Ensayos
Sociología y literatura, ¿un amor imposible? Reflexiones desde la (in)experiencia1
Sociology and Literature, an Impossible Love? Reflections from (In)experience
Sociologia e literatura, um amor impossível? Reflexões a partir da (in)experiência
Sociología y literatura, ¿un amor imposible? Reflexiones desde la (in)experiencia1
Revista Humanidades, vol. 14, núm. 1, e55382, 2024
Universidad de Costa Rica
Recepción: 23 Agosto 2023
Aprobación: 07 Diciembre 2023
Resumen: El texto reproduce y amplía una conferencia dada por el autor en donde reflexiona brevemente acerca del estilo de escritura en la sociología. El punto central de la reflexión es la relación entre la sociología y la literatura, y cómo esta relación puede ser fructífera para ir más allá de la tradición sociológica en la forma de expresar sus ideas. A través de tres “actos”, el autor presenta algunos ejemplos que han sido inspiradores en su propia práctica de escritura sociológica y, al mismo tiempo, resalta su poca experiencia en la escritura literaria.
Palabras clave: escritura creativa, sociología, literatura.
Abstract: This essay reproduces and extends a conference given by the author in which he briefly reflects on the writing style in sociology. The central point of the reflection is the relationship between sociology and literature and how this relationship can be fruitful in going beyond the sociological tradition in expressing their ideas. Through three “acts”, the author presents some examples that have been inspiring in his practice of sociological writing and, at the same time, highlights his little experience in literary writing.
Keywords: creative writing, sociology, literature.
Resumo: O texto reproduz e amplia uma palestra proferida pelo autor onde ele reflete brevemente sobre o estilo de escrita em sociologia. O ponto central da reflexão é a relação entre sociologia e literatura, e como essa relação pode ser fecunda para ir além da tradição sociológica na forma de expressar suas ideias. Através de três “atos”, o autor apresenta alguns exemplos que têm sido inspiradores na sua própria prática de escrita sociológica e, ao mesmo tempo, destaca a falta de experiência na escrita literária.
Palavras-chave: escrita criativa, sociologia, literatura.
1. Introducción
La escritura sociológica como gesto literario ha sido una temática (una práctica, en realidad) más o menos vetada en los círculos académicos, en las universidades y en los circuitos de publicación. En este ensayo de tres actos, hago una reflexión sobre la literatura como posibilidad narrativa en la sociología y sobre mis inocuos acercamientos a una sociología desde narrativas divergentes de los cánones impuestos. En fin, este texto busca sensibilizar sobre la importancia del vínculo entre la sociología y la literatura; más exactamente sobre la importancia de involucrar a la literatura en el acto de escribir sociología. Además de pensarlo como un gesto estético, considero que este vínculo abre las posibilidades de explicación e interpretación que se suele hacer en la sociología.
Quiero hacer énfasis en la última idea del párrafo anterior. Lo que presentaré aquí no se trata de análisis o exégesis desde la sociología de la literatura2 (una “subdisciplina” que analiza con categorías sociológicas las creaciones literarias), sino reflexiones de cómo la literatura ha influenciado el estilo de escritura de algunos autores y autoras que me parecen potentes y que han influenciado mi propia manera de pensar la escritura sociológica. Es, más bien, una síntesis y selección desde mi propia (in)experiencia como sociólogo preocupado por una escritura que trascienda los cánones de la disciplina. No se trata, entonces, de un estudio sistemático en el sentido académico, sino de reflexiones acompañadas de impresiones y resonancias personales. Se trata de un ensayo sobre el gesto de la escritura sociológica, no de un estudio académico sobre la literatura como “proveedora de datos” de la sociología, o la complementariedad de ambas para dar explicaciones a diferentes problemáticas sociales.
El asunto de la relación entre sociología y literatura, en ese sentido, no es nuevo. Coser (1963) publicó en inglés su libro Sociology Through Literature: An Introductory Reader en donde explora algunos temas centrales de la sociología a través de algunos fragmentos literarios. Además, Nisbet (1979) publicó en inglés el libro La sociología como una forma de arte. Allí planteó que la sociología, al igual que algunas obras de arte (musicales, pictóricas o literarias), presenta paisajes, personajes y movimientos de manera concreta en la cual se conjuga la creación conceptual y artística. Por su parte, Lepenies (1994) publicó en alemán su libro Las tres culturas. La sociología entre la literatura y la ciencia. En este libro, el autor plantea la convergencia de las culturas científica y artística en la sociología, analizando su emergencia en Francia, Inglaterra y Alemania. Asimismo, le dio un lugar nuclear a sus protagonistas en cada país (por ejemplo, Auguste Compte y Emile Durkheim en Francia; John Stuart Mill y Beatrice Webb en Inglaterra; y Georg Simmel y Max Webber en Alemania)3.
