Algunas consideraciones acerca de los principios
rectores de la exégesis filosófica
Dedicado con admiración y aprecio a los bachilleres
Sergio Martén S. y Jean Carlos Sirias, y a los profesores
Sergio E. Rojas Peralta y Mario A. Solís Umaña
Ut ingenium est hominis decus,
sic ingenii lumen est eloquentia
(M. T. Cicerón).
Sine doctrina, vita est quasi mortis imago.
Resumen: La presente contribución expone metódicamente algunos principios rectores de la exégesis filosófica, el propósito de cuya enumeración es proveer elementos de juicio para seleccionar aquel interpretans que, entre múltiples contendientes, es el racionalmente preferible. La primera parte de esta contribución metodológica consta de un conjunto de reflexiones metódicas acerca de la teoría del método; la segunda, de una exposición metódica de los principios rectores de la exégesis filosófica. Las virtudes epistémicas de la presente reflexión metodológica son (entre otras) su autoconsistencia, su no adhocidad, su intersubjetivabilidad, su autocorrectividad y su consistencia con las reglas constituyentes del juego de la petición y el ofrecimiento de razones.
Palabras clave: Crítica. Filosofía. Método. Metodología. Racionalidad. Sistema.
Summary: This paper methodically exposes some fundamental principles of philosophical exegesis. The aim of the present exposition is to provide rational criteria of selection between multiple interpretantia. The first part of this methodological contribution consists in a set of methodical reflections on the theory of method; its second part, in the methodical exposition of some fundamental principles of philosophical exegesis. Some epistemic virtues of this methodological reflection are consistency, non-adhocity, the fitness for objectivity, the ability for self-correction, and consistency with the constitutive rules of the game of asking for and giving reasons.
Keywords: Critique. Method. Methodology.Philosophy. Rationality. System.
[§0] El presente artículo, ex professo elaborado para el 1er coloquio celebrado, en la Escuela de Filosofía de la Universidad de Costa Rica, a propósito de los métodos de la filosofía (La filosofía y sus métodos. Coloquio sobre la investigación en filosofía), se ocupa, tangencialmente cuando menos, de los métodos de la filosofía (de cuando menos uno de ellos, a saber: el de la exégesis de los textos filosóficos).
¿Existe una methodus philosophiae? Prima facie sí, toda vez que la historia de la filosofía es un componente de la disciplina filosófica (según el positivista lógico Victor Kraft [1880-1975], la historia de la filosofía es el compartimento empírico de la filosofía, la cual es un saber formal de variedad metateórica, el cual se identifica con un conjunto de tautologías [Vd. V. Kraft, 1966]), y la historia de la filosofía cuenta con cuando menos tres métodos mutuamente distintos (scil.: el de la historia de las ideas, el de la historia exegética y el de la reconstrucción racional).
El texto no versará acerca del método de la ontología, el método de la epistemología, &c. No concernirá sino a uno de los métodos de la historia de la filosofía: el método de la historia exegética de la filosofía. He aquí el objeto de nuestra indagación.
Nuestra contribución escrita posee, por objetivo específico, proporcionar metódicamente un elenco –el cual no se pretende exhaustivo– de los principios rectores de la exégesis filosófica (conceptuada como la interpretación de textos filosóficos).
Supuesto de nuestra indagación es que la pesquisa racional sobre los principios rectores de la exégesis0 filosófica es agible. Que la referida investigación sea racional no implica que sea fundacional; sí, en cambio, que sea crítica (Vd. K. R. Popper, 1985, 63).
[§1] La metodología es la consideración reflexiva de variedad metódica, acerca del método. En esta medida es metametódica. Huelga mentar que posee, por obiectum materiale, al método. ¿Cuál es su objeto formal motivo, o sea, su ratio formalis sub qua? El epistemológico. ¿Cuál es su objeto formal terminativo, es decir, su ratio formalis de qua? El método quatenus forma (seu modo) de indagación de lo real, el recurso a la cual vía faculta, al sujeto cognoscente, para producir creencias verdaderas acerca del objeto; o sea, el método ut instrumento cognoscitivo. Por las creencias inteligimos, en este escenario discursivo, las creencias contenido (S. Haack [1945], Evidence and Inquiry. Towards Reconstruction in Epistemology [1993]), i. e., los objetos de la correlativa actitud proposicional (actitud expresada por conducto de un verbo creencial sive dóxico).1
La metodología es un saber representacional doxástico. Que sea representacional doxástica no implica que no se revista de utilidad. En este respecto aseméjase a la lógica, la cual es también un saber representacional doxástico, i. e., teórico, no un saber el propósito del cual sea conferir existencia al objeto cognoscendo (=Df. cognoscendum).
“¿Qué debemos inteligir por conocimiento?” es un interrogante al cual debe responderse desde la epistemología, la cual es la teoría normativa a propósito de las condiciones necesarias de la justificación epistémica. En principio, el conocimiento=Df. la creencia verdadera y justificada –nos hacemos eco de la teoría tridimensiva seu tripartita acerca del conocimiento.
La metodología es un saber filosófico. La metodología de la ciencia inscríbese dentro de la filosofía de la ciencia. La metodología es un saber racional y, por ende, argumentativo, metódico y reflexivo. Que sea reflexivo implica que puede hacer de sí un objeto de estudio y de conocimiento.
Si por el método inteligimos una forma entonces la metodología es un saber de índole formal –con exclusividad–, no de índole substantiva seu material. Ahora bien, quien supone que entre el método de estudio y el objeto de estudio existe una relación de mutuo condicionamiento, en forma tal que ambos son logico sensu equivalentes –no idénticos–, no puede salva congruitate adoptar la tesis de la formalidad de la metodología, h. e., la tesis de que la metodología sea un saber de índole exclusive formal.2
El método es o bien el de los saberes apodícticos, el propósito de los cuales es demostrar las propositiones demonstrandae, o bien el de los saberes observacionales, el propósito de los cuales es corroborar las proposiciones susceptibles de prueba empírica, i. e., las proposiciones testables.
El método es un procedimiento acorde con un concepto (Immanuel Kant [1724-1804], Kritik der reinen Vernunft [1781, 1787]). En esta medida, todo método es un procedimiento. Empero, no todo procedimiento es un método. Huelga mentar que para que haya un método debe haber cuando menos un concepto. El método no cabe en ausencia de concepto. En esta medida, el método no puede agotarse en el mero instrumento, ni la metodicidad en la mera instrumentalidad.
Lo anterior permite determinar, o sea, deslindar genéricamente el definiendum seu explicandum. Una determinación especificativa del definiendum es la siguiente: el método (definiendum)=Df. un procedimiento estructurado –Nicola Abbagnano (1901-1990) utilizó el participio pasivo ‘ordenado’–, iterable y autocorrectivo de pesquisa, la rigurosa observancia del cual garantiza la obtención de resultados epistémicamente legítimos (N. Abbagnano, 1997, 802). Es, en esta medida, un conjunto de reglas –en principio– recíprocamente consistentes, la rigurosa adecuación a las cuales garantiza la obtención de resultados confiables, vehiculares de legitimidad cognitiva.3
Si tal es el caso entonces el método posee las siguientes propiedades:
a. el orden,
b. la iterabilidad no accidental,
c. la autocorrectividad,
d. la regularidad (propiedad que puede ser inferida de b),
e. la intersubjetividad (propiedad que puede ser colegida del producto lógico de c y d),
f. la publicidad (propiedad que puede ser derivada de e),
g. el autocontrol (propiedad que puede ser deducida de c),
h. la racionalidad (propiedad que puede ser inferida de c) y, en la medida en que su observancia garantiza la obtención de proposiciones verdaderas,
i. la legitimidad epistémica.
El método no es una teoría. Puede, eso sí, dar pábulo a una teoría. La metodología, en cambio, es un saber teórico. En esta medida, no cabe dudar sensatamente de la siguiente no identidad: el método≠la metodología.
El método de la filosofía es reflexivo no solamente según el sentido genérico de la expresión, el cual ha sido previamente precisado, sino también en conformidad con el sentido específico del vocablo, a fuer de que su propósito es identificar las relaciones necesarias que subsisten entre los conceptos. La filosofía no es una disciplina cuyo propósito sea establecer, por conducto de observaciones controladas, conclusiones de variedad informacionalmente ampliativa, o sea, enunciados simul sintéticos & a posteriori.
El método de la filosofía no se identifica con el planteo de esta, el cual se identifica con la suma lógica del método y el objetivo (Vd., en relación con el significado de las tres expresiones, lo establecido por el bonaerense Mario Augusto Bunge (1919) acerca del método, el objetivo y el planteamiento de la ciencia factual [M. A. Bunge, 1979, 22]).
En cuanto que actividad de especie reflexiva, los productos enunciativos de la filosofía son de carácter a priori. La aprioridad es la modalidad epistémica de los enunciados cuyo valor veritativo puede ser establecido con independencia de cualesquiera experiencias humanamente posibles (S. A. Kripke [1940], Naming and Necessity [1972, 1980], [2105, 39, 40]). Cuando menos uno de estos es formalmente a priori –por usar del lenguaje de A. Ambrose y M. Lazerowitz–; mejor aún, una tautología (L. J. J. Wittgenstein, 1918, 1921 [edición bilingüe anglo-alemana: 1922]) seu enunciado válido L (R. Carnap, 1935).4
La aprioridad no es una condición suficiente para la necesidad; es decir, que un enunciado sea a priori no es una condición suficiente para que él vehicule la modalidad alézica de necesidad. La propiedad epistémica de la aprioridad es consistente con la modalidad metafísica de la contingencia. Y la necesidad no es una condición suficiente para la aprioridad. Existe cuando menos una verdad necesaria y a posteriori (y cuando menos una proposición sintética, a posteriori y necesariamente verdadera [ex. g., “83=el número atómico del bismuto”]).
[§2] La filosofía puede ser definida aclaratoriamente como la consideración (a) discursiva –quoad nos, no cabría en ausencia de lenguaje articulado–, (b) conceptiva, (c) argumentativa, (d) reflexiva, (e) radical (=inquisitiva acerca de las condiciones primeras [según el orden sintético] –últimas como adoptemos el analítico– [i. e., {I} los principios de los objetos, {II} los del conocimiento objetivo5 y {III} los de la evaluación de los objetos]) y (f) crítica. Puesto que es discursiva, consta de proposiciones derivativamente concatenadas; a fuer de reflexiva, puede hacer de sí un objeto e interrogarse acerca de sus condiciones de producción teórica. Que sea crítica=que pueda identificar condicionamientos y límites.
Idénticamente, es (g) autocrítica, (h) autocorrectiva y (i) perfectible (de su perfectibilidad se deduce su presente [j] imperfección). Su autocorrectividad le confiere, a la filosofía, el carácter de disciplina racional. De que sea autocorrectiva despréndese que (k) cuenta con instrumentos intersubjetivos (y por ende intersubjetivables) para el control de los enunciados (para, ex. g., descartar aquellos que no son de recibo a fuer de inconsistentes con cuando menos una teoría científica,6 aquellos que no son de recibo a fuer de inconsistentes con cuando menos una intuición moral, &c.). La racionalidad del conocimiento filosófico aseméjase a la del conocimiento empírico, extensión sofisticada del cual es el conocimiento científico: la filosofía es racional no porque, como el elefante cósmico que lo hace sobre la tortuga cósmica, repose sobre lo empíricamente dado o sobre intuiciones cartesiano sensu, sino porque es una empresa infatigablemente autocorrectiva que puede, en principio, […] put any claim in jeopardy, though not all at once (W. Sellars, Empiricism and the Philosophy of Mind, xxxviii [1973, 515]).7
En tanto que argumentativa, la filosofía aspira a la formulación de inferencias lingüísticas (y por ende simbólicas) simul autoconsistentes, sólidas (y por ende válidas en la sede deductiva) y, finalmente, convincentes. De ninguna manera puede, al filósofo riguroso, satisfacerlo un argumento aporemático.
La operación predilecta del filósofo es la justificativa. La justificación con arreglo al sentido epistémico del vocablo es lógicamente explicable de la siguiente manera:
Iustificatio≡(iustificans iustificandum).
