María Del Pilar Montoya

Platón frente al comercio marítimo. Elementos para una interpretación del Antropoceno

Resumen: A través del estudio de algunos pasajes que Platón consagra al análisis de las repercusiones psicológicas, políticas y económicas de las actividades en torno a las cuales gira la economía de las ciudades empíricas, pretendemos mostrar que el pensamiento económico de Platón, fundamentalmente sus consideraciones sobre el comercio de importación y exportación que se realiza por vía marítima, ofrece elementos de inestimable valor para pensar la relación de las dinámicas de consumo y de producción promovidas por la globalización con la actitud del ser humano frente a la Tierra y las consecuencias que se desprenden de ella.

Palabras clave: comercio marítimo, importación, exportación, autarquía, pleonexia.

Abstract: Through the study of some passages that Plato devotes to the analysis of the psychological, political and economic repercussions of the economic activities of the empirical cities, we intend to show that Plato’s economic thought, fundamentally in relation to the import and export trade carried out by sea, offers elements of inestimable value for thinking about the relationship between the dynamics of consumption and production promoted by globalization and the attitude of human beings towards the Earth and the consequences that arise from it.

Keywords: maritime trade, import, export, autarky, pleonexia.

Introducción

Teniendo en cuenta las enormes transformaciones científicas y tecnológicas y el abismo que el paso de los siglos interpone entre nuestro presente y el mundo antiguo, es lógico dudar del sentido de ese gesto que consiste en volcar nuestra mirada hacia el pasado griego en busca de respuestas a las dudas que hoy nos aquejan. ¿Puede acaso el diálogo con los antiguos sabios proporcionarnos herramientas conceptuales capaces de esclarecer un problema ajeno a su época como lo es la crisis ambiental que vivimos en la contemporaneidad?

Frente a este cuestionamiento es posible avanzar un primer argumento: la inexistencia en el mundo antiguo del conjunto de trastornos ambientales ligados a las técnicas de producción, al uso y al consumo abusivo de los recursos naturales, que hoy conocemos como el Antropoceno, no implica la ausencia de una reflexión concienzuda y profunda sobre la actitud del ser humano frente a la naturaleza, ni de la consciencia frente al impacto de ciertas prácticas sobre su entorno natural, político y social1. La lectura de textos como la República y las Leyes de Platón reflejan esta consciencia.

Pese a que Platón no aborda la cuestión del impacto ambiental del conjunto de actividades destinadas a la satisfacción de las necesidades de las ciudades descritas en estos diálogos, sus consideraciones sobre las repercusiones psicológicas, políticas y económicas de actividades como la extracción de minerales2, la deforestación3, el pastoreo, la navegación, el uso inadecuado de los recursos hídricos4 o el comercio marítimo, del que hoy nos ocuparemos, permiten pensar la crisis socioecológica actual desde la perspectiva de la economía política. Nuestra aprehensión de la compleja dinámica de la relación de los apetitos favorecidos por las prácticas mencionadas con el equilibrio natural posibilita un desplazamiento conceptual desde el terreno de la economía política hacia el que podemos designar como un acercamiento ético al conjunto de fenómenos abarcado por el término Antropoceno.

A través de este acercamiento pretendemos mostrar que el pensamiento económico de Platón, y particularmente sus consideraciones sobre los riesgos ligados al comercio con el extranjero, ofrece herramientas conceptuales que abren el horizonte de la reflexión sobre las incidencias éticas de las dinámicas de consumo y de producción promovidas por la globalización. Sin abordar directamente el tema del impacto ambiental del comercio marítimo, este estudio se centra en la manera en que dicha actividad promueve ciertas tendencias y determina la actitud del ser humano frente a la Tierra.

Las consideraciones de Platón sobre los móviles psicológicos que impulsan a los seres humanos a abandonarse a ciertas actividades y sobre las repercusiones éticas de las mismas, sus propuestas en materia de educación de las tendencias y sus análisis sobre las condiciones materiales que tienden a favorecer el cultivo de la temperancia o la tendencia a la desmesura, pueden ayudarnos a reflexionar sobre nuestro rol en las dinámicas de consumo y de producción de la economía moderna y, por ende, en nuestra implicación directa en la alteración del equilibrio natural5.

Los fenómenos analizados en los diálogos nombrados nos ponen frente a la evidencia de que, además de ser las víctimas de los estragos ambientales, políticos y sociales provocados por la economía capitalista y por las prácticas que la sostienen, esta dinámica no es independiente de un agente: su nutrimento no es otro que nuestros propios deseos; su soporte teórico, la idea de que la Tierra es una reserva inagotable de recursos destinados a la satisfacción de los apetitos humanos. Para quien observa el universo desde esta perspectiva, la economía respondería a una tendencia conforme a la naturaleza: la voluntad de dominación, la sed de poseer siempre más y de aventajar a los demás, que Sócrates designa con el término pleonexia6.

