Universidad de Costa
Rica, Posgrado en
Gerontología,
Anales en Gerontología
Número 12,
Año 2020/
168-208 ISSN: 2215-4647
Yolanda de Jesús Hernández Delgado1
La relación entre entorno y personas mayores ha sido un tema de suma importancia para la gerontología ambiental. El objetivo de este artículo es analizar cómo han sido erigidas las estructurantes físicas y sociales que hoy conforman el espacio público que usan y en el que participan las personas adultas mayores en el Cerro del Cuatro, Jalisco. Se llevó a cabo una investigación cualitativa a través del método etnográfico, por medio de entrevistas semiestructuradas y observación participante con ocho casos seleccionados. Se hizo un análisis temático bajo el marco de la teoría de campos sociales de Bourdieu. Se identificó que el espacio público en el que participan ha sido construido desde una perspectiva de vulnerabilidad, evidente en las características deficientes de los espacios y servicios con los que cuentan.
PALABRAS CLAVE: espacio público, participación social, vejez, entorno urbano, gerontología ambiental
The relation between the environment and the elderly has been a very important issue for environmental gerontology. The objective of this article is to analyze how the physical and social structures that today constitute the public space used by and in which the elderly participates in Cerro del Cuatro, Jalisco, have been erected. A qualitative research was executed through the ethnographic method, semi-structured interviews, and participant observation of 8 selected cases. A thematic analysis, under the framework of Bourdieu's theory of social fields, was carried out. It was identified that the public space in which elderly participate has been constructed from a perspective of vulnerability, evident in the deficient characteristics of the spaces and services they have.
KEY WORDS: public space, social participation, old age, urban environment, environmental gerontology.
El envejecimiento poblacional, y por ende el alargamiento de la vida, trae consigo una necesidad creciente de comprender y construir una sociedad pensada más allá de un perfil único de habitante. Así como, entender las distinciones y particularidades de la diversidad de las etapas de la vida y su funcionalidad, para que, así, se haga tangible en el entorno físico y social compartido.
Desde los sesenta, el interés por entender la relación entre el entorno y la persona se pone de manifiesto con el surgimiento de la psicología ambiental, la influencia de la escuela de sociología urbana de Chicago y el nacimiento de la gerontología ambiental, a partir del libro Handbook of Aging and the Individual: Psychological and Biological Aspects de James E. Birren (Hans & Weisman, 2003), centrando su interés en el proceso de institucionalización de las personas adultas mayores.
La gerontología ambiental, como subdisciplina de la gerontología, describe, explica, modifica y optimiza la relación entre las personas mayores y su entorno físico-social (García-Valdez, Sánchez-González y Román-Pérez, 2019). De manera general, da mayor énfasis al entorno. Hans & Oswald (2016) destacan que se basa en tres principios fundamentales, uno con mayor relación a la estrategia de investigación y dos a nivel de concepto: “(a) importancia de la transacción P – E y la coconstrucción del desarrollo; (b) importancia de considerar explícitamente el medio ambiente, con énfasis en la dimensión físico-espacial; y (c) importancia de optimizar la validez ecológica en la investigación” (p. 624).
Diversos han sido los temas que integran el bagaje de la gerontología ambiental. Las investigaciones han partido de diversas escalas de análisis como son por agregación social (del hogar al vecindario, la ciudad o una región), a nivel grupal, personal o de organización, familiar o comunitario y, de diversos procesos como afectivos, cognitivos o perceptivos (Hans & Weisman, 2003).
Asimismo, los temas que se han investigado respecto a la relación entre el entorno y las personas mayores son variados. Destacan aquellos que se centran en la vivienda, los arreglos residenciales, la satisfacción con el hogar, las barreras en el exterior e interior y su asociación con la mortalidad (Rantakokko, Törmäkangas, Rantanen, Haak & Iwarsson, 2013). Además, aquellos que tienen que ver con espacios de atención especializada a este sector de la población, como en instituciones de cuidado de largo plazo y el diseño de entornos para personas con demencia (Kristen, Carreon & Stump, 2000) (Quesada-García y Valero-Flores, 2017). Por otra parte, están aquellos trabajos que analizan el papel de los vecindarios o entornos más cercanos a las personas adultas mayores y su condición como limitante o sugerente para la realización de actividades de la vida diaria (Vaughan, LaValley, AlHeresh & Keysor, 2016). Otros temas son la segregación socioespacial de las personas adultas mayores (Garrocho y Campos, 2016), las trayectorias de movilidad de esta población (Clarke & Ambrose, 2013) y el análisis de factores a nivel individual y de vecindario en relación con los niveles de participación en actividades sociales y preferidas de personas adultas mayores en condición de vulnerabilidad económica (Kim & Clarke, 2015).
Entre los marcos teóricos utilizados para explicar la relación entre el entorno físico-social y las personas adultas mayores, de acuerdo con García-Valdez et al. (2019), se encuentran los modelos ecológicos del envejecimiento propuestos por Lawton y Nahemow en 1973, que relaciona las capacidades funcionales de las personas adultas mayores con las presiones del ambiente. M. Powell Lawton, psicólogo del comportamiento y gerontólogo, propuso el modelo ecológico de la competencia, donde enuncia que el comportamiento de la persona adulta mayor está determinado por la presión del entorno y el grado de competencia del sujeto. Dicho modelo considera que a medida que las personas envejecen presentan mayores limitaciones funcionales, relacionadas con la dependencia y discapacidad, lo cual complica su capacidad de adaptación para enfrentar las crecientes presiones ambientales, como el tráfico, la inseguridad o las barreras arquitectónicas. Dicho modelo es el más citado y se utiliza con frecuencia en estudios que analizan la relación de la salud con la interacción entre la capacidad de la persona y las demandas del medio ambiente (Slaug, Iwarsson & Björk, 2019).
Izal y Fernández-Ballesteros (1990) proponen el modelo de congruencia que plantea que la persona adulta mayor tiene la capacidad de desarrollar comportamientos que se ajustan a los cambios que viven en su entorno. Para 1986 y 1989 Lawton propone el modelo de proactividad ambiental, que enfatiza las distintas capacidades de las personas adultas mayores para adaptarse a diversos entornos, a través de modificarlos o participar en su transformación. Reconoce que la persona mayor puede establecer estrategias para adaptarse al ambiente y es un agente de cambio con una relación bidireccional con el entorno (García-Valdez, et al., 2019).
También, se identifica el modelo de efectos ambientales directos e indirectos, a partir del cual Carp & Carp (1984) postulan que la interacción entre las personas y el ambiente puede ser afectada por características personales y sucesos vitales recientes.
Otro de los marcos utilizados para la investigación respecto a la relación entre el entorno y las personas mayores es la vulnerabilidad, específicamente, vulnerabilidad ambiental, que atañe al contexto ambiental, la vivienda y el barrio; la vulnerabilidad física, que implica el riesgo de discapacidad con relación al envejecimiento biológico, y la vulnerabilidad social, asociada al riesgo de dependencia, explicada por el contexto social y familiar (Sánchez, 2009).
Aunado al anterior, está el modelo de Oswald y Wahl, según el cual existen dos procesos fundamentales que ayudan a comprender la integración entre entorno y persona a medida que envejece; a saber, la pertenencia impulsada por la experiencia y la agencia impulsada por el comportamiento. La primera refleja la conexión principalmente positiva con el entorno físico-social y la segunda el proceso de convertirse en agente de cambio, a través de conductas intencionales y proactivas sobre el entorno (Hans & Oswald, 2016).