La explicación es una especie de la justificación, la cual posee la siguiente estructura (la cual fue elucidada por Carl Gustav Hempel [1905-1997]):
Explanatio≡(explanans explanandum). =Explanatio≡(y (=el explanandum) porque x (el explanans)).8
Los condicionamientos son de dos índoles: (I) el suficiente y (II) el necesario. El primero es el cimentador de la subjunción, por usar del lenguaje del constructivista alemán Helmut Seiffert (1927-2000), autor de una hermosa Introducción a la lógica; el segundo, el cimentador de la subjunción conversa.
La filosofía es ora especulativa (=Df. philosophia theorica), ora práctica (=Df. philosophia practica). La especulativa=Df. la representacional doxástica, a saber: aquella cuyo único propósito es la representación del objeto en orden a conocerlo; la práctica=Df. la representacional conativa, i. e., aquella que se representa el objeto para conferirle existencia (M. García-Carpintero [1957], 1996, xviii).9
[§3] La presente indagación responde, in genere, a nuestro interés acerca de los métodos de la filosofía –como los haya–,10 scil.: el analítico (el método del análisis de los conceptos y del análisis de los argumentos), el axiomático intuitivo (adeudamos la expresión al lógico simbólico belga y filósofo de la tecnología Jean Ladrière [1921-2007]) (el método de quienes argumentan axiomáticamente sobre la base de axiomas intuitivamente aprehendidos, sin recurso a la formalización de los enunciados ni a la mecanización de los procesos inferenciales),11 el fenomenológico, el hermenéutico (el método de la interpretación ora filosófica, ora jurídica, ora teológica), el transcendental (kantiano sensu spectata, la methodus de quienes identifican las condiciones necesarias de variedad a priori, de enunciados atinentes al conocimiento [por ejemplo, q es verdadera solamente si p es verdadera]; metaphysico sensu spectata, la methodus de quienes identifican las condiciones necesarias de la verdad de q [por ejemplo, q es verdadera solamente si p también lo es, a fuer de que q presupone a p]),12 &c.13 El Regiomontano proporcionó un ejemplo de argumento transcendental speciali sensu: la deducción kantiano sensu de la lex causalitatis no puede realizarse por conducto del solo empleo de conceptos puros (en esta medida, la lex causalitatis no puede ser un dogma), sino que ha de efectuarse –como deba efectuarse– por conducto de la experiencia humanamente posible, el fundamento de la prueba de la cual es hecho posible, i. e., posibilitado por la lex causalitatis. La lex causalitatis es, en efecto, presupuesta por toda experiencia humanamente posible (Vd. KrV, A737, B 765).
La pesquisa filosófica acerca de los métodos, o sea, la metodología, no se identifica con la teoría normativa acerca de la evidencia, o sea, la epistemología, ni con la psicología de la cognición ni con la perifilosofía, h. e., la indagación metódica a propósito de las interpretaciones de mundo. La perifilosofía es una modalidad de la metafilosofía, el objetivo de la cual modalidad consiste en formular una taxonomía de las interpretaciones filosóficas de mundo.
Una taxonomía posible es la siguiente, la cual hemos plasmado en conformidad con el hexágono de las oposiciones (R. Blanché [1898-1975], Structures intellectuelles [1966]).14
(A) Dos hexágonos de la ontología
[A.A] (U) El realismo el idealismo
(A) El realismo º
(E) El idealismo
(I) El idealismo
(O) El
realismo
(Y) El
idealismo
el
realismo
[A.B] (U) El materialismo el inmaterialismo
(A) El materialismo
(E) El inmaterialismo
(I) El inmaterialismo
(O) El
materialismo
(Y) El
inmaterialismo
el
materialismo
(B) Dos hexágonos de la gnoseología
[B.A] (U) El realismo el antirrealismo
(A) El realismo
(E) El antirrealismo
(I) El antirrealismo
(O) El
realismo
(Y) El
antirrealismo
el
realismo
[B.B] (U) El dogmatismo el escepticismo
(A) El dogmatismo
(E) El escepticismo
(I) El escepticismo
(O) El
dogmatismo
(Y) El
escepticismo
el
dogmatismo
(C) Dos hexágonos de la filosofía moral
[C.A] (U) El cognoscitivismo el emotivismo
(A) El cognoscitivismo
(E) El emotivismo
(I) El emotivismo
(O) El
cognoscitivismo
(Y) El
emotivismo
el
cognoscitivismo
[C.B] (U) El deontologismo el consecuencialismo
(A) El deontologismo
(E) El consecuencialismo
(I) El consecuencialismo
(O) El
deontologismo
(Y) El
consecuencialismo
el
deontologismo
(D) El hexágono de la estética
(U) El objetivismo el subjetivismo
(A) El objetivismo
(E) El subjetivismo
(I) El subjetivismo
(O) El
objetivismo
(Y) El
subjetivismo
el
objetivismo
(E) Dos hexágonos de la filosofía de la religión
[E.A] (U) El naturalismo el supernaturalismo
(A) El naturalismo
(E) El supernaturalismo
(I) El supernaturalismo
(O) El
naturalismo
(Y) El
supernaturalismo
el
naturalismo
[E.B] (U) El teísmo el ateísmo
(A) El teísmo
(E) El ateísmo
(I) El ateísmo
(O) El
teísmo
(Y) El
ateísmo
el
teísmo
La intuición de mundo (=Df. Weltanschauung) es un sistema, dotado de continuidad longitudinal, latitudinal y diastrática (M. Arce Arenales, 2008)15 de creencias, el propósito del cual es representar (en esta medida es una representación mental) autoconsistente e integradoramente toda realidad. A diferencia de la visión de mundo, la cual puede no ser autoconsistente, la interpretación filosófica de mundo (=Df. philosophische Weltauffassung) es autoconsistente y congruente (L. Goldmann [1913-1960]). La metódica abrogación de las inconsistencias de la visión de mundo corresponde a todo agente reflexivo cuyo fin principal consiste en hacer de ella una interpretación de mundo.16
Toda Weltauffassung una representación mental, a fuer de que (a) toda Weltanschauung es una representación mental y de que (b) toda Weltauffassung es una intuición coherente de mundo (sin antinomias, si bien es cierto que sí puede vehicular lagunas) (a-b [modus Barbara]).
Si la representación mental recibe una expresión textual, la cual es en principio extramental, entonces adquiere el estatuto de lo transindividual,17 en el sentido de que su esse (=su existencia) es independiente del esse de cada uno de los sujetos individuales (aun cuando, claro está, su fieri es dependiente de la acción de cuando menos un sujeto individual).
La representación mental se individúa en la medida en que se recibe en un sujeto individual. Su realitas formalis (la cual no se identifica con su realitas obiectiva) se unimisma con el ser de la representación quatenus episodio psíquico del sujeto individual. Semejante episodio=Df. el conceptus formalis, el cual se distingue de la intentio intellecta (=Df. el conceptus obiectivus).(18)
[§4] Desde nuestro punto de vista hermenéutico (i. e., metaexegético), el exegeta, quien es un intérprete, ha de observar el principio de caridad según el sentido davidsoniano. Por consecuencia, ha de asumir que el agente, quien no es otro que el autor de la fuente primaria por interpretar, h. e., por dilucidar desde el punto de vista del significado o de los significados,
1. conoce los principios rectores del empleo consistente del lenguaje, en la medida en que la función de este sea la apofántica;
2. es consistente consigo (en la medida en que su operación de escritura es compatible con sus creencias y sus deseos);
3. es un creyente en verdades (=Df. proposiciones verdaderas) y, finalmente,
4. desea el bien.19
¿Una tesis similar –si no idéntica– fue establecida por John Rogers Searle (1932) en su artículo de 1965 “What is a Speech Act?” (la unidad mínima de la comunicación=el acto ilocucionario [=Df. la producción del enunciado ejemplar bajo unas ciertas condiciones {J. R. Searle, 1990, 137}]) (Max Black [editor]: Philosophy in America, George Allen & Unwin y Cornell University Press, 1965, 221-239), scil.: presupuesto lógico de la interpretación de un texto, ora –por ejemplo– un grafo, ora un glifo, es que haya sido producido intencionalmente por un agente similar al animal humano (Loc. cit.). En esta medida, el grafo –por recurrir al primer ejemplo– no puede (legítimamente) ser considerado (por el intérprete) un fenómeno natural (Loc. cit.); mejor aún, un evento físico.
A fuer de que hemos adoptado una perspectiva similar a la de Willard van Orman Quine (1908-2000), debemos reconocer que toda exégesis de historia de la filosofía involucra una cierta dosis, la cual es rigurosamente ineliminable, de indeterminación (Vd., acerca de la indeterminación de la traducción radical, Word and Object [1960]; y acerca de la subdeterminación de la teoría por la base empírica, el primer capítulo de Philosophy of Logic [1970]).20 Que haya indeterminación no implica un compromiso con el irracionalismo (y el antirrealismo) tácito de quienes aseveran que no existe una distinción entre los enunciados teóricos y los observacionales (en el sentido de que todo enunciado observacional es teórico). Desde el punto de mira de W. v. O. Quine, la reasignación de los valores veritativos no es antojadiza, a fuer de que los enunciados observacionales son todos aquellos cuya interpretación requiere una menor cuantía de información colateral (Vd. el segundo capítulo de Word & Object); los teóricos, en cambio, todos aquellos cuya interpretación demanda una mayor cuantía de información colateral. Huelga mentar que “mayor” y “menor” son, en este escenario, conceptos susceptibles de metrización (a propósito de esta, vd. W. Stegmüller, 1979, 63, 64).
Por añadidura, aun cuando haya indeterminación existen criterios intersubjetivos para la discriminación de interpretaciones. O sea, la indeterminación no implica la ausencia de criterios de elección racional ora de las traducciones, ora de las interpretaciones. Unas interpretaciones pueden ser, a pesar de la indeterminación, menos aceptables –rationaliter– que otras. Los referidos criterios son, entre otros, los siguientes:
1. La autoconsistencia logico sensu (=la condición de la verdad formali sensu),
2. la unificación heurística,
3. la no circularidad,
4. la no implicación de regresiones infinitas no innocuas,
5. la simplicidad relativa (o sea, la adecuación del constructo exegético al canon de parsimonia),
6. la no apelación a hipótesis ad hoc y
7. la potencia explicativa.21
El exegeta, la función del cual es la identificación de los sentidos de las expresiones lingüísticas y de los conjuntos de las cuales estas participan constitucionalmente, se aproxima al texto por interpretar contando con una retícula de creencias, las cuales son, desde su punto de vista, verdaderas. Por creencia entendemos una proposición creída. La proposición creída es, por la definición de creencia, creída verdadera. Quien asevera creer en una proposición falsa revela no conocer un postulado de significado, por conducto del cual se establece y se fija el significado (propio) del substantivo ‘creencia’. Idénticamente el exegeta, quien idealmente debería ser un falibilista, reconoce que ninguna de sus creencias con contenido descriptivo respecto de textos, es irrevocable. En principio, cada una de ellas es corregible. El exegeta, quien porta consigo la retícula de creencias, las cuales son expectativas concernientes al texto, enfrenta las fuentes primarias con el propósito de corroborar algunas de sus creencias. Ahora bien, presumiblemente no habrá, con exclusividad, corroboración (habrá, en esta medida, una ocasión para depurar la retícula de creencias). El proceso depurativo implica, precisamente, la confutación y la correspondiente supresión de una multitud de creencias (y de correlativas expectativas, contextualmente a priori). La referida confutación se deriva, precisamente, de la constatación de la existencia de relaciones de contradictoriedad entre creencias-expectativas (cuando menos una) y proposiciones preexistentes en las fuentes primarias (cuando menos una).
Como emulemos a los racionalistas críticos, cuyo apriorismo es atemperado y cuyo convencionalismo es revolucionario (toda vez que su falsacionismo es metodológico, no dogmático), afirmaremos entonces que las últimas se asumen como verdaderas por conducto de una decisión de carácter metodológico. Henos en presencia de la versión hermenéutica de los enunciados básicos (en conformidad con el sentido popperiano de ‘enunciado básico’). En consideración de lo anterior, no cabe afirmar que la asunción, por parte del exegeta, de un cierto curso depurativo goce de garantía inobjetable alguna de irrefragabilidad. El exegeta podría, sine contradictione in adiecto, adoptar un curso enteramente erróneo.
