Ignacio Cognigni
Trabajo abstracto, mediación y conocimiento historiográfico
Resumen: La naturaleza del trabajo abstracto en la obra de Marx es ampliamente discutida desde la publicación del Libro I de El Capital. Su centralidad en la explicación del valor y la explotación del trabajo asalariado la constituyen no solo como una dimensión central del capitalismo, sino como una dimensión con potencialidades significativas para la interpretación de las relaciones sociales en otros modos de producción. En este sentido, éste trabajo pretende discutir desde algunos aportes teóricos actuales la potencialidad del trabajo abstracto como una categoría articuladora –entre otras posibles y coexistentes– del conocimiento historiográfico. Para ello, luego de una introducción que presenta las bases del problema, haremos una breve revisión histórica de las formas que adquirió el trabajo en las formaciones sociales precapitalistas, para compararlas con las formas capitalistas. Finalmente, plantearemos algunas consecuencias teóricas de esta revisión, a saber, que el trabajo abstracto constituye una vía interpretativa del cambio y la transformación de las relaciones sociales de producción en las distintas formaciones sociales.
Palabras clave: Trabajo Abstracto, Mediación, Historia
Abstract: The nature of abstract labor in Marx’s work has been widely discussed since the publication of Volume I of Capital. Its centrality in explaining value and the exploitation of wage labor establishes it not only as a central dimension of capitalism but also as a dimension with significant potential for interpreting social relations in other modes of production. In this regard, this paper aims to discuss, from some current theoretical contributions, the potential of abstract labor as an articulating category—among other possible and coexisting ones—of historiographical knowledge. To this end, after an introduction that presents the foundations of the problem, we will conduct a brief historical review of the forms that labor took in precapitalist social formations to compare them with capitalist forms. Finally, we will propose some theoretical consequences of this review, namely, that abstract labor constitutes an interpretative pathway for the change and transformation of social relations of production in different social formations.
Key words: Abstract labor, Mediation, History
«¡Historicemos siempre! »
Jameson, Documentos de cultura,
documentos de barbarie
1. Introducción
El objetivo de este texto será problematizar un supuesto presente en los análisis marxistas de la realidad social, que sostiene la existencia de ciertas mediaciones materiales, propias de cada periodo histórico, entre nuestra percepción y la realidad social. Estas mediaciones son parte constitutiva de las relaciones sociales que entablan los seres humanos en la reproducción de sus condiciones de existencia, por lo cual son específicas de sus condiciones históricas de emergencia. Para ello, analizaremos las particularidades que adquiere el trabajo abstracto en el capitalismo, poniendo en foco la historización radical que Marx y Engels hacen de todas las relaciones sociales que entablan los seres humanos. Finalmente, esto nos permitirá sopesar las potencialidades de los abordajes marxistas en el estudio de sociedades precapitalistas y su comparación con la actual sociedad capitalista y las formas que esta ha adquirido a lo largo del tiempo.
De acuerdo a Marx, el trabajo abstracto refiere al aspecto común a todas las formas de trabajo humano en una economía capitalista, independientemente de las características específicas de la labor realizada o los bienes producidos. En otras palabras, el trabajo abstracto es el valor universal que subyace en todas las mercancías en una sociedad capitalista. Marx argumenta que, en una economía capitalista, el valor de una mercancía se determina por la cantidad de trabajo abstracto necesario para producirla. Este trabajo abstracto se mide en términos de tiempo de trabajo socialmente necesario, es decir, el tiempo promedio que se requiere para producir un bien utilizando las tecnologías y habilidades disponibles en una sociedad dada. Por lo tanto, el trabajo abstracto, para Marx, es una abstracción social que no tiene en cuenta las características específicas del trabajo individual, como las habilidades del trabajador, las condiciones de trabajo o los aspectos cualitativos de la producción. En cambio, se trata de una forma de medición abstracta que subyace a la determinación del valor en una economía capitalista y que está intrínsecamente ligada al sistema de producción y distribución de mercancías. En este trabajo, plantearemos la posibilidad de extender esta categoría para el análisis de sociedades precapitalistas, algo que aparece insinuado como una posibilidad en los textos de Marx y en las discusiones posteriores del marxismo del siglo XX (Astarita 2016). Esto va en sintonía con los proyectos de historias globales del trabajo y estudios antropológicos del trabajo (van Der Linden 2019), que proponen articular una mirada de conjunto que capte las particularidades del trabajo en cada formación social a partir de una óptica que permita la comparación de las investigaciones empíricas y de caso.
