Artículos
Paz: concepto y discurso en la prensa costarricense. El caso de La Nación, Semanario Universidad y el Eco Católico, 1981-19901
Peace: Concept and Discourse at the Costa Rican Press. The Cases of La Nación, Semanario Universidad, and El Eco Católico, 1981-1990
Paz: conceito e discurso na imprensa costa-riquenha. O caso do La Nación, Semanario Universidad e El Eco Católico, 1981-1990
Paz: concepto y discurso en la prensa costarricense. El caso de La Nación, Semanario Universidad y el Eco Católico, 1981-19901
Cuadernos Inter.c.a.mbio sobre Centroamérica y el Caribe, vol. 16, núm. 2, 2019
Universidad de Costa Rica
Recepción: 10 Septiembre 2018
Aprobación: 06 Mayo 2019
Resumen: El presente artículo analiza cómo el concepto “paz” fue utilizado por el discurso mediático de los periódicos costarricenses La Nación, Semanario Universidad y El Eco Católico durante los años 1981 y 1990. El estudio parte de la importancia de los conceptos como vehículos lingüísticos que logran acumular experiencias propias de los actores que hacen uso de ellos y que se expresan a través del discurso como práctica social. Se plantea que “paz” fue un concepto clave a la hora de abordar el tema de los acuerdos y negociaciones llevadas a cabo por los estados centroamericanos en medio de una crisis política y la fuerte injerencia de potencias, principalmente, los Estados Unidos. El trabajo reconstruye una disputa política e ideológica sobre el tipo de “Paz” que se buscaba promover y que se veía reflejada en los discursos sobre Contadora y el Plan Arias.
Palabras clave: Centroamérica, Nicaragua, Costa Rica, Guerra Fría, Acuerdos de Paz.
Abstract: This article analyzes how the concept of “peace” was used by the media discourse of the Costa Rican newspapers La Nación, Semanario Universidad and El Eco Católico during the years 1981 and 1990. The study starts from the importance of the concepts as linguistic vehicles that achieve accumulate own experiences of the actors that make use of them and that express themselves through the discourse as a social practice. “Peace” was a key concept when the press dealt with the topic of the agreements and negotiations carried out by the Central American states in the midst of a political crisis and the strong interference of powers, mainly the United States. The work reconstructs a political and ideological dispute about the type of “Peace” that was sought to promote and that was reflected in the speeches about Contadora and the Arias Plan.
Keywords: Central America, Nicaragua, Costa Rica, Cold War, Peace Agreements.
Resumo: Este artigo analisa como o conceito de “paz” foi utilizado pelo discurso midiático dos jornais costa-riquenhos La Nación, Semanario Universidad e El Eco Católico entre os anos de 1981 e 1990. O estudo parte da importância dos conceitos como veículos linguísticos que conseguem acumular experiências próprias aos atores que os utilizam e que se expressam através do discurso como prática social. Afirma-se que a “paz” foi um conceito chave quando se trata do tema dos acordos e negociações realizados pelos Estados da América Central ao longo de uma crise política e a forte ingerência de potencias, principalmente dos Estados Unidos. O trabalho reconstrói uma disputa política e ideológica sobre o tipo de “paz” que buscava promover e que se refletiu nos discursos sobre Contadora e o Plano Arias.
Palavras-chave: América Central, Nicarágua, Costa Rica, Guerra Fria, Acordos de paz.
Introducción
La década de 1980 ha sido considerada como una segunda o nueva Guerra Fría (Chomsky, 1982; Halliday, 1986). Tras la distensión de la década de 1960, este nuevo periodo de tiempo se caracterizó por el regreso a la retórica belicista y un mayor antagonismo ideológico propio de los primeros años del conflicto (Hobsbawm, 2012), además, de una lucha, principalmente por parte de los Estados Unidos, por el liderazgo mundial (Morera, 2011). Es justo en el marco de esta coyuntura que Centroamérica, posterior al triunfo de la Revolución Sandinista en 1979 y el triunfo electoral en las elecciones de noviembre de 1980 de Ronald Reagan, pasó a ser considerada el lugar más importante de la tierra por la administración Reagan (Grandin, 2010, p. 71).