Otro de los modelos es el At-Oneness, propuesto por Walsh, Rowles y Scharf (2014), que considera que el fenómeno socioespacial en el que el hogar evoluciona es producto de una construcción individual y comunitaria. Considera, para lo anterior, seis dimensiones del hogar en el tiempo y espacio, además, entendida como una identidad en evolución: lugar de origen, significado heredado, ritmo y rutina, armonía relacional, paisaje funcional estético y esfuerzo invertido (Hans & Oswald, 2016).
Para el caso de América Latina, Sánchez (2015) declara que la urbanización no planeada y la desigualdad social generan procesos desadaptativos que limitan el envejecimiento en el lugar, o reducen la calidad del envejecimiento en el lugar al verse limitados el contacto y participación con su entorno más cercano, como es el barrio o la colonia. Para este grupo etario también se ha puesto en evidencia que tienden a reducir su espacio cotidiano al ámbito de su barrio y su vivienda, lo que conlleva a la limitación de sus recorridos y a un aumento en el tiempo que pasan en casa (García-Valdez, et al., 2019; Rantakokko, et al., 2013).
Desde 1982, en el Plan de Acción Internacional de la Primera Asamblea Mundial sobre el Envejecimiento en Viena, se reconoce la importancia de la vivienda y el medioambiente para el bienestar y calidad de vida de las personas. Posteriormente, se vuelve a hacer latente en la Segunda Asamblea Mundial sobre el Envejecimiento en España en 2012, en donde una de las orientaciones prioritarias es la creación de un entorno propicio y saludable para las personas adultas mayores, en busca de promover el envejecimiento en la comunidad en que se ha vivido. Ya específicamente para la región de América Latina y el Caribe la Estrategia Regional (2013) establece como meta que las personas adultas mayores gocen de entornos físico, sociales y culturales que potencien su desarrollo y favorezcan el ejercicio de sus derechos y deberes. Todo ello se concreta con la propuesta de la Organización Mundial de la Salud (OMS, 2007) respecto a las Age Friendly Cities, que buscan impulsar el envejecimiento activo al optimizar las oportunidades para la salud, la participación y la seguridad, con el fin de elevar la vida de la población conforme envejece, a través de adaptar estructuras y servicios para que sean accesibles, asequibles, utilizables e incluyentes.
A este proceso de ciudades para todas las edades, se viene a sumar la Década del Envejecimiento Saludable, aprobada por los Estados miembros de la OMS en el 2016 con el fin de impulsar la inclusión del envejecimiento saludable en los Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS). Lo anterior, en relación con el objetivo 11 que busca lograr que las ciudades y los asentamientos humanos sean inclusivos, seguros, resilientes y sostenibles, y con la Década del Envejecimiento Saludable que indica que los entornos adaptados a las personas mayores son mejores lugares para crecer, vivir, trabajar, jugar y envejecer. Para ello es necesario eliminar obstáculos físicos y sociales (Organización Panamericana de la Salud [OPS], 2020).
El estudio de la relación entre el entorno y las personas adultas mayores, o el envejecimiento poblacional, además de ser un tema de gran interés para la elaboración de futuras políticas públicas, se ha justificado en la identificación de la forma en que influye en la salud de las personas adultas mayores (Salas-Cardenas & Sánchez-González, 2017); su centralidad en el envejecimiento activo que implica seguridad, participación y salud (García-Valdez et. al, 2019); su determinación en la dependencia y exclusión social de este sector de la población al condicionar su vulnerabilidad física y social (Sánchez, 2009), y, por supuesto, en la restricción o potencialización del compromiso social, la participación comunitaria y el aislamiento social.
Se puede observar que el interés por explicar la relación que existe entre la persona y el entorno, específicamente entre para las personas adultas mayores a partir de los diversos modelos teóricos, es explicar como ciertas condiciones personales que tienen que ver con la capacidad funcional y de independencia limitan el uso del espacio público o como las características, diseños y actitudes del entorno físico-social determinan la participación y movilidad de las personas para el cumplimiento de las actividades diarias y el compromiso con sus redes y ámbitos de participación. Sin embargo, se considera necesario ir un nivel más y analizar cómo han sido erigidas las estructurantes físicas y sociales que hoy conforman el espacio público que usan y en el que participan las personas adultas mayores.
Los resultados que hoy se presentan son parte de mi investigación doctoral sobre la construcción social de la vejez en personas indígenas y no indígenas que habitan en las colonias Buenos Aires y Francisco I. Madero en el Cerro del Cuatro, Jalisco México. El Cerro del Cuatro es un espacio que abarca quince colonias que se han conformado desde finales de los años sesenta. Tiene una altitud de 1770 metros de sobre el nivel del mar. En este espacio se superponen las fronteras entre Tlaquepaque y el sur de Guadalajara y, en un principio, fueron tierras de la comunidad indígena de Santa María Tequepexpan.
La investigación se llevó a cabo bajo la propuesta teórica de Bourdieu, específicamente, la teoría de campos que permite fragmentar la compleja realidad de los sujetos envejecidos y entender las estructuras que lo erigen y permiten su reproducción. Este enmarque teórico es una herramienta teórico-metodológica para entender o tratar de explicar aquellas condiciones que tienen un papel dentro de la construcción de la vejez. Esto significó identificar los microespacios de los que las personas adultas mayores son parte y en los que mantienen diversas posiciones sociales envueltas por significados y capitales. La categoría teórica de campo social fue el modelo de análisis utilizado. Un campo social es
una red o una configuración de relaciones objetivas entre posiciones. Estas posiciones están objetivamente definidas, en su existencia y en las determinaciones que imponen sobre sus ocupantes, agentes o instituciones, por su situación presente y potencial (situs) en la estructura de distribución de especies del poder (o capital) cuya posesión ordena el acceso a ventajas específicas que están en juego en el campo, así como por su relación objetiva con otras posiciones (dominación, subordinación, homología, etcétera) (Bourdieu y Wacquant, 2008, p. 135).
Un campo implica un espacio de lucha diferido por los intereses en juego y la escasez que se engendra por las especies de capital implicadas. Para Bourdieu y Wacquant (2008), el campo es entendido como una estructura de relaciones objetivas que se dan entre diversas posiciones de pujanza. Estas dirigen las estrategias de los agentes que participan y ocupan esas posiciones, ya sea de manera individual o colectiva, quienes, además, buscan imponer y mantener su posición y seguir reproduciendo un principio de jerarquización que les favorezca. Un campo es ese espacio social donde los agentes viven su vida, un microcosmo dentro del macrocosmo. Está integrado por agentes e instituciones, posee reglas específicas que responden a un objetivo central y tiene límites que los vuelve relativamente autónomos con respecto a otros campos. Asimismo, se juegan diversas especies de capital que tienen una lógica de distribución y reconocimiento, cada integrante del campo posee en mayor o menor grado cierto tipo de capital que lo lleva a una asimetría en su distribución (dominados-dominantes).
En él se precisa un sentido y lógica de ser que es reproducido por quienes lo conforman. Se sabe qué hacer, cómo pasan las cosas y el lugar que ocupan dentro del campo y, por tanto, sus funciones. Los campos funcionan a partir de mecanismos inexorables que imputan sus necesidades a los agentes que en ellos participan, “lo que permite que los detentadores de los medios para dominar esos mecanismos y apropiarse de los beneficios materiales o simbólicos producidos por su funcionamiento, puedan ahorrarse unas estrategias orientadas expresa y directamente hacia la dominación de las personas” (Bourdieu, 2007, p. 220).
