Rev. Filosofía Univ. Costa Rica, LXIV (169) Mayo-Agosto 2025 / ISSN: 0034-8252 / EISSN: 2215-5589
Bruno Bosteels
La utopía en tiempos de barbarie: Homenaje a Fred Jameson
Cuando Fred Jameson falleció en septiembre del año pasado, no fue exactamente un exprofesor al que perdí. Tampoco fue nunca mi colega en una capacidad oficial, tal y como lo fue para muchos otros que le han rendido un homenaje en los últimos meses. En cambio, perdí a uno de mis más fieles lectores implícitos y, en este sentido, sí fue un modelo y un mentor para mí, pero siempre actuando a distancia y, lamentablemente para mí, pero quizás afortunadamente para él, sin que el propio Fred lo supiera. Como una instancia del superyó, más irónica que punitiva, o como una causa ausente que se desvanece por completo en la suma total de sus efectos, lo que yo imaginaba que sería su juicio sobre lo que estaba componiendo casi diariamente me marcaba, especialmente durante la última década mientras en un aislamiento autoimpuesto escribía, primero, un libro polémico que aún no he terminado contra el consenso posheideggeriano de las filosofías de la derrota de nuestro tiempo y, luego, su contraparte utópica, sobre la comuna mexicana, que por la desesperación con el trabajo de lo negativo durante la pandemia decidí publicar antes de la polémica para la que se suponía que ofrecería una ruta de escape.
Preveo que la obra de Jameson seguirá ganando cada vez mayor relevancia en los años venideros, no sólo por la riqueza de nuevos materiales que todavía podemos esperar ver impresos, como sus míticos seminarios, sino también porque sus escritos, a diferencia de algunos de los libros más famosos de los años de la teoría a los que dedicó su último libro, tienden a envejecer excepcionalmente bien, como un buen vino en barriles de roble. Seguramente puede haber futuros cambios en la dominancia, como él podría haber dicho, de un libro a otro, por ejemplo, en mi propia apreciación, desde Marxismo y forma hacia Una utopía americana: el poder dual y el ejército universal, remontándonos hasta los comienzos más tempranos con su Sartre: orígenes del estilo. Pero, cualquiera que sea el libro que termine en la cima de la lista, estoy convencido de que su capacidad para hablarle a nuestro presente seguirá siendo tan poderosa y pertinente como siempre.
Para mí, además del arte jamesoniano de la frase dialéctica tan voluptuosamente enrevesada, arte del que sigo siendo infinitamente envidioso como hablante no nativo del inglés americano, su influencia siempre ha sido y seguirá siendo el efecto de su método, basado en los principios básicos que sirven de consignas para su trabajo como crítico cultural y teórico crítico. «¡Historicemos siempre!», la consigna de apertura de El inconsciente político traducido al español como Documentos de cultura, documentos de barbarie: La narrativa como acto socialmente simbólico, sigue siendo, por supuesto, el más conocido de tales principios metodológicos, pero como hemos llegado a aprender desde entonces en libros como La estética geopolítica: cine y espacio en el sistema mundial o el esbelto y delicioso Raymond Chandler: Detecciones de la totalidad, este primer principio a su vez siempre debería haber sido complementado con los imperativos de «¡Espacialicemos siempre!» y «¡Totalicemos siempre!». Estos son los imperativos metódicos que originalmente me inspiraron para desarrollar un nuevo seminario mixto de pregrado y posgrado, primero llamado Ficciones cartográficas y luego Cartografías críticas, el que estoy ofreciendo de nuevo esta primavera y en el que el ensayo original de Jameson sobre El posmodernismo o la lógica cultural del capitalismo avanzado de 1984 en New Left Review, así como su programático suplemento para una estética socialista bajo el título de Cognitive Mapping (Mapeo cognitivo), figuran tan prominentemente como las psicogeografías de los situacionistas, las series I went o I met de On Kawara, la geofilosofía de Gilles Deleuze y Félix Guattari, Espacializar la historia de la modernidad de Doreen Massey (2005), Geografía = Guerra de Alfredo Jaar (1991), o 1492: Una nueva visión del mundo de Sylvia Wynter (1995).