Consciente de los estragos que se desprenden de esta lógica, Platón despliega todos sus esfuerzos hacia la comprensión de los factores que alimentan esta tendencia y de sus expresiones políticas y económicas. El relato del libro II de la República sobre el origen de la ciudad se inscribe en este esfuerzo teórico por desentrañar las causas de un proceso al cabo del cual la economía se desvía de su telos o finalidad natural.

De cómo la ciudad sana sucumbe a la enfermedad

Para facilitar la indagación sobre la esencia de la justicia y de la injusticia en el alma humana, Sócrates propone recurrir a un modelo a gran escala: la ciudad. Para observar la manera en que aquellas nacen y se desarrollan en ella, Sócrates comienza por un relato sobre el proceso al cabo del cual tiene lugar el advenimiento de la ciudad y las primeras etapas de su desarrollo. De acuerdo con el relato, la ciudad debe su origen a la necesidad de compensar una deficiencia de orden económico y antropológico: la imposibilidad de la autarquía individual, es decir, la incapacidad del ser humano de procurarse individualmente aquello de lo que depende su subsistencia. Sócrates explicará posteriormente que esta deficiencia responde al hecho que la naturaleza no ha dotado a todos los seres humanos de las mismas disposiciones, sino que los ha diferenciado, haciendo a cada uno apto para el desempeño de un único oficio (Rep. II, 370a-b).

Es pues en virtud de una necesidad económica fundamental que los seres humanos se agrupan y forman la ciudad. Debido al reducido número de sus habitantes y al carácter limitado de sus necesidades, el territorio de la ciudad naciente es pequeño, apenas suficiente para albergar un puñado de hombres y mujeres que se consagran a las labores indispensables a la satisfacción de sus necesidades básicas (Rep. II, 369d). Pero por muy reducidas que sean inicialmente, estas necesidades engendran necesidades nuevas cuya satisfacción implica la creación de nuevos oficios y el ingreso de una mano de obra extranjera dotada de competencias diversas, con lo cual la población aumentará.

Dado el carácter limitado de los recursos naturales y el incremento de la población, será necesario que la ciudad recurra al intercambio de ciertos productos con otras ciudades, por lo tanto, ya no podrá conformarse con producir lo estrictamente necesario para sus habitantes, sino que tendrá que aumentar su producción para posibilitar el intercambio de los productos importados (Rep. II, 370d-371a). Pero llega el momento en que sus miembros no se conforman con producir e importar los elementos requeridos para subsistir y asegurarse un grado «razonable» de confort material: ya no les bastará alimentarse, sino que querrán alimentos variados y sofisticados ; ya no les bastarán los vestidos para protegerse del sol o del frío, sino vestidos bellos y coloridos; ya no se contentarán con un techo para resguardarse de las inclemencias del tiempo y protegerse de las bestias, sino que querrán dotar sus moradas de un mobiliario cómodo y variado. Se produce entonces el que Sócrates designa como el proceso de inflamación de la ciudad o su paso de la salud a la enfermedad (Rep. II, 372 e-373a).

Para comprender este proceso nos remitiremos brevemente a los razonamientos del libro VIII de la República acerca de las causas que intervienen en la degradación de los regímenes políticos. Partiendo de la idea de que la orientación asumida por las constituciones políticas no es más que el reflejo del ethos de sus miembros, pues las constituciones políticas «no nacen de las rocas ni de las encinas sino del carácter de los individuos» (Rep. VIII, 544d-e.), Sócrates explica que, por su parte, el carácter de estos últimos se forma gracias a la convergencia de un factor interno o consustancial a la naturaleza individual, y un factor proveniente del exterior. Asimismo, el tránsito del Estado sano al Estado purulento o afiebrado se opera en virtud de la convergencia de la que Sócrates considera como una condición antropológica fundamental: la pleonexia o tendencia natural del ser humano a tener siempre más de lo necesario, y una suma de factores externos que la refuerzan. En este proceso, el comercio internacional parece jugar un rol fundamental. Nacido para responder a las necesidades resultantes del incremento de la población de la ciudad sana, la práctica del comercio con el extranjero, sin ser la causa directa o inmediata, aparece como el detonador del proceso de proliferación e intensificación de los deseos superfluos.

