Alejandro Pla Alfonso
Pierre Nicole: un pesimista con proyecto
Resumen: La gracia es eficaz pero la intervención necesaria y poderosa de Dios no debe hacerse esperar. El cristiano debe “tentar a Dios” en lo ordinario. Se rehabilita lo mundano en pro de la intervención divina. A partir del modelo de vida monástica, Nicole fomentará una referencia moral de vida cotidiana.
Palabras clave: placer, moral, Dios, pedagogía, Port-Royal.
Abstract: Grace is effective, yes, but the necessary and powerful intervention of God should not wait. The Christian must “tempt God” in the ordinary. The mundane is thus rehabilitated in favor of divine intervention. Starting from the model of monastic life, Nicole will promote a moral reference of daily life.
Keywords: pleasure, moral, God, pedagogy, Port-Royal.
1. ‘Solitaire’ de Port-Royal
Pierre Nicole plantea un revisionismo moral que no desmoralice al cristiano y que le haga sentirse protagonista. La gracia es eficaz, pero la intervención necesaria y poderosa de Dios no debe hacerse esperar. El cristiano debe tentar a Dios en lo ordinario. El hombre no puede conocer todo. Es limitado. Pero necesita hacerlo. He ahí la tragedia antropológica. Nicole es un pesimista con esperanza y un filósofo de contradicciones. La progresión moral, aunque limitada, es posible. El proyecto pedagógico está en marcha y toda la sociedad sale beneficiada. Nicole avanza a base de paradojas y contradicciones, reales o aparentes, tal como lo defenderá Rousseau. Su amigo y ejecutor testamentario, Henri-Charles de Beaubrun, dirá que Nicole escribía para el jansenismo mientras tenía en la mente un sistema diametralmente opuesto. En este estudio vamos a abordar, por un lado, el esfuerzo y vanguardismo pedagógico realizado por este intelectual de profunda formación humanística y, por otro lado, cómo la moral y la apologética fueron las ramas principales de sus escritos. Se reivindicará el modo en que sus Essais de morale se tornaron modelo de moral durante décadas en la sociedad francesa y anticipan el utilitarismo venidero, a partir de su concepto cristiano de amor propio iluminado, que hunde sus raíces en el agustinismo.
Nicole nació el 19 de octubre de 1655 en Chartres. Creció en un entorno donde la educación clásica desempeñaría un papel importante. Primero en casa de su padre, abogado del parlamento de Chartres, y, tras un breve paso por el colegio d’Harcourt, en la Sorbona, donde trabaría amistad con varios amigos de Port-Royal, como el profesor Jacques de Saint-Beuve: “A la edad de 14 años hubo concluido el ciclo ordinario de Humanidades y había leído todos los libros griegos y latinos de la biblioteca de su padre” (Goujet 1732, 7). Crecer en un entorno familiar de marcado carácter parlamentario humanista le proporcionó una rara facilidad para las letras. Destinado a seguir una carrera eclesiástica, rechazó ordenarse sacerdote debido a la querella entre los jesuitas y los teólogos que defendían las ideas expuestas por Cornelius Jansenio en su Augustinus. Se detendrían ahí sus pasos en la Sorbona y con ellos sus estudios de teología. Las disputas que agitaban la vida intelectual de la facultad de teología en sus tiempos universitarios no le simpatizaban. Obtuvo el bachiller de teología en 1649, en el momento de esa gran ofensiva de la facultad de París contra los partidarios de Jansenio. Sus estudios inacabados, desgraciadamente, le sitúan en una posición incómoda. Esta tierra de nadie en la que se instala por evitar la crispación teológica parisina le convierte casi en proscrito para ambos bandos. A ojos de la Sorbona, Nicole es un jansenista por el hecho de no tomar partido a favor de la reputada universidad, pero desde el punto de vista de Port-Royal, no deja de ser un clérigo con tonsura que no entró en las órdenes y que fue revestido del sacerdocio.
Su tía fue elegida abadesa de Port-Royal. Este nombramiento familiar, acompañado de su distanciamiento de la Sorbona, facilitarían que Nicole comenzara en el monasterio su andadura docente en filosofía, humanidades y, sobre todo, en latín en las Petites Écoles vinculadas al monasterio. Se erige como uno de los principales docentes de las Petites Écoles, donde presenta a sus alumnos las obras de Racine y del historiador Tillemont, entre otros. Pronto se distinguía del resto de solitaires por su gusto literario; gusto, como hemos visto, adquirido en un domicilio paterno donde se empapó de una rica biblioteca en su primera adolescencia: “Su padre mantenía relación epistolar con diversos hombres de letras, en especial con Chapelain. Era su padre un poeta que en su tiempo libre traducía textos clásicos, como las Declamaciones de Quintiliano, que Chapelain mandaría editar” (Al-Faradzh 2012, 11).
Como en todos los seguidores del monasterio, la influencia de san Agustín era evidente. Su conocimiento de la Antigüedad y su gusto por la literatura le singularizarían entre los solitaires de Port-Royal. A partir de 1654, Antoine Arnauld, teólogo de la institución, seducido por la elegancia de su pluma y al dominio demostrado del latín le solicitó que fuera su colaborador. Hasta 1668 aparecería como uno de los más próximos colaboradores del padre Arnauld, quien se sirve del dominio del latín de Nicole. Ambos redactarían la Lógica o el arte de pensar, referencia bibliográfica del monasterio y una de las ineludibles obras literarias que marcaría los siglos XVII y XVIII. Compuesta de un solo tratado dividido en cuatro partes, apareció́ de forma anónima en 1662.