Sin embargo, si hay un método en la locura jamesoniana que planteará los desafíos más graves para los críticos y teóricos culturales en el momento actual, yo diría que es el llamado de Fred a buscar siempre el elemento utópico (al que solía dar la dignidad de la mayúscula como dimensión de lo Utópico) incluso en las formas más reificadas de la ideología. Así, en uno de sus ensayos tempranos, Reification and Utopia in Mass Culture, publicado en el primer número de la revista Social Text (1979) al lado de Zionism from the Standpoint of Its Victims de Edward W. Said y Sambos and Minstrels de Sylvia Wynter, Jameson les lleva la contraria tanto a los elitistas al estilo de la Escuela de Frankfurt o, más tarde, el grupo francés de Tel Quel, con su relativo desprecio por la cultura de masas en tanto objeto de consumo y manipulación, como a las y los radicales, convencidos de que la verdad reside siempre en las masas y sus formas populares de expresión. Trazando una diagonal entre estas posiciones antagónicas, la crítica marxista según Jameson debe respetar la relación dialéctica entre ideología y utopía en todas las expresiones culturales del capitalismo tardío, desde la novela modernista o posmodernista experimental hasta las películas de éxito masivo como Jaws.
Hablando de esta última película así como de otras obras taquilleras como The Godfather, Jameson afirma su método:
Ahora argumentaré en efecto que no podemos hacerle justicia a la función ideológica de obras como éstas, a menos que estemos dispuestos a conceder la presencia en ellas de una función más positiva también: de algo que llamaré, siguiendo a la Escuela de Frankfurt, su potencial Utópico o trascendente—aquella dimensión, incluso del tipo más degradado de la cultura de masas, que implícitamente y por más vaga que sea sigue siendo negativa y crítica del orden social del que surge como producto y como mercancía. En este punto del argumento, entonces, la hipótesis es que las obras de la cultura de masas no pueden ser ideológicas sin ser al mismo tiempo, implícita o explícitamente, Utópicas también: no pueden manipular a menos que ofrezcan una pizca de contenido genuino como un soborno de fantasía para el público a punto de ser manipulado de esta forma. (144)
Luego, en una nota ominosa que con los años resultaría premonitoria de nuestro presente, añade que hasta el nazismo debe tener su núcleo fantasmal: «Incluso la ‘falsa conciencia’ de un fenómeno tan monstruoso como el nazismo se alimentó con fantasías colectivas de tipo Utópico, con formas de aparición tanto ‘socialistas’ como nacionalistas» (144). Ésta sería la lección más dura de aprender del legado de Jameson: ¿cómo, dónde o con qué formas de presentación o representación podríamos captar el elemento de lo Utópico que se esconde en la base de la ideología conservadora, reaccionaria o fascista más extrema?
Sin duda, todos somos familiares con la trágica intuición de Walter Benjamin (1989), en sus Tesis de filosofía de la historia, las que garabateó en 1940 camino a Port Bou, en los Pirineos españoles, donde se suicidaría tratando de huir de la Gestapo: «Jamás se da un documento de cultura sin que lo sea a la vez de barbarie. E igual que él mismo no está libre de barbarie, tampoco lo está el proceso de transmisión en el que pasa de uno a otro. Por eso el materialista histórico se distancia de él en la medida de lo posible. Considera cometido suyo pasarle a la historia el cepillo a contrapelo» (Tesis 7). Hoy, sin embargo, nos llegan sin cesar noticias sobre documentos de barbarie como nunca se habían visto, como dirían nuestros demagogos, con una inflexión nietzscheano-fascistoide propia de la gramática de la grandeza. ¿Cómo hacer de este presente el lugar de una arqueología del futuro? ¿Cómo detectar la promesa utópica en esta totalidad neofascista que actualmente está tomando al mundo por asalto? ¿Cómo cartografiar cognitivamente, con qué nuevos aparatos sensoriales de percepción y con qué nuevas formas didácticas de representación, la totalidad de este nihilismo anarco-libertario que se está extendiendo como un reguero de pólvora por el planeta entero y que bien puede representar la lógica cultural no del capitalismo tardío sino del capitalismo terminal? Y si, en vez de verlo como la etapa final del venture capitalism, capitalismo de la ventura o la aventura, quizá debiéramos llamarlo vulture capitalism, o capitalismo-buitre, ¿cuál sería la dimensión Utópica de esta nueva barbarie?
