Literatura
Desplazamientos y derivas del narcotráfico en Toda la ceguera del mundo: Néstor Ponce y la criminalidad
The Drift in Drug-Trafficking Displacements in Néstor Ponce’s Toda la ceguera del mundo
Desplazamientos y derivas del narcotráfico en Toda la ceguera del mundo: Néstor Ponce y la criminalidad
Revista de Filología y Lingüística de la Universidad de Costa Rica, vol. 50, Esp., e63025, 2024
Universidad de Costa Rica
Recepción: 21 Febrero 2024
Aprobación: 29 Septiembre 2024
Resumen: Con la inclusión del narcotráfico, sus redes de control y el tráfico del mercado de la droga, la novela Toda la ceguera del mundo (2014), del argentino Néstor Ponce, se posiciona y se configura en una de las vertientes más productivas de la novela policiaca actual. El ajuste de cuentas y la violencia en el control de los territorios y su distribución son paralelos a la espiral de crímenes y mutilación de cadáveres en cadena. Este es el motor que desencadena la investigación por parte del inspector Barrionuevo y del periodista Rébora, en una novela en la que el telón de fondo es la crisis argentina del “Corralito” a principios del nuevo milenio. Las nuevas rutas y la expansión de los mercados de la droga conllevan el crecimiento exponencial de los negocios y de los circuitos de la droga. Por lo tanto, la deriva de los desplazamientos, que la impunidad, la corrupción y la voraz venganza de las bandas delictivas producen, hacen que los desastres humanos también generen catástrofes que gangrenan y descomponen las sociedades.
Palabras clave: Néstor Ponce, novela policial, narcotráfico, violencia y mutilación de cuerpos, literatura argentina.
Abstract: The inclusion within Néstor Ponce’s Toda la ceguera del mundo (2014) of drug trafficking and its associated chains of command and narcotics trading identifies the work clearly as a narconovela, one of the most popular contemporary noir sub-genres in Latin America. Within the fiction, as crimes and post-mortem mutilations spiral out of control, so, too, do the violent turf wars and reckonings. With Argentina’s early twentieth-century financial crash—the so-called “Corralito”—as the backdrop, Inspector Barrionuevo and his journalist sidekick Rébora must carry out their investigation. New drug trafficking routes, and the expansion of narcotics markets, lead to a parallel growth in drug-related businesses and distribution networks—what I will call a drift in displacements. This drift in drug-related displacements—characterized by impunity, corruption, and vicious revenge—cause immeasurable human disasters that in turn prompt the social tissue to rot and decay.
Keywords: Néstor Ponce, noirfiction, drug trafficking, violence and bodily mutilation, Argentinian literature.
Los tentáculos del narcotráfico y la criminalidad organizada han dejado de tener desde el último tercio del siglo XX un carácter local y de expresión de unas redes mafiosas de raíces nacionales o familiares, para expresarse y corrugar intereses entre clanes y circuitos mundiales. Es más, la misma palabra “narcotráfico” subraya ya el intercambio y los desplazamientos que tales productos prohibidos y criminalizados han experimentado. De este modo, la economía sumergida y los negocios afines que generan, por ejemplo, la prostitución y las armas, el lavado de dinero y su blanqueamiento en los mercados financieros, la violencia y la guerra entre grupos delictivos, la lucha y la filtración del crimen organizado en las estructuras de gobierno, todas estas causas están en aumento y generan esa asociación entre drogas y delitos (Adriaensen, 2016, p. 10) que tanto permean la opinión pública, los noticiarios y los reportajes actualmente.
A la luz de lo anterior, ya no deben ser analizadas más como un epifenómeno de América Latina en tanto producción de una “cultura mafiosa” (Jácome, 2016, p. 27) que estereotipa nuestra región y habla de la pobreza y desigualdad endémicas, sino que sus redes rebasan cualquier marca particular para fracturar y poner, sobre el tapete mundial, las telarañas de la corrupción política, la criminalidad internacional y la colaboración entre grupos delictivos (Kunz, 2016, p. 53). Sin embargo, en este trabajo no se tratan de analizar ni las consecuencias sociales e históricas del narcotráfico por sí mismas ni de abordar su desarrollo temático o sociológico en obras de ficción, aunque repercuten en el imaginario cultural que se despliega en la producción más mediática de series televisivas o de carácter documental, y ahora también en la producción cultural, tales como el cine y la novela policiaca (Schlenker, 2024). En el libro que coeditan Brigitte Andriaensen y Marco Kunz se abordan esos casos señeros de México y Colombia, para que, de los círculos de la violencia organizada, crimen y narcotráfico, pasemos a un subproducto o subgénero literario, la “narconarrativa”, que muestra, como indica Andriaensen (2016), la “popularidad de las narcoficciones y su impacto cultural” (p. 11), haciéndonos descubrir el circuito transnacional del “cultivo, la producción, el transporte y la venta de la droga en todas las partes del mundo” (pp. 10-11).
Queda claro que los desplazamientos a los que obliga y sostiene el tráfico de la droga funcionan en lo glocal (de lo local a lo globalizado del mundo) para dejar de ser una mercancía del Sur hacia el Norte pudiente y consumidor. Por un lado, las intrincadas marañas y conexiones desbordan ese modelo de países productores y de países consumidores, para que la comprensión rebase cualquier esquematismo y cualquier banalización “que nos roba la capacidad de estremecernos y rebelarnos” (Martín-Barbero, 2001, p. 41).1 Por otro lado, el simple consumo de estos productos culturales tales como series, telenovelas y novelas sobre el narco, que satisfacen el morbo y el entrenamiento masivo; es decir, de un “producto cultural” consumido como necesidad propia que el mercado crea e impulsa, podría atenuar tanto las tensiones y los conflictos como invisibilizar las tensiones y las contradicciones que están en el origen de estos flujos y tráficos de droga: hacer aceptable y parte de la percepción cotidiana este mundo del narco.2 Es al mismo tiempo, un riesgo y un reto, pues el hecho de des-cubrir cómo se manejan y funcionan las redes del narcotráfico funcionaría del mismo modo que las pandillas y los gánsters en el cine de los 20 y 30, cuando la modernidad cultural intentaba captar y representar en la experiencia citadina de la multitud, de la década de los 20 del siglo XX.
Así, lo moderno y el progreso del cine y el montaje fotográfico apuntaban hacia el deterioro y la alienación del capitalismo de la metrópolis burguesa y capitalista, pero usaban las técnicas venidas de dos invenciones del mismo capitalismo. Develar la experiencia del poder, de la opulencia y del boato del narco puede traer el efecto contrario esperado, cuando surge el protagonismo y la realización heroica como la que cantan y emulan los narcocorridos o proponen las series televisivas, que terminan por imponer “estereotipos y mitologías del narcomundo” (Dhondt, 2016, p. 203), que contrasta fuertemente con esa infiltración del narcotráfico en los circuitos económicos y políticos, convirtiendo a las personas en mercancías y en mulas dentro de una dialéctica del amo y del esclavo, de una servidumbre ante “el auge del narcotráfico como un poder omnipresente” (Trujillo Muñoz, 2005, p. 36) y yo agregaría también, omnímodo y sangriento, que no perdona nunca ni le tiembla la mano.
Ahora bien, en su onda expansiva, sobre todo a lo largo del último tercio del siglo XX y en su etapa internacional de sus negocios y sus redes de influencia, la lógica mercantil de exportación y sus necesidades de abrir tanto mercados como acumular dinero e influencia han hecho que el narcotráfico sea de las actividades de una voracidad tal y un crecimiento sorprendente para este nuevo milenio. Los cárteles se expanden y crecen exponencialmente y esto solamente es posible en la deriva de los desplazamientos, que las drogas y sus derivados, los flujos de dinero y de los procesos de blanqueamiento y de su entrada a la economía legalizada permiten, amén de todo el proceso que la circulación de la droga genera desde el campo de cultivo, su transformación en materia prima, su traslado a bodegas y a países puentes, su paso por muelles y aeropuertos clandestinos u oficiales, su arribo a los países consumidores, su puesta en circulación, y un largo etcétera, para comenzar su camino de retorno o de ingreso a la economía mundial y en sus cuentas bancarias de paraísos, con lo cual se ponderan nuevos flujos e intercambios. La droga viaja y hace viajar para que sus tentáculos y sus proyecciones no se esclarezcan del todo ni sean perceptibles las ruedas escondidas de sus procesos.
