César Villegas Herrera
Militar en la izquierda… ¿Desde una profesión?
La radicalización política del Trabajo Social desde los aportes de Helio Gallardo
«Los procesos de liberación no son una abstracción, aunque las requieran, son camino»
Helio Gallardo
Resumen: El Trabajo Social latinoamericano es una profesión que muestra una marcada y constante tendencia a radicalizarse hacia la izquierda política. El presente trabajo analiza el desarrollo histórico de este proceso a partir de los aportes teóricos de Helio Gallardo, centrando la atención en sus alcances, limitaciones, así como en las deformaciones ideológicas resultantes del particular vínculo que las universidades suelen establecer con las luchas populares.
Palabras clave: Trabajo Social, Izquierda política, Marxismo, Lucha Social, Universidades, Helio Gallardo.
Abstract: Latin American Social Work is a profession that shows a marked and constant tendency to radicalize towards the political left. This paper analyzes the historical development of this process based on Helio Gallardo’s theoretical contributions, focusing on its scope, limitations, as well as on the ideological deformations resulting from the link that universities tend to establish with popular struggles.
Keywords: Social Work. Left-wing thought, Marxism, Social Struggle, Universities, Helio Gallardo.
Introducción
Existe un dato biográfico en la trayectoria intelectual de Helio Gallardo que suele ser poco conocido, y es que los inicios de su trabajo académico en la Universidad de Costa Rica, se dan en la Escuela de Trabajo Social a comienzos de la década de los setenta, justo en un momento en que esta atravesaba un proceso de radicalización política. Este dato sería meramente anecdótico, de no ser por el hecho de que, como pocas carreras profesiones, el Trabajo Social latinoamericano muestra una permanente propensión a auto representarse como políticamente de izquierda.
En el presente trabajo se analizarán tres experiencias de radicalización política de lo que puede denominarse como «giros hacia la izquierda» del Trabajo Social, correspondientes momentos históricos y contextos específicos. Con respecto a estos últimos, un rasgo en común es que dichos procesos de radicalización se dan en el contexto universitario, lo cual planteó problemas, límites y posibilidades para la articulación de estos espacios con las luchas populares.
A nivel metodológico el presente trabajo parte de los resultados y constataciones hechas en una investigación previa1, los cuales pudieron profundizarse cuando se enfocaron a partir de dos temas que han sido trabajados ampliamente trabajados por Helio Gallardo: por un lado, la producción de mentalidades de la izquierda latinoamericana; y por otro, la reflexión sobre las de posibilidades de emancipación social desde una universidad a partir del trabajo intelectual, analizando para ello la experiencia concreta de una carrera que así se lo ha planteado abiertamente.
Dicho esto, la intención de este trabajo no es ubicarse en el campo de las intrigas académicas universitarias, de poca monta y nula trascendencia para el proceso de emancipación, más allá de que inevitablemente parte de su trama esté tejida con ellas.
1. La Reconceptualización. El «giro a la izquierda» y el nacimiento del Trabajo Social latinoamericano
Los antecedentes de la politización de izquierda del Trabajo Social latinoamericano datan de la segunda mitad del Siglo XX, cuando en el ámbito académico de varios países del Cono Sur se gesta un proceso de cuestionamiento sobre el compromiso y razón de ser de las universidades.
Este proceso fue resultado a su vez de un proceso más amplio vinculado al horizonte de esperanza que se abrió a partir de la segunda posguerra en la década de los sesenta, en el cual se desarrollan procesos de liberación popular de muy variado signo político e ideológico, que llevaron a ciertos sectores la cultura institucionalizada (arte, ciencia, religión) a cuestionarse tanto su razón de ser como su posible vínculo con las luchas de los sectores populares, lo cual acabó impactando al campo que tradicionalmente comprendía la «cultura latinoamericana»2.
Sobre este tema, Helio Gallardo (1980, 103) destaca a la Revolución Cubana como un hito histórico particularmente determinante por dos razones. La primera es que dicho proceso colocó las posibilidades para asumir el pensar como un hecho cultural o intelectual latinoamericano fuera del monopolio de las élites; la segunda está fuertemente vinculada con la anterior, y es que este proceso revolucionario creo a su vez, la posibilidad real de «desbloquear la estructura opaca de la cultura de la superexplotación». Con este último término, el autor refiere a una producción de saberes y sensibilidades afines a los valores e intereses oligárquicos, que entre otras cosas colabora a esconder las condiciones de opresión, reproduciendo con ello el orden social establecido.
Estas posibilidades de desbloqueo impactaron fuertemente en disciplinas y espacios de la «cultura latinoamericana» de la época en términos de compromiso político3, y la profesión de Trabajo Social no fue ajena a ello en el tanto desarrolló su propio proceso de autocuestionamiento en un periodo que fue denominado con el término de Reconceptualización, y que se desarrolló en el ámbito universitario. Entre varios rasgos, destacan tres como particularmente significativos que son: el cuestionamiento de la influencia que hasta dicho momento había ejercido el Trabajo Social Estadounidense, en segundo lugar, sus pretensiones de convertirse en una Ciencia Social y finalmente su sesgo «militantista» como medio para cumplir su compromiso con la transformación social.
Respecto al primero, los teóricos de la Reconceptualización desarrollaron una fuerte crítica hacia la que había sido hasta entonces su principal influencia: el Social Work estadounidense. Siguiendo un patrón similar al de la Sociología latinoamericana de la época, los reconceptualizadores pasaron a cuestionar la pertinencia de aplicar metodologías de intervención «importadas», como si de recetas se tratara y que estaban pensadas y diseñadas para contextos muy diferentes al de la región. La crítica se vuelve aún más enconada si se considera una aseveración que los textos estadounidenses planteaban de manera explícita y casi invariable, y era que la finalidad de la intervención profesional era la de «adaptar al individuo a la sociedad». Para los sectores más conectados con una sensibilidad emancipatoria, esto era absolutamente inaceptable. Esta situación entre otras es la que da origen al nombre de este proceso, ya que colocó la necesidad de encontrar nuevos conceptos para pensar y definir la profesión en Latinoamérica.
Lo anterior se vincula directamente con el segundo rasgo respecto a la búsqueda de cientificidad. Mientras el Social Work se definía a sí mismo como una tecnología que consumía los conocimientos de las Ciencias Sociales con la intención de «aplicarlos» en la intervención, la Reconceptualización latinoamericana no solo aspiraba a «independizarse» de su referente estadounidense, sino también de las propias Ciencias Sociales. Partiendo de esta idea se concibe que, para superar el carácter técnico de la profesión, era necesario que el Trabajo Social alcanzara un objeto, una teoría, y un método propio.
El tercer rasgo correspondiente al militantismo se encuentra estrechamente ligado al precedente, ya que el paso seguido por los reconceptualizadores para buscar la especificidad científica, fue definir un objeto propio que en apariencia se consideraba inaccesible para las demás Ciencias Sociales, y este era su propia experiencia interventiva.
