Artículos y ensayos
La(s) masculinidad(es) en juego bajo la experiencia migratoria de ex braceros de Telchac Pueblo, Yucatán
Masculinities at Stake Under the Migratory Experience of Former Braceros of Telchac Pueblo, Yucatan
Masculinidade(s) em jogo sob a experiência migratória ex-jornaleiros de Telchac Pueblo, Yucatan
La(s) masculinidad(es) en juego bajo la experiencia migratoria de ex braceros de Telchac Pueblo, Yucatán
Cuadernos Inter.c.a.mbio sobre Centroamérica y el Caribe, vol. 16, núm. 1, Enero-Junio, 2019
Universidad de Costa Rica
Recepción: 30 Agosto 2018
Aprobación: 19 Diciembre 2018
Resumen: En este artículo se analizan las experiencias que los hombres de Telchac Pueblo, Yucatán, elaboran con respecto a su(s) masculinidad(es) a partir de su incursión como trabajadores agrícolas en el Programa Bracero (1942-1964) propuesto entre México y Estados Unidos. Mediante un estudio de corte etnográfico con entrevistas a profundidad, diálogos con informantes clave y observación participante realizada en el lugar de origen, se analizan las narrativas que los telchaqueños elaboran sobre su experiencia como hombre aventurero, audaz, proveedor, pero también considerado desechable, inservible y “de segunda”, durante los últimos años en operación de este programa binacional. Se concluye con algunas reflexiones acerca de la forma en la que la hegemonía patriarcal opera en los cuerpos, las creencias y las formas de relación entre los telchaqueños y sus familias; cuya masculinidad heteronormada se desliza entre las fronteras físicas, sociales y/o simbólicas.
Palabras clave: Masculinidades, experiencia migrante, trabajadores agrícolas, migrantes yucatecos, Telchac Pueblo.
Abstract: This article analyzes the experiences that the men from Telchac Pueblo, Yucatan, elaborate on their masculinities as a result of their incursion as agricultural workers in the Bracero Program (1942-1964), proposed between Mexico and United States. Through an ethnographic study with in-depth interviews, dialogues with key informants, and participant observation carried out at the place of origin, this article examines the narratives of the Telchac men on their experience as providers, as adventurous and daring, but also –especially during the las years of this bi-national program— as disposable, useless and worthless men. The text concludes with some reflections on the ways in which patriarchal hegemony operates in the bodies, beliefs, and forms of relationship between the Telchac men and their families; where the conventional masculinity glides between physical, social and/or symbolic borders.
Keywords: Masculinities, migrant experience, farm workers, yucatecan migrants, Telchac Pueblo.
Resumo: Este artigo discute as experiências elaboradas pelos homens de Telchac Pueblo, Yucatán, com relação a sua(s) masculinidade(s) a partir de sua participação como trabalhadores agrícolas no Programa Bracero (1942-1964) acordado entre México e Estados Unidos. Através de um estudo de corte etnográfico com entrevistas em profundidade, diálogos com informantes-chave e observação participante no lugar de origem, são discutidos as narrativas que os telchaqueños elaboram sobre sua experiência como homem aventureiro, ousado, provedor, mas também considerado descartável, inútil e “de segunda” durante os últimos anos de operação desse programa binacional. Conclui-se com algumas reflexões sobre a forma como a hegemonia patriarcal opera em corpos, crenças e formas de relacionamento entre os homens telchaqueños e suas famílias; cuja masculinidade heteronormatizada desliza entre as fronteiras físicas, sociais e/ou simbólicas.
Palavras-chave: Masculinidades, experiência de migrantes, trabalhadores agrícolas, yucatecos migrantes, Telchac Pueblo.
Introducción
La época del Programa Bracero (1942-1964) fue un hito que marcó las vidas de muchos trabajadores temporales mexicanos, tanto en el aspecto económico como en lo social, cultural y emocional. Un primer referente sobre la migración internacional en Telchac Pueblo, un municipio que forma parte de la región ex henequenera localizada en la porción noroccidental del estado de Yucatán3, en México, son sus trabajadores temporales quienes se inscribieron al programa desde 1959 hasta el año de 1967, pese haber concluido el convenio binacional. Así, los primeros migrantes telchaqueños se encontraron en los campos agrícolas de California, Arizona y Texas, y desde entonces, se fue fraguando un circuito migratorio donde familiares y paisanos telchaqueños se beneficiaron al punto de contribuir a la consolidación de la ruta migrante telchaqueña que perdura hasta la actualidad.
Uno de los elementos fundamentales que propició la emigración de aquel entonces, fue el declive de la producción henequenera en Yucatán desde principios del siglo XX hasta agravarse a mediados de esta centuria y que propició la búsqueda de nuevas oportunidades de empleo para el beneficio de sus familias. La combinación de ciertos factores como el declive de la producción henequenera desde el periodo de Lázaro Cárdenas (1934-1940) hasta agravarse durante la mitad del siglo pasado, la repartición de los ejidos, la mecanización de la producción, el surgimiento de los pequeños ejidatarios y cacicazgos, además de la sujeción gubernamental sobre la producción manufacturera junto a “la oferta de fuerza de trabajo en la región, [superó] la oferta laboral [que podía sostenerse] en la zona” (Fraga Berdugo, 1993, p. 100), son detonantes que trastocan la organización social de diversas comunidades yucatecas promoviendo el hecho de emigrar.
Tras conocer el proceso migratorio de aquellos telchaqueños que incursionan en el Programa Bracero se plantea la siguiente interrogante: ¿cuáles son las experiencias que estos hombres elaboran sobre su(s) masculinidad(es) en el marco del Programa Bracero al cual se inscriben y participan? Bajo un estudio de corte etnográfico con entrevistas a profundidad, diálogos con informantes clave y observación participante realizada en el lugar de origen, en este artículo se analizan las narrativas de estos telchaqueños sobre su experiencia como braceros4 relativo a las contrataciones, los campos de cultivos, las relaciones con la población local en el lugar de destino, así como el apoyo a sus familias en el lugar de origen, como aspectos que conforman su(s) masculinidad(es).