Si emulásemos a los falsacionistas dogmáticos, cuya tesis es la menos robusta de las versiones del naturalismo epistemológico y del justificacionismo (Vd. I. Lakatos, 1992, 96), en conformidad con la cual existen unas ciertas proposiciones incorregibles por naturaleza, no por decisión (o por convención) metodológica de la comunidad epistémica, entonces habríamos de reconocer que cuando menos una proposición preexistente en las fuentes primarias es conocida por nosotros en forma tal, que la proposición aseverativa de que la fuente primaria contiene semejante proposición es verdadera con independencia de cualesquiera convenciones de los intérpretes. Esas proposiciones vendrían a ser, para el exegeta, aquello que las creencias preteóricas son para el metafísico (Vd. J. Mosterín de las Heras, 2003).
La depuración exige, bajo la especie de condiciones necesarias, la posesión de expectativas, o sea, un a priori contextual, y la existencia de fuentes primarias. La contrastación entre las expectativas y estas hace posible o bien la corroboración de aquellas, o bien su eliminación.
Como fuésemos convencionalistas conservadores, como v. gr. Jules-Henri Poincaré (1854-1912), entonces estaríamos dispuestos a recurrir a la estratagema convencionalista y, por lo tanto, en presencia de evidencia negativamente contrastante a apelar a hipótesis auxiliares de especie ad hoc y de índole negativa, las cuales se formulan con el fin de restaurar el acuerdo expectativa≈evidencia textual. En esta medida, el contenido informativo propio de la expectativa desmedraría.
[§5] Hemos adoptado como un supuesto, que la filosofía se concreta como una retícula de creencias (=Df. retícula doxástica). Esta retícula es, idealmente, un sistema de creencias. El sistema es, en principio, autoconsistente. Como la retícula de las creencias del sujeto S no sea autoconsistente entonces esa retícula no es un sistema de creencias. La autonconsistencia es una condición necesaria para la sistematicidad de la retícula de creencias.
Las creencias que constituyen, materialiter spectata, una retícula doxástica se vinculan ora por conducto de relaciones inferenciales deductivas, ora por conducto de relaciones inferenciales no deductivas. Las deductivas se identifican con la deducibilidad. Las no deductivas son las inductivas, las transductivas y las abductivas. Las abductivas son las relaciones inferenciales a la mejor explicación contextualmente disponible. Otro modo de representarse la abducción es el siguiente: la consiliencia de las inducciones, por usar del lenguaje de William Whewell [1794-1866], autor de History of the Inductive Sciences from the Earliest to the Present Time (1837) (texto que Charles Robert Darwin [1809-1882] leyó en dos oportunidades en el año 1837 [M. Ruse, 2017, 45]) y de Philosophy of the Inductive Sciences Founded upon their History (1840) (Loc. cit.). La vera causa o, por mejor decir, el auténtico explanans es un constructo representacional que posee la virtud necesaria para unificar una pluralidad de ámbitos de estudio (Loc. cit.) (William Whewell).
La deducción satisface tres requisita (como lo ha remarcado el lógico y científico cognoscitivo canadiense Serge Robert (de la Université de Québec en Montréal), quien es un experto en las ciencias cognoscitivas del razonamiento):
a. la no aumentatividad,
b. la certidumbre y, finalmente,
c. la monotonía.
La inferencia no deductiva, en cambio, satisface los tres requisita por enumerar:
d. la aumentatividad,
e. la no certidumbre y, finalmente,
f. la no monotonía.22
La abducción es también una estrategia inferencial. Así concebida, puede elucidarse de la siguiente manera, el conocimiento de la cual adeudamos al Dr. Ángel Nepomuceno Fernández, docente e investigador de la Universidad de Sevilla, de cuyo Grupo de Lógica, Lenguaje e Información es miembro.
Si T es una teoría base, H una hipótesis empírica23 y E el hecho por explicar (=Df. explanandum), entonces el producto lógico T, E (=Df. T&E) abduce H solamente si
1. T ├/ E (=Df. C no es deducible de T),
2. H ├/ E (=Df. C no es deducible de H),
3. (T, H) ├/┴ (=Df. el producto T&H es autoconsistente),
4. (T, H) ├ E (=Df. E es deducible del producto T&H)24 (Á. Nepomuceno F., diapositiva 4 de la sesión 3).25
Que el sistema sea autoconsistente26 es una verdad analítica, toda vez que cimentada, con exclusividad, sobre la definición de ‘sistema’. En cambio,
que la retícula doxástica x, por ejemplo la retícula platónica de creencias, sea un sistema no puede, en la medida en que haya rigores epistémico y epistemológico, suponerse. Ha de evidenciarse. En esta medida, “x es autoconsistente” es un producto del razonamiento, no un supuesto del razonamiento. El matemático apelaría, para patentizar la autoconsistencia de x, a una prueba formal de consistencia. Quien asume la autoconsistencia de la red actúa con dogmatismo. Y quien supone la autoconsistencia para evidenciar esta, incurre en una petitio principii. La autoconsistencia de la red doxástica debe ser, para el exegeta, un resultado, no un terminus ab quo (S. E. Rojas P., comunicación personal).
La autoconsistencia es la verdad formal; la verdad material, la correspondencia de la red, la cual es el repraesentans, con el objeto representado, a saber: el repraesentandum. La dirección del ajuste (J. Rogers Searle [1932]) es, en este respecto, repraesentans→repraesentandum, a fuer de que es el último el verifactor (=Df. el hacedor de la verdad) del primero; i. e., repraesentandum (V)► repraesentans. Huelga mentar que al adoptar esta tesis, asumimos el realismo semántico.27
Si R es una red doxástica materialiter vera entonces es formaliter vera (=Df. la verdad material es una condición suficiente para la verdad formal; mas no a contrapelo, a fuer de que la verdad formal es solamente una condición necesaria para la verdad material, no una condición suficiente para esta. Al afirmar la primera oración de este párrafo, hemos asumido que no existen contradicciones reales (=no existen enunciados autocontradictorios verdaderos); mejor aún, que la realidad no es autocontradictoria.
¿Qué es un sistema?28 En principio, una colección de objetos la cual realiza una estructura, de lo cual cabe inferir que el sistema difiere de la estructura. Existe un sentido poco sofisticado de ‘estructura’ en acuerdo con el cual la estructura=Df. el sistema. Empero, como adoptemos el sentido matemático de ‘estructura’ entonces otra habrá de ser la respuesta al interrogante acerca de si son o no son lo mismo. Desde el punto de mira del concepto matemático de la estructura, no lo son. La estructura es un objeto abstracto el cual puede ser substanciado por una pluralidad virtualmente infinita de ejemplares, cada uno de los cuales vendría a realizar la estructura. En esta medida, la relación existente entre la estructura y el sistema es la misma que subsiste entre el type y el token. Es, por usar del lenguaje de los filósofos platónicos y los filósofos tomistas, una relación participativa. Por ‘participación’ hemos de inteligir, con el Aquinatense (1225-1274), O. P., un sinónimo de ‘tener una parte’ (Vd. In De Hebdomadibus Boethii).
José Ferrater Mora (1912-1991) precisó ambos conceptos de la estructura, el primero de los cuales se identifica con un conjunto de elementos recíprocamente vinculados por unas ciertas reglas; por mejor decir, con un conjunto de elementos funcionalmente relacionados. El conjunto estructural es una omnitud, no una congeries partium extra partes, i. e., una mera yuxtaposición de elementos. Los elementos de la estructura satisfacen las dos condiciones necesarias que Edmund Husserl (1859-1938) enunció a propósito de las omnitudes, scil.: (a) la no independencia mutua y (b) la compenetración (Vd. J. Ferrater Mora, 1999, 1126). El presente sentido es harto similar al concepto del sistema con arreglo a la teoría general de los sistemas (Loc. cit.).
El segundo sentido de ‘estructura’ es aquel según el cual la estructura se identifica ora con un conjunto de sistemas (Loc. cit.), ora con aquello que una pluralidad de sistemas posee en común (=un objeto intensional [J. Mosterín de las Heras {1941-2017}, 1989, 125]). La estructura así concebida es, pues, ora una forma compartida por una multitud de sistemas (=la estructura intensionalmente inteligida), ora el conjunto de los sistemas que la substancian (y en esta medida la comparten) (la estructura extensionalmente inteligida) (Loc. cit.). En esta medida la estructura es un objeto abstracto, no un objeto concreto y, por ende, no un ente real (a fuer de que todo ente real es concreto).
Si el sentido de ‘estructura’ se identifica con el analysans 1 (el sentido adoptado por Algirdas Julian Greimas [1917-1992]), entonces si existe una estructura entonces las relaciones adquieren protagonismo, y deuteragonismo los elementos. La estructura concebida como una retícula de nexos, es (a) jerárquica, (b) autónoma, (c) autorregulativa (la presente propiedad es una consecuencia de la inmediatamente anterior [Vd. M. Amoretti H., 1992, entrada “estructura”, 51]) y (d) relativamente diferenciada (Loc. cit.).
[§6] Nuestra propuesta metodológica
[§6.0] ¿Cuál son las funciones del intérprete de variedad normativa? Helas aquí.
1. Elucidar, por conducto de definiciones aclaratorias (las cuales son o verdaderas o falsas), los términos insuficientemente esclarecidos por el autor de las fuentes primarias. / (0.0) N. b.: He aquí la exégesis terminorum.
2. Suprimir las ambigüedades de las oraciones semánticamente ambivalentes, i. e., desambiguar las oraciones ambiguas (por ejemplo las anfibologías). / (1.0) N. b.: He aquí la exégesis propositionum, la cual se efectúa mediante la formulación de analysantia (=interpretantia) extensionalmente equivalentes a los analysanda (=interpretanda).
3. Identificar, en la medida en que el autor de la fuente primaria no lo haya hecho explícitamente, los supuestos basales de la interpretación filosófica de mundo del autor de la fuente primaria.
4. Identificar los sofismas, ora formales ora informales, en los cuales haya incurrido el autor de la fuente primaria.
5. Justificar epistémicamente las proposiciones iustificandae que el autor de la fuente primaria haya omitido justificar. / (4.0) N. b.: Una particularización de 4 es la siguiente: reconstruir los argumentos del autor de la fuente primaria en la medida en que sean insatisfactorios (ora porque no son deductivamente válidos, ora porque no son sólidos, &c.).
6. Identificar las contradicciones29 implicadas por la interpretación filosófica de mundo del autor de la fuente primaria.
7. Obliterar las referidas contradicciones.
8. Evidenciar la inexistencia de aquellas contradicciones que, en conformidad con los adversarios de la interpretación filosófica de mundo del autor de la fuente primaria, son suficientemente condicionadas por esta. / (7.0) N. b.: He aquí la dimensión apologética del quehacer exegético. // (7.1) N. b.: Las funciones previamente enumeradas corresponden al contexto de la justificación epistémica de las proposiciones.
9. La última función es aquella según la cual (lo ha rememorado Desmond Clarke (1942-2016) en Occult Powers and Hypotheses. Cartesian Natural Philosophy under Louis XIV [Oxford at the Clarendon Press, 1989]) el historiador exegético de la filosofía debe explicar por qué el autor de la fuente primaria adoptó p. / (8.0) N. b.: La susodicha explicación demanda una referencia al contexto de la enunciación de p.
[§6.1] ¿Cuáles son los criterios de la preferencia de un interpretans0 relativamente a un interpretans1, a un interpretans2, &c.; h. e., los de la elección racional de uno entre n (N. b.: n≥2) interpretantia? He aquí su enumeración.
1. El interpretans0 ha de preferirse al interpretansK en la medida en que el primero sea autoconsistente y no el segundo. / (0.0) N. b.: El presente es el criterio sintáctico de la autoconsistencia, o sea, la consistencia intrínseca del constructo interpretativo. La condición de la autoconsistencia es ineludible, a fuer de que un interpretans autocontradictorio es condición suficiente para toda proposición y es, por lo tanto, trivial. Huelga mentar que al aseverar lo anterior, hemos adoptado el principio de la explosión: una contradicción es condición suficiente para cualquier proposición. Si tal es el caso entonces un interpretans autocontradictorio es trivial, a fuer de consistente con cualquier proposición (Vd. K. R. Popper, 1998, 294, quien discrepó con fundamento, en este respecto, de lo que aseveró L. Josef Johann Wittgenstein en su Logisch-philosophische Abhandlung, 4.462, 4.463 y 5.14).
