Revista humanidades

Vol. 10, No. 1, Enero-Junio, 2020

El lugar donde encallan las ballenas o cómo sobrevivir al apocalipsis

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El lugar donde encallan las ballenas o cómo sobrevivir al apocalipsis

http://orcid.org/0000-0002-2298-6646 Mg. Carlos Cortés
Universidad de Costa Rica, Escuela de Estudios Generales, Costa Rica

El lugar donde encallan las ballenas o cómo sobrevivir al apocalipsis

Revista Humanidades, vol. 10, núm. 1, 2020

Universidad de Costa Rica

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Thenon Luis. Cuentos mínimos para una sola historia. 2019. San José. Editorial Uruk. 91pp.

El sismo provocado por las elecciones generales del 2018, en las que el candidato neopentecostal Fabricio Alvarado fue el más votado en la primera ronda y disputó la presidencia con Carlos Alvarado, quien a la postre resultó ganador, produjo innumerables repercusiones en la cultura política nacional así como intentos por comprender y hacer comprensible la nueva realidad a la que nos enfrentamos. Uno de los esfuerzos interpretativos más interesantes editado por Uriel Quesada es El mundo era otro. Cartas sobre el proceso electoral del 2018, una antología en la que participan diferentes escritores e intelectuales y cuyo contenido consta de dieciséis ensayos elaborados en forma de epístolas personales. La misma editorial del título anterior, Uruk Editores, publica en el 2019 el libro de fábulas Cuentos mínimos para una sola historia del dramaturgo, narrador y director argentino Luis Thenon, quien sin ironía se puede inscribir en este género de literatura preapocalíptica.

Cuentos mínimos agrupa cuarenta y tres textos de una rica diversidad genérica que parten de la metáfora común del circo y del espectáculo para explorar la crisis ideológica de la modernidad tardía. Microficciones, relatos, poemas en prosa y “actos sin palabras”, a la manera de los artefactos gestuales de Samuel Beckett, conforman una visión elegiaca fuertemente teñida por la melancolía hacia una sociedad humanista en vías de desaparición, reconvertida ahora en una “mascarada de lujo”, en un “naufragio de osamentas”, en una “mágica conjunción de atrocidades” dominada “por los fantoches de babas amarillas y plegarias azules”, las “farsas de domingo” y los “escaparates abiertos para vender mentiras amarillas y cosechar aplausos azules en la rueda”.

Expresiones como “El mar, el sonido del mar. ¿Por qué será que a veces es tan triste?”, “el lugar donde encallan las ballenas” o “la muerte de los elefantes” se repiten como letanías en un paisaje crepuscular de final de fiesta que contribuye a una fantasmagoría que tiene tanto de metáfora como de alerta sobre los problemas apremiantes del siglo XXI: el resurgimiento del populismo de extrema derecha, la heterofobia -la aversión a las diferencias-, la desigualdad social, el calentamiento global, la extinción masiva de las especies animales y la pérdida de la biodiversidad.

Una noción de un tiempo desarticulado de la historia recorre la narración. La nostalgia por algo que ya sucedió y que no sabemos qué es –el síndrome de la hiper-ciber-modernidad-, y que llenamos sin que el sentido de trascendencia tenga tiempo de alcanzar el presente. “No sé cuánto tiempo de cada espera nace y muere minuto por minuto”, se dice, en un escape hacia delante: “El número de pasos es el mismo pero a veces no llegan a ninguna parte”. Los títulos de los siete capítulos del libro, conformado además por un epílogo, reiteran el flujo temporal de una modernidad que se come la cola sin encontrarle una salida al sinsentido contemporáneo: “Hoy es día de fiesta en la ciudad”, “El cementerio de los elefantes”, “En el mundo de los payasos”, “El tranvía con velas”, “La fiesta interminable”, “La soledad del mundo” y “Un largo final de fiesta”.

Aunque Cuentos mínimos puede y debe leerse como una parábola de la Costa Rica restaurada –en la terminología cristiana de Restauración Nacional, el partido del que Fabricio Alvarado fue candidato-, también podemos y debemos ir más allá para ver en este libro un alegato contra la devastación espiritual, moral y material provocada por las formas más depredadoras del capitalismo. Hace ochenta años, en uno de sus poemas célebres denominado “A los que vendrán después”, Brecht se quejaba de que vivía en un siglo trágico que le había impedido ser un poeta lírico: “¡Qué tiempos son estos, en que/ hablar sobre árboles es casi un crimen/ porque implica silenciar tanta injusticia”. Brecht, y muchos escritores comprometidos como él, previeron el miedo y la complicidad, pero no la indiferencia.