Cada campo implica un acumulado de relaciones objetivas e históricas de posiciones que llevan enclavadas formas de poder. Cada uno tiene sus propios valores y principios reguladores que limitan un espacio socialmente estructurado, en que los agentes lidian, de acuerdo con la posición que ocupan dentro de esos espacios, para cambiar o preservar su demarcación. Es necesario considerar que los efectos surgidos dentro de los campos sociales van más allá de consecuencias o agregación mecánica, es una estructura de un juego significativo para los agentes, que lo que se encuentra en la base de la trascendencia, revelada por casos de inversión de intenciones, del efecto objetivo y colectivo de acciones acumuladas (Bourdieu y Wacquant, 2008).
A partir de la investigación empírica y desde este marco teórico, se analizaron los diversos microcosmos en que las personas envejecidas del Cerro del Cuatro participan, considerando que cada ser humano es parte de diferentes campos, que conocemos y de los que obtenemos distintos recursos. Se reconocieron como campos sociales la familia, la economía y el espacio público. Este último es en el que se centra este documento.
Entender los campos como espacios estructurados de posiciones implica identificar el lugar que ocupan los agentes en determinado campo. Bajo esa premisa, se puede advertir que la población adulta mayor del Cerro del Cuatro ocupa posiciones distintas en relación con el campo analizado.
A partir de las prácticas y narrativas de las personas, se logró conocer los requerimientos y organización del espacio público como campo social, para el cual los actuantes de este campo poseen las propiedades necesarias para ser efectivos en los diversos campos. Considerando que, como afirman Bourdieu y Wacquant (2008), es en el conocimiento del campo mismo en el que participan las personas adultas mayores lo que nos permite captar los bulbos de su singularidad, el punto de vista o posición desde el cual se construye su particular visión del mundo.
Cada campo del que forman parte las personas envejecidas requiere de sujetos que dominen las regularidades específicas que implican los beneficios y estrategias de optimización que en él se juegan y que ellos asumen conforme la posición que van ocupando a lo largo de su vida. La pertenencia a un campo implica pensarlo entonces como “algo sensato, es decir, dotado de sentido y objetivamente orientado a una dirección juiciosa” (Bourdieu, 2007, p. 115). No únicamente nacemos en un campo social, creemos en él y, por tanto, pertenecemos a él bajo una fe práctica.
Conceptualizar el espacio público, ha resultado difícil a pesar de su uso continuo en la academia y vida cotidiana, pero en primer lugar se debe pensar más allá de una cuestión jurídica o de planeación urbana. Hay que entender el espacio público como un lugar físico, simbólico, político, cultural y de apropiación que favorece la construcción de ciudadanía, según indica Borja (2003). De acuerdo con Filardo, Aguiar, Barbero, Dansilio y Malan, (2009) es un lugar de encuentro entre personas ciudadanas, en el que no se interactúa únicamente con otros, sino desde diversos significados, a partir de “uno mismo” posicionado y ubicado en el espacio social. Aunado a lo anterior, Castillo (2018) expresa que es el conjunto de estructuras básicas para la vida en sociedad, con un ordenamiento territorial que satisface las necesidades primordiales.
El espacio público otorga significado social, sentido a las cosas a través del uso, elementos simbólicos, físicos e intangibles, sumado a las condiciones sociales, culturales, políticas, económicas. En él se expresan diferencias culturales, sociales y políticas que llevan al desarrollo de formas distintas de apropiación del lugar.
Desde la posición de Castillo (2018), el espacio público es un lugar más allá del ambiente individual y privado, es el escenario en el que se puede incluir la plaza, las calles, parques, el centro comercial o un café y todos aquellos lugares que se constituyen como escenarios por y para la ciudadanía, pues los espacios públicos (calles, plazas, jardines, equipamientos cívicos, centros culturales y deportivos) son lugares de encuentro y de relación entre personas. Es, por tanto, lugar de convivencia y sociabilidad (García y Jiménez, 2016). Además, es el espacio comunitario dentro de los ámbitos privados y facilita la apropiación colectiva, identificación con el lugar y la socialización de la vida (Bamba, 2016).
De esa forma, se identifica que el espacio público tiene un componente físico que lo vuelve tangible y usable, así como un componente social que versa en tres procesos: el de la construcción del espacio público, las interacciones que en él se desarrollan y los efectos a nivel relacional y personal de quienes lo usan. Debe considerarse en constante construcción, a partir de una serie de principios jerarquizadores que distinguen por centralidad, periferia y situación socioeconómica, como la marginación.
A partir de la teoría de campos sociales de Bourdieu y los datos empíricos recolectados, se va a entender el espacio público de las personas adultas mayores como aquel entorno físico más cercano, su colonia, producto de un proceso histórico de construcción y distinción, en el que se desenvuelven y participan conforme a una serie de reglas específicas, posiciones sociales, tipos de capital y valores reguladores que reconocen y reproducen. Todo ello organizado a partir de un principio de jerarquización, que los coloca en una situación de dominados frente a otras etapas de vida. En la figura 1 se presentan los componentes del espacio público como campo social que surgieron a partir de los datos recolectados en campo bajo la propuesta teórica de Bourdieu.
Figura 1. El espacio público como campo social
Fuente: Elaboración propia, a partir del análisis de los datos empíricos y la propuesta teórica de Bourdieu
Se realizó una investigación cualitativa, bajo los criterios del método etnográfico que Guber (2011) define como “el conjunto de actividades que suele designarse como trabajo de campo, y cuyo resultado se emplea como evidencia para la descripción” (p. 78). Para este, los actores deben ser los privilegiados para expresar sus prácticas y palabras. Este método permitió analizar las condiciones estructurantes de la participación y uso de las personas adultas mayores en el entorno físico-social en que viven, a través de la observación participante y las entrevistas semiestructuradas.
El contexto de la investigación es la colonia Buenos Aires y Francisco I. Madero en el Cerro del Cuatro ubicado en Tlaquepaque, Jalisco. El acceso al campo fue a través del grupo de persona adultas mayores que acuden una vez a la semana al Centro de Desarrollo Comunitario. Del grupo integrado por 30 personas adultas mayores, en su mayoría mujeres, tenía edades que oscilaban entre los 57 y 81 años, poseían un bajo nivel educativo y habían migrado de otros estados de la república mexicana o municipios de Jalisco hace varios años. Este grupo se seleccionó a partir de un muestreo teórico a ocho personas que cumplieran con los siguientes criterios: personas de más de 60 años, tener más de 10 años de vivir en las colonias seleccionadas, pertenecer o no a una comunidad indígena, participar en el grupo de personas adultas mayores y, por supuesto, aceptar participar de manera voluntaria en la investigación. Se trato de tener representatividad entre hombres y mujeres.
La investigación se realizó en el período 2017-2019. Se usaron como técnicas de recolección las entrevistas semiestructuradas, que permiten llevar una conversación focalizada respecto a un tema, pero dando espacio y oportunidad a las personas entrevistadas de profundizar y dirigirse a los temas que consideran centrales. Además, se utilizaron entrevistas etnográficas que se desprenden de esos momentos de participación dentro de la vida de las personas adultas mayores y permiten una conversación más cercana en diversos ámbitos de participación: calle, su vivienda, el transporte público y su centro comunitario.
