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Presencias y ausencias: análisis comparado de tres narrativas sobre la Independencia en la escritura de V. F. López, Rosario Orrego e Iris (Chile, 1845-1930)
Presences and Absences: Comparative Analysis of Three Narratives about the Independence in the Writing of V. F. López, Rosario Orrego and Iris (Chile, 1845-1930)
Presencias y ausencias: análisis comparado de tres narrativas sobre la Independencia en la escritura de V. F. López, Rosario Orrego e Iris (Chile, 1845-1930)
Revista Humanidades, vol. 12, núm. 1, e49094, 2022
Universidad de Costa Rica
Recepción: 20 Agosto 2021
Aprobación: 03 Noviembre 2021
Resumen: El artículo tiene por objetivo comparar tres narrativas didáctico-doctrinales, escritas por un autor y dos autoras (Vicente Fidel López, Rosario Orrego e Iris), que tienen en común su referencia a la época de la Revolución de Independencia de Chile (1810-1818). Tomaremos ciertas ideas de la sociocrítica para establecer la relación interdiscursiva entre las obras. Se usa, principalmente, el concepto de ideosema, integrante de esta propuesta metodológica. A través de la revisión de los acontecimientos narrados y los personajes que se mencionan, describen u omiten, reflexionaremos sobre la caracterización social (raza, clase, sexo) de quienes participan de estas narrativas, con la finalidad de mostrar de qué manera dicho momento formativo de la identidad chilena fue interpretado y representado en las décadas posteriores, estableciendo continuidades y diferencias entre dichos relatos. Observaremos que existe cierta continuidad entre estos tres relatos, donde la propuesta del López, la idea de lo criollo que se establece como la opción posible para una transformación revolucionaria y civilizatoria, es continuada en ciertos aspectos por Orrego e Iris, aunque también concluimos que estas autoras, a pesar de sus diferencias, insertan, además, la perspectiva desde la agencia de la mujer, ausente en López.
Palabras clave: Chile, Revolución, Literatura nacional, Prejuicio racial, Mujer.
Abstract: The article aims to compare three didactic-doctrinal narratives, written by a male author and two female authors (Vicente Fidel López, Rosario Orrego and Iris), which have in common their reference to the time of the Chilean Revolution of Independence (1810-1818). We will take certain ideas from Sociocriticism to establish the interdiscursive relationship between the works, mainly using the concept of ideoseme, that is part of this methodological proposal. Through the review of the narrated events and the characters that are mentioned, described or omitted, we will reflect on the social characterization (race, class, sex) of those who participate in these narratives, in order to show how said formative moment Chilean identity was interpreted and represented in subsequent decades, establishing continuities and differences between these stories. We will observe that there is a certain continuity between these three stories, where López's proposal, the idea of the criollo that is established as the possible option for a revolutionary and civilizing transformation, is continued in certain aspects by Orrego and Iris, although it also concludes that these female authors, despite their differences, insert the perspective from the woman’s agency as well, absent in López.
Keywords: Chile, Revolution, National Literature, Racial prejudice, Woman.
1. INTRODUCCIÓN
El ejercicio que realizaremos tiene por finalidad comparar tres textos de un autor y dos autoras que son, en una primera mirada, muy distintos entre sí: por la fecha de escritura y publicación, por el público objetivo, los estilos escriturales y el formato de publicación. Para analizarlos, nos basaremos en los postulados sociocríticos, con el fin de sostener un análisis que permita entender las diversas ideologías adscritas a campos simbólicos de raza y género, principalmente, que se cruzan dentro y entre estas textualidades, a través de la operación de reconocimiento de los ideosemas1 –discursos ideológicos– presentes en las obras.
Según María Amoretti (2017), la sociocrítica, cuando fue planteada hace ya varias décadas, “no se trataba de definir la naturaleza social del fenómeno literario, sino más bien del estatuto de lo social dentro del texto” (p. 47). En ese sentido, la especificidad estética de lo literario debe estar ceñida a una economía sociocultural dada, sin la cual la dimensión del valor del texto no puede ser inteligible. De esta manera, la sociocrítica consiste en “trabajar los elementos de la textualidad al remitir a procesos de interdiscursividad; [es] entonces necesario buscar el factor conjuntivo entre lo semiótico y lo ideológico” (p. 47).
Las obras que proponemos analizar, más allá de sus diferencias, convergen en el período a partir del cual sitúan el relato –la época de la Independencia de Chile— asimismo, los tres pueden definirse como textos didáctico-doctrinarios. El otro aspecto en el que coinciden estas obras, tiene relación con las preocupaciones de sus autores. Tanto Vicente Fidel López, como Rosario Orrego e Iris, poseen una fuerte vocación historicista y patriótico-nacionalista, que cultivaron durante su vida entendida, en parte, por la clase social a la que estos tres exponentes literarios pertenecían: letrados de élite. Y, por último, los tres eran, al momento de publicar las obras que analizamos, tanto escritores de diversos géneros de literatura, como publicistas que crearon revistas culturales y publicaban sus escritos, además, en diversos medios periódicos.
Existen otros elementos de comparación que, si bien no son compartidos por los tres, pueden observarse entre dos de ellos. Por ejemplo, la impronta femenina y feminista de Rosario Orrego e Iris es necesaria de relevar (Brito, 1995; Subercaseaux, 2001; Contreras, 2012). Ambas autoras, asimismo, en sus diferentes momentos fueron excepciones a la regla: mujeres madres/esposas, de familias acomodadas que, además, se erigieron como prolíficas escritoras y se relacionaron con los círculos político-intelectuales más importantes. Junto con ello, incluyeron en sus narrativas a mujeres fuertes, decididas y autónomas, utilizando la metáfora de la patria emancipada, subrepticiamente indicadora de la emancipación de la mujer (Da Cunha, 2012).