Es aquí en donde surge un hecho que resulta un parteaguas en la discusión. Si la profesión había de convertirse en una nueva ciencia, esta debía estar comprometida con los sectores populares, con lo cual se plantea el cambio de la finalidad original del «Social Work» por una nueva. En lo sucesivo, esta nueva ciencia social ya no buscaría «adaptar al individuo a la sociedad», sino «transformar la realidad social», para lo cual la profesión debía avocarse a crear modelos de intervención destinados a desarrollar procesos de concientización con los sectores populares con los que se estaba en contacto. Esta pretensión hizo que algunos reconceptualizadores asumieran que la profesión pasaría a jugar un papel importante en los propios procesos revolucionarios y que se autodenominaran con el término de «agentes de cambio».
De estos tres rasgos, los últimos dos constituyeron promesas incumplidas. La razón más importante tiene que ver con el curso de los acontecimientos, y es que el proyecto de la Reconceptualización, que llegó a tener escala regional y vasos comunicantes entre países, quedó inconcluso una vez que se impusieron las dictaduras militares de seguridad nacional con sus correspondientes regímenes de Terrorismo de Estado, lo cual terminó por abortar de manera violenta un proceso que quedó inconcluso4. Por otra parte, no deja de ser cierto que varias de estas promesas resultaban imposibles de cumplir, no solo por las condiciones objetivas ya mencionadas, sino también por la ingenuidad que estas conllevaban respecto al campo político. Dos críticas pueden plantearse al respecto.
La primera y más significativa tiene que ver con el sesgo militantista adoptado, el cual es evidencia de una incomprensión radical tanto de los procesos de lucha popular, como del funcionamiento y estructuración de las sociedades capitalistas periféricas. La comprensión que tenían los reconceptualizadores del campo político fue de carácter topográfico, en tanto este fue concebido como un lugar abstraído de los actores que intervienen en él (Gallardo 2005).
De manera más precisa, se asumió erróneamente que las y los profesionales habían ejercido tradicionalmente como mediadores entre dos actores confrontados: el Estado y los sectores populares, siendo que en lo sucesivo se abandonaría dicha posición para colocarse del lado del pueblo. Esta idea evidencia tanto una incomprensión de la forma en cómo la institucionalidad es funcional a los intereses de las clases dominantes, así como una completa abstracción respecto a la división del trabajo, al punto que dejaron de reconocerse a sí mismos como parte orgánica de uno de los actores en disputa: el Estado. A ello habría que agregar la ingenuidad de pretender la transformación radical del sistema capitalista, desde sus propias estructuras de dominación y reproducción social.
La segunda crítica, se vincula con el hecho de que la pretensión de convertirse en una ciencia no correspondía a una necesidad propia de los procesos de lucha popular, sino más bien a un problema identitario vinculado con la baja autoestima académica de la profesión. Ya no se trataba solo de subvertir una relación de dependencia con las demás Ciencias Sociales, sino que el proceso terminó gestando un sentimiento de superioridad teórica y política respecto a estas, en tanto la sobrevaloración de la cercanía con los sectores populares debido a la intervención, se asumió como una ventaja comparativa inapelable, con lo cual se pasó a juzgar a las Ciencias Sociales como asépticas, positivistas y acomodadas5. (Villegas-Herrera 2021)
Sobre este momento específico en la politización del Trabajo Social latinoamericano, una situación particularmente interesante ya mencionada, es el hecho que Helio Gallardo formara parte de esta historia durante un breve periodo a partir de su vinculación con la Escuela de Trabajo Social de la UCR en la segunda mitad de los setenta. Los detalles de esta parte de su biografía no figuran en su vasta producción, sin embargo, se sospecha con poco margen de duda que su vinculación fue crítica y no exenta de divergencias. Esta afirmación se fundamenta en un fragmento de una de sus obras tempranas en la que hace una alusión indirecta que la enmarca como parte de un proceso mayor y cómo sus resultados finales se vieron condicionados por su separación respecto a las luchas populares:
la posible presencia activa de las masas analfabetas brasileñas en el tránsito hacia la fase industrial de su desarrollo distorsionado, fue enfocada a través de una «pedagogía del oprimido» que aseguraba la «liberación» de los individuos por medio de mecanismos (técnicas) de «concientización». El procedimiento, imaginado primitivamente desde el cristianismo y el existencialismo de Paulo Freire, devino velozmente y con independencia de la voluntad de su autor, mero metodologismo, y permitió a educadores profesionales, trabajadores sociales, sociólogos, psicólogos y burócratas asegurar sus cargos privilegiados, extender el campo de sus publicaciones e influencia e insertarse, desde su posición de relleno, en el clima de la «liberación continental». (Itálicas y comillas en el original) (Gallardo 1980, 106)
A pesar de que la cita no refiere directamente a la Reconceptualización, sino al contexto general del campo de la cultura del cual esta formaba parte, es claro que hay una referencia indirecta a la misma al aludir a los trabajadores sociales, integrantes del campo cultural que conocía de primera mano. Ahora bien, más allá de la convergencia entre la crítica planteada con las desarrolladas en los párrafos precedentes, Helio Gallardo introduce una reflexión que puede considerarse como una de las tesis centrales a lo largo de su obra: la imposibilidad de materializar y fundamentar procesos de emancipación sin un vínculo directo con las luchas protagonizadas por los sectores populares, lo cual constituyó el límite insalvable que enfrentó este proceso de desbloqueo, y sobre el cual la cita refiere dos consecuencias determinantes.
La primera de ellas se aprecia cuando el autor refiere al problema del «metodologismo» vinculado a la apropiación que hicieron diversos intelectuales de la obra de Paulo Freire. Esta apropiación se habría realizado a partir de dos separaciones, tanto entre la obra y su autor, pero mucho más determinante entre esta y los sectores populares que eran su razón de ser. Con ellas, la propuesta deviene en un mero acervo instrumental destinado a convertirse en modelo o receta de intervención, fundada no desde el testimonio de la lucha popular, sino desde el criterio «experto» del intelectual que ha de guiarla.
La segunda consecuencia es un corolario de la anterior, y se explica a partir de la distinción que hace Helio (Gallardo 1980, 141) entre quehacer intelectual y trabajo intelectual. Mientras que el primero de ellos refiere a una «función histórico-social revolucionaria propia del pueblo», la segunda es resultado de la división sociotécnica del trabajo, y que, al formar parte de la institucionalidad burguesa, como es el caso de las universidades, suele cumplir una «función de clase para la ideología dominante», y consecuentemente, ocupar una posición de privilegio en la estructura de clases.
En este sentido, el cierre de la cita muestra como la separación entre estos trabajadores intelectuales y las luchas populares, y más aún, la pretensión de sustituir la función intelectual que le corresponde al pueblo, lejos de aportar a la liberación puede degenerar en la extracción de un beneficio estrictamente individual en la forma de publicaciones y prestigio, así como un reforzamiento de su propia posición privilegiada.
Una vez separados del testimonio de la lucha, y en el marco de la estructura institucional académica (espacio de privilegio), escribir para y por los sectores populares puede devenir fácilmente en la reproducción de valores propios de la ideología dominantes, tales como la soberbia y la vanidad; y con ello un resultado absolutamente contraproducente: el sentimiento de superioridad frente a los sectores populares que se dice apoyar6.
A pesar de este balance crítico, la experiencia de la Reconceptualización constituye un claro ejemplo del desbloqueo de la «cultura de la superexplotación», ya que a pesar de sus errores y limitaciones se abrió la posibilidad para que la profesión se pensara a sí misma de una forma diferente, más allá de una reiteración. Este proceso le permitió al Trabajo Social pensarse por primera vez en términos latinoamericanos.