A continuación, se presenta un cuadro con los datos condensados de las personas participantes en la investigación:
Tabla 1. Datos generales de las personas participantes principales de la investigación
Nombre | Edad | Género | Estado civil | Nivel educativo | Lugar de origen | Tiempo de residir en la ciudad | Pertenencia étnica | Lengua que habla |
T |
83 |
Masculino |
Viudo |
Primaria incompleta |
Veracruz |
21 años |
Sí |
Totonaco |
C |
73 |
Femenino |
Casada |
Primaria completa |
Los Altos de Jalisco |
52 años |
No |
-- |
I |
80 |
Femenino |
Viuda |
No acudió a la escuela |
Veracruz |
22 años |
Si |
Totonaco |
I |
62 |
Femenino |
Viuda |
No acudió a la escuela |
Los Altos de Jalisco |
-- |
No |
-- |
Fuente: Elaboración propia, a partir de los datos recabados durante el trabajo de campo.
Para el análisis de la información, se realizó un análisis temático, mediante el programa Atlas.ti, en el cual se realizaron distintos ciclos de codificación. En primer lugar, se hizo una lectura vertical de los datos registrados y sistematizados, a partir de la cual se da un primer ciclo de codificación en el que se identifican los campos sociales de participación de las personas adultas mayores, entre los que se encuentra el espacio público.
Ya con la selección de aquellos códigos que integran este campo social, se llevó a cabo una lectura horizontal que permitió identificar los valores reguladores, posiciones sociales, reglas específicas y principios de jerarquización que determinan y regulan la participación y uso de las personas adultas mayores en este campo social, que se integran como categorías de análisis.
La investigación fue enmarcada éticamente en la Declaración Universal sobre Bioética y Derechos Humanos, que en su artículo 9 habla sobre los principios de Privacidad y Confidencialidad de las personas participantes en la investigación. Al respecto, las personas participantes fueron informadas verbalmente sobre los objetivos de la investigación y se les preguntó si querían participar, consentimiento que fue otorgado tácitamente. Por otra parte, se les pidió autorización para grabar las entrevistas cuando era requerido y, finalmente, se les indicó que su identidad estaba protegida y que la información otorgada es confidencial, por lo que únicamente puede ser utilizada para fines de investigación científica.
El Cerro del Cuatro, específicamente las colonias Buenos Aires y Francisco I. Madero, es el espacio donde habitan las personas adultas mayores de esta investigación. Este está ubicado en el sur de la Zona Metropolitana de Guadalajara. Esa área geográfica tiene una configuración física y simbólica que lo ha colocado en el pensamiento general como un lugar marginado, violento y pobre. La colonia Buenos Aires ha sido catalogada dentro de las Zonas de Atención Prioritaria debido a que se caracteriza por un ambiente propicio para el inicio y mantenimiento de drogas como; a saber, la alta frecuencia de problemas familiares, problemáticas escolares, deterioro de la calidad de vida, falta de seguridad pública y su falta de accesibilidad (Municipio de San Pedro Tlaquepaque, 2018).
El Cerro del Cuatro, según James Cuenca Morales (2008), se comenzó a poblar desde finales de los años setenta como consecuencia de la migración interna motivada por el proceso de industrialización en el país, la descapitalización del campo mexicano y la búsqueda de una oportunidad en la ciudad. Esto representó un desafío para las autoridades locales de satisfacer las necesidades urbanas (Shefner, 2008). Incluso, ya para la década de los setenta, Enrique Dau Flores reconoce por vez primera la existencia de ese asentamiento irregular en la ciudad.
En la década de los noventa, la mancha urbana se extendió al sur sobre el municipio de San Pedro Tlaquepaque, en las colonias Buenos Aires, La Mezquitera y España. Dichos asentamientos fueron ocupados por migrantes que llegaron a Guadalajara en busca de empleo, provenientes de pequeños poblados de zonas rurales y que significaban mano de obra para el trabajo artesanal, comercio y agricultura. Además, se insertaron a las pequeñas empresas, actividades comerciales, trabajadores domiciliarios y la construcción.
El proceso de conformación de las colonias del Cerro del Cuatro se identifica con lo que en ciencias sociales se conoce como urbanismo popular o también llamado “hábitat popular”. Este término alude a un tipo de urbanización que irrumpe en las ciudades latinoamericanas en la primera mitad del siglo pasado, de una forma abrupta y desorganizada, que ha sido denominada de diversas formas, como villa miseria, callampas, barriadas, pueblos jóvenes, favelas, barrios o colonias populares, lotificaciones irregulares (o humanos irregulares), populares, urbanizaciones informales, lotificaciones y fraccionamientos clandestinos o piratas, entre otros. Estas denominaciones ponen en imagen aquellas tantas casitas a medio hacer, apiladas en los cerros, barrancas o cualquier espacio que no es vendible para otros usos (Quiroz, 2014). El Cerro del Cuatro se identifica como una zona de alto riesgo al configurarse como una pendiente. Este lugar no es adecuado para la urbanización, pues el suelo no es adecuado para la construcción de vivienda. A eso se le suman los problemas de drenaje y servicio de agua (El informador, 2013).
La urbanización del país configuró a las ciudades, a partir del crecimiento poblacional y la necesidad de un suelo para vivir. Se incentivó la creación de un mercado inmobiliario ilegal ante la creciente demanda y la baja oportunidad de acceso a un crédito, que trajo consigo una urbanización informal. Bajo ese proceso de construcción del espacio público en el que hoy en día viven su vejez estas personas, se hizo presente una restricción de servicios básicos, como alumbrado público, agua potable, drenaje, pavimentación, servicios educativos y de salud. A lo largo de más de 45 años de historia, se han obtenido a cuentagotas algunos de ellos.
Las condiciones materiales y físicas que se observan y utilizan en el espacio público del Cerro del Cuatro se pueden explicar a partir del principio de jerarquización que ha acompañado el proceso de urbanización en una situación de capitales reducidos con diferencia a otros espacios territoriales del municipio y que definimos como la condición de vulnerabilidad. En otras palabras, la construcción del espacio público en el que habitan responde al perfil de personas que en él habitan (migrantes del ámbito rural e indígenas) y, por ende, los capitales culturales y sociales que representan, expresado en las condiciones deficientes de infraestructura y servicios, que se enraíza con la estigmatización territorial del Cerro del Cuatro.
Lo anterior, se hace evidente, por una parte, en las condiciones físicas de este espacio territorial y que delatan las calles en su mayoría sin pavimentación, únicamente la calle principal, mientras que las demás son empedradas o de tierra, con una irregularidad en las banquetas por la altura y ancho o su inexistencia. Las calles son el prototipo de los servicios que se tienen en el Cerro del Cuatro: alumbrado público a medio funcionar y por secciones, abastecimiento de agua y drenaje deficiente, para algunos la clandestinidad del servicio eléctrico y la persistente irregularidad de la propiedad. Al parecer nada está cubierto al cien por ciento. Esta distinción con el ideario de Guadalajara se hace evidente en las palabras de I (62 años) cuando se le dice: “No, está muy feo para ser Guadalajara”; a lo que ella le responde “es que vivimos a las orillas de Guadalajara”.