Igualmente, López y Orrego compartieron el ideario nacionalista-romántico que se desarrolló principalmente entre 1840-1870, en donde la literatura histórica era uno de los mecanismos de difusión de los ideales patrióticos necesarios de anclar en la ciudadanía para llevar a las nuevas naciones por la senda civilizatoria. Junto con ello, ambos coincidieron en algunos círculos ilustrados de aquel tiempo.
Por otra parte, tanto López (1845) como Iris (1930), en los dos extremos del período entre la primera obra analizada y la última, tienen una fuerte traza racialista en sus obras –impronta que consideraremos como uno de los principales ideosemas a analizar.2 La del primero, marcada por la idea de raza como cultura-nación muy fuertemente arraigada de los idearios raciales filosóficos alemanes y franceses de fines del siglo XVIII e inicios del siglo XIX (Lepe-Carrión, 2016; Pérez-Vejo y Yankelevich, 2018);3 mientras, en la segunda, la raza es entendida como cultura-nación, pero, igualmente, desde una perspectiva biológico-genealógica heredera de las teorías del llamado racismo científico, difundidas ampliamente desde la década de 1860 y que permearon a la autora a través, principalmente, de la teosofía –doctrina que surge en 1875 con la fundación de la Sociedad Teosófica en Nueva York (Arre-Marfull, 2018 y 2020).
Para comenzar este artículo, daremos algunos antecedentes de la vida y obra de estos literatos y publicistas, para pasar, posteriormente, al análisis comparativo de tres trabajos de sus autorías: Época de la Revolución (1845) de Vicente Fidel López, Teresa (Episodio de la época de la Independencia) (1874) de Rosario Orrego y Cuando mi tierra nació… Atardecer (1930) de Iris.
2. EL ESCRITOR, LAS ESCRITORAS Y SUS OBRAS
Vicente Fidel López, nacido en Buenos Aires en 1815 y fallecido en la misma ciudad en 1903, posee una amplia y contundente obra literaria, historiográfica, filológica y antropológica, principalmente publicada en Argentina y sobre Argentina. En la segunda mitad del siglo XIX, López fue un ferviente impulsor del arianismo. Dicha tendencia indicaba que la raza aria o blanca era la depositaria o impulsora de la "civilización". De esta manera, difundió su trabajo en el Cono Sur de América y en Europa, destacándose su obra Les races aryennes du Pérou (1871), trabajo que fue expuesto en el primer Congreso Internacional de Americanistas en Nancy, Francia (Bernand, 2016; Arenas, 2021).
Este abogado, historiador y político liberal, inició su camino de las letras en Valparaíso, Chile. Además, junto a Domingo Faustino Sarmiento, se convirtió en uno de los tantos argentinos exiliados opositores del gobierno de Rosas que permanecieron al otro lado de la cordillera durante más de una década. López se radicó en Chile entre los años 1840 y 1853, estadía durante la cual cultivaría las letras y se dedicaría a la enseñanza escolar en la institución educativa llamada El Liceo, junto a Sarmiento y al filósofo chileno Francisco Bilbao, entre otros. Pese a su liberalismo, fue adepto de los gobiernos conservadores moderados que en ese entonces se sucedieron en el país.
Sus primeras letras fueron difundidas a través de la Revista de Valparaíso fundada por López en 1842 (Santa Cruz, 2010, p. 48). Esta es conocida como la primera publicación periódica-literaria chilena que apoyó ideas de libertad de pensamiento, promoviendo así la inquietud liberal en Chile. Los seis números que se publicaron contenían interesantes ensayos extraídos de publicaciones extranjeras, principalmente europeas, además de trabajos elaborados por el creador de la revista y los otros colaboradores locales.
En 1845, y seguramente por su cercanía con Sarmiento y Andrés Bello, Manuel Montt, ministro de Instrucción Pública de la época, le encomendó a López la escritura de un manual de historia de Chile promovido por la Universidad de Chile. Dicho libro debía utilizarse para la enseñanza de la historia nacional en los liceos; se tituló Manual de la Istoria de Chile. Libro adoptado por la Universidad para la enseñanza en las escuelas de la República.4 Es un capítulo de esta obra el que analizaremos, titulado “Época de la Revolución”. El Manual es, sin duda, uno de los libros que establece los pilares fundamentales de los discursos nacionalistas y racialistas que se extenderían en la historiografía chilena hasta avanzado el siglo XX.
Por otra parte, Rosario Orrego Carvallo de Uribe nació en Copiapó en 1834, y migró a los pocos años a Santiago para seguir con su educación. Con solo 14 años contrajo matrimonio, y ya en 1853 se radicaría en Valparaíso, donde permaneció gran parte de su vida. Falleció tempranamente en 1879, es decir, a los 45 años. En 1858 colaboró con sus primeras poesías líricas y trabajos en prosa en la revista La Semana, dirigida por Sarmiento y Justo Arteaga Alemparte. Entre los años de 1861 y 1864, colaboró sistemáticamente con La Revista del Pacífico (Valparaíso) y con la revista Sud-América (Santiago), y es en esa época cuando se publicaron, por entregas, sus primeras novelas: Alberto, el jugador y Los Busca-Vida (Grez, 1931; González-Vergara, 1992, pp. 76-78).