Como producto de la modernidad ilustrada, el pensamiento de Marx y Engels comparte numerosos elementos de las tradiciones filosóficas decimonónicas, como un sesgo eurocéntrico marcado, así como una visión teleológica de la historia. Sin embargo, en tanto fuertes críticos de la racionalidad burguesa moderna, emprenden una historización radical (Jameson 1989) de esas tradiciones –con sus respectivas formas de conocimiento- y el planteo de la necesidad de superar sus límites, estrechados por el capital y la naturalización de las relaciones sociales de este modo de producción (Marx y Engels 1999). En este sentido, Marx y Engels no hacen más que prolongar el proyecto hegeliano de dilucidar una lógica (o más bien, en los términos actuales, una ontología) a partir de la cual reproducir el movimiento de lo real, desde la necesidad contenida en sus determinaciones.
En este sentido, partimos de la consideración de que hay una tensión irresuelta en Marx y Engels, dado que la crítica radical que elaboran pareciera oradar las mismas bases de su propio método. Esto abre una importante ambivalencia a partir de la cual plantearemos nuestra propuesta. Por un lado, considerar que el método dialéctico es histórico y específico de un objeto, el proceso de acumulación de capital, y por lo tanto irreductible a las formas de comprensión pre-capitalistas. Por otro lado, considerar que las relaciones sociales de producción constituyen una realidad transhistórica, dotando al género humano de una unidad que posibilita su auto comprensión a lo largo de la historia. Estos dos postulados son compatibles, pero son diferentes, siendo el primero abarcable por el segundo. Es decir, existirían ciertas determinaciones históricas que posibilitan el conocimiento de la realidad, sea cual fuere el momento histórico en que se inscriba, y otras formas específicas de conocimiento propias de la etapa del capital; formas entre las cuales habría una traducibilidad, y no una irreductibilidad. Aquí nos inclinamos por desarrollar esta perspectiva, en tanto se desprende de los trabajos de Marx la voluntad de reconstruir una totalidad histórica que en su despliegue habilita y permite comprender la enormidad de variaciones históricas posibles, y en ningún sentido agotar las explicaciones en la formulación de un principio general.1
Muchos trabajos han retomado esta problemática para abordarla en función de los debates filosóficos de su tiempo, como es el caso de Jurgen Habermas en La Reconstrucción del Materialismo Histórico (1986), Alan Badiou (2003) y Lucio Coletti (1977), entre muchos otros. Entre estos aportes, vemos en los trabajos de Jameson (1989, 1991) un proyecto intelectual que asume el desafío que el Giro Lingüístico plantea a las teorías críticas, las grandes narrativas y el marxismo; dando cuenta de sus aportes fructíferos para la construcción de criterios interpretativos de la realidad pasada, así como de sus aspectos más controversiales y problemáticos. Si bien el planteo de Jameson recupera la idea de una continuidad histórica basada en una «yuxtaposición de modos de producción sedimentados», consideramos que este punto de partida nos remite a las lecturas más tradicionales del marxismo, fundamentalmente basadas en el Prefacio a la Contribución para la Crítica de la Economía Política y que sostienen relaciones mecanicistas entre fuerzas productivas y cambio histórico. En esta perspectiva histórica, el principio que subyace es el del constante y lento desarrollo de las fuerzas productivas, que conducen a la expansión de las capacidades del trabajo social. En cuanto este desarrollo plantea nuevas formas de organización social del trabajo más eficientes, se produce un desacople entre las relaciones sociales de producción y su base técnica. Numerosos pasajes de Marx dan sustento a esta lectura mecanicista: «El molino movido a brazo nos da la sociedad de los señores feudales; el molino de vapor, la sociedad de los capitalistas industriales» (Marx 2007, 102). Sin embargo, esta concepción no repara en los momentos de retroceso en las fuerzas productivas (como puede ser la caída del Imperio Romano), ni nos dice nada acerca de las sociedades precapitalistas, solo nos explica el paso de una a otra.
Al mismo tiempo, otros textos o intervenciones del Marx maduro dan cuenta de una lectura más compleja en relación al desarrollo histórico. Es el caso del intercambio epistolar que sostiene con Vera Zasulich, donde sostiene que el mundo rural ruso no necesariamente tiene que atravesar una fase capitalista, ya que la comunidad rural rusa, el mir, presenta una base de organización social compatible con la de un modo de producción socialista.