Por otra parte, respecto a los servicios, el Centro de Salud y las instalaciones del Sistema Municipal para el Desarrollo Integral de la Familia (DIF Tlaquepaque)2 son de los pocos que se tienen en el Cerro del Cuatro por parte del gobierno. En ambas instituciones hay escasez de recursos que limitan sus actividades diarias y, por tanto, el cumplimiento de sus objetivos. Esto tiene que ver tanto con la infraestructura del lugar (espacios pequeños, mal planeados, sin ventilación) como con los insumos materiales, económicos y humanos necesarios para cumplir con sus funciones. El siguiente fragmento da cuenta de las condiciones restrictivas que tienen los servicios:
“el servicio de odontología está funcionando, aunque dijo -ya lleva algo de tiempo sin el material necesario, así que no puede atender, pero sí puede hacer revisiones, eso es lo único que puede hacer-. [...] la enfermera, quien reiteró la importancia de llevar a los niños a vacunar, [...] Pero también dijo que no tenía todas las vacunas, se descompuso su refrigerador y pues no tiene todas las vacunas” (Nota etnográfica 29 de agosto de 2018).
En la atención otorgada por DIF Tlaquepaque, institución encargada de la asistencia social en México, a través del funcionamiento de Centros de Desarrollo Comunitario donde participan grupos de personas adultas mayores, se identificó que los responsables del trabajo con esta población en el Cerro del Cuatro son servidores públicos que no tienen la preparación necesaria para un trabajo gerontológico, lo cual no es su culpa. Responde al proceso de selección y definición de perfiles que realiza la institución y lo que sucede es que estos puestos son cubiertos por personas que apoyaron durante la campaña de la actual presidencia –una práctica común en el hacer política en México. Junto a eso, las actividades planificadas que aparentemente se encuentran formalizadas parecen una especie de cumplimiento con datos estadísticos, es decir, mucho papeleo y no una intervención sistematizada que busque cambios cualitativos en la vida de las personas que participan de estas instituciones. Así se observa en la siguiente viñeta:
“pues tenían que participar en dos actividades, pero como no quisieron hacer una tabla rítmica, y se debe cumplir con los objetivos Ana tuvo que buscar quien la apoyara. […] Ana ha indicado que estos grupos (los del Cerro del Cuatro) siempre son los más olvidados, además de que los psicólogos, maestros de danza no quieren acudir, dicen que está muy lejos y que es muy peligroso” (Nota etnográfica 11 de julio de 2018).
El análisis de los datos obtenidos permite indicar que los servicios por parte del gobierno en este contexto son limitados, tanto para las personas adultas mayores como para habitantes de otras edades. Esto coincide con lo que ha indicado Montes de Oca (2001): “los grupos sociales más pobres y vulnerables no se encuentran cubiertos por institución alguna, ni siquiera para la atención básica a su salud, como es el caso específico de la población con 60 años y más” (p.586).
Entonces, se hace evidente que, para el caso de la infraestructura y servicios, las personas adultas mayores han quedado excluidas en un primer momento no por el hecho de ser personas mayores, si no por las condiciones propias del contexto en el que viven y que responde a una inversión restringida de diversos capitales que se reparten a partir de una configuración social de quienes habitan ese lugar. Resultado de la falta de inversión económica por parte del Estado en materia de infraestructura y calidad de los servicios es que este tipo de contextos se vislumbran desde una imagen de irregularidad y vulnerabilidad y que, por tanto, no atiende sus necesidades de manera tajante.
Lo anterior pone en evidencia que el espacio público, como el territorio, es un escenario de relaciones sociales en el que se intrinca el poder, la gestión y el dominio del Estado y otros agentes, como diversas organizaciones privadas y de la sociedad civil. Además, resalta el hecho de que las etapas de vida participan en su construcción social. En esta la actividad espacial de los actores es diferencial y, por lo tanto, su capacidad real y potencial de crear, recrear y apropiar territorio es desigual (Montañez y Delgado, 1998).
Por otra parte, dentro del espacio público del que son parte las personas adultas mayores, se consideran aquellos lugares que permiten su socialización y participación. Hay que tener en cuenta que la participación de este grupo de población en cualquier tipo de asociación tiene implicaciones positivas sobre la satisfacción con la vida (Herrera, Elgueta & Lorca, 2014). Sin embargo, aquí lo que se busca exponer es cómo es la estructuración de estos ámbitos de participación, pues permite conocer la forma en que se comprende la vejez y cómo se mira y valoriza a las personas adultas mayores.
Entre los espacios de participación, además del grupo del Centro de Desarrollo Comunitario, se logró identificar a las iglesias. En ellas acuden a la misa dominical o la que organizan al mes para las personas enfermas, así como a la comida de navidad o la entrega de despensas. Otro espacio es una asociación civil que brinda diversos talleres, realiza juntas y gestiona apoyos con otras instituciones. Tiene más de cuatro años funcionando y, según lo que señala C, “ya son más de 150 viejitas alborotadas” las que participan en un predio que han ido acondicionando para sus juntas y actividades y que muchas veces se ve rebasado por el número de asistentes. Otro espacio más es el salón contiguo de una iglesia a donde van a recoger una despensa de manera mensual que les entrega otra fundación.
La siguiente narrativa es un claro ejemplo de la forma en que se estructuran estos espacios de participación de las personas adultas mayores, en los que ellos juegan el papel de personas pasivas y sujetas a las condiciones que les son asignadas para su participación. Lo anterior, se evidencia durante la entrega de despensas en la que únicamente se escucha un mensaje y una oración. Después deben las personas adultas mayores que asisten estar atentas al pase de lista para poder recoger su despensa: “Después de los regaños, más que avisos, empezó la señora del pantalón verde a decir nombres, su voz era bajita además estaba sentada, pues poco se alcanzaba a escuchar, aun así por allí perdidos entre las gentes salían unos “Presentes” y la gente se comenzaba a mover, pues tenían que ir a hacer fila para pasar ahí con ella” (Nota etnográfica 13 de febrero 2019).
En su colonia, estos son los espacios públicos donde pueden participar desde su condición de personas adultas mayores. Se constituyen como un segmento de la colonia que padece ciertos tipos particulares de exclusión, exacerbando su situación de pobreza y reduciendo su capacidad para mejorar sus condiciones de vida en el mediano y largo plazo (Portales, 2014, p.3).
Como se observa, hay una limitada variedad de servicios destinados a este grupo de población. Además, dichos servicios tienen una serie de características que las definen. La primera es su ubicación geográfica. Al estar dentro del diámetro correspondiente al Cerro del Cuatro, son direccionados, es decir, los espacios antes mencionados son los espacios que en la lógica social estas personas viejas y pobres necesitan, espacios pensados desde la vulnerabilidad del ser viejo y, por tanto, sus acciones están encaminadas a otorgar bienes básicos para hacer menos pesada su carga (alimentación, resignación y ocupación del tiempo libre), lo cual se desprende de la concepción que tienen sobre la vejez como pobreza, dependencia y vulnerabilidad. Otra de las reglas del espacio público para este grupo etario fue la identificación de una participación pasiva. Esta situación coloca a unas personas como benefactores y otras como beneficiarias, lo que los envuelve en una relación de dominación, producto de la desigualdad disfrazada de buen corazón, y una imagen negativa de la vejez.
Restricción de la movilidad de las personas adultas mayores en el espacio público
En el contexto del Cerro del Cuatro otra de las características que estructuran la participación del espacio público de las personas adultas mayores en su colonia es la dificultad de movilidad, la cual se presenta a partir de dos factores. El primero, las limitaciones que su propio cuerpo les va imponiendo a estas personas. El cuerpo sobrelleva los cambios físicos del envejecimiento, en él se muestran aquellos signos que dan cuenta del paso del tiempo (arrugas, canas y manchas hepáticas que un tinte o algún maquillaje ayudan a disimular). Sin embargo, aunque son los más evidentes, la materialización de los rastros que el paso del tiempo deja en el cuerpo no es lo que posiciona como “viejos” a la población mayor del Cerro del Cuatro, sino el dolor que su cuerpo experimenta, especialmente, en sus extremidades inferiores y la pérdida de fuerza en comparación con etapas anteriores de sus vidas, que limita o vuelve más complejas las actividades cotidianas.