Estas preguntas casi imposibles de responder resumen las enormes tareas que la obra de Fred Jameson nos deja como su legado más vital. Para mí, en todo caso, son estas cuestiones de método y los desafíos de un pensamiento utópico en tiempos de barbarie con los que él seguirá leyendo por encima de mi hombro, con una sonrisa en los labios y un brillo de escepticismo en los ojos, mientras trato de estar a la altura de sus imperativos superyóicos: ¡Historicemos siempre! ¡Espacialicemos siempre! ¡Totalicemos siempre! Y, en el fondo: ¡Hipoteticemos siempre! Como escribe en la Introducción a La estética geopolítica: «Nada se gana con estar convencido de la definitiva verosimilitud de esta o aquella hipótesis conspiratorias; pero en el intento de aventurar hipótesis, en el deseo que traza mapas cognitivos se encuentra el principio de la sabiduría» (1995, 23). Se trata sin duda de una forma de sabiduría única y exclusiva de Fredric Jameson, pero también me parece que estamos invitados a hacerla nuestra dándole un nuevo comienzo.
El pequeño libro sobre Raymond Chandler: Detecciones de la totalidad podría darnos una primera pista en esta dirección. En él, Jameson comienza describiendo una especie de «dualidad de poderes» característica de la sociedad estadounidense, dividida entre la fe en la dignidad del gobierno federal con base en la Constitución y el juego sucio del politiqueo a nivel local semejante a la peor Mafia:
El sistema federal y la arcaica Constitución federal desarrollaron en los estadounidenses una doble imagen de la realidad política de su país, un sistema dual de ideas políticas que nunca se entrecruzan. Por un lado, una política nacional glamurosa, cuyos líderes distantes están dotados de carisma, una cualidad irreal y distinguida que se adhiere a sus actividades de política exterior, y cuyos programas económicos parecen sólidos gracias a las ideologías apropiadas del liberalismo o el conservadurismo. Por otro lado, la política local, con su odio, su corrupción omnipresente, sus acuerdos y su constante preocupación por cuestiones materialistas y poco dramáticas como el alcantarillado, las regulaciones urbanísticas, los impuestos a la propiedad, etc. (2016b, 9)
Si en 2016, cuando se publica el Raymond Chandler de Jameson, todavía es posible hacer tales afirmaciones sobre la doble vida de la política estadounidense, hoy día semejante optimismo resulta simple y llanamente insostenible. Nadie puede ignorar ya que el odio, la corrupción, la crueldad y el gangsterismo criminal han salido del alcantarillado del politiqueo local para inundar toda la escena de la política nacional hasta la cima del gobierno federal, pasando por todos los niveles intermedios del llamado deep State, el Estado profundo, o el administrative State, el Estado administrativo al que se pretende destruir cuando en realidad de lo que se trata es de reducirlo a ser el brazo ejecutivo de una camarilla de oligarcas. La Mafia ha invadido y se ha acaparado del Estado. Ya no hay ningún afuera, entonces, desde el cual sería posible denunciar la completa ideologización del espacio social.