Más recientemente, algunos autores también han aproximado un acercamiento de este tipo entre sociología y literatura. Por ejemplo, Becker (2015) se refiere a los elementos analíticos sobre el matrimonio con el cual se puede leer la novela Orgullo y prejuicio de la escritora Jane Austen. El historiador Todorov (2018), asimismo, realiza un análisis de este tipo sobre Milan Kundera e Ian Watt. Y lo propio hace Lahire (2006) en el capítulo denominado “Sociología y literatura”.
Al igual que Lepinies, el científico y escritor inglés Snow (2000) se había referido a la diferencia entre las ciencias y la literatura en términos de “culturas”. Este pensador determinó en sus encuentros e intercambios con científicos y literatos dos polos separados por un abismo, dos polos culturales que no se atraían:
Los intelectuales literarios en un polo, y en el otro los científicos, con los físicos como los más representativos. Entre ambos un abismo de incomprensión mutua, a veces (particularmente entre los jóvenes) hostilidad y desagrado, pero sobre todo falta de entendimiento. Cada grupo tiene una curiosa imagen distorsionada del otro. Sus actitudes son tan diferentes que, aun en el plano de la emoción, no pueden encontrar mucho terreno en común. (p. 76)
Ante esta relación de “hostilidad” y de “desagrado”, propongo una figura opuesta. La palabra “amor”, situada en la pregunta que aparece en el título de este ensayo, debe entenderse como una metáfora del posible encuentro de dos oficios que se practican y se vuelven cuerpo (se incorporan) a través de las letras. El amor debe imaginarse, entonces, como una práctica apasionada de la escritura en donde la sociología se expresa enriquecida con elementos literarios. Es la posibilidad de un encuentro basado en el entendimiento mutuo. El historiador francés Jablonka (2016) lo expresa contundentemente cuando dice:
Un historiador, un sociólogo, un antropólogo construyen historias. Las más de las veces disponen las que les han contado, a través de una pieza de archivo, una conversación, un mito. El júbilo que siente un novelista tiene su paralelo: la “atracción del archivo”, la mezcla de fascinación y emoción que el historiador experimenta y procura transmitir. (p. 256)
Es esa fascinación del encuentro lo que quiero desplegar en este trabajo: recorrer con algunos ejemplos exultantes cómo desde la sociología se puede ir en busca del júbilo del novelista para construir textos que fascinen, que emocionen y que sensibilicen tanto por sus tesis como por sus relatos; construir textos que atraigan, que enamoren cuando sean leídos y que propicien discusiones. Es lo contrario a los textos planos que sirven para cumplir con las vacuas burocracias y sus evaluaciones cuantificadoras, sin emoción, sin amor.
Como mencioné al inicio de la introducción, el texto está dividido en tres actos. El primero es un preludio, un punto de partida –biográfico y analítico–, desde el cual observo el cisma entre sociología y literatura. En el segundo acto, presento algunas reflexiones que se han hecho sobre este mismo tema; allí comento brevemente algunas experiencias por parte de otros autores y autoras. Es, en últimas, una cartografía textual desde mi (in)experiencia con la literatura. El tercer acto es un gesto de reflexividad en donde expongo solo algunos de los textos que han sido inspiración y admiración en mi práctica escritural; con ello busco generar nuevos enamoramientos entre los y las lectoras.
2. Primer acto: (Des)encuentro
Mi hipótesis es que esta indiferenciación viene del inglés, en donde 'literature' significa tanto los estudios que componen un tema, como la especialidad y la profesión de la escritura. Quiero abogar por mantener la diferenciación que el castellano nos permite hacer entre los términos bibliografía y literatura: el primero referido a los textos que debemos consultar cuando tenemos un tema de investigación; el segundo –literatura– para referirnos al arte de escribir para narrar historias. Así, no toda bibliografía es literatura, pero toda literatura puede hacer parte de la bibliografía en un proyecto de investigación.
Pienso que hacer esta diferenciación es darle a cada práctica su justo lugar en el mundo de la escritura y la investigación sin generar una ruptura entre ellas. Al contrario, mi intención es resaltar y promover entre ustedes la conjunción entre la investigación social y la literatura; o, más concretamente, entre la manera de hacer sociología y la literatura; o, todavía más concretamente, entre la manera de escribir sociología y la inspiración literaria.