Los años siguientes siguió escribiendo en otras publicaciones, hasta que en 1873 fundó la segunda Revista de Valparaíso donde colaboraban los más prestigiosos literatos chilenos y algunas “notables plumas extranjeras” –en palabras de Isaac Grez. Esta revista-periódico “alcanzó el mayor prestigio y renombre, en forma tal, que su tirada consistió en un record de circulación y periodístico en esa época” (Grez, 1931, p. 15). De hecho, entre 1873-1874 publicó en esta revista la novela corta Teresa –que es la que analizaremos. Dicho texto posiblemente tuvo una buena acogida por el público lector, y sitúa su conflicto entre Valparaíso y Santiago en el período que va desde la Patria Vieja (1810-1814) –primer intento independentista chileno— a la Reconquista realista (1814-1818). Ese mismo año de 1873, se transformó en la primera mujer que entró a la Academia de Bellas Letras de Santiago como Miembro y Socia Honoraria (Grez, 1931, p. 13; Brito, 1995, p. 44). Fue reconocida en ese entonces como la primera periodista y novelista de Chile.
Los trabajos literarios de Orrego fueron generalmente firmados bajo el pseudónimo de “Una madre”, en un gesto, tal vez, estratégico en un medio social que valoraba positivamente la figura de la madre como formadora de ciudadanos patrióticos y civilizados. Ciertamente, con dos matrimonios (el primero duró casi veinte años hasta enviudar) la hicieron madre de 9 hijas e hijos –los cuatro últimos muertos apenas al nacer.
La obra de esta autora privilegia el tratamiento de ciertos temas, como la patria, la familia, la moral y la religión, los cuales va situando en temporalidades contemporáneas o históricas, aunque sin ir más atrás que de la época de la Independencia. Ciertamente, algunos de estos focos temáticos, esencialmente lo relacionado con motivos patrióticos y nacionalistas, constituyeron parte fundamental en las preferencias del círculo de letrados de la época, y se relacionaron con la preocupación que existía durante gran parte del siglo XIX por la construcción de un proyecto nacional (Contreras, 2012, p. 5).
Finalmente, Inés Echeverría Bello de Larraín, cuyo pseudónimo más popular fue “Iris”, nació en Santiago en 1868 y falleció en la misma ciudad en 1949. Perteneciente a la alta sociedad de su época, fue educada principalmente en lengua francesa por institutrices europeas. No obstante, creció con una fuerte conciencia de su genealogía castellano-vasca, y del deber y derecho histórico de la aristocracia en constituirse como los guías espirituales de Chile. Sin embargo, durante muchos años –según declaró en varios momentos— no adhirió a sentimientos de apego por su lengua ni por su tierra de nacimiento.
Desde muy joven escribió un diario personal en francés, parte del cual ha sido reproducido y traducido en sus Memorias (Echeverría-Bello, 2005), aunque, la mayor parte de su obra fue publicada durante su vida en castellano. Nunca llegó a radicarse en el extranjero, a pesar de estar algunas largas temporadas en varios países de Europa.
Iris escribió gran cantidad de artículos en periódicos y dio varias conferencias sobre literatura y filosofía. También abogó por las libertades de la mujer y la renovación espiritual de Chile. Sobre este último aspecto cabe mencionar que las referencias en su obra a la figura de Andrés Bello –su bisabuelo– fueron constantes. Llegó, sin haber tenido educación formal, a ocupar una cátedra en la Facultad de Filosofía y Humanidades de la Universidad de Chile el año 1925. Esto la convirtió en la primera mujer docente de dicha facultad (González-Vergara, 1992, p. 165).
Iris fue la figura más importante del feminismo aristocrático chileno de la primera mitad del siglo XX y es reconocida por la crítica e historia literaria actual por haber sido la más prolífica de las escritoras de inicios de siglo (González-Vergara, 1992, p. 132, Rojo, 1997, p. 234; Subercaseaux, 2001, p. 11). Se estableció, además, como la referente del Espiritualismo de Vanguardia, el cual se desarrolló ligado al feminismo aristocrático desde los primeros años del siglo XX (Subercaseaux, 2001; Arre-Marfull, 2018).
De 1904 a 1918, publicó siete libros de géneros diversos, especialmente crítica literaria y teatral, novelas cortas y memorias de viajes, donde destaca Tierra Virgen (1910) (Sandoval-Candia y Arre-Marfull, 2018). Además de lo anterior, publicó cientos de artículos, ensayos, conferencias y entrevistas en publicaciones periódicas como, por ejemplo, los diarios: La Nación y El Mercurio, y en revistas como Zig-Zag, Familia y La TribunaIlustrada hasta 1928. Entre los años 1930 y 1950, se publicaron once libros más de su autoría, de ellos, las tres novelas histórico-memorialísticas que componen su serie Alborada (1930-1946), de las que hemos seleccionado la primera, Cuando mi tierra nació… Atardecer para el presente análisis, novela que aborda una interpretación original de la Patria Vieja. Si bien, la publicación de la serie Alborada inicia en 1930, es probable que estas novelas fuesen escritas entre los años 1910 y 1925 (Prado, 2005, p. 125; Echeverría-Bello, 2005, p. 477; Arre-Marfull, 2020). Englobando las diversas teorías, saberes y estilos que guían su serie histórico-memorialística, esta obra de Iris debe leerse, además, en clave teosófica.
Finalmente, cabe destacar que utilizaremos la edición de Teresa de 1931, justamente un año después de la publicación Cuando mi tierra nació. No hemos indagado, hasta este momento, el impacto que pudo haber tenido, o el diálogo eventualmente generado entre estas dos obras que salieron a circulación en aquel entonces, y que evocan un mismo momento histórico desde una perspectiva de mujer. Nuestro análisis, sin embargo, discurrirá sobre la textualidad misma y se harán las alusiones pertinentes sobre los contextos de producción del autor y las autoras.
