Alfredo Pizano

Un encuentro imposible en la nueva historia intelectual. Diferencias metodológicas infranqueables entre la historia de las ideas con la historia conceptual y la historia de los lenguajes políticos

Resumen: La nueva historia intelectual es el resultado del impacto del giro lingüístico en la historiografía, dicho impacto ha tenido una recepción particular en Inglaterra, Francia o Alemania. Dicho giro esconde una barrera que impide el dialogo, mientras que los lenguajes políticos se apoyan en los actos de habla como la herramienta clave, para la Begriffgeschichte la larga duración se sitúa en un entramado metodológico intrincado y ambos abandonan la historia de las ideas. Así, en este artículo expondré la diferencia infranqueable entre la historia de las ideas con las escuelas de Cambridge y Bielefeld.

Palabras clave: Individualismo; Holismo; Actos de habla; Larga duración; Historia social

Abstract: The new intellectual history is the result of the impact of the linguistic turn in historiography, which has been particularly welcomed in England, France and Germany. This turn conceals a barrier that prevents dialogue: while political language relies on speech acts as the key tool, for the history of concepts the long duration is situated in a complicated methodological framework, and both abandon the history of ideas. Thus, in this article I will expose the unbridgeable difference between the history of ideas of the Cambridge and Bielefeld schools.

Keywords: Individualism; Holism; Speech Acts; Longue Dureé; Social History

Introducción

El uso de la historia de las ideas para estudiar a los clásicos del pensamiento político puede crear problemas sincrónicos en las interpretaciones y, más que nada, en las interpretaciones filosóficas que de ello se desprende, es decir, pretender que Platón fue el primer pensador político totalitario o que el capitalismo financiero es una consecuencia lógica la riqueza de las naciones de Adam Smith es un ejercicio intelectual sumamente laxa. Para la historia de las ideas los patrones y similitudes entre determinados autores son su fuente para sus análisis. Pero, estas interpretaciones más allá de su interés y estimulo intelectual que puedan ser una novedad en el ámbito académico, pero ese uso pragmático de los clásicos no se realiza en sus términos, es decir, se utilizan a los clásicos para justificar una interpretación. Entonces, la historia conceptual y la historia de los lenguajes políticos emergen como una alternativa para la comprensión de los conceptos y autores clásicos «en sus propios palabras», es decir, determinados conceptos pueden ser intraducibles o tener problemas en realidades distintas a las que les dieron origen.

Cuando, por ejemplo, Ernst Cassirer realiza una historia de las ideas del concepto de Estado, éste hace una línea del tiempo que va desde el Kratos heleno hasta el Estado totalitario del tercer Reich alemán; todo esto pasando por las repúblicas italianas, los imperios y estados absolutistas de Europa (2002, 56 y ss.). Ante esta perspectiva los historiadores conceptuales pondrían un énfasis especial en distinguir entre una Polis, un feudo medieval, una ciudad-república, es más serían muy cuidadosos con el concepto de Estado (Stadt). Pero, un historiador del lenguaje político pondrá un especial énfasis en las condiciones de posibilidad que le dieron origen a dicha interpretación, es decir, la forma en que un judío ilustrado veía cómo emergió un Estado totalitario y la forma que tenía de dar cuenta de ello.

De este modo, la hipótesis de la presente investigación fue que la historia de las ideas y su ambigüedad puede llevar a interpretaciones de conceptos y autores políticos que son utilizados de manera instrumental, en cambio la historia conceptual y de los lenguajes políticos puede ser una herramienta de análisis que coadyuve este vicio en las interpretaciones de los autores clásicos.

I. Un enemigo común: la historia de las ideas.

La reflexión sobre el lenguaje es un tópico común desde los primeros textos de la filosofía, ya sea el poema de Parménides, los parágrafos de Heráclito o el diálogo Cármides de Platón. Sin embargo, esta reflexión llega hasta el paroxismo en los debates medievales entre nominalistas y esencialismo. Por nominalismo se entiende la posición metafísica que entiende a las palabras y conceptos desde la utilidad de los nombres para referirse a dichos objetos, es decir, no existen esencias comunes y universales. Para un nominalista el lenguaje es mutable y el contexto condiciona el entendimiento y la comunicación. El segundo bando comprende el lenguaje y las palabras insertas en una cadena de significados que son racionalmente deducibles, es decir, todo aquel que use la razón debería ser capaz de captar el significado de una palabra o concepto: existen entidades perdurables e inamovibles, las esencias.