La Paz de la Iglesia, que nos detendremos a explicar en las próximas líneas a fin de contextualizar el conflicto, marcaría en 1669 una nueva deriva personal. Los religiosos y solitaires del monasterio afrontarán una etapa de relativa calma, lo que Nicole aprovecha para dedicarse a sus estudios de moral y publicar su serie de Essais de morale. El 15 de abril de 1679 muere la gran protectora de Port-Royal, la duquesa de Longueville. Los ecos de nuevas persecuciones al monasterio vuelven a escucharse. Nicole huye a Bruselas para encontrarse con Arnauld, exiliado en la ciudad belga. Pasan los días y el exilio le incomoda, por lo que decide regresar a Francia en 1680. Primero a su ciudad natal y finalmente a París, tras una carta de sumisión a Harlay, arzobispo de la ciudad, en la que se ve obligado a repudiar al entorno de Port-Royal. La vida errática a nivel intelectual de Nicole provocó que nunca pudiera ser claramente encasillado. Ni tan siquiera en el propio seno de Port-Royal, donde era una de sus figuras ilustres: “Aquel que hoy reconocemos como espíritu de Port-Royal es, para muchos, un verso libre. Encontramos en su obra moral los temas clásicos del rigorismo del monasterio, pero su pensamiento puso en duda, asumiéndolos de una manera más o menos clara, la estricta ortodoxia” (Canto-Sperber 2014, 959).
El éxito de los Essais de morale generó una multiplicidad de ediciones, incluso estando en vida su autor. Nicole estuvo revisando continuamente su obra, añadiendo correcciones y anotaciones hasta sus últimos días. En 1671, al día siguiente de la publicación del primer volumen de los Essais, Madame de Sévigné confiaba a su hija: “Leo a Nicole con un placer que me eleva. Me encanta su tercer tratado. Léalo, se lo ruego, con atención, y verá cómo muestra netamente el corazón del hombre (…) lo que se llama indagar en el fondo del corazón con una linterna, eso es lo que él hace” (Sévigné, 1972-1978). Jérôme Besoigne (1752, 266) caracteriza los Essais en los siguientes términos: “Las costumbres morales de los hombres opuestos al espíritu del cristianismo son trazadas tan hábilmente, tan detalladas, tan anatomizadas, que jamás ningún autor ha parecido conocer mejor el corazón de un hombre”
2. La gracia, a debate
El tema de la gracia es fuente de debate, en el mejor de los casos, y de conflictos y beligerancia, en el peor de ellos. El modo en que Dios actúa a la hora de conceder la salvación al cristiano, o dicho de otro modo, el margen de libertad del hombre para conseguir la salvación se halla en el origen de la polémica entre jesuitas y dominicos. Los primeros, discípulos de Luis de Molina, sostenían la tesis de la gracia suficiente [gratia sufficiens], generalmente conferida al cristiano según sus méritos [post merita praevisa] dando cabida, pues, al consentimiento del libre arbitrio. A ellos se habían adherido pensadores de la talla de Leonardo Lesio (1554-1623), Gabriel Vázquez (1549-1604) y Francisco Suárez (1548-1617), entre otros. Los segundos, defensores de Tomás de Aquino, mantenían la idea de una gracia eficaz por sí misma [gratia se ipsa efficax] y la tesis de la predestinación gratuita sin méritos previos [ante merita praevisa]. Entre el tomismo y el molinismo, los jansenistas levantaron un tercer sistema, adoptando las tesis formuladas por Jansenio en su Augustinus (1640), pretendiendo regresar a la ortodoxia más estricta del agustinismo contra el semipelagianismo de los jesuitas. Pero el 19 de junio de 1643, la bula In eminenti condena el Augustinus. El 31 de mayo de 1653 el papa Inocencio X escribe la bula Cum occasione, que proscribe por herejía cinco proposiciones extraídas del Augustinus. Llegados a este punto, el jansenismo resultaba prohibido por la autoridad católica y sus seguidores eran considerados herejes.
La respuesta de Arnauld serán sus Lettres à un duc et pair (1655), un ataque frontal a los métodos jesuitas, que hizo posible las Provinciales de Blaise Pascal, pero no impidió́ que en 1656 fuera expulsado de La Sorbona, donde era profesor. La disputa ocasionada por su defensa de las tesis jansenistas se prolongó́ hasta 1669. Fruto de la intervención de un grupo de obispos franceses que secundaban la causa de Arnauld, el papa Clemente IX acordó́ un tiempo de gracia para el teólogo jansenista –la llamada pax clementina, mencionada en las líneas anteriores–, que durará cerca de diez años. En ese periodo Arnauld escribió́ junto con otros autores la Gramática (1660) y la Lógica (1662) de Port-Royal. No obstante, a finales de 1670 se recrudecieron las acusaciones de herejía contra los miembros de Port-Royal y finalmente el jansenismo volvió́ a ser condenado en 1690. Arnauld huyó a los Países Bajos, donde permaneció́ hasta su muerte. Desde allí continuó polemizando con jesuitas, protestantes y filósofos como Gottfried Leibniz o Nicolas Malebranche.
