Imaginar y (re) construir el hogar en los memoirs de Reyna Grande

Literatura

Imaginar y (re) construir el hogar en los memoirs de Reyna Grande

Imagining and (re) Constructing Home in the Memoirs by Reyna Grande

Sonia Rodríguez
University of Wyoming, Wyoming, Estados Unidos de América

Imaginar y (re) construir el hogar en los memoirs de Reyna Grande

Revista de Filología y Lingüística de la Universidad de Costa Rica, vol. 49, núm. 2, e55451, 2023

Universidad de Costa Rica

Recepción: 31 Diciembre 2022

Aprobación: 09 Marzo 2023

Resumen: Este artículo explora la representación del hogar en los textos de memorias La distancia entre nosotros (2012) y La búsqueda de un sueño (2018) de Reyna Grande, primeramente publicados en inglés como The Distance Between Us (2012) yA Dream Called Home (2018), respectivamente.[1] Se considera la noción del hogar como lugar de intimidad y protección, así como el giro que dicho concepto toma para la protagonista como sujeto migrante. Así también, se examina la reterritorialización cultural de la autora mexicana en EE. UU. y la reconstrucción y reencuentro del hogar a través de una escritura de resistencia. Tres planteamientos teóricos enmarcan dicha representación: La poética del espacio (1975) de Gaston Bachelard, “Home and Away” (1999) de Sara Ahmed y Mil mesetas. Capitalismo y esquizofrenia de Gilles Deleuze y Félix Guattari (2002). Dichos procesos atraviesan y definen la experiencia migratoria de la protagonista y el ejercicio de su escritura.

Palabras clave: hogar, migración, memoirs, Reyna Grande, reterritorialización.

Abstract: This article explores the representation of home in the memoirs La distancia entre nosotros (2012) and La búsqueda de un sueño (2018) by Reyna Grande, published first in English as The Distance Between Us (2012) and A Dream Called Home (2018), respectively. We study the notion of home as a place of intimacy and protection as well as the turn of this concept for the protagonist as a migrant subject. This work also examines the cultural reterritorialization of this Mexican author in the United States and the reconstruction and re-encounter of home through a writing of resistance. Three theoretical approaches frame the representation of home: The Poetics of Space (1975) by Gaston Bachelard, “Home and away” (1999) by Sara Ahmed, A Thousand Plateaus: Capitalism and Schizophrenia (2002) by Gilles Deleuze y Félix Guattari. These processes define the protagonist’s migrant experience as well as her writing exercise.

Keywords: home, migration, memoirs, Reyna Grande, reterritorialization.

Todo comienza en un jardín, lo recuerdo, me recuerdo. Un jardín con

niño, a tientas, me adentro. Pasillos, puertas que dan a un cuarto de

hotel, a una interjección, a un páramo urbano …. Sueños insensatos y

lúcidos, geometría y delirio entre altas bardas de adobe. La glorieta

de los pinos, ocho testigos de mi infancia, siempre de pie, sin cambiar

nunca de postura, de traje, de silencio.

“Mi casa, mi gente, mi tierra” (Paz, 1996, grabación de voz)

1. Introducción

La noción del hogar es altamente valorada al relacionarse con la experiencia humana de habitar un sitio que se percibe como refugio y evoca recuerdos y afectos primigenios. Bajo esta visión, el individuo sin morada se convierte en errante o vagabundo. De ahí que en los siglos veinte y veintiuno el migrante indocumentado en tránsito frecuentemente se percibe como nómada debido a su movilización entre fronteras y entre viviendas en el país de destino. En este sentido, los textos de memorias de Reyna Grande[2] (Guerrero, México, 1975 - ) se insertan en la narrativa de movilización física y cultural de aquellos que se encuentran en desarraigo, articulando cuestiones de identidad, remembranzas y resistencia,[3] e incitan a preguntar, ¿cómo se modifica el concepto de hogar tanto para el migrante como para la familia transnacional?

En este artículo se examina la representación del hogar en La distancia entre nosotros (2012) y La búsqueda de un sueño (2018), textos de memorias de Reyna Grande, publicados primero en inglés como The Distance Between Us (2012) y A Dream Called Home (2018), respectivamente. Se estudia la conceptualización del hogar como refugio originario y la resignificación de esta noción para el sujeto migrante hasta llegar a la reterritorialización cultural por medio de una escritura de resistencia contra la hegemonía social, étnica y literaria. Argumento que, para la protagonista, la búsqueda del hogar se convierte en el eje cardinal de su experiencia pre-migratoria y transnacional. Al final de su segundo memoir, queda claro que la recurrencia introspectiva por una morada quimérica por parte de la narradora autodiegética se ha mitigado y se ha fundido en el cuerpo del texto semi-ficcional inscrito dentro de la comunidad de las letras.

La experiencia pre-migratoria se sostiene en las premisas acerca del hogar planteadas por Gaston Bachelard en La poética del espacio (1975). Así también, la etapa transitoria del desplazamiento, el desarraigo y la llegada a Estados Unidos se inserta en los paradigmas propuestos por Sara Ahmed en “Home and Away” (1999). Por último, la relocalización cultural y el florecimiento de su narrativa se enmarca en Mil mesetas. Capitalismo y esquizofrenia (2002) de Gilles Deleuze y Félix Guattari.

Con un lenguaje lírico y franco, tanto en inglés como en su traducción al español, la autora guerrerense expone una vehemente fijación por un hogar, eje estructural del discurso vinculado a cuestiones de nostalgia y conciencia grupal (Reyes Zaga, 2019). Este planteamiento se opone al discurso de desenfado hacia los lazoz sociales y familiares que, de acuerdo con Zygmunt Bauman (2000, pp. 1-5), prevalece debido a los procesos de globalización y la disolución de referentes identitarios culturales.