El problema del sustancialismo del lenguaje cuando realizamos una investigación orientada por la historia intelectual es la posibilidad de caer en una serie de anacronismos que la investigación científica no se puede permitir. Los historiadores de las ideas post kantianos como lo fueron Dilthey, Meinecke o Cassirer, así como aquellos historiadores que emplean el historicismo como método, parten de una concepción sustancialista del lenguaje. El caso de Cassirer es relevante para la exposición, su obra póstuma en materia de filosofía política es The Myth of the State (1946) y en ella se expone la historicidad del «Estado» como idea que emerge y desaparece a lo largo de la historia del pensamiento europeo, desde las polis helenas hasta el Tercer Reich. Pero, el problema de la historia de las ideas no se circunscribe exclusivamente al ámbito alemán, en el mundo angloparlante también el historicismo también resultó atractivo.

Esta vieja historia intelectual ya ha sido señalada por Palti ya ha señalado el problema historiográfico de la historia de las ideas: «Escribir una historia de la idea de ‘Estado’ implicaría, pues, incurrir en una falacia nominalista, esto es, crear una entidad ficticia a partir de una recurrencia accidental de un terminó que no remite a ningún objeto o núcleo conceptual común» (2011, 229). Ante la imposibilidad de un traslado metafísico y trans temporal entre la polis o república antigua hacia los Estados democráticos del siglo XXI resulta conveniente «renovar» la historia intelectual.

La renovación de la historia intelectual se caracteriza por el paso del sustancialismo de la historia de las ideas hacia una perspectiva nominalista que se ve influenciada por el giro lingüístico que significó el estudio del lenguaje ordinario, ya sea, en su variante fenomenológica/heideggeriana o basado en las Investigaciones filosóficas (philosophische Untersuchungen) del segundo Wittgenstein. Mientras que en Historia se ha optado por denominar el giro lingüístico como un cambio de interés de investigación desde las condiciones socioeconómicas hacia la perspectiva cultural (Serna y Pons 2012, 175 y ss.). De este modo, el giro lingüístico en historia se vincula a una agenda amplia que va desde la historia cultural y los campos como la historia de la lectura, del libro y de las mentalidades. Entonces, el giro lingüístico que me enfocaré es aquel que está en medio de la perspectiva filosófica y la histórica, se toman elementos de ambas propuestas para repensar la importancia del lenguaje al insertarlo en contextos históricos.

La crítica a la historia de las ideas desde ambos flacos se toca en su nominalismo, pero no se agota en esta característica. Para los historiadores de la nueva historia intelectual la importancia del nivel pragmático del lenguaje, la historia de las ideas se concentraría en los contenidos semánticos. Para ejemplificar esta situación resulta conveniente acudir a las mitologías de Skinner: mitología de las doctrinas; mitologías de la coherencia; y mitologías de la prolepsis.

La mitología de las doctrinas consiste en la creación de un concepto que se despliega en la historia de las ideas y se manifiesta en distintas latitudes sin importar el contexto (Skinner 2002, 59). Uno de los ejemplos más comunes en la historia de las ideas políticas es la del contrato. El contrato social como argumento de legitimidad del Estado encuentra su primera formulación en el Leviathan de Th. Hobbes y llega hasta Kant en sus escritos políticos, pasando por J. Locke y J.J. Rousseau. A partir de la generalización de la idea del contrato es posible nulificar cualquier otra producción en las ideas políticas para darle la mayor relevancia a aquellos que utilizan dicha idea. En palabras de Q. Skinner esta mitología consiste en «atribuir a los teóricos clásicos doctrinas que en la opinión general son adecuadas a su tema, porque ellos, irresponsablemente, omitieron discutir» (2002, 65). Entonces, J. Locke estaba respondiendo a la visión del contrato y la ley natural de Hobbes, aunque éste inicie sus tratados sobre el gobierno civil con una crítica a Robert Filmer; o Rousseau en vez de refutar a Grotius con quien realmente estaba discutiendo es con Hobbes.

