Rev. Filosofía Univ. Costa Rica, LXIV (169) Mayo-Agosto 2025 / ISSN: 0034-8252 / EISSN: 2215-5589


George García Quesada

Mediación y totalidad: Jameson ante el giro lingüístico

Resumen: Aunque usualmente la obra de Fredric Jameson nos remite a objetos culturales de carácter literario o artístico, los alcances de su teorización han alcanzado otras importantes discusiones contemporáneas. Tal es el caso del enfoque del giro lingüístico predominante en la filosofía de la historia en los últimos 50 años. Su teoría de la narrativa como acto socialmente simbólico, que incorpora planteamientos estructuralistas en una matriz dialéctica, lo distanció de las posturas narrativistas en auge, así como de posiciones que no problematizan la narrativa en el conocimiento histórico.

Este artículo en homenaje al fundamental teórico marxista norteamericano examina el tema de su concepción de la narrativa historiográfica, ante todo a partir de sus planteamientos en The Political Unconscious (1981) y The Valences of History (2009).

Palabras clave: Fredric Jameson, Historia, Historiografía, Narrativa, Realismo epistemológico, Temporalidad.

Abstract: Although Fredric Jameson’s work usually refers us to cultural objects of a literary or artistic nature, the scope of his theorization has reached other important contemporary discussions. Such is the case of the linguistic turn predominant in the field of the Philosophy of history in the last 50 years. His theory of narrative as a socially symbolic act, which adopts structuralist approaches in a dialectical matrix, distanced him from the rising narrativist positions, as well as from positions that do not sufficiently problematize narrative in historical knowledge.

This article, in homage to the fundamental North American Marxist theorist, examines this problem in his conception of historiographical narrative, primarily considering his approaches in The Political Unconscious (1981) and The Valences of History (2009).

Keywords: Fredric Jameson, History, Historiography, Narrative, Epistemological realism, Temporality


Mientras tanto, si la historia existe del todo, es una con la dialéctica, y solo puede ser el problema del que dice ser la solución.

Jameson, The Antinomies of Realism, 6.


Uno de los aspectos más originales de la obra y la propuesta teórica de Fredric Jameson es, sin duda, su combinación de estructuralismo y dialéctica. Esta combinación contiene importantes tensiones sobre las cuales el autor estaba bien consciente y que formaban parte de su concepción de la realidad (su filosofía, usando un término hacia el cual tenía muchas reservas) y de su método de análisis. A partir de este núcleo categorial han surgido diversas problemáticas desde las cuales Jameson ha cuestionado y complejizado las aproximaciones a distintos conceptos y campos de la vida social.

En este sentido, Roland Boer señala que la propuesta de Jameson expresa la tensión en la teoría y la crítica literaria contemporáneas entre las narrativas maestras y las tendencias que niegan su validez:

lo que encontramos son, por un lado, las sospechas de críticos postestructuralistas y postcoloniales contra cualquier teoría totalizante y, por el otro, la construcción de teorías cada vez más totalizantes en la obra de escritores como Slavoj Žižek, Michael Hardt y Antonio Negri (Boer 2006, 51).

El método de Jameson para historizar las formas culturales surge de esta tensión interna. La narrativa juega un papel central en la propuesta jamesoniana, y es uno de los temas centrales a lo largo de toda su extensa y sugerente producción intelectual. Como teórico de la literatura, particularmente, sus análisis y desarrollos conceptuales sobre este tema se enfocan ante todo en la ficción literaria y, en menor medida, en la narración audiovisual. Sin embargo, también se refiere a problemas de la narrativa historiográfica, los cuales se encuentran en el centro de su enfoque historizador de la literatura. En otros términos: el problema de la narrativa historiográfica es, para el abordaje de Jameson, categorialmente central respecto de la narración literaria y de su crítica.