2. El academicismo frente a las luchas populares. La perspectiva histórico-crítica y la «rectificación» marxista del Trabajo Social
La denominada perspectiva histórico-crítica corresponde a una corriente que nace en la década de los ochenta en el ámbito de varias universidades brasileñas. La diferencia central entre esta corriente y la Reconceptualización radica esencialmente en una clara fundamentación marxista, una mayor profundidad y coherencia teóricas, así como la intención de evitar los sesgos metodologistas y miltantistas previos.
Los sustentantes de esta corriente parten de una tesis central que es la necesidad de comprender la profesión desde una perspectiva de totalidad histórica, lo cual los lleva a plantear dos premisas:
1) La existencia de una relación orgánica entre la profesión y el modo de producción capitalista, en donde la primera cumple una función social vinculada a la reproducción social del orden burgués, para contener el descontento y la efervescencia de las luchas populares contra las condiciones de explotación.
2) La crítica a las explicaciones de tipo endogenista respecto al origen del Trabajo Social, esto es que no cabe hablar de la existencia de la profesión de manera autónoma y previa al surgimiento de políticas sociales en el marco de sociedades capitalistas ya consolidadas7.
Ahora bien, a pesar de su mayor sistematicidad esta corriente de izquierda presenta varias limitaciones, siendo la más importante su encuadre fuertemente academicista, que constituye un resultado no buscado (al menos en principio) y que se explica al comprender su vínculo con la dinámica instaurada por las luchas populares.
Entre muchas consecuencias negativas para la sociedad brasileña, la imposición de la dictadura militar implicó la restauración inmediata del conservadurismo político e ideológico en la formación el ámbito universitario, convirtiendo de paso a la intelectualidad crítica en objetivo del terrorismo de Estado. Para el caso del Trabajo Social, esto implicó no solo la purga de aquellos académicos sospechosos de colaborar con el enemigo comunista internacional, sino también la eliminación de cualquier vestigio de teoría marxista en la formación universitaria8.
Esta situación se revierte cuando la resistencia y movilización popular acumulan un nivel de fuerza que termina gestando el final de la dictadura militar y la transición hacia la democracia, lo cual posibilitó el retorno tanto de la intelectualidad de izquierda, como de la teoría marxista al ámbito universitario. Sin embargo, este logro sufriría muy pronto un fuerte revés con el colapso de las experiencias socialistas en la URSS y Europa del Este, el cual fue asumido por la intelectualidad conservadora mundial como un signo inequívoco del propio colapso del marxismo9.
Una consecuencia de este contexto es el pulso permanente que esta corriente ha debido sostener con agentes del conservadurismo político-ideológico en el espacio académico, ya que las condiciones de impunidad impuestas por las fuerzas armadas durante la transición, les permitió no solo su sobrevivencia en las universidades, sino también ganar beligerancia10.
La convergencia de todos estos elementos hizo que la disputa por mantener un compromiso con los sectores populares se configurara cada vez más como una disputa por la hegemonía del espacio académico universitario, lo cual hizo que se este nuevo giro a la izquierda asumiera algunos rasgos potencialmente problemáticos, no tanto porque impliquen equívocos en sí mismos, sino por las posibilidades que abrieron a fuertes sesgos dogmáticos.
Para efectos de este artículo, hay tres rasgos de esta nueva politización de izquierda que interesa resaltar por su carácter potencialmente problemático: por un lado, su propuesta de politización del Trabajo Social a partir de lo que denominan como «proyecto profesional crítico», en segundo la noción de «pluralidad con hegemonía» como eje regulador del debate teórico, y finalmente la producción de un criterio demarcador autoreferenciado de superioridad de la corriente.
Como resultado de las condiciones históricas antes planteadas, una de las primeras tareas asumidas por los sustentantes de esta corriente fue el rechazo y la crítica al conservadurismo en el Trabajo Social (Netto 2003b). Esto los llevó a plantear la necesidad de politizar al gremio profesional en una vía consciente y crítica, para lo cual proponen la creación de un proyecto profesional crítico que materialice un renovado compromiso ético-político con los sectores populares y sus luchas, lo cual implica una organización y consciencia que implicaría lo siguiente:
el proyecto profesional se vincula a un proyecto societario que propone la construcción de un nuevo orden social, sin dominación y/o explotación de clase, etnia y género. A partir de estas opciones que lo fundamentan, tal proyecto afirma la defensa intransigente de los derechos humanos y el repudio de arbitrariedades y de prejuicios, contemplando positivamente el pluralismo –tanto en la sociedad como en el ejercicio profesional. (Itálicas en el original) (Netto 2003b, 265)
La cita anterior conlleva una contradicción intrínseca que se manifiesta también en lo propuesto por otro de sus sustentantes de la siguiente forma
Se torna necesario entonces tornar explícito el compromiso ético-político con la defensa de los valores del trabajo —trabajo emancipado del capital, contra la explotación y la dominación del hombre por el hombre—, tanto como con la defensa de los derechos históricamente conquistados por las clases trabajadores y sectores subalternos —derechos laborales, sociales, políticos y de ciudadanía—. (Itálicas en el original) (Montaño 2007, 234)
A pesar de que una de las preocupaciones de esta corriente es la no reiteración de los sesgos mesiánicos de la Reconceptualización y su militantismo, la forma en que se introduce una de las finalidades políticas del proyecto les vuelve abrir indirectamente las puertas. Específicamente, ambas citas colocan como aspiración la producción de un nuevo orden social sin dominación de clase, lo cual implica de manera necesaria la abolición del capitalismo como tal y con ello la supresión de aquellos agentes políticos afines al mismo. En este sentido, la cita de Netto (2003b) muestra una primera contradicción, en el tanto esta finalidad resulta imposible de conciliar con el pluralismo que también habría que defender como parte del proyecto.
Ahora bien, dada la fundamentación marxista de ambos autores, las citas plantean un importante problema de carácter teórico-práctico. Dado que para el marxismo la supresión del orden capitalista solo puede lograrse por la vía de la Revolución Proletaria, que a su vez constituye una tarea histórica que solo puede ser llevada a cabo por las masas organizadas y estas a su vez lideradas por una vanguardia consciente, que es el partido obrero. ¿Qué tipo de papel jugaría un sector organizado de la profesión de Trabajo Social en la superación del capitalismo?
Si bien podría argumentarse que estas propuestas constituyen la enunciación de horizontes de esperanza, sin los cuales no sería posible pensar un mundo diferente, lo cierto es que chocan frente a un problema práctico de carácter organizativo que se expresa en una segunda interrogante ¿Cuáles son los límites y posibilidades históricas de una profesión particular frente a la lucha de clases antisistémica?11
Las interrogantes antes planteadas se encuentran a la espera de respuesta contundente en buena medida porque la discusión se ha encausado en una vía prioritariamente teórica, y ha evadido un requerimiento indispensable planteado por Gallardo (2006) para pensar y producir otros mundos posibles: la necesidad del testimonio desde las luchas populares, por cuanto es desde estas que los horizontes de esperanza trascienden su carácter ideal para materializarse en proceso.
