersección de identidades en el contexto de opresión, explotación y diferencia son tan vastas que se necesita ser especialista para tener una visión panorámica del debate completo. En este sentido, el libro de Bohrer logra lo imposible, en la medida en que considera una gran cantidad de literatura contemporánea sobre marxismo, interseccionalidad, y la relación entre ambos. Bohrer denomina a esta aproximación como “maximalista” (Bohrer y Souvlis, 2020). Para una persona lectora que no está familiarizada con el espectro completo del debate, como este reseñador, el libro es iluminador y provee una guía útil para comprender cómo pueden acercarse estos dos lados de la izquierda contemporánea.

La complejidad del debate se despliega en siete capítulos divididos en tres secciones, en las cuales Bohrer reconstruye la historias compartidas de marxismo e interseccionalidad (sección I), presenta análisis detallados de los debates y choques entre ambos grupos de estudiosos (sección II), y abre modos ampliados de diálogo con ambos (sección III). Quienes estén familiarizados con la historia de la interseccionalidad pueden pasar sin problema sobre el capítulo introductorio (titulado capítulo cero), en el cual Bohrer esboza precursores del debate contemporáneo en los siglos XIX y XX. Mediante resúmenes cortos, Bohrer presenta las posiciones de los autores principales (como Claudia Jones y W.E.B. Du Bois), principales abordajes (como la teoría del punto de vista, Abordaje del Riesgo, y Feminismo Latinx), una historia del activismo político, y personas autoras que han influenciado directamente discusiones contemporáneas (como el Colectivo de Combahee River, Patricia Hill Collins y Angela Davis). Los siguientes cuatro capítulos discuten definiciones, postulados y aspectos específicos de la interseccionalidad, y reconstruye tanto críticas marxistas de la interseccionalidad como críticas interseccionales del marxismo. Estos capítulos están muy bien organizados y los puntos principales son planteados sólidamente. Bohrer argumenta que ambas críticas tienen limitaciones, y están basados ya sea en lecturas reduccionistas o en malentendidos básicos. Los últimos capítulos tratan temas específicos que son importantes para desarrollos ulteriores, y vistos desde un punto de vista filosófico, son centrales para este trabajo, pues la autora se enfoca: 1. en la relación entre explotación y opresión; 2. en los conceptos de dialéctica y contradicción; y 3. en la construcción de diferencia, solidaridad y coaliciones.

Aunque el concepto de capitalismo se anuncia en el título del libro, no es siempre desarrollado claramente o enmarcado en el tratamiento de la autora, lo cual puede deberse a la ausencia de un diálogo con la economía política (contemporánea) o de una teoría de la sociedad. Por una parte, Bohrer argumenta que “las historias interseccionales se rehúsan a nombrar una causa singular para las relaciones multidimensionales, internamente variables e históricamente dependientes entre las varias fuerzas en matrices de dominación” (p. 114), mientras que por otra, afirma que “el capitalismo juega un papel estructural importante, aunque no tenga un papel unilateral o universal” (p. 114). No queda claro lo que significa “papel estructural”, el punto que, a pesar de la torpe tendencia a reducir el “marxismo” a los temas de clase y explotación, no siempre resulta claro en cuál sentido los agentes se constituyen en la organización social capitalista.

Por esto, Bohrer habla a menudo del capitalismo como un “factor” entre otros y, en consecuencia, resulta complicado entender las preocupaciones y afirmaciones del texto en el contexto crítico de una teoría más amplia de la sociedad en la cual explotación y opresión se relacionan de modos específicos con la totalidad social. Los actores, entendidos como el resultado de identidades que se intersecan, son el centro de las reflexiones de Bohrer, pero la persona lectora se pregunta cómo estas subjetividades se constituyen en relación con la totalidad social, especialmente porque la autora en realidad no ofrece una teoría que explique el concepto más fundamental de la interseccionalidad, el de identidad (con excepción de las páginas 252-253).

Definiciones como “identidad en tanto que multifacética, fundada en grupo, constituida históricamente y heterogénea” (p. 93) no ayudan mucho a aprehender el concepto filosóficamente. Dada la carencia de una teoría social material y una economía política, así como la atención sobre los actores y sus identidades, y la ausencia de conceptos importantes para una teoría de la subjetividad bajo condiciones de acumulación de capital, como tecnología, aparatos del Estado y conocimiento como fuerza productiva, uno se pregunta si el verdadero horizonte intelectual del libro es una teoría de la justicia basada “en interpretaciones profundas de todos los sistemas de opresión” (224).