En este artículo en homenaje al gran teórico norteamericano, nos referiremos a algunos problemas de las relaciones entre historia y narración, y, especialmente, a los anudados por el concepto de narrativa historiográfica. Con este análisis queremos resaltar la importancia de los desarrollos jamesonianos para la filosofía de la historia en general, y especialmente sus aportes para la epistemología de la historia frente al giro lingüístico. No está de más indicar que muy pocos autores han contribuido tanto como él, en el seno de la concepción materialista de la historia, con el desarrollo de este tema, central para el conocimiento histórico.

I. Experiencia

En lo concerniente a la filosofía de la historia, el giro lingüístico desplaza la consideración sobre la historia como proceso social objetivo en favor de la historiografía; es, según una de sus versiones la concepción del «texto histórico como artefacto literario» (cfr. White 2003). En esta medida, mantiene escepticismo respecto a la posibilidad del conocimiento histórico. La estructura de la historia, como referente objetivo, resulta un seudoproblema, por lo cual no entra en sus consideraciones. La historia es, entonces, historiografía, y por tanto su tratamiento es propio de la teoría literaria o de la estética (en la versión de F. Ankersmit (2012), especialmente), no de la epistemología.

En The Political Unconscious, por el contrario, uno de los postulados básicos es la distinción entre historia e historiografía. Allí, la primera no puede reducirse a esta última, pues es más bien la negatividad de la historia la que pone en marcha los procesos de simbolización:

la historia no es un texto, una narración, maestra o de otra especie, sino que, como causa ausente, nos es inaccesible salvo en forma textual, y […] nuestro abordamiento de ella y de lo Real mismo pasa necesariamente por su previa textualización, su narrativización en el inconsciente político (1989, 30).

Lo Real, sin embargo, no remite a la historia como referente objetivo, sino que, adoptado del uso lacaniano, es un límite interno – una negatividad – que impide el cierre completo de la simbolización. Žižek aporta un ejemplo de esta tesis, mediante el análisis de Lèvi-Strauss sobre la simbolización espacial de los grupos winnébago: mientras que entre éstos el grupo dominante percibe su aldea como circular, el grupo subalterno la percibe como dos espacios separados por una frontera invisible (cfr. Lévi-Strauss 1976, 119-146)1. Lo Real no radicaría en ninguna de las dos perspectivas, ni en una disposición objetiva de las casas de la aldea, sino en el núcleo traumático que esos habitantes no pudieron simbolizar, un desequilibrio fundamental en las relaciones sociales de su aldea (Žižek 2003, 36-37).

Así formulado el asunto, la narrativa es un acto socialmente simbólico que aparece como respuesta frente al conflicto social reprimido. La narrativa aparece en el proceso de asimilación simbólica de la realidad; la narrativa no está en la historia que pretende describir; Jameson coincide con White en cuanto a que la narrativa no es un recipiente neutral de hechos históricos o un modo de discurso naturalmente adecuado a la representación de acontecimientos históricos (White 1999, 27). No obstante, a diferencia del admitido formalismo de White, Jameson propone que las formas narrativas y tropológicas deben ante todo ser analizadas como ideologemas, cada una de las cuales sería

una formación ambigua, cuya característica estructural esencial podría describirse como su posibilidad de manifestarse ya sea como una pseudoidea –un sistema conceptual o de creencias, un valor abstracto, una opinión o prejuicio–, o ya sea como una protonarración, una fantasía de clase última sobre los ‘personajes colectivos’ que son las clases en oposición (Jameson 1989, 71).

El ideologema es, pues, una resolución simbólica de conflictos reales, y la narrativización es, en consecuencia, una operación del inconsciente político. Las formas, incluidas las narrativas, son históricas, tienen una historia y usos políticos. Así, no son las posibilidades formales por sí solas las que se imponen, sino que éstas –incluso en el relato de ficción— funcionan actualizándose de acuerdo con los actores sociales históricos que las enuncian. Recurriendo a la semántica estructural de Greimas, Jameson muestra cómo la figuración, que Hayden White estableció como factor explicativo de la historiografía, está determinada por las relaciones sociales en las que surge, y no meramente por las posibilidades estructurales de dicha figuración (1988a); la historia, causa ausente, es el subtexto que opera tras la simbolización, y desde allí los actores sociales formulan sus narraciones a partir de varias posibilidades estructurales.