Centroamérica fue el lugar escogido por Washington para recuperar la confianza perdida luego de la derrota de Vietnam y para reforzar su posición como potencia hegemónica en una zona que tradicionalmente había sido vista como el patio trasero de los Estados Unidos (Grandin, 2010, p. 72). Teniendo presente tal objetivo, la política exterior de los Estados Unidos giró en torno a la promoción de un idealismo punitivo, de un absolutismo de mercado y la movilización cristiana de derecha (Grandin, 2010, p. 6).
A partir de los elementos mencionados, Estados Unidos implementó en Centroamérica una diplomacia agresiva que buscaba la promoción y apoyo de regímenes democráticos de corte occidental (una democracia liberal) que se rigieran según los principios del libre mercado y la iniciativa privada, y que castigaran a todos aquellos proyectos políticos que desafiaran ese orden. Lo anterior respondía a un proyecto de Nation Buliding (Gradin, 2010, p. 84) en donde la violencia sería un elemento clave, que permite entender no solo la agresión a la Nicaragua sandinista, sino también, el apoyo a los militares salvadoreños y guatemaltecos y los esfuerzos para hacer de la frontera norte de Costa Rica una zona de guerra similar a lo que sucedía en la frontera de Honduras con Nicaragua.
El presente artículo tiene como principal objetivo analizar cómo fue usado discursivamente el concepto de paz por la prensa costarricense para hacer referencia al proceso de pacificación que se vivió en Centroamérica a partir de los esfuerzos del Grupo de Contadora y luego con el Plan Arias. Se plantea que paz fue un concepto clave para comprender mejor la disputa política e ideológica que sucedió en las páginas de los periódicos La Nación¸ Universidad y el Eco Católico.
La importancia de paz como concepto radica en que este iba de la mano con el tipo de democracia que se esperaba construir en la región, y es así como en el presente artículo dos de los tres elementos de la política exterior estadounidense: el idealismo punitivo y el absolutismo de mercado, pasan a ser discutidos discursivamente en las diferentes publicaciones, tanto en editoriales como en los artículos y columnas de opinión.
Es importante mencionar que el discurso mediático de la prensa, en este caso valiéndose y haciendo uso de un concepto como paz, cumplía una doble función: podía informar u orientar la opinión pública o desinformar y manipularla. De ahí que el discurso de la prensa posee un uso político y una eficacia performativa (Burke, 2005, p. 43), una puesta en escena para reconfigurar la realidad.
Asimismo, sobre los conceptos hay que tener claro que estos son fundamentales para darle sentido y contenido a nuestro lenguaje (al discurso), sin ellos sería imposible entender, o siquiera dotar de significado a la realidad política y sociocultural (Koselleck, 2004, p. 38). Mientras que el discurso, como práctica social (Van Dijk, 2013, p. 288) influye en la imagen que se construye sobre un sujeto o sujetos históricos, además de ser clave a la hora de legitimar o rechazar un proyecto político u orden social relacionado con los intereses de tales sujetos.
El artículo examina los editoriales y artículos de opinión publicados entre 1981 (primeros esfuerzos de negociación) y 1990 (año en que los sandinistas fueron derrotados en las elecciones de febrero) en el periódico La Nación (principal diario de Costa Rica) y los semanarios Universidad (órgano de prensa de la Universidad de Costa Rica) y el Eco Católico (rotativo ligado a la Iglesia católica costarricense). De igual manera, los años seleccionados enmarcan las principales negociaciones y acuerdos de paz en Centroamérica, como lo fueron la iniciativa del Grupo Contadora y el Plan Arias para la Paz.