Para ello, hemos dividido el documento en cuatro apartados. El primero se refiere a la historia del convenio binacional entre México y Estados Unidos conocido como Programa Bracero a mediados del siglo pasado (1942-1964). El segundo aborda una conceptualización sobre la llamada masculinidad o masculinidades a partir de la discusión de diversos autores. La tercera sección presenta una discusión sobre estos hombres telchaqueños y su(s) masculinidad(es) a partir de su experiencia braceril mediante aspectos donde se ponen en juego sus papeles como hombres aventureros, audaces, fuertes, proveedores, hegemónicos, pero también violentados, considerados “de segunda”, “desechables e inservibles” según las necesidades del Programa Bracero de aquel entonces. Cierra este artículo una sección de reflexiones finales sobre las concepciones que estos hombres han elaborado sobre sí mismos y a partir de los otros.
Discusión
El Programa Bracero: un análisis a distancia ¿en retrospectiva?
El Programa Bracero inició en 1942 hasta concluir 22 años después, en 1964, por medio del cual, casi 5 millones de mexicanos cruzaron la línea fronteriza mexicana con destino a los campos agrícolas de Estados Unidos (Bustamante, 1997). Iniciada la Segunda Guerra Mundial, el gobierno mexicano tuvo la oportunidad de establecer un acuerdo bilateral con el país del norte para la importación de trabajadores al exigir para sus contratados buenas condiciones laborales, un acuerdo de cierta manera exitoso. Esto favorece y consolida un flujo circular y recurrente caracterizado por trabajadores jóvenes, temporales, exclusivamente masculinos, con experiencia en el trabajo rural para desempeñar actividades propiamente agrícolas y sobre todo legales, de ahí que se conformara un movimiento “controlado” y “protegido” por ambas naciones (Canales, 2002; Durand y Massey, 2003).
Así, el Programa Bracero surge bajo el argumento de que la aportación de los trabajadores mexicanos a la agricultura norteamericana constituía un factor de buenas relaciones entre ambas naciones, de cooperación y amistad; convirtiendo la agricultura estadounidense en la más rentable y avanzada de su tiempo a nivel mundial (Aragonés, 2000). Además, esta nueva iniciativa viene a romper de manera sustancial con el sistema de enganche que previamente subsistía en la dinámica migratoria al introducir una vía mucho más específica y, por supuesto, oficial en la contratación por el acuerdo bilateral (Durand, 2000). Por si fuera poco, la industria bélica hizo posible la incursión de mexicanos en la guerra dando como resultado una mayor urbanización de la población de origen mexicano, el crecimiento de las clases tanto medias como altas y, con ello, una mayor heterogeneidad social (Rodríguez, 1998).
Como quiera, en esta etapa migratoria, los territorios fronterizos del sudoeste estadounidense como California y Texas, además de los estados de Washington, Oregon y Arkansas, se beneficiaron con la oferta de mano de obra barata. Se instituyó así, “un programa justo, legal, seguro y exitoso de trabajadores temporales” (Durand, 2006, p. 17), donde México intervino para asegurar el futuro de “los suyos”, aunque no tomó en cuenta las humillaciones, los prejuicios y la discriminación a la que fueron sometidos los trabajadores mexicanos. Desde las revisiones médicas en los centros de contratación, hasta ritmos de trabajo extenuantes e incluso la imposición de un ahorro del 10 % de sus salarios a un banco estadounidense, dinero que nunca se llegó a devolver en su totalidad5. Lo importante es que fueran efectivos, eficientes y, sobre todo, desechables.
Uno de esos mecanismos fue el drying out, una forma de contratación que consiste en deportar a grandes cantidades de migrantes indocumentados para así, después de su aprehensión por parte de la patrulla fronteriza y una vez que los paisanos tocaran suelo mexicano, inmediatamente se les contrataba de forma legal para “validar” su ingreso a los Estados Unidos como braceros (Bustamante, 1997). La participación de mexicanos contratados durante los 22 años que se aplicó el Programa “movilizaron más de 10 millones de trabajadores”, tanto “contratados” como “indocumentados” (Durand y Massey, 2003, p. 13). Y con la introducción de la cosechadora mecánica y la abundancia de la mano de obra estadounidense e indocumentada que surgió a la par del convenio, los braceros mexicanos ya no fueron “tan indispensables”.
Así, en los últimos diez años de la época braceril, surgen múltiples desavenencias como es el caso del flujo intenso de indocumentados que trastoca la lógica organizacional inscrita en ambos países. Con la intención de “controlar” este flujo, de modo unilateral el gobierno estadounidense toma la decisión de concluir el convenio sin presentar una nueva propuesta de política migratoria para el caso mexicano (Durand y Massey, 2003). Cuando el programa estaba próximo a llegar a su fin, un grupo de hombres originarios de Telchac Pueblo se inscribe y continúan con este tipo de trabajo temporal desde 1959 hasta el año de 1967, bajo condiciones muy similares como cuando estuvo en operación.
Para “irse” de braceros, comúnmente se lanzaron convocatorias en el pueblo o en Mérida, la capital del estado de Yucatán, a través de anuncios en los periódicos locales o de avisos en las oficinas gubernamentales. Otra forma de integrarse al Programa fue mediante la invitación de amigos y/o familiares, de ahí que se observe a tíos, sobrinos y cuñados irse en grupo a los campos agrícolas estadounidenses. Durante los últimos años que los telchaqueños participaron como braceros, se seleccionaban mediante sorteos y requiriéndoles de un pago de diez pesos mexicanos de aquella época, pues muchos se inscribían y la demanda iba en disminución. Con todo, las vivencias y experiencias de los trabajadores ocurridas en el lugar de origen fueron modificándose al incursionar en las labores del campo en los Estados Unidos. A continuación, bajo una mirada desde la(s) masculinidad(es), presentamos la experiencia de los ex braceros yucatecos en su cruce “al otro lado”.