Greimas había puesto como ejemplo de la determinación histórica de las narrativas el análisis de once variantes de un cuento popular lituano. Allí constataba que ciertas funciones abiertas por la estructura narrativa no se desarrollaban en relatos concretos: entre los campesinos católicos lituanos que contaban dicho relato, el personaje del sacerdote no podía, por ejemplo, ser a la vez padre del protagonista, ni tampoco cumplir el papel del traidor, que finalmente resulta asesinado, aunque la estructura semántica así lo permitía (cfr. Greimas, 1972: 307-309). La historia, de este modo, aparece como una clausura que actualiza ciertas posibilidades estructurales, dejando otras por fuera.

Jameson plantea que, aunque el análisis tropológico de White no es errado, hace falta historizarlo, al modo como lo hizo Greimas en el anterior caso. Para que el estudio de las formas narrativas, y los tropos en ellas, vaya más allá de las limitaciones del formalismo, es necesario formular un mecanismo histórico de selección que permita explicar por qué ciertas posibilidades narrativas se hacen efectivas mientras que otras no lo hacen. De allí que Jameson critique, por incompleto, el relativismo de la propuesta de White (1988, 155).

La narrativa es parte de la totalidad histórica, por lo cual el análisis del lenguaje narrativo no está completo si no se lo historiza. Al no ligar los diversos usos del lenguaje con sus condiciones de producción (de enunciación), quedamos con un lenguaje hipostasiado, concebido como si fuera una entidad metafísica. Se necesita vincular las formas narrativas con las fracturas sociales (entre las cuales la lucha de clases sería la constituyente) y con las posiciones respecto a éstas en las que se encuentran quienes utilizan esos modos de figuración. La historia se halla, entonces, en el lugar aparentemente contradictorio de ser aquello que produce las simbolizaciones mediante las cuales le damos a ella sentido.

Esto implica que, por un lado, no se puede dejar de lado totalmente el carácter narrativo de la historiografía sin caer en un realismo ingenuo, mientras que, por otro, no se puede dejar de lado a la historia social tras la historiografía sin mistificar a la narratividad y al lenguaje. Dicho de otro modo: por una parte, con White, toda historiografía es narración (aunque las implicaciones de esto sean discutibles), mientras que, por otra, como además plantea Jameson, toda narración es histórica, esto es, socialmente determinada (pues la forma narrativa también tiene historia). En principio pareceríamos estar frente a una antinomia en la teoría jamesoniana.

Como afirma Buchanan, en referencia a una metáfora del propio Jameson, The Political Unconscious, es «‘un campo de batalla homérico’ en el que un grupo de opciones teórico-literarias se encuentran ‘o abierta o implícitamente en conflicto’» (2006, 53). En esta batalla de interpretaciones, el modo desde el que se aborde la mencionada tensión conceptual produce distintos resultados respecto a qué signifique el célebre llamado jamesoniano a «¡historizar siempre!».

Si se decide proseguir la interpretación de los planteamientos de The Political Unconscious por la senda althusseriana, como lo sugiere el propio uso de conceptos como el de ideologema o de causa ausente, se llega a inconsistencias respecto a la epistemología del autor de Pour Marx. El problema central (del cual se siguen otros)2 es, de entrada, que la totalización dialéctica es en principio incompatible con el materialismo aleatorio del postestructuralismo althusseriano. La historia, como causa ausente, no es representable más que mediante sus efectos. Para Althusser, solamente se puede conocer el concepto de la historia, no la historia misma (ver Homer 1998, 58-60); su planteamiento es escéptico hacia el conocimiento empírico de la historia, al cual considera, por el contrario, como mera ideología empirista.