Se decidió trabajar con prensa de opinión, específicamente con la sección editorial y artículos de los periódicos mencionados, ya que hay un interés por comprender cómo los medios de comunicación escrita, en una coyuntura de Guerra Fría, trataban de formar y orientar (o desorientar) lo que debía ser considerado como opinión pública. Por ello, se parte de la idea de que tanto los editoriales, los artículos y las columnas de opinión no eran neutrales ni objetivos, sino que eran una invitación a tomar una posición determinada y a actuar en consecuencia.
Asimismo, al trabajar con la sección de opinión, teniendo presente que en el caso de Universidad a diferencia de los otros periódicos consultados no contaba con una línea editorial definida, es posible determinar el papel desempeñado por periodistas e intelectuales como líderes de opinión. Lo anterior es fundamental, ya que estos actores/sujetos históricos poseían una serie de valores, ideas y prejuicios que se veían reflejados en sus publicaciones, y que por lo tanto, a nivel de experiencia, influían en la manera en que se presentaba la paz en el discurso mediático.
No se puede negar que a través de los líderes de opinión se llegan a popularizar y promover interpretaciones de fenómenos y eventos políticos (Giraldo y Montealegre, 2013, p. 117). En el caso de la prensa costarricense, tales interpretaciones fueron encuadradas, como marcos de referencia, dentro de la visión de mundo que poseían esos líderes y que respondían (o guardaba una concordancia) a los intereses políticos, económicos e ideológicos que orientaban a los periódicos en donde publicaban sus opiniones.
Paz: el uso del concepto
Durante los años que van entre 1981 y 1990, Centroamérica vivió un periodo tenso tanto en lo militar como en lo diplomático. La salida militar, propuesta por la administración de Ronald Reagan (1981-1989) y su estrategia de Guerra de Baja Intensidad, se debatía con la posibilidad de una resolución pacífica del conflicto que agobiaba a la región, y que tenía en la guerra civil de El Salvador y en la agresión a la Nicaragua sandinista sus principales cartas de presentación. En el marco de las negociaciones de los Acuerdos de Paz (que tomaron fuerza a partir de 1987), se construyeron una serie de discursos y representaciones de cómo fueron presentados a la opinión pública los diferentes actores que participaron en el proceso.
De tal manera, la prensa costarricense fue un espacio de encuentro de distintas posiciones, referentes a la conceptualización de la paz, el rumbo que debían tomar las negociaciones, y más importante aún, señalar quién o quiénes eran los culpables de entorpecer la resolución de la crisis y sacar provecho de ese entorpecimiento; fue así como, dependiendo de la posición ideológica de cada periódico y de sus principales colaboradores, se marcó una tendencia discursiva que fue determinada por la manera en que se percibía y representaba al gobierno sandinista (en el poder desde 1979) y su proyecto revolucionario, ya fuera como traición a los principios democráticos o la oportunidad de construir, en términos muchas veces utópicos, una sociedad más justa en medio de una Centroamérica caracterizada por la desigualdad social, la violencia y la exclusión. La Revolución Sandinista y los sandinistas pasaron a ser uno de los temas principales en las discusiones que se mantuvieron en la prensa costarricense cuando se trataba el asunto de la paz.
Junto con democracia, paz fue otro de los conceptos claves presentes en el discurso de la prensa costarricense. La concepción de paz que se tenía en cada uno de los periódicos consultados, se relacionaba directamente con la visión de mundo que defendían y promovían, situada en un contexto de Guerra Fría.
Al ser construidos históricamente, los conceptos responden a las esperanzas, deseos y prejuicios de los sujetos (actores) de una determinada época (Carriscondo, 2008, p. 3). Para La Nación, la paz no se podía entender como la permanencia (que implicaba el respeto) del régimen sandinista; el diario llegó a defender una paz en donde Nicaragua fuera obligada, incluso por la fuerza si fuera necesario (idealismo punitivo), a acoplarse a las características propias de una democracia de corte occidental:
[…] tendrían que darse garantías de que el régimen sandinista va a elecciones, garantiza el pluralismo ideológico, hace prevalecer la economía mixta, devuelve a Nicaragua su libertad de prensa, respeta a la Iglesia Católica, da plena libertad sindical y deja de conspirar contra sus vecinos. Esto es lo que llamamos un concepto de paz dinámica. Lo contrario sería, simplemente, dar garantías de estabilidad a una dictadura totalitaria y belicista (La paz en Centroamérica, 1983, p. 14A).