Los jansenistas debían volver a ganarse la aprobación del Vaticano. La solución se hallaba en aproximarse, desde su agustinismo ortodoxo, a Tomás de Aquino y recuperar así los favores de Roma. Pasarían a la acción defendiendo vivamente su ortodoxia católica, pero con frialdad, afirmando que sus tesis eran puramente tomistas. Bastaría, pues, con demostrar el acuerdo del Augustinus con los grandes principios teológicos de la escuela tomista. Desde el Concilio de Trento hasta la Ilustración, el debate no cesaría. La grâce [gracia] requiere un capítulo específico en este estudio no sólo para situar la polémica religiosa del periodo que nos ocupa, sino para explicitar las tensiones que el propio Nicole experimentó al respecto en vistas de dotar de protagonismo al ser humano en una vida mundana que el filósofo rehabilita en unas derivas, como la del placer, que el rigorismo ortodoxo de sus legionarios Port-Royal condenaba, tal y como apunta Laurent Thirouin:
Emblemática es su lucha con el monje Pelagio, que minimizaba las consecuencias de pecado original y negaba que el hombre necesitara la gracia (…) los discípulos de san Agustín observan la pesadez, la mala fe, la compulsión perversa (ya natural) que empujan a cada hombre a oponerse a su propia felicidad. De ahí un tono oscuro, fácilmente reconocible, de los textos agustinos clásicos, una presentación pesimista de las relaciones entre los hombres. (Canto-Sperber 2014, 959)
Las tesis de san Agustín se convierten en camino fundamental para el cristiano. No en vano es uno de los padres de la Iglesia. Pero el jansenismo se distingue por aplicar con estricto rigor, por realizar una exégesis ortodoxa del antiguo obispo de Hipona. Port- Royal se levanta con la voluntad de llevar a la práctica dicha moral sin las distracciones de lo mundano. El alejamiento posibilidad el recogimiento del cristiano hacia sí a fin de poder escuchar con mayor claridad la voz divina. Pero el cristiano, y esto es fundamental en el debate, no podría escapar a su caída estructural sin una gracia eficaz. El hombre requiere, pues, de un poder infalible que posibilite la actuación de la voluntad humana. Esa delectación negativa hacia el pecado que impregna la moral del hombre desde la caída de Adán debe tornarse delectación hacia la voluntad divina. El hombre, siendo como es, la gracia no puede más que ser eficaz. Esta concepción de la gracia caracteriza el agustinismo del siglo XVII: el jansenismo.
La gracia eficaz, no nos olvidemos, genera un dilema ético y, a la larga, social, en el ciudadano cristiano: si el hombre no tiene en sus manos el poder de salvarse, es decir, si sólo corresponde a la voluntad divina dicha decisión, ¿qué sentido comportarse de un modo u otro dado que nuestra voluntad no determinará nuestro destino? El rigorismo jansenista se ve así, paradójicamente, acusado de convertirse en una escuela de vicios. De vicios o de desmoralización. El jansenista, en esta toma de conciencia de que el destino no está en sus manos, de que su esfuerzo es vano, puede precipitarse lentamente a la desesperanza. ¿Cómo no caer en ambos peligros? Las consideraciones tanto prácticas como psicológicas sobre la civilización y los lazos sociales, sobre la universal y legítima necesidad de paz, sobre la incapacidad de cada uno de conocer el valor de sus actos, todos ellos temas de Nicole, tienen como último objetivo legitimar y fundar un discurso moral en teología jansenista. El hombre es, ciertamente, dependiente del socorro divino, pero no debe prolongar la espera para que Dios se manifieste, debe dar un paso adelante en lo cotidiano para que lo haga; sería, según la terminología nicoliana ‘tentar a Dios’. En la séptima Cartas visionarias, aparecida el 10 de abril de 1666, Nicole se esforzaba en demostrar que la espiritualidad pasiva de Desmarets era condenada por el precepto de la Biblia que afirma que no tentarás al señor tu Dios (Mateo 4, 7). Así, ya en el primer capítulo del tratado De las diversas maneras de tentar a Dios, en la parte final de sus Essais, Nicole (2016, 453) reivindica que Dios “nos ordena no permanecer sin hacer nada, cuando tenemos en nuestras manos medios humanos de los que podemos hacer uso.”
Nicole se pretende un pensador de lo ordinario. Para el teólogo y el hombre de fe que es Nicole, pensar en lo ordinario no significa, evidentemente, circunscribir su atención en lo cotidiano, en lo común, en lo terrestre, sino más bien pensar en la inscripción de lo extraordinario, de lo sobrenatural en la naturaleza. He ahí su lado positivo, y la justificación profunda de este antimisticismo que le hace ser uno de los adalides en este aspecto del siglo XVII (…) esta postura casi blasfematoria, en las antípodas de la fe, es tradicionalmente conocida bajo el nombre que Nicole quiere impulsar: tentar a Dios. (Thirouin 2011, 138-139)
Llegados a este punto hay que subrayar las acusaciones de pelagianismo que se vertieron hacia Nicole desde el núcleo más duro de Port-Royal: “Tomando para sí la fórmula general Quod ad nos pertinet [Hemos de hacer siempre aquello que esté en nuestras manos], Nicole le da una nueva resonancia dado que lo hará bajo la pluma de un arduo defensor de la gracia eficaz por sí misma. Sugiere una promoción cuasi-pelagiana de la manera de involucrarse humana” (Thirouin 2011, 140). Hay que recordar el caso de Martín de Barcos, a quien Nicole se opuso en varias ocasiones y que defendía que el cristiano debe abandonarse a Dios en una inacción total. Pelagio (360-422) sostenía que cada hombre poseía en sí mismo la fuerza para realizar un ideal de santidad sin necesidad del concurso de una gracia divina especial. Los teólogos de Port-Royal acusaban los discípulos de Molina y los jesuitas en general de retomar tesis próximas a Pelagio, que eran condenadas por la Iglesia. Nicole (2016, 456) quiere manifestar su tesis de que el hombre debe tomar partido, pero no quiere ser acusado de doctrinas proscritas por Roma, por lo que debe servirse de los pensamientos de san Agustín, padre de la Iglesia, para sustentar su discurso. Así, comienza el capítulo II del tratado De las diversas maneras de tentar a Dios subtitulándolo “Pruebas de esta verdad por san Agustín, de que no está permitido rechazar los medios ordinarios para esperar los milagros.”