Como Guy Debord (1992) anuncia ya hace casi sesenta años en La sociedad del espectáculo, con una aparente alusión a Del rigor en la ciencia de Jorge Luis Borges: «La especialización de las imágenes del mundo se encuentra, consumada, en el mundo de la imagen hecha autónoma, donde el mentiroso se ha mentido a sí mismo»; «El espectáculo es el mapa de ese nuevo mundo, mapa que recubre exactamente su territorio» (tesis 2 y 31). Sin embargo, para Borges al igual que para Jameson, aunque desde polos opuestos del espectro ideológico, incluso la versión más absoluta y totalitaria de la ideología contiene —y de hecho se base en— pequeñas fisuras o líneas de fuga de donde sale la energía de la Utopía. Así, concluye el escritor argentino en su ensayo o Avatares de la tortuga, parte de Discusión:
El mayor hechicero (escribe memorablemente Novalis), sería el que hechizara hasta tal punto de tomar sus propias fantasmagorías por apariciones autónomas. ¿No sería ése nuestro caso? Yo conjeturo que así es. Nosotros (la indivisa divinidad que opera en nosotros) hemos soñado el mundo. Lo hemos soñado resistente, misterioso, visible, ubicuo en el espacio y firme en el tiempo; pero hemos consentido en su arquitectura tenues y eternos intersticios de sinrazón para saber que es falso. (1974, 258)
El colmo de la hechicería —o de la ideología en el método jamesoniano— sería la ficción o la mentira que toma su propia fantasmagoría por una aparición autónoma. Si esta situación efectivamente describe nuestro presente, ¿dónde podríamos ubicar entonces los intersticios de sinrazón —o la razón negativa de lo Utópico— para saber que es falso?
Tomemos, por ejemplo, el odio étnico y racial generalizado hacia el otro, el extranjero, o el inmigrante ilegal como parte del giro actual hacia el neofascismo. Según Jameson en Reification and Utopia in Mass Culture, basándose en las primeras dos películas de El padrino (The Godfather), es posible entrever detrás de ese odio una especie de envidia por el goce ajeno, envidia en la que se esconde también un deseo positivo por recuperar el sentido de la comunidad perdida o robada en la enajenación de la vida moderna:
Una síntesis narrativa como la de El Padrino sólo es posible en la coyuntura en la que el contenido étnico —la referencia a una colectividad ajena— llega a llenar los antiguos esquemas de gángsteres y a incidir poderosamente en dirección a lo social; la superposición del material fantástico relacionado con grupos étnicos a la conspiración desencadena entonces la función Utópica de este paradigma narrativo transformado. En Estados Unidos, de hecho, los grupos étnicos no sólo son objeto de prejuicio, sino también de envidia; y estos dos impulsos están profundamente entrelazados y se refuerzan mutuamente. Los grupos dominantes de clase media blanca —ya entregados a la anomia, la fragmentación y atomización social— encuentran en los grupos étnicos y raciales, objeto de su represión social y desprecio por su estatus, a la vez, la imagen de algún antiguo gueto colectivo o solidaridad étnica vecinal; sienten la envidia y el resentimiento de la Gesellschaft hacia la antigua Gemeinschaft, a la que simultáneamente explota y liquida. (1979, 146)
De modo similar, en el esfuerzo actual por liquidar el Estado profundo o administrativo, podemos ver un reconocimiento perverso del poder colectivo cuyos logros a través de las luchas sociales se habían condensado y depositado en el Estado de bienestar. Tanto en su aspecto ideológico (el odio racializado al extranjero) como su aspecto político (la deconstrucción del Estado administrativo), la crueldad sería directamente proporcional al grado de energía positiva que a la vez se teme y se pretende liquidar.