3. Segundo acto: (In)experiencias
Desde sus inicios en el siglo XIX, la sociología ha estado envuelta en intensos debates internos sobre su “objetividad”, su “neutralidad” y su “cientificidad”. Este último tema la alejó por mucho tiempo de lo que pudo haber sido una fructífera relación con la literatura y las artes. Aún hoy, se escuchan voces y se leen textos que postulan una separación tajante entre lo que debe plantear la sociología y lo que puede enseñar la literatura. Desde una postura opuesta, estoy convencido de que establecer un vínculo entre la sociología (las ciencias sociales en general) y la literatura puede generar una potencia explicativa más profunda –y en todo caso más atractiva– de las dinámicas sociales.
Para nadie es un secreto que tradicionalmente la sociología ha expuesto sus ideas desde un estilo de escritura tedioso y aburrido4. Afortunadamente, hoy contamos con múltiples ejemplos de investigadores e investigadoras sociales que se preocupan no solo por hacer investigaciones rigurosas, sino también por expresar sus ideas, sus conceptos y teorías de una manera atractiva y conmovedora usando recursos literarios.
Este es el llamado, por ejemplo, del sociólogo Zygmunt Bauman y del escritor Ricardo Mazzeo en su libro/conversación titulado Elogio de la literatura. Allí los autores plantean que:
la literatura y la sociología están conectadas la una con la otra más íntimamente de lo que es común entre los diversos tipos de productos culturales y ciertamente mucho más de lo que sugiere su separación impuesta y motivada administrativamente. (Bauman y Mazzeo, 2019, p. 11)
Bauman y Mazzeo (2019) dan en el punto clave: la literatura y la sociología hacen parte de la cultura. Las artes y las ciencias hacen parte de la cultura y, si queremos explotar y potenciar nuestra cultura, no deberíamos reproducir la separación entre ciencia y arte, entre sociología y literatura. Las “dos hermanas”, como las llaman Bauman y Mazzeo (2019), dan cuenta
de la complejidad y de la infinita variedad de la experiencia humana tal y como se vive y se percibe, [por eso] los individuos –continúan los autores– no pueden ser reducidos a homunculi, identificados y descritos como modelos y estadísticas, como datos y hechos objetivos. (p. 19)
Yo prefiero pensar en la sociología y en la literatura no como hermanas (hermanas siamesas, recalca Bauman), sino como amantes. Nacidas de diferentes familias –familias muchas veces en disputa–, se les prohibió relacionarse, abrazarse, besarse. La literatura, más extrovertida y jovial que la sociología, también con mayor experiencia, coqueteó aquí y acullá con ella, recibiendo casi una total indiferencia. La joven sociología, a la cual su familia, la ciencia, formó bajo el supuesto de una superioridad racional, apenas si volteaba a mirar a la literatura. Hoy, más madura y menos altiva, la sociología se ha dado cuenta que un amor entre ella y la literatura no es impensable ni imposible, como le hicieron creer durante muchos, muchos años.
El ya mencionado historiador Todorov (2018) va más allá y en su libro Leer y vivir escribe que:
La literatura es la ciencia humana más importante. Durante muchos siglos fue también la única. Su objeto son los comportamientos humanos, las motivaciones psíquicas y las interacciones sobre el hombre. Y sigue siendo una fuente inagotable de conocimientos sobre el hombre ... Las ciencias humanas actuales están en deuda con la literatura. (p. 173)
Creo que esa deuda se ha empezado a saldar. Sí, hoy es posible hablar de sociología y de literatura como una relación no distópica, ni mucho menos tóxica. Al contrario, cuando las dos amantes se encuentran son capaces de mostrarnos tanto lo bello y lo sublime de la humanidad, como sus más profundos abismos e ignominias. La multiplicidad de la condición humana en sociedad es explicada por la sociología, pero solo puede ser bellamente expresada cuando interviene la literatura. En su ausencia no somos más que una descripción de datos y estadísticas, de conceptos y sistemas, de estructuras sin sujetos, de teorías sin experiencias.
Considero que Gatti (2022) tiene una respuesta para evitar esa vacuidad de la existencia en la sociología. Dice en su bello y profundo libro Desaparecidos. Cartografías del abandono lo siguiente:
¿Cómo nos hacemos sensibles a lo que se escapa de nuestro registro sensible? ¿Cómo resolvemos la necesidad de contar cuando lo que queremos contar es incontable? La sociología hoy se defiende mal ante los retos que esconden esas preguntas, unos que hablan de realidades que se nos escapan. El sociólogo debe, por eso, forzarse, forzar sus lenguajes; aunque yerre: mezclar estrategias, jugar, inventar formas de contar, hacerse un poco cronista y describir la anécdota, buscar dar al texto algo de color y bajar a tierra para recuperar, aún sea solo a ratos, las habilidades perdidas del oficio del etnógrafo, ese costumbrismo de los detalles nimios que da a su texto el que ve el mundo con la curiosidad del extraño. Y debe ese sociólogo mostrarse más, situarse. Ya pasó la era de las torres de observación asépticas y distanciadas, de la ciencia de bata blanca. (Gatti, 2022, p. 24)
Me repito a mí mismo la última frase de la cita de Gatti –“Ya pasó la era de las torres de observación asépticas y distanciadas, de la ciencia de bata blanca”– porque con ella recuerdo lo que quise evocar con el título de mi primer libro: Las atalayas del saber (Guzmán, 2013) que este año cumple 10 años de existencia. Atalayas es la metáfora para nombrar ese lugar desde donde las ciencias otean la producción de conocimientos; ese lugar aséptico y distanciado de batas blancas que mencionó Gatti. Pero ya sabemos que la ciencia, sin su amante literatura, es un lugar plano y blanco, un lugar que prefiere la rigidez del sistema a los pliegues de una narrativa rica en prosa.