Encerrarse en sí mismo es un error, pues impide que potenciemos la mayor virtud cristiana. Este pensamiento, sin duda, desentonaba con el rigorismo de Port-Royal y de compañeros de filas más ortodoxos como Martín de Barcos. La reclusión monástica tiene para Nicole sus límites. Nos movemos en el terreno del semirretiro:
Es un mal ser complaciente del amor que los demás tienen por nosotros. Pero es peor si cabe demostrar indiferencia hacia los hombres, ser insensible hacia sus bienes y sus males, encerrarse en uno mismo, soñar sólo en sí mismo (…) puede ocurrir, si no tomamos precaución, que en esa pretensión de distanciamiento social caigamos en un estado de sequedad, de frialdad y de indiferencia interior hacia ellos, que nos alejemos de nuestros semejantes de manera insensible, que se conviertan en extranjeros para nosotros y, queriendo practicar la caridad de un modo demasiado espiritual, perdamos de hecho esa caridad espiritual y la afección humana que fundamenta el vínculo de la sociedad civil. (Nicole 2016, 210)
El filósofo francés, pese a ser un solitaire de Port Royal, condena la inactividad radical. Sus paseos y lecturas en el monasterio no le arrojan al abandono del misticismo y la mortificación de lo mundano. Nicole clama por un cristiano activo, con iniciativa, que se labre su salut [salvación]:
Es el mismo deseo de lo ordinario que gobierna la lucha de Nicole contra el quietismo (…) la importancia que otorga a lo visible. Dios interviene, según él, continuamente en el curso ordinario de las cosas, pero generalmente lo hace de un modo casi imperceptible. (Thirouin 2011, 140)
Nicole evita cualquier sospecha de no seguir los dictados de san Agustín, de dar demasiado protagonismo al hombre. Así, este valor antropocentrista en su lectura de la gracia general siempre viene acompañada del constante recordatorio agustiniano de que la naturaleza del hombre es vivir subordinado a la voluntad de Dios, como establece en el tratado De la grandeza:
Esta subordinación de su voluntad a la de Dios es realmente esencial a su naturaleza, pues Dios no puede permitir al hombre ser su regla y su fin (…) ya que nuestra voluntad no es ni la regla de sí misma ni la de otros. No hay sino Dios que pueda justamente reinar en nuestra voluntad. (Nicole 2016, 242)
Así pues, las desavenencias en torno a la gracia se producían incluso entre los propios miembros de Port-Royal. El protagonismo activo de Nicole en el monasterio le enfrenta al padre Arnauld en este tema teológico:
Hay algo trágico en la disputa que les opuso hacia el final de su vida: es que se dan cuenta, después de más de treinta años de colaboración asidua, de polémicas sostenidas en común, que no tienen la misma comprensión de la doctrina de la gracia. (Solère 1996, 117)
3. El hombre es débil y limitado
Empezamos este estudio destacando un rasgo de Nicole: la aparente contradicción. El filósofo francés progresa a base de ellas, al más puro estilo hegeliano. El hombre necesidad conocer, pero su fuerza epistemológica es limitada. El reto parece titánico. Por un lado parece asomarse ya en el horizonte el sapere aude de Kant y resto de pensadores ilustrados, pero por otro lado está presente la limitación de conocimiento compartida con Montaigne, herencia del pirronismo del periodo clásico.
Nicole afirma que nunca se conocerá con certeza lo que llamamos el fondo del corazón pues hay en él mientras esté en esta vida, abismos impenetrables a toda búsqueda. La voluntad didáctica de Nicole por sostener la verdad sólida del cristianismo parece chocar con la imposibilidad de sistematizar la moral (…) Nicole se enfrenta, pues, a una serie de dificultades insuperables: no es fácil conciliar el análisis siempre inconcluso de las oscuridades del corazón con la exigencia de una formación práctica de los comportamientos (Parmentier, 2000, 152-153).
En la óptica del jansenismo el hombre es demasiado débil para afrontar una exacta y plena conciencia de sí mismo. Esta inaptitud sobre sus propios actos es uno de los elementos principales de la doctrina de Nicole e instituye una desposesión moral que viene acompañada de una angustia continuada que Nicole se esfuerza por demostrar, pues cada hombre lleva en sí una parte que le escapa. Representa una humillante incompetencia que le obliga a recurrir a Dios. Se tratará pues de enseñar al hombre a hacer una toma de conciencia de esta limitación. El trabajo pedagógico de Nicole pasará por que dicha toma de conciencia posibilite al hombre efectuar una nueva percepción de sí mismo. ¿Cómo lo lleva a cabo? Surge entonces la estrategia del inconsciente. Nicole intenta desarrollar esta tarea poniendo en evidencia ciertos fenómenos psicológicos, mecanismos que pasan inadvertidos, cuyo descubrimiento forja una teoría elemental del inconsciente. Mediante una ingenua reconstrucción intelectual creemos poder justificar nuestras decisiones. Pero el trabajo deliberativo real se produce a un nivel muy íntimo de nuestro ser. La elección de nuestras acciones de un modo u otro se hace a través de lo que Nicole llama pensamientos imperceptibles.