El dolor del cuerpo es lo que hace que la gente se sienta vieja, los achaques de viejita, como diría la hija de una informante, son las señales de que la vejez acompaña sus vidas y, sin importar la edad, el dolor de rodillas o la pérdida de fuerza están socialmente relacionadas con la vejez. T (83 años, indígena totonaca) nos lo señala: “Pues ya con la edad que tiene uno pues ya cambia verdad, ya no es igual a como cuando estaba uno joven y todo eso, pues ya poco a poco va rebajando como pues las fuerzas, las fuerzas para andar, para trabajar, todo eso, sí todo eso, ya no es igual cuando uno está joven verdad, ya no, entonces de esa manera vivo”.
No se puede negar que existe un deterioro del cuerpo, a partir de procesos fisiológicos que acompañan el envejecimiento. Este es un proceso universal, natural e irreversible que todos los seres vivos experimentan con el paso del tiempo y que implica el descenso gradual de capacidades físicas y biológicas que contribuyen a aumentar el riesgo de enfermedad. Pero esos cambios biológicos no son lineales ni uniformes y no se encuentran completamente vinculados con la edad de las personas, sino con su posición social y su contexto. Sánchez (2000) afirma que experimentar una disminución de la salud y la estela de esta, depende del nivel de educación, recursos económicos, dieta y nutrición, edad, género, conceptos culturales acerca de la enfermedad y los sistemas de apoyo, entre otras.
El proceso de deterioro físico del cuerpo, evidente en limitaciones funcionales, dependencia o discapacidad, se ha relacionado con la aparición de la vulnerabilidad socioespacial de las personas mayores (Sánchez, 2009) y se ha señalado su incidencia negativa en las relaciones sociales y participación en diversas actividades de las personas adultas mayores. Por su parte, Chudyk, McKay, Winters, Sims & Ashe (2017) enfatizan que los factores a nivel personal que contribuyen en la capacidad de las personas adultas mayores a ser activas en su vecindario son aspectos físicos, psicosociales, cognitivos y financieros. Además, Kim y Clarke (2015) señalan que a mayor limitación funcional, mayor riesgo de retraimiento y aislamiento social.
Sin embargo, estas condiciones personales y físicas que limitan la movilidad de las personas adultas mayores se anclan no solo con las condiciones estructurales de su colonia y las diversas barreras arquitectónicas que deben enfrentar, sino con las condiciones simbólicas de la vejez que persiste en ese lugar. Estas condiciones físicas no solamente las experimentan ellos en sus cuerpos, también las comparten con los otros, con quienes están envejeciendo. No se puede pasar por alto que “la vejez no es una experiencia individual, sino social. Los cambios biológicos solamente toman sentido en función de una sociedad determinada” (Ramos, Meza, Maldonado, Ortega y Hernández, 2009, p. 53). Así, esos dolores y limitaciones físicas que sufren sus cuerpos no son reconocidos únicamente por ellos, sino que la sociedad en general les hace saber que su cuerpo ya no podría aguantar. Así lo ejemplifica el caso de C (73 años), quien se cayó y contó su experiencia en el grupo de personas adultas mayores, señalando que sus hijos le hacían burla:
“dicen - ¿para qué se anda subiendo a la silla? ¿no pensó que se podía caer? -, ella dice que -pues uno que es terco y cree que puede seguir haciendo las cosas-, L (otra integrante del grupo) dice –es que ya no, ya no se puede hacer lo mismo, yo antes me subía a la azotea, a las sillas, todo, pero ahora ya no, me vaya a caer y no, ya no aguanto, además los huesos ya me duelen-” (Nota etnográfica 23 de enero de 2019).
Este conocimiento común sobre las limitaciones físicas del cuerpo o los dolores que “forman parte” de la vejez no son únicamente conocidos y reproducidos por sus familiares, coetáneos o vecinos, sino también por los profesionales de la salud. “Le pregunté cómo seguía de sus pies, me dijo -que mala, ya me duelen los dos pies-. Y, ¿qué le dijo el doctor? Pues dice que es la edad que por eso me duelen, y nomás me dio paracetamol.” (Nota etnográfica 6 de febrero de 2019).
No hay duda de que fisiológicamente el cuerpo es la cárcel perfecta para la humanidad y que el inevitable paso del tiempo conlleva un proceso de deterioro biológico progresivo. Sin embargo, de esa condición personal y natural se desprenden una serie de preceptos que colocan, en este caso a las personas adultas mayores , en una condición de debilidad o vulnerabilidad que estructura su participación en el espacio público de forma limitada y reducida a ciertas prácticas que atentan contra su condición de personas envejecidas.
El otro factor es la construcción del entorno físico y social. Para la Convención Interamericana sobre la Protección de los Derechos Humanos de las Personas Mayores, la accesibilidad y movilidad son un derecho; sin embargo, como se ha visto, el espacio público está restringido para este sector de la población, pues las condiciones de infraestructura se vuelven barreras. Al llegar a la vejez, dice Urroz (2002), las personas se enfrentan a barreras físicas del entorno que le imposibilitan o dificultan un normal desempeño dentro su entorno. Estas se presentan como barreras arquitectónicas, urbanísticas, en el transporte y en la comunicación. Vega (2014) agrega que esto dificulta o modifica el cumplimiento de sus necesidades diarias y hace presente el riesgo de aislamiento, institucionalización e incluso la muerte (Clarke & Ambrose, 2013).
El espacio construido en el que habitan estas personas mayores también responde al principio de jerarquización que ha organizado el espacio público bajo una lógica de restricción por edad. Se observa que las ciudades, en general, y sus espacios marginados, en particular, no están pensados para las personas adultas mayores, como tampoco para los niños o las mujeres. El espacio público le ha pertenecido al hombre productor históricamente, pues era quien hacía uso de él y lo planificaba. Además, se edificaba sobre una imagen homogénea de salud y funcionalidad generalizada.
Ante este principio, la lógica de caminos, transporte, organización, accesos y condiciones del espacio público, sumado a la condición de marginación en la que se ubica su espacio público más cercano, rebasa las capacidades latentes de las personas mayores. No únicamente por las condiciones de su cuerpo, sino por las creencias al respecto, lo que ha propagado una condición de miedo a seguir viviendo el espacio público.
Dicho miedo lo experimentan de manera constante, al andar con temor de caer en la calle, al tener que hacer uso del transporte público y enfrentar el servicio que se les presta –quizá no les van a hacer la parada porque van a pagar con Bienevales3 o porque seguramente tardarán más tiempo en subir–, saber que el tiempo que el semáforo tiene programado no es el suficiente para poder cruzar la avenida 8 de Julio o no tener la certeza de un asiento en el camión –más por seguridad que por descanso. A continuación, se presenta una situación a la que muchas de las personas de este grupo se han enfrentado:
“Vamos en el camión por el lado de Buenos Aires. Es difícil subirse y mantener el equilibrio, se suben dos señoras ya grandes, y una le reclama al chofer de que avanza y todavía no termina de subirse, el chofer de manera grosera le contesta que “a poco quiere que la suba de la mano”, las señoras se quedan calladas y ya no dicen nada. [...], Le reclamó a un señor que le iba a pagar con un bienevale pues solo estaban aceptando hasta el 31 de agosto y ya había pasado el día” (Nota etnográfica 1 de agosto de 2018).