3. VALORES PATRIOS: LOS IDEOSEMAS DEL RACIALISMO, LA DIFERENCIACIÓN DE CLASE Y LA AGENCIA FEMENINA
Iniciaremos revisando el Manual publicado en 1845 por la Universidad de Chile –a pocos años de su fundación—, manual el cual Vicente Fidel López dirige a hombres jóvenes escolarizados pertenecientes a la clase social acomodada, o sea, a los hijos de la élite terrateniente y mercantil en posición de asumirse como descendientes directos de los españoles peninsulares nacidos en el territorio americano, es decir, los criollos, quienes eran pensados, según el texto, como los que debían posicionarse en la dirección del progreso patrio.5
Ahora bien, haremos un breve repaso general del Manual, para luego focalizarnos en el contenido del capítulo que nos convoca. López (1845) inicia su texto así:
E aqí todo lo qe trato de enseñaros; pues debéis saber, qe de nada mas os vais a ocupar qe de estudiar los progresos qe nuestra Patria a echo en la carrera de la civilización i de la libertad. Con este solo objeto [vuestro amigo] a escrito para vosotros este peqeño libro (p. 8).
Este manual de historia ha sido reconocido como un texto fundacional de la historiografía hispanoamericana, el cual, por su finalidad didáctica unida al proyecto estatal en curso, se establece como de carácter de oficial (Pro, 1992; Rodrigues, 2013; Narvaja de Arnoux, 2005 y 2008). En las tres lecciones preliminares, que sirven de sustento teórico para proceder después a contar la historia desde la Conquista hasta la Independencia, tituladas “Del significado de la palabra Istoria i de los conocimientos principales qe se adqieren con su estudio” (pp. 9-21), “Del territorio de Chile y de sus peculiaridades” (pp. 22-33), y “Cuales son las razas de qe está poblado el territorio chileno” (pp. 34-40), en las que el objeto discursivo Nación Chilena6 –con mayúsculas en el Manual–, se perfila en la particularidad cultural criolla, al excluir a la “raza india” y, asimismo, negar, a fines de la colonia, la importancia de los españoles peninsulares dentro del relato principal.
Prácticamente –indica el autor– “no hay indios” en Chile, o bien no interesan mayormente para el relato nacional, además de que existen muy pocos “mestizos” en esta narración oficial de la historia y, por supuesto, no hay –nunca se mencionan— negros, mulatos o zambos ni libres ni esclavos.7 De esta manera, se anulan las posibilidades de mestizaje.8 Además, tampoco existen las mujeres, evidentemente, en la gesta independentista ni en otro episodio de la historia de Chile.
López (1845) deja en claro, desde el inicio, que en Chile –el que, en su imaginación, para ese entonces abarcaba desde Copiapó hasta Chiloé incluyendo el país “Araucano” que en realidad era aún independiente—, no había más que “dos razas distintas” los chilenos verdaderos, es decir, los criollos mezclados biológicamente en pequeña proporción con los “indios”, y los “indios salvajes” que eran, asimismo, chilenos, pero solo porque habitaban en un territorio que era “de Chile”. Sin embargo, estos indios:
aunque son Chilenos también, porqe an nacido en el territorio de Chile i porqe poseen una gran parte de él, no son miembros de nuestra sociedad, no son nuestros compatriotas, porqe no tienen nuestro idioma, ni nuestra relijion, ni nuestras leyes, ni nuestras inclinaciones, ni nuestra fisonomía en fin; asi es qe no entran a formar parte de nuestra nación (López, 1845, p. 36).
Partiendo de esta premisa, el momento independentista chileno va a ser el intervalo temporal en el cual los hijos de españoles nacidos en ese territorio lucharán por su emancipación. Por lo tanto, sería una gesta que se desarrollaría propiamente entre “hombres” pertenecientes a una misma raza (religión, lengua, costumbres) que los españoles, pero diferenciados de estos solo por el territorio de nacimiento y por el llamado a emancipación política.
Así, escribe López (1845) en el capítulo “Época de la Revolución”:
La referencia constante a la literatura y a la filosofía ilustrada, de la cual se habían nutrido los “jóvenes criollos” para pensar en la emancipación, más la insistencia en que esa raza criolla –“la verdadera nación de Chile”— era la única llamada a gobernar sobre estos territorios, se manifiesta constantemente en el texto de López (1845): “pues qe no debéis mirar como [nación chilena] a las tribus de salvajes, qe poblaban estas tierras antes de la venida de los europeos qe es el origen de nuestro actual modo de ser” (p. 130).
La retórica doctrinaria repetitiva de estos valores y premisas patrióticas hispanocriollas, del desprecio por la mezcla racial de la nación chilena, el imaginario nacional absolutamente instalado en un territorio virtualmente ocupado por el Estado nacional, el enaltecimiento de la civilización, las letras y la libertad de la Patria van construyendo un relato en el cual la Nación Chilena se establece teleológicamente como un discurso histórico que justifica el presente y promueve el futuro: el destino de la Nación Chilena es y será la unidad racial y territorial bajo el dominio de hombres de raza hispanocriolla.
Los textos de Rosario Orrego e Iris, al igual que el de López, fueron concebidos para ser leídos por una clase social específica: la aristocrática (hacendados y burguesía mercantil). Sin embargo, mientras López escribía pensando en la más alta aristocracia masculina –quienes tenían acceso a educación formal en liceos estatales hacia 1845—, la cual sería la encargada de tomar las riendas de la política en las siguientes décadas, Orrego e Iris, por su parte, buscaron llegar, además, a un público femenino. Teresa fue publicada en la Revista de Valparaíso (la segunda) que contaba con una buena cantidad de lectores y lectoras, aunque en aquellos años el tiraje de periódicos o revistas no era todavía muy elevado.9 Aun así, fueron publicaciones adquiridas por la generalidad de las familias de clase alta, y existía la posibilidad de que circularan de mano en mano durante semanas, meses o años, especialmente las publicaciones de carácter literario.
