María José Rodilla León. De belleza y misoginia: Los afeites en las literaturas medieval, áurea y virreinal. Madrid/Frankfurt am Main: Iberoamericana/ Vervuert/ Universidad Autonóma Metropolitana-Iztapalapa, 2021, 358 páginas

Reseñas

María José Rodilla León. De belleza y misoginia: Los afeites en las literaturas medieval, áurea y virreinal. Madrid/Frankfurt am Main: Iberoamericana/ Vervuert/ Universidad Autonóma Metropolitana-Iztapalapa, 2021, 358 páginas

Jorge Chen Sham
Universidad de Costa Rica, San José, Costa Rica

María José Rodilla León. De belleza y misoginia: Los afeites en las literaturas medieval, áurea y virreinal. Madrid/Frankfurt am Main: Iberoamericana/ Vervuert/ Universidad Autonóma Metropolitana-Iztapalapa, 2021, 358 páginas

Revista de Filología y Lingüística de la Universidad de Costa Rica, vol. 49, núm. 2, e55557, 2023

Universidad de Costa Rica

Rodilla León María José. De belleza y misoginia: Los afeites en las literaturas medieval, áurea y virreinal. 2021. Madrid/Frankfurt am Main. Iberoamericana/ Vervuert/ Universidad Autonóma Metropolitana-Iztapalapa. 358pp.

En primer lugar, me llama la atención la pertinencia nocional con la que María José Rodilla León subtitula su libro, porque “los afeites”, en plural, encerraban para la mentalidad antes del Antiguo Régimen, la cuestión de la cosmetología, la apariencia y el cuidado de sí mismo. En la brevísima “Introducción” (pp. 11-13), enuncia una serie de acciones relacionadas con la belleza, la salud y la apariencia del cuerpo humano, como pueden ser los siguientes verbos: “Afeitarse, acicalarse, aliñarse, adobarse o usar cosméticos” (p. 11). El punto de mira y del control corporal siempre fue la mujer en sus movimientos públicos y colectivos, frente a la casa que resguardaba todas las miradas, indiscretas, “indecentes” o impúdicas, para que Rodilla León haga un recorrido por la literatura sapiencial, moral y satírica, las comedias y otro tipo de literatura no ficcional y sea la mujer objeto del control y del escarnio, es decir, sancionada y estigmatizada por sus afeites, vestimenta, galas y adornos, además del cabello y el rostro (p. 12). Se trata, por más signos, de ese “temor masculino ante la belleza femenina” (p. 12), justificado hasta por razones médicas y teológicas y que conduce a esas metáforas y valorizaciones que la lírica popular, el saber paremiológico entre otros, hacen circular.

El capítulo 1, “Los afeites, la Biblia, la patrística y los moralistas” (pp. 15-57), parte de esa acepción de afeite, que proporciona Sebastián de Covarrubias en su Tesoro de la lengua castellana o española, en donde insiste con los sustantivos “aderezo y sobrepuesto” en el arreglo y la apariencia, eso sí, enfocados hacia el género femenino, porque las mujeres son las que “pretenden” (y ese verbo es clave) en su simulación y ostentación, esconder, engañar, seducir. Verdadero artificio y, por lo tanto, máscara, en el discurso teológico y moral se alían la censura y la repulsa para que la estrategia de degradación y de encarecimiento implique tanto la “belleza” superficial y la misoginia, como la representación cultural de la mujer en cuanto “objeto” y “sujeto” de extravíos y pasiones. De sus modelos y del papel que tales ejercen sobre el desarrollo de un campo de acciones, la sátira de Juvenal o de Marcial fundará los tópicos de la apariencia, del embellecimiento engañoso y de lo artificioso de los afeites, que luego certificarán en la Patrística a la mujer alejada del camino de la perfección espiritual y entregada a su embellecimiento egoísta y perverso de unas viejas, casadas y adúlteras, de jóvenes licenciosas y zalameras. El asco que provoca tales actos conducirá a la primacía de “dos sentidos corporales: el de la vista y el del olfato” (p. 20) y provocan, como en efecto apunta Rodilla León con pertinencia, el miedo a mancharse o a contagiarse por los malos olores, que los emplastes y los afeites encubren, a causa de lo cual el hombre puede caer tanto en tentaciones como en perdiciones. Frente a esto, los tratados morales ponderan la moderación y la templanza, lo cual traza la significación teológica de su relación con los pecados capitales que hacen censurar las galas y los afeites; entre ellos están la soberbia, la vanidad, la envidia y la codicia, los cuales conducen a la consideración de los afeites como influencia del demonio a la hora de tentar y seducir (p. 53).