En segundo término, se encuentra la mitología de la coherencia la cual consiste en interpretar los textos y autores clásicos del pensamiento político como unidades de sentido que no permiten duda alguna o contradicción. Los casos de Maquiavelo y Marx resultan paradigmáticos para esta mitología, es decir, en los clásicos del pensamiento político no es posible enmendar sus posturas o cambiar de perspectiva política; el intérprete de Maquiavelo tiene que unir las tesis de El príncipe y de los Discorsi, pues, la producción de un clásico debe permanecer a lo largo y ancho de toda su obra, sin dar lugar a dudas, antinomias y contradicciones (Skinner 2002, 70-71). Este caso de Skinner revela una complicación: con un autor de pocas obras la mitología de la coherencia puede ensanchar demasiado la comprensión de aquello que debe hacer un exegeta, pero la tarea de interpretar con la mitología de la coherencia a un autor con una obra más extensa resultaría una tarea titánica.

Por último, «la característica de la mitología de la prolepsis es la fusión de la necesaria asimetría entre la significación que un observador puede justificadamente afirmar encontrar en un episodio histórico determinado, y el significado de ese mismo episodio» (Skinner 2002, 72-73). Esta mitología ha sido utilizada de manera fructífera en la historia de las ideas en el siglo XXI, J. Israel ha logrado impulsar su interpretación de Spinoza como panacea de la política europea previa a la Ilustración y la Revolución francesa (2001). Dicha interpretación señala la existencia de las ideas de un autor como Spinoza, el cual quedó fuera del canon occidental, es una influencia sin la cual no se podría pensar de manera adecuada la Modernidad, tanto en su nivel intelectual con la Ilustración y político con la Revolución francesa.

La finalidad de cada una de las mitologías es exhibir los abusos interpretativos en que caen algunos filósofos que acuden a los clásicos para «traerlos» al presente. Si pensamos que Aristóteles puede ser utilizado para comprender los debates del siglo XX entonces estamos cayendo en un anacronismo innegable, pero ¿en qué medida es posible utilizar a los clásicos para comprender el mundo actual?

El problema del anacronismo en el pensamiento político radica en utilizar un armazón conceptual para comprender un fenómeno que un autor no estaba en sus posibilidades realizar, es decir, una mitología de la prolepsis. Ahora, este problema compete a los historiadores del pensamiento político, pero este problema no es un prohibitivo para un filósofo político o un político que busque utilizar de manera instrumental del pensamiento de un autor. Aunque pueda parecer que la arbitrariedad de quien hace uso del anacronismo da pie al uso amañado de un determinado lenguaje, la realidad es que dicho uso se enfrenta a un problema subsecuente: el lenguaje político se encuentra en una constante resignificación de los distintos conceptos políticos que son implementado s. Si un político A se refiere a la democracia como solución para los problemas de una comunidad, entonces un político B podría cuestionar dicha concepción y proponer su versión de la democracia. Los conceptos políticos, a diferencia de las palabras comunes, tienen una característica crucial: la polisemia (Koselleck 2009, 102).

Ante el análisis pragmático del lenguaje político la historia de las ideas se muestra impotente, es en esta coyuntura que los historiadores de la nueva historia intelectual presentan sus apuestas metodológicas. Así, la Escuela de Cambridge utilizaron la filosofía del lenguaje ordinario para desenredar el lenguaje político, de este modo, autores como Q. Skinner y J.G.A. Pocock son sus principales referentes teóricos; por otro lado, en Alemania un grupo de historiadores sociales se enfrentaron al reto de comprender la Modernidad más allá de la interpretación que impusieron los historiadores de las ideas durante la segunda mitad del s. XIX, dichos autores se coordinaron un diccionario sobre conceptos políticos: Werner Conze, Otto Brunner y Reinhardt Koselleck.

II. La importancia del lenguaje político.

La función que cumple la Sattelzeit en el lenguaje político, i.e. la semántica de los términos político-filosóficos tuvo un giro en las concepciones pragmáticas de los conceptos. Mientras que el periodo de 1750 a 1850 fue el Sattelzeit, i.e. el paso de las guerras religiosas hacía la Ilustración, para Koselleck el inicio para analizar el lenguaje político, para América latina encuentra su periodo de cambio son las guerras de independencia de inicios del siglo XIX.