Si Raymond Chandler: Detecciones de la totalidad nos permite entender la imagen dual de la política en Estados Unidos que se nos está viniendo abajo hoy día, entonces Una utopía americana: El poder dual y el ejército universal, publicado en el mismo año, nos permite complicar el método jamesoniano con un segundo principio básico. No sólo se trata de rescatar negativamente la función del elemento Utópica en cada fragmento de la ideología dominante, sino que, inversamente, también hay que situar lo Utópico al interior de lo ya existente en la inmanencia del aquí y el ahora. Como escribe Jameson:
Si la crítica de la ideología aborda lo que Brecht llamó las viejas cosas buenas de siempre, la revolución cultural en sí misma se ocupa de las nuevas cosas malas. Pero éste es un proceso complejo en el que lo nuevo no puede simplemente reemplazar a lo viejo, sino que debe desarrollarse dentro de él de alguna manera, desechando finalmente las viejas costumbres como una cáscara o cascarón (como lo expresó Marx). (2016a, 53)
Es justamente por esta razón que el ejército, desde dentro del orden constitucional estadounidense, puede servir de punto de referencia inmanente para de allí imaginar un poder alternativo que fuera mínimamente socialista. Y sabemos que Jameson prefiere hablar de socialismo en vez de comunismo, justamente por ese afán de bregar con los límites prácticos de lo dado:
Ya he dicho que prefiero la palabra socialismo a comunismo en las discusiones actuales, porque es más práctica que esta última y plantea realmente cuestiones de formación de partidos, así como transiciones, privatizaciones, nacionalizaciones, finanzas y similares, que las regiones más elevadas del comunismo nos permiten evitar. (317)
En la medida en que la Constitución representa un obstáculo para cualquier intento de reducir la política federal al mero politiqueo de la nueva Mafia tecnócrata, el ejército con sus servicios de educación, medicina, seguro y pensión garantizados paradójicamente da prueba de la posibilidad de un programa de socialización que se supone ajeno al genio capitalista de los Estados Unidos:
Ningún cambio sistémico genuino puede darse aquí sin la derogación de la Constitución —un fetiche fundacional, como he afirmado, y un documento que la propia izquierda se resistiría tanto como la derecha a renunciar, debido a las protecciones del Bill of Rights—. La ventaja fundamental del ejército como sistema es que trasciende dicho documento sin abolirlo; coexiste con él en un plano espacial diferente y, por lo tanto, se convierte en un instrumento potencialmente extraordinario para la construcción del poder dual. (27)
Por más problemático que sea el modelo jerárquico, masculinista, guerrero y violento del ejército, la apuesta de Jameson consiste en situar su Utopía americana en la brecha que abre esta instancia en apariencia irremplazable del imaginario estadounidense. Como afirma Kathi Weeks en su respuesta al texto original de Jameson:
Su contribución distintiva a los estudios utópicos implica un cambio de enfoque: del contenido positivo de una visión utópica a su función negativa de generar un distanciamiento y una neutralización del orden actual de las cosas. Desde esta perspectiva, incluso los fracasos del pensamiento especulativo pueden ser eficaces como herramientas críticas para el presente. (2016, 244)
Estas son las herramientas críticas con las que nos toca ahora relevar el legado de Fred Jameson.
En fin, encontrar siempre el elemento de lo Utópico incluso dentro de la ideología más absoluta, pero al mismo tiempo situar siempre la Utopía dentro de la inmanencia del elemento más irrevocable de lo dado: partir de estos dos principios básicos debería permitirnos seguir el método de Jameson para no perder la cordura en medio de la nueva barbarie.
Bibliografía
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Bruno Bosteels (bb438@columbia.edu) es Decano de Humanidades y Profesor Jesse y George Siegel en el Departamento de Culturas Latinoamericanas e Ibéricas de la Universidad de Columbia, con una afiliación conjunta en el Instituto de Literatura Comparada y Sociedad. Ha enseñado en universidades como Harvard y Cornell. Su investigación abarca temas de literatura, cultura y política en América Latina moderna, así como filosofía contemporánea y teoría política. Es autor de numerosos libros, entre ellos La actualidad del comunismo, Marx y Freud en América Latina, La comuna mexicana y ¿Qué es la antifilosofía?
Recibido: 1 de abril, 2025. Aprobado 10 de abril, 2025.