El capítulo 2, “Resplandores y sombras de los afeites: Ambigüedades literarias” (pp. 59-141), uno de los más extensos del libro, hace un repertorio por el conjunto de respuestas que la literatura proporciona a este debate sobre el carácter engañoso de los afeites y su condena. En la agenda ética y crítica de Rodilla León, que busca en términos foucaultianos establecer una arqueología del saber sobre los orígenes de una misoginia que ata culturalmente los afeites a las mujeres, la diatriba y la sátira que vehiculizan estas censuras remiten a la dicotomía belleza interior/exterior (p. 59), lo verdadero frente a lo efímero, porque la belleza natural contrasta con el adorno que encubre los malos olores o la prematura vejez, que el uso de lo postizo engaña como si fuera cosas de hechiceras o brujas (p. 66), remedios para teñir cabellos o tratar arrugas (p. 67), con lo cual Rodilla León se dirige hacia el prototipo que la Celestina establece en la figura de la hechicera y trotaconventos (p. 69), mientras otras obras como los cuentecillos y los proverbios perfilan un “didactismo misógino” (p. 71), que los sueños satíricos ponderan en esa valoración del infierno y el purgatorio (p. 75). Mención aparte merecen los poetas del siglo XV, los cuales ponen en escena y se adhieren a la querella a favor (los menos) y en contra de las mujeres (los más); se trata de poemas que sobresalen por ser diatribas en contra de la vanidad y los engaños de mujeres (p. 79). Por otra parte, en ese tránsito del Renacimiento hacia el Barroco, pasaremos de la “hermosura” y “gentileza” de la mujer hacia el canon de belleza “como un reflejo de lo divino, porque la fealdad se asociaba al vicio y la inferioridad social” (p. 85). En Cervantes se promueve la virtud de lo natural en los retratos femeninos del Quijote, mientras que, para Rodilla León, Quevedo es “un gran maestro en disfrazar el cuerpo de las mujeres” (p. 95), de apreciarlo/ depreciarlo, por ejemplo, en esas metáforas de preciosismo culterano, de ocultación/ mostración engañosa que calan en la comedia áurea, como se desprende del rápido escrutinio por obras de Lope de Vega o de Calderón, entre otros. En ese sentido, el excurso por los escenarios virreinales demuestra, en Sor Juana, en Ruiz de Alarcón o en Rosas de Oquendo, el conocimiento y el desarrollo de esta tradición sobre afeites y adornos a la hora de ponderar/depreciar a la mujer.

El capítulo 3, “Las metáforas del afeite o el afeite como metáfora” (pp. 143-161), breve por la significación que posee, realiza un recorrido que cuestiona y apunta hacia el artificio del lenguaje, la ilusión y el engaño, que se instaura en las palabras en tanto “dispositio” y “actio” de una belleza simulada y mentirosa. La principal metáfora que Rodilla León encuentra, con acierto, es la del “artificio”, puesto que las palabras endulcoran, adulteran, esconden “con colores retóricos” (p. 143) la verdadera esencia de las cosas y del cuerpo. Ligada así a lo engañoso y apariencial, Rodilla León pasa revista, prolijamente, a esa relación entre los afeites y la mujer hermosa, con el fin de observar tanto metáforas animales como vegetales que se despliegan en su ostentación/apreciación; este capítulo es apenas un esbozo y extraño un desarrollo más extendido en el que entrara toda esa imaginería del mundo floral y de las piedras preciosas que nuestra tradición petrarquista consagró, pero que hubiera podido revisarse nuevamente.

El capítulo 4, “Retratos, usos y costumbres de afeites, perfumes y otros accesorios” (pp. 163-253) es, sin dudas, el más interesante del libro. Los ámbitos de la cultura y el saber que genera el recorrido por el cuerpo femenino permiten valorar los condicionamientos sobre la mujer, al tiempo que la definición sociocultural de su cuerpo atraerá la atención de rituales corporales. Así, el funcionamiento de los espacios y de la casa, el refinamiento y el embellecimiento en fiestas, en iglesias y en palacios, derivan en una promoción del decir, pensar y hacer sobre los afeites. Comienza este recorrido por los cabellos, de “tocados postizos” (p. 164), capuchas y sombreros con los que se cubrían la cabeza las mujeres, mientras los “tocados”, encajes y cintas engalanan las cabelleras, para pasar después al rostro, con esa comparación con la “blancura del alabastro” (p. 179) y el “carmín de mejillas y labios” (p. 183) y los ojos “alcoholados” (p. 184). Puntualmente, Rodilla León llama no solo la atención sobre esa costumbre de “comer barro o yeso perfumado con ámbar” (p. 189), cuyo efecto cosmetológico era la piel lívida, sino también sobre las caras tapadas. Merecen la atención otras partes del cuerpo, las manos son instrumento de seducción (p. 203), mientras los pies ocupan el centro de ese fetichismo que busca guardarlos de los ojos curiosos, razón por la cual hay que engalanar su calzado. Terminamos este recorrido con los perfumes y otros accesorios, cuyo arte y técnica luego se resguarda para el tocador y su acicalamiento. En esta tipología de los usos y afeites, Rodilla León termina planteando que la vanidad en el terreno de los varones afeminados (p. 221), comportamientos y conductas que son reprehendidas y sancionadas con el apodo de “lindos” (p. 224), gastando su tiempo y sus esfuerzos como las damas, en un embellecimiento excesivo en du tiempo dedicado a los afeites.