Es en este marco en el que la perspectiva de idealización de la Sattelzeit latinoamericana encontramos, al atender a la historia conceptual, que «las guerras de independencia no fueron la lucha épica de nacionalidades largamente oprimidos por un poder extraño que vinieron finalmente a reclamar sus derechos soberanos» (Palti 2010, 174-175). En una consideración que toma Palti sobre América Latina encontramos que en la categoría de las revoluciones: dicho autor va a señalar que «la revolución de independencia latinoamericanas representaría un caso anómalo, una “desviación” respecto de un supuesto “modelo” de revolución» (2010, 175) esto sucede si atendemos a una perspectiva de historia tradicional, de esas metodologías que estudian los acontecimientos o que cuentan la historia tal como sucedió. Debido a esto es que existen dos modelos de análisis del lenguaje político: el contextualismo de la Escuela de Cambridge, en donde encontramos a John Pocock y a Quentin Skinner como principales teóricos, y la Historia conceptual de Reinhart Koselleck.

La metodología de la Escuela de Cambridge se puede sintetizar de la siguiente manera:

Skinner se basa en la larga tradición anglosajona de filosofía del lenguaje, definiendo a los textos como actos de habla… Según esta perspectiva, para comprender históricamente un acto de habla no bastaría con entender lo que el mismo se dice (su sentido locutivo), sino que resultaría necesario situar su contenido proposicional en la trama de relaciones lingüísticas en el que ése se inserta a fin de descubrir, tras tales actos de habla, la intencionalidad (consciente o no) de la gente (su fuerza ilocutiva), es decir, qué hacía éste al afirmar lo que afirmó en el contexto en que lo hizo. (Palti 2005, 67-68)

Esta perspectiva nos hace caer en un problema pragmático serio: al poner al texto en contexto hacemos que el contexto nos explique el texto, por lo que el texto es el espejo del momento histórico. Esta objeción tiene como problema la subordinación de la historia de las ideas [los escritos o textos] a la historia social [el contexto histórico]. Esta objeción para la Escuela de Cambridge no puede superarse si sólo entendemos a los escritos históricos como actos de habla, la historia conceptual sana el problema de los escritos para atender a los conceptos. Cuando saltamos de los escritos hacia los conceptos históricos encontramos una simetría entre la historia intelectual y la historia social cuando las observamos como procesos de larga duración.

Una de las principales aportaciones de la Escuela de Cambridge es el que ha hecho Quentin Skinner, quien «(…) desnuda lo que llama la “mitología de la prolepsis” (la búsqueda de la significación respectiva de la obra, lo que presupone la presencia de un cierto telos significativo implícito en ella y que sólo en un futuro se descubrirá) (...)» (Palti 2005, 69). Esto hace que se pueda realizar este diagnóstico de la posición central de la Escuela de Cambridge:

(...) Skinner sería identificado como abogando por un contextualismo radical. Este «contextualismo» de Skinner no debe, sin embargo, confundirse con el tipo de reduccionismos que tanto molestan hoy a los historiadores intelectuales. El nivel textual no es, para este autor, una mera emanación o protuberancia de realidades previas, sino actos de habla siempre ya incrustados en un determinado sistema de acciones comunicativas (Palti 2005, 69)

El problema radical de la postura de Skinner queda limitado a una posición cerrada en la comprensión de la historia, ya que bajo los presupuestos metodológicos de Skinner se encierra al texto bajo las condiciones de lenguaje del autor y así se «nulifica» a la historia social —motivo que la historia conceptual toma muy en cuenta: historia de las ideas va de la mano de la historia social—. «Desde la perspectiva de un historiador de los lenguajes políticos, un texto no es un conjunto de proposiciones, sino un medio característico de producción de enunciados… Para el estudio de los lenguajes políticos es necesario, pues, traspasar la instancia textual y acceder al aparato argumentativo que subyace» (Palti 2005, 70). Al cerrar al texto y comprenderlos como actos de habla las consideraciones y las concatenaciones de los textos quedan cerrados para evitar dejar un «mensaje en una botella» para las generaciones futuras, tópico que va a ser el problema fundamental del contextualismo skinnereano siendo el problema de «la mitología de la prolepsis». Si bien un análisis que considera a las fuentes como actos de habla nos brinda una comprensión amplia de una situación, ya que ésta queda contextualizada, pero los límites de esta posición quedan expuestos cuando no es posible atender a la recepción o las consecuencias de los escritos, lo cual produce una continua ruptura entre las ideas que se vierten en los escritos pero se abandona el potencial político de muchos de ellos, ya que esta perspectiva profética de los escritos políticos quedan abandonados en función de comprenderlos en su contexto. El ejemplo canónico del contextualismo nos dice que