A modo de resumen, en La distancia entre nosotros, Grande (2012) hace un recuento de la etapa que denomino pre-migratoria, caracterizada por una vida en constante tensión psicológica debido a la ruptura familiar y a la carencia económica. La familia sigue una migración tradicional en la que como en un embudo, el padre emigra, seguido por la madre, con el sueño de construir una casa en Iguala, Guerrero, mientras que los hijos permanecen por un tiempo en Iguala. Una vez que la pareja se separa, cuando el padre regresa por los hijos mayores, Reyna ruega y logra que su padre también se la lleve a California mientras que la madre se obsesiona por encontrar una pareja, ya sea en Iguala, o en California. Para la narradora, México se reduce a estas infortunadas vivencias en el contexto de una pobreza rapaz. Y aún de adulto, la idea de su país de origen se limita a la imposibilidad de vivir el “sueño mexicano” y de experimentar lo que el padre y ella misma consideran un privilegio: “el sueño americano”. Además, el discurso del primer memoir claramente manifiesta su oposición a continuar viviendo una orfandad circunstancial; enuncia la tenacidad de la familia durante el cruce indocumentado y la resistencia de la autora tanto a asimilarse a otra cultura en su totalidad, como a dejarse vencer por el racismo y el rechazo hacia su escritura migrante.

En su segundo memoir, La búsqueda de un sueño (2018), la autora narra las tribulaciones de vivir en el espacio cultural e identitario del in-between en California, y su autodeterminación hacia una negociación de identidades en la sociedad estadounidense se solidifica. Relata sus amores, su vida universitaria y llega a una reconciliación con los suyos. También, el lector sabe de sus logros académicos, pero sobre todo, conocemos el arduo proceso para lograr su triunfo literario que lleva a cabo como minoría ante la hegemonía editorial de la cultura dominante en el país de destino. Por lo tanto, su escritura se convierte en un caleidoscopio de pasajes significativos con recuerdos, paisajes, olores, ruidos, personas y eventos que encierran experiencias de vida en ambos lados de la frontera. Reyna Grande acompaña sus textos de memoria con fotografías en blanco y negro, en su mayoría de ella y de su familia y de espacios significativos de ambos lados de la frontera. Dichas fotografías, sobre todo una de su padre que la acompaña en sus desplazamientos, se convierten en referentes narrativos simbólicos de su experiencia migrante y su búsqueda de un hogar.[4]

Por otro lado, Reyna Grande sigue una tradición de escritura acerca de éxodos familiares comenzada por escritoras mexicanas como Magdalena Mondragón en Tenemos sed (1956), y continuada por Cristina Pacheco en El oro del desierto (2005) y Rosario San Miguel en Bajo el puente (2008) –titulado así en su versión bilingüe.[5] Más aún, la temática de la casa como eje medular en la narrativa sigue una tradición literaria latinoamericana[6] y chicana que plantea paradigmas culturales, políticos y económicos en diferentes épocas. Una obra chicana que cuestiona el hogar como sitio feliz es The House of Mango Street (1984) de Sandra Cisneros, quien, haciendo uso de una narrativa introspectiva, posiciona a la protagonista recordando su triste experiencia de vida en un barrio pobre en Chicago, e idealiza las casas “a la americana”. En el caso de Grande, la autora traza un mapa de la familia transnacional,[7] minada por la migración, y que representa el microcosmos de una sociedad en movimiento, “lejos del solar nativo” (Aínsa, 2010, p. 56). En realidad, representa experiencias de vida de una colectividad mexicana en tránsito que el país expulsa en oleadas migratorias a partir de la Revolución Mexicana y hasta el siglo en curso.[8]

La crítica ha destacado elementos relevantes de La distancia entre nosotros (2012), como la articulación de la intersección entre género, casa y nostalgia (Muñoz y Vigil, 2019) y el espacio ligado a la identidad nacional y étnica (Rodríguez Bulnes-Whaley, 2019). Otra aproximación se refiere a la deconstrucción de los papeles tradicionales de género en el hogar tradicional chicano (Okparanta, 2010), y un estudio más enfatiza las violaciones contra los derechos humanos tanto en Iguala, México, como en la frontera entre México y EE. UU. (Lozano Alonso, 2015, p. 74). Aunque es indudable que estos estudios exploran puntos clave de los textos de memoria de Reyna Grande, es necesario examinar la representación de la casa como un símbolo de la pérdida –temporal o permanente– de la familia nuclear, del desarraigo y de la reconstitución de dicho espacio de refugio.

El segundo texto de memorias, La búsqueda de un sueño (2018)[9] ha sido, hasta ahora, menos abordado por la crítica. Indudablemente en este, el hogar aparece nuevamente como elemento acuciante a lo largo de la narración autodiegética. Como lo señala Vaquer Fernández:

The act of writing is central to the memoir as it provides Grande with the vehicle to break the silence, to mourn the family and home lost in a trade-off with the border, to make sense of her experiences, to claim her native country, to be close to her parents, to understand and to embrace her bicultural, binational, and bilingual identity. (2019, p. 169)

Vale la pena estudiar ambos memoirs como una dialogía en un contexto binacional, tomando en cuenta la crítica que Reyna Grande le hace a las estructuras sociales, políticas y culturales de los dos países en los que habita. En este vaivén entre fronteras, surgen las preguntas: ¿qué significa “estar en casa” para los que se desplazan y se vuelven nómadas entre dos culturas?,[10]¿podemos hablar de “hogares flotantes” así como Fernando Aínsa (2010) habla de los territorios flotantes[11] de aquellos que se encuentran en “condición nomádica”? (pp. 56- 60). Para estas interrogantes no necesariamente existen respuestas definitivas, sino más bien se plantean aproximaciones al analizar la narrativa semi-ficcional de Reyna Grande que propone el viraje de la noción de “casa”.

2. Hogar: refugio, desarraigo y la (re)construcción del hogar

Es de advertir que elDiccionario de la Real Academia Española define “hogar” como “casa o domicilio” o en relación con la “vida de familia”. También se refiere a hoguera, debido a su etimología del latín focāris o fuego en español; de ahí que se le relacione al lugar donde se reúne la familia –alrededor del fuego y del calor. La definición de “casa” es la de “edificio o parte de él para vivir”; además, el diccionario hace referencia a familia –personas que viven juntas (RAE). Ciertamente, en español, “casa” se refiere a un espacio más allá de una vivienda o residencia pues este vocablo lleva inserto, en la vida cotidiana, una connotación de cobijo e intimidad.[12] Sin duda, ambos términos llegan a tener acepciones similares en español y se entrecruzan en el lenguaje común; además, nos remiten tanto a un factor de materialidad como de relaciones simbólicas (McDowell, 2000, p. 111). Y si hablamos de nación y familia en relación con el hogar, la feminista sudafricana Anne McClintock (1995) señala las formas en las que la nación se construye a través de metáforas de la familia y nota que a la mujer se le enclaustra como el centro simbólico y el límite de la nación que es el hogar (p. 354). En la cultura hispana, en los siglos XIX y gran parte del XX, el “ángel del hogar” y la patria como madre quedan fijos en la literatura, el arte y la educación. En este sentido, en el caso de la madre de Reyna Grande, su alejamiento estaría relacionado con figuras míticas como La llorona –como se verá más adelante–. La patria chica se conforma por las casas de las abuelas, la escuela, las vías del tren y unas cuantas calles en Iguala. Aun así, el desplazamiento hacia otras latitudes causa el sentido de pérdida del hogar. Edward Said (2000) señala que el exilio es, “an unhealable rift forced between a human being and a native place, between the self and its true home [énfasis añadido]: its essential sadness can never be surmounted” (p. 180). La particularidad de los textos de Reyna Grande radica en articular experiencias de quebranto, pero en el espacio de la escritura se restituye la esperanza del porvenir.