2. Si ambos interpretantia son autoconsistentes entonces el interpretans0 ha de preferirse al interpretansK en la medida en que el primero sea consistente con el interpretandum y no el segundo. / (1.0) N. b.: El presente es el criterio de la consistencia extrínseca.
3. Si ambos interpretantia son autoconsistentes y consistentes con el interpretandum, entonces el interpretans0 ha de preferirse al interpretansK en la medida en que el primero no sea viciosamente circular (In circulo probando) y sí el segundo.
4. Si ambos interpretantia satisfacen las tres primeras condiciones, entonces el interpretans0 ha de preferirse al interpretansK en la medida en que el primero no implique regresiones infinitas no innocuas y sí el segundo.
5. Si ambos interpretantia satisfacen las cuatro primeras condiciones, entonces el interpretans0 ha de preferirse al interpretansK en la medida en que el primero resuelva todos aquellos problemas que el segundo resuelve, y haya cuando menos un problema que el primero resuelve, el cual no es resuelto por el segundo.
6. Si ambos interpretantia satisfacen las cinco primeras condiciones, entonces el interpretans0 ha de preferirse al interpretansK en la medida en que el primero sea más parsimonioso que el segundo. / (5.0) N. b.: Que sea más parsimonioso que el primero debe interpretarse de la siguiente manera: el número de sus supuestos<el número de los supuestos del interpretansk. Huelga mentar que en este escenario inteligimos la parsimonia como parsimonia supositiva.
7. Si ambos interpretantia satisfacen las seis primeras condiciones, entonces el interpretans0 ha de preferirse al interpretansK en la medida en que el segundo recurre a cuando menos una hypothesis ad hoc, y no el primero; y como ambos recurran a hypotheses ad hoc, entonces el interpretans0 habrá de preferirse al interpretansk en la medida en que el primero recurra a n hypotheses ad hoc y el segundo a n+1 hypotheses ad hoc. / (6.0) N. b.: Desde este punto de mira, la adhocidad30 no es deseable y, por consecuencia, ha de rehuirse.
8. Si ambos interpretantia satisfacen las siete primeras condiciones, entonces el interpretans0 ha de preferirse al interpretansK en la medida en que el primero tenga una integración teórica de la cual el segundo carece.
9. Si ambos interpretantia satisfacen las ocho primeras condiciones, entonces el interpretans0 ha de preferirse al interpretansK en la medida en que el primero sea consistente con una tradición interpretativa ampliamente recibida entre los intérpretes, y no el segundo. / (8.0) N. b.: El presente criterio es la versión hermenéutica del criterio de la conformidad del constructo teórico con las intuiciones, con arreglo al cual caeteris paribus, el constructo A ha de preferirse al constructo B como el primero sea consistente con las intuiciones y no el segundo. // Y como ambos interpretantia sean consistentes con tradiciones interpretativas, entonces habrá de elegirse el consistente con la tradición más acreditada. El presente criterio, el cual es nuestra versión de la apellatio ad verecundiam –por lo cual nos inspira reserva–, no debe ser invocado sino en la medida en que no haya otra manera de elegir un constructo interpretativo antes que otros, es decir, en una circunstancia genuinamente desesperada.
Finalmente, como ninguno de los anteriores permita dirimir el conflicto entre los interpretantia entonces el intérprete habrá de practicar la ἐποχή.31 La presente sería su obligación epistémica (omitida la cual, el agente sería un malefactor epistémico).
[§6.2] En una circunstancia ideal en cuanto a la elección racional, ideal habida cuenta de la facilidad de esta, los constructos contendientes serían dos, cada uno de los cuales sería autoconsistente, consistente con su interpretandum, no circular y no infinitamente regresivo en forma no innocua. En semejante circunstancia de elección, la cual no es otra que un ideal (=el producto de un proceso de idealización), A explicaría todo aquello que B explica y B no explicaría todo aquello que A explica; y A explicaría todo aquello que B explica sin apelar a un mayor número de explanantia que los invocados por B.32
¿Qué acaecería como el constructo0 (=A) satisficiese la primera condición mas no la segunda y el constructoK (=B) satisficiese la segunda condición mas no la primera? Ninguno de ellos sería de recibo, toda vez que ambas falencias son idénticamente graves. Las falencias no son otras que la autocontradictoriedad del interpretans y la inconsistencia del interpretans y el interpretandum.
¿Qué acontecería como el constructo A satisficiese la primera condición mas no la tercera, el constructo B satisficiese la tercera mas no la primera, y cada uno de ellos satisficiese la segunda condición? Ninguno de ellos sería de recibo, toda vez que ambas falencias son idénticamente graves. Las falencias no son otras que la autocontradictoriedad y la circularidad viciosa.
Desde nuestro punto de vista, la falencia0, o sea, la autocontradictoriedad es de una tal gravedad que basta que A sea autocontradictorio para, con justificación epistémica, descartarlo. Aliter: la autocontradictoriedad de A es una condición suficiente para legítimamente recusar A.
Una idéntica consideración es aplicable a la inconsistencia de A con el interpretandum; idéntica consideración, aplicable a la falencia2, es decir, la circularidad viciosa.
¿Qué sucedería como el constructo A satisficiese la primera condición mas no la cuarta, el constructo B satisficiese la cuarta mas no la primera, y cada uno de ellos satisficiese la segunda y tercera condiciones? La autocontradictoriedad es más gravosa que la regresión infinita no innocua, a fuer de que un intelecto infinitamente potente podría lidiar eficazmente con la última. En esta medida, caeteris paribus habríamos de decantarnos hacia A.
¿Qué acaecería como el constructo A satisficiese la primera condición mas no la quinta, el constructo B satisficiese la quinta mas no la primera, y cada uno de ellos satisficiese la segunda, la tercera y la cuarta condiciones? La autocontradictoriedad es más gravosa que la no satisfacción de la quinta. Así, pues, caeteris paribus habríamos de decantarnos hacia A.
[§6.3] Haremos observar algo que para el lector, a estas alturas de su lectura del presente artículo, resulta paladino, i. e., que desde nuestro punto de mira la herramienta preponderante del exegeta es la lógica (toda vez que la preeminente función lingüística de este es la argumentativa [Vd., en relación con el enriquecimiento popperiano de la teoría de Karl Bühler {1879-1963, profesor de psicología en la Universidad de Viena} respecto de las funciones del lenguaje, Autobiography of Karl Popper, 60-61 y nota 93 {acerca de la distinción existente entre el condicional y la consecuencia lógica, denominada implicación lógica por el filósofo y pedagogo vienés}]), ciencia formal acerca de la corrección de las inferencias; su método, ora el análisis conceptual, ora la reconstrucción racional no de los sistemas notacionales científicos (=las teorías científicas quatenus realidades lingüísticas) sino, antes bien, de las interpretaciones filosóficas de mundo (Vd., en relación con el papel del reconstructor racional de las teorías científicas, Wolfgang Stegmüller [1923-1991], Theorienstrukturen und Theorien Dynamik [Springer Verlag, 1973], versión inglesa de la misma Springer Verlag [1976], introducción, 2), ora el de la historia exegética.33
[§6.4] ¿Cuáles son las virtudes epistémicas de nuestra propuesta?
En primer lugar, no es autocontradictoria, no es circular y no es infinitamente regresiva en forma no innocua. En esta medida, es coherente (no solamente en conformidad con el sentido sintáctico sino también con arreglo al pragmático de la expresión lingüística).
De la anterior virtud se desprende su racionalidad, como por racionalidad entendamos coherencia.
En tercer lugar, es parsimoniosa en el respecto ideológico.
En cuarto lugar, no apela a hipótesis auxiliares, es decir, a hypotheses ad hoc.
En quinto lugar, es intuitiva, o sea, concorde con nuestras creencias preteóricas atinentes a la interpretación.
Lo inmediatamente anterior le confiere una sexta virtud: su fácil intersubjetivabilidad.
En séptimo lugar, es autocorrectiva.
En octavo lugar, es consistente (en forma extrínseca) con las reglas constituyentes del juego interlocutivo, i. e., el juego de la petición y el ofrecimiento de las razones discursivas. Este fue soberbiamente elucidado, años atrás, por dos teóricos neerlandeses del discurso, expertos en el enfoque pragma-dialéctico: Frans van Eeemeren y el fallecido Robert Grootendorst. Ambos sistematizaron su tratamiento de los sofismas con base en las inobservancias de las cuales son pasibles los diez principios de la discusión racional.
1. El principio de la pluralidad. Ninguno de los interlocutores (cada uno de los cuales es un agente locutivo) puede legítimamente prohibir la enunciación ni el cuestionamiento de cualesquiera claims. En principio, a todo punto de vista lo asiste el derecho de ser proferido. / (0.1) Las transgresiones de este principio son el argumentum ad baculum, el argumentum ad hominem de especie ofensiva, el de especie circunstancial y el de especie tu quoque; tanto como la aseveración de que cierto claim es infalible (F. H. van Eemeren y R. Grootendorst, 2002, 230) y el argumentum ad misericordiam (Op. cit., 227-229).
2. El principio de la cimentación argumentativa. Si uno de los interlocutores asume y expone un punto de mira entonces adquiere la obligación de sostenerlo siempre que una de sus contrapartes demande sus razones en favor de aquel. / (1.0) Las violaciones de este principio son el argumentum ad ignorantiam0, h. e., el desplazamiento del onus probandi dentro de una disputa no mixta (=la demanda por parte del interlocutor de que su contraparte evidencie la falsedad del punto de mira del primero); el desplazamiento2 del onus probandi, consistente en que dentro de una disputa mixta, exclusive el antagonista sostenga su punto de vista; y la evasión0 del onus probandi, h. e., la inmunización –por usar del lenguaje de Hans Albert– (Op. cit., 230).
3. El principio de la pertinencia de la impugnación. Si uno de los interlocutores impugna el claim de su contraparte, entonces contrae la obligación de referirse al punto de vista de esta tal y como ha sido formulado (Loc. cit.). / (2.0) Una falta contra este principio es la falacia1 del hombre de paja.
4. El principio de la atinencia argumentativa. Si el interlocutor debe defender su punto de vista, entonces sólo puede hacerlo apelando a argumentos que guarden relación con aquel. / (3.0) Las transgresiones de este principio son el argumentum ad populum1,
es decir, la defensa del punto de mira mediante procedimientos persuasivos no argumentativos y con base en la manipulación de las emociones del auditorio [Op. cit., 227]), y la ignoratio elenchi.
5. El principio0 de la honestidad dialógica. Todo interlocutor ha de omitir la exposición de una o múltiples proposiciones, como si fuesen una o múltiples premisas implícitamente adoptadas por su contraparte; y ha de abstenerse de negar una o múltiples premisas implícitamente adoptadas por esta. / (4.0) Las violaciones de este principio son la falacia2 del hombre de paja, h. e., la magnificación de una premisa tácita, y la negación de una premisa implícita (Op. cit., 229-230).
6. El principio1 de la honestidad dialógica. Todo interlocutor ha de abstenerse de formular, como premisa adoptada por todas sus contrapartes, una proposición que no sea una premisa adoptada por ellas; y ha de omitir la negación, como si ella no fuese una premisa adoptada por todas sus contrapartes, de un enunciado que sea una premisa admitida por todas ellas. / (5.0) Las faltas contra este principio son la petición de principio, la falacia de la pregunta compleja, la negación de un terminus ab quo el cual haya sido admitido por sus interlocutores, la enunciación de un enunciado como si él fuese un terminus ab quo común y la evasión1 del onus probandi, es decir, enunciar falsamente una premisa como si esta fuese per se nota (Op. cit., 230).
7. El principio de la fundamentación argumentativa. Todo interlocutor ha de omitir la asunción, como concluyentemente fundamentada, de un claim carente del respaldo de un apropiado esquema argumentativo, el cual haya sido rectamente aplicado. / (6.0) Las transgresiones del séptimo principio son el argumentum ad consequentiam, el argumentum ad populum0, el argumentum ad verecundiam0, la falsa analogía, la falacia de la causa falsa, la falacia de la generalización precipitada y el argumento de la pendiente resbaladiza (Op. cit., 229).
8. El principio de la validez de la argumentación. Todo interlocutor ha de omitir el empleo de argumentos inválidos o de argumentos no validables mediante la explicitación de una o varias premisas implícitas. / (7.0) Las violaciones del octavo principio son las falacias formales de la negación del antecedente y la afirmación del consecuente, y los sofismas de división y de composición (Op. cit., 227-228).