Ningún autor puede crear algo nuevo sin retrotraerse al corpus establecido del lenguaje, a los recursos lingüísticos creados diacrónicamente en el pasado próximo o remoto, y compartido por todos los hablantes y oyentes… Al devenir fundamentalmente un concepto, enmarca y restringe, aumenta y limita el vocabulario válido para las generaciones sucesivas (Oncina 2009, 73)

Debido a esto «(…) los lenguajes políticos son formaciones conceptuales plenamente histórica, absolutamente contingentes y singulares. El estudio de los lenguajes políticos conlleva la concepción de un tipo de historicidad inmanente a la historia intelectual» (Palti 2005, 71). Para darle concreción a esta postura podríamos ejemplificarlo de la siguiente manera: es imposible que Cristóbal Colon haya proclamado estas palabras: «He llegado a América, una América católica». Esto es equivalente a que Petrarca hubiera dicho «estoy inventando el Renacimiento» o a Lutero diciendo que «Soy el líder de los protestantes»; es posible para el lector actual dar cuenta de que: 1) Cristóbal Colón chocó con el continente que llamamos América; 2) Que las obras de Petrarca se consideran, historiográficamente hablando, como el inicio del Renacimiento; y 3) que Lutero fue un líder espiritual de una nueva versión del catolicismo romano: el protestantismo. Estos tres ejemplos son parte de una posición en la que conceptos históricos entran en juego para el análisis de la complejidad en las relaciones humanas. Es en este punto en el que el contextualismo de Skinner entra a su límite argumental, ya que cuando hablamos de conceptos en la Historia entramos en serios problemas sí sólo los consideramos como actos de habla. Para mi meta en este trabajo el marco conceptual de la historia conceptual se acopla mejor a mis intenciones, muestra de ello es esta pequeña síntesis de Koselleck sobre su metodología, la historia de conceptos:

…podemos plantear un criterio general de lo que entenderemos por un concepto histórico fundamental [die Kategorie eines geschichlichen Grundbegriff]: se trata de un concepto que, en combinación con varias docenas de otros conceptos de similar importancia, dirige e informa por entero el contenido político y social de una lengua. (Koselleck 2004, 35)

Mientras que Skinner va a considerar a los escritos como entidades autopoiéticas, es decir, su significado se encuentra en un espectro cerrado. Lo que el escrito dice responde a un contexto determinado, lo cual cierra la posibilidad de existencia de un escrito profético en el ámbito de la política; al salir de las condiciones contextuales lo que sucede se vuelve terra incognita. Para ejemplificar esta limitación del contextualismo podemos poner al Kapital como ejemplo de manual: las fases de los modos de producción estarán circunscritos a comprender como válidos los modos hasta el capitalismo, ya que sólo hasta este modo Marx tuvo acceso, pero cuando Marx comienza a escribir sobre el comunismo esto ya no se encuentra en el mismo registro de validez. Sólo está haciendo especulación y no se mantiene en los límites de su contexto, pero si optamos por la apuesta de la historia conceptual nos encontramos con una gran ventaja: en esta metodología no existe el mismo temor por la prolepsis, motivo que es la idea en la que va a luchar el contextualismo.

III. El cajón de sastre de la Begriffgeschichte.

Para la historia conceptual «(…) el significado y el uso de una palabra nunca establece una relación de correspondencia exacta con lo que llamamos realidad. Ambos, conceptos y realidades, tiene sus propias historias que, aunque relacionados entre sí, se transforman de diversas maneras» (Koselleck 2004, 36). Al acceder a un plano flexible, en el cual los elementos del contexto se conectan con algunas pretensiones de índole utópica, de ideas regulativas y pretensiones de cambios normativos. «Tales desajustes [Differenz] entre los conceptos y las circunstancias inducen nuevamente transformaciones históricas y reclaman una orientación hacia los cambios futuros» (Koselleck 2004, 39). La idea de los escritos como actos de habla hace que los conceptos se tornen estáticos, como si fuesen la utilería de las ideas o los ambientes intelectuales.