En la Poética del espacio[13](1975), Gastón Bachelard estudia el espacio como sitio vivido que evoca objetos “que la imaginación humana segrega” (p. 93). Así, la imagen poética es la fuente creativa, y a través de ella se forman arquetipos: topos simbólicos que se repiten en nuestra percepción de la realidad por medio de la cual se capta la naturaleza poética. Este filósofo francés plantea la imagen de la materia desdoblada en los cuatro elementos naturales: tierra, fuego, agua y aire que a su vez derivan en la creación artística y resultan el origen de “la actividad que imagina al mundo” (p. 98). En específico, al referirse al elemento “tierra”, Bachelard (1975) introduce el término de topofilia (de topos=lugar y filia=amor/afecto) que ilustra las primeras características de la poética de la casa: imágenes de la intimidad vivida; el refugio del adentro y del fuera de la casa son figuras de la naturaleza, insistentes, profundas y universales. Dichas imágenes están enraizadas y se asimilan en el inconsciente del psiquismo humano (p. 21). Se debe admitir que la poética de los cuatro elementos naturales se extiende al género literario de la narrativa en tanto que la casa conforma lo que Bachelard llama la gran imagen de las intimidades perdidas (p. 100). La “gran imagen” la encontramos tanto en el texto escrito como en las fotografías personales de la autora. [14] En este sentido, la narradora nos lleva de la mano por las imágenes, los recuerdos y el habitar de sus viviendas. En particular, la casa de su profesora Diana, quien le ofrece refugio cuando Reyna se va de la casa de su padre y no tiene adónde ir, le evoca bienestar y agradecimiento: “Me abrió las puertas de su casa y me brindó algo que mi propio padre no había sido capaz de darme: un hogar seguro y amoroso” (Grande, 2018, p. 170). Más adelante en su vida, se resiste a la tentación y a la posibilidad de tener una casa cuando un amor pasajero la invita a vivir en su hermosa vivienda con el fin de que cuide a sus hijas. La joven, entonces ya estudiante universitaria, al percibir que en esta situación no tendría lo que ella considera un hogar verdadero, se dice a sí misma: “Ésta no es la casa de mis sueños” (2018, p. 134). De este modo, en el correr de su escritura, esta autora mexicana, efectivamente regresa a sus “hogares” o viviendas donde habitan sus recuerdos tanto en México como en EE. UU., algunos de los cuales, aunque espacios vividos, no fueron de arraigamiento.

Por lo tanto, si bien el hogar puede concebirse como resguardo, es preciso cuestionar de qué manera se transforma con el desarraigo. Para este efecto, nos basamos en las premisas de Sara Ahmed (1999) con respecto al tema. Ahmed desafía la noción del hogar en el mundo globalizado actual y, aunque reconoce la nostalgia y el anhelo por el pasado, también plantea el afán por una morada en el porvenir. Ahmed (1999) nos persuade a pensar el hogar como un habitante del propio cuerpo y de la propia piel (outer skin). La autora señala:

The stories of dislocation help to relocate: they give a shape, a contour, a skin to the past itself. The past becomes presentable through a history of lost homes (unhousings), as a history which hesitates between the particular and the general, and between the local and the transnational. (p. 343)

Así, a raíz de la migración, las viviendas conforman el eje alrededor del cual se configuran las rupturas emocionales, culturales y sociales. El recuerdo del primer hogar, además de añoranza, puede evocar desazón, rechazo y amargura. A su vez, el alejamiento o el distanciamiento o desarraigo (estrangement), detona transición y movimiento (Ahmed, 1999, p. 343), y también se relaciona con la creación de nuevas comunidades con miembros que no se conocían entre sí, pero que se unen y crean identificaciones a través del acto de recordar colectivamente sus historias –dada la ausencia del conocimiento compartido y de un terreno familiar (p. 344).

En la errancia, al pasar por muchas casas, el pasado no se adhiere a ningún lugar y no alcanza al presente, señala Ahmed (1999, p. 330). El hogar, en esta instancia, también se vuelve casi imposible porque se mantiene como algo en el pasado, lejos del presente. Sin embargo, la narración de los sentidos del olfato y el gusto conducen a la narradora a instantes pretéritos, como cuando relata que en un mercado mexicano en Santa Cruz, California, imaginariamente retorna a las viviendas habitadas en México: “Había encontrado el lugar al que podría regresar una y otra vez para recobrar los sabores y los aromas de los hogares [énfasis añadido] que tuve una vez” (Grande, 2018, p. 25). Aun así, la quimérica síntesis de la memoria entre el aquí/ahora y el allá/entonces resulta difícil de alcanzar cuando el sujeto migrante se consume entre la supervivencia del presente y la nostalgia del pasado por el lugar de origen (Trigo, 2000, p. 19).

Según Ahmed (1999), cuando la mirada se mantiene en el futuro, se piensa en un lugar (desconocido) hacia donde el migrante se dirige y entonces, el “estar en casa” durante el tránsito más bien se antoja como parte del porvenir y no del aquí-presente. En este sentido, Reyna Grande efectivamente entra en un proceso en el que visualiza su hogar del futuro a pesar de su oscilación física y de recuerdos entre sus moradas presentes y las del pasado. A través del acto y la práctica de la escritura, la autora se localiza en una comunidad de escritores, espacio donde cada uno articula la experiencia propia que comparte con sus lectores.