A la luz de lo anterior, la circulación de los mercados del narcotráfico y de sus redes obligan a desplazamientos que no solo permean el mercado local de su producción, sino también el del consumo-exportación de las drogas, para que las consecuencias del lavado del dinero y de las organizaciones delictivas se hayan extendido por el orden global. La novela policiaca da cuenta de que los contextos socio-económicos arrastran, más allá de la política y la vida orgánica, unas transformaciones en las que el detective o el policía se enfrenta a un proceso que modifica las fronteras mundiales, arrastra la transterritorialidad de lo que se limitaba a lo local o regional; hace viral los crímenes y las exacciones de los ajustes de cuenta. Así, una de las preguntas que se hacen María Teresa Johansson y Constanza Vergara (2024) en su artículo sobre la narrativa de viajes sirve de hipótesis de trabajo para este artículo: “¿es posible interpretar a partir de los itinerarios y las motivaciones del viaje [de la droga] formas específicas de la experiencia y la escritura?” (p. 98).3 Sobre todo, porque a raíz de la circulación de la droga para llegar a su destino final hacia los países consumidores, quien viaja literalmente es ella y arrastra a las personas que la trasiegan y la conducen en sus avatares en una suerte de personificación perversa.
Es decir, esta mercancía cobra tal preeminencia que desplaza y subordina a las personas que la trafican. Ella se vuelve metonimia de un proceso que se incardina en este tipo de novela policiaca, para que propongamos una segunda pregunta de hipótesis, que retomamos también de las dos autoras citadas anteriormente: “¿cómo interpretar en esta escritura los imperativos epocales de análisis y transformación social” (Johansson y Vergara, 2024, p. 98). La experiencia espacial de las rutas de la droga se transforma tanto en el movimiento espacial que debe realizar el detective cruzando sus territorios, como en el movimiento cognoscitivo y de análisis de las pruebas que le demanda su pesquisa.
Por lo tanto, el detective debe alejarse de la linealidad temporal (el presente) y la centralidad espacial (el caso suyo), con el fin de explorar unos desplazamientos (Pastor, 2023, p. 36) que subrayan la movilidad hacia lo que Belén Gache denominó la superación de lo lineal: “podemos rastrear un modelo nómade que deconstruye la idea de una trama única, dando lugar a perspectivas múltiples” (Gache, 2006, p. 78), para que el narcotráfico se torne el cruce de una trama compleja y sus explicaciones sean multifactoriales. En forma tajante, Javier Urbano Reyes (2021) se pronuncia en diferenciar la distribución y el mercado de las drogas en los que el narcotráfico se vuelve crimen organizado “transnacional” y penetran en el Estado y en sus instituciones (p. 207), y el problema de salud que el consumo de las drogas genera en tanto adicción y dependencia para las “localidades depauperadas” (Urbano Reyes, 2021, p. 208). Su penetración se da en diferentes niveles.
Lo anterior, sirve de introducción a esa narración del narcotráfico que encontrará su lugar y emplazamiento dentro de la novela policiaca actual, en donde prima y se privilegia el proceso de investigación por parte de un periodista, un detective o un investigador, cuyo marco de representación / narración será “la pulsión de verdad, de sed y búsqueda de conocimiento, de ordenamiento ficcional de un mundo real caótico [y conflictivo]” (Aparicio Nevado, 2016, p. 9), de lo que resultará, de rebote, su significación e importancia para la literatura latinoamericana, siempre crítica y cuestionadora de las estructuras sociales, porque busca formas de expresión para captar una realidad siempre compleja y conflictiva. Y recordemos que, por excelencia desde los orígenes del género policiaco, los desplazamientos están al orden del día para un detective que debe cruzar clases sociales y desplazarse por el espacio citadino, por casas y lugares, descubriendo pistas y descartando a culpables.
Asimismo, el proceso mental del detective es concomitante al propio movimiento espacial por la ciudad y, en ese sentido, la narrativa policiaca “es un texto sembrado de piezas de convicción, de pistas que establecen una sutil competencia en la carrera para llegar a la verdad” (Ponce, 2013, p. 31). De esta manera, la narrativa policial ofrece el arranque textual de que tanto el movimiento como el desplazamiento provocan, caracterizando el periplo del detective o el investigador que, luego, debe ser no solo vehiculizado, sino también topicalizado como motor epistemológico de una búsqueda de conocimiento que podría o no llevar a la resolución del caso, porque esos procesos pueden diferirse o cuestionarse (Janerka, 2010, p. 35) y detenerse en metareflexiones metafísicas y de orden filosófico-ético (Guijarro Lasheras, 2016, p. 93).
Ensanchar las fronteras de la narrativa policial con el narcotráfico parece obvio en un género, cuyo gusto por el crimen y las muertes siguen intactos en sus códigos genéticos; sus negocios despiertan y encarnizan las formas más extremas de violencia y de cosificación del individuo, de ahí la “atracción fatal” que ejerce sobre el detective o el investigador que debe dilucidar sus marañas y tentáculos en esos círculos infernales de la violencia y de muertes en espiral. Esto es posible por la naturaleza proteica del género policiaco, que sabe adaptarse y adoptar motivos, esquemas y formas estilísticas tan diversos en su evolución durante el siglo XX, a causa de lo cual, gracias a su heterogeneidad y poliformismo se va modelando constantemente, tal y como encuentra Sheila Pastor (2023) también en el relato de viajes, cuando ya no es la sed de aventura lo que domina, “debido a las transformaciones que en las últimas décadas se aprecia en los modelos de movilidad, entre las que cabe citar el aumento de la comodidad de los transportes, su rapidez o su relativa asequibilidad” (p. 15).
Curioso, si cambiamos en las palabras de Sheila Pastor (2023) el objeto del discurso por “la droga”, perfectamente encajan sus palabras para describir el fenómeno actual de una mayor “masificación”4 de las drogas lícitas o ilícitas (es bueno indicarlo ahora), para que el acceso a la droga, su abaratamiento en los mercados de consumidores y expendedores sean una marca de lo accesible y asequible que es, siempre guardando las distancias ante lo que es prohibido y legal, mientras sus medios y formas de transporte y mercantilización se diversifican y se camuflan camaleónicamente para no ser detectados. Pero lo que sí es una constatación en los fenómenos textuales que analiza Pastor son la movilidad y el movimiento en el que el relato de viajes se inscribe actualmente, para que su dispersión y sus desplazamientos sean las marcas más conspicuas de su dinamismo discursivo (p. 18). Lo mismo sucede con la novela policiaca que aborda el narcotráfico en sus derivas; es decir, en sus oscilaciones y movimientos, se interesa y se obsesiona por la droga y sus redes, el mundo que rodea a los cárteles y sus modos de vida de opulencia y de ajusticiamiento.
El novelista argentino Néstor Ponce (1955), profesor de literatura en la Université de Rennes II (Francia), poeta cáustico y escritor, además de gran conocedor del género policial, publica en 2014 su novela Toda la ceguera del mundo. Esta novela fue finalista del certamen Medellín Negro 2013, un festival y coloquio dedicado a este género en nuestra región latinoamericana, el cual viene funcionando en la ciudad colombiana. La portada de la novela no deja indiferente a ningún lector, cuando el planeta tierra se transforma en un puerquito (un cochinillo) en el que se aprecia claramente el continente americano. Al puerquito le han disparado, pues desde un ángulo superior una mano detiene un revólver. El puerquito tiene una herida de bala y, en lugar de desangrarse, un hilo de cocaína va cayendo desde Norteamérica. Un crimen se ha cometido por un lado y, por el otro, el orbe se ha transformado en un puerquito-alcancía,5 del que ya no corre sangre, sino cocaína.
Se trata de una portada fuerte y que desmonta, desde un punto de vista del cinismo cáustico de Ponce, el locus horrendus6 en que el mundo se ha convertido con el narcotráfico, porque sus redes y marañas la configuran en víctima y chivo expiatorio al mismo tiempo. Con esa interpretación de la portada, la novela de Ponce apunta hacia el narcotráfico, el dinero y la codicia de un “orbe-alcancía” que se desangra y emana, ya no ríos de agua viva,7 sino de muerte y destrucción. De esta manera, el terror y el caos se apoderan de este lugar paratextual, como escena que inaugura la novela policiaca en Néstor Ponce. En las páginas que vienen destacaremos tres momentos de ella, sin los cuales no puede entenderse la significación de este descenso al mundo del narcotráfico por parte de Ponce y la serie dedicada a su ciudad natal, La Plata y, a su detective estrella, el inspector Barrionuevo.