El relato del paso de la ciudad sana a la ciudad afiebrada es el relato de un proceso al cabo del cual, dada la ausencia de la política auténtica, la economía de subsistencia se convierte en una economía al servicio de los apetitos superfluos. Lo que Sócrates pretende ilustrar en este relato son los riesgos a los que se expone la ciudad en ausencia de una autoridad política capaz de imponerle sus límites a la economía y dictarle las reglas de su funcionamiento al conjunto de prácticas que la alimentan. La ausencia de regulación de la economía aparece a su vez como la causa responsable de la perversión del comercio, o más precisamente del hecho de que este asuma la función de instrumento y catalizador de los deseos superfluos, en lugar de limitarse a la función que le corresponde.

Como nos lo enseña la República y como lo confirman posteriormente las Leyes, Platón es perfectamente consciente de que, habiendo nacido para asegurar a sus miembros el más alto grado de autarkeia o autosuficiencia posible, la ciudad es incapaz de satisfacer todas y cada una de las necesidades de sus habitantes7. Es en este sentido que Sócrates declara que «sería prácticamente imposible fundar el Estado en un lugar de tal índole que no tuviera la necesidad de importar nada» (Rep. II, 370e). Esta aseveración cobra una dimensión más amplia cuando es leída a la luz de la distinción que Sócrates establece en el libro VIII de la República entre los deseos necesarios, es decir, «los que no podemos reprimir y que al ser satisfechos nos benefician» y los deseos superfluos, «de los cuales uno podría desembarazarse si se ha adiestrado desde la juventud y que en nada benefician al individuo» (Rep. VIII, 559a.). A esta definición Sócrates añade lo siguiente:

¿No es el deseo de comer, ya sea un alimento simple o uno condimentado, en cuanto conviene a la salud y el bienestar, un deseo necesario?

El deseo del alimento es, pues, de algún modo necesario, por dos motivos: porque es beneficioso y porque, si no es satisfecho, puede poner fin a la vida. El del condimento también, en cuanto ofrezca algún beneficio para el estado general del cuerpo. (Rep. VIII, 559a-b)

Lejos de ser un detalle insignificante, esta aclaración permite redimensionar la función de la ciudad, de la economía en general y de las importaciones en particular: la ciudad nace en respuesta a la imposibilidad de la autarquía individual, pero el nacimiento del comercio con el extranjero responde a un deseo que, sin ser vital, corresponde a lo que Sócrates identifica con una necesidad, no solo en cuanto posibilita la conservación de la vida, sino en cuanto procura bienestar. Es por ello por lo que el ingreso de los condimentos a la ciudad sana no responde a un deseo superfluo, sino que, en la medida en que conviene a la salud del cuerpo y procura bienestar, se inscribe en el orden de lo necesario. La presencia del queso, del vino y de las coronas de mirto en la ciudad sana da cuenta del hecho de que para Platón las necesidades fundamentales no se limitan a lo estrictamente necesario para la preservación de la vida: gozar de un grado razonable de confort material representa una necesidad.

En virtud de esta exigencia la ciudad se ve obligada a recurrir a una práctica que, siendo necesaria, representa asimismo una amenaza potencial para el equilibrio moral, la soberanía y la estabilidad política: el comercio de importación y de exportación. Además de los riesgos de los que hablaremos a continuación, esta práctica representa una amenaza en virtud de la disparidad y de la infinita variedad de criterios a partir de los cuales los seres humanos y las ciudades reconocen como un grado razonable de confort material.

Las Leyes: los riesgos éticos del comercio

La conciencia de Platón frente al carácter imprescindible de esta actividad se cristaliza en las Leyes en un esfuerzo por identificar los mecanismos requeridos para limitar los peligros morales y políticos que le son consustanciales. Es por ello que la ciudad debe esforzarse por alcanzar el mayor grado de autarquía posible, de suerte que su dependencia frente a las importaciones sea mínima y que su economía no esté sometida a las fluctuaciones de sus relaciones con otras ciudades. Además de este esfuerzo, el desafío mayor consiste en evitar que el comercio se desvíe de su telos convirtiéndose en un instrumento al servicio de los apetitos superfluos.