Howard Becker (2016) es enfático al decir que no cualquier metáfora funciona bien en la escritura sociológica. Según él, solo las metáforas que son tomadas en serio por los autores merecen mantenerse en un escrito:
Si una metáfora funciona es porque continúa viva. Al leerla, nos muestra un nuevo aspecto de lo que estamos leyendo, cómo aparece ese aspecto en algo que superficialmente es por completo diferente. Utilizar una metáfora es un ejercicio teórico serio en el que afirmamos que dos fenómenos empíricos distintos pertenecen a una misma clase general, y las clases generales siempre implican una teoría. Pero las metáforas sólo trabajan de esa manera si tienen la frescura suficiente como para llamar la atención. Si han sido utilizadas repetidamente hasta el cliché, no veremos en ellas nada nuevo. (Becker, 2016, p. 114)
Por ejemplo, cuando la socióloga Jasanoff (2021) escribe en su libro La arrogancia de la biología que “los científicos son los mayores creadores de mitos de sí mismos” (p. 56), ella lo está diciendo muy en serio para sustentar que aún existe en el imaginario social la idea de la pureza institucional de la ciencia. Por su parte, Sontag (2022) reflexiona sobre el uso de las metáforas no en la escritura, sino en el imaginario social. Inicia de la siguiente manera su indagación sobre las metáforas relacionadas con la tuberculosis, el cáncer y el SIDA:
La enfermedad es el lado nocturno de la vida, una ciudadanía más cara. A todos, al nacer, nos otorgan una doble ciudadanía, la del reino de los sanos y la del reino de los enfermos. Y aunque preferimos usar el pasaporte bueno, tarde o temprano cada uno de nosotros se ve obligado a identificarse, al menos por un tiempo, como ciudadano de aquel otro lugar. No quiero describir aquí cómo es en realidad emigrar al reino de los enfermos y vivir en él, sino referirme a las fantasías punitivas o sentimentales que se maquinan sobre ese estado: no a una geografía real, sino a los estereotipos del carácter nacional. Mi tema no es la enfermedad física en sí, sino el uso que de ella se hace como figura o metáfora. (p. 11)
Cuando el antropólogo Castillejo (2016) hace su investigación sobre la guerra y el exilio interno en Colombia, se vale de una riqueza literaria impresionante e inspiradora al mismo tiempo que nos lleva a cuestionarnos sobre el acto de investigar. Lo siguiente lo dice en su libro Poética de lo otro. Hacia una antropología de la guerra, la soledad y el exilio interno en Colombia:
El recuerdo del asesinato de un hijo, la literalidad de la masacre o la desaparición de alguien, es decir, escuchar al otro desde su abismo, no es algo que se realice, se recoja o se escriba como cualquier otra entrevista (en las universidades nunca han enseñado a ver el abismo a los ojos). Quizás hoy en día eso resulta obvio, aunque no estoy tan seguro de ello luego de ver a científicos sociales operando como funcionarios de Estado o agentes de ONG. El silenciamiento era lo que primaba y lo que buscaba fracturar este libro. Aquí silencio y silenciamiento son dos cosas diferentes. Al hablar con mujeres sobre su mundo personal entendí que el acto de hablar de la violencia sobrepasa lo oral, en el sentido más lato (el que uno aprende en los cursos de metodología), para entrar en el plano de lo acústico, lo táctil, lo corpóreo. La gente testimonió con todo su cuerpo y aún lo hace. Al entrar en esos terrenos, las ciencias sociales, tan dependientes de la palabra y del orden escrito, no tienen nada que decir que valga la pena, sólo hasta el momento en el que deciden descentrarse de sí mismas (de cara al rostro del otro y no en el terreno de la prestidigitación “verbal”), cuando dejan de ser ciencias sociales en el sentido más institucional y se arriesgan. (Castillejo, 2016, p. 6)
El mismo Castillejo (2013) resuena en mi cabeza y en mi escritura cuando recuerdo esta sincera declaración que aparece en otro de sus libros:
El trabajo intelectual, el trabajo etnográfico, están hechos de [una] multitud irreductible, multitudque por cierto siempre termina desterrada de la escritura, a través de un vacío instalado en el proceso académico [énfasis agregado]. Todo itinerario implica pues un recorrido por el mundo de los sentidos, por el tacto, por el aroma, por el escuchar, por todo lo que en este universo implica el encuentro con el otro. (Castillejo, 2013, p. 334)
Pienso que arriesgar a hacer ciencias sociales descentradas y más allá de su anclaje institucional (más allá del vacío académico, para seguir las palabras de Castillejo) significa, entre otras cosas, buscar la multiplicidad de pliegues tanto en lo metodológico como en la escritura; valerse de la riqueza metafórica sin caer en lo abigarrado; hacer posible el amor entre ciencias sociales y literatura.