1. La escena del crimen y la “cocina” de la droga
El crimen desencadena y es el motor de cualquier trama que se adhiere a los postulados del género policiaco. Aparece en Toda la ceguera del mundo, en el Capítulo II, y va de la mano de la pesquisa en la actividad tanto del inspector Barrionuevo de la Policía Científica, como del periodista Juan Carlos Rébora. Así, detective y periodista representan los dos ámbitos de las posibilidades de la investigación, para que no solo las primeras palabras de Rébora proporcionen una clave, sino que se presente el motor del proceso de investigación en los verbos “preguntar → “descubrir”, mientras aparecen los dos personajes que impulsarán la trama policiaca:
Rébora había visto a Barrionuevo y lo interpeló:
‒‒¿Alguna reacción, inspector? ¿Estamos ante un nuevo arreglo de cuentas entre narcos?
‒‒Todavía no he tomado conocimiento directo del caso. Ninguna declaración por el momento ‒‒cortó, tajante, el policía. (Ponce, 2014, p. 26)
La intuición de Rébora lo único que hace es anticipar la resolución o el esclarecimiento del caso; pero para ello falta especificar y dilucidar, como en toda novela de este tipo, la identidad de los culpables, sus causas y móviles. Los policías y Rébora encuentran un escenario macabro y espeluznante. Y lo es por la analogía y la contigüidad de lo que se descubre en la “escena del crimen”, cuyo centro es el patio trasero de la casa:
el quincho, como miles de otros en la ciudad. Una enorme parrilla de ladrillos refractarios relucía en un ángulo. Una larga mesa, con bancos de madera, ocupaba el centro de la escena. Unos estantes, contra la pared, con platos, vasos, cubiertos, botellas de vino y chimichurri casero.
‒‒Es por aquí ‒‒informó el comisario.
En un recodo, con las paredes recubiertas de madera terciada, que querían simular los tablones de una cabaña de la cordillera, había cuarenta dedos humanos, perfectamente seccionados, clavados en cruz. Veinte cruces.
….
El médico forense masculló una sonrisa. … Barrionuevo esperó el primer informe oral.
‒‒Cuatro pares de manos con los dedos prolijamente amputados. No falta ni una falange. Se puede suponer que los dueños ya estaban muertos, por la limpidez del corte, ninguna marca de resistencia. Se tomaron todo el tiempo para que el trabajo fuera ejecutado con precisión.… Los dedos fueron clavados en cruz, a la altura de la falange proximal, o primera falange, si prefiere, es decir, la más cercana a la palma de la mano ‒‒aclaró.
Respetando las marcas de tiza que habían trazado groseramente en el piso de ladrillo, Barrionuevo bajó los lentes sobre el tabique nasal para observar de cerca los trozos de carne en brochette. Sintió el aliento a tabaco del forense por sobre su hombro.
‒‒Cuarenta dedos, en cruz, con su par. ĺndice con índice, mayor con mayor, anular con anular. A ojo de buen cubero, ningún par de dedos con el mismo propietario. El pulgar de la víctima A con el pulgar de la víctima B, el meñique del occiso C con el meñique del occiso D. No hay mayor simetría en la distribución de la pared.… De los cuerpos, ni rastros en la morada, Lógicamente, las amputaciones fueron ejecutadas en otro sitio y luego se trasladaron aquí las extremidades en envase o recipiente. (Ponce, 2014, pp. 27-28)
La cita es muy larga pero no he podido cortarla por varios motivos. No se trata solamente de la primera inspección de la Policía Judicial, en donde las observaciones del médico forense corresponden al acercamiento inicial. Su informe pericial es lo que sirve de base para comprender la escena y también para reunir la información que posee el detective Barrionuevo, porque la perspectiva de las impresiones que la instancia narrativa reproduce, son propiamente las del movimiento de Barrionuevo por este escenario. Llama la atención, desde el punto de la configuración de los espacios; que se refiere al “quincho” como ese espacio que poseen muchas casas argentinas con patio trasero, tratándose del lugar de convivio y de sociabilidad en donde se prepara “el asado”, ese punto de encuentro y alimentación por excelencia en la identidad nacional. El “quincho” destaca con su parrilla y su mesa preparada y un detalle no se le escapa al ojo avizor de Barrionuevo, pues indica que hay un “chimichurri casero”. El asado y la mesa fueron abandonados in extremis, porque todo estaba listo para el convite y el festín; sin embargo, algo ahuyenta y hace escapar a los tempraneros comensales.
Además, el “quincho” posee unas paredes que enmarcan este lugar de ocio y de convivio, y he aquí lo que salta a la vista de Barrionuevo: “había cuarenta dedos humanos, perfectamente seccionados, clavados en cruz” (Ponce, 2014, p. 27). Espeluznante y macabra escena; los dedos están “perfectamente seccionados” con precisión quirúrgica; se describen con un lenguaje preciso y propio del discurso forense, como ocurre también al final de la cita que reproducimos y que responde a lo que agrega con precisión el forense: “las amputaciones fueron ejecutadas en otro sitio”. El vínculo entre los “dedos”, la metonimia, y los “cuerpos”, el todo al que pertenecen, es lo que genera el suspense y la intriga por el caso por resolver. El desmembramiento de un cuerpo o de cuerpos oculta la identidad de la víctima, porque su mutilación es la consecuencia de la violencia de la tortura realizada previamente y la desaparición forzada de a quien le pertenecen esas partes cercenadas;8 de este modo, funcionarían en la incertidumbre del caso policial para que, en el camino, el forense hable de las “víctimas” de esos cuerpos violentados y torturados, luego desmembrados y desaparecidos, pues solamente aquí encontramos sus “dedos”. Al final, Barrionuevo describe la situación de la escena como “amputaciones” de personas que fueron “ejecutadas”.
Ahora bien, lo que más nos llama la atención es la transición del proceso mental que realiza Barrionuevo aquí: la parrilla y la mesa en donde se cocina la carne y se come, la pared en donde han sido colgados los dedos en forma de cruz, para llegar a realizar una inspección ocular y la instancia narrativa indica: “Barrionuevo bajó los lentes sobre el tabique nasal para observar de cerca los trozos de carne en brochette” (Ponce, 2014, p. 28). Por supuesto, su comentario se refiere a los dedos clavados, pero no deja de llamar la atención la forma en la que los describe en este momento: “trozos de carne en brochette”, utilizando un término de la cocina y de la gastronomía, en un contexto altamente significado, que ya había subrayado como la “escena del crimen”, el “quincho” como el lugar del asado y, ahora, escenario de una mutilación que se expone. En esa metáfora extendida de la sociedad, la asimilación entre muerte y sacrificio del cuerpo, ahora fracturado (Cros, 1983, p. 238), gracias a ese recordatorio / obsesión por la cruz, no es un hecho anodino ni puntual.
Tampoco escapa a la óptica de Dardo Scavino (2013), para quien esa afición y gusto por la carne en el ámbito argentino implica no olvidar “que los rituales gastronómicos comienzan bastante antes, en el momento de sacrificar y faenar los cuerpos de esos seres vivos” (p. 49) y nos recuerda que, en uno de esos textos fundadores de la literatura argentina como “El matadero” de Echevarría, el abastecimiento y el ayuno de carne, los carniceros y las víctimas de violencia y el sacrificio, están al orden del día, para hacerlos “un equivalente de la represión política y a los animales inmolados y ofrendados a alguna divinidad, en las víctimas, justamente, de algún régimen político” (Scavino, 2013, p. 52). En esa misma línea, Jorge Monteleone (2013) insiste en la fascinación de la cultura argentina por la violencia, la cual deriva de la preeminencia por la carne, de la consumación (sacrificio en el matadero) de la vaca y el consumo de la carne, para que las formas de matar y degollar al animal sean un “desplazamiento de sentido” (p. 74).