La posibilidad de encarar este desafío pasa, en primera instancia, por una orientación correcta de las tendencias, la cual representa a su vez la condición de posibilidad de la autarkeia. Esto significa que el grado de autarkeia al que la ciudad puede aspirar no está condicionado exclusivamente por circunstancias materiales como la extensión del territorio de la población o la abundancia y la variedad de los recursos naturales. Si la generosidad del entorno natural es una circunstancia propicia, las condiciones materiales no representan en sí mismas una garantía de autarquía y menos aún de estabilidad económica, política o moral. Para el Sócrates de la República, tanto como para el Ateniense de las Leyes, la conquista de la autarquía y la estabilidad política dependen en buena medida de la capacidad de Estado de asegurar un uso justo y racional de los recursos naturales y de los bienes materiales. Este uso implica evidentemente la presencia de una relación de proporcionalidad entre los recursos de los que dispone una ciudad y su consumo. Sin embargo, la justicia y la racionalidad en el uso de los recursos no dependen únicamente de la inteligencia de los cálculos tendientes a la adecuación de las dinámicas de consumo y de producción con las posibilidades materiales del territorio.

Como nos lo enseñan la República y las Leyes, la proporcionalidad, y con ella la aproximación de la ciudad al ideal de autarkeia soñado por Platón, están sujetas a la capacidad de la autoridad política de evitar el crecimiento exponencial de los deseos y lograr su adecuación con la noción misma de moderación y, de esta manera, limitar la dependencia de la ciudad frente al comercio de importación8.

Además de dar cuenta del vínculo entre la educación de las tendencias y la autarkeia, las consideraciones anteriores permiten matizar la idea, ampliamente difundida entre la crítica, de que Platón considera que el comercio es la fuente de innumerables males para las ciudades. A estas consideraciones se suma un pasaje de las Leyes que desmiente esta idea.

Para el Ateniense, la relación del comercio en general, y de modo particular del comercio de importación y exportación que se realiza por vía marítima, con la adopción de hábitos malsanos, la desconfianza, la especulación, la avaricia, el engaño y la piratería, se explica, fundamentalmente en virtud del hecho de que, la ausencia de toda sujeción política y de una buena orientación de las tendencias de quienes lo practican provoca forzosamente una desviación de las actividades comerciales de su finalidad natural9, finalidad que, de acuerdo con el Ateniense, consiste exclusivamente en facilitar la distribución de los recursos y asegurar el equilibrio de los intercambios (Leyes XI, 918a-919b). Como lo explica el Sócrates de la República, el comercio desempeña una función alterna: la puesta en relación de los diferentes productores para que intercambien sus productos (Rep. II, 371b-e). Esto implica que, además de su dimensión transaccional, el comercio tiene una dimensión cohesiva o relacional, en la medida en que propicia la construcción de un cierto tipo de vínculos entre los individuos y las ciudades.

Analizada a la luz de los razonamientos del Ateniense de las Leyes, la decadencia de la ciudad naciente de la República es la consecuencia necesaria de la ausencia de una de una autoridad política que, guiada por la razón y la moderación, y auspiciada por la educación, sea capaz de encausar las actividades económicas. Para lograr su objetivo, este esfuerzo político debe apoyarse en un programa educativo cuya misión principal es asegurar una correcta orientación de los deseos ligados al cuerpo, incluidos los apetitos en materia de producción, de uso y de consumo de los bienes materiales y de los recursos naturales.

En este sentido es posible afirmar que el crecimiento exponencial de los deseos superfluos y la inflamación de la ciudad que sobreviene con él, pese a ser naturales, no son inevitables. Naturales en cuanto responden a una tendencia espontánea del alma humana, estos procesos están íntimamente ligados a la política. Pero si en la República este proceso aparece como un fenómeno ligado fundamentalmente a la política, sea por su ausencia o por su falta de firmeza, las Leyes nos enseñan que a esta última se suman un conjunto de circunstancias materiales que pueden, bien sea reforzar, bien sea mitigar, la tendencia espontánea de los deseos superfluos a proliferar.

El mar: fuente de innumerables males para las ciudades

Tal y como lo reflejan las páginas que Platón consagra a la descripción del lugar de fundación de Magnesia, el Ateniense considera que los factores geográficos, climáticos y topográficos ejercen una poderosa influencia sobre el ethos de los pueblos. Lejos de ser un detalle anecdótico, la descripción de las características del territorio y del emplazamiento geográfico de la ciudad se integra de manera coherente en un esfuerzo por limitar ciertas prácticas y con ellas impedir el surgimiento de tendencias contrarias al cultivo de la temperancia. La estricta regulación de los intercambios comerciales con otras ciudades hace parte de este esfuerzo.

Motivada por la voluntad de minimizar los riesgos éticos y políticos que se desprenden de esta actividad, la elección del lugar de implantación de la ciudad virtuosa aparece a su vez sesgada por la consciencia de que la imposibilidad para una ciudad de alcanzar la autarquía total convierte al comercio con el extranjero en una amenaza necesaria. Es por ello que, respondiendo a una necesidad económica fundamental, Magnesia abre sus puertas al comercio de exportación e importación. Respondiendo a la exigencia ética y política de mitigar la tendencia a la pleonexia lo someterá a una reglamentación estricta10.