Los escenarios presentados dan cuenta de la norma bajo la cual se estructura la participación de los viejos en el espacio público. Si bien el cuerpo es el referente principal que les indica ciertas limitaciones producto del deterioro biológico, la sociedad a través de sus prácticas, sus dichos, sus normas, ha producido y reproducido la exclusión de la población adulta mayor del espacio público.
El espacio público le pertenece a quien produce, el capital simbólico les pertenece a los hombres maduros. Los adultos mayores han perdido su capital simbólico como productores y, por tanto, ahora se les ve como una carga. Bajo esa idea se despliega toda una serie de prácticas que van a reproducir la dominación simbólica entre los productores y los improductivos, la que ha sido punta de lanza en la construcción de ciudades, la planeación y el ejercicio de la política pública, el hacer en el camión, la calle, el trabajo.
A esta condición de exclusión del espacio público se viene a sumar la violencia producto del narcotráfico que ha ido en aumento en su contexto inmediato y, por tanto, una situación que genera miedo a salir o hacer uso del espacio público. Este miedo se hace evidente en la reconfiguración de sus prácticas diarias:
“están pasando muchas cosas”, también la semana pasada -dijo su sobrina- mataron a un muchacho más abajo, y seguro se pone peor. [...] Dice la sobrina de I que por eso le dijo a su mamá (una mujer de 83 años) que no viniera, que estaba muy feo acá, que para qué se exponía, que a la mejor no le hacían nada, pero cualquier cosa ella no iba a poder correr o el simple susto, así que mejor que ni venga, mejor yo voy a verla (I 80 años, Veracruz, indígena totonaca).
Ahora la restricción en el uso del espacio público no solo tiene que ver con el miedo a transgredir la lógica de vida que se piensa del espacio público, sino a la violencia que hoy en día en todo Guadalajara se está experimentando y que se ha incrementado, según las personas entrevistadas, por la ineficacia y corrupción del Estado en el enfrentamiento al narcotráfico y la generación de estrategias de seguridad y vigilancia en su colonia. Existe una constante percepción de inseguridad por parte de la población adulta mayor respecto a su colonia, lo cual trae consigo la disminución en la participación comunitaria y cohesión social, ya que, como indica Skogan citado en Jasso (2013), puede estimular y acelerar la decadencia de los barrios y hacer que las personas se retiren física y psicológicamente de la vida comunitaria.
A continuación, se ejemplifica la percepción de inseguridad que prima entre las personas adultas mayores del Cerro del Cuatro y que los hace tener miedo respecto a su persona y familia:
“Sí, y yo de tener tanto hijo y todos regados, los que están aquí, dos que están trabajando, el otro vive allá en la esquina, también se va a trabajar, se van que vuelva sabrá, y Dios quiera y vuelva. […] Sí, ya le digo son cinco hombres y los cinco pues salen a trabajar, pero como le digo que vuelvan, hasta uno mismo, sale y que vuelva quien sabe” (C, 73 años).
El sentirse inseguras ha generado la modificación de ciertas prácticas, como los horarios para salir de casa, no usar el servicio de taxi, evitar dejar salir a las personas menores a la calle y estar preocupados por sus hijos, hijas o familiares que salen de casa. Esto concuerda con las conclusiones planteadas por Jasso (2013), quien señala que las personas se “sienten inseguras en la entidad en la que habitan, y esto ha repercutido en que las personas dejen de realizar actividades cotidianas que inciden en limitar el esparcimiento social, e inhiben la posibilidad de generar cohesión social, y en algunos casos genera otros problemas públicos de mayor envergadura” (p.28).
Esta condición de inseguridad ha venido creciendo en los últimos años, porque, aunque el Cerro del Cuatro tiene una larga tradición simbólica de inseguridad, la violencia ha ido en aumento y, como indican sus habitantes, en crueldad. El narcotráfico ha reconfigurado la violencia que estaba ligada a problemas entre pandillas hacia el conflicto por el territorio entre los cárteles.
De esa manera, en el análisis de las estructuras que han erigido el espacio público en el que participan estas personas mayores es necesario considerar, además de la constante ineficiencia por parte del Estado para cubrir las demandas de infraestructura y servicios destinados a este espacio social, la infructuosa estrategia de seguridad que ha dejado estos espacios en manos de los criminales.
Desde la perspectiva de Bourdieu, el espacio social y esos microcosmos de los que son parte las personas adultas mayores, específicamente el espacio público, tienen una organización particular de interacciones complejas, regulada por posiciones sociales y estructuras que les dan forma. El espacio social que ocupan las personas adultas mayores del Cerro del Cuatro es físicamente realizado, objetivado y se ha estructurado bajo una distribución de diferentes especies de bienes y servicios entre los agentes diversos que han participado en él. Lo anterior, bajo una distribución desigual en valor de las diferentes zonas de interés, que, como se ha identificado aquí, se divide en zonas centrales y zonas residenciales en distinción de las colonias populares o irregulares. Bourdieu (2013) comenta al respecto que el poder que se tiene sobre el espacio, dado por la posesión de diversos capitales, se manifiesta en el espacio físico “apropiado en la forma de determinada relación entre la estructura espacial de los agentes y la estructura espacial de la distribución de los bienes o servicios, privados o públicos” (p.120). De esa forma, la posición de un agente en el espacio social se expresa en el lugar del espacio físico en el que está situado, la posición relativa de sus localizaciones temporarias y, principalmente, por aquellas permanentes como su domicilio personal y de propiedad.
Bajo esas consideraciones se establece que, por un lado, el espacio público que usan y en el que participan las personas adultas mayores es producto de un proceso de larga data forjado a partir de los siguientes atributos: la informalidad, la pobreza y vulnerabilidad social. Estos se han ido configurando con la participación de diferentes agentes, que han formado parte de la construcción de este campo. Se les puede ubicar, a partir de los datos empíricos, en los habitantes de la colonia, en especial los primeros pobladores y líderes comunitarios, los brazos activos de ciertos partidos que fraccionaron y vendieron los terrenos en el Cerro del Cuatro, servidores públicos responsables de otorgar servicios a nivel municipal y estatal que van cambiando como cambian las administraciones públicas, así como el mercado inmobiliario privado y público.
Por otra parte, su espacio público es tratado y pensado desde la ideación como un espacio marginado, lo que determina la forma en que actúan sobre él las autoridades municipales y estatales en la dotación de servicios y recursos materiales. Esa distribución y asignación de recursos obedece a un nivel más amplio, la ciudad o el municipio, que da cuenta de la desigualdad territorial a partir de la cantidad, calidad y tipo de recursos destinados a estas personas, bajo una jerarquización entre centro-periferia. El atributo físico del espacio público es producto e imagen de la concepción social que se comparte, pero esta también conforma una idea respecto a las condiciones de vida y participación de las personas adultas mayores que viven ahí, lo que trae consigo un cierto tipo de servicios y apoyos. Respecto a los servicios que otorga la administración pública se puede decir que hay escasos recursos materiales para prestarlos, perfiles no profesionales, así como una infraestructura y calidad de los servicios caracterizados por la irregularidad. Al respecto, desde la investigación de la gerontología ambiental se ha indicado la importancia que tiene la disponibilidad de servicios médicos en la salud de la población. Por ejemplo, Liu (2007) encontró que las personas adultas mayores que viven en una zona de escasez de proveedores de salud tienen más probabilidad de tener una percepción mala de su salud y menor probabilidad de tener un lugar habitual para la atención médica.