Contrariamente, un rasgo recurrente en esta corriente es su referencia indirecta y abstracta a las luchas populares, indicando la necesidad de un proyecto profesional crítico que conecte con ellas, pero con escasos ejemplos respecto al cómo se ha vinculado o cómo podría hacerlo. En este sentido, da la impresión de que la válida preocupación por no reiterar el militantismo propio de la Reconceptualización, así como la de no crear modelos que puedan juzgarse como «partidistas», ha llevado a una omisión sistemática de los testimonios de lucha con los cuales se ha manifestado un compromiso12.
En este punto cabe preguntarse si resulta legítimo que los actores de un sector del gremio se reconozcan a sí mismos como trabajadores sociales marxistas y que consecuentemente orienten parte de su accionar desde esta orientación teórica. La respuesta es sí, es una intencionalidad completamente legítima, sin embargo, lo que no debe perderse de vista si no se quiere reiterar los errores del pasado es que cualquier proyecto profesional, por más comprometido y beligerante con los sectores populares, no puede sustituir a estos últimos en su protagonismo histórico respecto a la producción de un mundo sin opresión13.
El segundo rasgo vinculado a la noción de «pluralidad con hegemonía» (Netto 2003b) alude a la conflictividad propia del campo académico14, así como a un problema que los sustentantes debían resolver, para poder cumplir uno de los principios orientadores de esta corriente ya mencionado: el «rechazo y crítica al conservadurismo profesional». A pesar de que el proyecto profesional al que aluden los autores no se limita al campo universitario, la centralidad que tiene la disputa por controlar el tipo de formación académica como una estrategia para garantizar la continuidad de dicho proyecto, hace que la recurrencia a este espacio académica sea compulsivamente recurrente, adquiriendo esta corriente un fuerte sesgo academicista.
Dado que una serie de límites objetivos impiden la eliminación total del conservadurismo en las universidades, esto lleva al autor a definir la noción de pluralidad con hegemonía de la siguiente forma:
todo colectivo profesional es un campo de tensiones y luchas. La consolidación de un proyecto profesional en su propio interior no suprime las divergencias y contradicciones. Tal afirmación debe hacerse por el debate, por la discusión, por la persuasión – en fin, por la confrontación de ideas y no por mecanismos excluyentes. Sin embargo, siempre existirán segmentos profesionales que propondrán proyectos alternativos; por consecuencia, incluso un proyecto que conquiste hegemonía nunca será exclusivo (…) Sin embargo, el respeto al pluralismo, que no puede ser confundido con el eclecticismo y con el liberalismo, no impide la lucha de ideas. Por el contrario, un verdadero debate de ideas sólo puede tener como terreno adecuado el pluralismo, que por su turno, supone también el respeto a las hegemonías legítimamente conquistadas. (Itálicas mías) (Netto 2003b, 276-277)
En primera instancia tenemos que, del rechazo y la crítica al conservadurismo, no puede derivarse la eliminación de los segmentos conservadores, sin embargo, la cita es clara al señalar que el pluralismo de ideas no implica igualdad entre agentes, algo que por lo demás constituye un hecho objetivo. No obstante, a pesar de que el fragmento despeja dudas respecto a la pluralidad, no ocurre lo mismo con el término hegemonía, que tiene que ver con la forma en que se ejerce el poder.
Sobre este punto se aprecian dos ideas insuficientemente desarrolladas. La primera tiene que ver con los medios por los cuales se alcanza la hegemonía en el espacio académico, ya que los mecanismos referidos, «debate-discusión-persuasión», no agotan ni remotamente las estrategias con las que se dirimen las disputas por la autoridad académica15.
En segundo lugar, la referencia a la hegemonía como «legítimamente conquistada» encierra dos problemas adicionales. El primero de ellos es que la referencia a una hegemonía legítima implica necesariamente la posibilidad de otra ilegítima, siendo que la cita plantea de manera muy simplificada que: la hegemonía es ilegitima cuando es fruto del debate, o ilegítima si es el resultado de mecanismos excluyentes.
Dado que la legitimidad es un atributo interaccional que requiere el reconocimiento de las partes interactuantes, es aquí donde se presenta un segundo problema, y es el tipo de relación de poder implícita en la combinación de los términos «lucha» y «conquista». Si bien los autores podrían apelar por analogía al ejemplo de cómo los oprimidos alcanzan conquistas sociales mediante sus luchas populares, Helio Gallardo16 nos muestran que esta combinación refiere también a una matriz de dominación, en la cual se da un ejercicio vertical del poder en el que existe un vencedor y un vencido, y en la cual la legitimidad para el primero pasa por la resignación del segundo a su condición de derrotado y a su consecuente subordinación al «poder legítimo».
La cita resuelve muy parcialmente este punto, al indicar que la hegemonía no es una condición definitiva ni permanente, con lo cual aquellos segmentos derrotados en el «debate de las ideas» siguen conservando su derecho a resistir y consecuentemente no estarían en la obligación de resignarse, pero sí de respetar a quien la ostenta.
El análisis de esta noción de «pluralidad con hegemonía» podría parecer trivial de no ser por el hecho de que la intención primaria de esta corriente, esto es el rechazo al conservadurismo, conlleva necesariamente el ejercicio práctico de clasificar las ideas y a sus sustentantes como «críticos» o «conservadores».
Es en este punto en el que entra el tercer rasgo: la producción de un criterio demarcador autoreferenciado de superioridad, que permite establecer la demarcación con el conservadurismo a partir de dos juegos de coordenadas teóricas, siendo la primera la correspondiente a la demarcación Marxismo-Positivismo en los siguientes términos:
El positivismo es una tendencia necesaria que la sociedad capitalista pone a su apreciación (…) la sociedad burguesa reviste los fenómenos sociales con una objetividad que le es propia. Es apenas en esta sociedad que los fenómenos sociales adquieren la apariencia de cosas (…) Sin esa apariencia de cosas la sociedad capitalista no podría funcionar, no podría existir (…) el positivismo, tomado en su sentido más exacto, consiste precisamente en que el pensamiento no se libere de esa traba, que el pensamiento no trasborde esa apariencia cosificada de los fenómenos sociales. (Netto 2000, 72)
Más adelante agrega el autor agrega lo siguiente:
… se debe insistir en la discusión de las dos grandes matrices metodológicas de nuestro tiempo: la inspirada en Marx y la positivista. Entiéndase por positivismo, como ya mencionamos, no la escuela comteana, sino aquella corriente que toma el fenómeno social en su inmediaticidad. En este sentido, Max Weber, a pesar de haber sido un eterno enemigo del positivismo, no superó el campo del positivismo (para no pensar en Talcot Parsons, Karl Manheimm). (2000, 76)
Como puede apreciarse la coordenada permite no solo un criterio taxonómico, sino también jerarquizador, en el tanto todo aquello que entre en el campo positivista no sólo pasa a ser valorado como funcional a la reproducción de la sociedad capitalista y por lo tanto conservador; sino que, además, mostraría de manera necesaria un carácter de inferioridad explicativa frente a la matriz inspirada en Marx.