La primera indicación del Ateniense respecto a los riesgos éticos asociados al comercio marítimo y portuario aparece en el libro IV de las Leyes en el marco de una discusión acerca de las características del lugar en el que será erigida la ciudad:

En efecto, si hubiera llegado a ser costera y con buenas radas y no hubiera producido todo, sino que hubiera carecido de muchos productos, habría precisado un gran salvador y legisladores realmente divinos, para no llegar a tener costumbres refinadamente soeces con unas condiciones naturales semejantes. (Leyes IV, 704d-705b)

Sin lugar a duda este pasaje encierra una referencia implícita a Atenas: una ciudad cercana al mar y escasa en recursos naturales, pero que a falta de un legislador divino capaz de salvarla de la suerte a la que la predisponen dichas condiciones, entrega su destino económico y político a hombres como Temístocles y Pericles. Con la ejecución del proyecto urbanístico de Temístocles, Pericles posibilita la reorientación de una economía basada en una producción agrícola y artesanal relativamente limitada. Más allá de contribuir a su prosperidad, la apertura de la ciudad al mar y el incremento de la actividad comercial aparecen como la condición de posibilidad de un proceso al cabo del cual Atenas pasa a convertirse en una potencia marítima; sin embargo, la ascensión económica y política de la Atenas de Pericles es tan fulgurante como su caída. Para Platón, el desmoronamiento del imperio ateniense ilustra los riesgos morales y políticos a los que se ve expuesta una ciudad cercana al mar. A sus ojos, lejos de ser una circunstancia afortunada, la expansión comercial favorecida por la presencia del mar se acompaña de un proceso de decadencia moral que se expresa bajo la forma de la expansión territorial y el nacimiento de una política de hegemonía marítima11. Desde esta perspectiva, la división del mundo griego en dos bandos opuestos y su dramático desenlace, la guerra del Peloponeso, son la consecuencia necesaria de la confluencia de una serie de factores entre los cuales la vecindad con el mar y el carácter limitado de los recursos naturales son determinantes. Para Platón, circunstancias como la ascensión de Pericles al gobierno, la construcción del puerto del Pireo y el levantamiento de las murallas que lo comunican con la ciudad alta, no hacen más que favorecer el proceso de inflamación de una ciudad que, para mitigar su propensión natural a la desmesura y escapar de la corrupción habría requerido la intervención de un legislador providencial en lugar de hombres como Cimón, Pericles y Temístocles, «verdaderos causantes de sus males (…) pues sin tener en cuenta la moderación y la justicia, la han colmado de puertos, arsenales, murallas, rentas de tributos y otras vaciedades de este tipo» a causa de las cuales «la ciudad está hinchada y emponzoñada» (Gorgias, 518e). Lejos de ser un detalle insignificante, la evocación de los puertos y de las murallas en este pasaje del Gorgias se integra de manera coherente en una reflexión filosófica acerca de la compleja relación de ciertos factores naturales que, en la medida en que determinan la configuración arquitectónica de una ciudad, favorecen cierto tipo de actividades que participan de manera decisiva en la formación del ethos de los pueblos. Como lo vimos anteriormente y como lo confirma la citación de las Leyes que viene a continuación la presencia del mar ocupa un lugar central en esta reflexión12. Para retomar las consideraciones sobre las características del lugar de fundación de Magnesia nos detendremos un pasaje de las leyes que resulta particularmente elocuente en relación con las razones que motivan las reticencias del Ateniense frente a la relativa proximidad de la ciudad respecto al mar13:

En efecto, el mar cercano significa para una región el placer cotidiano, aunque, en realidad, es una vecindad muy desagradable y amarga, pues, al llenarla de tráfico y los negocios del comercio al por menor y al engendrar costumbres cambiantes y no fiables en las almas, hace a la ciudad misma no fiable y la enemista consigo misma, así como con los otros pueblos. (Leyes IV, 704e)14.