9. El principio de la debida retractación. Si el agente locutivo conduce una argumentación (la cual es, por cierto, un acto de habla) inadecuada en favor de p, entonces habrá de retractarse y de omitir, en lo venidero, la asunción de p. Si el interlocutor conduce una argumentación exitosa en favor de p entonces su contraparte habrá de retractarse y de asumir, en lo venidero, p. / (8.0) Una falta contra el principio nono es el argumentum ad ignorantiam1, i. e., tanto la absolutización del fracaso de la defensa (Op. cit., 227) cuanto la absolutización del éxito de la defensa (Op. cit., 230).
10. El principio de la claridad y la precisión. Todo interlocutor ha de formular clara y precisamente sus claims, y de interpretar clara y precisamente las tesis de sus contrapartes (Op. cit., 223-224). / (9.0) Las transgresiones del décimo principio son el sofisma de la ambigüedad (Op. cit., 227) y el de la ausencia de claridad estructural (Op. cit., 230).
Contrariamente a Bernard A. O. Williams (1929-2003) (en “Auto da Fé: Consequences of Pragmatism”), creemos que las virtudes epistémicas de una teoría son traducibles a la deseable racionalidad de una práctica social; es decir, en cuanto a las filosofías práctica y aplicada somos racionalistas platónicos (Vd. el exergo de “Animal Rights. Legal, Philosophical, and Pragmatic Perspectives”, de Richard A. Posner [en C. R. Sunstein y Martha C. Nussbaum {editores}, 2004], 44) –mejor aún, intelectualistas. Argumentar en favor de este claim requiere otro artículo, la escritura del cual es ventura.
¿Cuál es el punto débil de nuestra propuesta? No hemos propuesto una teoría respecto de la interpretación de los textos filosóficos. Empero, solamente la teoría faculta para la realización del ideal de la racionalidad quatenus sistema de enunciados (Vd. M. A. Bunge, 1979, 20). En esta medida, nuestra propuesta (la cual es coherente mas no sistemática) carece de racionalidad ut sistematicidad.
[§7] Anexo. Un escueto complemento respecto de temas no ventilados
en el texto
[§7.0] ¿Qué acaece cuando identificamos, en obras distintas, enunciados mutuamente excluyentes? En primer lugar, reconocer la existencia de la oposición entre ellos. En segundo lugar, otorgar prioridad al texto que puede legítimamente considerarse opus magnum; mejor aún, la expresión más fiel de los pensamientos definitivos del pensador y, en esta medida, reconocer que el autor decidió prescindir de la p para asentir a p.
Ex. g., una proposición del TIE (Tractatus de Intellectus Emendatione [1972b, 15, 1-5]) y una proposición de la E (Ethica ordine geometrico demonstrata, II, xxi, Sch. [1972a, 65, 19-23]) del Sefardí. En el primero de ellos, el filósofo estableció que el saber no supone, como condición necesaria, el saber que se sabe, o sea, el saber de variedad reflexiva. En esta medida,
a. x [(x sabe)
(x sabe que sabe)];
o sea,
b. x [(x sabe)
(x sabe que sabe)] (a [equivalencia lógica]).
En el segundo,
c. x [(x sabe)
(x sabe que sabe)].
No obstante, a y b son alternativas, i. e., proposiciones mutuamente excluyentes y complementarias.
En la medida en que confiramos el protagonismo a la E y el deuteragonismo al TIE, nos decantaremos en favor del enunciado propio de la primera.
Ahora bien, supongamos que ninguno de los textos ejerza hegemonía. Seleccionaremos entonces el enunciado sobre la base del enunciado de nivel superior “lex posterior derogat legi priori” (R. Guastini, 2016, 52, nota 12); sobre la base de, mejor aún, “propositio posterior derogat propositioni priori”.
Adicionalmente, supongamos que se hayan proferido simultáneamente. ¿Qué hacer? Reconocer la existencia de una contradicción.
¿Qué acaece cuando implementamos una reconstrucción racional blanda, no a una reconstrucción racional según su sentido stegmülleriano (la cual supone que la teoría por reconstruir racionalmente sea autoconsistente)? Sencillamente, seleccionamos (entre las proposiciones recíprocamente opuestas) aquella proposición que concuerda con nuestras creencias preteóricas (relativamente a aquella teoría que dentro de un cierto dominio temático es pertinente –mejor aún, hegemónica–), i. e., intuiciones.
¿Qué acontece cuando ni siquiera cabe proceder de esta manera? Creemos que en semejante circunstancia, lo propio sería reconocer con probidad intelectiva la existencia de una contradicción y proceder a explicar, desde el punto de mira de la historia exegética, ¿por qué incurrió el autor en semejante contradicción?
[§7.1] En conformidad con una fuente primaria bruniana,
[e]x praedictis necesario infertur minimi contemplationem tum necessariam, tum in primis ante naturalem, mathematicam atque metaphysicam scientiam constituendam. Plurimae enim, quamvis diversis rationibus, facultates circa magnitudinem versantur [Habida cuenta de que todas las φιλοσοφίαι θεορητικαί {Aristóteles de Estagira, Metafísica, 1026a, 18-19}), i. e., el trivium expuesto por el Estagirita en su Metafísica, libro viº, capítulo viº (1026a, 18-20), atañen en cierto sentido a la magnitud; más aún, versan acerca de esta aunque lo hagan en conformidad con distintos grados de la abstracción formal], praesertim vero geometria, quae mensurando figurat et figurando mensurat [En la medida en que la geometría mide, también representa figurativamente, y en la medida en que representa, mide] (G. Bruno, 1889, 150). (Lo interpolado y el énfasis con negrita son nuestros).
Ahora bien, en su Ethica ordine geometrico demonstrata el Sefardí escribió lo por reproducir:
Omnia, quamvis diversis gradibus, animata tamen sunt (EOGD, IIª, xiiiª, Sch. [1972a, 96, 28]). (El énfasis mediante negrita es nuestro).
La similitud de las expresiones y la de las estructuras sintácticas son notables. ¿Es semejante similitud el indicio de la posible lectura, por parte del filósofo del siglo XVII, del texto bruniano respecto de lo mínimo? No necesariamente, a fuer de que ambos filósofos habrían podido beber en las aguas de una fuente común a los procesos lectuales formativos de cada uno de ellos, y familiarizarse con una estructura sintática ulteriormente reproducida por ambos (he aquí lo que sensatamente observó Antonio Negri (1933) en su texto acerca de B. de Spinoza (1632-1677) y G. Leopardi (1798-1837), contenido en Spinoza subversivo: solamente con precipitación inferencial cabe transitar desde la constatación de la similitud hasta la afirmación de la existencia de un ligamen genealógico).
Así, pues, se ha de ser sumamente cauto al enunciar hipótesis acerca de ligámenes genéticos entre dos o más pensadores.
[§8] Las notas
0. Los alejandrinos sistematizaron el proceso de análisis de los textos, i. e., la filología (G. Fraile, O. P., 1976, 571). Idénticamente, definieron la διόρθοσις como descripción; la τύνε como sintaxis (teoría de las formas); la exégesis como descripción de los vocablos y la crisis, finalmente, como juicio atinente al texto (Loc. cit.).
1. En conformidad con el muy interesante enfoque kantiano de Karl Raimund Popper en su Die beiden Grundprobleme der Erkenntnistheorie (1930-1933), la metodología es indiscernible de la epistemología, la cual es un saber de segundo orden (rationale: la epistemología: la ciencia factual: la ciencia factual: la experiencia). Este saber es normativo, no descriptivo, a diferencia de la sociología de la ciencia factual, toda vez que es una disciplina teórica respecto de la fundamentación (no de la justificación epistémica) de las proposiciones.
(Por cierto, no existe el método científico como por método entendamos un protocolo intersubjetivo para el descubrimiento de las teorías, ni como por método inteligamos un protocolo intersubjetivo para la identificación de las teorías verdaderas, ni como por método entendamos un protocolo intersubjetivo para establecer cuál sea la más probable [v. gr., los cánones millianos de la inducción ampliativa]) (K. R. Popper, 1985, 46).
Las teorías metodológicas son susceptibles de evaluación racional. El criterio no es otro que su feracidad para la explicación de cómo proceden, en realidad, las teorías científicas relativamente a las proposiciones básicas, las cuales son enunciados teóricos de ínfimo nivel (no proposiciones observacionales en conformidad con el sentido positivista lógico de ‘proposición observacional’). La presente es una observación que el filósofo, lógico y pedagogo vienés externó en los fragmentos supérstites del segundo tomo de su obra, a saber: el libro consagrado al problema de la demarcación (problema al cual es reductible el primero, en forma tal que único es el problema fundamental de la epistemología, i. e., el problema [kantiano] de la demarcación de la ciencia respecto de la metafísica).
Con arreglo al enfoque deductivista del pensador austríaco, las reglas metodológicas de la epistemología son susceptibles de una derivación deductiva a partir de un conjunto de conceptos, entre los cuales figura el de la teoría, el de la indecidibilidad, el de falsabilidad empírica, &c.
El filósofo vienés fue, con Immanuel Kant, (a) teoreticista; con los racionalistas (en la sede epistemológica), (b) deductivista; con los positivistas (tanto lógicos cuanto no lógicos), (c) empirista. Fue teoreticista porque desde su punto de mira, las teorías científicas son productos de la mente humana; deductivista porque desde su punto de vista (opuesto al de los normalistas, con arreglo a los cuales los enunciados empíricos universales son verificables), los enunciados universales de variedad empírica no son susceptibles de decisión sino unilateralmente (son unilateralmente decidibles y unilateralmente indecidibles), a saber: por conducto de la refutación empírica; empirista porque en conformidad con él, el elemento empírico de juicio es el único que permite adoptar una legítima decisión (=Df. Entscheidung) relativamente a los enunciados universales de variedad empírica. Vd. el segundo libro de Die beiden Grundprobleme der Erkenntnistheorie, (K. R. Popper, 1998, 525-527).
2. La metodología es, kantiano sensu, la lógica transcendental, la cual es indiscernible de la epistemología, en cuanto que aplicada o practicada (N. Abbagnano, 1997, 802). En acuerdo con la Kritik der reinen Vernunft, la metodología (=Df. la doctrina transcendental del método)=Df. la disciplina cuyo fin es establecer las condiciones formales de un sistema cabal de la razón pura (KrV, A707-A708, B735-B736). Consta de una disciplina, un canon, una arquitectónica y una historia (Loc. cit.).
3. Según Nicola Abbagnano, filósofo existencialista italiano de la contemporaneidad, el referido sentido es el segundo. En conformidad con la primera de las acepciones de ‘método’, este substantivo es un sinónimo de ‘indagación’ y de ‘orientación de la indagación’ (N. Abbagnano, 1997, 802).
4. En conformidad con Philosophy and Logical Syntax (Kegan Paul, Londres, 1935), del filósofo y lógico simbólico alemán, todas las oraciones declarativas son
I. ora oraciones aseverativas determinadas,
II. ora oraciones aseverativas indeterminadas (R. Carnap, 1963, 35).
III. Toda oración aseverativa determinada es
III.I. o bien válida,
III.II. o bien contraválida.
IV. Toda oración aseverativa válida es
IV.I. ya lógicamente válida (=Df. válida L),
IV.II. ya físicamente válida (=Df. válida F).
V. Toda oración aseverativa contraválida es
V.I. ora contraválida L,
V.II. ora contraválida F.
VI. Toda oración válida L es lógicamente verdadera.
VII. Toda oración lógicamente verdadera es analítica.
VIII. Toda oración válida L es analítica (VI-VII [SH]).
IX. Toda oración contraválida L es autocontradictoria.
X. Toda oración autocontradictoria es lógicamente falsa.
XI. Toda oración contraválida L es lógicamente falsa (IX-X [SH]).
XII. Toda oración lógicamente verdadera es necesariamente verdadera
XIII. Toda oración válida L es necesariamente verdadera (VI & XII [SH]).
XIV. Toda oración lógicamente falsa es necesariamente falsa.
XV. Toda oración contraválida L es necesariamente falsa (X & XIV [SH]).
XVI. Toda aseverativa indeterminada es sintética.
XVII. Toda oración sintética es contingente.
XVIII. Toda oración aseverativa indeterminada verdadera es contingentemente verdadera (XVI-XVII [SH]).
Es paladino que la propiedad de contravalidez se opone, como su antítesis, a la de validez. La proposición contraválida F es la que no se adecua a los postulados de la teoría (=Df. las reglas F).