No somos capaces de percibir la sutilidad de las razones mediante los cuales determinamos nuestro comportamiento con respecto a nuestros semejantes. El análisis preeliminar que degrada moralmente nuestros actos se nos antoja, en sus líneas maestras, todavía secreto. Aquello que hoy en día llamamos el inconsciente no es evocado por Nicole con un tono negativo, como el lugar de pérdida de dominio del sujeto. Al sujeto se le escapan una serie de pulsiones fundamentales que determinan su voluntad, pero también un saber que inspira nuestra razón sin que hayamos podido jamás alcanzarlo. Se percibe en el filósofo francés este apunte al inconsciente como esa parte desconocida que origina en nuestros comportamientos y considera que son ideas accesorias de las que no tenemos clara consciencia y que determinan el comportamiento humano. Béatrice Guion (2002, 324) también percibe en el filósofo francés este apunte al inconsciente como esa parte desconocida que acciona nuestros comportamientos: “Nicole considera que lo más frecuente se trata de esas ideas accesorias de las que no tenemos clara consciencia, las que determinan el comportamiento humano.” No obstante, Guion se lamenta de que el propio Nicole concluya la segunda parte del tratado Del conocimiento de sí mismo (capítulo XXXIII) en unos términos que invitan al desaliento:
Es significativo que Nicole, tras exhortar al trabajo de repliegue sobre uno mismo, termine con este anhelo: “No se debe pretender, sin embargo, pese a algún progreso que hagamos, poder alcanzar nunca a conocerse del todo. Hay siempre en el corazón del hombre, mientras esté en esta vida, unos abismos impenetrables a toda búsqueda”. El alma no alcanza esta toma de conciencia: el hombre no sabrá nunca conocerse por entero. Ese fondo inalcanzable a nuestro conocimiento es el motivo de nuestras acciones (Guion 2002, 44).
Nicole comparte con Pascal la idea de limitación y fragilidad en el hombre. Tan honda es la marca de Pascal en él que decide principiar sus famosos Essais de morale con el tratado que titula De la debilidad del hombre, al que acompañe el subíndice bíblico en latín: Miserere me Domine, quoniam infirmus sum [Apiádate de mí Señor, porque soy débil]. Todo el primer tratado de la gran obra de Nicole se centra en desgranar la debilidad del ser humano. Las limitaciones del hombre, en especial las epistemológicas, se convierten en diana de Nicole. En ocasiones rememorando la tradición de los antiguos escépticos, a ratos haciendo guiños a Pascal, e incluso a veces jugando sorprendentemente (para el rigor y aséptíco estilo de los jansenistas) con la sintaxis, afirma nuestra debilidad, saca a la luz las miserias del hombre, señala sus causas y motivaciones. Nicole radiografía al hombre poniéndole un espejo ante sí para que se vea y empequeñezca o, más bien, adquiera el valor de contemplar su auténtico tamaño. Comienza el capítulo III de De la debilidad del hombre afirmando cómo la idea que tiene de su fuerza está mal fundada, pues el hombre evita compararse con otras criaturas por miedo a reconocer su pequeñez en todo y hay que forzarle a hacer esta comparación pues, para empezar, es alma y cuerpo atados y unidos por un nudo desconocido e incomprensible. En los últimos párrafos de este capítulo, juega con la sintaxis al iniciar todas las frases mediante una construcción con verbo dicendi elidido –o un que ilativo– que remata así: “Que en esta contemplación se pregunte qué es en este doble mundo, cuál es su lugar, su fuerza, su grandeza, su poder, en comparación al resto de criaturas” (Nicole 2016, 44-45).
4. El hombre es social
Antes de abordar la dimensión social que Nicole otorga al ser humano, conviene dejar claro que el filósofo era un solitaire de Port-Royal. Aquel cristiano que adquiere esa condición debe cumplir el distanciamiento social, el alejamiento de lo mundano y compartir los valores de soledad que implica la vida monástica. Nicole exalta el modelo monástico del que pretende hacer ideal universal de vida o al menos punto de referencia moral de la vida cotidiana. La acción moral se halla sólo en el retiro, pues en él el cristiano se aleja de la vida mundana y de todos los riesgos que ella conlleva a la hora de alimentar el amor propio. Tras su condena por el pecado original, el hombre debe minimizar esa suerte de monstruo que lleva en él, inflado de defectos como el orgullo, la vanidad y la arrogancia. La vida solitaria del régimen monacal se convierte en la mejor manera de hacerlo, dado que trágicamente no puede erradicar del todo esta condena antropológica y es sólo Dios quien tiene en su mano la salvación del cristiano. Aclarado esto, hay que decir ahora, no obstante, que el posicionamiento de Nicole respecto al rigorismo jansenista de Port-Royal nunca ha sido del todo cumplido. El filósofo aboga por una vida de semirretiro. Así, precisamente, el valor que revisten los Essais es el de dotar de relevancia la dimensión social del individuo. Nos lo recuerda con esta palabras Laurent Thirouin en su estudio sobre el jansenismo:
El hombre depende afectivamente de sus congéneres. No sólo no quiere ser odiado por nadie, sino que experimentamos la necesidad existencial de sentirnos apoyados, por el retrato favorable que nos construimos de nosotros mismos, por la imagen complaciente que nos proyecte el prójimo (…) La dependencia afectiva se desdobla en una solidaridad material que Nicole no pasa por alto cuando afirma “los hombres se unen por una infinidad de necesidades que les obliga irremediablemente a vivir en sociedad” (Canto-Sperber 2014, 961).