Trabajar, hacer un patrimonio y proteger: migrar para ser “hombre”
Las identidades vinculadas a los géneros son construcciones que se hacen desde las relaciones sociales y la historia. La atribución de contenidos simbólicos a los sexos son construcciones culturales. Las estructuras sociales e ideológicas son las que dan forma a los géneros, como producto de prácticas discursivas y relacionales. Las esencias masculinas y femeninas no existen (Valenzuela, 2004). Es por esto que Fernández-Llebrez (2004) sugiere hablar de “masculinidades”, ya que no hay una única forma de definir y experimentar la masculinidad. Al respecto, Hernández (2008) indica que la orientación que tengan estas masculinidades, dependerá del contexto cultural específico en el cual se han forjado, ya que existen diferencias importantes en las simbolizaciones de género que ocurren de un escenario a otro. En el caso de los braceros de Telchac, Yucatán, se construyen masculinidades atravesadas por los mandatos tradicionales de fortaleza, valentía y compromiso económico con la familia, en un contexto afectado por la carencia económica y la migración a territorio estadounidense, como fenómeno nacional.
Si bien cuando hablamos de masculinidad hegemónica, es común hacerlo retomando el tema de los privilegios masculinos, es importante recordar que estos privilegios van acompañados de mandatos vinculados al estereotipo del varón proveedor, temerario, autosuficiente y aventurero. Asimismo, el hecho de ser hombre de clase baja, no es lo mismo que ser un hombre en una posición económicamente privilegiada. Los braceros de Telchac viven masculinidades atravesadas por la carencia, la exclusión, la marginación y las violencias que abundan en las vidas de los individuos pobres de nuestra sociedad.
Gutmann (1999) afirma que lo masculino y lo femenino son elementos que varían de una cultura a otra. Las prácticas y creencias que se tejen alrededor de los sexos y los géneros son contextuales. También, destaca la aportación realizada desde la antropología al estudio de las masculinidades, al explorar la percepción subjetiva de los hombres, acerca de la experiencia de la masculinidad, lo cual deja en evidencia la búsqueda y ejercicio de poder de los hombres sobre otros hombres y sobre las mujeres, como parte de ese ideal de género que se espera alcanzar. Al asumir el rito de paso que representa la migración, los hombres aseguran su lugar en el mundo adulto y en el espacio simbólico de la masculinidad hegemónica. Artiñano (2015), por su parte, señala que existe una distancia entre las prácticas que desarrollan los sujetos y aquellas prácticas que la sociedad espera que estos realicen, en función de su sexo. Dicho autor identifica como “modelo masculino imperante” a esa estructura ideológica y simbólica que se ha construido en torno a los sujetos del sexo masculino, y que nos presenta como idóneos a los hombres adultos, blancos y heterosexuales. Es decir que no basta con pertenecer al género, pues también son importantes otros factores como la orientación sexual y la clase, representada en el color de la piel.
Fernández-Llebrez (2004) nos dice que el ideal de masculinidad está relacionado con el control sobre las emociones y sobre otros hombres, a razón de estar en actividad constante y con la reafirmación del rol. Es por ello que los hombres que forman parte de una comunidad o sociedad, conviven con las expectativas vinculadas a su género. De todos los hombres, se espera una serie de conductas y actitudes, que se consideran “propias” de su género. Los hombres que no cumplen con estas expectativas, se arriesgan a enfrentar burlas o rechazo, además de la puesta en duda de su hombría, es decir, la descalificación (Sotomayor y Román, 2007; Vega, 2009). Los hombres que aspiran a cumplir con el ideal, deben ajustar sus emociones, de tal manera que estas no se conviertan en un obstáculo en el camino por lograr el reconocimiento de su familia y su comunidad, como dignos representantes de su género.
Una de las expectativas vinculadas fuertemente al estereotipo masculino tiene que ver con el trabajo y la capacidad de proveer económicamente a la familia. Al respecto, autores como Ramírez (2012), Sotomayor y Román (2007) y Vega (2009) indican que los jóvenes han heredado de sus padres la creencia de que los varones están hechos para el trabajo y que tienen la responsabilidad de sostener a la familia. Lo anterior coincide con lo observado en el contexto de los braceros de Telchac. El no cumplimiento de las expectativas, trae como consecuencia la desaprobación y el rechazo por parte de su comunidad, que puede dudar de su hombría debido a que no cumple con la exigencia establecida. Esto es algo que afecta a los hombres, generándoles dolor y tensiones relacionadas con la tarea constante de probar la hombría, definida desde el estereotipo (Fernández-Llebrez, 2004). Dentro de la familia, se da una distribución de tareas y prácticas con base en el género. El espacio público y laboral se vincula con los varones, por lo tanto, se espera que estos sean autoridad en casa y asuman la responsabilidad de brindar sustento a la familia (Sotomayor y Román, 2007; Valenzuela, 2004). Algunos estudios, desde la perspectiva migratoria, así lo confirman.
Hernández (2012), quien realizó una investigación con varones mexicanos migrantes, menores de edad y repatriados, indica que estos adolescentes han sido expuestos a modelos de masculinidad que giran en torno a los mandatos de “trabajar, hacer un patrimonio y proteger”. Los menores migran para contribuir con la economía familiar y para contar con recursos que les permitan llevar a cabo el plan de casarse y ser padres de familia, acciones necesarias para demostrar la heterosexualidad y virilidad ante uno mismo y los demás. El autor indica que el acto de migrar lleva a los menores a asumir y llevar a la práctica, ciertas ideas características de la ideología sexista, como son: que los hombres deben tener valor para enfrentar riesgos; que deben aguantar jornadas agotadoras; que no deben de mostrar miedo, y que los hombres están obligados a reconocer el poder de otros hombres. Finalmente, el autor concluye refiriéndose al acto de migrar como un rito de paso de la infancia hacia una masculinidad adulta.