La validez L corresponde a la tautología sensu wittgensteiniano; la contravalidez L, a la contradicción sensu wittgensteiniano. Todo enunciado válido L es a priori verdadero; todo enunciado contraválido L, a priori falso. Los enunciados válidos F y los contraválidos F pertenecen al conjunto de los sintéticos. El conjunto de los enunciados sintéticos se identifica con el siguiente conjunto unión:
(VAL F CVAL F
indeterminado).
H. e., los enunciados sintéticos son todos aquellos cuyo valor veritativo se establece (mejor aún: debe establecerse) o bien mediante las reglas F (cuando menos una), o bien las observaciones (cuando menos una) (R. Carnap, 1953, 50-51 y R. Carnap, 1963, 34-35).
N. b.: Hemos reproducido esta tabla en La existencia del ente por sí necesario (2017), nota 99 (páginas 110-111), y en “El error y el engaño”, 17.
5. El conocimiento objetivo=el conocimiento independiente del sujeto cognoscente (K. R. Popper). Esta independencia debe especificarse como alézica, i. e., la independencia de la proposición cuyo valor alézico es uno y el mismo para todo sujeto cognoscente; por ejemplo, una proposición válida L y una proposición contraválida L.
Adeudamos la distinción de la independencia referencial (=Df. la independencia de la proposición que no concierne a sujeto cognoscente alguno) respecto de la alézica a “Popper’s Unwordly World 3” (1981), de Mario Augusto Bunge (M. A. Bunge, 2001, 111).
6. Toda teoría científica factual es susceptible de contrastación mediante cuatro procedimientos mutuamente consistentes: (a) la comparación de sus consecuencias lógicas, (b) el estudio de la forma lógica de la teoría, (c) la colación de la teoría con otras teorías contendientes y, finalmente, (d) la aplicación empírica de las consecuencias (Vd. Logik der Forschung [Viena, 1934], sección 3ª [K. R. Popper, 1977, 32]).
Habida cuenta de lo anterior, toda teoría científica factual posee las siguientes propiedades: (a) la autoconsistencia, (b) la sinteticidad, (c) la contrastabilidad independiente (en relación con sus contendientes) y, finalmente, (d) la falsabilidad (=Df. la derivabilidad, a partir de la teoría, de cuando menos un [enunciado] pronóstico susceptible de falsación empírica).
Desde el punto de mira de los empiristas, en ausencia de vínculos entre la teoría y la base empírica no existe teoría científica factual, sino –exclusive– un cálculo lógico no interpretado (W. Stegmüller, Probleme und Resultate der Wissenschaftstheorie und Analytischen Philosophie, volumen 2º (=Theorie und Erfahrung) Springer Verlag, Heidelberg, Berlín y Nueva York, 1970). La teoría es, en cuanto que tal, un cálculo lógico no interpretado empíricamente (W. Stegmüller, op. cit., 164) y, por consecuencia, un objeto abstracto. En cuanto que tal, la teoría no es una estructura interpretada, o sea, un modelo. Es el nexo con la empiria aquello que confiere a la teoría el carácter científico factual. El referido vínculo es establecido por medio de reglas de correspondencia (=Df. las reglas C (Loc. cit.). Así, pues,
TC=(T C).
7. No estamos en presencia de la imagen del elefante ni en presencia de la imagen de una gran serpiente hegeliana de conocimiento que muerde su cola, como el Ouroboro. Ambas han de descartarse por su inadecuación. Apropiada es, en cambio, la del bote neurathiano en proceso (nos permitimos añadir que continuo) de reparación.
8. En la medida en que la explicación es deductivo-nomológica, he aquí la estructura de la explicación:
[(C0, C1, (…), Ck) (L0, L1, (…), Lr)]
Edum.
Y como le confiramos una expresión deductiva, entonces la explanatio consiste en lo siguiente:
1. C0, C1, (…), Ck.
2. L0, L1, (…), Lr.
Edum (C. G. Hempel, 1970, 336).
Huelga observar que, desde este punto de vista, o sea, el de la lógica de la explicación científica, el explanandum es un enunciado, no un objeto real (y por ende concreto).
En la medida en que la explicación es estadístico-inductiva, he aquí la estructura de la explicación:
1. p(R, S T) es próxima a 1.
2. Sj Tj.
(=Df. los antecedentes hacen muy probable)
Rj (C. G. Hempel, 1970, 383).
La explicación inductivo-estadística es una inferencia no deductiva y, por ende, aumentativa, no cierta y no monotónica (S. Robert), la cual puede denominarse inferencia de soporte inductivo (Loc. cit.).
9. La filosofía qua operación (=el filosofar) supone la existencia de un conglomerado social, toda vez que supone un acervo de problemas, convenciones lingüísticas, temptamenta de solución de aquellos, &c. El filosofar es así, pues, social (y por ende intersubjetivo) e histórico (=histórico-social).
El lenguaje humano actúa como el soporte y el vehículo comunicativo de los productos discursivos del filosofar, los cuales son oraciones declarativas. Las referidas oraciones poseen por sentido a proposiciones, las cuales vehiculan valores veritativos.
10. Esta indagación subsúmese bajo la teoría acerca de los métodos de la filosofía, i. e., la metafilosofía. En esta medida, nuestra indagación es metametódica &, por ende, metodológica. En tanto que involucra el análisis de las teorías filosóficas, es metafilosófica; y perifilosófica en tanto que involucra la consideración taxonómica de las interpretaciones filosóficas de mundo.
11. En relación con el nexo de lo axiomático y lo intuitivo, Robert Blanché ha establecido que al invitar a indagar respecto del nexo lógica-intuición, las indagaciones axiomáticas contribuyen a adquirir conciencia de que el método axiomático no es, con exclusividad, un modo de proceder de los matemáticos, sino también una ejemplificación de la manera con arreglo a la cual el sujeto pensante procede al conocer.
Aplicándole las nociones de las que él mismo hace uso, se diría que nos aporta, de las operaciones cognoscitivas, un modelo concreto, sobre el cual se puede ensayar una lectura abstracta (R. Blanché, 1965, 82).
12. En esta medida, el argumento transcendental es aquel que permite establecer la verdad de “q solamente si p”.
13. En conformidad con el filósofo y lógico canadiense y neozelandés Edwin Mares (A priori, Acumen, Durham, 2011), el argumento transcendental posee la siguiente estructura:
1. Q (hipótesis).
2. Q presupone a p.
3. P.
P q.
Es obvio que la conclusión del argumento derívase con validez deductiva de las tres premisas mediante el procedimiento de la descarga de la hipótesis (E. Mares, 2011, 116).
Con arreglo al Dr. Mares, por cierto,
[…] we can think of Kant’s transcendental arguments in this way as having a conditional (“if … then”) as their conclusion. Whereas transcendental arguments traditionally construed are not a priori, it seems that they can be turned into a priori arguments by treating the first premise (which is empirical) as a hypothesis. The second premise seems to be a priori, and so are all the logical moves in the argument (116).
14. En conformidad con el hexágono de las modalidades alézicas, lo determinado=(lo necesario o lo imposible) (Vd. J.-L. Gardies, 1979, 21). La posibilidad bilateral (=y) –por su parte–=(la no necesidad y la no imposibilidad).
En conformidad con Robert Blanché (1966), y es una condición suficiente para I y para O. El hexágono de las modalidades alézicas es el siguiente.
U (=la necesidad la imposibilidad
A (la necesidad)
E (la
posibilidad)
I (=la posibilidad) O (=la
necesidad])
Y (=la posibilidad bilateral)
Vd. J.-L. Gardies, 1979, 21.
15. El Dr. Manuel Arce Arenales (1949), científico cognoscitivo guatemalteco y costarricense formado en Costa Rica y en los Estados Unidos, estableció, en una obra publicada en 2008, que la visión de mundo (la cual es un constructo tanto ideológico cuanto simbólico, cuanto emocional) satisface los nueve requisita por enumerar.
1. La amplitud,
2. la profundidad,
3. la estabilidad diacrónica, diatópica y diastrática;
4. informar respecto de los modos de pensar y de sentir del pueblo, la cultura y la civilización;
5. la extraconciencia,
6. la naturalidad,
7. la organicidad,
8. la espontaneidad y, finalmente,
9. la dinamicidad.
Desde el punto de mira del Dr. Arce Arenales, la visión de mundo es un cúmulo de creencias basamentales ontológicas o cosmológicas,
o antropológicas, o morales, o políticas (M. Arce Arenales, 2008, 11).
Wilhelm Dilthey (1833-1911) precisó que toda visión de mundo es una forma espiritual vehicular de conocimiento acerca del mundo, el ideal, la legislación y una superior definición de los fines. La visión de mundo no porta consigo intenciones concretas. Así, pues, ninguna visión de mundo vehicula una concreta actitud práctica (W. Dilthey, 1968, 102).
La visión filosófica de mundo es aquel constructo que se propone conferir, a una visión de mundo, validez universal (W. Dilthey, 1968, 123). Se diferencia de la religiosa en la medida en que posee validez, y de la poética en la medida en que vehicula una facultad para transformar la realidad (W. Dilthey, 1968, 124). Si la visión de mundo es conceptualmente cimentada entonces deviene una metafísica (Vd. W. Dilthey, 1968, 125).
N. b.: Hemos hecho referencia al presente tema en J. D. M. Moya B., 2011, nota 104 (páginas 190-191).
16. La interpretación filosófica de mundo supone, en esta medida, la κάθαρσις de una visión de mundo. La referida depuración acaece con fundamento sobre exigencias (cuando menos una) de coherencia esquemática (Vd. Le Dieu caché [1959], de L. Goldmann). La construcción de una interpretación filosófica de mundo adécuase a directivas metafísicas de congruencia, parsimonia explicativa, integración de ámbitos temáticos, consiliencia de las inducciones, &c.
17. Adeudamos el concepto de sujeto transindividual (Vd. L. Goldmann, 1967, 15) a Lucien Goldmann, quien desde enero de 1961 fue, en la Universidad Libre de Bruselas, el director del Centro de Investigaciones de Sociología de la Literatura (adscripto al Instituto de Sociología de la Universidad Libre de Bruselas). Lucien Goldmann nació en Bucarest y en Rumania cursó su licenciatura en Derecho, la cual obtuvo por la Universidad de Bucarest. Ulteriormente efectuó estudios en Viena, los cuales se prolongaron durante un año. En 1934 se mudó a París, donde treinta y dos años más tarde obtuvo su Doctorat ès-Lettres (por la Sorbonne).
18. Todas las reconstrucciones racionales de los sistemas filosóficos asumen tres principios de variedad normativa, los cuales enuncian sendas condiciones necesarias que toda satisfactoria reconstrucción racional de un sistema filosófico ha de satisfacer. Los susodichos figuran en primer lugar. Nos hemos permitido añadir un cuarto principio.
a. La teoría(*) ha de ser expuesta en forma tal que sea consistente con las tesis básicas de la autora (el autor) del sistema. / (a.a) N. b.: Al historiador filológico de la filosofía le cumple la función de establecer lo efectivamente aseverado por aquella (aquel). // Huelga mentar que establecer, con irrefragable certidumbre, lo efectivamente aseverado por aquella (aquel) es imposible.
b. Los términos de la exposición han de ser precisos. / (b.a) N. b.: A fuer de precisos, también claros, toda vez que la precisión de las expresiones lingüísticas es una condición suficiente para la claridad de estas.
c. La teoría expuesta ha de ser autoconsistente (Vd. Wolfgang Stegmüller, 1977, 67).
Los argumentos aducidos en favor de los interpretantia deben ser, con simultaneidad, formalmente correctos y autoconsistentes.
(*) La teoría científica=Df. el cierre deductivo de un conjunto de postulados y de hipótesis auxiliares, i. e., el conjunto total de las consecuencias lógicas de la unión de ambos conjuntos (=el de los postulados y el de las hipótesis auxiliares).
Para que una teoría sea científica factual, ha de contar con consecuencias observacionales, i. e., enunciados condicionales que constan de prótesis especificativas de condiciones iniciales y de apódosis especificativas de condiciones finales (W. H. Newton-Smith, 1981, 199).