Ahora bien, al reflexionar en los paradigmas de Bachelard (1975) y Ahmed (1999) con respecto al hogar, ambos se dirigen en direcciones casi opuestas. Por un lado, para Bachelard la casa remite a aquella imagen relacionada con el espacio existencial y originario de recogimiento, reposo e interioridad. Por otro lado, Ahmed vira la mirada hacia el cuerpo y la comunidad –basada en el desarraigo y en la ausencia–. Hay que notar, sin embargo, que la cuestión inherente del hogar como espacio introspectivo y de reflexión acerca de la identidad y los sueños, se mantiene como pieza clave en ambas propuestas.

En la misma línea de pensamiento, la vivienda, la ciudad natal y el mismo país de origen del migrante constituyen cada uno un territorio[15] en el sentido de “un espacio vivido, así como a un sistema percibido en cuyo seno un sujeto ‘se siente en su casa’” (Guattari y Rolnik, 2006, p. 372). Es decir, el territorio contiene una carga simbólica de identidad y de ser en el mundo y ese espacio se supone fijo y tranquilizador, trazado y delimitado por líneas más o menos estrictas. Sin embargo, la movilización de individuos altera dicho orden. Los conceptos de desterritorialización y de reterritorialización planteados por Gilles Deleuze y Félix Guattari (2002) trazan el proceso de cambio por el que atraviesa el migrante y su concepto de hogar. Es decir, a través de la desterritorialización se abandona el territorio y se abren las líneas de fuga: rupturas que pueden llevar a la reterritorialización. Estas conducen a una nueva estructura en donde el acontecer, el movimiento y la multiplicidad resultan factores relevantes. Al estar relacionadas las líneas entre sí, dichos procesos existen en función de los otros (Deleuze y Guattari, 2002, pp. 9-11, 14-15). De ahí que el desplazamiento de individuos conlleva la desterritorialización, la privación del territorio original y la pérdida del dominio de las territorialidades afectivas personales y colectivas del lugar y su cultura, base de la identidad individual y grupal. Así, lo que se ha fracturado, lo que se ha dejado a partir de la dislocación, se reconstruye. La reterritorialización o la integración al nuevo territorio implica fracturas, experiencias y dinámicas dolorosas que vemos penosamente dibujadas en la narrativa de Reyna Grande al concebirse traumas y la pérdida de raíces, lengua y de códigos culturales (Rushdie, 1991, como se cita en Heitlinger, 1999, p. 6). En el caso de Reyna Grande, por ejemplo, pierde su segundo apellido –Rodríguez– porque como le dice el maestro López en una primaria californiana: “Esa es la manera de hacer las cosas en este país” (Grande, 2012, p. 189). Y ella se pregunta: “¿Quién soy yo ahora entonces?” (p. 189). Así también, poco a poco, adopta el inglés como la lengua utilizada con mayor regularidad en la vida cotidiana y también en su escritura.

A nivel cultural, Néstor García Canclini (1989) relaciona la desterritorialización con “la pérdida de la relación ‘natural’ de la cultura con los territorios geográficos y sociales” y la reterritorialización con “relocalizaciones territoriales relativas, parciales, de las viejas y nuevas producciones simbólicas” (p. 288). En este sentido, la escritura de Reyna Grande representa una manifestación cultural híbrida por naturaleza al tener como referencia la multiculturalidad.

En específico, en referencia al campo de las letras, Caren Kaplan (1987) señala que, “the concept of deterritorialisation is understood as describing the displacement and dislocation of identities, persons, and meanings, with the moment of alienation and exile located in language and literature” (p. 203). Dicho desplazamiento conforma lo que Deleuze y Guattari denominan “literatura menor” o aquella que “una minoría hace dentro de una lengua mayor” (1978, p. 28), específicamente caracterizada por la desterritorialización de la lengua, siendo su condición, inherentemente política y colectiva (p. 31). Esta movilización forma parte de la oscilación que las feministas reconocen como el movimiento del margen al centro, ya que visibiliza y abre la circulación a obras escritas por mujeres. Esta movilidad, en el ámbito que nos ocupa, también se aplica a la escritura de las minorías en Estados Unidos, y en específico, al trabajo de autoras latinoamericanas y Latinx en EE.UU. Es dentro de esta esfera que la obra de Reyna Grande inicialmente reterritorializa su cultura, insertando en su escritura la perspectiva de la familia migrante en un tiempo en que el discurso político despierta la xenofobia y el racismo de una manera abrumadora. Posteriormente, surge la apropiación y la gestión como espacio cultural en ambos países como una forma de resistencia migrante. Reyna Grande pierde lengua, cultura y familia al desterritorializarse. Al reterritorializarse, gana una mirada multifacética, una nueva comunidad, sin negar sus raíces, y su escritura se convierte en su hogar y en un arma de lucha por y para los grupos marginales.

3. El hogar: los que se quedan, los que parten y el encuentro con una nueva comunidad

Abordar una realidad migrante que trastoca la vida individual y colectiva conlleva una serie de hilos narrativos entretejidos que a su vez conforman una unidad. En los memoirs de Grande, se asoma el punto de vista de una niña que espera el retorno de sus padres a México; luego, encontramos el cruce de la línea fronteriza, lo que lleva a la joven/adulta a encontrarse inmersa en dos culturas. En ambas sociedades, nunca abdica de su sueño de poseer una casa y un hogar.

3.1. Los que se quedan

Angélica Lozano Alonso (2015) apunta que:

houses built in Mexico with money sent home by undocumented immigrants are also homes located between dreams and reality . . . located in the future as they represent the dream of being able to return to the safety of a solid home in Mexico. (p. 88)

Efectivamente, el discurso de Grande articula el concepto de casa tanto como edificación material, como bien económico y en mayor medida, como hogar en el sentido existencial, simbólico y cultural. Habla de las casas construidas en México por los que emigran, como su tía María Félix, quien nunca regresa a Iguala después de dejar a su hija Élida con la abuela Evila. Grande hereda el deseo de su padre de construir la casa de sus sueños. De hecho, el padre logra construirla en Iguala, Guerrero, pero nunca la habita porque no lleva a cabo una migración circular como tal y un pariente se apropia ilegítimamente de dicha casa. Decepcionado, nunca regresa a México después de llevarse a sus hijos a California.