Cuando mi tierra nació de Iris, fue publicada en formato libro por la editorial Nascimento, la principal editorial chilena del momento. La crítica de la época dio cuenta de su presencia en el circuito literario, fundamentalmente por la fama que precedía a su autora. Por ejemplo, en la crítica de María Valdés de Prado, en El Mercurio de enero de 1931, se comentaba:
En este libro, el primero de una serie sobre nuestro país, la genial escritora, describe la ciudad dormida y aletargada (…). Iris presenta al Libertador [Carrera] en el momento de tomar el mando supremo de las tropas rebeldes a las que anima con la gallardía de su porte y la elocuencia insuperable de su verbo cálido y vibrante en magnífica arenga de caudillo genial (Echeverría, 1998, p. 285).
Aunque no sabemos, a ciencia cierta, el tiraje de esta primera y única edición, posiblemente, esta fue la novela más leída de la serie, ya que las otras dos partes, publicadas en la década de 1940, llegaban tardíamente con una estética que no obedecía a los formatos de moda y en una época en la que Iris se había convertido en una escritora de otra generación (Arre-Marfull, 2018).
Por su parte, Teresa pertenece al género de novela histórica –en la línea de los episodios, tradiciones o leyendas nacionales—, que comenzó a publicarse desde mediados del siglo XIX en Chile. Sin embargo, como novela histórica, presentó diferencias en comparación con las escritas por hombres, principalmente en la representación del personaje femenino protagonista (González, 1997).
Pensando en otras novelas chilenas decimonónicas de este género, que tenían como escenario el período independentista, la novela de Orrego ha sido inscrita dentro de una estética romántica que expresa los ideales nacionales a través del discurso y de las acciones de su protagonista, Teresa, quien –como indica Marcela Prado– es la “fuerza supraindividual” por medio de la cual se canaliza el proyecto político de los “patriotas” (españoles criollos) contra los “realistas” (españoles peninsulares) (Prado, 2005, p. 42). En este relato se muestra la tensa situación política que se vivía en Chile hacia 1814. En ese entonces, los conflictos entre los criollos patriotas y los partidarios del rey eran materia de disputa, a través de un programa estético que se puede identificar con un romanticismo permeado, además, por la influencia del realismo (Contreras, 2012, p. 6).
Las acciones de Teresa la exponen como una mujer que toma decisiones y tiene opinión a partir de sus propias convicciones políticas. Expresa, por ejemplo, que “yo iría a morir como nuestro padre, en defensa de la patria” (Orrego de Uribe, 1931, p. 153) y, además, decide terminar su compromiso de matrimonio con su novio Jenaro, cuando se entera que es un traidor de los patriotas. Esta determinación rompe con los estereotipos del momento, por cuanto la joven deja la seguridad del matrimonio por mantener sus ideales libertarios (Prado, 2005, p. 41-42).
Más allá de esta figura femenina, el trasfondo observado en cuanto a discursos ideológicos nacionales/raciales de la novela, no distan de lo ya definido por López (1845), esto es, la revolución de la Independencia es una guerra entre los antiguos y los nuevos chilenos: españoles versus criollos, en una figura intransable:
Mientras los dos hermanos [Teresa y Luis] hablaban así en la víspera en que se intentaba un abordaje sobre la Warren [buque peruano realista], Jenaro, joven español, pero al parecer adicto a la patria, se dirigía a su casa: llegado ahí tomó un par de pistolas (…) [y] algunos saquitos de dinero y salió encaminándose (…) hacia Playa-Ancha [para desbaratar el plan de los patriotas en contra de la Warren] (Orrego de Uribe, 1931, p. 154).
El español Jenaro, también llamado el “godo” en la novela, más allá de lo que aparenta y aun estando comprometido con una criolla, es un traidor de la patria, por lo tanto, de la libertad y del valor máximo, que es la fidelidad a la nación adscrita al territorio llamado Chile. Jenaro soborna a un italiano para lograr la derrota de las embarcaciones patriotas que, en un combate naval frente a Valparaíso, caen en manos del buque peruano realista.
Español e italiano no poseen el arraigo que solo otorga el cariño a la tierra de nacimiento –“la madre”—, el cual sería la base de la conformación de la nación. El terruño patrio, la tierra que por derecho de nacimiento pertenece, como indicaba López en 1845. Sin embargo, no cualquiera puede tener ese derecho de nacimiento. Con López, hemos visto, que el indio, aun siendo el pueblo originario, no posee ese derecho, solo lo tiene el nativo civilizado.
En el clímax del relato, cuando Jenaro intenta resarcirse de su culpa y retomar el compromiso con Teresa, ella lo increpa:
—Dígame, Jenaro, ¿cree usted que podría yo desposarme con un hombre que clavase un puñal en el corazón de mi madre? (…) –Usted, Jenaro, contribuye a derramar la sangre de mis hermanos, ella cae sobre este suelo, y este suelo es mi patria. Yo daría mi vida, si de algo sirviese, para que ella fuese libre y feliz (Orrego de Uribe, 1931, p. 169).
En esta novela, vemos el principio de nación en su unidad nacimiento/territorio personificado en sus protagonistas: todos los españoles son traidores, aun cuando aparentan ayudar a los criollos patriotas. Mientras los criollos y criollas, solo por serlo, poseen el valor de la lealtad a la “madre” que no es otra cosa que la patria.