Pese al gran inconveniente que representa la proximidad de Magnesia con el mar y la presencia de buenas ensenadas, el Ateniense encuentra un relativo consuelo en los 80 estadios (14 kilómetros) que la separarán de aquél. A esto se suma una ventaja importante:

que posea una tierra que produce de todo, aunque, si es escarpada, es evidente que no podría ser al mismo tiempo productora en grandes cantidades y productora de todo. Pues si poseyera esa cualidad, se haría una gran exportadora y se llenaría, a su vez, de monedas de plata y de oro. Comparado con éste, no habría para la ciudad ningún mal mayor para la adquisición de costumbres nobles y justas tal como decíamos, si recordamos, en la conversación anterior. (Leyes IV, 705b)

Como lo ilustra el fragmento anterior, el riesgo mayor de la vecindad con el mar es un riesgo relacionado fundamentalmente con la presencia de un puerto que facilite la apertura de la ciudad a los intercambios comerciales con otras ciudades. Sin embargo, el Ateniense encuentra un consuelo en el hecho de que, a pesar de la relativa cercanía de Magnesia con el mar, de la presencia de un puerto y de la abundancia y variedad de sus recursos naturales, la ciudad cuente con un terreno accidentado. Esta circunstancia la salva del riesgo de la sobreabundancia, y con ella de la tentación de volcarse sobre el comercio de exportación. En perfecta coherencia con las Leyes, la descripción de las condiciones materiales de la Atlántida en el Critias confirma que, lejos de considerarla como una ventaja, la sobreabundancia natural puede representar una amenaza contra la moderación:

En efecto, aunque importaban mucho del exterior a causa de su imperio, la mayoría de las cosas necesarias para vivir las proporcionaba la isla; en primer lugar, todo lo que, extraído por la minería, era sólido o fusible (…), y todo lo que proporciona el bosque para los trabajos de los carpinteros, ya que todo lo producía de manera abundante y alimentaba, además, suficientes animales domésticos y salvajes. Además, producía y criaba bien todo lo fragante que hoy da la tierra en cualquier lugar, raíces, follaje, madera, y jugos, destilados, sea de flores o frutos (...) y todo lo que es de árboles y nos da bebidas, comidas y aceites, (…) la isla divina, que estaba entonces bajo el sol, producía todas estas cosas bellas y admirables y en una cantidad ilimitada. (Critias, 114d-115c)

La relación de las circunstancias evocadas anteriormente con la caída de la Atlántida permite comprender las reticencias del Ateniense de las Leyes frente a las que, desde un punto de vista estrictamente mercantilista, podrían ser consideradas como las condiciones ideales. Circunstancias tales como la proximidad del mar, la existencia de un puerto, los embarcaderos, la presencia de bosques maderables y la variedad y abundancia de los recursos naturales representan un riesgo mayor para la moderación15 en la medida en que la suma de estas características predispone forzosamente a la ciudad a volcarse sobre el mar y a reproducir los errores que provocaron el naufragio de la Atenas de Pericles16: la talasocracia o política de hegemonía marítima, fundada sobre el comercio internacional y el poder militar. El hecho de que, entre la variedad de recursos de territorio, el ateniense evoque los bosques maderables no es un detalle insignificante: la presencia de bosques maderables, abundantes en la Atenas legendaria y en la Atlántida, no solo posibilita la construcción de templos y de palacios, sino también de puertos y de barcos17.

Si para el Ateniense de las Leyes el grado de moderación y de autarkeia a los que puede aspirar una ciudad dependen fundamentalmente de la educación de los deseos y de una regulación estricta de la economía por parte de la política, tal y como lo confirman los pasajes del Critias anteriormente citados, Platón considera que el entorno natural, la posición geográfica y la configuración arquitectónica de la ciudad ejercen una influencia importante sobre el carácter de sus habitantes. Es en este sentido que E. Helmer explica que, «en ausencia de la divinidad, los apetitos humanos son incapaces de resistirse ante las posibilidades territoriales de expansión que ofrece un medio favorable» (18)(Helmer 2017, 116). Esta afirmación nos remite directamente a nuestro tema: la presencia del mar y la expansión comercial a la que aquella puede dar lugar.

Así pues, la peligrosidad de esos dos extremos que son la escasez y la sobreabundancia de los recursos naturales es acentuada por la presencia del mar, no en el sentido de que la confluencia de dichas circunstancias incida directamente sobre el carácter de los ciudadanos, sino por el hecho de favorecer actividades que, como el comercio, suelen favorecer tendencias contrarias a la temperancia. Cabe, sin embargo, precisar que, para el Ateniense, este riesgo no proviene directamente del comercio, sino del hecho de que la mayoría de los seres humanos es incapaz de dominar sus deseos y sus necesidades, de manera que, cuando se le presenta la oportunidad de satisfacerlos, «lo hace de manera desmesurada y, aunque sea posible tener una ganancia mesurada, elige aprovecharse insaciablemente, por eso todas las formas de comercio al por menor y al por mayor y de hostelería están desacreditadas y son objeto de fuertes reproches» (Leyes XI, 918d). Esto implica que, sin considerarlas malas en sí mismas, las actividades comerciales representan una amenaza para el Ateniense, en el sentido en que incitan a la mayoría de quienes las practican a abandonarse a tendencias que podrían reprimir en ausencia de una ocasión propicia.