Lo más llamativo de esta peculiar caracterización, es que este planteamiento permite atrapar bajo la etiqueta del positivismo a una muy variada muestra de corrientes teóricas que stricto sensu, no podrían ser consideradas como tales. Este criterio le permite al autor crear un antagonismo entre el pensamiento inspirado en Marx y las Ciencias Sociales, lo cual se aprecia de manera literal a continuación:
Pienso que el pensamiento marxiano mantiene una relación de incompatibilidad con las llamadas ciencias sociales. Y me parece que éstas, cuando avanzan consecuentemente en una perspectiva crítica radical, fecundadas por la inspiración marxiana, acaban por romper con su estatuto original. Por ejemplo: de hecho me pregunto si obras como A revolução burguesa no Brasil, de Florestan Fernandes, o A ditadura do grande capital, de Octávio Ianni, pueden ser todavía consideradas como «sociología crítica». (Itálicas en el original) (Netto 2003a, 128)
Como se aprecia, dado que el estatuto original de las Ciencias Sociales es el positivismo, al optar estas por una perspectiva presuntamente antagónica como la inspirada en Marx, el resultado no puede ser otro que el perder su reconocimiento de ciencia positivista para «avanzar» hacia un estadio superior17. Ahora bien, planteada esta posibilidad de ascenso jerárquico, cabe también el opuesto de su descenso, esto es la vulgarización de la matriz inspirada en Marx, lo cual se aprecia en la siguiente cita que permite una segunda diferenciación: la coordenada Teoría marxiana-Teoría marxista:
Ambas matrices [la positivista y la inspirada en Marx) se enfrentaron, intercambiaron influencias, se interpenetraron y se vienen influyendo a lo largo de los años. Ellas forman parte de nuestra tradición cultural; entonces, tanto la herencia de Marx influyó en el positivismo como el positivismo incidió en el interior del llamado marxismo. Por lo tanto, la segunda vertiente no es el marxismo en su conjunto, sino aquella subvertiente inspirada directamente en Marx – no todos los gatos son pardos en la noche marxista, hay diferenciaciones. (Netto 2000, 73)
Para los sustentantes de la corriente histórico-crítica existe un temor latente de que el mensaje original de Marx se tergiverse, llegando a producirse lo que autoras como Quiroga (2000) denominan como «invasión positivista del marxismo». Es por esta razón, que de manera recurrente insisten en la necesidad de distinguir entre la teoría marxiana, aquella producida directamente por Marx; de la teoría marxista, o sea aquella desarrollada por otros autores inspirados en Marx, pero que al no ser la original, conllevan el riesgo de contaminarse con rasgos positivistas.
En términos generales puede indicarse que, a pesar de existir una superación respecto a lo avanzado por la Reconceptualización, este nuevo giro a la izquierda muestra varios aspectos susceptibles a cuestionamiento. Cuando se analizan de conjunto los tres rasgos previamente desarrollados, el balance final arroja un elemento sobre el que no se aprecia autocrítica y que tiene que ver con la forma en que se plantea el ejercicio del poder desde la izquierda. Este problema ha sido ampliamente analizado por Helio Gallardo, quien sobre los riesgos de este fenómeno plantea lo siguiente:
La sobrevaloración política de las ideologías, como la socialdemocracia, el liberalismo o el comunismo, las transforma con rapidez en doctrinas. Así, la ideología en lugar de surgir desde las vivencias y necesidades de los grupos sociales como formas imaginarias y argumentativas de y para sus condiciones de existencia se impone a ellas como una ortodoxia. Como las ortodoxias cristalizan jerarquías y nomenclaturas, las ideologías pasan a ser dispositivos de disciplinamiento y sujeción, no factores de autoconstitución de sujetos. (Gallardo 2006, 120)
A pesar de la insistencia de los sustentantes de la corriente histórico-crítica de no plantear su propuesta como un modelo, así como de no convertir en dogmas las reflexiones desarrolladas desde esta; la propia forma en que se estas se han hilvanado abre la puerta para interpretaciones y apropiaciones que van más allá de la voluntad de sus creadores. Esta posibilidad se ve reforzada, además, por el sesgo academicista de la corriente, ya que la ausencia de testimonios desde los movimientos sociales, en convergencia con el peso desproporcionado que recibió el debate teórico, terminó por subsumir las luchas populares en la disputa por la formación profesional en el espacio académico universitario.
No obstante, la experiencia de esta corriente del Trabajo Social Latinoamericano no deja de encerrar una enorme riqueza y posibilidades de reflexión, en tanto constituye un ejemplo paradigmático respecto a la interacción particular entre las universidades y las luchas populares, en donde estas últimas son las que crean un horizonte de posibilidades para la academia, y no a la inversa.
3. Deformación ultraizquierdista y mistificación de la historia. Un caso del Trabajo Social contemporáneo en Costa Rica18
La última experiencia para analizar en el presente artículo corresponde a lo acontecido en el Trabajo Social costarricense, específicamente al nuevo giro a la izquierda19 que da la Escuela de Trabajo Social de la Sede Rodrigo Facio en los inicios del Siglo XXI.
Esta experiencia se ha constituido hasta el día de hoy como una deformación dogmática de la corriente Histórico-Crítica, y que podría ser denominada con el término de «Esquivelismo», en el tanto se ha configurado a partir de los aportes del profesor Freddy Esquivel, quien desde una basta producción bibliográfica sentó las bases para que el referente particular brasileño tuviese un importante protagonismo y hegemonía en las discusiones teóricas de la unidad académica, al punto de constituirse en el eje central a partir del cual se orientó la reforma curricular del año 2004.
El proceso de deformación se origina a partir de dos rasgos que condicionaron su aprehensión e interpretación. El primero de ellos tiene que ver con un problema de larga data en la propia reflexión marxista: la escisión entre la teoría y praxis política. Mientras que la biografía académica y trayectoria personal de los referentes brasileños muestran una importante y dilatada militancia política, esta experiencia testimonial se encuentra (casi completamente) ausente en la contraparte costarricense, lo cual generó el acentuamiento del academicismo, un rasgo que ya estaba presente en la corriente de referencia.
La ausencia de testimonios desde las luchas populares, llevó a que estas fueran subsumidas ilusoriamente en la disputa total por el espacio académico, con dos consecuencias: por un lado que el propio ejercicio de la docencia y la investigación se asumieran cada vez más como una forma de militancia, y por otro, que la lucha contra el conservadurismo pasara a asumirse cada vez más como una lucha por la eliminación de aquellos enemigos internos que se juzgaran funcionales a la dominación capitalista. Para decirlo en términos sintéticos: de la lucha contra el enemigo de clase, se pasó a la lucha exclusiva contra el enemigo conservador interno.
El segundo rasgo condicionante está directamente vinculado con el anterior, y tiene que con el hecho de que más allá de las intenciones iniciales de quienes pusieron en marcha la Reforma Curricular del 2004, esta operó con independencia de sus voluntades desde la lógica de la moda académica. Sobre la forma en que este proceso se desarrolló se tiene lo siguiente:
En un sentido teórico, la moda académica constituye una praxis reiterativa porque suprime la reflexión a partir de una reflexión pre-existente, ya elaborada previamente y que se asume como producto acabado. Con ello opera una supresión de la creatividad en la producción de conocimientos. En este sentido, la moda suele funcionar a partir de una suerte de «Fetichismo Terminológico», en donde basta la invocación de términos que hacen parte del lenguaje específico de la moda para «conjurar» cualquier discusión y darla por saldada a favor de la persona que la sustenta, con lo cual se le da prioridad a la discusión sobre conceptos, por encima de la discusión sobre la realidad. (comillas en el original) (Villegas-Herrera 2012, 353)
En el tanto la absorción de modas académicas se presenta con los rasgos antes indicados, se tiene que estas no se constituyen en objeto de revisión, sencillamente se actualizan algunos de sus elementos, o bien, se abandonan por nuevas modas. En este sentido, dado que la crítica deviene en exterioridad, o sea, se produce una serie de alteridades teóricas jerarquizadas como inferiores que, pueden ser proscritas en el tanto no se subordinen. Con esto, se creó en el contexto de la Reforma Curricular un resultado no buscado, que fue la creación de importantes dificultades para el desarrollo de un pluralismo teórico.