A la luz de lo anterior, las siguientes palabras, que corresponden a las observaciones de Barrionuevo, agregan más información sobre la forma de colocación de los dedos mutilados, para que un elemento no escape a su experticia policial, la colocación proporcional que confunde indistintamente: “A ojo de buen cubero, ningún par de dedos con el mismo propietario. El pulgar de la víctima” (Ponce, 2014, p. 28), como si fuera un juego que borra y confunde. Confundir con el orden y la proporción, le llama no solo la atención a su “ojo” de inspector para concluir lo siguiente: “No hay mayor simetría en la distribución de la pared” (Ponce, 2014, p. 28) , es decir, que se colocaron y dispusieron siguiendo un esquema perfecto, lo cual habla de la parsimonia, de la falta de escrúpulos de a quienes no les temblaron las manos ni para cortar los dedos ni para colocarlos en esa pared, con el fin de mostrar su acto de fuerza y de ajusticiamiento-recordatorio.
Angelilka Groß (2020) subraya, al respecto, que un acto de violencia muestra la fuerza y la superioridad de quien actúa de esa manera, esa sería su primera función y causa, con lo cual se interpreta como el ejercicio de una amenaza futura y en ciernes, “que asegura la sumisión permanente del otro” (p. 190) y el deber de servir y de callar como efecto futuro, y según lo indicó Rébora desde el principio, de “un nuevo arreglo de cuentas” del narco. A ello conduce el comentario que agrega el forense, con lo cual reconduce las observaciones de Barrionuevo, cuando explica el elemento de sucesión y de repetición que la acercan a otras escenas de crimen frente a la novedad que presenta esta última hallada y que es el motor de la investigación:
El detalle es la firma ‒‒agregó el doctor. El inspector no había dicho nada, pero fue algo que le llamó la atención en ese cuadro macabro‒‒. Es una bolsita típica de las que se emplean para la cocaína. Es a lo que se parece la sustancia que se distingue. Los análisis van a permitir comprobarlo. Digo firma porque la clavaron en el ángulo inferior derecho, como si fuera una firma en un cuadro, una advertencia. En las tres otras masacres los dedos estaban también en cruz, pero no había cocaína. Ni firma. (Ponce, 20l4, p. 28-29)
Así las cosas, para Barrionuevo se trata de un “cuadro macabro” compuesto de dedos en forma de cruz, que invita a tomar en cuenta el símbolo cristiano del sufrimiento y del dolor que implica la cruz en tanto tormento y sufrimiento de Jesús en el Gólgota, más esa firma (“una bolsita típica”) que señala al ejecutor y el móvil: la “cocaína”. Ahora bien, desde el punto de vista de la mirada, lo importante no es tanto este doble cuadro para el lector, la pared del “quincho” y el patio trasero convertida en un paisaje criminal, sino el mensaje que interpreta aquí Barrionuevo: piensa que es “una advertencia” y, en su mente que funciona a mil por hora, el ajuste de cuentas se verifica en la sucesión de dedos amputados encontrados anteriormente en otras escenas que todavía no han sido aclaradas.
La relación sinecdótica entre cocina y droga vuelve a repercutir en Toda la ceguera del mundo, cuando Barrionuevo le pregunta al comisario del barrio, uno de los primeros en llegar a la escena del crimen, lo siguiente:
‒‒¿Encontraron más droga en la casa?
‒‒Si había, se la llevaron. Lo que hay en cambio es una caja con bolsitas para raviolis y otra con envases de talco que pueden servir para cortar la coca.…
‒‒A ver. Muéstreme.
Volvieron a la casa. Una cinta obstruía la entrada a un cuarto revuelto.… Era una pieza de unos nueve metros cuadrado…. Los placares embutidos en los muros mostraban las puertas y los cajones abiertos. Reinaba un desorden que contrarrestaba con las otras dependencias: ropas, papeles, herramientas tiradas por el parquet. Sobre una mesa, todo lo necesario para fabricar una buena raviolada de cocaína. “Esto es una casa de seguridad”, pensó el inspector. (Ponce, 2014, p. 29)
Domina la confusión y la indistinción dentro de la casa. En primer lugar, el comisario de barrio destaca que encontró dos cajas, una con “bolsitas para raviolis” y otra “con envases de talcos”. Esta asociación no es inocente en el contexto argentino, ya que “raviolis” no se utiliza en su acepción culinaria, como veremos más adelante. Luego de que Barrionuevo junto con el comisario hacen una primera inspección del interior de la casa, encuentran todo revuelto y desordenado, como si hubieran revisado el lugar. Llama la atención una notación de la escena, los “placares embutidos en los muros”, otra alusión a la carne y al asado, que culmina con la conclusión a la que llega Barrionuevo, porque aquí la instancia narrativa describe su proceso mental cuando observa lo que encuentra en la mesa “todo lo necesario para fabricar una buena raviolada de cocaína” (Ponce, 2014, p. 29). Por lo tanto, no se cocina la droga aquí, se la corta, y el término “raviolada” caracteriza el resultado de lo que el narco realiza (“una casa de seguridad”), pues en el léxico del hampa, los “raviolis” ya no se refieren a la pasta de origen italiano más típica de la cocina argentina,9 sino a la forma y al envase de la droga ya lista para la venta, pues se envuelve así para el menudeo.10
Todo lo anterior desemboca en la reflexión final que Barrionuevo realiza y que “pone en el tapete”, expresión muy conveniente en español, pero podríamos incluir otra más pertinente aún con este artículo que aborda el tráfico y las redes del narcotráfico; es decir, Barrionuevo hace un mapa reconstruyendo los itinerarios y la circulación de la droga desde Colombia y Perú hacia los países intermediarios que conectan la cocaína hacia el sur, Paraguay y Bolivia. Argentina sería en tanto país de consumo y de puente de comunicación, el último eslabón y punto de esta ruta:
En los últimos meses, los narcos habían multiplicado el trabajo en la región. Desde el Paraguay o Bolivia bajaban cargamentos que venían también de más arriba, de Perú o de Colombia. Por cualquier medio. Habían descubierto bolsas de cocaína en las llantas de un camión proveniente de Formosa. Ravioles en cáscaras de huevo que habían abierto, pegado, empaquetado y que transportaba una furgoneta.… Esa droga, que venía de Bolivia y era controlada por los carteles colombianos, había transitado por un predio rural de Luján, en la provincia de Buenos Aires, donde terminaron de procesarla, e iba a salir, siguiendo una cadena sofisticada que no se había logrado definir, con rumbo a Lisboa. El cargamento fue valuado en veinte millones de euros. Entre los detenidos figuraba un mexicano al que Interpol vinculó en algún momento de su trayectoria, con el cartel de Medellín. (Ponce 2014, p. 30)
Tal y como vemos en las observaciones de Barrionuevo, el recorrido de la droga desde los países productores hacia el país que sirve de puerto es Argentina, la acción de este proceso del narcotráfico es bajar la droga ya cocinada, camuflada en las formas más diversas y en diferentes formas de transporte. Los aciertos de Barrionuevo no terminan ahí, porque todo dispara su interés hacia la internalización de los cárteles (preferimos este término al utilizado por Néstor Ponce en esta novela), de modo que ya no sea la expresión de una sola nacionalidad y se produzca el verdadero interés de la pesquisa en la novela, porque en esta intermediación y a la vez colaboración de mexicanos con el cártel de Medellín y su presencia en tierras argentinas es lo que verdaderamente interesa para el caso en ciernes.
Además, desde el punto de la deriva de la droga y sus desplazamientos por tierras argentinas, Barrionuevo olvida mencionar lo que verdaderamente le interesa de toda esta operación y los recientes ajusticiamientos en su ciudad: ¿por dónde sale la droga hacia los mercados del Norte consumidor, transformando su ciudad en el puerto de embarco? La deriva de la ruta de la droga tendrá que ver mucho con lo que Miriam del Pino (2014) ya observó en la novela policial argentina contemporánea, su voraz evolución, su deglución de formas y estilos, su deriva, que ella plantea en términos de un “desparramiento” (p. 18) que habla de cruces, rupturas y difracciones, de caos y de bifurcaciones, tales como las que produce el narcotráfico en la estabilidad y la crisis de los mapas humanos y de los países en este momento11 de su “desparramiento” internacional.