Por eso, proponemos recuperar categorías que dan cuenta de la interrelación de los sujetos históricos como constructores de las relaciones sociales de producción, de manera no mecánica o sujeta al desarrollo inexorable de las fuerzas productivas. De esta manera, creemos posible aportar a la construcción de una mirada histórica que contemple la necesidad y la contingencia, articulando una explicación histórica que no le asigne un fin determinado y arbitrario al desarrollo histórico, pero que le otorgue un principio de inteligibilidad común a sus diversos estadios y que permita explicar el paso de uno a otro. Para ello, recuperaremos la noción de trabajo abstracto que Marx despliega en El Capital, para luego observar cómo podría operar como elemento analítico en diferentes formas históricas de organización del trabajo: la antigua, la feudal y la capitalista. Finalmente, propondremos algunas claves a partir de las cuáles la indagación sobre el trabajo abstracto en diferentes formaciones sociales lleva en sí la potencialidad de tender puentes comparativos que no subsuman las realidades pretéritas a la mirada propia de las sociedades capitalistas.2
2. Desarrollo. Totalidad y contingencia
La cuestión del método en el marxismo ha tendido a centrarse en las breves exposiciones que Marx hace de sus procedimientos analíticos, centralmente, en las que se observan en la introducción a los Grundrisse y los prólogos de El Capital. Algunas líneas de investigación novedosas y más actualizadas buscan reconstruir de manera sistemática el método dialéctico en base al análisis de aquellos movimientos implícitos que Marx realiza al estudiar el capital y su desarrollo, generando dos hipótesis: el análisis del movimiento de lo real ya está plenamente realizado en La Lógica de Hegel, o, por el contrario, fue necesario que Marx pusiera la dialéctica «sobre sus pies» para dar con las categorías que rigen el despliegue de lo real (Caligaris y Starosta 2015).
Al mismo tiempo y a raíz del surgimiento de los estudios decoloniales y del desarrollo de nuevas epistemologías críticas y «del sur», la universalidad del método marxista ha sido duramente puesta en cuestión. Sin embargo, sostenemos que esta evaluación es errónea, dado que, si bien la expansión del capital en las periferias genera formas históricas específicas -que deben ser analizadas a partir de la investigación empírica basada en diversas fuentes-, estas no dejan de estar contenidas en las determinaciones generales del modo de producción capitalista desplegado por Marx en El Capital, sintetizadas conceptualmente en los primeros capítulos y desplegadas históricamente en el capítulo XXIV. Un pensamiento basado en la obra de Marx tiene potencialidades no solo para indagar los procesos históricos no-europeos dando cuenta de sus especificidades, sino que además puede dar cuenta de manera crítica de la totalidad en los cuales estos procesos se insertan. En este sentido, recuperamos aportes como los de Jameson, en relación a que la totalidad no es una esencia previa y exterior a los procesos históricos mismos, sino que existe solo y se expresa a través de ellos:
La totalidad, para Jameson, (…) no es algo dotado de una naturaleza propia que preexiste a sus manifestaciones y que solo posteriormente viene a imprimirse en ellas, sino una causa inmanente a sus mismos efectos, constituye el sistema de sus relaciones. Aquella, por lo tanto, nunca se nos revelaría sino en estos, es decir, en sus propias contingencias. Es así que totalidad y parcialidad, identidad y diferencia, necesidad y arbitrariedad se implican y presuponen mutuamente. (Palti 1998, 92-93)
En el mismo sentido, las perspectivas periféricas reciben los modelos «clásicos» de desarrollo formulados en los centros, pero además tienen la posibilidad de contrastarlos con las experiencias locales, abordando la totalidad desde una mirada más amplia que a las perspectivas del centro les cuesta acceder (Schwarz 2005).3
Considero que como base de estas formulaciones hay una serie de «actitudes» intelectuales que es necesario rescatar para comprender los posteriores desarrollos. En primer lugar, el reparo en la necesaria y evidente incompleción de la obra de Marx. No solo en lo que respecta a la no publicación de buena parte de El Capital en vida, o de los libros que se propuso escribir y ni siquiera llegó a esbozar. Sino también a la dificultad para elaborar una síntesis de sus posturas filosóficas y el relativamente escaso desarrollo de sus pensamientos en este sentido. De esto se desprende que necesariamente hay que avanzar más allá de lo legado por Marx y Engels, incluso en aspectos fundantes de sus obras. Esto implica salir de los lugares comunes, de las obras canónicas y considerar el conjunto de la obra intelectual de Marx, lo cual conlleva pensar en un trabajo de largo alcance y a un plazo temporal mucho más extendido que lógicamente aquí no podemos realizar.