El proceso de deformación dogmática constituye la consecuencia necesaria de haber equiparado la disputa académica como sinónimo de lucha de clases, lo cual creó las posibilidades para convertir la teoría crítica marxista en una suerte de doctrina. Esta situación, lejos de constituir rasgo universitario, alude a un problema de muy larga data en la historia política de la izquierda. Sobre esto, Gallardo nos indica que:
El socialismo aquí ha consistido en buscar el poder para usarlo mejor o en beneficio de otros grupos y clases sociales, pero nunca, o casi nunca, ha pretendido cambiar el carácter del poder. Digamos, su práctica vertical, iluminista, centralizada. El socialismo devino así en un difuso sentimiento de masas electorales o de compartamentadas estructuras insurgentes manipuladas por minorías orgánicas implacables y sectariamente disciplinadas. La revolución siempre, o casi siempre, fue modelo, no proceso. (2000, 24)
El fenómeno señalado por Gallardo corresponde a lo que ocurre cuando una vanguardia «iluminada», asume tener la única interpretación correcta respecto a la forma en que ha de conducirse un proceso revolucionario, y que, de ser necesario, les ha de llevar a alienarse respecto a las masas populares si estas no comulgan con dicha interpretación. Más allá del hecho de que son las propias masas las que crean las posibilidades históricas de liberación, en caso de ser necesario, estas vanguardias no han dudado en reprimir aquellas personas que pongan en riesgo la realización del proyecto, lo cual podría no ser otra cosa que cuestionar emitir la interpretación oficial.
Cuando este fenómeno se da en un entorno tan enrarecido como el de un espacio universitario dogmático, tenemos que la teoría queda deformada y reducida a una forma metafísica con rasgos religiosos, o para plantearlo en términos epistemológicos: la teoría pasa de ser una explicación de la realidad, a ser una sustitución de esta. La forma en que esto se comienza a configurar aparece en la siguiente cita de Freddy Esquivel (2014, 140)
Es notorio que la naturaleza de la profesión, en una determinada sociedad, se particulariza a su vez por la herencia derivada de la propia historia de luchas sociales de la que es parte, sea en sus tendencias de búsqueda de cambios y/o transformaciones, o en la trinchera que tiene como misión conservar el orden vigente. El Trabajo Social, también carga consigo un talante dominante o marginal que da cuenta de una base de orientación clasista, orgánicamente vinculada a los intereses de la burguesía, de los capitalistas, de los sectores conservadores y bases doctrinarias, generalmente protestantes o católicas. (itálicas mías)
La anterior cita retoma un lugar común dentro de las elaboraciones de la corriente histórico-crítica: la existencia de una herencia conservadora en la profesión que guarda relación con su razón de ser. Sin embargo, lo expresado por Esquivel muestra un extremo al que no llegaron los sustentantes de dicha corriente, y es la producción de representación maniqueísta de la profesión en términos político-ideológicos, o sea, la reducción de la confrontación a dos bandos antagónicos: los profesionales críticos (búsqueda de cambios y/o transformaciones) y los conservadores (trinchera que busca conservar el orden vigente).
Los sustentantes de la corriente histórico-crítica no reducen de manera necesaria la confrontación a dos bandos20, siendo que por el contrario plantean la existencia de una condición objetiva de pluralidad. Como corolario de lo anterior, Esquivel introduce otra aseveración que refuerza la subsunción de las luchas populares en el academicismo:
El Trabajo Social está dando la cara por recolocar temas y discusiones (clase social, capitalismo, revolución, Estado, explotación, plusvalía, trabajo, burocracia, ideología, entre otros) que segmentos de la academia y las profesiones han abandonado o marginado, en tanto les han cautivado los idilios posmodernos llegando a bordes irracionales. (2014, 148)
La cita anterior plantea una auto representación heroica que guarda una gran similitud con la agitación autoproclamada de la Reconceptualización, y que muestra como la subsunción de las luchas populares en el academicismo alcanza su máximo nivel.
En primer lugar, la cita plantea de manera tácita el antagonismo entre el Trabajo Social y las Ciencias Sociales, en donde estas últimas habrían supuestamente abandonado el abordaje de una serie de temáticas y categorías teóricas esenciales para las luchas populares. Se valora la enunciación como autoproclamada, en tanto en la totalidad del artículo del cual se extrae la cita, no se aporta más evidencia que la propia afirmación del autor. En segundo lugar, la representación planteada realiza una doble sobrevaloración, no solo de la profesión de Trabajo Social que estaría «dando la cara» por las luchas populares con su propuesta de formación curricular, sino también del propio proceso formativo. Dada la falta de testimonios concretos de lucha, la afirmación no sería posible a no ser que el propio ejercicio de la actividad académica se juzgue como parte de la propia lucha popular, lo cual implica una mistificación de la actividad académica en sí.
En otro orden de cosas, a pesar de que la cita realiza una sentencia a las Ciencias Sociales, señalándolas como posmodernas e irracionales, la obra de Freddy Esquivel en tanto reiteración de la corriente histórico-crítica, privilegia de manera más recurrente otro criterio jerarquizador: el fundamentado en la coordenada Marxismo-Positivismo. La siguiente cita extensa acerca de la discusión del método en la ciencia, muestra como esta coordenada es nuevamente llevada más allá de lo que los autores brasileños pensaron en un inicio:
en el positivismo han habido expresiones de enfrentamiento para designar el llamado método, con propuestas bajo el nombre de inductivo-deductivo, defendido por los empiristas y ciertos grupos del positivismo lógico; también se le llama a priori-deductivo, respaldado por positivistas idealistas y la mayor parte de los racionalistas; más contemporáneamente se le ha denominado hipotético-deductivo especialmente ciertos positivistas lógicos, llamados también neopositivistas, pero hay positivistas que rompen con el método como Feyerabend, Ayala, Dobshansky y Mayr. (…) El debate sobre el método en el positivismo proviene de los pensamientos de Aristóteles, Pitágoras, Platón, Arquímedes, viniendo luego con Bacon, Galileo, Newton, Locke, Descartes, Leibniz, Berkeley, Kant, Hume, Whewell, Herschel y Mill (Pérez 1993); por lo que no debemos afirmar que recae en Comte únicamente ese planteamiento». (Esquivel Corella 2006, 15-16)
Más allá del aspecto de una redacción en apariencia descuidada, así como valoraciones epistemológicamente ingenuas, el autor plantea una reflexión profundamente problemática, ya que lejos de limitar la etiqueta de positivista a las Ciencias Sociales, la extiende a prácticamente toda la ciencia en general.