Sin embargo, para el teórico estadounidense los enfoques estructurales – y los postestructurales, pues la diferencia con aquellos es más bien difusa – contienen su propia negatividad no desarrollada, y son por tanto un momento de la dialéctica (ver Jameson 1972); por esto denomina historicismo estructural a su enfoque. En consecuencia, Jameson considera la narrativa desde la categoría hegeliana de mediación (ver Inwood, 183-186). La narrativa no es la historia en tanto que proceso objetivo (y no simplemente como un límite interno de la simbolización), pero es su necesaria mediación – de una forma narrativa específica entre varias posibles – para hacerse comprensible como historiografía. El ideologema es, pues, un tipo de mediación.

Como indica Jameson en su mencionada crítica de White, la mediación es determinada por su carácter social. El ejemplo que toma prestado de Greimas también es significativo: remite a actores sociales específicos (definidos por su religión, en ese caso) y no al modo de producción como abstracción teórica. Desde esta formulación, historizar la narración no significa remitirla a la generalidad del modo de producción (como había sostenido algunos antes en su ensayo Marxism and Historicism (ver 1988b)), sino que supone el conocimiento de relaciones entre actores sociales concretos, incluyendo, pero no limitado, a las clases sociales.

Así, si acentuamos el carácter historicista (no en el sentido benjaminiano o althusseriano, sino en el de Gramsci (ver Thomas 2009, 243-306)) de la perspectiva jamesoniana por sobre el estructural, evitamos algunos de los problemas de la lectura althusseriana, y nos topamos con otros que, desde nuestro punto de vista, son más productivos para el conocimiento de la historia y su relación con la historiografía.

En este aspecto se hacen evidentes las posibilidades de la filosofía de Paul Ricoeur para pensar las relaciones entre historia y narrativa. Jameson dialoga extensamente con la obra del filósofo francés en su libro de 2009, Valences of the Dialectic. Desde nuestra perspectiva, esta interlocución le aporta a Jameson criterios conceptuales para reforzar sus planteamientos en The Political Unconscious.

II. Tiempo

Sobreestimar las raíces estructuralistas en la problematización jamesoniana de la narrativa nos lleva a invisibilizar un concepto fundamental de la construcción argumentativa de The Political Unconscious: el de la experiencia vivida. En este libro, la experiencia vivida juega un papel decisivo para el inconsciente político, pues es el modo – otra mediación – por el cual los sujetos viven la historia.3 Desde este ángulo, «la Historia es […] la experiencia de la Necesidad, […] es lo que hiere, es lo que rechaza el deseo e impone límites a la praxis tanto individual como colectiva» (Jameson 1989, 82).

La revisión de la obra de Ricoeur en Valences of the Dialectic le permite a Jameson reformular su perspectiva sobre la relación entre historia y narración desde la consideración de la temporalidad de la experiencia vivida. Jameson considera ahora que los conceptos de sobredeterminación y de causalidad estructural, centrales en su propuesta de décadas atrás, son insuficientes (aunque, por supuesto, no del todo inútiles) frente al concepto de tiempo desarrollado por el fenomenólogo francés. Particularmente, halla que la construcción ricoeuriana de aporías introduce una negatividad ausente en el aparataje althusseriano (2009, 544-545). Ricoeur se encuentra más cerca de la dialéctica que Althusser.

Jameson reformula de modo materialista la tesis ricoeuriana sobre la relación entre la historiografía braudeliana y varias novelas temporales modernas – Ms. Dalloway, La montaña mágica y En busca del tiempo perdido – señalando que lo que estos textos comparten, más que la narratividad literaria en Braudel, es la historicidad en esas novelas (2009, 246-247).4 Jameson procede metodológicamente, luego, comentando los conceptos centrales de la filosofía ricoeuriana del tiempo desde un punto de vista histórico y materialista.