Según el fragmento anterior, para La Nación, el dinamismo propio de la paz ideal se entendía como la necesidad de promover valores democráticos, teniendo a Estados Unidos como el arquetipo y guardián de la democracia y a Costa Rica como una aliada natural de ese país. De tal manera, entre 1981 y 1990, se observó en los periódicos un enfrentamiento discursivo en torno a la cuestión de la paz y su implementación en el istmo, enfrentamiento que dependió de la posición ideológica del medio.
En ese enfrentamiento discursivo, los conceptos usados respondían directamente a la realidad que cada periódico deseaba (re)presentar a través de sus páginas. Y al hacerlo así, la paz como concepto cargaba con la experiencia política (Koselleck, 2004) no solo del diario, sino que también de quienes escribían en él. De tal manera, la paz pasaba a ser el vehículo mediante el cual los sujetos históricos, los actores, realizaban sus acciones, legitimaban y racionalizaban determinado orden y visión de mundo (Pía, 2012, p. 29).
En La Nación, su profundo y marcado anticomunismo (su experiencia) llegó a dotar de sentido a la concepción de paz que se poseía. Para este diario, la paz era un asunto y resultado de una política de seguridad nacional, que garantizaba el orden y la estabilidad política, económica y social (tanto externa como interna) de la sociedad costarricense. El anticomunismo de La Nación, más que una ideología era una mentalidad (Torres-Rivas, 2013, p. 235), una suma de elementos como la familia, la religión o la patria, que hacían una referencia directa al sentimentalismo y apelaban a la emoción de los lectores, a quienes se les presentaba un panorama en donde se estaba a las puertas de un enfrentamiento con un enemigo que podía acabar con todo lo que significaba vivir en paz y democracia.
Partiendo de tal visión de mundo, la Nicaragua sandinista era considerada por el diario como expansionista, guerrista y totalitaria, en otras palabras, un obstáculo tanto para la seguridad como para la paz. Fue así que el discurso anticomunista de La Nación unía la necesidad imperiosa de eliminar al sandinismo con la consecución de la paz en Centroamérica, y llegaba a considerar la política militar estadounidense y la posibilidad de una intervención en Nicaragua como algo legítimo y válido, al ser ese país el protector de la zona ante las amenazas externas (Pérez, 1988, p. 147).
De nuevo, dentro del discurso de La Nación, la democracia o la búsqueda de democratización, se percibía como la salida inmediata de los sandinistas del poder y el establecimiento de un régimen político similar al costarricense. Este último punto también era compartido por el Eco Católico, que aseguraba mantener una posición neutral (aunque con fuertes tintes anticomunistas), al criticar tanto a los militares y oligarquías centroamericanas como a los partidos comunistas y organizaciones de izquierda de manipular al pueblo para su beneficio.
Para el Eco Católico, la posición de la Iglesia como madre y maestra (Boff, 1992, pp. 17 y 19) la situaba por encima de toda disputa ideológica y permitía tener una visión mucho más amplia y clara del panorama, permitiendo criticar y condenar los llamados a la intervención militar (de cualquier potencia), el entreguismo político y favorecer la promoción de un diálogo pacífico y democrático. El concepto de paz que manejaba el Eco se relacionaba y era el resultado del respeto de los valores católicos (que también se presentaban como parte de la sociedad occidental) que eran superiores a cualquier doctrina política.