Como puede apreciarse, la cita de Esquivel contiene una paráfrasis a un autor que supuestamente habría realizado varias aseveraciones sobre el origen del positivismo, para concluir que su producción, lejos de asignársele a un único autor (Comte), corresponde en realidad a una producción colectiva. Ahora bien, el texto aludido corresponde a Ruy Pérez Tamayo (1990), y al ser revisado se observa que el mismo no trata exclusivamente sobre el positivismo, sino que en realidad corresponde a un texto de divulgación sobre historia de la ciencia enfocado en el análisis del método científico desde la antigüedad hasta la ciencia contemporánea.
Con esto último Esquivel (2006) no solo habría demasiado lejos respecto a lo que la corriente histórico-crítica planteó, sino que en realidad incurre en dos deformaciones de la obra que entran en contradicción con la misma. En primera instancia autores como Netto (2000) y Montaño (2000) parten de la tesis que el positivismo constituye un proyecto de racionalidad propio del capitalismo en su momento de consolidación temprana. Más allá de la validez de dicha idea, lo cierto es que Esquivel habría buscado el origen del positivismo en un momento histórico muy anterior, con lo cual estaría rompiendo la vinculación de este proyecto con el de la modernidad capitalista, así como con la razón de ser de este respecto a la reproducción de un tipo particular de sociedad.
En segundo lugar, el maniqueísmo de la cita implica de manera aceptar implícitamente una idea en extremo problemática y es la incompatibilidad entre Marxismo y Ciencia. Llegado a este punto, si se acepta tal aseveración se tiene como consecuencia que la pluralidad y la diversidad de ideas, que has sido defendidas como indispensables para la existencia de un proyecto profesional crítico no podrían existir en la realidad. En este sentido, este tipo de sobrevaloración del marxismo en el ámbito académico lleva a un dogmatismo con el cual se pasaría en la práctica, de una pluralidad con hegemonía hacia el ejercicio de una dominación sin pluralidad.
Conclusiones
A modo de cierre, el análisis de los alcances y limitaciones de las tres experiencias analizadas permite plantear tres ideas que se consideran centrales. En primer lugar, resulta claro que, en el marco de la interacción entre las luchas populares y las academias universitarias, son las primeras las que crean un horizonte de posibilidades para las segundas, y no a la inversa. Dicho en otras palabras, los avances y retrocesos en la lucha popular, así como sus triunfos y sus derrotas, son las que abrirán espacio y consolidación al pensamiento crítico en el espacio universitario. Para el caso del Trabajo Social Latinoamericano resulta evidente que sus radicalizaciones han estado necesariamente precedidas por la radicalización de la lucha popular.
En segundo lugar, y fuertemente vinculado con lo antes señalado, para que el pensamiento crítico devenga en texto significante, necesariamente deberá fundamentarse en el testimonio de los sujetos populares y sus luchas. Cualquier intento de analizar el movimiento de la historia prescindiendo de este referente, necesariamente derivará en una abstracción que agotará al discurso académico en sí mismo. Lo anterior se empareja además con la necesidad de entender que las y los agentes académicos no pueden sustituir a los sujetos que producen la emancipación mediante sus luchas.
Finalmente, cualquier proceso de radicalización política fundada en la abstracción antes mencionada, derrapará necesariamente hacia alguna forma de deformación o mistificación de la historia. Dicho en términos más claros; las luchas por la emancipación popular no pueden ser subyugadas o asimiladas a la disputa de la autoridad dentro de las academias universitarias. La experiencia de Trabajo Social al respecto, muestra que esto puede fácilmente derivar hacia la producción de representaciones en las que el agente académico se jerarquizará en una posición de superioridad, asumiendo falsamente que su labor «emancipatoria» es la de iluminar el camino de las luchas populares.
Notas
1. Específicamente la tesis de posgrado llevada a cabo por el autor. Ver Villegas-Herrera (2012).
2. Con esto se refiere tanto al campo artístico con sus diferentes manifestaciones como a las universidades.
3. Entre las manifestaciones resultantes de este desbloqueo en este periodo, pueden mencionarse a la Pedagogía del Oprimido de Paulo Freire y de la Teología de la Liberación en los campos educativo y religioso respectivamente. Las universidades tampoco se vieron ajenas a este contexto de esperanza, y es así como en el campo de las ciencias sociales, surgen la Teoría de la Dependencia, y propuestas de Investigación-Acción y Educación Popular de Orlando Fals Borda. En todas ellas, se presentó de manera diferenciada un común denominador: el compromiso con los sectores populares, así como la intención de producir saberes que coadyubaran a sus procesos de emancipación.
4. Como resultado de este hecho reaccionario de las oligarquías nacionales, no solo se abortó el proceso, sino que muchas y muchos de los intelectuales que buscaron pensar un Trabajo Social Latinoamericano, debieron afrontar el exilio, la tortura, la desaparición y el asesinato selectivo. Es por esto, que la periodización de la Reconceptualización varió dependiendo de las condiciones de cada país. Para el caso de Costa Rica, la Reconceptualización llegó hasta una etapa tardía que se prolongó hasta la década de los ochenta, gracias a la incorporación en la Escuela de Trabajo Social de varios intelectuales exiliados que pudieron continuar con su trabajo académico en el país, entre los cuales como ya se mencionó, se encontraba el propio Helio Gallardo. Sobre este periodo tardío relocalizado de la Reconceptualización ver Villalobos (2018).
5. Este hecho resulta trascendental para comprender la deformación ultraizquierdista que se propició más adelante en el caso costarricense.
6. Para el caso de la ETS-UCR, es necesario indicar que el resultado anterior no fue necesariamente buscado ni planeado, sino que se gesta a pesar de su criticidad y «buenas intenciones». De hecho, desde la unidad académica se introdujo en el plan de estudios una estrategia pedagógica, denominada talleres, en la cual el estudiantado realizaba una inmersión total en la vida cotidiana de los sectores populares, desplazándose a vivir a tiempo completo durante estancias prolongadas en espacios comunitarios, con la obligatoriedad de involucrarse lo más posible en sus actividades labores, políticas y comunitarias. Sin embargo, más allá de los aprendizajes que dejó la experiencia, que fue abortada años después cuando la ETS-UCR da un giro reaccionario y conservador en la década de los ochenta, a partir la misma creo una autorepresentación de excepcionalidad y superioridad en términos de compromiso respecto al resto de la Universidad. Claramente esto se vincula a los valores de «vanidad» y «soberbia» señalados por Gallardo, y fue el germen para la deformación ultraizquierdista que se desarrolla posteriormente en el Siglo XXI.
7. La primera de estas constituye la tesis fundante de la corriente y parte de los aportes de José Paulo Netto (1997) y de Marilda Iamamoto (1997) , que esencialmente plantean que la profesión forma parte de una estrategia de la burguesía para enfrentar las manifestaciones de la «cuestión social» en el marco de la lucha de clases. La segunda premisa es formulada por Carlos Montaño (1998) y corresponde a una elaboración propia de la Reconceptualización que consideraba la génesis y desarrollo del Trabajo Social desde una perspectiva endógena, esto es como el resultado de la evolución de protoformas previas tales como la filantropía o la caridad, hasta llegar al estado actual obedeciendo exclusivamente a consideraciones y necesidades de la propia profesión.
8. Consuelo Quiroga (2000) señala que durante el periodo de la dictadura la enseñanza del marxismo fue llevada a cabo con estrategias que rayaban el clandestinaje y utilizando para ello autores muy «marginales» que pasaban fuera del radar de la censura. Todos estos factores son los que explican porque los integrantes de esta corriente muestran una notoria beligerancia para defender la presencia del marxismo en la formación desde la década de los noventa hasta la fecha.