En el tratado De la debilidad del hombre señala la importancia de la figura del prójimo en la vida del hombre: “Por lo que se ansía con tanta pasión la aprobación de los demás es por fortificar la idea que se tiene de la propia excelencia, pues ese sentimiento público reafirma y sus aprobadores son como testigos que persuaden de no engañarse en el juicio que se tiene de uno mismo” (Nicole 2016, 39). Sobre el engaño de sí mismo, La Rochefoucauld afirmaba en su máxima 115 que tan fácil engañarse a sí mismo sin darse cuenta como difícil engañar a los otros sin que se den cuenta. Algunos párrafos más adelante, en el apartado 9, Nicole insiste en ello al afirmar que el espíritu del hombre es tan débil, tan constreñido y estrecho, tan fácil a perderse y al mismo tiempo tan presuntuoso, que no hay nada de lo que no se sienta capaz mientras haya gente que le elogie. El hombre se halla, pues, como suspendido por una infinidad de débiles cables deshilachados a una enorme cantidad de objetos vanos que no dependen de él, de tal modo que, como siempre hay uno de esos cables que se quiebra, cae y el golpe le aturde; lo que le lleva a ese pequeño círculo de amigos y aprobadores que le rodean. Pero la figura del otro, su aprobación, debe renovarse. El hombre necesita tanto el reconocimiento ajeno como sustituir esa figura:
No sólo tenemos la necesidad continua de esos apoyos vanos, sino que nuestra debilidad es tal que no son capaces de sostenernos durante mucho tiempo. Hay que renovarlos pues si no los aplastaríamos de nuestro peso. Somos como pajarillos que están en el aire pero no pueden permanecer sin movimiento ni casi en el mismo lugar, pues su apoyo no es sólido ni tienen suficiente fuerza y vigor para aguantar lo que les arrastra hacia abajo. (Nicole, 2016, 67)
Ese vínculo social, que trae ecos del zoon polikon de Aristóteles, tendrá resonancia en los filósofos de la Ilustración. La obsesión de Nicole por preservar el vínculo social proviene de la responsabilidad universal de cada uno respecto a los demás. La influencia de Francisco de Sales es también notoria, por ejemplo, en la insistencia de Nicole en la virtud de la condescendencia, es decir, complacer a la voluntad del prójimo de la manera más humilde.
5. Política y paz social
El amor propio dicta la conducta del ser humano desde la caída de Adán. El pecado original ha generado una antropología que provoca que el cristiano se vea trágicamente arrastrado por la gravedad concupiscente pese a que en su origen –antes del pecado original– no era así: “Los hombres no son en absoluto como el estado en el que fueron creados; sus males no provienen de su naturaleza original, sino de su desarreglo, pues no están adecuados al primer orden de Dios, ni a su inclinación primera que era la bondad” (Nicole 2016, 113). En esta tragedia vital, que necesita del auxilio divino pero en la que el hombre también posee su cuota de protagonismo como ya hemos visto en el apartado dedicado a la gracia, el individuo requiere también del socorro de sus semejantes. El amor propio se alimenta del otro. No puede vivir sin él. El hombre pasa a ser ciudadano en tanto en cuanto su amor propio necesita del reconocimiento ajeno para autoafirmarse en los males derivados de la concupiscencia. Esta confluencia de necesidades derivadas del amor propio propicia el surgimiento de una sociedad que debe regularse, que requiere de una paz social, de un civismo entre cristianos:
Si el vínculo social descansa de manera estructural y en el origen de un encuentro de intereses egoístas, un comercio de amores propios resultará también útil a un fin de mejora moral […] el deseo de satisfacer al otro, de obtener su amor mediante la disimulación sistemática de sus propias pulsiones egocéntricas requiere de una ascesis individual. Donde Pascal veía impostura Nicole ve ejercicio espiritual y un medio de progresar hacia un ideal de auténtica caridad; una intervención pedagógica de la misericordia divina. (Canto-Sperber 2014, 961)
El tratado De los medios para conservar la paz con los hombres emerge, sin duda, como lugar clave de los Essais donde Nicole engarza sus reflexiones antropológicas con las de filosofía política. Para muchos considerado este tratado como la obra maestra dentro de los Essais, despertó profundo interés en Mme de Sévigné, quien hubiera deseado según sus propias palabras “hacer un hervido de él y tragárselo” pues “descubre lo que sentimos a diario y que no tenemos el espíritu de abordar o la sinceridad de reconocer”, tal y como afirma en sendas cartas enviadas la una en septiembre y la otra en noviembre de 1671 a su hija (Nicole 2016, 123). En el capítulo I de dicho tratado (primera parte) ya ejecuta a la perfección una carambola filosófica; señala la necesidad antropológica que sentimos hacia nuestros semejantes (“el mundo entero es nuestra ciudad ya que en calidad de habitantes del mundo, tenemos vínculo con todos los hombres” (2016, 125)) al tiempo que ejecuta una crítica epistemológico-moral al apuntar que nos resulta más dificultad relacionarnos con nosotros mismos que con los demás (“es más fácil vivir con el mundo exterior que con ese pueblo interior que llevamos en nosotros mismos” (2016, 126)), en clara alusión al mandato del repliegue interior de san Agustín y a la huidiza voluntad de hacerlo ya denunciada por Pascal.