El concepto de trama se convierte en la clave de esta lectura de Tiempo y narración; sus tres partes –peripetheia, anagnorisis y pathos– se traducen como destino, Otro y Absoluto, donde la primera representa la unidad de los opuestos en la historiografía, mientras que la segunda –el problema del reconocimiento– se refiere a la necesaria aparición de lo subalterno en diferentes clases de narraciones. Sin embargo, es a través del ‘Absoluto’ que la Historia puede aparecer, y de ahí que el ensayo de Jameson dedique especial atención a este elemento de la trama.

Basada en la historiografía de Annales y la literatura modernista:

El abordaje de Ricoeur sobre el Tiempo […] exige la existencia de desfases, de inconmensurabilidades entre las dimensiones, de lecturas irreconciliables, de aporías irresolubles, y de múltiples dimensiones del Tiempo y de la Historia, solo cuya intersección y discordancia permite que aparezca la cosa misma (Jameson 2009, 543).

Ahora bien, aunque el Tiempo solo puede aparecer en la intersección de varios tiempos, por sí sola, la multiplicidad de temporalidades no hace aparecer el Tiempo y la Historia. En efecto, la experiencia de la Historia para el individuo es meramente negativa -una experiencia de lo sublime, vivida como la angustia o el entusiasmo de una posibilidad abierta por un Acontecimiento- y su totalización como concepto radicalmente negativo sólo se logra mediante una teoría del conflicto entre las intersecciones temporales (Jameson 2009, 592).

En A Singular Modernity (publicado originalmente en 2002), Jameson había argumentado que la temporalidad puede ser teorizada como una categoría narratológica o como una modalidad de la experiencia vivida, pero debe integrarse epistemológicamente en la teoría marxista de la historia. Allí, el autor indica, citando Para leer El capital, que:

Cada modo de producción tiene su propio sistema de temporalidades. En efecto, «en lugar de que las estructuras de la historia dependan de las del tiempo, son las estructuras de la temporalidad las que dependen de las de la historia. Las estructuras de temporalidad y sus diferencias específicas se producen en el proceso de constitución del concepto de historia» (2012, 79).

De allí que en Valences of History la totalidad histórica sea el medio por el cual el individuo intenta captar la dimensión colectiva de su existencia. Para lograrlo, se debe abordar la tensión entre la Historia como sistema y como Acontecimiento, donde la carencia de la primera conduce a una mera narración existencial o conocimiento positivista, y la de la segunda lleva a una filosofía especulativa o metafísica (Jameson 2009, 603). La totalización sería entonces la operación mediante la cual se llena la brecha fundamental entre lo subjetivo y lo cosmológico planteada en la filosofía del tiempo de Ricoeur (Jameson 2009, 480).

El teórico norteamericano considera así a la totalización como condición necesaria para establecer una relación entre los flujos temporales individuales en una comunidad. En consecuencia, es el capitalismo, y particularmente su última fase globalizada, el que ha producido una Historia unificada donde antes solo había historias locales dispersas; esto requiere una narrativa igualmente unificada para abordarla (2009, 608-609).

En la primera página del prefacio de The Political Unconscious, Jameson indica que la dialéctica objetiva y la subjetiva solamente se encuentran en última instancia – una concepción deudataria de la sobredeterminación althusseriana –, y que ese libro seguía la vía de la dialéctica subjetiva. Ahora bien, si la narrativa es necesaria para simbolizar la historia, la mediación dialéctica supondría que hay algo en el objeto que nos obliga a narrativizarla. En este aspecto, la argumentación de Ricoeur complementa la formulación jamesoniana: la narrativa es el vínculo entre la experiencia y el tiempo de la historia.

Este diálogo lleva a Jameson a resaltar el carácter multitemporal de la totalización – una concepción del althusserianismo, pero también desarrollada por autores en la tradición de la dialéctica, como Bloch (2009), Bensaïd (2003), Osborne (2010) y Tomba (2013). Las distintas mediaciones narrativas de la historia son momentos de la Historia (una y multitemporal) como Totalidad (que en último término aparece mediante la mundialización del capital). En otros términos, un abordaje crítico debe partir del entrelazamiento de Historia, tiempo y narrativa, pero también debe diferenciarlos entre sí.