En el 2019, hablar de ballenas y elefantes se ha convertido en un gesto político. Vivimos en una época en que la mera mención de la naturaleza es un recordatorio del apocalipsis que se avecina con la resignación de un paquidermo dispuesto al sacrificio, en que cualquier imagen del porvenir está irremediablemente ligada al destino de una especie amenazada. Nosotros mismos lo somos. El hombre (macho alfa occidental) es un depredador cínico al borde de la extinción. Nombrar a la naturaleza también equivale a amotinarse contra la indiferencia colectiva, en una lucha desigual entre la parte sensata del planeta y los poderes corporativos empeñados en boicotear la Agenda 2030 para el Desarrollo Sostenible y otros acuerdos globales.

Como nos permite recordar Thenon en su breve pero no menos intenso libro, el apocalipsis participa igualmente de una visión holística –no resisto la ironía-. Quienes patrocinan el populismo en Estados Unidos, Latinoamérica y Europa son los mismos que gobiernan en alianza con el fundamentalismo religioso, los mismos que rechazan la restricción del mercado de armas de fuego junto con la existencia del cambio climático y que combaten la “ideología de género”, una invención del Pontificio Consejo para la Familia del Vaticano que pretende tergiversar las políticas de derechos humanos a favor de la mujer y de las comunidades LGBTIQ.

Este es el entramado ideológico en el que Cuentos mínimos encuentra su microcosmos de fábula y pesadilla. El fantoche-predicador, como en algunas películas icónicas de Chaplin, se opone al payaso bondadoso y a su repertorio de personajes circenses que expresan en sí mismos una paradoja esencial de la condición humana, la dualidad de la risa y del llanto, el carnaval y el final del carnaval -que, si se quiere, es la de todo actor-. El arquetipo del payaso triste nace con la figura de Pierrot/Pagliaccio en la Comedia del Arte y encontramos su halo en una larga filmografía intertextual que atraviesa a Chaplin, Bergman y Fellini hasta llegar a Sombras y niebla (1991) de Woody Allen.

Fellini declara que “El payaso es a la humanidad como la sombra es al ser humano”. Thenon, hombre de teatro por encima de cualquier cosa, retoma esta premisa para recrear un circo humano –urbano, lo describe- más cercano de la teleserie apocalíptica Carnivàle (2003-2005) que de la poesía de Fellini. Una carpa se asienta en un pueblo a orillas de un mar desconocido. “Una ciudad de ciegos y un circo donde los sordos cantan al son de los tambores”. El falso profeta de este escenario irredento que se mueve “en círculos infinitos de alegría comprada”, con la verdad absoluta en una mano y un Libro de Cuentas en la otra –una contabilidad espiritual, una teología de la prosperidad a cambio del diezmo-, proclama la salvación en exclusiva, el advenimiento del Reino de Dios para aquellos elegidos dispuestos a rechazar a los “impuros”, impíos y pecadores culpables del delito de ser diferentes.

Esta perspectiva alcanza su clímax en el capítulo VII, “Un largo final de fiesta”, cuando se concluye que “Estar en equilibrio es un juego de luces en medio de la fiesta. (…) En esta historia que se acaba, el más precario sentido de los bordes tiene también designio de final de contienda, de angustia contenida, de silencio en las huellas que el agua del mar borra con cada movimiento”.

A pesar de esta visión que algunos considerarán pesimista, el hermoso capítulo IV, “El tranvía con velas”, se consagra a una especie de canto a la esperanza: “Hoy es un día diferente, un día para andar por el mundo haciendo un recuento de las cosas que se entrelazan, como los hilos de estas historias mínimas. (…) Ya sé, siempre estarán por ahí los vendedores de indultos y los predicadores de culpas ajenas e infinitas, esperando para dar el zarpazo. No importa, les diré que se vayan, que hoy es un día diferente, que aquí no hay lugar para sus cánticos violentos”.

Cuentos mínimos para una sola historia es, a pesar de su título, muchas historias y múltiples abordajes discursivos para emprender una defensa apasionada de la libertad humana. “(…) el día recomienza en cada vuelo de la imaginación”, se nos dice en la tercera parte del capítulo II, “El cementerio de los elefantes”, en una ineludible alusión al Quijote y a sus molinos de viento.

“El mundo tendría que cambiar, empezar de nuevo” añade en el capítulo III, “En el mundo de los payasos”. Siendo así, habría que empezar por imaginarlo. En la portada de Cuentos mínimos, un elefante azul, casi humano, mira al “desocupado lector” y lo invita a ver en él el mundo y la destrucción del mundo. La imaginación humana es un manual de zoología fantástica que creó a este animal prodigioso en las primeras representaciones pictóricas. Y es este mismo poder el que está a punto de destruirlo. Y podemos evitarlo.

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