Rosas (2008a; 2008b) entrevistó a migrantes mexicanos y descubrió que la etapa familiar transitada es el factor que dirige la motivación de los migrantes en direcciones distintas. Los hombres mayores con obligaciones familiares migran para brindar sustento a los suyos, mientras que los jóvenes migran para ganarse el respeto de sus padres, lograr independencia, vivir una aventura y adquirir cosas como ropa, equipo de música y carros, que no necesariamente aportan a la economía familiar, pero a ellos les permite satisfacer un deseo personal y competir con otros hombres, considerados como “adinerados” en la comunidad. La autora habla de la migración como un rito de paso hacia la masculinidad y una forma de mantener el prestigio. El tiempo que el migrante pasa lejos de la comunidad, debe ser directamente proporcional a la mejora económica, pues migración sin generación visible de recursos es considerada sinónimo de fracaso. Los hombres hablan de la migración como una obligación fuertemente vinculada con estereotipos de género que señalan a los hombres como proveedores del hogar. Un indicador de esto es la necesidad que muchos de estos varones migrantes sienten de contar con una casa propia. La migración entonces es un mandato, no un deseo. Para llevarla a cabo es necesario reprimir los afectos, para ser capaz de sobrellevar el dolor que la separación conlleva.
Montes de Oca (2012) reporta un estudio de caso de un hombre mayor, habitante de una comunidad rural mexicana, quien fue migrante, y en cuya familia la migración ha sido una acción asumida y transmitida entre generaciones, como una forma de responder a las necesidades de supervivencia que se presentan en la familia. La autora indica que la exigencia que enfrentan los varones de convertirse en proveedores, es lo que llevó a migrar a tres generaciones de varones de la familia que describe en su estudio. Los campesinos de esa comunidad migran a las ciudades o al vecino país del norte, pues consideran que no existen otras opciones para aliviar las condiciones de vulnerabilidad en las que viven ellos y sus familias. Pero la búsqueda de un trabajo mejor remunerado no es la única razón que se encuentra detrás de estas migraciones, pues los varones que han migrado logran una valoración social vinculada a una idea de masculinidad hegemónica constituida por valores como la valentía, la resistencia y la independencia. Migrar es tanto una posibilidad para mejorar la economía familiar, como para lograr un reconocimiento por parte de la comunidad a la hombría. Una hombría que se pone a prueba cuando un joven campesino decide vivir esa aventura llena de riesgos que es la migración.
Sarricolea (2015) rescata la dimensión emocional de la experiencia de hombres que migraron con fines laborales, a través del Programa Bracero (1942-1964), y la describe a través del “aguante” y el “gusto”. El autor indica que los migrantes tenían que aguantar largas jornadas de trabajo sin quejarse ni mostrar cansancio o debilidad, porque tenían que cumplir con la responsabilidad de proveer a sus familias, pero también tenían que demostrar a los demás que tenían un cuerpo fuerte, hábil, resistente y apto para el trabajo. El aguante entonces es un concepto vinculado al ideal de masculinidad u hombría. Además, el gusto expresa un agrado por el trabajo y el campo, algo inculcado desde la infancia. El cuerpo trabajador, indica Sarricolea, era la forma de demostrar y sostener su valor como hombres frente a sí mismos y a los otros.
En esta misma línea, Vega (2009), quien entrevistó a varones mexicanos migrantes internacionales, indica que la masculinidad es un elemento complejo y cambiante ya que, si bien el patriarcado vincula el poder tanto de acción como de toma de decisiones a la figura del varón, no todos los varones tienen acceso al mismo nivel de recursos o privilegios. Los migrantes son hombres que buscan mejorar la condición económica de sus familias, pues, por cuestiones culturales vinculadas a los valores patriarcales, asumen el papel de proveedores en el hogar.
Las investigaciones anteriormente mencionadas nos hablan de la migración como un rito de paso que reafirma a los varones en su género –entendido desde lo hegemónico–, los ayuda a transitar a la vida adulta y además les permite acceder a mejores condiciones de vida. Estos casos nos ayudan a entender la manera en la que se entretejen el género, la etnia y la clase con las culturas de las comunidades, para dar forma al fenómeno de la migración. En ese sentido, el siguiente apartado aborda las experiencias que los hombres telchaqueños experimentan en su recorrido como braceros, al otro lado de la línea fronteriza entre México y Estados Unidos.
Los ex braceros telchaqueños y su(s) masculinidad(es)
Como hemos mencionado, algunos telchaqueños se inscriben al Programa Bracero al concluir la década de 1950. Sobre sus experiencias en cuanto a las contrataciones, las decisiones para incursionar en el programa y el apoyo recibido en sus familias de origen, entre otros aspectos, son tratados en esta sección en el marco de su(s) masculinidad(es). La construcción social de esta época migratoria surge de las voces de diez hombres telchaqueños, sus esposas y familias. Dos más se suman a razón del fallecimiento de ambos hombres, a partir de la memoria de la esposa así como de la hija de otro telchaqueño. La edad de estos varones oscila entre los 64 y 90 años de edad, con una media de 70 años. Por último, cabe señalar que los nombres de los participantes fueron modificados para guardar su confidencialidad (véase Cuadro 1).