Sin mencionar en ningún momento a mestizos, indios o negros, Teresa simplifica el conflicto en dos fuerzas opuestas, las cuales pertenecen, sin embargo, a un mismo universo social/racial. Lo original de su propuesta, y lo disruptivo dentro de la literatura histórica de la época, es la agencia femenina y, con ello, la asimilación o relación establecida entre la emancipación de la patria y la emancipación de la mujer.
Cuando mi Tierra Nació de Iris narra acontecimientos ocurridos en la familia de dos hermanas de clase aristocrática, las Aranda, ambas ya de más de cuarenta años, madres viudas de jóvenes hijas. Nunca se indica claramente si estas hermanas son españolas peninsulares o americanas, aunque posiblemente son criollas, hijas de españoles llegados a Chile.
Beatriz Aranda de Toledo es una mujer liberal, nunca se sometió a marido ni cura –a pesar de haber estado casada con un oidor–, y habita tranquilamente en su hacienda de Peñalolén, en los faldeos de la Cordillera de los Andes,10 llevando una vida austera. De marcada preferencia patriota, ayuda en diversas ocasiones al prócer José Miguel Carrera en su cruzada libertaria. Vive con su única hija soltera, Alba, muchacha mística, generosa y sensible.
Cruz Aranda de Iturgoyen reside en una casona de Santiago, es afín a la tendencia realista y muy conservadora, por lo tanto, totalmente diferente a su hermana. Tiene cuatro hijas, las tres mayores están casadas con hombres de linaje y viven de acuerdo a la estirpe de sus apellidos. Conchita, la menor, soltera, es una muchacha alegre e infantil, aunque tras esa apariencia se esconde una mujer reflexiva y apasionada.
Por su parte, Pablo Villeneuve, otro de los personajes protagónicos, es un joven de origen francés, nacido y criado sus primeros años en España, quien nunca conoció a su madre y se educó gracias a su padre ya fallecido. Llegó a Chile con un amigo chileno que conoció en la península y, al instante, forja una profunda amistad con Alba y Beatriz, a quienes considera espiritualmente superiores, lo que le hace sentir admiración y un amor especialmente místico hacia Alba.
El mundo de la novela está impregnado por el modelo de la novela romántica y algo naturalista –a pesar de que su publicación fue en 1930—, con el trasfondo de la cordillera y el campo en Peñalolén, donde se desarrolla parte del drama de la historia: por un lado, el contexto revolucionario y, por otro, el amor imposible entre Pablo y Alba. El otro amor imposible, aunque por razones diferentes, es el de Conchita y José Miguel Carrera, el que se desenvuelve a escondidas tanto en la ciudad colonial como en la hacienda cordillerana.
No vemos acá esa dualidad absoluta entre peninsulares y criollos, como se veía tanto en López como en Orrego. La afición al bando patriota o realista tiene relación más bien con un carácter personal, con tener un espíritu libertario o conservador, y no necesariamente con haber nacido en Europa o Chile.
Es de relevancia señalar además que negros, mulatos y esclavos, principalmente, en su posición de criados y criadas tienen un lugar especial en la narración, a diferencia de los textos de López y Orrego, en los cuales no se mencionan. Por ejemplo, casi al inicio del relato, Beatriz y Alba ayudan a esconder a un esclavo que se ha fugado de su amo que lo había dejado mal herido por los azotes. Las mujeres se apiadan de este “pobre hombre”, lo cuidan y protegen, en un claro gesto que expone la altura espiritual de los adictos a la patria. Otro ejemplo es la negra Basilia, esclava de confianza de Beatriz que la había acompañado desde su niñez. Ella era, “aun siendo esclava”, una persona respetuosa y respetable.
Hay muchos personajes de la servidumbre que son definidos como negros o mulatos, especialmente, mujeres, las que gozan de buena reputación: son mujeres leales, trabajadoras, sufridas muchas veces en manos de malos hombres. Observamos, de esta manera, una lealtad de género en el relato, sin embargo, existe también una infranqueable distancia de “raza”.
El origen genealógico es determinante en el carácter de los personajes: se comparan constantemente a los franceses, andaluces, castellanos conquistadores y los vascos. También, el texto menciona y caracteriza a los negros, indios y mestizos. La sangre de los conquistadores, más andaluza, determina una raza cálida, valiente, animada –por su cercanía con África. Esa raza, según la novela, dirigió Chile durante la conquista y se mantuvo “casi pura” hasta iniciado el siglo XVIII, cuando los españoles del norte, los vascos y navarros, comenzaron a llegar agregando a la raza andaluza y castellana de perfil audaz y heroico, la frialdad y el fanatismo religiosos propios del norte de la península.
El día en que Conchita contrae matrimonio con el amigo linajudo de Pablo –pese a estar enamorada en secreto de José Miguel Carrera–, doña Javiera Carrera, vecina de Santiago y hermana de este último, se dirige a la muchacha y a su madre. Doña Javiera les dice:
–¡Qué le vamos a enseñar (…) si ahora nacen sabiendo ‘componerse’ las muchachas! ¿No me negarás, chica, que ya bailas cueca?11La madre manifestó que la niña bailaba danzas andaluzas con castañuelas. –¡Castañuelas! ¿Y para qué?, cuando las tiene todas dentro (…) Uds. tienen apellido que suena a Navarra (…) pero la niña es flor de las Andalucías… Le admiraban a la señora Carrera las razas diferentes que mostraban las Iturgoyen, plácidas, calmadas y morunas, Carmen y Rosario, a la vez que apasionadas y diablescas, Dolores y Conchita (Iris, 1930, p. 78).