¿Por qué esa insistencia en alcanzar la paz? ¿Por qué es tan relevante en Nicole que el ciudadano logre su paz interior y, acto seguido, contribuya así a la paz social del resto de conciudadanos? La razón es doble porque Nicole es filósofo y teólogo. No debe sorprendernos, pues, que las razones que motiven al individuo a buscar la paz sean de índole racional por un lado, y por una cuestión de fe por el otro: “La religión nos prescribe este deber al ser uno de los más esenciales de la piedad cristiana, la razón nos obliga también como uno de lo más importantes de nuestro propio interés” (Nicole 2016, 128). Al mal antropológico–la caída de Adán– Nicole (2016, 237) ofrece una solución de carácter teológico: “Ha sido necesario dar con un arte que regulara la codicia, y este arte consiste en el orden político, que la domina por el miedo de la pena y la aplica a aquello que resulta útil a la sociedad.” Este orden es el que produce que en la sociedad haya médicos, artesanos y, en general “todos aquellos que contribuye a los placeres y que alivian las necesidades de la vida” (Nicole 2016, 237). Bérengère Parmentier (2000, 155) advierte que la aparente paradoja de Nicole se diluye una vez que entendemos que la civilidad es provechosa en el desarrollo de la caridad siempre y cuando nuestra participación social sea activa, moderada y, sobre todo, de base cristiana: “Cuando habla de la civilidad cristiana Nicole muestra que es producto del amor propio de tal modo que parecería que la caridad debería alejarnos de la civilidad; posteriormente explica que la caridad puede contribuir a los deberes de la civilidad. En definitiva, para unir esta aparente contradicción hay que tratar que nuestra civilidad sea diferente de la gente mundana.” Gilbert Faccarello (1992, 163) subraya que si en Nicole “el vínculo social permanece político y moral”, sin embargo, se ha hecho “un gran paso adelante desde el punto de vista analítico gracias al acento situado en el amour propre éclairé.”
Los dos tratados donde emerge con mayor nitidez la reflexión de Nicole sobre la constitución del poder político y la obediencia que se le debe son De la Grandeza y De la caridad y el amor propio. Aunque el filósofo vuelca en los tratados ya mencionados su mayor dosis de esta rama de la filosofía, el problema sobre el fundamento del derecho y la obediencia civil no fueron propiamente lo que más interesaba a Nicole: “Como moralista cristiano, indagaba más en la civilidad que en la sociedad civil, más en las relaciones del amor propio con la caridad que en la justicia de una obediencia civil” (Bouchilloux 1996, 197).
6. Amor propio: ilusión voluntaria
La ilusión es un subterfugio, en ocasiones involuntario y en otras deliberado, que toma el amor propio. El ser humano se siente limitado a nivel epistemológico y a nivel ético-social. Este contreñimiento puede producirle tanto una sensación de no adaptabilidad a la sociedad como de satisfacción de su propia vanidad. En ambos casos, una frustración. La solución teológica pasa por encaminarse hacia Dios. Ahora bien, cuando el amor propio no ha sido éclairé [iluminado], cuando no ha recibido el cristiano la luz divina y no se repliega en sí mismo para oir el verbo divino, la manera artificiosa que encuentra para acallar ese amour propre que le atormenta desde aquella segunda naturaleza señalada por Nicole, se genera una ilusión de sí mismo:
Si en lugar de este amor propio egoista, espontáneo e inconsecuente, lográramos convencer al mundo de seguir los preceptos del amor propio iluminado se constataría que incluso sin ideales religiosos la sociedad parecería exteriormente una república de santos. (Canto-Sperber 2014, 962)
La ilusión forma parte de los primeros temas que aborda Nicole en sus Essais de morale. Así, en el tratado De la debilidad del hombre advierte que se debe sacar al hombre vanidoso y orgulloso de la ilusión en la que se ha instaurado: “Debemos corregir su equivocación en torno a la ilusión mediante la que se representa a sí mismo, mostrándole su pequeñez; no para desesperarle sino para llevarle a buscar en Dios esa ayuda y apoyo” (Nicole 2016, 40). En ese mismo capítulo I del tratado, afirma un poco más adelante:
Debemos considerar nuestro cuerpo y nuestro espíritu no con esa visión superficial y engañosa, a través de la cual nos escondemos de aquello que no deseamos ver y no vemos más que lo que nos place; debemos hacerlo con una visión distinta, más extendida y sincera, que nos descubra a nosotros mismos tal y como somos, y que nos muestre cuan débiles, fuertes somos, cuanta bajeza y grandeza poseemos verdaderamente. (Nicole 2016, 41)
La ilusión deliberada proviende del amor propio. En concreto, de la presunción del cristiano desordenado. Esta presunción lo “aprieta y encierra tanto a sí mismo” que provoca que el hombre vaya conformando alrededor de sí mismo “un pequeño círculo de criaturas con las que actúa y en dicho pequeño mundo se crea su idea favorable de su grandeza” (Nicole 2016, 43). Como ejemplo teológico de dicha actitud –con solución aparejada–, Nicole (2016, 43) cita el caso bíblico de Job:
Dios, deseando humillar a Job bajo su majestuosa soberanía, le hace salir de sí mismo para que contemplara el gran mundo y todas las criaturas que en él habitan a fin de convencerle de su impotencia y debilidad, haciéndole ver cuántas causas y efectos hay en la naturaleza que sobrepasan no sólo su fuerza sino también su inteligencia.”