Es admirable cómo Bohrer trata de reconocer y de ser sensible a una lista casi infinita de diferencias e identificaciones. Sin embargo, las discusiones en general parecen estar en la línea de una filosofía del reconocimiento más que en una teoría materialista de la sociedad, para la cual no solo se necesitaría una crítica de la economía política, sino también un análisis sereno del habitus y de los aparatos ideológicos y disciplinarios del Estado. Por ejemplo, la preocupación de la autora sobre “las normas sexistas, los puntos de vista heterosexistas de feminidad y trabajo reproductivo social clasificado según género (y racializado)” (p. 210), vista “a través de la matriz de dominación” (p. 118) parece referirse a injusticias encontradas bajo la forma de normas; o sea, normas que regulan las identificaciones que los actores están forzados a asumir en el capitalismo. Más allá de alusiones reiteradas a la multiplicidad de prácticas opresivas, no queda claro cómo estas normas son habituadas o constituidas. La “devaluación de vidas negras y morenas” (p. 210) o la predominante “forma de pensar heterosexista europea y supremacista blanca” (p. 219) podrían ser abordadas más adecuadamente por una teoría de justicia del reconocimiento, al menos mientras esta falta de reconocimientos y matrices de dominaciones no se relacionen con una teoría materialista de la sociedad o de la subjetividad.

Además, la tendencia de Bohrer a enfocar la dominación a través de la opresión y la explotación le lleva a rechazar el argumento de que debemos distinguir entre la lógica del capital y el “capitalismo” (como el término que de algún modo se refiere al todo social). Aunque concuerdo con el intento de Bohrer de nivelar explotación y opresión, todavía argumentaría que el capital constituye en último término la realidad social y la totalidad del capitalismo, especialmente si por este último nos referimos a una forma de organizaciópn social que se basa globalmente en los mismos principios. El punto es, precisamente, que las categorías básicas de la economía política son las mismas en todo lugar, aunque se actualicen y se desarrollen de modos distintos en diferentes contextos culturales y nacionales. Encontramos un sinfín de identidades combinatorias y posiciones de identidad mediante una variedad de prácticas explotativas y opresivas, pero solo encontramos una realidad social constituida como totalidad que establece el ámbito en el que estas prácticas pueden tener lugar. Como plantea Marx en El capital, el capital “anuncia una época”, con lo cual quiere decir la unidad de una formación social.

El argumento de Bohrer de que la separación de capital y capitalismo presupone una separación de historia y lógica (p. 188) es errado, pues es innegable que empíricamente historia y lógica van de la mano, aún cuando en teoría, de todos modos hacemos esta distinción. En realidad, hacer esta distinción teórica nos permite sincronizar todos los elementos empíricos como pertenecientes a una formación social y a un todo social, y aunque es cierto que al sincronizarlos el capital no puede desconectarse de la explotación y la opresión (especialmente en tanto que el capital es una dinámica real), esto no significa que no tengamos que distinguir entre las prácticas de opresión y la lógica del capital; esto debido a que el valor / capital es la forma social que todas las entidades asumen, incluyendo actores cuyas capacidades productivas son movilizadas por el capital para sus propósitos propios a través de las identidades particulares. Mientras que una teoría social nos puede aportar categorías constitutivas, la interseccionalidad puede ayudarnos a entender cómo los actores viven las contradicciones de la experiencia del capital, y reaccionan en diversos y matizados modos en este todo social.

Es innegable que “el capitalismo toma una variedad de figuras y formas, responde a una variedad de condiciones, y encuentra una amplia variedad de limitaciones y resistencias” (p. 213), y que “una adecuada teoría del capital requiere de una atención profunda a la multiplicidad de formaciones que lo constituyen” (p. 203). Del mismo modo es evidente que el capitalismo no puede “explicar o causar” (p. 163) todas las formas de capacidad de acción, por lo cual una sola teoría no puede darle sentido a todas las “elecciones, acciones, pensamientos, oportunidades y sacrificios que hacen las personas” (p. 163). Empero, este “vertiginoso conjunto de configuraciones capitalistas” (p. 145) presupone que el referente de “capitalismo” se refiere a un “X” que asume una variedad de figuras; o sea, que presupone idealmente una teoría. Esto supone, sin embargo, que no querríamos recaer en estrategias nominalistas, relativismo historicista o pluralizaciones vacías que no nos ayudan a aprehender la realidad, como cuando Bohrer afirma que “los antagonismos sociales siempre deben ser entendidos como polifónicos, múltiples y, más aún, impredecibles y contingentes” (p. 213), que las contradicciones sociales deberían permitir una “plétora de resultados, configuraciones y negociaciones” (p. 214), o que no existan causas singulares para “las relaciones multidimensionales, contradictorias e internamente variables entre distintas fuerzas en matrices de dominación” (p. 114). De hecho, ¡esto es vertiginoso!