De la misma manera que el comercio al por menor ofrece a los hombres ordinarios la ocasión de abandonarse a prácticas deshonestas para satisfacer su ambición por las riquezas, el comercio de exportación e importación en una ciudad mal gobernada o en ausencia de una regulación severa da lugar a prácticas que, en la misma medida en que la fortalecen económicamente, constituyen una amenaza importante para la autarquía y la soberanía política. Si una regulación correcta de esta actividad aporta beneficios innegables a las ciudades, incluyendo el fortalecimiento de sus vínculos con el extranjero18, en ausencia de una política firme que le fije claramente sus límites, el comercio favorece tendencias que impelen irremediablemente las ciudades al polemos o guerra externa, tal y como lo ilustra el caso de Atenas. El fortalecimiento de su flota naval, la implementación de una política de hegemonía marítima, la expansión territorial y la instrumentalización de acuerdos militares y de tratados comerciales a través de los cuales los Estados más fuertes militar y económicamente someten a los Estados más débiles figuran entre las prácticas a las que da lugar la intensificación de la actividad comercial en una ciudad en la que la política se somete a los dictados de la economía.

Conclusiones

Los temores del Ateniense frente a la posibilidad de que las condiciones físicas del territorio promuevan el desarrollo de una economía basada en las exportaciones y en las importaciones se nutre de argumentos de índole ética y política. Entre los primeros, el temor a la diversificación y al incremento de los apetitos superfluos y, con ellos, la transformación de una economía de subsistencia en una economía lucrativa que no hace más que fortalecerlos. Entre los argumentos de índole política, la convicción de la existencia de una correlación entre el comercio de exportación e importación con la promoción de una política imperialista, la tendencia expansionista y las guerras de conquista.

Tenido por un idealista, el Platón de la República y las Leyes manifiesta una consciencia lúcida frente a las realidades empíricas que se expresa de manera particularmente elocuente en su posición frente al comercio de exportación y de importación. Sin ignorar los peligros morales y políticos que se desprenden de esta práctica, el filósofo reconoce la necesidad de integrarla en la economía de la ciudad ficticia, y en lugar de soñar con suprimirla, orienta sus esfuerzos hacia la elaboración de un sistema de reglas destinado a canalizarla hacia su finalidad natural. Testigo de las consecuencias nefastas de una economía cuyo nutrimento principal es el comercio de importación y exportación, el Ateniense de las Leyes erige su ciudad sobre un modelo económico que los intérpretes suelen reconocer como la antítesis del de la Atenas de Pericles. Lejos de imaginar las enormes proporciones que alcanzaría la expansión comercial con el fenómeno de «integración económica, social, política y cultural» conocido como globalización, Platón nos alerta sobre las consecuencias que se desprenden de la ausencia de una regulación de la economía y de una educación de las tendencias en materia de producción, de uso y de consumo de los recursos, tendencia cuya insaciabilidad se expresa bajo la forma de la expansión económica y cuyas implicaciones éticas y los estragos ecológicos que se desprenden de ellas marcan el ingreso de la humanidad en la época del Antropoceno.

Notas

1. Acot y Lignon (2001, 53-54) explican que algunos pasajes del Critias contienen elementos sorprendentemente modernos en términos de ecología. Platón es sensible a procesos como la erosión y la degradación de los suelos de las islas del mar Egeo, pero, en tanto hombre de su tiempo, no atribuye estos estragos a actividades como la explotación de minas, la tala de bosques o el pastoreo, sino a ciertos cataclismos como los diluvios o los temblores de tierra.

2. Ver Critias, 114e.

3. Sobre la conciencia de Platón frente a la fragilidad del patrimonio forestal ver Critias, 111 b-d.

4. En relación con la reglamentación del uso del agua ver Leyes VI, 761a-b; VIII, 884a.

5. Los análisis de Lane (2013, 112) se inscriben en línea de estas consideraciones. El autor explica que los análisis de la República sobre la manera de formar una comunidad estable social y psicológicamente se integran de manera coherente en la reflexión sobre lo que hoy día denominamos «desarrollo sostenible», es decir, «la reproducción de una sociedad cuyo modo de relacionarse con el planeta sea adecuado y durable en el tiempo».

6. En Gorgias 494b, Sócrates ilustra esta tendencia valiéndose de la imagen del alcaraván. Sobre la relación del hombre animado por esta tendencia con el mundo que lo rodea y las repercusiones políticas de la misma ver Helmer (2021, 80).