En definitiva, en la narrativa mexicana de migración, a partir del Programa Bracero (1964-1942), se hace palpable la idealización de EE.UU. y se resalta la importancia de enviar a la familia en México los fondos monetarios necesarios o regresar con bienes materiales que otorgan un estatus social que demostrarían el triunfo “en el otro lado”.[16] Sin embargo, la solidez en la economía del país de origen para el migrante sin recursos pocas veces se cristaliza, por lo que el retorno definitivo también se imposibilita. En el contexto de los textos referidos, la economía de los años 70 y 80 y la devaluación del peso acrecienta la ola migratoria hacia el norte: “Tenía dos años cuando mi padre se fue. El año anterior, el peso se devaluó 45% frente al dólar estadounidense. Fue el comienzo de la peor recesión de México en cincuenta años” (Grande, 2012, p. 6). Ahora bien, si se piensa el hogar como nación, en la narrativa de Grande, es por medio de la memoria colectiva que en momentos, el sujeto “yo” cambia a “nosotros” articulando cierta vanagloria nacional: “Mago dijo que debíamos estar orgullosos de haber nacido en Iguala, … donde la primera bandera mexicana fue hecha … Miré la bandera con nuevos ojos, una admiración recién descubierta” (p. 54). Irónicamente, en el siglo XXI, el estado de Guerrero tiene uno de los más altos índices de emigración a nivel nacional.

Para nuestra autora, el desarraigo del primer hogar y su vagabundear comienza con su mudanza a la casa de la abuela paterna, Evila, y luego a la de la abuela Chinta. Reyna (2012) manifiesta que va a todos lados con la única fotografía que tiene de su padre:

Miré el retrato entre mis brazos y estudié el cabello negro y ondulado de Papi, sus labios gruesos, su nariz chata y sus ojos rasgados que miraban un poco hacia la izquierda. Yo quería, como siempre lo hacía en ese entonces –como todavía lo hago ahora– que sus ojos estuvieran mirándome a mí, y no hacia un lado. Pero sus ojos estaban congelados [énfasis añadido] en esa posición, y no había nada que pudiera hacer al respecto”. (p. 10)

Dicha imagen, otras de su madre y de las casas de Iguala y California, quedan prendidas en el tiempo. Al hacerlas suyas, Reyna-niña intenta equilibrar el estrangement del hogar que no encuentra ni en su país, ni en su comunidad

A su corta edad comienza a vincular todo lo que la gente en su pueblo habla sobre “el otro lado” como un lugar siniestro que aleja a los padres de sus hijos. La tradición oral hace eco en las palabras de su abuela paterna, Evila, quien la horroriza con la leyenda de La Llorona. Y sin embargo, dice Reyna Grande (2012), “Ninguna de mis abuelas nos dijo que había algo más poderoso que La Llorona–un poder que se lleva a los padres, no a los hijos. Se llama los Estados Unidos” (p. 3). Cabe mencionar que este discurso de terror hacia ese territorio desconocido, un remolino que atrae como un imán a los padres, poco a poco se desvanece para Reyna y sus hermanos y más que atemorizarlos, los atrae. Y en 1986, termina siendo su segundo país cuando otorgan la ciudadanía con la amnistía y la Ley de Reforma y Control de Inmigración/Immigration Reform and Control Act (IRCA), por sus siglas en inglés.

Aun así, en particular, la casa de su abuela materna se convierte en un motivo de nostalgia y de exaltación de imágenes ligadas a la tierra y a otros elementos naturales del espacio rural de Iguala. De niña, su hermana mayor, Mago (re)crea una historia sobre el nacimiento de Reyna y la unión con su madre a través del ombligo umbilical enterrado en la tierra de la cabaña de la abuela. La autora recrea este relato de esta manera:

[Mago] señaló el círculo de piedras y un montón de cenizas y me dijo que durante mi nacimiento había una fogata [énfasis añadido] encendida mientras mami se preparaba para dar a luz. … señaló un punto en el piso de tierra [énfasis añadido] y me recordó que mi cordón umbilical fue enterrado allí. (Grande, 2012, p. 23)

De esta manera, el cordón umbilical desencadena la “imagen poética [que] pone en movimiento toda la actividad lingüística. La imagen poética nos sitúa en el origen [énfasis añadido] del ser hablante” (Bachelard, 1975, p. 12). Y los elementos naturales intensifican aún más la entrada y el arraigo de Reyna al mundo. Nacimiento y vida están presentes en esta cita, pero al mismo tiempo, las cenizas personifican la muerte de la esperanza sobre su lugar de nacimiento. Señala Bachelard (1975): “la casa, como el fuego, como el agua, nos permitirá evocar fulgores de ensoñación que iluminan la síntesis de lo inmemorial y el recuerdo” (p. 29). Es de notar que el retorno a la historia del cordón umbilical a lo largo de los textos formula un inicio de vida en torno a los elementos de la naturaleza de la tierra que la vio nacer como parte de su primera identidad.[17] Para comunicar una ensoñación, una imagen poética, hay que escribirla reviviéndola a profundidad (Bachelard, 1975, p. 29). Y así lo hace Grande en este mítico cuadro descriptivo. En realidad, tierra, viento, cielo y fuego contrastan con la materialidad de la casa, testigo de una realidad virulenta por las condiciones en las que Reyna niña y sus hermanos viven. Por un lado, en su primer memoir, la narradora, como en una pintura bucólica, enmarca sus recuerdos felices en casa de su abuela Chinta, recordándose a sí misma jugando en las calles por las vías del tren, las mujeres bordando y los hombres regresando del trabajo (Grande, 2012, p. 97). La escena pareciera dibujar serenidad y perfecta armonía. Por otro lado, la otra cara de la moneda se refiere al maltrato y a la falta de tener cubiertas las necesidades básicas. Después de partir de México a EE. UU. a los nueve años, tendría que pasar mucho tiempo para conseguir el sueño de reconstruir una morada propia.

3.2 Los que parten y regresan

Durante su vagabundeo forzado desde niña, cada vivienda donde habita Reyna –la de sus abuelas en México y la de su padre, la que comparte con su hermana menor Bety y otros inquilinos, la de su hermano, su dormitorio en la Universidad de California en Sta. Cruz y su primera casa propia en un barrio bajo del centro sur de Los Ángeles– se convierten en un deseo entrañable y frustrado del hogar perdido. De esta manera, cuando la protagonista logra entrar a la Universidad de Sta. Cruz, al llegar al campus, señala: “Temía no ser capaz de conseguir que este nuevo lugar se sintiera como un verdadero hogar, un sitio al cual pertenecer” (Grande, 2018, p. 17). Ya entonces, sin éxito, ha intentado también ser parte de la familia y el hogar de su padre y su madrastra.