Nombre | Edad | Status migratorio | Primera salida | No. de salidas |
Enrique | 71 | Residente | 1960 | Tres ocasiones |
Gonzalo | 79 | Ninguno | 1962 | Tres ocasiones |
Humberto | 64 | Ninguno | 1967 | Única ocasión |
Mario | 65 | Ninguno | 1964 | Única ocasión |
Marcos | 67 | Ninguno | 1965 | Dos ocasiones |
Iván | 73 | Ninguno | 1959 | Cinco ocasiones |
Carlos | 63 | Ninguno | 1963 | Única ocasión |
Fidencio | 64 | Ninguno | 1962 | Tres ocasiones |
René | 90 | Ninguno | 1963 | Única ocasión |
Renato | 71 | Ninguno | 1962 | Única ocasión |
Nicolás (x) Entrevista: Josefina, esposa, 61 años, residente. | ___ | Ninguno | 1965 | Dos ocasiones |
Antulio (x) Entrevista: Rosy, hija, 38 años, vive en el pueblo. | ___ | Ninguno | 1965 | Dos ocasiones |
Antaño, estos varones desde adolescentes se dedicaban a las labores del campo en las cosechas o ayudaban a sus padres para obtener algunos ingresos, por lo cual se requería trabajar más que estudiar y contribuir al sustento familiar. La actividad principal se centraba en las tareas de las fincas de ese entonces, cuando el henequén se encontraba en auge durante las primeras décadas del siglo XX, ya sea para llevar almuerzos a los trabajadores, chapear6 los cultivos, cortar y cargar las pencas del henequén, hasta recoger, tender y empacar el soskil7 que se producía en la desfibradora. Por aquel tiempo, dos de ellos se habían casado, por lo tanto sus hijos también participaban en las labores que ofrecían las fincas sin descuidar sus estudios, por ello muchos de estos menores continuaron más allá de la primaria.
Lo poco que hoy se realiza en las desfibradoras no se compara con las grandes cantidades que se hacían a mediados del siglo XX. Ese pasado ha marcado las vidas de estos yucatecos al incorporarse a su producción y, después, dispersarse para buscar otras oportunidades de sobrevivencia, como el hecho de migrar. En ese sentido, muchas son las razones que motivan su salida por un tiempo del terruño: la pobreza en que se vivía; por la mala racha económica que pasaron con la producción del “oro verde” como fue conocido al henequén; para prosperar y sacrificarse por el bien de la familia en común acuerdo con los padres y/o esposa, aunque no dejaba de ser preocupación para quienes permanecían en el pueblo; e incluso para conocer lugares y aventurarse a lo desconocido.
En esta sección tratamos las experiencias de vida de estos ex braceros yucatecos a partir de su(s) masculinidad(es). En un primer momento se aborda sobre las contrataciones y los motivos que subyacen el irse de bracero; en seguida se describen los mecanismos para ser admitido en el programa y conlleva el concebirse como un “hombre completo”; un tercer momento aborda las situaciones de discriminación, segregación y violencia que experimentaron estos varones los cuales aplicaron para limitar la migración de los hijos; y finalmente, se discute el papel de proveedor y éxito que aspira a alcanzar todo hombre, tal como se presenta en uno de los ex braceros telchaqueños y cuya esposa lo relata. Cada uno se presenta en las siguientes líneas.
¡A la aventura!
Con la promoción realizada por los municipios para inscribirse al Programa Bracero o la invitación que se hacían entre los amigos para irse juntos “al otro lado”, se inaugura el éxodo ordenado y regulado de trabajadores temporales a los Estados Unidos (Durand, 2006). Al principio, muchos de ellos se fueron en grupo aunque esto no aseguraba el poder irse juntos a ciertos campos agrícolas. Finalmente, solo unos pocos participaron en el Programa ya que no todos lograban inscribirse a tiempo. Con todo, el conocimiento de las primeras incursiones y el apoyo entre los amigos a través del capital social y humano8, generó una demanda de trabajadores regulado por un sistema de sorteo llevado a cabo en el palacio municipal del pueblo. El hecho de viajar como bracero a los Estados Unidos podía entenderse desde diversas aristas, ya sea para mejorar la economía familia, o bien, irse a la aventura como lo menciona don Enrique:
[Me enteré de las contrataciones…] por los periódicos… primero en México, después en Gobernación y luego en los pueblos. Sorteaban los lugares y así lo hacíamos aquí. Aquí estaba muy dura la cosa y no había para todos… ya estaba muy duro en el campo [… la primera vez que me fui fue] porque yo me encapriché y se lo empecé a decir [a mis papás], contra su voluntad me fui… mis abuelos, mis papas, -si ya lo decidiste, allá tú-, me decían. A mí me gustó pero pa’ conocer lugares, me gustaba andar pa’ conocer aunque yo sufra porque mis abuelos, mis padres cuanto me decían -¿qué vas a hacer? Quiero hacer una aventura, conocer lugares- (Don Enrique, residente, primera salida en 1960).
Para el caso de don Enrique, el irse de bracero implica una especie de validación de su ser masculino en el sentido de demostrar, a una edad joven, su fuerza y valor para enfrentar los riesgos en su viaje “al otro lado”, además de remarcar en sus familiares y conocidos, la capacidad de ser audaz y valiente, tal como mencionan Rosas (2008a; 2008b) y Sarricolea (2015). Así, la incursión en el Programa Bracero para don Enrique y otros telchaqueños representa un ritual de paso en el sentido de ratificar su masculinidad al hacerse de un prestigio por el hecho de ser seleccionados y vivir la experiencia del trabajo donde se gana en dólares y no en pesos. Es transitar hacia la masculinidad adulta (Hernández, 2012), donde los hombres se hacen completos y listos para responder a las exigencias de su entorno, ya sea en su papel de proveedores, protectores y competitivos. Es pues, cumplir con la masculinidad hegemónica.
Estas formas de masculinidad hegemónica resultan ser uno de los ejes que atraviesan las experiencias individuales y las construcciones culturales que se van tejiendo en las comunidades, a partir de transformaciones vinculadas con fenómenos políticos y económicos como lo es la búsqueda de mejores condiciones de vida en el extranjero. García (2008) quien llevó a cabo un estudio con nahuas, describe la forma en la que la práctica de la migración ha sido integrada a la cultura de la comunidad, entendiéndola como un proceso que se lleva a cabo a través de “la despedida”, “el viaje” y “la recepción”, tres momentos que marcan el camino del viajero. En esta comunidad, los hombres que se van a trabajar al extranjero, buscan mejores condiciones para sus familias, a la vez que reafirman su identidad como elementos fuertes, proveedores y responsables de la comunidad. Atrás quedan la infancia y la adolescencia, pues la migración los convierte en adultos que asumen riesgos con tal de garantizar el bienestar de sus familias.