El capítulo 5, “Los afeites y los oficios” (pp. 255-278), conduce al terreno de la semántica del trabajo que origina funciones y oficios en torno a su técnica. Funciona como una verdadera introducción al ámbito de las relaciones socio-económicas que genera la belleza y pone a dialogar los capítulos anteriores del libro y los explica dentro de esas respuestas materiales que la “agencia” de sus actividades desencadena, cuando hay conciencia de las respuestas sociales en su producción, manufactura y comercio. El papel de la “tercera” y buhonera sobresale aquí (p. 257) para que esta sea una labor de viejas, con su conocimiento y saber para tratar plantas y seres humanos (p. 256), de modo que las artes de la cosmetología se emparentan a la actividad de hechiceras y cortesanas y conducen a caricaturizaciones extremas como la mujer anciana y con bello (barbuda) de la que tanto se burlan autores como Cervantes (p. 262). Tales referencias podrían incorporarse dentro de una ginocrítica que cuestione el “signo” mujer, porque la trotaconventos y las cortesanas son objeto de burla en este discurso patriarcal, a la par que aparecen boticarios, perfumistas y otros oficios consagrados a engañar y aprovecharse vía el comercio de la vanidad femenina.

El capítulo 6, “Tesoros de sabiduría y práctica femeniles” (pp. 279-308), se decanta por abordar lo que los tratados sobre la belleza y el cuidado corporal reivindican a la hora de interpelar, problematizar y construir una experiencia resumida en recetas y consejos. A esto alude el concepto del manual o del recetario, que los tratados esgrimen pues el lector debe poner atención en consejos prácticos de salud, bienestar y aseo también; sus fórmulas explícitas se dirigen hacia el arreglo y la compostura de cabellos, remedios de amor, otros cosméticos para la piel, entre otros. Llama poderosamente la atención los escritos de la monja Hildegarda de Bingen, en donde las enfermedades han de tratarse como un paso previo a la salud espiritual (p. 284). La nómina de Rodilla León se alimenta de otros tratados para el “cuidado y bienestar del cuerpo” (p. 285), cuya base de herbolaria y de animales son muy propios de ese mundo medieval en encrucijada de culturas y de mentalidades, porque Rodilla León repasa otros como El libro de amor de mujeres, manuscrito hebreo del siglo XIII (p. 285) y los de Aldebrandín de Siena El régimen del cuerpo, (pp. 287-288) y Bernardo de Gordonio, Lilio de Medicina (pp. 289-290). Rodilla León también se nutre de otros tratados que ha encontrado en forma manuscrita y que deberían salir a la luz pública algún día; dos me parecen bien interesantes: Libro de receptas de pivetes, pastilhas e uvas perfumadas y conservas del siglo XVI y Recetas experimentadas para diversas cosas del siglo XVII, en donde el carácter misceláneo se logra en esta mezcla de cocina, salud, remedios y emplastes. Un último apartado lo consagra Rodilla León al carácter mágico y supersticioso de la cosmética (p. 297), por cuanto la religión y el tiempo agorero de lo fatal se codean con la herbolaria, la alquimia y las propiedades de los animales.

Echo de menos unas conclusiones a un libro rico, bien argumentado y entretenido, variado, descriptivo y analítico a la vez y que aporta suficientes y riquísimos elementos a la práctica de los “afeites” hasta finales del siglo XVII. Cierra el volumen una extensa y amplia bibliografía, además de dos apéndices. El primero es un “Glosario de afeites y otros adornos relacionados con ellos” (pp. 327-345); el segundo reproduce un recetario del manuscrito Libro en que se allarán diversas memorias ansí para adobar guantes como para azer muchas y diferentes ollores (pp. 347-358).

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