El sociólogo Eribon (2019), por ejemplo, tomó el riesgo; así nos lo narra:
Yo también procuré, en Regreso a Reims, encontrar una forma inédita: que no pudiera asignarse ni al gesto literario ni al estudio sociológico, pero que, al combinar esos dos registros (a riesgo de desconcertar y hasta de ofuscar, a uno y otro lado, a los partidarios de una delimitación rigurosa de los territorios y las disciplinas, apesadumbrados por no orientarse en los caminos señalizados y ya conocidos de la literatura sin sociología o sin teoría y de la sociología sin escritura), los movilizara juntos y decuplicara sus fuerzas respectivas. No se me malinterprete: no estoy afirmando que esa manera de obrar sea la única legítima. Hay grandes obras literarias que se bastan a sí mismas y grandes textos sociológicos o teóricos que prescinden de una formalización literaria. Pero por mi parte intenté, con la combinación de ambos, encontrar un modo de llevar a buen puerto y restituir la exploración de mí mismo que había emprendido sin saber demasiado qué iba a ser de ella. (pp. 55-56)
Recuerdo que en el examen de candidatura de mi doctorado aquí en México, un profesor o profesora se refirió a uno de mis textos como “innecesariamente barroco”. Al principio me ofusqué, pero luego reflexioné sobre ese calificativo y entendí que eso era precisamente lo que yo buscaba en la escritura, pues lo barroco es multiplicidad, es descentramiento. Decir que lo barroco es innecesario es querer una escritura plana, sin pliegues.
Y querer que las nuevas generaciones de investigadores e investigadoras desarrollen una escritura plana, antibarroca, es conformarse con la autocomplacencia de creer que el conocimiento científico, o más bien cientificista, no requiere nada más que a sí mismo para apuntalar sus verdades. De nuevo con Todorov (2018):
el buen novelista sabe llevar la investigación muy lejos, no se limita a afirmar una opinión meramente subjetiva de determinada “problemática existencial”, sino que logra “captar su esencia”. Por ello se trata de un auténtico conocimiento, y ese conocimiento es muy valioso. (p. 176)
¿Vamos a seguir negando la posibilidad de que las y los jóvenes científicos sociales descubran y desarrollen ese conocimiento valioso? No creo que sea una buena decisión. Al contrario, pienso que las y los científicos debemos ser tan rigurosos en la metodología como apasionados en la escritura. Esa sensibilidad hacia la rigurosidad y la pasión es fuerza creativa, potencia del conocimiento.
4. Tercer acto: Enamoramiento
Hasta aquí he mencionado la necesidad de aprehender las virtudes y la riqueza de la literatura para hacer una sociología más profunda en su conceptualización y más amena en su estilo. A continuación, quiero compartirles tan solo un par de trabajos sociológicos que he considerado inspiradores para mis propias elucubraciones y creaciones por su riqueza conceptual y su escritura altamente estética.