Una vez legalizada en EE. UU., Reyna regresa a Iguala y la vivienda de la abuela Chinta, una choza, funge como el sitio de mayor apego en México a pesar de la incredulidad de haberla habitado de niña: “la choza de mi abuela, con sus cañas de bambú, techo de metal corrugado y cartón me sorprendió. ¿En verdad había vivido yo en este lugar?” (Grande, 2018, p. 305). El tejido de las emociones facilita la retrospectiva en el tiempo: “no podía creer que estaba de vuelta en los brazos de mi abuela. Su esencia era todo lo que necesitaba para sentir que estaba de vuelta en casa” (Grande, 2018, p. 306). Con respecto a “la choza” a la que Bachelard (1975) le dedica un apartado en La poética del espacio, dicho lugar puede ser el rincón del mundo y al mismo tiempo, el sitio de apego y enraizamiento de muchos (p. 28). En un retorno inminente a la casa donde se vivieron momentos de alegría, las imágenes hacen brotar la memoria. Bachelard (1975) también nos recuerda la profundidad personal a la que el poeta tiene que llegar para encontrar dichas imágenes, fuente de la escritura:

Ahora, nuestro objeto está claro: debemos demostrar que la casa es uno de los mayores poderes de integración para los pensamientos, los recuerdos y los sueños del hombre. En esa integración, el principio unificador es el ensueño. El pasado, el presente y el porvenir dan a la casa dinamismos diferentes, dinamismos que interfieren con frecuencia, a veces oponiéndose, a veces excitándose mutuamente”. (pp. 29-30)

La narración de La distancia entre nosotros (2012) y de La búsqueda de un sueño (2018) efectivamente flota entre el presente y el pasado. Incluso, una vez en Los Ángeles, California, los recuerdos se desbordan con el uso de los sentidos: “Tan pronto como abrimos la puerta, me embriagué con el olor del incienso, cera derretida y flores. De repente, estaba de vuelta en Iguala. Estaba de vuelta con mi dulce abuelita” (Grande, 2012, p. 231). Además, ya en California, dice la narradora: “México también estaba en una taza de chocolate caliente, el vapor se encrespaba en el aire. Inhalaba a México a través de mis fosas nasales; . . . en el supermercado . . . escogiendo verduras e [y] hierbas . . . mi cuerpo se llenaba de nostalgia” (Grande, 2012, p. 192). Así, la errancia tiene como resultado el sentido imponderable de pérdida.

Sin embargo, no todos los recuerdos se vuelven añoranza, y el recorrido al que nos lleva la autora por la vivienda de la abuela Evila, junto con los malos recuerdos de maltrato, cobran un significado de desconsuelo:

La cocina estaba al lado de la habitación de mi abuela. Carlos, Mago y yo nos sentamos en los escalones de concreto que conectaban la cocina con el cuarto de mi abuela, ya que la mesa era solo para cuatro personas, y los asientos ya estaban ocupados. (Grande, 2012, p. 20)

La ubicación de los niños en el piso del espacio doméstico cuando comen, al margen de la casa –y no a la mesa– además de recibir las sobras de los alimentos, y no apaciguar así el hambre, es una de las maneras en que se les marginaliza. Además de la desnutrición, las burlas de otros niños por no tener padres presentes, la falta de higiene y el sentimiento de abandono llevan a la autora a afirmar: “Mi niñez estuvo definida por el miedo de que mis padres me olvidaran, o peor, me reemplazaran con niños nacidos en los Estados Unidos. Lo peor era el miedo de nunca encontrar una casa y una familia real nuevamente” (Grande, 2012, p. 15). De esta manera, el pueblo que ella pinta como miserable y sucio, donde de niña vive tan infeliz con su abuela paterna, sin lugar a duda, es un símbolo de ruptura de la melancolía que llega a sentir por el hogar de su abuela materna. El presente no logra reconciliarse con el ambivalente pasado.

Es crucial el giro en La búsqueda de un sueño (2018), el segundo memoir, ya que Grande deja de aferrarse a un único hogar y tiene como referencia la pluralidad de sus moradas. A dichos espacios habitados los cruzan las experiencias culturales, sociales y económicas tanto de su país de origen como el de adopción: “Igual que mis padres, mi tierra natal estaba llena de defectos y me había maltratado y abusado de mí, y, sin embargo, continuaba queriéndola; me aferraba a México con la esperanza y el optimismo de una niña” (Grande, 2018, p. 49); y en EE. UU., un grupo de niños les grita a sus hermanos “¡Mojados! ¡Mojados!” (Grande, 2012, p. 232). Aun así, el principio de la alienación hacia su primera identidad también se marca cuando en cada viaje a su pueblo natal se da cuenta de que ya no es “totalmente mexicana”, ya que señala, “todos me trataban como extranjera, como si ya no fuera una de ellos, como si hubiera perdido ya mi derecho a llamar México, mi hogar [mi énfasis]” (Grande, 2018, p. 44). Su alejamiento del país de origen lleva a los que se quedaron, a ver al emigrado como “el otro” o al menos a percibirlo como un invitado (Ahmed, 1999, p. 330). En efecto, la narrativa de migración expone el hecho de que a los que han partido, se les perciba a la mitad del camino: entre oriundos y foráneos, con extrañeza y reserva, y de esta manera, el desarraigo y extrañamiento del hogar se precipita.

3.3 El encuentro con una nueva comunidad

La búsqueda de un sueño (2018), en gran medida, narra las tribulaciones de vivir en el espacio del in-between, entre dos identidades: la mexicana y la estadounidense. Señala la autora guerrerense: “me trataron como extranjera porque fui ‘corrompida’ al americanizarme. Para la gente, . . . ya no era lo suficientemente mexicana. Aunque en los Estados Unidos tampoco era lo bastante americana” (Grande, 2018, p. 49). En su nuevo comienzo, se encuentra localizada como un individuo “sin casa” y se convertiría en “the other of the family, the clan, the tribe” (Kristeva, 1991, p. 95). En ambos países se percibe a sí misma como el “otro”.