En la historización jamesoniana, el procedimiento crítico fundamental, el metacomentario, supone la consciencia de su propio carácter de mediación: todo metacomentario debe ser además un comentario de sí mismo. Desde el Jameson de Valences, para abordar críticamente una narrativa resulta necesario tematizar la relación propia entre la experiencia temporal y la totalidad. En términos de lo que llamábamos anteriormente una lectura historicista de Jameson, pensar las distintas temporalidades de los procesos y actores sociales permite comprender las dinámicas de la historia como elementos de una coyuntura en totalización.

Esta apertura hacia la temporalidad permite vislumbrar la exploración de la historia en un sentido complementario y más tradicionalmente materialista: el de los ritmos diferenciales de las condiciones de producción de la existencia, las fuerzas productivas y los medios de producción, etc. Sin una posibilidad de este tipo de conocimiento histórico no podríamos hablar siquiera de la lucha de clases como fractura constituyente. Más aún: sin la historización de dicho conflicto no sería discernible una explicación de las diferencias entre simbolizaciones hechas desde modos de producción distintos.

Homer (2006, 78-79) indica que para Jameson la historia no es un proceso que se puede conocer, sino un límite estructural para la conciencia y la acción; es, efectivamente, la historia como lo Real. Sin embargo, las referencias de Jameson a trabajos de autores como Fernand Braudel, Arno Mayer o Ernest Mandel, entre tantos otros, evidencian que su concepto de historia no se agota en ese límite interno, sino que supone la existencia de otros medios para aproximarse a ella. Más allá de las reservas althusserianas contra la historiografía como ideología empirista, para cumplir con el mandato jamesoniano de comprender históricamente las narrativas es necesario que la historia sea cognoscible; la mediación narrativa no contradice al realismo epistemológico.5

En todo caso, la intervención de Jameson en las discusiones sobre narratividad ha sido fundamental para problematizar el formalismo y el esteticismo que han acaparado las discusiones en la filosofía de la historia reciente. Al desarrollar las categorías de mediación y de totalidad, le aporta profundidad ontológica a lo que en el giro lingüístico en la historiografía aparece como un juego de formas vacías o una mera cadena de significantes (ver Palti 1998; Ankersmit 2001, 29-74). La revaloración del tema del tiempo, a partir de la lectura por Jameson de Tiempo y narración, contribuye notablemente en este sentido, al darle contenidos más concretos a la categoría de experiencia.

Epílogo

Uno de los principales aportes de F. Jameson ha sido su teorización sobre el carácter socialmente simbólico de la forma narrativa. Con ello, remite el significado de esta a las condiciones sociohistóricas conflictivas en las que es producida y la considera como parte de las contradicciones sociales, pero además hace visibles sus contenidos históricos. Estos planteamientos tienen consecuencias para el conocimiento histórico en la medida en que la historiografía supone una narrativa. La historia es accesible a través de la mediación de la forma narrativa, a la vez que la narrativa es producto de la totalidad histórica; en esta medida, la historiografía no debe reducirse a sus aspectos estrictamente formales, como propuso el giro lingüístico.

El llamado a historizar siempre presenta, pues, una aparente paradoja cuando se trata de la narración historiográfica: Jameson indica que solo se puede conocer la historia mediante narrativas, pero las narrativas son mediaciones socialmente simbólicas de la historia, atravesadas por el conflicto social. Por esto, más allá de la narración, y como fundamento de ésta, se hace necesaria una teoría de la historia cuyas categorías permitan conocer y comprender los conflictos históricos. En The Political Unconscious, Jameson ha articulado su teoría de la narrativa como acto socialmente simbólico en (su interpretación de) la teoría más amplia y totalizante de los modos de producción de Marx.

En este libro, la dialéctica de lo subjetivo busca mostrar lo que la totalidad produce desde el punto de vista de los sujetos, por lo que solamente se ocupa de la dialéctica de lo objetivo en aquello que se relaciona directamente con aspectos de la subjetividad. Por esto, las reflexiones de Ricoeur en torno a las relaciones entre tiempo y narrativa le permiten a Jameson darle un asidero a la categoría de experiencia desde la temporalidad, desde la cual vincula los tiempos de la subjetividad con los tiempos históricos.