Las crisis pululan y las palabras se quedan cortas para expresar esa continuidad del dolor en miles, millones de vidas humanas. Guerras, violencias y expulsiones son las principales generadoras de esas crisis que llegan acompañadas de transformaciones sociales y subjetivas. Ese vínculo entre lo social y lo personal lo explota –es decir, lo hace estallar– de una manera magistral Eribon (2019). Para la muestra, una página:
Ya se sabe: el precio fue duro y hasta horroroso, pero Argelia logró conquistar su independencia. Si yo hablara con Assia Djebar5 en la lengua que los dos usamos para escribir –el francés–, sabríamos, uno y otra, que somos los herederos de un prolongado pasado común, pero en el cual las generaciones de quienes fueron nuestros ancestros o, más cerca, de quienes fueron nuestros abuelos y nuestros padres, se enfrentaron con brutalidad (no necesariamente de buen grado: los reclutas franceses no tenían en verdad otra opción, ya que estaban constreñidos por decisiones gubernamentales y militares que enviaban a los jóvenes de las clases populares al combate contra los insurrectos, con peligro de su vida, claro está, lo que a veces –a menudo– los llevaba a cometer actos horribles e inclasificables atrocidades). ¿Ese pasado vive aún en nosotros como un pasado común? Quiero decir: ¿vive en mí con tanta intensidad como en ella, según la descripción que de él presenta? Una de las fechas de nacimiento que soy capaz de imaginar para mí, ¿podrá ser aproximadamente la misma que la suya: entre 1830 y 1850? Después de todo, cuando era niño, el país del que era un jovencísimo ciudadano –y del que sigo siéndolo– intentaba someter de nuevo por las armas, el terror y la tortura, la tierra de los ancestros de Assia Djebar. ¡Qué de palabras racistas escuché durante mi juventud contra los argelinos! Y qué obsesionante era la realidad de esa guerra en la vida cotidiana, y qué fuertes fueron y son todavía las huellas dejadas por ella en los dos países: después de los acuerdos de Évian se instauró muy pronto una situación poscolonial cuyos efectos se hacen sentir día tras día y por doquier; el trauma persistente de la descolonización y de la obligación de los colonos de marcharse de Argelia explica en parte, por ejemplo, la cantidad muy elevada de votos que cosechan el Frente Nacional y la extrema derecha en el sur de Francia. (pp. 34-35)
Como se puede leer, Eribon hace la sociología a partir de una experiencia personal (haber nacido en Francia), en diálogo con una experiencia social (Argelia, país colonizado por Francia), y con la mediación de una experiencia otra (la de Assia Djebar). Es así como el autor (2022) nos transporta desde la lucha por la liberación de Argelia hasta el triunfo de la derecha en las elecciones francesas sin dejar en ningún momento la narrativa desde algunos atisbos de su biografía, un aspecto que ya había explotado de manera magistral en su libro Regreso a Reims, publicado originalmente en 2009. Allí, Eribon expone y explicita la dominación de clase a partir de un análisis-memoria de su infancia y su juventud. Es un escrito autobiográfico, sí, pero también es un escrito sociológico sobre la sociedad francesa desde mediados del siglo XX. El recurso: una prosa fastuosa que no deja atrás el análisis social para construir una teoría sobre la dominación, la desigualdad y la exclusión de los sujetos desde las estructuras de clase. Un ejemplo:
Las sentencias se graban a fuego en nuestros hombros al momento de nacer y los lugares que vamos a ocupar están definidos y delimitados por lo que nos precede: el pasado de la familia y del entorno en los que venimos al mundo. Mi padre ni siquiera tuvo la posibilidad de obtener el certificado de estudios primarios, el diploma que, para las clases populares, constituía el fin y el coronamiento de la escolaridad. Los niños de la burguesía seguían otro camino: a los once años entraban en el liceo. Mientras tanto, los hijos de obreros y campesinos quedaban atados a la educación primaria hasta los catorce años y allí se detenían. Había que evitar que se mezclaran aquellos a quienes se debía impartir los rudimentos de un saber utilitario (leer, escribir, contar), indispensable para arreglárselas en la vida cotidiana y suficiente para ocupar empleos manuales, y aquellos, provenientes de las clases privilegiadas, a quienes se les reservaba el derecho a una cultura considerada “gratuita” (la “cultura” a secas, la cual se temía que pudiese corromper a los obreros que accedieran a ella). (Eribon, 2022, pp. 51-52)
Esta es una sociología hecha a partir de sí mismo y, consecuentemente, la elaboración de un estilo narrativo locuaz y ameno. Eso es, para mí, el libro Regreso a Reims de Didier Eribon. Hacer sociología desde la propia biografía es un reto intelectual y personal bastante profundo porque no solo se debe trabajar con las exigencias académicas propias de la disciplina, también se debe “trabajar” con la familia para que los episodios olvidados o levemente recordados y que tienen significados emotivos por distintas razones adquieran, entonces, significado y relevancia sociológica. Eribon (2022) se encarga de mostrar en su libro cómo la ruptura con su familia tiene un sentido sociológico más que psicológico; la explicación está atravesada por la condición de clase y la movilidad social, más que por el resentimiento y la psique individuales. Eribon ha logrado esa conjunción entre el análisis sociológico y el estilo literario por vía del método autobiográfico. Una novela sociológica de sí mismo, si se quiere.