En su segundo memoir, también enuncia su alienación de la cultura hegemónica y su subversión a través del triunfo literario en EE. UU.: “Sólo a través de la escritura podía aferrarme al país que me vio nacer e impedir que se desvaneciera en la bruma de mi memoria” (Grande, 2018, pp. 48-49). De esta manera, Reyna Grande comienza a vislumbrar su narrativa como un hogar propio y efectivamente, deja el nomadismo, y alcanza la ansiada síntesis migrante. Las imágenes de los primeros recuerdos quedan plasmados en papel a partir de los trece años cuando comienza a escribir su historia en la secundaria, ya en inglés, un idioma que adoptaría años después para sus novelas. Las letras son catarsis y una manera de:

lidiar con mis experiencias traumáticas antes, durante y después de migrar. … La frontera continuaba dentro de mí. … en el plano psicológico seguía tropezando con aquella tierra de nadie…. Tal vez porque habíamos dejado algo de nosotros atrás, como los migrantes que pierden un zapato, abandonan una lata vacía de atún, una botella de agua, una camiseta un pedazo de su alma, de su corazón, de su espíritu; se quedaron colgados en las ramas de un arbusto, ondeando en el viento. (Grande, 2018, p. 47)

Efectivamente, lo que no deja atrás Reyna Grande es el valor y la fortaleza para luchar. La publicación de su trabajo se enfrenta a tropiezos, pues las editoriales desaprueban temas que incomodan o no se suscriben al orden literario estadounidense establecido. Cuando se encuentra con profesoras o editoriales que rechazan su narrativa por encontrar su estilo “melodramático” y “demasiado florido” (Grande, 2018, p. 96), la autora casi abandona el programa universitario de escritura creativa. La otra opción, dice, era “creer que mis historias importaban” (Grande, 2018, p. 96). La memoria colectiva y la lucha por la supervivencia por parte de su abuela durante conflictos bélicos en México la acompañan en su peregrinar y la motivan a continuar: “¿No había mi abuela sobrevivido la Revolución Mexicana?” (Grande, 2018, p. 97). Se revelan así generaciones de mujeres aguerridas, frecuentemente invisibilizadas.

Cuando Reyna gana el concurso de “Emerging Voices” en Los Ángeles, su triunfo supera toda adversidad, pero cuando intenta publicar su novela Across a Hundred Mountains (2006),[18] la editorial le pide que cambie a su protagonista a una latina nacida en EE. UU. –en lugar de una mexicana inmigrante que se encuentra fuera del “mainstream story”. Cuando se niega a hacer dichas modificaciones, expone su lucha por la originalidad de su escritura y hace patente su resistencia hacia la industria editorial hasta que logra que publiquen sus obras.

También, la identificación con escritores latinoamericanos o latinos en EE. UU. como Juan Rulfo, Isabel Allende, Tomás Rivera y Sandra Cisneros son clave para conformar una prosa sólida que pasa a ser parte de una comunidad literaria: “I no longer felt like an outsider looking through the window, but a family member invited over for dinner” (Grande, 2019, p. 2). La pregunta: “¿cuántas palabras tendré que escribir para construir la casa de mis sueños?” (Grande, 2018, p. 109), se refiere a la escritura en doble partida. Una a la profesión de escritor y sus libros como generadores de ganancias económicas y otra que hace referencia al hogar a nivel simbólico: el verter en papel las imágenes, hechas palabras, para finalmente encontrarse en casa por medio de la escritura. Otra aproximación, en este caso en lo concerniente a la escritura utilitaria global sería “cuantificar la escritura” como máquina de producción y hacerla converger con otros libros que explayan la multiplicidad y el agenciamiento de las obras literarias (Deleuze y Guattari, 2002, p. 10). Vemos así, una fusión entre la experiencia migrante y el trabajo intelectual visto como productor de ganancias que eleven el estatus socio-económico del autor migrante.

Mientras este sujeto bicultural negocia su posición en más de una cultura por localizarse en dos diferentes tradiciones, como autora, se permite la crítica de varios discursos culturales y sociales prevalentes en ambas sociedades a las que pertenece. Por un lado, hace un reproche a las enormes diferencias sociales en México y a normas culturales de género, sobre todo de generaciones anteriores como las de su abuela y su madre. Además, ni su familia nuclear, ni su ciudad, ni su patria, en el sentido más general, la han provisto de un hogar. Así lo señala Grande cuando regresa una vez más a Iguala: “Toqué mi ombligo . . . y una vez más sentí el anhelo de mi país de origen, aunque me avergonzó darme cuenta de que el anhelo no era tan fuerte como solía ser” (Grande, 2012, p. 303). Por otro lado, también expone el rechazo y el racismo hacia el inmigrante indocumentado en los EE. UU. En este punto podemos decir que se palpa un cambio significativo en la narradora, al alejarse de la errancia y dirigirse hacia una identidad que la lleva a la aceptación del desarraigo del primer hogar y señala: “construiría mi propio hogar con lo que tenía—palabras y sueños” (Grande, 2018, p. 106).

A través de becas y de premios, ya viviendo en EE. UU., logra estudiar con notables escritoras mexicanas como Amparo Escandón.[19] En Reyna Grande, resuenan las palabras que Escandón enuncia: “Esa voz como escritores corresponde a nuestra propia verdad. Es el pozo [énfasis añadido] que todos llevamos dentro y que está lleno de todos los momentos de nuestras vidas” (Grande, 2012, p. 264). En esta cita, metafóricamente, en la ciénega de la memoria, el elemento natural del agua brota en palabras. La “geografía de la pertenencia” se deja a un lado y el hogar ya no es flotante, sino se queda fijo en las letras. Esta escritora mexicana, actualmente latina en EE. UU., no emigra por decisión propia, sino que sale de su patria llevada por sus padres por motivos económicos y el sueño de estos, de construir una casa. De esta manera, su identidad nacional, cultural e individual se abre hacia otros caminos, no sin recurrir frecuentemente a su origen.

Como señala Bell Hooks, una casa (homeplace) resulta ser “a site of resistance and liberation struggle” (2001, p. 43). Y esto es precisamente lo que hace Grande (2012): “Escribí para salvarme a mí misma, para grabar y recordar, para darle sentido a mis experiencias. Escribir fue un acto de supervivencia” (p. 48), pero también de firmeza: “I’m part of a kaleidoscope, a community” (Grande, 2019, p. 3). Al encontrarse en el in-between,

las palabras que ponía en la página creaban un puente que conectaba a ambas naciones, los dos idiomas, a ambas culturas. Esperaba, algún día, a través de la escritura, poder encontrar un lugar al cual finalmente pertenecer, donde al fin sintiera que era yo ‘suficiente’. (Grande, 2018, p. 50)

Esto es, la escritura la encamina hacia el encuentro de su hogar, un lugar fluido, no fijo, con una multiplicidad de significados y un profundo anclaje identitario a la literatura.