2. La pesquisa del periodista Rébora y las redes del narcotráfico
Hemos apuntado en el “Primer apartado” de este trabajo, la inclusión por parte de Néstor Ponce de una doble figura de la novela policiaca contemporánea, el policía Barrionuevo y el periodista Rébora. Las redes del narcotráfico llegan a otra de esas variables que dan identidad al imaginario y a la cultura popular argentina, como lo es el fútbol (Chen Sham, 2016, p. 306) y se entronca en la novela, mafia y fútbol, con sus apuestas y sus hinchas. A raíz de esta situación, de esos caminos y cruces del narcotráfico que perturba y se entromete como un cáncer, Rébora ha podido terminar un artículo sobre los recientes crímenes en la ciudad y lo envía a su periódico con el título de “¿NUEVO AJUSTE DE CUENTA ENTRE LOS NARCOS?” (Ponce, 2014, p. 61). Por un lado, el artículo periodístico se escribe como un informe periodístico y está dividido en dos partes. En el Capítulo XII, la novela reproduce la totalidad del artículo de Rébora, de modo que el texto se nutre de la veta periodística de la investigación detectivesca, capaz de fortalecer la verosimilitud y la referencialidad de la novela en ese apego a los hechos y a la crónica (Vargas, 2006, p. 170) por un lado y, por otro, a la credibilidad y a la eficacia comunicativa de decir la verdad, “lo que le imprime a la actividad del periodista un sentido ético y de responsabilidad (Vargas, 2006, p. 171).12 En lo que se refiere al reportaje de Rébora, se completa aquí la información del suceso que desencadena la intriga y la trama detectivesca del narcotráfico del Capítulo II. Nos vuelve a situar en el “quincho” y retoma cómo se encuentra en el lugar “un macabro cuadro [de mutilados]” (Ponce, 2014, p. 68).
El artículo periodístico se presenta como un reportaje, el cual se caracteriza por su carácter informativo, la concisión y la objetividad de un estilo directo sobre un suceso de actualidad (Vargas, 2006, p. 174). Reúne el elemento noticia cuando revela (¿quién se encuentra la escena?), el de crónica dentro de una sucesión temporal (¿cómo se estableció y quiénes hacen el peritaje inicial de la escena?) y, por último, de entrevista, cuando se transcriben las opiniones de fuentes confiables y se proporcionan los nombres, salvo el de la dueña de la casa:13 Susana Rodríguez, la vecina que encontró el comisario de barrio Enzo Racitti, el médico forense Ricardo Posse y el inspector Marcelo Barrionuevo:
No era para menos, al ingresar a su hogar, la mujer se encontró en el quincho con una escena digna de una película de horror: cuarenta dedos humanos habían sido crucificados en la pared chorreada de sangre.
Víctima de un fuerte choque emocional, la testigo solicitó ayuda. Pocos minutos después, alertados por los vecinos que discaron el 911, llegaron al lugar de los hechos efectivos de la seccional noventa de policía…. Las primeras pericias ‒‒que confirmaron fuentes allegadas a la seccional‒‒ estimaron que la presencia de cocaína en el sitio inducía a pensar en un asunto ligado al tráfico de drogas.
En efecto, clavado en la pared, junto a las veinte cruces humanas, los expertos encontraron un sobre de plástico que contenía sustancias ilícitas. Recordemos que en transcurso del mes de noviembre se encontraron en tres casas de La Plata y de aledaños, dedos amputados y crucificados correspondientes a veinte cadáveres el 15 de noviembre, a cinco víctimas el 23, a seis el 26. Los cuatro nuevos muertos del 29 elevan a veinticinco el total de supuestos asesinados, cuyos cuerpos aún no han sido localizados. (Ponce, 2014, p. 68)
El impacto del reportaje periodístico se sostiene sobre tres elementos que completan el Capítulo II analizado anteriormente. El cuadro macabro con el que empieza su narración Rébora se complementa con las impresiones que suscita en la dueña de la casa, ante lo que es descrito como “una digna escena de una película de horror” (Ponce, 2014, p. 68), con lo cual las emociones se contagian de la atracción por la maldad y sus asechanzas en “muertes secretas, huesos ensangrentados o una forma envuelta en sábanas y agitando las caderas” (Lovecraft, 1990, p. 128).14 La escena es de “horror”, porque la mutilación de los cuerpos humanos de la que los dedos son una prueba de su cercenamiento (desmembramiento), habla de la violencia ejercida y rematada, en cuanto a la venganza y al ajuste de cuentas entre bandas de narcos. Al respecto, Ana del Sarto (2012) distingue dos tipos de violencia en un artículo que aborda la crisis de los femicidios en la frontera mexicano-norteamericana y, retomando al filósofo Slavo Žižek, distingue la violencia subjetiva de la objetiva. En la primera hay un agente o un actor responsable claramente identificable, mientras que, en la segunda, la violencia es sistémica y no hay a quien atribuirle la responsabilidad (pp. 80-81), porque forma parte del funcionamiento de la sociedad y en la mayoría de los casos la impunidad viene con el escamoteo de la responsabilidad individual, lo cual agregamos nosotros.
A la luz de lo anterior, el pasaje de la violencia subjetiva a la objetiva es el motor de la intriga de una novela como la de Néstor Ponce, porque la “firma” del narco, que nadie duda desde el principio de la novela, está por corroborarse, para que el paso de un tipo de violencia, subjetiva u objetiva en la dimensión planteada por del Sarto sea el motor de lo policiaco, que necesita identificar a quien cometió el crimen y sus móviles. De lo contrario, esas muertes pasarían no solo a engrosar una estadística, sino que la intensificación de los crímenes cometidos por las mafias se ajustaría a lo que la vox populi comenta banalizando la violencia y la impunidad y achacándolas a “un control y distribución [de territorios] y de ganancias del narcotráfico y de otras formas de crimen organizado” (del Sarto, 2012, p. 81), simple y llanamente. Es más, para del Sarto (2012, p. 82) la violencia subjetiva es producto de la objetiva, toda vez que legitima y tiene el carácter exponencial en la saturación y la explosión de la violencia, alentando el estado de indefensión, de corrupción y de impunidad. Ahora bien, la “Segunda Parte” del artículo de Rébora ya sostiene una interpretación de los hechos que él lanza increpando al lector con el subtítulo “¿Ajuste de cuentas?” (Ponce, 2014, p. 69); sostiene su hipótesis desde su inicio:
La presencia de sustancias narcóticas, así como de productos utilizados para el embalaje de las mismas (los llamados “raviolis”), hace penar que la casa era un centro de almacenamiento o de pasaje de drogas (“o “casa de seguridad”, como se las conoce en el lenguaje delictivo), que luego eran vendidas en la región o transportadas a Europa. La violencia practicada permite suponer que estamos otra vez ante un ajuste de cuentas entre bandas rivales de narcos, cosa que se viene haciendo en la región. (Ponce, 2014, p. 69)
Como en buen reportaje, en primer lugar, tenemos otro término, esta vez eufemístico también para nombrar la droga, las “sustancias narcóticas”; la pesquisa adhiere a la descripción breve de la función de la “casa” dentro de la cadena de producción → distribución → comercialización → tráfico, para que las conclusiones sean evidentes; “la casa era un centro de almacenamiento o de pasaje de drogas”, en su camino más natural hacia “Europa”. Lo más curioso es que tanto el inspector como el periodista han llegado a la misma conclusión, sin tener pruebas fehacientes y documentales. Ahora bien, Rébora sí que nos ofrece más información sobre las masacres anteriores, remontando las operaciones del narcotráfico a meses previos:
En abril de este año fueron encontrados los cuerpos sin vida de tres traficantes conocidos por las fuerzas policiales, que operaban en la zona desde hacía varios años. Los cadáveres mostraban signos de tortura. En julio pasado, la Policía descubrió cuatro ahorcados, con atroces marcas de castigo corporal, en una finca de Melchor Romero, donde se pudo establecer que ya se almacenaban productos narcóticos. El 15 de setiembre, la cabeza guillotinada de un dealer platense apareció atada con alambres de púa en un poste de luz, en la esquina de su casa del barrio de Circunvalación. Al parecer, el traficante se había independizado de una banda de delincuentes colombianos y procuraba operar por su cuenta. (Ponce, 2014, p. 69)
El recuento de Rébora va in crescendo. La enumeración de acontecimientos y de “sucesos” que acota en los meses previos es paralela a la exposición de los actores del crimen organizado que se diversifica. Los “traficantes”, “dealer” y “delincuente” son otros términos para denominar a quienes siembran el terror y la violencia y multiplican exponencialmente sus formas de aplicarla: “los cuerpos sin vida” del inicio se transforman en un listado con “cadáveres [que] mostraban signos de tortura” (Ponce, 2014, p. 69) hasta que se especifican formas más explícitas de violencia y se describen, ya sea “cuatro ahorcados, con atroces marcas de castigo corporal” (p. 69), ya sea “la cabeza guillotinada de un dealer platense [que] apareció atada” (p. 69). Con este panorama, se privilegia no tanto la representación de la violencia como su presencia aguda en la materialidad (Adriaensen, 2018, p. 21), por supuesto del “cuerpo” humano así expuesto, planteando un tono serio que denuncia y constriñe esos cuerpos violentados y torturados. Sin embargo, también lo están ante el lector, cuando esos mismos cuerpos mutilados y cercenados se someten a una intencionalidad informativa que profundiza la situación grotesca (Kunz, 2018, pp. 232-233), tal y como ocurre en el reportaje de Rébora.