El Trabajo Abstracto y formaciones sociales precapitalistas
Por otra parte, sí nos parece interesante y productivo plantear la viabilidad de indagar realidades precapitalistas en base a las categorías y el método de Marx, un problema caro a la tradición marxista. Para ello, nos parece central indagar la tensión abierta en los propios escritos de Marx (tanto en obras tempranas como La Ideología Alemana y maduras como El Capital) donde se observa que la categoría de trabajo abstracto constituye una intermediación fundamental y siempre presente entre las personas y su medio:
El proceso de trabajo tal como lo hemos presentado en sus elementos simples y abstractos, es una actividad orientada a un fin, el de la producción de valores de uso, apropiación de la naturaleza para las necesidades humanas, condición general del metabolismo entre el hombre y la naturaleza, eterna condición natural de la vida humana y por tanto independiente de toda forma de vida, y común, por el contrario, a todas sus formas de sociedad. (Marx 1999; 223)4
El carácter transhistórico del trabajo abstracto estaría dado por el hecho de que siempre existió como una actividad que permitió reproducir la vida y que siempre fue mensurable. Es decir, es posible abstraerlo como trabajo humano «indiferenciado» a partir de medidas socialmente establecidas que evidentemente serán propias de cada etapa histórica, establecidas socialmente según las formas de organización del trabajo, la apropiación y disponibilidad del excedente, las formas de dominación política:
En todos los tipos de sociedad necesariamente hubo de interesar al hombre el tiempo de trabajo que insume la producción de los medios de subsistencia, aunque ese interés no fuera uniforme en los diversos estadios de desarrollo. Finalmente, tan pronto como los hombres trabajan unos para otros, su trabajo adquiere también una forma social. (Marx 1999, 87-88)
Entonces, un interrogante que se plantea es el de si el trabajo abstracto se manifiesta como una esencia indiferente a las relaciones sociales en las cuáles está inscripto, o si, por el contrario, el contexto histórico lo dota de particularidades que lo hacen irreductible a otros periodos históricos. Desde nuestra perspectiva, el trabajo abstracto no es una mediación que haga referencia a una esencia biológica o espiritual del ser humano –entendidas como condiciones antropológicas siempre presentes de la misma forma-, sino a una mediación social fundamental de la producción de la vida, que necesariamente está articulada en torno a las formas económicas, políticas ideológicas y culturales de una formación social dada. La naturaleza del trabajo abstracto ha sido un problema ampliamente debatido desde los trabajos de Rubin (1987) que lo considera una relación puramente histórico-social, objetivada por el capital y por ende exclusiva del modo de producción capitalista. Sin embargo, identificar su validez inter-histórica nos permite establecer comparaciones que hacen inteligibles las diferentes formaciones sociales, sin absolutizar las características que adquiere el trabajo en la sociedad actual.
El trabajo pre-capitalista es organizado en torno a vínculos de dominación directos y personales, mientras que el capital organiza el trabajo en torno a relaciones sociales impersonales e indirectas. Esto altera no solo las formas de medición de ese trabajo, sino también las representaciones sociales en torno a este. El trabajo de un siervo se presenta discontinuo, porque determinados días se dedica a su parcela y otros días a la de su señor. En cambio, el trabajo de un obrero está organizado en una jornada indiferenciada donde se reproduce a sí mismo y produce plusvalor que es apropiado por el burgués. Implica dos formas completamente opuestas de pensar el trabajo y su apropiación.5
Podemos ver que, en las diferentes formaciones sociales pre-capitalistas, el trabajo fue un eje organizador de la producción de la vida material, y las reflexiones intelectuales se abocaron a entender su naturaleza. En el caso del mundo Antiguo (Perelman Fajardo 2022), existía un desdén por el trabajo manual y físico, exceptuando parcialmente la agricultura; mientras que se resaltaban las virtudes de la actividad intelectual, la participación en la vida política y el cultivo de las virtudes. Al parecer existía un tipo de trabajo asalariado o por jornal, pero que ocupaba un rol más marginal que el del propio esclavo. Ser un hombre libre y trabajar para otro ciudadano era considerado un extremo de la pobreza, como el mismo hecho de no poseer esclavos. En todos estos momentos, el trabajo, fuera cual fuera su forma de organización social, era algo medible y explotable, en tanto produce un excedente disputado y apropiado socialmente. Sin embargo, esto no debe llevarnos apresuradamente a trazar un hilo de continuidad entre explotados: esclavos, siervos y asalariados, unidos por una narrativa metahistórica que plantea la existencia de una misma «guerra» o «lucha» que se pelea entre diferentes grupos sociales a lo largo de la historia universal. Las narrativas marxistas han abonado a estas lecturas en muchas ocasiones, pasando por encima de la complejidad que presentan estas etapas.