Si bien este gran teórico marxista norteamericano no desarrolla en un sentido epistemológico las implicaciones de su teoría para el conocimiento histórico, sus planteamientos antropológicos e histórico-ontológicos reafirman la necesidad de pensar la historia más allá de la cárcel del lenguaje. Jameson problematizó una discusión que parecía destinada a quedar atascada en la estéril dicotomía entre realismo ingenuo y escepticismo narrativista, y con ello contribuyó a enriquecer no solamente la teoría de la narrativa, sino la teoría materialista de la historia en general.

Refiriéndose al tipo de lectura que Jameson hace de otros autores, incluso no marxistas o anti-marxistas, Hayden White (1992, 157) elogia su capacidad de «expropiar lo que es válido e inteligente en sus mayores críticos». La incorporación (transcodificada, en sus términos) de los problemas y conceptos de autores como el propio White y Ricoeur en la teoría materialista y dialéctica de Jameson dan cuenta de esta amplitud. De allí, entre otras razones, la riqueza de su obra, la cual seguirá siendo por lago tiempo de referencia necesaria para la teoría de la cultura, pero también generará, como lo ha hecho hasta ahora, muchas discusiones productivas en otros campos del saber social e histórico.

Notas

1. Jameson también ilustra su tesis con otro ejemplo del antropólogo belga: su análisis de la pintura facial de los caduveos. Cfr. Jameson 1989, 64.

2. Por ejemplo, Sean Homer (1998) critica desde una perspectiva althusseriana que Jameson confunda el concepto de causa ausente con el lacaniano de lo Real; que sostenga la tesis de que la historia es una narrativa unitaria; y que, en consecuencia, pase por alto la multiplicidad de tiempos históricos, central en la crítica de Althusser al historicismo. El mismo Homer, algunos años después (2006), hace autocrítica de su crítica, dándole la razón a Jameson más allá del marco de referencia althusseriano.

3. Elías Palti (1998, 109-112) caracteriza el concepto de experiencia vivida (Erlebnis) como pre-estructuralista y neokantiano, y lo critica como un supuesto esencialista, un sustrato primitivo que traiciona la voluntad historizadora de Jameson. No vemos ninguna razón para entender así este concepto. Palti (y no Jameson) remite este concepto a Dilthey, pero, puesto que Jameson se remite explícita y sistemáticamente a una matriz dialéctica, donde la mediación es central, es más congruente pensar el concepto de experiencia en el sentido de la certeza sensible de la Fenomenología del espíritu. En la filosofía hegeliana esta última figura del espíritu es un punto de partida solo aparentemente inmediato, pues al examinarla con atención se demuestra que está siempre constituida por determinaciones plenamente históricas. (Hegel 1991, 119-126; Bourgeois 2000, 48-50)

4. Este tipo de reformulación materialista es un procedimiento usual en la reflexión jamesoniana. Por ejemplo, contra la acusación de que el marxismo tiene un núcleo teológico, Jameson (1989, 227-241) argumenta que, más bien, las religiones participan de un núcleo utópico más profundo, el cual también nutre al marxismo.

5. En otro momento he elaborado varias implicaciones de la teoría jamesoniana para la epistemología de la historia desde el punto de vista de la espaciotemporalidad social. Cfr. García Quesada 2022, capítulo 4.

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George García Quesada (george.garcia@ucr.ac.cr) es Catedrático en la Escuela de Filosofía de la Universidad de Costa Rica, e investigador allí del Centro de Investigaciones Históricas de América Central y del Instituto de Investigaciones Filosóficas. Su más reciente libro es Karl Marx, Historian of Social Times and Spaces (Chicago, 2022).

Recibido: 1 de abril, 2025. Aprobado 10 de abril, 2025