Por otra parte, el bajo pueblo o los “rotos”, es decir, mestizos, negros, mulatos e indios pertenecen, según el texto, a razas embrionarias.12 Es preciso acotar que, ni en López ni en Orrego, observamos este vocablo “roto” ni su relación con estos mestizajes, que sí aparece en Iris. En este sentido, en Iris hay algunas sirvientas que logran escapar algo de la determinación del color, siendo ejemplos de dignidad, como la negra Basilia, aunque siempre están en una jerarquía espiritual e intelectual inferior: son los “hermanos menores”. Para Beatriz y Alba, las esclavas han llegado a ser parte de la familia por ser muy religiosas, compasivas y fieles; aunque nunca deja de recalcarse su condición de negras y esclavas. No obstante, para otros personajes dentro de la aristocracia –principalmente los realistas– lidiar con la “chinería”13 es algo desagradable.
La servidumbre de origen africano está presente en la narración desde la perspectiva de los amos, pues todos tienen negras, negros, mulatas y mulatos esclavos de servicio; esta presencia funciona, junto con dar cuenta de la realidad de la época, también como metáfora emancipadora, ya que solo los patriotas logran comprender el alcance de la palabra libertad, demostrado en su trato compasivo con quienes están evolutivamente más atrás.
También aparecen mencionados en algunos episodios los “huasos”, es decir, los peones e inquilinos indios o mestizos de la hacienda, y se reitera el trato distante hacia ellos. En general, solo Alba y Beatriz escapan de esa forma impersonal o despectiva de tratar a la servidumbre o subalternos. Y, a pesar de existir personas de la servidumbre que poseen dignidad, existe una brecha insalvable: por un lado, los rotos, chinos y esclavos –bajo pueblo y servidumbre–; y, por otro, la aristocracia. Esta separación se relaciona con una esencia espiritual determinante que proviene del origen y las costumbres, es decir de la genealogía, y, por añadidura, de la clase social.
Ejemplo de lo anterior es la siguiente escena. Un día, llegando Beatriz a casa de su hermana Cruz visita a una esclava de la casa, ya vieja y enferma, quien era negra de confianza y a la cual también conocía desde niña, llamada Ña Eufrasia:
La entrada de Beatriz hizo acontecimiento entre los siervos. La primera que la saludó fue Peta Quevedo. (…) Las otras negras jubiladas rodearon también a la dama, que franqueaba, con su sedante sonrisa, las barreras de sangre y color. (…) En vano la amable sencillez de las mujeres blancas destruía barreras, pues, la Naturaleza porfiada, marcaba en color, tosquedad y rudeza de gestos, su obscura voluntad de dominación y servidumbre. (…) Ña Eufrasia veneraba en su cuarto un Niño Dios, bajo fanal de vidrio, adornado con toscos animalitos de madera (…). La vuelta a infancia senil y el ya trémulo albor de conciencia en la raza negra, se armoniza con la ingenua devoción a un Dios también Niño (Iris, 1930, p. 119-120).
Infantilizar a los pobres, a los descendientes de africanos o indígenas e, incluso, a las mujeres para justificar prácticas educativas disciplinarias, con el fin de regenerar la raza, fue un discurso extendido en los diversos países latinoamericanos en el siglo XIX y hasta avanzado el siglo XX. Era común la “concepción ‘científica’ de que las aptitudes superiores del ser humano, tales como la voluntad, el pensamiento abstracto y la capacidad reflexiva serían ajenas a la infancia” (Sáenz, 2012, p. 224). Asimismo, eran facultades embrionarias o incipientes en negros, servidumbre en general y en el bajo pueblo mestizo/mulato. En López, este aspecto se soluciona ocultando la presencia afrodescendiente, y transformando en “salvajes” a los indios. En Orrego, indios y negros, simplemente, no aparecen.
La novela de Iris, al generar esta interacción entre las élites y la servidumbre, intenta realzar la piedad y heroísmo patriota hispanocriollo. Si bien se hace referencia a la mezcla racial, esa mezcla ocurre entre pares: los españoles andaluces se mezclan con los vascos, y resulta la aristocracia chilena, pero si ocurre que algún español se mezcla con indígena o negra y resulta un mestizo, mestiza, mulato, o mulata –roto, chino—, deviene en servidumbre.
Cuando mi tierra nació enfatiza el cambio futuro, la idea de progreso, más allá de su estructura general de novela histórica romántica –donde el pasado debe explicar y hasta glorificar el presente. Algo similar ocurre con el relato de Orrego. La escena final de Teresa, cuando los protagonistas –Luis, Jenaro, Teresa— están volviendo desde Santiago hacia Valparaíso tras la derrota de José Miguel Carrera, después de haber sacado de la prisión a su hermano patriota gracias a su exprometido: Teresa decide cabalgar de regreso a Santiago, dejando a su amor-hombre para morir por el amor-patria, avizorando un futuro ideológicamente homogéneo, además de emancipado, tanto para hombres como para mujeres. Visiones, en consecuencia, insertas en la más profunda filosofía histórica de raigambre judeo-cristiana con su carácter teleológico donde “sentido y finalidad se identifican”; los acontecimientos pueden ser interpretados, no solo en función de los hechos antecedentes de los que derivan, sino, sobre todo, en “función de la meta o telos hacia el que apuntan (causa final)”, como indica Contreras (2003), “judíos y cristianos van a entender la historia como promesa, como expectación de un futuro absoluto, de un eschaton en el que las víctimas serán consoladas y el dolor justificado” (p. 242).
La narración de Iris se contextualiza ficcionalmente en relación con el devenir del prócer criollo José Miguel Carrera y lo que él realizó por la Independencia, como el inicio de la “alborada” de Chile. Entre muchos otros, uno de los planes de Carrera, nos cuenta el relato, era abolir la esclavitud, pues el prócer:
Carrera es el llamado literalmente a “regenerar la Raza”, a crear otra raza (Iris, 1930, p. 337). La raza que se espera pueble Chile, en el futuro, debe ser ágil, renovada, espiritual, libre y, por supuesto, blanca, como lo eran sus protagonistas Beatriz y Alba, las visionarias de futuro.