Para el caso del mundo medieval, hubo una valoración ambivalente del trabajo. Inicialmente se lo consideró un producto del pecado original, por el cual se produjo el castigo divino que condenó a la humanidad a vivir sobre la tierra, fuera del paraíso donde todo era provisto sin ningún esfuerzo. Sin embargo, el trabajador paulatinamente fue integrado como uno de los tres pilares de la comunidad cristiana, en tanto permitía la subsistencia de los oradores (clero) y guerreros (nobleza). La idea de los tres órdenes permeará las concepciones sobre el trabajo y permitirá que se valore en términos religiosos, pero también en términos profanos.
En el marco de estas relaciones sociales de producción también se producía un excedente, que era apropiado a través de mecanismos políticos: los tributos señoriales en especie, la corvea, los impuestos reales y el trabajo esclavo. De esta manera, el excedente no circulaba a través de medios mercantiles, sino que lo hacía a través de la apropiación por exacción de un estamento sobre el otro. La existencia de un excedente no implica que en toda ocasión se buscara su maximización, como es el caso de los gremios artesanales que se dotaban de una compleja normativa que prohibía la utilización de materiales de menor calidad, el trabajo nocturno y otras formas de búsqueda del lucro. Al mismo tiempo, en oposición al obrero cuya mercancía se le opone como algo ajeno, el artesano se veía realizado en el fruto de su labor. De esta forma, la idea de un trabajo abstracto en tanto medible y apropiable, no conlleva necesariamente las mismas representaciones sociales en sociedades capitalistas y precapitalistas.
El Trabajo Abstracto en el abordaje comparativo de las formaciones sociales
Consideramos que algunos de estos aportes en torno al trabajo abstracto y su rol articulador de las relaciones sociales de producción nos permiten consolidar algunas bases para el conocimiento histórico que no son tan ambiciosas como las tradicionalmente sostenidas desde el marxismo, pero que generan una plataforma desde la cual avanzar a la par de estudios historiográficos más actuales y sustentados. Así, constituye un nudo desde el cuál desenredar las claves de una explicación histórica procesual de largo plazo, fundada en las teorías y métodos de la historiografía pos-giro lingüístico, como lo puede ser la historia de las prácticas sociales (Spiegel 2006).
Una aplicación clásica del herramental marxista ha sido el de la utilización del concepto de clase social en sociedades no capitalistas, en consonancia con el planteo del El Manifiesto que entiende la historia como «la historia de la lucha de clases». Esta idea reduce las formas de organización del trabajo social y de articulación de las relaciones sociales de producción a las formas impersonales que tiene el capital y que son específicas de su etapa. Supone que puede entenderse a los esclavos o siervos como clases sociales, cuando en realidad estos constituyen más bien estamentos, donde la movilidad social está imposibilitada y dónde no encontramos una ficción jurídica de igualdad. La apropiación del excedente social no se produce mediante formas económicas, sino políticas, y en ocasiones, el trabajador puede disponer del producto de su propio trabajo. Es el caso del campesino que dispone del alimento que produce, o del artesano, que vende el fruto de su propia labor. En cambio, el obrero nunca dispone de las mercancías que fabrica bajo el comando del capitalista. Frente a estas lecturas, se ha hecho reconocido el trabajo de Jon Elster (1989), dónde «pone a prueba» el concepto de clase social y su aplicabilidad al pasado romano, encontrándose con la dificultad de entender las redes de solidaridad establecidas entre plebeyos y patricios desde el concepto de clase social. Quizás, partiendo de las propias nociones jurídicas y las relaciones sociales establecidas en esa época, el conflicto político entre optimates y populares, el análisis marxista pueda reformular sus herramientas y hacerlas operativas a esta realidad histórica. En última instancia, esto es lo que hace la historiografía actual al momento de analizar una sociedad, entendiéndola en sus propios términos a través del análisis de los restos materiales, escritos, arqueológicos u orales que dejó.