Nicole señala que la voluntad deliberada de ilusión oculta un trasfondo: el miedo. Así, lo que sucede realmente es que el hombre sí toma conciencia de sus limitaciones. Sí ha visto su pequeñez. Lo que ocurre es que le ha asustado sus propias debilidades y ello le asusta: “Desviando su espíritu lejos de la fragilidad de la vida humana cae en caminos erráticos y presuntuosos en torno a su propia fuerza” (Nicole 2016, 48). Dichas sendas le conducen a cualquier método que le permita alterar la realidad. El ser humano, por miedo y amor propio, acude a mecanismos de todo tipo para ver lo que quiere ver, para sentir lo que necesita sentir: “No es sino el deseo de olvidar la fragilidad humana y escapar de todos sus peligros lo que provoca que los hombre viajen al borde del mundo para encontrar drogas y barnices” (Nicole 2016, 47).
La solución pasa por llevar a cabo una auténtica toma de conciencia. Antes hemos señalado que la deriva del amor propio hacia la ilusión viene motivada por una toma de conciencia del ser humano sobre su finitud y limitaciones que no agrada a su vanidad, a su amor propio. La toma de conciencia aún era inexacta, estaba condicionada todavía por la vanidad. De este modo, una auténtica toma de conciencia pasa por conocer al hombre en su belleza desde su propia belleza: “La toma de conciencia constituye, en efecto, el preámbulo y la condición de la reforma moral: la enmienda supone el conocimiento de sus faltas” (Guion 2002, 326). La Rochefoucauld y Jacques Esprit desarrollaron también análisis tangenciales a los de Nicole, dejando ver cómo el amor propio instrumentaliza la conciencia. En la máxima 43 de La Rochefoucauld, éste afirma que el hombre cree comportarse como se comporta; y mientras que por su espíritu se dirige hacia un fin, su corazón le arrastra insensiblemente hacia otros. Abre este punto de convergencia entre Nicole y otros moralistas del siglo XVI hacia ciertas pulsiones del inconsciente que podrían ser objeto de análisis en ulteriores estudios, no hay duda. No obstante, conviene señalar que ni La Rochefoucauld ni Esprit usan el término ilusión para designar estos juicios falsos que el corazón impone a la mente. Esta aceptación, que en la década de 1670 caracteriza los textos de Nicole, se hizo común en la última década del siglo entre los moralistas. Agustinos, católicos o reformados. Cuando Jean de la Placette, quien por sus Ensayos de Moral atrajo el apodo de ‘El protestante Nicole’, describió a su vez, y en términos cercanos a los de sus predecesores, los “disfraces de autoestima” de quienes abusan de la conciencia del sujeto acerca de sus cualidades reales… “estas mentiras que él mismo admite son calificadas como ilusiones”, tal y como también apunta Guion (2002, 327).
7. Conclusión
Calificado por algunos como un “verso libre” dentro del monasterio de Port-Royal, lo que sí parece evidente es que este filósofo nunca ha terminado de estar a gusto con las etiquetas. Próximo al cartesianismo, pero no en exceso. Jansenista pero sin llegar al extremo. Fiel seguidor de san Agustín, pero poniendo en valor a Tomás de Aquino. Trágico en su disección de la antropología humana, pero esperanzado en el concurso vital del hombre. Humanista, moralista y pedagogo en cualquier caso. En una época de querella entre antiguos y modernos, en un reinado de Luis XIV en el que la política expansiva y el mimo a todo lo nacional –religión, fronteras, lengua y cultura incluidos– su voluntad pedagógica supuso una revolución desde Port-Royal para toda Francia. Con la vista siempre puesta en san Agustín, Nicole desarrolla no sólo su propia teoría alternativa de la gracia, sino que apuesta por un sistema pedagógico con espíritu crítico a lo largo de un recorrido vital que le lanza al siglo XVIII sin cesar de recibir críticas desde dentro del monasterio pero también desde fuera. En definitiva, Nicole supone una suerte de cartucho de dinamita mundano en el núcleo mismo del jansenismo, al modo en que Erasmo trató de reformar la Iglesia católica sin abandonarla.
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Alejandro Pla Alfonso (soyalexpla@gmail.com) Licenciado en Filosofía y Licenciado en Ciencias de la Información. Es Doctorando en Ética (mención internacional) por la Universidad de Valencia con defensa de tesis prevista para esta primavera de 2023. Actualmente es profesor de Filosofía y Teoría del Conocimiento en el Colegio Preuniversitario Mas Camarena de Paterna (Valencia, España). Entre sus publicaciones más recientes se encuentran: Malebranche: el placer dinámico y ordenado. En SCIO. Revista de Filosofía, nº 20, Julio de 2021, 217-248, ISSN: 1887-9853; Le Maître de Claville, ética del placer cristiano. En, Congreso Bianual de Filosofía del PV (2022); El neoepicureísmo y la concepción del placer en Charles de Saint-Évremond. En Pensamiento, vol. 78 (2022), núm.300. ISSN 0031-4749 PENSAMIENTO, doi: 10.14422/pen.v78.i300.y2022.
Recibido: 18 de enero, 2023.
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Revista Filosofía Universidad de Costa Rica
LXII (163), Mayo - Agosto 2023 / ISSN: 0034-8252 / EISSN: 2215-5589