La localización de la historia de conceptos en el plano de las disciplinas de la historia es clara: «(…) la historia de “conceptos” y la historia de “ideas” se fundan, en última instancia, en dos perspectivas diversas de la temporalidad. Y ello permite, a su vez, a la historia conceptual diferenciarse de la historia social, proveer pautas para la comprensión histórica que no se reduzca a una mera reafirmación de lo que el análisis de sus determinaciones contextuales pueda y aportarnos» (Palti 2005, 71). Mantenerse en un ámbito material determinista al atender a los conceptos se vuelve un ámbito poco fértil, por lo que los conceptos en la Historia social se convierten en un elemento poco satisfactorio para las exigencias de esa metodología; en la historia de las ideas sería posible una mejor metodología. Una metodología en la que Koselleck podría para trabajar, pero ésta se ve truncada por su idealismo vulgar, encuentra a los conceptos como entidades estáticas y «dadas» para la intuición. Así situar a la Historia de conceptos como una nueva subdisciplina de la Historia, tanto por sus elementos contextuales como especulativos.

En definitiva, en un concepto se encuentran siempre sedimentados sentidos correspondientes a épocas y circunstancias de enunciación diversas, las que se ponen en juego en cada uno de sus usos efectivos (esto es, vuelven sincrónico lo diacrónico). De allí deriva la característica fundamental que distingue a un concepto: lo que la define es, precisamente su capacidad de trascender su contexto originario y proyectarse en el tiempo (Palti 2005, 72)

En buena medida la idea de la larga duración de Braudel ha sido sumamente atendida por la historia económica y social, pero al atender a esas posiciones se ha olvidado de la historia de las ideas. «Si la historia conceptual se recorta de la historia social, adquiere un carácter propio, es porque sólo la historia conceptual puede proveer a la vez para reconstruir procesos de largo plazo» (Palti 2005, 72). Al subordinar los conceptos a simples tachuelas que clavan a las ideas en la realidad todo análisis de los conceptos resultará obtuso, en buena medida la idea de Thompson de entender a la «clase obrera como un proceso» (Thompson 1966, 9) se podría, siendo forzado la idea de Koselleck, emparentado con la posición de la historia conceptual pero esta posición no puede atender al plano especulativo, ya que, sería mucho más complejo entender a «la justicia como un proceso» o a «la dignidad como un proceso» o «el enemigo como un proceso» se vuelve mucho más complicado de homologar al ejemplo de Thompson. «De hecho, los conceptos proveen a los actores sociales las herramientas para comprender el sentido de su accionar, elevan la experiencia cruda [Erfahrrung], la pura percepción de hechos y acontecimientos, en experiencia vivida [Erlebnis]» (Palti 2005, 73). De buena manera se intuye una ventaja de la filosofía de la historia, que al mismo tiempo es una historia de la filosofía, ésta es la ventaja de pensar en la Historia como un ámbito intersubjetivo, motivo que lo distancia de la problemática de la historia tradicional de pensar en la preeminencia de la idea de la objetividad de la Historia, el contar «las cosas tal como fueron», y se enfrenta a un plano más flexible y falible que es la intersubjetividad.

(…) lo que llama Koselleck las meta-categorías fundamentales que definen las formas propiamente históricas de la temporalidad: «espacio de experiencia» y «horizonte de expectativa». Éstas indican los diversos modos posibles en que se puede vincular el presente, pasado y futuro. El distanciamiento progresivo ente «espacio de experiencia» y «horizonte de expectativas» determina la «aceleración [Beschleunigung]» del tiempo histórico, que es la marca característica de la modernidad. (Palti 2005, 73-4)

La definición de Koselleck sobre las bases de su trabajo las define así: «… las categorías ‘experiencia’ y ‘expectativa’ reclaman un grado más elevado, ya apenas superable, de generalidad, pero también de absoluta necesidad en su uso. Como categorías históricas equivalen en esto a las de espacio y tiempo» (Koselleck 1993, 335). No es fortuita la comparación entre estas categorías de la Historia conceptual frente a las claves de la Estética trascendental kantiana, ya que la experiencia histórica no se puede entender de manera distinta a la experiencia del conocimiento sensible. Pero, el problema de la aceleración va a ser la base para la comprensión de los conceptos en la historia, es posible unir las vivencias con las experiencias.

