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Pamela Herrera Feregrino y Rosario Barba González
Revista humanidades, 2025 (Enero-Junio), Vol. 15, Num. 1, E59878
Cada vez más, y con más insistencia debido a la omnipresencia de los medios de comu-
nicación actuales, la espectacularización no se limita a la mera representación ni a un evento
puntual, sino que constituye un entramado complejo y diverso que se construye a partir de sig-
nicados, prácticas y múltiples dispositivos. Este proceso social, en constante evolución, deter-
mina y redene las dinámicas sociales en torno al espectáculo, inuido por la globalización, la
tecnología y los medios de comunicación. La espectacularización se convierte así en el espacio
donde convergen lo público y lo privado, donde lo real y lo virtual se entrelazan, y donde se ne-
gocian identidades y posiciones de poder. En este contexto, las imágenes y representaciones que
se presentan sobre la vida no solo reejan la realidad, sino que la constituyen activamente al
moldear permanentemente la percepción. En la sobrecarga visual, limitan la comprensión de la
información y, en el proceso de construir realidades simuladas, legitiman el poder y aseguran el
mantenimiento del statu quo (Debord, 1967; Sibilia, 2009).
En la sociedad contemporánea, la espectacularización se ha convertido en una estrategia
discursiva dominante, impregnando diversos ámbitos de la vida social, desde la política hasta la
cultura popular. A través de elementos como la información, la propaganda y la publicidad, el es-
pectáculo se posiciona como el modelo predominante en una sociedad donde la visibilidad es una
condición que aparece universal y donde la necesidad de justicación es constante. La vida se con-
gura como una actividad proyectada por el individuo como un espectáculo que revela, de forma
absoluta, las condiciones de su existencia (Debord, 1967). Bajo estas condiciones, en el espacio de
los medios interactivos como las redes sociales, y con la posibilidad de la producción de imágenes,
el individuo se convierte en un ‘yo’ espectacular que gestiona su propia imagen e identidad como
una marca personal en esta transición del ser al poseer o al parecer. En estos entornos, las perso-
nas existen al mostrarse y se crea un interés por construir una identidad armada a partir de pie-
zas de información (van Dijck, 2016). Esto plantea una sobreexposición de lo privado en la esfera
pública que se desdobla en una tensión entre la necesidad de mantener la intimidad y la exigencia
social de autorepresentación en la cultura del espectáculo moderna. La intimidad, en este contex-
to, se redene en función de la visibilidad y la imagen, transformando la noción de identidad en un
fenómeno fragmentado y líquido que muta con la imagen y la visibilidad (Sibilia, 2009).
En este nuevo paradigma de la intimidad, la privacidad tiende hacia la exteriorización, donde el
individuo se dene por lo que muestra y proyecta en lo supercial. Esta transformación lleva a una
búsqueda constante de reconocimiento por parte de las audiencias, ya que lo que no se ve no existe
en la cultura del espectáculo. Los sujetos, por lo tanto, se relacionan con su propia identidad y la de
los demás de una manera mediada por la exhibición y la visibilidad, lo que implica una transforma-
ción en la forma en que se construye la intimidad y se integra en la espectacularidad (Sibilia, 2009).
Para la construcción de esta narrativa, se desarrolla un discurso predominantemente visual
y de representación, por encima de la sustancia y el contenido, al estar enfocado en captar la aten-
ción de un público imaginario a través de elementos impactantes y sensacionalistas. La atención
en la narración autobiográca contribuye a construir discursos cargados de recursos emocionales