La prueba del hombre “completo”
Una vez seleccionados, la Secretaría de Gobernación les expedía una carta para presentar frente a las autoridades contratistas y de esta manera, iniciar el recorrido: abandonar el pueblo y dirigirse hasta Empalme, Sonora, donde aguardaban a ser llamados. En dicho lugar, muchos mexicanos estaban congregados: oaxaqueños, michoacanos, sonorenses, y entre ellos, los yucatecos, algunos del municipio de Motul, Cenotillo, Tunkás y de Puerto Progreso. Para ellos, la espera fue de tres días como máximo, hasta que la lista de yucatecos fue presentada. Una vez reunidos los yucatecos convocados, la emoción no se hizo esperar pensando en el proceso que vendría: el cruce a otro país, las ciudades estadounidenses, los sitios de trabajo y las labores del campo posiblemente diferentes a lo vivido en el lado mexicano.
Para ser aceptados como trabajadores temporales al servicio de la nación norteamericana, los mexicanos debían aprobar “ciertos filtros” al encontrarse en la ciudad fronteriza de Calexico, California. Estos procesos consistían en practicar a todo trabajador mexicano ciertas revisiones físicas y en otros casos, de forma irónica, hasta en las pertenencias que traían. El chequeo, con el fin de seleccionar a “trabajadores aptos y sanos” (Jones, 2007, p. 96), abarcaba desde un análisis radiológico de pulmones y corazón, aplicación de insecticida desde 1944 y de exámenes serológicos para la sífilis a finales de ese mismo año, vacunas contra la viruela y contra la fiebre tifoidea en 1945, hasta exámenes humillantes que soportaron los telchaqueños y en sí, los trabajadores mexicanos. Don Mario y don Gonzalo, otros informantes, nos suministran ejemplos sobre ello:
[…] entramos a Calexico, entrando todos, todos, nosotros somos como animales allá. Tuvimos que pasar a Rayos X, entramos a revisión si no estamos, sino teníamos gonorrea, si no teníamos almorranas. Nos revisaban sino teníamos quebradura (hernia) y nos hacían unas torturas terribles. Cuando nos tanteaban para ver si no teníamos quebradura, nos lastimaban, nos agarraban los testículos y un dolor terrible. Nos ponían en cuatro patas para ver si no teníamos gonorrea… una humillación que nos hacían a todos los mexicanos en aquella época, todos teníamos que soportar […] y cuando estábamos todos ya en Calexico, dormíamos todos en barracas de 20, 30 personas […] cuando pasábamos a bañarnos, había regaderas de 20, 30 regaderas personales y como somos muchos, todos se querían bañar y pos teníamos que bañarnos de 20, 30… así, todos desnudos, pues son cosas que uno tiene que soportar que aquí, pos, mucha gente no lo hace, creo que por lo que hay que negar entre ellos… y es la parte humillante, es duro, pero es la realidad y las ganas de prosperar (Don Mario, única salida en 1964; énfasis adicional).
[…] lo primero que hacen es que te toman la sangre, después te pasan en un camellón y hacen que te quites tus ropas y te echan polvo para que no vayas a meter nada allá. Después tus maletas o tu maletín te lo revisan muy bien para ver si no metes droga, y después te pasan con un médico para que te revisen si tienes o no tienes gonorrea, si tienes o no tienes quebradura (hernia), y si estás bien de la sangre. Si estás mal de la sangre, te enfilan donde están los que están malos de la sangre y te ponen la inyección y ya puedes pasar; entonces, los que tiene quebradura, los que tiene gonorrea, entonces los sacan [porque no pueden ingresar a Estados Unidos], y a ellos qué les importa si tienes dinero o no [para volver a tu pueblo]. Después de todo eso que pasas, entonces te reconocen a ver si no tienes almorranas. Después de eso vas con unos médicos [y tienes que poner] tus manos así y toman las huellas de los diez dedos, uno por uno. Te van haciendo preguntas, claro que hay un intérprete allá… ¡fastidia todo eso! Y por eso yo decía que no iba a volver [de bracero], pero si… cuando [por fin] vas a entrar, hay uno que le apodaban “Cepillo”… ¡híjole! Cuando llegues ahí, es una mentada de madres: “que donde vas a ir te van a tratar así, te van a partir y que no sé qué”, “ustedes no deben entrar aquí” y ya que te digan lo que quieran, tienes que soportarlo, [entre malos tratos y groserías,] si no, no entras. Entonces te pasan en la máquina a ver si no estás tuberculoso y después de todo eso, [te dejan entrar…] eso es lo duro porque da coraje… ¿por qué han de tratar a los trabajadores así…? pero pos tamos en terreno americano (Don Gonzalo, primera salida en 1962).
Las pruebas “de limpieza” de las autoridades estadounidenses se caracterizan por menospreciar y denigrar a los trabajadores mexicanos, tal como lo ejemplifican don Mario y don Gonzalo a partir de sus experiencias en el proceso de contratación. Esta inspección, por su parte, se realizaba una sola vez, pues al ser seleccionado se otorgaba una mica donde se especificaba nombre, lugar de procedencia, año de nacimiento y fecha de entrada al país, evitando así repetir el proceso ya que el trabajador se encontraba “limpio”. Empero, el proceso reside en una realidad escabrosa matizada de vejaciones e infamias originadas por las promesas incumplidas sobre condiciones óptimas de trabajo, vivienda y servicio médico para los braceros mexicanos, actividades recreativas y educativas (como aprender el idioma inglés por ejemplo) durante su estancia “del otro lado”, así como un serio desequilibrio en la salud mental que presentaron los primeros trabajadores temporales denominado, según Vélez Storey (2002), como “psicosis de repatriado” o “de situación”9 a su regreso al país. La experiencia como bracero se entiende como un hecho de éxito, de prosperidad y de una masculinidad verdadera, pero también de malestar psicosocial que repercute en sus vidas en ambos lados de la frontera. Sobre ello, hablaremos a continuación.