Si una teoría admite ser representada por conducto de una teoría de primer orden y recursivamente axiomatizada, entonces sus postulados y sus hipótesis auxiliares pueden expresarse mediante la lógica cuantificacional de primer orden, y ella cuenta con un procedimiento mecánico para averiguar si cualquier enunciado del sistema notacional es o un postulado o una hipótesis auxiliar (W. H. Newton-Smith, 1981, 200). La teoría recursivamente axiomatizada posee un conjunto recursivamente enumerable de consecuencias lógicas (Loc. cit.), el cual se identifica con el cierre deductivo del conjunto de los axiomas (=el conjunto unión de los postulados y las hipótesis auxiliares).
Si el conjunto de las consecuencias lógicas de los axiomas es susceptible de enumeración recursiva, entonces es mecánicamente producible como una secuencia de enunciados a cada uno de los cuales puede ser asignado un número entero positivo (Loc. cit.).
Una teoría científica, sea cual fuere, responde al interrogante “¿p es el caso?” si y solamente si contiene, como una consecuencia lógica, ora p ora p. Asimismo, una teoría científica, sea cual fuere, faculta para adoptar una decisión respecto de p si & solamente contiene ya sea p, ya sea
p (Loc. cit.).
19. En este escenario, por deseo del bien hemos de entender el deseo propio de quien escribe con el propósito de contribuir al esclarecimiento de sus interlocutores, el deseo de quien escribe con el fin de instruir a sus enunciatarios, el deseo de quien escribe con el objetivo de interpelar polémicamente a sus destinatarios, &c.
20. Contra el holismo del célebre autor de “Two Dogmas of Empiricism” (1951, 1953), cabe esgrimir sin embargo, con Harry Frankfurt (1929), el siguiente contraargumento (Vd. H. Frankfurt, 1960, 175-176 [2000, 249-250]).
1. Definición lexicográfica. El holismo semántico=df. la afirmación de que todo significado es contextualmente dependiente.
2. Asunción 0 de W. v. O. Quine: el holismo semántico es verdadero.
3. Asunción 1 de W. v. O. Quine: los valores alézicos pueden ser reasignados.
4. Si los valores alézicos pueden ser reasignados entonces las oraciones poseen significado con independencia de la trama y la urdimbre sentenciales de las cuales participan.
5. Si las oraciones poseen significado con independencia de la trama y la urdimbre sentenciales de las cuales participan, entonces cuando menos un significado es contextualmente independiente.
6. Si los valores alézicos pueden ser reasignados entonces cuando menos un significado es contextualmente independiente (3-4 [SH]).
7. Si el holismo semántico es verdadero entonces todo significado es contextualmente dependiente (0).
8. Todo significado es contextualmente dependiente (1 & 6 [MPP]).
9. Cuando menos un significado es contextualmente independiente (2 & 5 [MPP]).
10. Ningún significado es contextualmente independiente (7).
11. 8 9 (8-9 [producto]).
12. 9≡8.
13. 8
8 (10-11 [principio de substituibilidad]).
14. 1 .. 2 (2-12 [RAI]).
15. (1
2)
(2
1) (13). / (14.0) Ambas tesis constituyen una díada inconsistente.
Aliter. La posición implica la tesis de que los cambios realizados en el sistema de los enunciados causan un cambio del significado del enunciado, es decir, que este devenga otro enunciado, y la tesis de que un mismo enunciado puede experimentar un cambio en valor alézico, lo cual presupone que su significado puede permanecer idéntico a pesar de los cambios realizados en el sistema de los enunciados. Ambas proposiciones son mutuamente inconsistentes, a fuer de que la primera consiste en que los cambios del sistema causan un cambio de la proposición; la segunda, en que los cambios del sistema no causan un cambio de la proposición, i. e., que esta devenga otra (1960, 175 [2000, 249]).
21. He aquí seis criterios de preferencia racional, enunciados por el filósofo argentino contemporáneo Gonzalo Rodriguez-Pereyra (San Luis [Argentina], 1969), profesor del Oriel College de la Universidad de Oxford:
0. La consistencia=
0.0. la no contradictoriedad,
0.1. la coherencia,
0.2. la no circularidad y
0.3. la no generación de una infinita regresión no innocua.
1. La no contraintuitividad (=Df. la no implausibilidad prima facie).
2. La parsimonia ideológica=
2.0. tanto más económica es la teoría cuanto menor es el número de objetos básicos (o de predicados indefinidos) invocados por ella;
2.1. cuanto menor es este, tanto más integrada y sistemática es la teoría (por usar de lenguaje popperiano, tanto más profunda es ella).
3. La parsimonia cuantitativa.
4. La parsimonia cualitativa.
5. La no postulación ad hoc de objetos (=realidades) explicativos, o sea, la no adhocidad0. Vd. G. Rodriguez-Pereyra, 2009.
22. Si sintética, no cierta y no monotónica (es paladino que se alude a la inferencia), posible es que sus premisas sean proposiciones verdaderas y una proposición falsa su conclusión. Sujétase –la susodicha inferencia– a la posibilidad de que si fuese acopiada información novedosa y falsadora, entonces habría que revocar la conclusión de aquella.
23. Desde el punto de mira del experimentalismo de Robert Boyle (1627-1691), o sea, la filosofía experimental del filósofo natural irlandés del gran siglo, toda hipótesis satisfactoria debe satisfacer tres requisita:
1. La consistencia intrínseca,
2. la suficiencia explicativa en relación con los explananda (cuando menos los de mayor relevancia) y, finalmente,
3. la consistencia con las otras proposiciones integrantes del sistema de creencias (mejor aún, con los phaenomena cognita y la palmaria verdad física [L. Laudan [1941], 1981, 43]).
Es extremadamente satisfactoria si satisface los siguientes cuatro requisita:
4. La conformidad con el canon de parsimonia;
5. la aptitud para explicar todo aquello que las hipótesis contendientes explican;
6. la competencia para explicar cuando menos uno explanandum que las hipótesis contendientes no pueden explicar en forma satisfactoria y, finalmente,
7. la capacidad para enunciar proposiciones prognósticas susceptibles de exponer, a la hipótesis, a contrastaciones independientes de las contrastaciones de las hipótesis contendientes (Loc. cit. [también referido en J. D. M. Moya Bedoya, 2011, 169, 170]).
0 y 2 son requisitos de carácter lógico; 1 y 3, de índole pragmática. Respecto de 4 y 5 teorizó Imre Lakatos (=Avrum Lipschitz [1922-1974]), quien enunció los criterios demarcatorios de los programas progresivos de investigación científica respecto de los degenerativos.
El último de los requisitos prima facie corresponde al segundo de los criterios de carácter formal establecidos por Karl R. Popper (1902-1994) en Conjectures and Refutations. The Growth of Knowledge (Routledge & Kegan Paul, Londres, 1963), de la adecuación de toda teoría científica factual:
1. La unificación heurística (el primer criterio formal de adecuación),
2. la competencia para suscitar contrastaciones independientes (el segundo criterio formal de adecuación) (K. R. Popper, 1985, 173, 174) y, finalmente,
3. la posible verdad (el criterio material de adecuación) (K. R. Popper, 1963, 241 [también referido en J. D. M. Moya Bedoya, op. cit., 169, 170]).
24. Si el producto T&F constituye un problema abductivo entonces si ‘C’ denota a un conjunto de condiciones antecedentes, entonces si el producto T&F abduce a C, entonces el secuente “(T&C) ├ F” es verdadero (Á. Nepomuceno F., 2010, diapositiva 20 de la sesión 4).
25. Las especies de la abducción son las por enumerar a inmediata continuación.
a. La plana –y menos demandante, por cierto–, cuya condición necesaria es única.
a.a. (T, H) ├ E.
b. La consistente, cuyas condiciones necesarias son dos.
b.a. (T, H) ├/┴, y
b.b. (T, H) ├ E.
c. La explicativa, cuyas condiciones necesarias son tres.
c.a. T ├/ E;
c.b. H ├/ E, y
c.c. (T, H) ├ E.
d. La minimista, cuyas condiciones necesarias son dos.
d.a. (T, H) ├ E, y
d.b. H es el más débil explanans abductivo, el cual difiere de T E.
e. La preferencial, cuyas condiciones necesarias son dos.
e.a. (T, H) ├ E, y
e.e. H es el mejor explanans abductivo (el mejor en conformidad con un cierto criterio de preferencia) (Á. Nepomuceno F., diapositivas 21 y 22 de la sesión 4).
Huelga mencionar que para identificar el mejor explanans contextualmente disponible debe acudirse a un adyuvante, i. e., una jerarquía de criterios heurísticos de preferibilidad teórica, como ex. g. el de parsimonia, el de la adecuación del explanans a las creencias preteóricas, &c.
26. Al margen de la autoconsistencia y la coherencia cabe enunciar las siguientes consideraciones aclaratorias.
La Dra. Amalia Amaya, docente e investigadora española del Instituto de Investigaciones Filosóficas de la Universidad Nacional Autónoma de México, en sus conferencias del 13 y del 15 de junio de 2011 (dictadas en el Programa de Maestría en Ciencias cognoscitivas de la Universidad de Costa Rica), especificó que la coherencia puede ser entendida o bien sintácticamente (y en esta medida se identifica con la consistencia logico sensu), o bien semántica y pragmáticamente (y en esta medida se identifica con el acuerdo de una cierta creencia c con un conjunto de creencias). El segundo concepto captura los elementos (cuando menos uno) de la intuición, o sea, la creencia preteórica acerca de la coherencia. Por contenido preteórico hemos de inteligir todo contenido que no participa de la teoría pertinente relativamente al dominio de la explicación (precisión del filósofo de la lógica, de las matemáticas, del lenguaje y de la mente Mario Gómez Torrente, investigador del Instituto de Investigaciones Filosóficas de la Universidad Nacional Autónoma de México) (en esta medida, la preteoricidad es solamente secundum quid). Desde el segundo concepto, la teoría explicativa coherente es aquella teoría que envuelve tanto la consistencia lógica cuanto la consistencia de los enunciados de la teoría con los observacionales, la consistencia con los explananda, &c.
Es la teoría epistemológica coherentista aquella que recoge ese concepto de coherencia. El coherentismo es considerado, por sus adherentes, como un término medio virtuoso entre los extremos no virtuosos del formalismo, el cual sobreacentúa la dimensión sintáctica del conocimiento humano, y el escepticismo (A. Amaya, op. cit.).
El coherentismo es una teoría normativa acerca de las condiciones de la justificación de las creencias, o sea, los términos ad quem de la correlativa actitud proposicional. Con arreglo al coherentismo, las condiciones de la justificación epistémica de las creencias son condiciones de coherencia, en el sentido de que (como lo reconocen explícitamente los representantes del coherentismo relacional) una creencia c se encuentra epistémicamente justificada si y solamente si es coherente con un conjunto (=D) de creencias.
Las especies del coherentismo son la sistémica y la relacional. Laurence BonJour (1943; el autor de The Structure of Empirical Knowledge [1985]) sostuvo alguna vez la sistémica, según la cual la justificación epistémica de c posee, por condición tanto suficiente cuanto necesaria, la coherencia de aquella con un sistema de creencias. El coherentismo de la especie relacional (el cual es menos demandante que el primero) establece que la justificación epistémica consiste en la coherencia de la creencia con un conjunto dado de creencias (A. Amaya).
L. BonJour teorizó acerca de las condiciones necesarias de la justificación de las creencias. Para hacerlo, debió elucidar los conceptos de
a. la coherencia,
b. la inferencia no lineal,
c. la observación y, finalmente,
d. la presunción doxástica.
A propósito de a, el Dr. BonJour enumeró los siguientes interpretantia:
a.a. la autoconsistencia;
a.b. la coherencia probabilística,
a.c. la coherencia de las relaciones inferenciales,
a.d. as relaciones que subsisten entre los subsistemas del sistema de creencias y, finalmente,
a.e. la aptitud del sistema de creencias para la supresión de las anomalías.
27. El concepto de la dirección del ajuste fue expuesto en Mente, lenguaje & sociedad. La filosofía en el mundo real (94), de John Rogers Searle. Fue acuñado por John Langshaw Austin (1911-1960) en “How to Talk: Some Simple Ways” (Philosophical Papers [editados por James O. Urmson y Geoffrey Warnock {The Clarendon Press, Oxford, 1979}], y estupendamente ejemplificado (la presente precisión es del mismo J. R. Searle) por G. Elizabeth M. Anscombe (1919-2001) en Intention (Basil Blackwell, Oxford, 1959).