En este sentido, el intento de la autora por agrupar a una variedad de autores bajo una identidad etiquetada como “marxismo”, especialmente si consideramos la amplitud teórica y la presencia global del marxismo, es problemático, por decir lo menos. Además, Bohrer parece entender al “marxismo” desde un punto de vista “activista”, y aunque comprende los movimientos como la principal fuente de la teoría (y se puede entender la actividad de teorizar como una forma de praxis), entiende la praxis como algo externo a la teoría. Al respecto, recordemos que El capital no fue escrito para la clase trabajadora, a la cual habría que dirigirse en otro tipo de publicaciones), sino que fue escrito contra la clase dominante y sus clásicos economistas y filósofos representativos, con el objetivo de posicionar la teoría y filosofía marxistas dentro del discurso teórico y filosófico del tiempo de Marx. La esperanza era que, a su vez, esto llevara a reflexionar que la actividad de teorizar no puede hacerse desde algún tipo de espacio neutral. Como consecuencia, la teoría como praxissignifica que la teoría debe emprenderse como crítica de la ideología y no como una forma de activismo.

De modo similar, el objetivo de la teoría y la filosofía marxistas contemporáneos debería verse como el intento de establecerse en una posición que pueda demostrar su superioridad sobre otras posiciones en los campos de la epistemología, la ontología y la ética. Como resultado del abordaje “practicista” de Bohrer a la teoría, es difícil entender dónde se sitúa la autora en este campo, ya que no queda claro contra qué teoría se dirige el “marxismo interseccional” de Bohrer, a menos que quiera posicionarse contra ciertas formas de pensamiento basadas en identidades específicas, como las de feministas liberales o varones blancos binarios.

Finalmente, aunque el libro es extremadamente fuerte en su reconstrucción precisa, clara y de largo alcance de autores y debates, sus conceptos teóricos básicos permanecen vagos porque no se abordan debidamente preguntas filosóficas esenciales. Por ejemplo, ¿qué es la identidad? ¿Qué es una categoría (lo cual se presupone en términos como “intracategorial” o “intercategorial”)? O, ¿qué es subjetividad? Estas son solo unas pocas de las preguntas filosóficas fundamentales que deben ser tratadas para analizar de lleno las importantes consideraciones de este texto. De hecho, la idea de que las identidades que se traslapan constituyen subjetividades es débil mientras que no la enmarquemos en entramados fenomenológicos u ontológicos. Una afirmación como que la interseccionalidad es un “abordaje ontológico que da cuenta de la subjetividad compleja” (p. 90) permanece vacía sin estas antecedentes o complementarias consideraciones filosóficas.

Adicionalmente, se podría – y tal vez se debería – argumentar que es filosóficamente problemático identificar quién es uno es con qué es uno. En el deseo de la autora de reconocer cadenas infinitas de diferencia que fijan a los seres humanos en lo que son, en lugar de lo que podrían ser, se evapora incluso el eco de lo que una vez fue una visión universalista de una sociedad sin clases, como sociedad de individuos humanos. Dicho con Sartre, la idea de un yo que pueda ser observado bajo el lente de aumento interseccional es por sí misma mala fe, en la medida en que se puede argumentar que un individuo siempre trasciende todas las identidades. Finalmente, una teoría de sujetos sociales que está construida sobre la base de identidades está a su vez modelada a partir de los deseos neoliberales, pues los actores parecen vivir en un universo abstracto de identificaciones, en lugar de fábricas, escuelas, precarios, campamentos, granjas, casas, barcos o instituciones políticas.

A modo de cierre indicamos que, por un lado, el libro alcanza un nivel de complejidad e inclusividad que raramente vemos en un campo en el que muchas personas autoras intentan desesperadamente de defender su territorio intelectual; pero, por otro lado (y aquí está la paradoja), se acerca peligrosamente a perder el enfoque sobre los problemas sistemáticos que necesitan un tratamiento más teórico o argumentativo. Quien lea estas líneas, sin embargo, no debe malentender estas observaciones críticas: a pesar de las sutilezas que indica este reseñador, el libro de Bohrer es un logro impecable en términos de claridad y complejidad, que debe ser leído por toda persona interesada en la relación entre marxismo y teoría interseccional.

Referencias

Bohrer, Ashley y Souvlis, George 2020 “Marxism and Intersectionality: An Interview with Ashley Bohrer”. Salvage, 28 de mayo: https://salvage.zone/online-exclusive/marxism-and-intersectionality-an-interview-with-ashley-bohrer/

Christian Lotz (lotz@msu.edu). Profesor de Filosofía en Michigan State University, de cuyo Posgrado en Filosofía es Director.

Originalmente, esta reseña apareció publicada, en inglés, en: https://marxandphilosophy.org.uk/reviews/18689_marxism-and-intersectionality-race-gender-class-and-sexuality-under-contemporary-capitalism-by-ashley-j-bohrer-reviewed-by-christian-lotz/

Traducción de George García Quesada


Rev. Filosofía Univ. Costa Rica, LXI (161), Setiembre - Diciembre 2022 / ISSN: 0034-8252 / EISSN: 2215-5589