Es preciso puntualizar la importancia de Alba en el relato. Ella personifica un ideal a alcanzar. En este sentido, no es tan solo una típica heroína romántica, mujer llena de atributos valóricos, visionaria, con capacidad sensible y con un final trágico, sino que es la alegoría patriótica de lo que Iris quiere significar con sus novelas. Uno de esos elementos es el color: su nombre es sinónimo de blanco. Habita a los pies de la cordillera, nevada y blanca en invierno. Sus características físicas noreuropeas contrastan con la población chilena media y, sobre todo, con la servidumbre. Ella es física y mentalmente superior:
Las representaciones de la sociedad chilena en este momento fundacional de la nación dentro de los textos que hemos analizado –y de los discursos ideológicos o ideosemas que los cruzan y enlazan– son esenciales de entender y examinar en cuanto a su función doctrinaria dentro y fuera de los textos. Los tres relatos, más allá de sus diferencias estéticas y compositivas, buscan educar al lector o lectora sobre los valores deseables para construir un porvenir superior, bajo la persistente idea de progreso y civilización instalada antes y durante las guerras de independencia. Esté afán educativo es explícito en López, ya que su relato es un manual de historia, propiamente. Sin embargo, bajo el formato novelesco, Rosario Orrego e Iris buscan, igualmente, ilustrar a sus lectores y, especialmente, lectoras, agregando a la narración la agencia de las mujeres dentro de los hechos independentistas.
4. CONCLUSIÓN
Si bien con López observamos la historia del relato oficial –conocido hasta incluso hoy en día—, con los próceres y batallas que hicieran relevante e importante la Revolución, destacándose nombres masculinos e hispanocriollos como los hermanos Carrera, entre otros varios hombres de política y guerra, las historias contadas por las autoras proponen a los próceres, particularmente a José Miguel Carrera en la gesta que comanda durante la Patria Vieja, solamente como el trasfondo de la historia principal, que es, finalmente, la historia de mujeres libertarias, que emancipadas del hombre-rey, deciden su destino por sí mismas (Da Cunha, 2012).
Podemos observar que Vicente Fidel López en 1845 sentó ciertas bases narrativas de la Independencia, las que, posteriormente, recuperarían Rosario Orrego e Iris, pero en niveles diferentes. Orrego hace parte del discurso que otorga primacía absoluta a los valores del criollo, hijo de español nacido en Chile, sin mezcla. No es que la autora lo defina explícitamente, sino que, en las ausencias evidentes de otro tipo de personajes, el relato nos remite a un universo homogéneo, donde la diferencia radica en el antagonismo entre los nacionales (criollos) y los extranjeros (europeos), acatando, de alguna manera, sin grandes reclamos, las ideas de López de que lo único que valía la pena para la Historia de la Nación Chilena era narrar el acontecer de la “raza española” desarrollada en este territorio.
En Iris, se acogen algunos otros elementos diferentes. La novela de esta autora no pretende demostrar que la sociedad era homogénea, ni que la única diferencia radical estaba entre los criollos y sus enemigos, los españoles. Iris nos muestra una sociedad bastante más compleja, desde la perspectiva de las genealogías. Nos expone los diversos mestizajes, entre variadas “razas”, sin embargo, dispone estas mezclas separadas a partir de una clasificación de clase social. Tampoco todos los españoles son enemigos, ni todos los criollos son amigos de la causa patriota.
Por otra parte, concordando con López, Iris establece una jerarquía en la cual el indio y sus mezclas ocupan un lugar subordinado. Tal vez no salvaje, pero sí “embrionario” –lo que podría ser un símil—, y esa característica la poseen, además, los esclavos y esclavas negras y mulatas. La mención de este grupo social en Iris es muy relevante, toda vez que ni López ni Orrego lo refieren.
No obstante, el grupo social de negros y mulatos era, en aquellos años de principios del siglo XIX, realmente un grupo mucho más complejo que simplemente una homogénea servidumbre. Los mismos historiadores decimonónicos Benjamín Vicuña Mackenna o Diego Barros Arana, ya mencionaban hacia 1870, por ejemplo –aunque en general despectivamente—, la participación de batallones exclusivos de negros y mulatos en las guerras de Independencia, formados tanto en Chile como llegados desde Argentina. Y muchos de ellos, sabemos hoy en día, no fueron solo soldados rasos, sino que llegaron a rangos superiores en el ejército (Madrid, 2014; Mareite, 2019).
Finalmente, generar este trazado de larga duración entre discursos ideológicos presentes como ideosemas en las textualidades analizadas –especialmente los ligados al racialismo y a una perspectiva/presencia femenina–, nos ha permitido, en conclusión, situar a nuestros autores en su contexto de producción, y nos han dado, igualmente, algunas luces tanto del pensamiento de ellos, en tanto gestores literarios, como de la sociedad que los vio erigir sus obras históricas e histórico-ficcionales.
5. FUENTES DE FINANCIAMIENTO O PERMISOS DE USO DE DATOS
Este artículo forma parte de la reflexión inserta en el actual proyecto de la autora, el FONDECYT Postdoctorado n.° 3190070 titulado “Las ideas sobre la raza y las doctrinas racialistas en la prensa chilena durante la expansión nacional. Copiapó, La Serena, Valparaíso y Santiago entre 1840 y 1940”, financiado por ANID (Agencia Nacional de Investigación y Desarrollo – Chile).
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Notas