Hombres “de segunda”… hegemónicos
Una vez realizada la inspección, les permiten el ingreso al país y aguardan a ser llamados con rumbo a los campos agrícolas. Estados como Texas, Arizona y sobre todo California, son los espacios hacia donde se dirigen los telchaqueños. Sitios como el Valle Imperial, Valle de San Joaquín, San Luis Rey, Modesto, Stockton, Watsonville, Santa Cruz, Buena Vista, Oxnard, en el estado de California; Yuma, y Phoenix en Arizona; así como Brownsville en Texas, son los escenarios donde estos hombres laboran en la pizca de tomate, lechuga, repollo, ejote, uva, manzana, durazno, melón, algodón y betabel. El ciclo de contratación fue anual con una duración de mes y medio hasta de cuatro meses de trabajo al depender de los ciclos agrícolas, con un promedio de dos meses y medio.
Las remesas enviadas tienen una variación de entre 40 y 400 dólares, según la temporada agrícola laborada así como la motivación de los trabajadores para soportar largas jornadas o doblar turnos de trabajo. Muchos de ellos comentan que el dólar en ese entonces equivalía a 12.50 en pesos mexicanos10, de ahí que a su regreso era notoria la diferencia del salario generado allá en los Estados Unidos con los sueldos pagados en Telchac Pueblo. Mientras la hora de trabajo se pagaba en Estados Unidos de 12 a 15 dólares, equivalente a 150 o 187 pesos mexicanos respectivamente, en Telchac Pueblo el jornal era de 8 pesos. Es decir, la ganancia de 12 dólares era 18 veces más que la obtenida en el pueblo. Este contraste se convierte en el motivo de una fuerte dinámica de migración en las que realizan cortas temporadas en el país vecino con tal de obtener más recursos a pesar de las agotadoras jornadas de trabajo y los restantes problemas a los que se enfrentan estos yucatecos, tal como don Iván lo describe:
[…pues te decían] –ah, esos mexicanos son piojosos, son…– porque cuando estábamos yendo en un vehículo, unos chamacos que estaban yendo en una pick up empezaron a hacer [señas] de que somos como monos (se ríe)… pero pues ahorita hay más racismo, antes pues […] nosotros íbamos a trabajar [… allá] es mucho peligro porque, hay mucho racista, porque ahí […] el mismo patrón cuando te contrata, porque sabe que […] ya cuando le debes dinero o te debe, te manda a la migra para que te agarre y pierdes todo (Don Iván, primera salida en 1959).
El testimonio de don Iván nos refiere que la exclusión y la violencia son eventos de resistencia y persistencia al convivir con “los otros” (Martínez, 2007); y aunque continúen las leyes y los discursos en contra de los migrantes, la presencia de ellos en la Unión Americana resulta necesaria para la economía global. Un hecho trascendental fue la discriminación y el racismo que enfrentaron, pese a que algunos de ellos omitieron haber vivido una situación de humillación como la que se dio en Calexico a razón de poner en tela de juicio su masculinidad. Empero, una vez instalados en el campo, los relatos de cómo eran percibidos por los “nativos” de la ciudad son discursos que vienen a la mente de todos los braceros telchaqueños.
Quienes ya contaban con hijos, desestiman en las nuevas generaciones la posibilidad de “irse al otro lado”, dado el lado negativo de la migración internacional. En vez de ello, prefieren que sus hijos se dediquen a la escuela, al trabajo en las fincas donde ellos estuvieron en algún momento, o bien, desplazarse de manera interna a zonas de la costa oriental del Caribe mexicano como Cozumel, Cancún o Playa del Carmen, en el estado de Quintana Roo. Para estos padres, las razones del porqué sus hijos no deciden emigrar se vinculan con la concepción de peligro, desconfianza, no contar con la audacia de irse a la aventura o el argumento de que en el mismo pueblo podrán superarse, sin olvidar las cuestiones de segregación, racismo y violencia que hoy día persiste contra los migrantes mexicanos. Estas explicaciones resultan por sí mismas contradictorias entre estos telchaqueños y la imagen del ser y/o hacerse hombre. La distancia paradójica entre ellos y sus hijos es de un reconocimiento a su hombría como lo indica Montes de Oca (2012) y, al mismo tiempo, el control que siguen ejerciendo tanto en el lugar de origen como en el de destino. Se trata de una dominación masculina ejercida “a la distancia”, donde el hombre es quien supedita en aquellos aspectos de la familia y, por supuesto, del género.
El hombre proveedor… y exitoso
Como hemos mencionado, las intensas jornadas les reportan importantes recompensas. El envío de remesas hacia Telchac Pueblo se traduce en la posibilidad de comprar una parcela, brindar una mejor alimentación a sus hijos, pagar deudas adquiridas con anterioridad como la construcción del techo de la casa, el pago por servicios de salud, o comprar productos como bicicletas, ropa, entre otros aspectos. Esto no hubiera sido posible sin el apoyo familiar, sobre todo para administrar las remesas destinadas a mejorar la vivienda o saldar ciertos pagos. En muchos de estos casos, el papel de la esposa fue central para destinar el dinero al logro de las metas propuestas en beneficio tanto de la familia y la pareja, como la misma Lourdes, esposa de Gonzalo, enfatiza:
[…] yo aquí tenía levantado11el dinero que me mandaba, porque aunque él estaba allá, yo sabía que posiblemente no podía haber otra oportunidad. Teníamos deudas en que se techó [la casa…] él me mandaba dinero pero yo no lo gastaba […] y ¿sabe lo que hacía? Lo guardaba. Guardé la misma cantidad que él trajo. ¿Sabe lo que yo hacía para sostenerme con mis hijos? Trabajaba para sostenerme y si acaso agarraba muy poquito de lo que él me mandaba que para pagar la deuda, enladrillar, muchas cosas que no teníamos, no teníamos ni puertas ni ventanas, nada de eso teníamos. Amanecía y colgábamos unas pitas, hasta en la noche poníamos pitas, lo que alcanzábamos a poner porque no había para la puerta. Y cuando él vino, se sorprendió de ver que el dinero, se puede decir que casi lo que él me mandó, eso tenía yo levantado. Yo trabajaba y me sostenía con mis hijos, hasta que vino, se llevó la sorpresa (Doña Lourdes, esposa de Gonzalo quien se fue desde 1962; énfasis adicional).