François-Xavier Guerra va a encontrar un paralelismo con la posición de Koselleck (Guerra 2010, 19-54). Mientras que para Koselleck el Sattelzeit son las guerras de religión, Guerra va a «situar» al Sattelzeit en las revoluciones de independencia de América latina, es decir, ambas posiciones se encuentran enmarcadas en el derrumbe de los gobiernos absolutistas, no es fortuita la tesis principal de Crítica y crisis: «El absolutismo condiciona la génesis de la Ilustración; la Ilustración condiciona la génesis de la Revolución francesa. Entre estos dos principios se mueve, a grandes rasgos, el presente trabajo» (Koselleck 2007, 27). Pero esta generalización histórica tiene problemas cuando se contrasta con una posición sociológica, esto no exime el potencial de la tesis al llevarla hacia un contexto determinado, lo cual ha realizado (Guerra 2010). El lenguaje político mediante la Historia conceptual nos da una nueva perspectiva, ya que no se limita al contextualismo, sino que tiene la capacidad de especular —esto gracias al «espacio de experiencia» y al «horizonte de expectativa»—.

IV. Entrecruzamiento contextual o prognosis histórica.

¿Cuál es el impedimento para combinar los presupuestos de la historia conceptual y la de los lenguajes políticos? En síntesis, nos enfrentamos a una disyuntiva bien conocida en la teoría social: estructuras o sujetos. La historia conceptual en buena medida se circunscribe a una perspectiva estructural, en la cual la historia social sirve de sustento al lenguaje de los agentes de estudio. Por otro lado, en la historia de los lenguajes políticos el énfasis recae en los actos de habla de individuos excepcionales dentro de un entramado de significados y símbolos que se pueden estudiar en la medida que los actos de habla den cuenta de ellos.

A diferencia de la historia de las ideas que crea arcos entre el contexto que originó las ideas y otro que poco o nada tiene que ver con el origen. Para la historia conceptual y de los lenguajes políticos el arco entre el contexto de origen y el de recepción es condición de posibilidad de la comprensión. En otras palabras, esta diferencia metodológica es parecida a aquella que nos neokantianos tuvieron a inicios del siglo XX: las ciencias del espíritu, entre ellas la historia, tienen por objetivo explicar o comprender los hechos que estudian. Por ejemplo, cuando analizamos el problema de las élites políticas desde la historia de las ideas podemos explicar cómo ciertos argumentos que justifican la desigualdad son adaptaciones de conceptos aristotélicos, los cuales tuvieron su origen en el siglo IV a.C., o conceptos del darwinismo social decimonónico. Así, un estudio sobre las formas de gobierno y una posición política en favor de la aristocracia se puede explicar desde la historia de las ideas. Caso contrario, cuando un historiador que use la «nueva historia intelectual» tiene que comprender las condiciones político-sociales que legitiman la producción de libros o la praxis política. La aproximación que se haga de este análisis será lo que determine si el investigador utilice una u otra metodología.

Debemos diferenciar entre la historia efectual que madura en la continuidad de la tradición ligada a los textos y de su exégesis, por un lado, y, por otro, la historia efectual que, aunque posibilitada y mediada lingüísticamente, va más allá de lo que es asequible con el lenguaje. Hay procesos históricos que escapan a toda compensación o interpretación lingüística. Este es el ámbito hacia el que la Histórica se dirige, al menos teóricamente, y que la distingue, aun cuando parezca ser abrazada por la hermenéutica filosófica. (Gadamer y Koselleck 1997, 93)

Mientras que en la visión de la hermenéutica filosófica de Gadamer nos enfrentamos a la fusión de horizontes que el lector se enfrenta choca con la visión de la histórica koselleckiana, la cual busca las estructuras de repetición de la Historia. De este modo, «la comprensión para Gadamer está ligada retrospectivamente (zurückgebunden) a la historia efectual (Wirkungsgeschichte), cuyos orígenes no se pueden calcular diacrónicamente, y cuyo punto central consiste en que sólo se puede experimentar en el propio tiempo de cada uno» (Gadamer y Koselleck 1997, 68). Así, la hermenéutica y su vínculo con la historia de las ideas deviene en una perspectiva que pretende sincronizar momentos históricos disimiles; en cambio, con la historia conceptual las investigaciones pretenden unificar tanto el ámbito sincrónico como diacrónico del lenguaje político. La comprensión de la historia de las ideas puede generar un pronóstico político falso al generar una sincronía artificial basado en interpretaciones; por otro lado, la historia de conceptos quiere descubrir las estructuras de repetición histórica dentro de un contexto determinado.