7. Contrariamente a la idea comúnmente admitida de que el ideal de autarkeia en la Grecia antigua excluía toda reflexión sobre el comercio exterior, Bresson (1997, 217-238) explica que la mayor parte de las teorías sobre la autarkeia incluyen una reflexión sobre los intercambios comerciales entre ciudades, puesto que, al igual que Platón, la mayoría de los pensadores de su época reconoce que ninguna ciudad puede bastarse a sí misma.

8. En la misma línea de estas consideraciones, Stone (2018, 115), explica que la temperancia o moderación, tal y como es definida en la República platónica, representa un elemento central de la reflexión contemporánea sobre la sostenibilidad medioambiental en la medida en que el cultivo de esta virtud es esencial para mantener el consumo de bienes en la sociedad entre el límite inferior de lo necesario y beneficioso para el bienestar de sus miembros.

9. Para un análisis detallado de las causas que intervienen en la desviación de la economía de su finalidad natural en el marco de la República ver Montoya Heranval (2021, 95-96).

10. Sobre las medidas previstas con el fin de minimizar los riesgos éticos ligados al comercio, ver Sauvé Meyer (2022, 388).

11. Como lo muestran los análisis de Rogue (2005, 103), Platón concibe la ciudad de las Leyes a partir del contra-modelo que le ofrece la talasocracia ateniense. Esta política de hegemonía marítima aparece como la respuesta necesaria de la ciudad a su dependencia frente a gran número de los productos indispensables para su subsistencia. Es en este sentido que el lugar de implantación de Magnesia resulta decisivo y que para el Ateniense sea un motivo de alivio que dicho territorio disponga de recursos naturales relativamente abundantes y variados.

12. Luccioni (1959, 39-40) señala que para el Ateniense de las Leyes la presencia del mar, además de constituir un peligro en relación con la moderación, lo es también en relación con la adquisición del valor militar. La presencia de los barcos ofrece a los soldados la oportunidad de abandonarse a prácticas deshonrosas como emprender la huida en lugar de morir en el frente de batalla.

13. Sobre las reticencias del Ateniense frente a las ciudades costeras ver Rogue (108-109).

14. Versión modificada de la traducción de Francisco Lisi, que, en lugar de otros pueblos, traduce por otros hombres.

15. Helmer (2021, 117) explica que para Platón la sobreabundancia no es mala en sí misma, pero que en las ciudades ordinarias, es un factor que puede contribuir a la corrupción de las costumbres : «Si la educación y las instituciones políticas tienen una influencia decisiva en la orientación de los afectos, es necesario reconocer que los apetitos humanos tienden espontáneamente a fomentar una economía de la desmesura, cuyo grado depende en parte de las condiciones objetivas del medio externo».

16. Sobre el empleo del término naufragio en relación con la política ateniense del siglo de Pericles, véase Rogue (103-108).

17. Desprovista de la madera requerida para la construcción de sus embarcaciones, la Atenas democrática compensa esta carencia por medio de una intensificación de actividad artesanal, la cual, además de proporcionarle ganancias importantes, le permitirá intercambiar con el extranjero la madera requerida para su flota marítima. Sobre la dependencia de Atenas a la importación madera proveniente de Macedonia, ver Amigues (2007, 112).

18. Helmer (116)

19. Intentando matizar la interpretación general según la cual Platón condenaría categóricamente el comercio, Helmer (2022, 92) insiste en el papel decisivo de los intercambios comerciales en la construcción de los vínculos sociales.

Referencias

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María Del Pilar Montoya (mariamontoya28@yahoo.es) Doctora en Historia Antigua, Universidad París 1, Panthéon-Sorbonne. Profesora asociada del departamento de filosofía de la UPR (Universidad de Puerto Rico) Recinto Río Piedras. Dentro de sus publicaciones recientes se encuentran: Mélange et sexualité dans les cités platoniciennes. Ordia Prima, Universidad del Litoral, Córdoba-Argentina; The sting of the Kephènes. Economy and violence in Plato’s Republic. Diálogos. Revista de filosofía de la Universidad de Puerto Rico. No. 107, 2021; Los usos justos de la mentira y la disimulación según Platón: ¿Dos alternativas contra la decadencia y la crisis políticas? Diálogos. Revista de filosofía de la Universidad de Puerto Rico. No. 104, 2019; Tres perspectivas en materia de justicia: Calicles, el mito de Protágoras y la noble mentira socrática. Revista Co-herencia, Universidad Eafit, Medellín-Colombia, vol. 13, No. 24, 2016.

Recibido: 3 de febrero, 2023.

Aprobado: 10 de febrero, 2023.