En la misma línea metodológica, el sociólogo colombiano Alfredo Molano usa las historias de vida para analizar distintas realidades del conflicto armado en dicho país. Sobre su método, Molano (1998) refiere lo siguiente:
Para mí la historia de vida como metodología, como opción en las ciencias sociales, tiene la ventaja de mantenerse siempre viva. Mi miedo o temor al hacer estas reflexiones colectivas, es que la discusión metodológica sobre las historias de vida, nos conduzca hacia dimensiones teóricas, hacia dimensiones un poco espesas, un poco aburridoras, un poco secas, que impidan que la historia de vida viva como metodología. (p. 102)
Me interesa particularmente la expresión “dimensiones un poco espesas”, de la cita anterior. Con ella, Molano (1998) describe a gran parte de la sociología: una que se caracteriza por la espesura de sus textos y la densidad de su estilo, lo cual la lleva inexorablemente al aburrimiento. Antípodas de la fluidez, gran parte de los textos sociológicos se han caracterizado por, como dice Molano, ser espesos, densos. La rigurosidad no se pelea con la fluidez y la claridad. Se puede escribir un texto sociológico altamente riguroso y, a la vez, fluido. Y así lo hace precisamente Molano. Sus historias, sus análisis nos muestran de una manera muy sensible partes de la realidad colombiana enfrascada en una larga guerra que ha dejado miles de víctimas y sobrevivientes por todo su territorio. Más que la dimensión académica o intelectual, lo que le interesa a Molano (1998) es explorar el componente emocional, “dirigirse más hacia el conocimiento emotivo y digámoslo de una vez, subjetivo" (p. 102). Se aleja, entonces, de la espesa dimensión academicista (“neutral”) del conocimiento para adentrarse en los senderos emocionales de quienes han padecido la guerra. Así lo hace, por ejemplo, en Trochas y fusiles (1994), o en Del Llano llano. Relatos y testimonios (1995), o en Desterrados. Crónicas del desarraigo (2001), de donde extraigo la siguiente cita:
No me acomodaré nunca al exilio, aunque tengo que decir hoy que esa pequeña muerte, hecha siempre de ajenidades, no comienza con las amenazas de los enemigos sino con el silencio de los amigos.
No obstante, cuando mataron a Jaime Garzón admití que no podía regresar pronto, conseguí una mesa de trabajo grande, afilé la pluma y comencé a escribir este libro. Al terminarlo comprendí –agachando la cabeza en señal de profundo respeto– que el drama de mi exilio, a pesar de sus dolores, es un pálido reflejo de la auténtica tragedia que viven a diario millones de colombianos desterrados, exiliados en su propio país. Creo, con ellos, que sólo un acuerdo político profundo permitirá echar las bases de una verdadera democracia; la guerra no tendría resultado distinto a la dictadura de los vencedores. (Molano, 2001, p. 26)
Él mismo –Molano– nos escribe como víctima y sociólogo del conflicto armado interno de Colombia. Es una escritura profunda, sincera, analítica y, sobre todo, experiencial. Es la experiencia que las revistas y los comités de tesis quieren seguir negando. ¿Por qué? Hasta ahora no he encontrado un “porqué” lo suficientemente convincente. Siempre las respuestas son “objetividad”, “neutralidad”, “rigurosidad”. Cada vez que recibo ese tipo de respuestas pienso en que sería buenísimo invitar a esos “colegas"6 a un debate sobre método y metodología (¡ojo que las dos cosas no son lo mismo!), lo cual implicaría reflexiones profundas sobre las formas de escribir, de ex-poner. Molano hace y escribe sociología desde su “condición”7, desde la condición de muchas personas, en un contexto cruel, ruin... de guerra. Duro, muy duro de leer. Y como colombiano, muy duro de recordar... Pero siempre haciendo sociología.
Desde otro lugar de enunciación –ya no como víctima, sino como investigadora sobre las personas desaparecidas en México–, la socióloga Ileana Diéguez (2021) pone el acento sobre la génesis y el papel de la escritura en su ejercicio académico, el cual se abstiene de llamar “acompañamiento”, o “acompañamiento solidario”:
Esta escritura se fue tejiendo desde una perturbadora relación temporal. Recuerdo la sucesión de días y noches, recuerdo los grises y la agonía con el tiempo. Fue una manera de estar en el lugar donde vivo. De imaginar los vínculos entre el territorio, los cuerpos y las palabras. De recordar los movimientos y desear figurar la densidad de los cuerpos. De preguntarme si era capaz de inscribir la textura vital y a la vez térrea de tantos cuerpos. (p. 11)
Escribir, tanto como investigar, es un acto que conmueve, un gesto que atraviesa el cuerpo y los sentidos. De otra manera, no se describe o se explica una realidad, tan solo se expropia (es lo que sucede cuando alguien dice que “quiere dar voz a...” por medio de sus textos). El gesto de escribir de Diéguez (2021) no solo busca inscribir las experiencias de las personas que buscan a sus familiares, sino que se asume desde la mutua afección, desde lo pulsional:
Esta no es la escritura de un trabajo de campo que casi siempre implica miradas ordenadoras y jerárquicas. Sino que se ha ido tejiendo desde experiencias de afección, pero también de indignación –la rabia puede ser carburante para el pensamiento, dijo Bauman– que fue transformando mis propias ideas y miradas, al menos aquellas con las que intentaba pensar la pérdida y las acciones que desde ámbitos artísticos o estéticos buscaban dar forma a la ausencia. (p. 14)
La tradición de la sociología (así como de otras ciencias sociales) ha estipulado que los estudios “legítimos” no deben tener al “yo” como protagonista de la escritura; así, el protagonismo de las acciones sociales se difumina, se vuelve abstracción. Esta es la narrativa: “se dijo...”, “se indagó...”, “se entrevistó...”. ¿Quién o quiénes dijeron, indagaron, entrevistaron? En este punto, Becker (2016) me parece una referencia fundamental porque, para él, la discusión sobre el estilo de escritura remite a cuestiones teóricas. Es muy probable que quien diga que los problemas de estilo son algo secundario tenga falencias teóricas en sus reflexiones sociológicas.