En este sentido, sostenemos las potencialidades de un análisis historiográfico que parta de la historicidad de las diferentes formaciones sociales, el modo en el que se desarrollan las relaciones sociales de producción en ellas y cómo estas se superponen con viejas y nuevas formas de organizar el trabajo social. De esta manera, a través de las formas históricas que el trabajo abstracto adquiere en cada formación social, podemos dar cuenta de un «hilo de continuidad histórica mínimo» (Palti 1998, 100) que subyace al desarrollo de los diversos modos de producción, en una articulación compleja, no mecanicista, y atenta a las especificidades históricas de cada etapa, planteando preguntas en este sentido: ¿de qué forma se organiza el trabajo social? ¿qué grupos o divisiones sociales implica esta organización? ¿en qué representaciones o visiones se fundamenta? ¿de qué manera se sostienen y reproducen a lo largo del tiempo? ¿qué conflictos acogen en su seno estas relaciones sociales de producción? ¿qué contradicciones llevan a su transformación? Estas preguntas no nos llevan a recaer en la búsqueda de una esencia humana, sino al encuentro de una vía para construir un marco de inteligibilidad del desarrollo histórico que no imponga una dirección predeterminada, y que reconozca en la práctica humana una clave explicativa significativa (Vásquez, 2005).
3. Conclusiones
Este breve desarrollo analítico tuvo por objetivo plantear la posibilidad de articular una historiografía de las distintas formaciones sociales capitalistas y precapitalistas –trazando un hilo mínimo de continuidad—, a partir de un análisis del trabajo abstracto como una mediación fundamental en las relaciones sociales de producción. El problema entrecruza dos debates ampliamente desarrollados a lo largo de siglos XX y que aún hoy encuentran ecos y poseen gran significancia teórico-política. Por un lado, aquellos surgidos en el seno del marxismo, que discuten la forma adecuada de reconstruir la historia universal desde una perspectiva crítica. Por otro lado, los debates desarrollados a partir de los cuestionamientos del Giro Lingüístico a las grandes narrativas y a las bases mismas del conocimiento historiográfico.
Desde este abordaje crítico de las bases fundamentales del marxismo, esperamos haber contribuido al desarrollo de un problema relevante para la economía política y la historiografía. En este sentido, creemos que el trabajo abstracto se constituye como una realidad histórica fundamental, una mediación primaria, entre otras, que incide en las formas en las cuales accedemos y hacemos inteligible la realidad social. Debemos aclarar que esto no implica recaer nuevamente en posturas prometeicas que absolutizan el trabajo humano en un sentido esencialista y cargado de las representaciones actuales6, sino que consideramos fundamental situar el trabajo abstracto en el marco de las relaciones sociales de producción, y cómo estas están configuradas política, ideológica, cultural y económicamente.
A partir de nuestro recorrido, observamos que el trabajo adquiere una especificidad histórica que lo articula en determinadas relaciones sociales de producción. En cada formación social, la división del trabajo lleva a que este adquiera un carácter inherentemente social, y que por lo tanto sea relevante establecer los tiempos de trabajo que requiere cada tarea necesaria para el grupo social. De esta forma, creemos que el trabajo abstracto permite señalar importantes continuidades y diferencias entre múltiples formaciones sociales y establecer un trabajo comparativo fundamental para entender el devenir histórico de cada una de ellas.
Así, se puede dar cuenta de un marco histórico común que sustente una narrativa de las diferentes formaciones sociales y las maneras en las que estas han organizado el trabajo social. Esta propuesta debe ser conjugada con un abordaje de otros problemas propios de la Teoría de la Historia, como el del acceso al pasado siempre mediado por los textos y los límites que esto conlleva; o el del lugar que tiene la experiencia en la (re)construcción del pasado.
