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Filosofía común para tiempos de crisis...
Revista humanidades, 2025 (Enero-Junio), Vol. 15, Num. 1, E59502
no proponemos acciones institucionales que promuevan el pensamiento crítico y en pro de la di-
versidad, aunque esto es indispensable también, sino la activación genuina de la inteligencia co-
lectiva, en clave posthumana crítica, es decir, más allá del humanismo y del antropocentrismo.
Como hemos insistido, no es una cuestión racional ni de voluntad, sino de transformar la
infraestructura de la percepción, como propone Preciado (2022). El desafío es cultivar la losofía
común: activar la sensibilidad ecosóca apuntaría a: (1) percibir el entorno biótico, (2) recono-
cernos no como sujetos, sino como entidades en devenir con otras y (3) jarnos cuidadosamente
en cómo nos organizamos social y políticamente. Sobre lo primero, dejar de pensar que el planeta
es el escenario de la acción humana y comenzar a admirar la naturaleza de la que formamos par-
te y sobre la cual tenemos responsabilidad. Tafalla (2019) propone una estética plurisensorial,
es decir, activar todos nuestros sentidos –no privilegiar uno– para desarrollar una capacidad de
apreciar la belleza del cosmos. Sobre reconocernos como seres en devenir con otros, podemos
tomar la idea de simpoiesis, trabajada por Haraway (2016), la cual consiste en asumirnos ya no
como sujetos, sino como holoentes, entidades que no ven en la relación con el otro un benecio
propio, sino la posibilidad de sostener la vida toda; simbiontes políticos o mutantes relacionales,
como les llama Preciado (2022). Respecto a lo tercero, cabe decir que, si aún sirve la noción de
democracia como una forma de organización sociopolítica, esta tendría que ser entendida como
democracia de la tierra (Shiva, 2006) o democracia de las especies (Kimmerer, 2019), lo que im-
plica ampliar la noción de lo político para incluir a lo no humano en “el colectivo”, tal como ha
señalado Latour (2004).
Habíamos hablado de la necesidad de recuperar el deseo. Es conveniente detenernos en esta
cuestión. La noción spinoziana del deseo, a diferencia de la interpretación psicoanalítica domi-
nante que lo concibe como carencia, tiene que ver con el afecto, en sentido amplio y no abstracto;
es la fuerza cocreativa de la vida que maniestan todos los seres vivos y que autores como We-
ber (2017) llamarían amor o erótica. El deseo es, pues, como el pensamiento, lo que nos permite
relacionarnos con lo otro; es la interconexión entre cuerpos o entidades y es lo que garantiza la
continuidad de la vida. Los deseos, según Stiegler (2015), son intensidades dentro de los “circuitos
de transindividuación” (p. 52). Si bien los seres humanos somos seres deseantes, como los otros
seres vivos, el capitalismo se apodera de nuestro deseo y, con ello, rompe las posibilidades de co-
nexión entre nosotros y con lo otro.
Por otro lado, Garcés (2016) sugiere que el deseo es el motor del pensamiento. Vale agregar que,
a su vez, el pensamiento mantiene activo el deseo. Por tal razón, pensar es vital o, dicho de otra ma-
nera, renunciar a pensar es renunciar a vivir. El deseo es la libertad de pensar y, al mismo tiempo, el
pensamiento es un deseo –del mundo por venir–. Las principales consecuencias del ataque neoliberal
al saber se observan, justamente, en las personas en edad escolar. Quienes nos dedicamos a la ense-
ñanza sabemos que a los jóvenes de hoy no parece interesarles pensar. Aquí hay un problema de fondo:
“¿se puede aprender a pensar libremente a la fuerza? ¿Es necesario forzar el nacimiento del deseo de
libertad?” (Garcés, 2016, p. 44). Evidentemente no se puede obligar a nadie a pensar, a disfrutar y