La centralidad de la familia, como se puede observar en el testimonio de doña Lourdes, fue de mucha importancia para soportar la lejanía del hogar, aminorar la tristeza así como la soledad vivida “del otro lado”, pero también para mejorar los espacios habitacionales o adquirir bienes que hicieran mejor la vida de la familia que permaneció en el pueblo. Hoy día la casa de doña Lourdes y don Gonzalo está hecha con materiales resistentes (blocks de cemento, por ejemplo) y constituye una de las diversas viviendas de migrantes que pueden encontrarse en Telchac Pueblo, ya que dista mucho de las casas de aquellos que no migraron. Asimismo, es al interior de la familia donde se clasifican y esquematizan las prácticas en cuanto al género, es decir, lo que se espera y deben realizar hombres y mujeres. Desde la distancia, don Gonzalo fue el jefe de familia quien supervisara la vida de los hijos además de la esposa, siendo responsable del sustento del hogar en el origen, como lo atribuyen Sotomayor y Román (2007) y Valenzuela (2004) en sus respectivos estudios. La familia en el origen fue uno de los elementos que les hacía retornar al pueblo y a sus hogares. Además, la lejanía de los trabajadores temporales de su comunidad, les permite apreciar múltiples experiencias algunas de ellas significativas que marcaron sus vidas.
Con el paso de los años y tras el cierre definitivo del Programa Bracero a principios de la década de 1960, la incorporación de los telchaqueños a la vida cotidiana en el pueblo fue paulatina y aunque alguno de ellos emigró de nueva cuenta y obtuvo la residencia, actualmente la mayoría se localiza en Telchac Pueblo. En suma, cada una de estas experiencias, aunado al capital social que se generó con el correr de los años, sirve de aprendizaje para continuar con el arduo trabajo que significa ser bracero. Todo el bagaje de conocimientos, precauciones, rutas, y trabajos, fueron aspectos centrales para aprender a “conquistar la ciudad” tal como lo señala uno de los trabajadores temporales. Muchos de ellos regresan con la meta alcanzada y en ese sentido, el conjunto de viajes realizados no fue en balde.
A manera de conclusión
En este artículo hemos presentado la experiencia laboral de los ex braceros de Telchac Pueblo en los campos agrícolas de Estados Unidos en el contexto del Programa Bracero (1942-1964). La historia de este pueblo es una historia común a muchas comunidades mexicanas que han visto partir a varones principalmente y a mujeres en tiempos más recientes, para buscar oportunidades que sus contextos de origen no les ofrecen. La precariedad en el pueblo, junto con las demandas vinculadas a la masculinidad hegemónica, propició el que estos hombres se insertaran en la dinámica de la migración internacional.
Se han detallado los motivos que impulsaron a estos hombres yucatecos a la búsqueda de mejores ingresos fuera del pueblo, así como los aspectos laborales, sociales y familiares que se entretejen al proceso migratorio. Un aspecto fundamental entre los ex braceros fue la debacle de la industria henequenera desde principios del siglo XX hasta agudizarse a mediados del mismo, razón suficiente para buscar nuevos horizontes.
La falta de oportunidades, la diferencia abismal entre los salarios captados en el lugar de origen y en el de destino, progresar e irse a la aventura, así como la baja producción henequenera, fueron algunas de las razones que motivaron a estos campesinos a inscribirse al Programa Bracero. Las redes de relaciones sociales fueron efectivas, por lo cual amigos y parientes participaron en tal convenio binacional. La decisión de irse también estuvo impulsada por la necesidad de cumplir con el rol de hombre trabajador, proveedor, responsable y comprometido con el bienestar de la familia. Los padres o las esposas, con la finalidad de lograr alguna meta traducida en arreglar la casa, saldar ciertas deudas o comprar productos necesarios para el hogar, apoyaron la decisión de estos hombres. En los varones más jóvenes la idea de “vivir una aventura” como el cruce migratorio fue un factor decisivo. Esto también se vincula con el modelo hegemónico masculino, que destaca la autonomía, la valentía y la independencia como valores deseables en los varones.
En ese sentido, el envío de remesas que los braceros hacían llegar a sus familias, se tradujo en un incentivo para soportar las largas jornadas de trabajo en los campos de cultivo en los Estados Unidos en comparación con los sueldos que se pagaban en el pueblo. Esta situación constituye un hecho de diferenciación y de prestigio que conlleva el migrar y trabajar con un sueldo obtenido en dólares, como mencionan estos hombres telchaqueños. Además, la migración se traduce en un capital social y humano que distingue a estos hombres de otros –los que no migraron–, pero sobre todo de las mujeres. Son ellos quienes toman decisiones sobre los hijos y la esposa bajo el esquema de protección y sustento que determina su masculinidad. Así, el arrojo y la astucia se vuelven la imagen del hombre fuerte, proveedor, pero que exige, al mismo tiempo, asumir un papel cuya expectativa resulta complicada de cumplir.
La discriminación y la violencia ocurrida durante su incursión como braceros, constituye un elemento de discusión que pone en juego su(s) masculinidad(es). Concebirles como “hombres de segunda” constituye una figura que diluye su valor como varones y deja entrever las distancias así como los niveles que existen entre sí en el marco de la dominación masculina. Los hombres telchaqueños cumplen con las expectativas de su género, pero también son minimizados por sus iguales, los “hombres de primera” quienes demuestran superioridad ante ellos. Así se vive el hecho de emigrar, con todas sus ganancias, pero también con sus consecuencias. Con todo, el flujo de yucatecos a los Estados Unidos no se detiene y ha escrito una historia en la realidad migrante de Telchac Pueblo más allá de la época bracera.
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Notas
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