Notas
1. Incluso si uno quisiera estudiar los procesos de industrialización de los países centrales encontraría particularidades y diferencias significativas en los caminos recorridos, haciendo inaplicable «el modelo británico». A pesar de que todos puedan ser casos englobados en los desarrollos de Marx, su conceptualización nos habilita a comprender la complejidad y singularidad de cada proceso, al mismo tiempo que los entendemos como formas específicas del desarrollo de la acumulación de capital a nivel global en su fase industrial. En este sentido avanzan los estudios de historia económica que parten de la teoría del desarrollo desigual y combinado (Trotsky 2015), que reconoce las diferentes vías que recorre el desarrollo del capitalismo en cada región de acuerdo a las formaciones sociales previas, al mismo tiempo que no pierde de vista la necesaria vinculación con la expansión capitalista global desde los centros como Inglaterra.
2. El debate en torno a las grandes narrativas constituye un problema político de primer orden, si se parte de que la constitución de la historia universal no es más que una operación ideológica que concibe a la occidentalidad burguesa como la consumación de un desarrollo pretérito que desemboca en la resolución de todas sus contradicciones (Acha 2019). Superar esa ideologización es tan importante como dar cuenta de una articulación que no subsuma la interpretación de las realidades pasadas a los esquemas impuestos por la dominación capitalista. Así, podemos reconocer la variedad histórica desde un prisma que no anula su singularidad al concebirlas como «desvíos» de un único curso de los acontecimientos.
3. En un sentido similar, Acha (2018) plantea que hablar de «los lugares del universalismo» implica posicionarse críticamente frente a las lecturas monológicas de los centros, pero también frente a las formas de pensamiento de-colonial que reniegan de la existencia de un entramado que agrupe a las particularidades y le dé sentido a la diferencia.
4. En el mismo sentido: «Todo trabajo es, por un lado, gasto de fuerza humana de trabajo en un sentido fisiológico, y es en esta condición de trabajo humano igual, o de trabajo abstractamente humano, como constituye el valor de la mercancía. Todo trabajo, por otra parte, es gasto de fuerza humana de trabajo en una forma particular y orientada a un fin, y en esta condición de trabajo útil concreto produce valores de uso.» (Marx 1999, 57).
5. «El capital no ha inventado el plustrabajo. Dondequiera que una parte de la sociedad ejerce el monopolio de los medios de producción, el trabajador, libre o no, se ve obligado a añadir al tiempo de trabajo necesario para su propia subsistencia tiempo de trabajo excedentario y así producir los medios de subsistencia para el propietario de los medios de producción, ya sea ese propietario un aristócrata atenientes, el teócrata etrusco, un ciudadano romano, el barón normando, el esclavista norteamericano, el boyardo valaco, el terrateniente moderno o el capitalista.» (Marx 1999, 282)
6. Acha (2021) lo observa, por ejemplo, en la teoría kantiana de las categorías del entendimiento, que no hace más deshistorizar el trabajo científico universalizando la subjetividad burguesa. Consideramos que pensar el trabajo intelectual requiere recuperar las coordenadas históricas desde las cuales opera, y que condiciones posibilitan y habilitan esas formas de comprensión de la realidad.
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Ignacio Nicolás Cognigni (ignacognigni@hotmail.com) es profesor y Licenciado en Historia. Está afiliado a la Universidad Nacional de Córdoba. Sus publicaciones másrecientes incluyen: Reseña publicadaen Revista Izquierdas N° 50, 2dosemestre 2020: “Lasoledad de Marx, estudios filosóficos sobre los Grundrisse” Acha, Omar (et al.) RAGIF Ediciones.https://dialnet.unirioja.es/descarga/articulo/7905498.pdf.; Reseña publicada en Revista Archivos de historia del movimiento obrero y la izquierda, n°19, año X: “Althussery Sacristán. Itinerario de dos comunistas críticos” Dal Maso y Petrucceli, 2020, BuenosAires:IPS.https://www.archivosrevista.com.ar/numeros/index.php/archivos/article/view/334/341;Artículo publicadoen Cuadernos de Economía Crítica: “Las Teorías de laDependencia: marxistas y latinoamericanas”,Vol. 7, n° 14, pp. 17-37.https://sociedadeconomiacritica.org/ojs/index.php/cec/article/view/247/654
Recibido: 3 de junio, 2024.
Aprobado: 19 de julio, 2024
Rev. Filosofía Univ. Costa Rica, LXIV (168) Enero -Abril 2025 / ISSN: 0034-8252 / EISSN: 2215-5589