4. Conclusión

A modo de conclusión, Reyna Grande, desde niña y hasta la edad adulta atraviesa fronteras familiares, geo-políticas, culturales, sociales, étnicas, académicas y editoriales, entre otras. A diferencia de otros autores mexicanos, cuya obra literaria de migración se centra en la experiencia en “el otro lado”, esta autora relata las circunstancias pre-migratorias, de cruce, su desarraigo y arraigo a su lugar de destino. La escritura se vuelve una manera de sanar heridas, y por medio de ella, no solo logra una síntesis identitaria y de memoria, sino también encuentra un espacio de refugio –un hogar–. La búsqueda de este espacio contestatario, manifestado en la expresión artística, resulta un arma contra el racismo, los prejuicios y las grandes fallas sociales en dos mundos: México y EE. UU.

Por último, las palabras de Gloria Anzaldúa acompañan a Reyna Grande cuando bien dice: “Soy una tortuga. Adonde vaya, llevo mi ‘hogar’ a cuestas” (Grande, 2018, p. 123). Como Anzaldúa, en su obra escrita, Grande construye un sentido de pertenencia en un contexto de constante cambio: reescribe su hogar, se aleja y se acerca al recuerdo de lo que fue y ve al porvenir. Así, encuentra un hogar en el mundo global de las letras. En este punto, las palabras de Gaston Bachelard (1975) enmarcan las circunstancias de Grande: “La casa en la vida del hombre suplanta contingencias, multiplica sus consejos de continuidad. Sin ella, el hombre sería un ser disperso. Lo sostiene a través de las tormentas del cielo y de las tormentas de la vida. Es cuerpo y alma” (p. 30). Precisamente, Reyna Grande imprime en sus textos de memorias el alma colectiva de los migrantes y de los hogares que ellos habitan.

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Notas

[1] Se trabajará con la versión en español de ambos memoirs.
[2] Autora de Across a Hundred Mountains (2006), A través de cien montañas (2007) en español; Dancing with Butterflies (Washington Square Press, 2009) y A Ballad of Love and Glory (2022), Corrido de amor y gloria (2022) en español.
[3] A diferencia de muchos autores latinoamericanos, quienes viven en EE. UU. por decisión propia y cuyo trabajo se publica en EE. UU., unos cuantos, como Francisco Jiménez (Tlaquepaque, México, 1943 - ) o Reyna Grande (Iguala, México, 1975 - ) llegan al país de destino en su niñez o juventud debido a que su familia emigra por razones económicas. Estos últimos, a pesar de la marginación en la que vivieron durante su infancia, han logrado hacer una carrera literaria en el país de adopción y su trabajo ha sido traducido al español.
[4] La presente propuesta se centra mayormente en el análisis del texto escrito.
[5] Publicado por primera vez en 1994 como Callejón sucre y otros relatos.
[6] En la literatura latinoamericana, a lo largo del siglo XX, la vertiente de la temática de la casa llega a tomar un papel casi protagónico en la narrativa de autores como, Mario Vargas Llosa, Julio Cortázar, Alejo Carpentier, María Luisa Bombal, Isabel Allende y Laura Esquivel, entre otros. En la literatura chicana y latina, Sandra Cisneros y Esmeralda Santiago escriben en torno al hogar. También, leer estudios sobre la representación de la casa y su simbología, como “Imaginarios de la casa en la literatura latinoamericana contemporánea” de Gallegos Cuiñas (2018), y en la escuela anglosajona, The House of Fiction as the House of Life: Representations of the House from Richardson to Woolf (2012), recopilación de Francesca Saggini y Anna Enricheta Soccio.
[7] La familia transnacional vive separada, pero mantiene un sentido de unidad y bienestar entre sus miembros, aún con la distancia que los separa (Bryceson y Vuorela, 2002, p. 3).
[8] Para un análisis de las olas migratorias, ver Massey et al. (2009).
[9] A Dream Called Home, primero publicado en inglés (2018).
[10] Aquí con el vocablo “nómada”, me refiero a un individuo sin casa, sin hogar, que, por razones de migración, de marginalidad y exclusión, se encuentra en movilidad constante, tanto durante el trayecto como en el lugar de destino. Al contrario, Rosi Braidotti (1994) llama “nómada” a aquellos que llevan una subversión de pensamiento y convenciones sociales (p. 5) y no necesariamente al que viaja y menos por necesidad económica.
[11] Fernando Aínsa (2010) hace referencia a la “geografía alternativa de la pertenencia” en relación con las lealtades múltiples, lo que va en contra de las afiliaciones nacionales en la literatura.
[12] El término “hogar”, no se usa de forma cotidiana en el español por llevar una fuerte carga afectiva semántica (Pinilla, 2005, pp. 15-16). Sin embargo, en la traducción al español de los textos examinados, “hogar” es el término más usado a lo largo de las obras. A menos que sean citas directas de los textos, en este trabajo usaremos los términos casa y hogar de manera intercambiable.
[13] La poétique de l’espace, traducido de su octava edición al castellano por el Fondo de Cultura Económica de México, 1965.
[14] Como lo haría Norma Cantú en Canícula Snapshotsof a Girlhood in la frontera (1995), Reyna Grande combina el texto escrito con el visual al exponer fotografías familiares y espacios tanto en México como en EE. UU.
[15] El territorio es el espacio material, físico, psicológico, simbólico; el espacio que le garantiza a las especies su supervivencia (Reyes, 2011).
[16] Véase entre otros: “Paso del Norte” en El llano en llamas (1953) de Juan Rulfo; Murieron a mitad del río (1948) de Luis Spota; Al filo del agua (1947) de Agustín Yáñez; la película Espaldas mojadas (1955) y el documental Los que se quedan (2008) de Carlos Hagerman y Juan Carlos Rulfo.
[17] Ritual de la cultura cholulteca y de otros grupos hispánicos de México. Esta práctica, que se va perdiendo, tiene como objetivo que el recién nacido se arraigue a su pueblo y a sus ancestros.
[18] Traducida al español como A través de cien montañas (2007).
[19] Autora mexicana que reside en EE. UU. considerablemente conocida por su novela Santitos (1999).
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