Además, lo encontrado en esta investigación fortalece el análisis de García-Valdez, et al. (2019), quienes señalan que el estatus social del barrio, o en este caso de la colonia, condicionan la calidad de vida de las personas adultas mayores. Al respecto, Feldman & Steptoe (2004) exponen que un estatus bajo del barrio se asocia con menor inversión en el espacio público, lo cual se hace evidente en la desatención, el deterioro del mobiliario urbano, la presencia de barreras arquitectónicas y la ausencia de áreas verdes. También, en otras investigaciones se ha puesto en evidencia la relación entre las características geográficas del ambiente, la salud y el estrato social, considerando que la salud de la población no puede entenderse sin considerar el contexto ambiental y las condiciones sociales en las que viven (Salas-Cardenas y Sánchez-González, 2017).
Respecto a los que otorga la sociedad civil, son espacios religiosos o espacios particulares, en donde el papel de las personas adultas mayores es pasivo y sujeto a los requisitos establecidos para ser atendidos o beneficiados. Y aunque se ha evidenciado que el apoyo social, como el que otorgan estas instituciones, puede ser particularmente importante para la salud de quienes viven en vecindarios de bajos recursos (Eschbach, Ostir, Patel, Markides, & Goodwin, 2004) al motivar su movilización, es necesario identificar el tipo de apoyos que otorgan y la perspectiva que tienen respecto a las personas adultas mayores. Esto permitiría que estas personas sean vistas desde otro lugar, uno que les sume a los procesos de participación y contribución en su comunidad.
Los servicios que conforman el espacio público de este sector de la población en este territorio son limitados y construidos desde la perspectiva de la vejez como vulnerabilidad, pobreza y dependencia. Por tanto, sus acciones están encaminadas a otorgar bienes básicos que aligeren esa situación, como alimentación, resignación y ocupación del tiempo libre. Esto se entiende al comprender que el espacio social está inscripto no solamente en estructuras espaciales y tangibles, sino en las estructuras mentales desde las que se construye lo físico y son producto de la incorporación de las primeras. Bourdieu (2013) afirma que el espacio es un lugar donde se ejerce y afirma el poder de manera sutil, en él se pone de manifiesto la violencia simbólica, una violencia inadvertida, considerando que los espacios arquitectónicos en cuyas conminaciones mudas se interpelan directamente el cuerpo, es en él donde el poder simbólico y distribución de capitales es casi invisibles.
De esa forma se identifica que los principios de jerarquización que estructuran el espacio público en el que participan y usan las personas adultas mayores son la edificación de ese espacio desde una condición de vulnerabilidad y una restricción del espacio según la edad, que se ha estructurado y construido físicamente desde una idea generalizada de un único tipo de usuario, joven y con independencia funcional. Esto fortalece lo expuesto por Vega (2014), cuando dice que las ciudades que habitamos no están planificadas y ordenadas para todas las edades y, si se hace, es desde esta perspectiva deficitaria, que se limita a hacer funcional y accesible los espacios urbanos, desconociendo a la persona adulta mayor como sujeto activo, autónomo y participativo.
Al respecto Urroz (2002) indica que, al llegar la vejez, las personas se enfrentan a las barreras físicas del entorno que le imposibilitan o dificultan un desempeño normal dentro su entorno y en mayor medida dentro de la sociedad. Estas barreras se han identificado en las condiciones del transporte, la comunicación, aceras discontinuas o irregulares, bordillos e iluminación inadecuada, condiciones de la calle y el tránsito vehicular (Clarke & Ambrose, 2013).
Asimismo, las reglas que regulan la participación y uso del espacio público por parte de las personas adultas mayores son la marginación de los servicios que les son otorgados, una participación pasiva que responde a la forma en que se comprende la vejez y la condición de violencia e inseguridad que se ha exacerbado en su colonia, modificando sus prácticas cotidianas.
Se pone en evidencia que la posición que ocupan las personas adultas mayores dentro del entramado del espacio público es de exclusión frente a otros grupos de edad. Esto se pone en evidencia en la restricción para su uso e inversión de recursos. Lo anterior, es el resultado de tres causas. Primero, de las consideraciones simbólicas que se tiene sobre la vejez: una creencia reiterada de que deben permanecer en casa y que necesitan recursos básicos de subsistencia, así como la repercusión de estas creencias en la evaluación que hacen las propias personas mayores sobre el grado en que el entorno restringe y contribuye a la satisfacción de sus metas, a través de la autoimagen, motivación, presión social y expectativas (Iwarsson & Stahal, 2003). Segundo, la configuración geográfica del espacio que se vuelve una barrera de participación por ser un lugar difícil de recorrer, por causa de sus características geomorfológicas y la poca inversión pública para equipamiento urbano. Y, tercero, las condiciones de salud y funcionalidad de las personas adultas mayores que se relacionan con el proceso de envejecimiento patológico que han vivido y que se ha agravado con una restricción continua de servicios de salud.
Es necesario entender que las restricciones y problemáticas que enfrentan las personas adultas mayores respecto a la participación y uso del espacio público tienen que ver con las desigualdades socioespaciales –un proceso de urbanización no planeado, acceso desigual a equipamientos y servicios básicos (educación y salud) (Sánchez, 2007)– en las que fueron envejeciendo. Estas situaciones se recrudecen en la etapa de la vejez porque ante los cambios fisiológicos naturales del envejecimiento, la presencia de enfermedades y reducción de funcionalidad el espacio público se vuelve restrictivo para la realización de las actividades esenciales de la vida, la participación y mantenimiento de relaciones sociales, lo cual trae consigo problemáticas como la soledad y aislamiento social, inseguridad, dependencia y exclusión social (Salas-Cardenas & Sánchez-González, 2017).
Para cerrar, se retoma a Vega (2014) quien desde el planteamiento de Lynch, indica que las personas mayores como actores en un espacio público son sujetos históricamente posicionados y que están expuestos desde el lugar que ocupan en la estructura social a múltiples y variados discursos sobre la realidad (ciudad) que van introyectando mediante esquemas de percepción, valoración y acción. El paso del tiempo no solamente se refleja en la parte tangible de la colonia, como espacio público más cercano, sino en el sentido que le damos a ese lugar a partir de nuestra experiencia. La colonia, en sus calles, plazas públicas o instalaciones abiertas que se suelen recorrer en la niñez, juventud o adultez ya no están, no son lo que nos significaron para ese entonces, podría pensarse que ya no se usan o que ahora tienen funciones distintas.
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Artículo recibido: 31 julio, 2020
Artículo aprobado: 18 diciembre, 2020
Doctora en Ciencias Sociales, Colegio de Jalisco. Docente, Maestría en Gerontología, Centro Universitario de Ciencias de la Salud. México. E-mail: yolandageronto@gmail.com
Se centra la atención en este tipo de servicios porque son de los que hacen uso las personas adultas mayores. Dejamos de lado las escuelas primarias o secundarias, ya que son espacios que no están dirigidos a este sector de la población.
Programa del gobierno de Jalisco, a través de la Secretaría de Desarrollo y Previsión Social, consistente en el subsidio de dos pasajes diarios, haciendo entrega cada semestre. Cuenta con un tope máximo de 365 bienevales. https://sedis.jalisco.gob.mx/content/programa-bienevales-adulto-mayor-y-personas-con-discapacidad