Porque esas torturas, ahorcamientos y guillotinas que él describe en su reportaje tienden a “restituir su singularidad al evento violento a través de la narración” (Hoyos, 2012, p. 283), su finalidad es dibujar la dinámica del terror y de la influencia emocional de lo que Hoyos (2012) denomina el locus horribilis (p. 284). Así pasamos del locus horrendus que ya habíamos caracterizado, hacia aquel en donde la recurrencia de la violencia se intensifica y todo lo corrompe produciendo un estado de “terror”. Recordemos que el término “terror” y sus derivados tales como “terrorismo” se relacionan con el régimen represivo y de torturas que se imponen en la Francia en el periodo de 1793-1794, pero en el siglo XIX su significado evoluciona como indica Salvador Girbés (2021): “A lo largo del siglo XIX, la palabra que al principio designaba un modo represivo del ejercicio gubernamental ‒‒la política impuesta por el partido jacobino de Maximilien Robespierre para preservar los logros de la Revolución‒‒ pasa a designar una actuación subversiva en contra del poder estatal” (p. 436).15 Y el terror, en cuanto a poder omnímodo y oscurantista-retrógrado tiene su figuración inicial en las víctimas de la Inquisición, con sus calabozos, torturas y formas de represión, que la propaganda ilustrada y revolucionaria tanto expondrán, para que la intolerancia y el despotismo se materialicen en la abominable máquina de terror de mazmorras y torturas (Muñoz Sempere, 2008, p. 36) y tenga, en esas tinieblas de La Convención francesa, su máxima expresión con la guillotina, ahora evocada en la novela de Ponce por la cabeza “guillotinada” que describe Rébora.16 El clima de terror y de crisis es lo que domina en este final del reportaje de Rébora, para que el peligro se materialice en eventos catalogados como violentos, de riesgos y de situaciones que son consideradas como alarmantes en una crisis de descomposición de la sociedad:
La violencia creciente de estos ajustes concuerda con la crueldad registrada en la vivienda de 68 entre 1 y 2. Se ignora a quiénes pertenecen los dedos amputados, pero voceros policiales informaron que bandas rivales, de origen colombiano y mexicano, pugnan por el control de la región, que puede servir como placa para distribuir droga en Europa.
En efecto, los controles y la represión en la zona del Golfo de México y del Caribe se han hecho muy frecuentes y los delincuentes buscan nuevas regiones que escapen a la vigilancia internacional para comercializar sus productos.
A ello se suma el incremento de delitos relacionados con el consumo y tráfico de estupefacientes, que ha subido en flecha en la región. Robos y hurtos cometidos en los últimos meses se vinculan, al parecer, con la búsqueda de fondos para financiar dicho consumo, cuyos índices preocupan, por otro lado, a autoridades sanitarias de la provincia. (Ponce 2014, pp. 69-70)
La conclusión del reportaje es alarmante y pone los puntos sobre las íes en el círculo vicioso en el que se mueve el narcotráfico; se señala no solo al principio de la conclusión, con ese viraje de “violencia creciente” en el último eslabón, sino también en el final, en donde la “amputación de dedos”. Su consecuencia son la mutilación y la desaparición de los cadáveres, los cuales se desbordan y escandalizan, produciendo tanto la deriva del circuito de la droga, con el aumento de la violencia y de la criminalidad que genera. Rébora vuelve a insistir en la internalización de los cárteles de la droga y el desplazamiento de los territorios de distribución y trasiego, desplazamientos que han ampliado sus mercados y el teatro de una guerra abierta y sangrienta. Y en esta ampliación de su radio de acción, La Plata y su región se transforman en ese “puerto” de transporte hacia el mercado europeo. Para completar su reportaje, Rébora pone en el tapete el último término que encontramos para designar la droga; con los “estupefacientes” se describe esa dependencia y esa crisis que, como malestar, se extiende en cualquier sociedad dominada por la miseria y las drogas, ya que se transforma en una pandemia de la salud pública y genera una delincuencia exponencial. Así, la deriva del narcotráfico se caracteriza no solo por el estado de descomposición y de crisis social que genera, sino también por el valor informativo y documental que implica “estilizar” la violencia y el horror al experimentar sus peligros y su gangrena destructora (Kunz, 2017, p. 10), como si fuera una enfermedad social que corroe y destruye todo a su paso.
3. La doble crisis del inspector Marcelo Barrionuevo y la conmoción personal y colectiva
El Capítulo XXV, con el subtítulo de “Tristes ojos azules”, marca esa reunión de los caminos bifurcados de la pesquisa en la novela de Néstor Ponce, porque se entrecruzan claramente los hilos de la investigación en Toda la ceguera del mundo, la que comenzó con el viaje de Ilhuicamina Vogel, el joven mexicano en pos de su musa que lo conduce a tierras argentinas, y la que tiene como punto de partida los crímenes del narcotráfico. Recordemos que, desde el principio de este trabajo, hemos subrayado la significación de este doble proceso de investigación que acometen ambos agentes policiales y que emprenden tanto Rébora como Barrionuevo desde su inicio.
Ahora bien, en el Capítulo XXV, no deja de extrañarnos el telón de fondo que las noticias exponen y que mira Barrionuevo por la televisión sin mucho entusiasmo; se trata de manifestantes “por las calles de la capital y de otras ciudades del país” (Ponce, 2014, p. 121), los cuales reivindican su hartazgo y desazón en contra del “Corralito” del año 2000 y la crisis económica generada en una Argentina endeudada y empobrecida de esta manera. Enfocándose en lo que experimenta el personaje como si fuera un teatro de su conciencia, la instancia narrativa comenta:
Los últimos tiempos la vida se le estaba pareciendo a un desfile de imágenes que se encadenaban y en las que él no lograba insertarse, como si la realidad hubiera enloquecido hasta cobrar una vida independiente de la suya. Los colegas le hablaban y él no conseguía interesarse en la conversación, los comentarios sobre fútbol le pasaban de largo y las bromas no lo hacían reír. (Ponce, 2014, p. 122)
La crisis personal y el malestar se reúnen aquí para ejemplificar esos “[t]ristes ojos azules” que describen al personaje melancólico y con una amargura por su circunstancia personal y colectiva. El hecho de que “la realidad” aparezca divorciada de su entorno manifiesta la falta de empatía, el desgano vital del inspector Barrionuevo, para destacar las desilusiones, con lo cual “registra el desasosiego político y social que le rodea” (Tronsgard, 2016, p. 129) y el hastío que desencanta cuando la corrupción, las mentiras y la impunidad enmascaran y enturbian, en un contexto en el que hasta el fútbol ya no le interesa ni le apasiona. Si la intención de Néstor Ponce en esta novela era anclar al personaje de Barrionuevo en un contexto de crisis, no solo lo ha logrado, sino que también le ha permitido convertir aquí la televisión en un factor desencadenante del simulacro17 y del espectáculo social (Godsland, 2016, p. 76). No se trata tanto de una realidad permeada por la mass media en tanto información / mediación, sino que, en este Capítulo XXV, la reconstrucción de lo que se aborda aquí está mediatizado por este clima de protestas, de empobrecimiento y miseria, que ya habíamos visto así interpretado por Rébora en tanto causa y efecto del narcotráfico.