Existe una situación excepcional en esta contraposición de la historia de ideas y la conceptual o de los lenguajes políticos, esto es la historia conceptual de lo político como la practicó Claude Lefort y actualmente lo hace Pierre Rosanvallon. Pero, orientarme en esta excepción llevaría hacia otra dirección esta investigación.

Conclusión

Este giro lingüístico que experimentó la historia con la Escuela de Cambridge y de Bielefeld lleva a la hermenéutica filosófica a replantearse demasiados elementos de su metodología. Aunque interpretaciones novedosas que proponen la «verdadera historia» o «la historia olvidada» de un proceso histórico de relevancia «universal» la hermenéutica y el estudio filosófico de los clásicos del pensamiento debe ser cuidadoso en su tratamiento. Con cuidadoso no me refiero a utilizar un refinado aparato lógico donde las contradicciones y las ambigüedades sean superadas por un lenguaje «adecuado»; al contrario, me refiero a que la hermenéutica filosófica debe ser estricta y evitar las conexiones conceptuales tan a la ligera. La hermenéutica filosófica se puede apoyar de las ciencias del espíritu, pero dicho apoyo ha sido poco relevante. Las ideas fuera de lugar han sido el elemento constitutivo de la literatura producida por los hermeneutas.

Para que los saltos históricos entre los conceptos no sean tomados a la ligera el interesado en la historia conceptual y de los lenguajes políticos debe atender a que la larga duración es un elemento trascendental para comprender la realidad, «La auténtica longue dureé consta de una serie de condiciones materiales y geofísicas que pueden ser parte o no de la historia de la conciencia» (Pocock 2012, 120). Este giro en la metodología que ha sufrido la historia tiene que permear los trabajos que produce la hermenéutica filosófica, esto con el fin de abandonar las ideas fuera de lugar y realizar una comprensión a cabalidad de los clásicos.

Los análisis de la historia conceptual o de los lenguajes políticos tienen ya han abandonado la perspectiva rígida y esto ha dado paso a investigaciones transversales e interdisciplinarias como las que han desarrollado los grupos de investigación llamado Iberconceptos y que ha sido liderado por Javier Fernández Sebastián y Elías Palti. Un ejemplo de esta transición y de la importancia de contextualizar el lenguaje político es la transición desde el Diccionario político y social del mundo iberoamericano. Conceptos políticos fundamentales, 1770-1870 hacia obras colectivas que se centran en distintos núcleos temáticos como la reciente obra colectiva de Francisco Ortega (2021) en donde se abandona la idea de un diccionario por estudios que enriquecen la comprensión de la historia conceptual más allá del lujo de ser una sucursal de Cambridge o Bielefeld en esta zona geográfica.

La Historia de los lenguajes políticos se convierte en la antinomia de la historia de las ideas por la exigencia de contextualizar las ideas y los conceptos que los agentes ejercen. De este modo, un estudio sobre las ideas de Aristóteles durante el siglo XXI en América Latina tendría una relevancia peculiar, pues esto supondría que las ideas de Aristóteles pasaron de manera impoluta desde el mundo heleno hacia Latinoamérica. Ahora, un análisis del uso que le dan algunos políticos conservadores de los argumentos políticos y morales de Aristóteles para afrontar alguna problemática del contexto mencionado puede tener un impacto distinto en el debate político.

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Alfredo Pizano (alfredopizanofil@gmail.com) es Licenciado en Filosofía por la Universidad Autónoma Metropolitana, Unidad Iztapalapa, y en Estudios Latinoamericanos por la Universidad Nacional Autónoma de México. Maestro en Humanidades, en la línea de Filosofía moral y política, con un trabajo sobre la Filosofía política de Ernst Cassirer titulado “El mito y la construcción simbólica de las naciones”. Mis líneas de investigación son Justicia transicional, estudios de la memoria y la historia de los lenguajes políticos.

Recibido: 12 de diciembre, 2023.

Aprobado: 9 de febrero, 2024.