28. Todo sistema se identifica con un conjunto de elementos interactuantes en acuerdo con unas ciertas relaciones. El sistema consta de relaciones fuertes, la cuales definen su composición. Las relaciones fuertes son las inmanentes, no las transitivas. Si el sistema es omniamplectante, como lo es el universo mundo (o el cosmos, como adoptemos el punto de vista de quienes reconocen la existencia de un multiverso, al cual nominan Cosmos [por ejemplo, Jorge Acuña Rojas, estudiante de la Universidad de Costa Rica y autor de “Las redes gravitatorias de universos y de agujeros negros. Los tres teoremas de la cosmología”]), entonces no posee otras relaciones que las fuertes, cada una de las cuales es intrínseca. Si el sistema no es omniamplectante y posee un entorno, el vínculo con el cual condiciona el funcionamiento del sistema, entonces este observa un equilibrio homeostático solamente si observa, en relación con su entorno, vínculos grosso modo equipolentes de ingreso (=insumo) y de egreso.
Respecto de las propiedades necesarias de los sistemas, vd. C. Gutiérrez Carranza (1929), Epistemología e informática. Guía de estudio (Editorial de la Universidad Estatal a Distancia, San José, 1993), 159. Las relaciones configuradoras de todo sistema son las intrínsecas. Las extrínsecas se sitúan en los canales de input y output (Loc. cit.).
Entre las especies de los sistemas figuran las siguientes:
I. [secundum fabricam]) los simples, los complejos y los extremadamente complejos;
II. [con arreglo al funcionamiento]) los deterministas y los probabilísticos,
III. [secundum finem]) los abiertos y los cerrados y, finalmente,
IV. [secundum originem]) los naturales y los no naturales (Á. H. Galvis P., 1993, 51).
Los sistemas simples y los complejos son aquellos cuyas partes son enteramente conocidas, y las interrelaciones entre las cuales son enteramente conocidas. La diferencia que media entre ambos es también epistémica: para conocer los primeros no es necesario contar con pericia; sí para conocer los segundos. En cambio, los extremadamente complejos son aquellos cuyas partes no son enteramente conocidas, o las interrelaciones entre las cuales no son enteramente conocidas (Loc. cit.). Los deterministas son aquellos cuyas leyes de funcionamiento son plenamente conocidas; los probabilísticos, aquellos cuando menos una de cuyas leyes de funcionamiento no es plenamente conocida (Loc. cit.). Los abiertos son aquellos cuyos objetivos y la actualidad de los cuales se establecen en función de sistemas superiores, es decir, más abarcadores (=Df. los suprasistemas). Los cerrados son los no abiertos (Loc. cit.). Finalmente, los naturales son aquellos cuya génesis es causalmente independiente, a cabalidad, de la humana agencia (Loc. cit.). Los artificiales, en cambio, son aquellos cuya génesis es causalmente dependiente de la humana agencia.
Las propiedades necesarias de los sistemas cerrados son, entre otras, (a) la autonomía (y por ende [b] la autorregulatividad), (c) el autotelismo, (d) la autocorrectividad y (e) la invariancia de su estructura a pesar de la continua transformación de sus partes (B. de Spinoza [E, II, xii, lema vii, Sch. {58, 10-13}] y V. Peña G., 1975).
Las propiedades necesarias de todo sistema artificial son las tres por enumerar: (f) la teleología, (g) la sinergia y (h) la recursividad. La sinergia=Df. la propiedad de aquello cuyo funcionamiento no puede explicarse sino en la medida en que se atiende al de cada una de sus partes (Á. H. Galvis Panqueva, 1993, 50); la recursividad=Df. la propiedad de aquel sistema cuyos subsistemas son sinérgicos (Loc. cit.).
El sistema de los sistemas=el sistema omniamplectante. El sistema omniamplectante solamente posee relaciones fuertes (y, por lo tanto, la propiedad de [i] la absoluta interioridad). El sistema de los sistemas posee, por añadidura, las propiedades por enumerar: (j) la omniamplectancia, (k) la autorreferencia y (l) la inteligibilidad por sí (=la autología seu independencia lambanológica).
En conformidad con el naturalismo, el sistema de los sistemas es (m) un sistema natural; con el teísmo, el sistema de los sistemas es (n) un sistema artificial.
29. A propósito de unas esclarecidas reflexiones metodológicas del joven colega y amigo Jean Carlos Sirias (1993), cabe establecer lo siguiente. Como se constate en un texto, sea cual fuere, una contradicción, entonces ¿según cuál sentido aceptable se impone el lector sobre el autor de la fuente primaria examinada? Dos son las opciones:
a. la contradicción es con exclusividad aparente y
b. la contradicción es real.
Si la contradicción es con exclusividad aparente entonces nuestra manera de lidiar con la contradicción no es imposición alguna relativamente al autor de la fuente primaria. Antes bien, la brega contra la contradicción aparente es una manera de conferir respaldo a la fuente primaria; no de imponer un sentido ajeno sino, antes bien, de reafirmar que la fuente primaria vehicula un sentido.
Si la contradicción es real entonces
o bien (b.a) su existencia constátase, constatación que no implica imposición alguna de sentido,
o bien (b.b) la colección interpretanda de creencias reconstrúyese racionalmente. Si tal es el caso entonces el intérprete no se impone, al formular un interpretans, al autor de la fuente primaria sino, antes bien, propone un constructo alternativo, el cual es un ανάλογον o una contrapartida del sistema por reconstruir racionalmente.
Si b.a entonces
o bien (b.a.a) el intérprete limítase a constatar,
o bien (b.a.b) el intérprete se esfuerza por enunciar un explanans satisfactorio respecto del explanandum (=¿por qué el autor de la fuente primaria ha incurrido en la contradicción?).
30. La adhocidad referida=la adhocidad0, o sea, la adhocidad de una hipótesis ad hoc carente de contenido informativo excedente.
Imre Lakatos discernió tres especies de la adhocidad.
a. La adhocidad0 (ya definida) –denominada, por el filósofo húngaro de las matemáticas y de la ciencia factual, adhocidad1.
b. La adhocidad1 de la hypothesis ad hoc que posee, relativamente a sus contendientes, un contenido informativo excedente no corroborado.
c. La adhocidad2 de la hypothesis ad hoc que no participa integralmente de una heurística positiva, o sea, de aquel componente de un programa de investigación que garantiza su continuidad (I. Lakatos, 1974, 207, nota 36).
31. Si nuestro constructo es confirmado por cuando menos una instancia confirmatoria entonces tenemos cuando menos una razón para aseverar que es certero (Vd. las consideraciones de Carl Gustav Hempel, enunciadas en Aspects of Scientific Explanation and other Essays in the Philosophy of Science, a propósito de la admisibilidad de los constructos teóricos de índole científica factual, los cuales, en la medida en que son admisibles, cimiéntanse sobre observational reports (C. G. Hempel, 1970, 25). El informe observacional ha de considerarse un elemento confirmatorio de juicio de H.
Ahora bien, si la hipótesis H es contradictoria con el enunciado p entonces este desconfirma a aquella (C. G. Hempel, op. cit., 26). Aliter, si p confirma a H entonces p desconfirma a H.
Así, también, p es neutral respecto de H solamente si p omite confirmar y desconfirmar a H (C. G. Hempel, op. cit., 27).
Existen tres condiciones de adecuación para todo definiens de ‘confirmación’.
0. La de condicionamiento suficiente, en conformidad con la cual todo enunciado suficientemente condicionado por un reporte informacional es confirmado por este (C. G. Hempel, op. cit., 31).
1. La de consecuencia lógica, con arreglo a la cual si un reporte informacional confirma a cada uno de los enunciados de un conjunto K de enunciados, entonces confirma a todo enunciado que sea una consecuencia lógica de K.
1.0. Si p confirma a H entonces p confirma a toda consecuencia lógica de H.
1.1. Si p confirma a H entonces si H≡I, entonces p confirma a I.
2. La de autoconsistencia, según la cual todo enunciado autonconsistente es consistente con el conjunto de todas aquellas hipótesis a las cuales confirma.
2.0. Si p no es autocontradictorio entonces p no confirma a aquellas hipótesis con las cuales no es consistente.
2.1. Si p no es autocontradictorio entonces p no confirma a hipótesis recíprocamente contradictorias (C. G. Hempel, 1970, 30-33).
Cabe invocar los presentes criterios para edificar una teoría respecto de la adecuación de los constructos exegéticos (dentro del ámbito de la historia de la filosofía, caso particular de la historia eidética).
32. Por ‘explicar’ hemos de entender, en este escenario, un sinónimo de ‘resolver problemas (cuando menos uno)’. Así, pues, henos en presencia de un concepto no riguroso de la explicación.
33. Respecto de la lógica hemos precisado, con antelación, que es un saber representacional doxástico. Añadiremos que es normativo, a similitud de la ética (como lo hizo observar, con su habitual tino, Gottlob Frege [1848-1925]). El objeto formal motivo de la lógica es la corrección formal; su objeto material, cualesquiera inferencias; su objeto formal terminativo, la inferencia –nos permitimos añadir que simbólica (sive lingüística)– quatenus vehículo de corrección formal.
La lógica es (coincidimos en cuanto a esta aseveración con Rudolf Carnap y con Mario Augusto Bunge) una ciencia formal. La ciencia=Df. un conjunto sistemático de proposiciones lógicamente vinculadas. Las referidas proposiciones se adecuan a protocolos de justificación epistémica. En la medida en que el saber científico se realiza bajo el aspecto de una teoría científica, el conjunto de las proposiciones debe cualificarse como cerrado desde el punto deductivo de mira.
Operamos, en esta medida, una corrección respecto de la definición provisoria de ciencia que proporcionó el epistemólogo alemán Gerhard Kropp en Erkenntnistheorie (Walter de Gruyter & Co., Berlín [versión castellana de UTEHA, México, D. F., 1961]): la ciencia=Df. un conjunto sistemático de conocimientos vinculados, dotado de validez objetiva y judicativamente expresado (G. Kropp, 1961, 17).
(*) Una nota añadida con posterioridad al Coloquio:
El presente artículo fue escrito con la inconsciente asunción de un supuesto que el Dr. Mario A. Solís Umaña denominó, al exponer su propia contribución teórica al Coloquio, principio de levedad de la metodología. Reconocemos, con gratitud y cordialidad, la formulación del Dr. Solís Umaña.
El principio de la levedad de la metodología=el resultado de la aplicación, a la teoría a propósito del método (=la teoría del método sive metodología), del velo de la ignorancia. Los principios metódicos por adoptar son principios que debemos seleccionar bajo la suposición de un velo de ignorancia: ignoramus, al seleccionarlos,
si profesaremos el realismo o el antirrealismo, el materialismo o el idealismo, el naturalismo o el supernaturalismo, el empirismo o el racionalismo, el dogmatismo o el antidogmatismo, el inmanentismo o el transcendentalismo, &c. La justificación de los principios, operación de índole epistémica, debe ser lógicamente independiente de cualesquiera interpretaciones de mundo.
El Dr. Sergio E. Rojas Peralta derivó, de nuestra exposición de los principios del método exegético, el siguiente epítome, el cual consideramos una variedad de corolario normativo –óptimamente enunciado. Al redactar un ensayo final de investigación exegética, el investigador debe enunciar, en primer lugar, (a) las reglas del método; en segundo, (b) su exégesis (aquello que hemos denominado interpretans); y en tercer y último lugar, (c) la confirmación de que su exégesis se adecua a las reglas del método.
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Omnia ad maiorem Dei gloriam
Prof. Juan Diego Moya Bedoya (juan.moya@ucr.ac.cr). Docente e investigador de la Escuela de Filosofía (secciones de Epistemología y Teoría de la argumentación, y de Tradiciones y Debates filosóficos), miembro colaborador permanente de la Cátedra de Estudios sobre Religiones. en la Universidad de Costa Rica y director, durante el cuatrienio 2013-2016, de la Revista de Filosofía de la Universidad de Costa Rica
Recibido: 18 de abril de 2019
Aprobado: 3 de agosto de 2019