Así las cosas, la conversación telefónica con el agente de la DEA, William Fernández Trejo, viene a completar la información de lo que anteriormente habían descubierto en el Cap. XXIII un hangar para “procesamiento de droga y que perteneciera a los colombianos” (Ponce, 2014, p. 117). Lo primero que llama la atención es todo un arsenal de instrumentos de cirugía: “distinguió bisturíes, pinzas de todo tipo, aserradas y con dientes, cizallas, cuchillos de disección y de amputación. Un rollo de hilo de pescar, que reemplazaba al tradicional para suturar” (p. 117). Lo anterior es el preámbulo de un museo del horror y de tortura, en el que el círculo del suplicio remata, cuando encuentran cadáveres en una fosa común que habían intentado quemar para cubrir huellas y borrar identidades, mientras el forense describe a uno en particular: “‒‒Tiene una fractura en la mandíbula y varios dientes quebrados ‒‒recorrió con la regla el cuerpo‒‒. El hígado reventado. Lo masacraron a golpes antes de rematarlo de un tiro ‒‒señaló un orificio a la altura de la sien” (p. 118).
El ensañamiento y la cosificación, que en la descripción detalla el forense, no impacta a Barrionuevo, pero sí al lector que no puede acostumbrarse a tal compendio de maldad y atrocidades. Barrionuevo recibe una llamada con respecto a la identidad de uno de los cadáveres hallados anteriormente y, de paso, menciona sobre la de los otros “Bruno Fernando le explicó que habían identificado al dueño de las manos amputadas: Jairo González Molina (a) Barranquilla, traficante colombiano ... De los otros veinticinco, ya sabían el nombre de doce. Todos argentinos. Diez tenían antecedentes por robos y hurtos, por tráfico en pequeña escala” (Ponce, 2014, p. 118). Es en este momento en el que se aclara con certeza la identidad de las víctimas, las cuales pertenecen al bando a los cárteles colombianos y son sus aliados; también se explicita el móvil (ajuste de cuentas y guerra de pandillas por mercancía y territorio). Una nueva interrogante dispara la pesquisa y Barrionuevo lo sabe: y los sicarios del bando contrario, ¿quiénes son los victimarios?, y ¿exactamente cómo llegaron a La Plata? Precisamente en el Cap. XXV se recaba parte de la información faltante, cuando Barrionuevo recibe la llamada de la DEA:
‒‒Checamos el identikit no hay dudas: se trata de Marco Antonio Barrera Díaz, alias El Cicatriz. Está prófugo desde el 97. Pertenecía al cartel de Veracruz y era la mano derecha del Aguacatón.
‒‒¿De quién?
‒‒Del Aguacatón.
‒‒ Hasta ahora se nos ha escurrido siempre. Le estoy mandando por e-mail ‒‒pronunció como si se atragantara con chicle‒‒ una foto, la única que poseemos.
La foto era bastante buena y Barrionuevo pidió diez copias. Si el Cicatriz estaba en el hangar de los colombianos quería decir que su jefe andaba por aquí, La Plata no era precisamente un paraíso para el turismo. (Ponce, 2014, p. 122)
La ironía con la que despierta Barrionuevo es el verdadero motor para que su investigación policiaca avance, el móvil se aclara con la certeza de los hechos, pues ya no son simples especulaciones, cuando se advierte con claridad los tentáculos del narcotráfico:
“A menos que sea una fiesta”, pensó Barrionuevo. El narco había estado muy activo, según Fernández Trejo, en la reorganización del circuito de tráfico y en los conflictos entre bandas rivales de los últimos meses.... El inspector limpió la foto con un pañuelo de papel, como si la lustrara.
‒‒Bienvenido a la ciudad de las diagonales, Aguacatón ‒‒saludó ‒‒ Ahora, al menos, Ángel Muñoz Mora y el Aguacatón tienen una cara. (Ponce, 2014, p. 123)
Llama poderosamente la atención los gestos de Barrionuevo, los cuales culminan con la manera en que toma la foto, como si ya hubiera “detenido” (capturado) al narco y solucionado el caso, de modo que la frase con la que lo saluda, pondera la significación de su territorio y de su dominio, pues “la ciudad de las diagonales” es un guiño que tanto Ponce como el inspector hacen en clave metaficcional, cuando remite a otra novela policiaca del argentino, La bestia de las diagonales (1999). Del “paraíso” a la “fiesta” se juega toda la ironía del inspector, de modo que encuentra nuevo aliciente a su investigación, por un lado, y por otro, el sentido inverso y sarcástico de una ciudad que se ha transformado en un infierno y vive su peor pesadilla con los ajustes de cuentas y reorganización de los territorios y rutas de comunicación del narcotráfico. Ahora bien, el hecho de que pueda poner “cara” a los que han desencadenado esta escalada criminal, da giro a sus pesquisas, para lo cual llama a una reunión en su despacho y ordena los pasos por seguir:
No perderle la pista al mexicano ese de nombre raro, Vogel; distribuir copias de la foto y del identikit a sus colaboradores; ver el movimiento en los principales hoteles de la ciudad: el Aguacatón y el Cicatriz no podían haber llegado solos. Esa gente come, se viste. Preguntar en el restaurante mexicano, en los más elegantes también. En las tiendas de ropa. Serían varios mexicanos. Ver qué contactos habían establecido con la gente de acá. (Ponce, 2014, p. 123)
La “euforia sosegada” (Ponce, 2014, p. 123), según la describe así la propia instancia narrativa, y la presteza con la que se dirige el inspector a su equipo se manifiesta con el uso de esta confusión que hace Néstor Ponce entre el discurso directo y el indirecto, porque la instancia narrativa reproduce el flujo de ideas y la conversación de Barrionuevo, sin que haya un cambio de nivel narrativo, lo cual produce cercanía y ebullición de ideas. La pesquisa empieza y, en ella, Ilhuicamina Vogel aparece como un sospechoso más, por ser mexicano y andar buscando a su novia en compañía del profesor Juan Manuel de Armando recorriendo la ciudad. Vogel se une a la lista de sospechosos posibles. Mientras esto sucede, descuelga el teléfono para llamar a su mujer. La instancia narrativa, en esta marea de sentimientos y noticias, ahora focaliza en el telón de fondo la situación socioeconómica argentina y nos proporciona un balance espeluznante en estos términos:
Ese miércoles [su mujer iría al banco].Todos los trámites habían sido paralizados y las colas eran interminables. Circulaban los rumores más alarmantes. Que iban a pagar la deuda al Fondo Monetario Internacional con el dinero de los ahorristas y que el gobierno les iba a entregar bonos bajo forma de empréstito, a cobrar en cinco años. Laura le dijo que eran cientos de miles de perjudicados, que el gobierno y los bancos eran unos tramposos y que tendrían que haber hecho como algunos de sus amigos antes del desastre: vender todo y poner un comercio en Miami. (Ponce, 2014, p. 124)
En tiempos del “Corralito”, que se vive aquí como un evento traumático y catastrófico, siguiendo esa etimología de la palabra acontecimiento, el resultado del marasmo y de la crisis financiera en la que cayó Argentina por el impago, trae consigo la carga de una doble productividad que es bueno comentar. Como experiencia que desencadena caos y desorden por su afectación en las vidas de las personas, es el detonante y el motor de una actualidad que genera impacto y conversación (Kunz, 2021, p. 21). Luego se incrusta en la dimensión estético-cultural. Aquí la crisis se vive con una acción que afecta el movimiento (“habían sido paralizados”) y con gestos apocalípticos e hiperbólicos (“las colas eran interminables”), mientras el rumor y las alarmas crean no solo caos y confusión, sino también miedo y temores. Las personas temen por dos cosas: la pérdida de sus ahorros, ahora retenidos en los bancos, y por las acciones del Gobierno en contra de los ahorristas nacionales.
Precisamente, la contigüidad entre este acontecimiento con el avance de la pesquisa genera la productividad en la novela policiaca. En esos desplazamientos entre la deriva del narcotráfico y la parálisis nacional por el “Corralito”, se matiza y performa lo que muy bien experimenta Barrionuevo y todos los argentinos; en palabras de Laura, la esposa de Barrionuevo, el “desastre”, en tanto experiencia cotidiana que resume el inspector de la siguiente manera, cuando va camino a su casa y posa su mirada por el movimiento citadino de escaparates, transeúntes, coches: “La ciudad se consumía en una olla a presión y en cualquier momento explotaba” (Ponce, 2014, p. 124). En los desplazamientos simbólicos que Néstor Ponce despliega entre narcotráfico y “Corralito”, corresponde nada menos que a la visión de destrucción y de crisis que carcome a la sociedad y la conducen a un callejón sin salida.