Si decimos, por ejemplo, que “los desviados fueron etiquetados como tales”, no tenemos necesidad de decir quién los calificó. Eso es un error teórico, no sólo un producto de mala escritura. Uno de los hitos de la teoría del etiquetado de la desviación... es, precisamente, que alguien etiqueta a la persona desviada; alguien con el poder de hacerlo y con buenas razones para querer hacerlo. Si dejamos afuera a estos actores malinterpretamos la teoría, tanto en la letra como en su espíritu. No obstante, es un postulado común. Los sociólogos cometen errores teóricos similares cuando dicen que la sociedad hace esto o aquello, o que la cultura obliga a hacer cosas a la gente... y los sociólogos escriben así todo el tiempo. (Becker, 2016, p. 26)
Considero que buena parte de la sociología bien hecha y escrita explica la cotidianidad y las intenciones de los actores delimitados dentro de una situación. Por ejemplo, Suárez (2018) escribe, siguiendo desde una experiencia propia, cotidiana, sobre el machismo en Ciudad de México:
Me toca sentarme en el último asiento del bus en la Avenida Miguel Ángel de Quevedo. Cada que puedo intento evitar el transporte público por su implacable incomodidad e ineficiencia, pero a veces no tengo otra salida. A mi lado hay dos señoras y un joven. Vamos rebotando, con la puerta abierta y el frío que penetra por todo el cuerpo. Una mujer le pide al conductor, gritando porque está lejos, que cierre la puerta trasera. Por supuesto que no le hace caso. Repite la solicitud tres veces sin ningún impacto, hasta que el joven que está a mi lado dice con voz varonil y fuerte: “Cierre la puerta nos está haciendo frío. Gracias”. Inmediatamente la solicitud es cumplida como orden. La mujer sentada a mi derecha comenta: “así había que pedirle, con una voz fuerte, de hombre”. (p. 60)
Un breve pasaje en un autobús nos muestra la cotidianidad machista que caracteriza a las ciudades mexicanas y latinoamericanas. Este relato se complementa con otros (invito aquí a los lectores y lectoras a explorar el libro completo) que, como un rompecabezas, van ensamblando una amplia y dinámica reseña de la ciudad. El cine, los parques, los cafés, las librerías hacen parte de la mirada sociológica, la cual se complementa –en los capítulos finales del libro– con reflexiones y reencuentros con algunos autores de la sociología (Bourdieu, Dubet, González Casanova, Martuccelli, entre otros). Sin duda, es una invitación audaz y atinada a hacer sociología.
5. Reflexiones finales: por una escritura creativa en sociología
La escritura creativa en sociología es un aspecto de la disciplina que tradicionalmente ha estado pendiente en los procesos de formación de los y las futuras sociólogas. Afortunadamente, en algunas facultades, cada vez son más comunes los cursos optativos cuyo objetivo es explorar y hacer explotar en las jóvenes generaciones un estilo de escritura sociológico atrayente, pero también riguroso; ameno, pero también analítico.
Estas reflexiones presentadas en tres actos solo pretendían despertar el interés de ustedes. ¿Lo logré? Como le digo a mis estudiantes: romper los cánones es divertido, pero hay que tener una propuesta alternativa muy bien fundamentada para poderlo hacer. Forjar una escritura que exprese el enamoramiento entre la sociología y la literatura me parece una manera acertada de romper los cánones y es la invitación que he querido compartirles. Lograr un estilo de escritura así requiere tiempo e imaginación. Hay que practicarlo: leer y escribir mucho hasta encontrar el equilibro, hasta narrar de manera interesante una historia acompañada del análisis profundo.
Referencias bibliográficas
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Notas
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