9. Este fenómeno reaccionario, que llegó al punto de decretar el «fin de la historia», fue analizado a profundidad por Helio Gallardo (1991) quien lo denominó con el término de «orgía ideológica», en tanto su fraseología lejos de ayudar a pensar la realidad, cumplía claramente la función de sesgar e impedir la toma de consciencia respecto a la misma.
10. Esta tendencia no es exclusiva del campo académico. El auge y radicalización de la derecha brasileña con influencia de masas a manos del bolsonarismo, no es más que la constatación de que la cultura de muerte instalada por la dictadura militar en realidad nunca se fue.
11. Sobre esto es necesario indicar que José Paulo Netto ha dejado advertencias explícitas al respecto en varias de sus obras. Por ejemplo, señala que: «…vamos a descubrir que no somos el ombligo del mundo. Nuestros cursos no son palancas de transformación. Existen otras realidades: sindicatos, agencias de la sociedad civil, partidos políticos, Iglesia. Y al descubrir que no somos el ombligo del mundo procuramos formas de articulación, sin despegar del movimiento de la realidad» (Netto 2000, 78). La cita no deja lugar a dudas, de que los espacios de militancia son necesariamente distintos a los del ejercicio profesional, y en este sentido, el problema con la cita analizada radica en las posibilidades de una interpretación militantista que le abre al lector. Por otra parte, no puede pasarse por alto el dato biográfico de la muy dilatada militancia del autor en organizaciones partidarias claramente diferenciadas respecto a la profesión.
12. Esta afirmación resulta particularmente evidente en la siguiente cita de Carlos Montaño: «si la Reconceptualización muchas veces cometió el error de confundir «tarea profesional» con «tarea político-partidaria» (sin que con esta afirmación ignoremos el contexto histórico de los años ‘60); no obstante, ese movimiento contribuyó en algo fundamental: politizar (no «partidizar») la práctica profesional; entendiéndola no como un accionar neutro e intermediador, sino como una actividad tensa, política, inserta en un espacio de contradicción conflicto de intereses.
13. Esta necesidad ha sido reconocida por otros sustentantes de la corriente: «…tenemos que construir estrategias dirigidas a dar una cierta unidad a los valores y posturas profesionales a través de la construcción de proyectos que nos indiquen: qué, cómo y cuándo hacer, y para donde avanzar (pero también, si fuera necesario, cuándo retroceder), y cuales medidas pueden ser desarrolladas en el interior de la profesión dirigidas a una actuación más crítica, calificada y vinculada a los movimientos sociales, en busca de alianzas en la construcción de las condiciones capaces de instituir una cultura democrática y de respeto a los derechos, históricamente conquistados, por las clases excluidas del acceso a la riqueza socialmente producida. (itálicas en el origina) (Guerra 2007, 257). A diferencia de los otros autores, Yolanda Guerra aun siendo marxista, no hace referencia a un proyecto anti sistémico desde el Trabajo Social, sino que establece la necesidad de articularse con los movimientos sociales ya existentes.
14. A pesar de que el proyecto profesional al que hace alusión el autor no se limita al campo universitario, la centralidad que tiene la disputa por controlar el tipo de formación académica como una estrategia para garantizar la continuidad de este, hace que la recurrencia a este espacio académica sea compulsivamente recurrente en los sustentantes de esta corriente.
15. Desde una perspectiva más compleja, Bourdieu (2008) señala que la autoridad científica o académica, es una potestad reconocida por los demás agentes del campo para hablar e intervenir en materia de ciencia, y que esta es el resultado de la acumulación de varios tipos de capital (cultural, económico, social y simbólico). A pesar de que, en otras partes del texto del cual parte la cita, Netto alude de manera vaga e indirecta a la forma en cómo se dio esta acumulación, el autor no elabora directamente sobre el tipo de relaciones y estrategias necesarias para la construcción de la hegemonía más allá de lo que indica la cita analizada.
16. En un texto relativamente temprano, Helio Gallardo (1986) nos indica como la dominación ideológica suele ejercerse en Latinoamérica a partir de la relación asimétrica «sabios-ignorantes», la cual permite asumir como legítima la superioridad de los primero. Como se verá más adelante, el propio autor no considera esta asimetría como exclusiva de los grupos dominantes, siendo que la misma puede presentarse además en la propia izquierda que lucha por subvertir dicha dominación.
17. No es este el espacio para profundizar el análisis epistemológico de esta postura, sin embargo, es oportuno plantear dos consideraciones. La primera es que esta propuesta parte de una particular apropiación y desarrollo de la obra de Lukács por parte del autor. La segunda, es la obtención de un resultado paradójico que termina por acercar a la corriente histórico-crítica con la Reconceptualización, esto es la representación de las Ciencias Sociales como antagónicas respecto a un Trabajo Social auto representado a su vez como crítico.
18. Las consideraciones desarrolladas en el presente apartado se encuentran fundamentadas a partir de una investigación previamente desarrollada por el autor, titulada: «Trabajo Social y producción de conocimiento teórico. Un análisis del vínculo entre la investigación y la construcción de legitimidad e identidad profesional en la Escuela De Trabajo Social de la Universidad de Costa Rica» (Villegas-Herrera, 2012)
19. Se habla de «nuevo giro» considerando el previamente analizado y que aconteció en la década de los 70s del siglo anterior. La caracterización de este giro como ultraizquierdista, obedece a que la dogmatización de los autores que le sirvieron de referencia, llevó a una interpretación y alcances que va más allá de las intenciones originales que estos buscaban, tal como se analizará en las páginas siguientes.
20. Se plantea que esta reducción no es necesaria por lo ya apuntado respecto a la pluralidad, sin embargo, es importante ver que la propuesta de las coordenadas marxismo-positivismo y teoría marxiana-teoría marxista es precisamente la que le ha abierto la puerta a la reducción maniqueísta planteada por Esquivel, que dicho sea de paso, guarda una gran semejanza y relación con uno de los estereotipos que según Helio Gallardo (1986) impiden la comprensión de lo político y la política: la reducción de estos a la acción o presencia de las clases sociales en el espacio político.
Referencias
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Villegas-Herrera, César. 2021. Consideraciones epistemológicas para pensar la producción de conocimientos desde la intervención comunitaria. Un análisis desde el Trabajo Social, en El Trabajo Comunitario. Experiencias y retos desde las fronteras del saber. México: Universidad Autónoma de Ciudad Juárez. https://elibros.uacj.mx/omp/index.php/publicaciones/catalog/book/185
César Villegas Herrera (cesar.villegas@ucr.ac.cr) Maestría Académica en Trabajo Social y Maestría Académica en Sociología, ambas por la Universidad de Costa Rica. Docente e investigador en la Escuela de Trabajo Social de la Universidad de Costa Rica. Sus últimas publicaciones son: «Consideraciones epistemológicas para pensar la producción de conocimientos desde la intervención comunitaria. Un análisis desde el Trabajo Social»; y, «De las ruinas del Bronx a las ruinas de Esquipulas. Cultura Hip Hop e integración desde abajo en la América Del Centro, en coautoría con Fabiola Palacios».
Recibido: 24 de junio, 2023.
Aprobado: 3 de julio, 2023.