Y lo es de esta manera, porque recordemos que, en esta dimensión de deriva en la que la vorágine de la investigación continúa y se acrecienta en este clima de caos y de incertidumbres del “Corralito”. Y lo es, porque Néstor Ponce no quiere establecer un ligamen causal aquí, apuesta por generar un clima de intranquilidad y de caos que será el acicate más sugestivo para que la investigación policiaca avance con los cárteles mexicanos y colombianos, mientras los ajustes de cuentas del narco continúan. Su efecto a modo de ambientación social no puede pasar desapercibido, porque si la ciudad se ha convertido “en una olla a presión” (Ponce, 2014, p. 124), en el Capítulo XXVII, Rébora continúa su investigación periodística y nos brinda un nuevo reportaje con el título “PROSIGUE AJUSTE DE / CUENTAS ENTRE NARCOS” (Ponce, 2014, p. 132), del cual solamente reproducimos varios fragmentos:
La guerra declarada que se libran los narcotraficantes mexicanos y colombianos por el control de la zona cobró en las últimas cuarenta y ocho horas contornos aún más dramáticos ….
Veinticinco cadáveres amputados: la suma coincide con el total de víctimas que ha conmovido a la opinión pública platense desde que aparecieron los primeros asesinados, a mediados de noviembre. Las cifras son estremecedoras: diez amputados de dedos el 15 de noviembre; cinco el 23; seis el 26, cuatro el 28. Un amputado de manos el 30.
Las últimas cuarenta y ocho horas
“En momentos en que el país atraviesa una difícil situación, la violencia entre narcos agrega un elemento más de tensión para la sufrida población local. (Ponce, 2014, pp.132-133)
Como artículo periodístico, el de Rébora cumple con las reglas del reportaje periodístico planteando una introducción en donde enfoca el problema (“La guerra declarada”), explica sus consecuencias (“Veinticinco cadáveres amputados”). Después pasa detallar las últimas novedades del caso (“Las últimas cuarenta y ocho horas”) en el que se ha recrudecido las venganzas y crímenes y termina introduciendo la situación de la crisis socio-económica del “Corralito”; por supuesto la noción clave es “un elemento de más tensión” (Ponce, 2014, p. 133) para que la violencia, sinécdoque aquí del narcotráfico, sea el motor de una vorágine en la que se descompone y se degrada aún más la situación, eso sí, mientras que la novela policiaca sigue su curso. Ponce insinúa explicaciones a una crisis multifactorial.
4. La descomposición y la crisis, cuando el narcotráfico es una lacra. Balance final
Con ese cuadro tan aterrador, de postración y de parálisis de la economía, la intermediación del narcotráfico abiertamente constituye una interpretación que tanto Rébora como Barrionuevo construyen en la novela de Néstor Ponce. Más allá del efecto noticioso, mediático y de producción de un subgénero como la narconovela, Toda la ceguera del mundo subraya con la inclusión en la trama policial de ese mundo de crímenes y de ajustes de cuenta del narcotráfico, las luchas por el territorio y la voracidad desordenada y cosificadora de su acciones y estrategias.
Ese “chanchito” y alcancía que es el mundo, en tanto chivo expiatorio de su dinámica y de sus mecanismos, se asocia en la novela la crisis con el Gobierno y las entidades financieras internacionales (FMI) como nacionales (bancos). Todos ellos han producido una descomposición en su sed de dinero, de control, de poder y de servidumbre, dentro de una Argentina en la que se derrumbaba el mito de su prosperidad y de su solvencia económica a principios del nuevo milenio. Y lo que pasó a una escala nacional ahora sucede en el terreno mundial, con la implantación masiva y perfecta de las redes y los tentáculos del narcotráfico, el cual se aprovecha de cualquier vacío y de las miserias que los mercados generan, ahora exponencialmente marcado con la impunidad y la violencia en espiral.
El análisis y la pesquisa del inspector Barrionuevo por su ciudad “La Plata” aún no ha terminado desde el punto de vista de la novela policiaca, aunque haya marcado hasta aquí la deriva y los desplazamientos en los que el narcotráfico irrumpe, contamina, gangrena y corrompe dentro de una lógica desenfrenada y de violencia exponencial. Los desastres humanos, ya que no son los naturales como podrían ser una inundación, un terremoto o la explosión de un volcán (Chen Sham, 2017, pp. 116-117), generan también catástrofes que destruyen e irrumpen con sus peligros y ciclos de destrucción. De esta manera, el narcotráfico y el “Corralito” en tanto crisis económica, que afecta exponencialmente con la inflación y la precariedad, desembocan en una categoría de desastres en ciernes que pueden llevar a la sociedad argentina y a la mundial también, hacia la postración y la ruina, cuyas salvaciones no se contemplan tan fácilmente ni las recetas para el progreso se palpan con optimismo.
En Toda la ceguera del mundo, Néstor Ponce nos alerta en una novela policiaca sobre los desastres y los riesgos que se corren, porque los daños sociales, morales y económicos están por verse y las formas de violencia extrema vienen a ser la maquinaria del terror y del dominio que ejerce el narcotráfico mundial. Entonces, las preguntas que se hace Felipe Oliver (2016) adquieren toda su dimensión estético-filosófica en las posibilidades con las cuales los escritores abordan su problemática y sus tentáculos: “¿es posible narrar el narcotráfico? ¿Es posible una lectura integral que cubra cada una de sus aristas? ¿Debemos abordarlo como un fenómeno cultural, político y económico, o como un problema legal, de seguridad civil y de salud?” (p. 231), pero que hace del viaje y de la circulación de la droga unas operaciones que, si bien traen ganancias para unos, conllevan también, para otros, muerte y destrucción, bajo el poderío del crimen organizado transnacional, tal y como Rébora expone luego en su reportaje utilizando fuentes documentales:
Los desplazamientos de la droga y sus rutas se mapean en esta cartografía que traza el descenso de ella por Bolivia y Paraguay para llegar al puerto de embarque, al tiempo que muestra las derivas de un viaje de violencia y de corrupción por lo que Christian Escibar-Jiménez (2024) sintetiza como “la desinstitucionalización del Estado y contextos de desestructuración social [y] los problemas de pugnas territoriales por el control de tráfico de sustancias ilícitas, contrabando, cobros extorsivos ” (p. 9 ), como muy bien se atreve a denunciar el periodista Rébora en la novela de Ponce.
“Los primeros narcos colombianos se instalaron en la región de La Plata y el Gran La Plata en los años 90, aprovechando la corrupción y la complicidad del menemismo. Más de una fortuna de aquellos años viene de la droga”, dice el sociólogo Tobías Wildner, de la Universidad de Trevisis (Alemania).… Transportados [la heroína y la cocaína] en avionetas que aterrizan en pistas clandestinas en territorio nacional, en las provincias fronterizas de Jujuy, Salta, Chaco o Formosa, los productos son ya sea acondicionados en dichos lugares, ya sea cargados en vehículos… y procesados en la zona de La Plata. “¿Por qué La Plata? Porque se trata de una zona que cuenta con un puerto y una zona franca donde los controles son inexistentes. Es muy probable que la mafia de la droga cuente con la complicidad de autoridades políticas y de las fuerzas de seguridad”, explica Wildner”. (Tobías Wildner, como se citó en Ponce, 2014, pp. 134-135)
Los desplazamientos de la droga y sus rutas se mapean en esta cartografía que traza el descenso de ella por Bolivia y Paraguay para llegar al puerto de embarque, al tiempo que muestra las derivas de un viaje de violencia y de corrupción por lo que Christian Escibar-Jiménez (2024) sintetiza como “la desinstitucionalización del Estado y contextos de desestructuración social [y] los problemas de pugnas territoriales por el control de tráfico de sustancias ilícitas, contrabando, cobros extorsivos ” (p. 9 ), como muy bien se atreve a denunciar el periodista Rébora en la novela de Ponce.
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Notas