Mientras que el Semanario Universidad defendía un concepto de paz basado en la idea de una convivencia, solidaridad y entendimiento con los sandinistas, y que se expresaba en un discurso en donde se promovía la posibilidad de convivir con gobiernos de ideologías políticas de signo contrario (Sojo, 1991a, p. 176). Asimismo, la solidaridad ligada al concepto de paz del semanario y sus colaboradores partía de una experiencia propia de una posición latinoamericanizada del conflicto (Pérez, 1988, pp. 144-145), la cual lejos de entender los problemas de la región dentro de la lógica Este/Oeste, o democracia contra el comunismo (como lo hacía La Nación y en menor medida el Eco Católico), planteaba que estos eran resultado de las condiciones estructurales e históricas de desigualdad y exclusión propios de una relación Norte/Sur o país rico frente a los países pobres.
La paz en el Semanario Universidad iba a depender del respeto del derecho de autodeterminación de los pueblos, considerando que este permitía construir relaciones bilaterales normales que fueran más allá de las simples denuncias anticomunistas. Además, se condenaban las presiones internacionales (principalmente de los Estados Unidos) que imposibilitaban el entendimiento entre los países.
Negociaciones, acuerdos de paz y discurso de la prensa
Contadora
Ya desde 1981, como lo señala Carlos Murillo (1999, pp. 105-106), los intentos pacificadores se empezaron a desarrollar; iniciativas regionales e internacionales trataron de abrir espacios de negociación que pusieran fin a la escalada de violencia que se vivía en Centroamérica (Martí, 2004, p. 234; Páez, 1998, p. 166); sin embargo, sería hasta enero de 1983, posterior a una reunión en la que participaron los ministros de relaciones exteriores de Colombia, México, Venezuela y Panamá, en la isla panameña de Contadora, cuando se dio inicio a uno de los procesos de negociación más importantes que Centroamérica experimentó (Opazo y Fernández, 1990), siendo este el antecedente directo y muchas veces complemento de los ulteriores Acuerdos de Esquipulas.
El Grupo de Contadora, resultado de la reunión anteriormente mencionada, planteó como su principal tesis la renuncia a la fuerza como solución de los conflictos, enfatizando en la necesidad de controlar el armamento de cada país, el retiro de tropas y asesores militares extranjeros, que las maniobras militares conjuntas entre estados fueran suspendidas y el respeto del principio de libre autodeterminación de los pueblos (Opazo y Fernández, 1990). Tanto La Nación, Universidad y el Eco Católico vieron en las negociaciones de Contadora una oportunidad para referirse en sus publicaciones al tema de la paz y cómo esta era entendida y expresada discursivamente.
La prensa costarricense vio en Contadora una combinación de esperanza y desconfianza. En La Nación, editoriales y artículos de opinión resaltaban que ante tal oportunidad se debía mantener una actitud cautelosa, “[…] aunque aceptamos que los cuatro gobiernos tienen las mejores intenciones, el escepticismo debe ser un elemento primordial en nuestro acercamiento al grupo de Contadora” (Costa Rica, Nicaragua y Contadora, 1983, p. 14A).
La posibilidad de lograr una negociación en igualdad de términos entre los distintos países y reconocer la legitimidad del gobierno del Frente, no fue vista con buenos ojos por La Nación. Por lo que se llegó a señalar a Contadora como un instrumento al servicio de los sandinistas, siendo este, para el periódico, su mayor pecado y restándole validez y legitimidad a los esfuerzos que pudiera promover en pos de la paz en Centroamérica. En un editorial, publicado el 30 de agosto de 1984, se denunciaba la instrumentalización de Contadora por parte de los sandinistas, al señalar que:
El Grupo de Contadora ignoró sencillamente en todo momento –o al menos esquivó- la cuestión central del tema de la pacificación centroamericana, que no es otro que el proceso político impulsado por la Dirección Nacional del Frente Sandinista de Liberación Nacional.
El Grupo de Contadora le sirvió más a la causa totalitaria del Frente Sandinista que a las democracias, al ofrecerle al mundo un foro atractivo de posible solución y de buena imagen para el régimen de Nicaragua (Réquiem para Contadora, 1984, p. 14A).
Junto a la supuesta manipulación y uso que le daban los sandinistas a Contadora, también se sumó el discurso de catalogar las soluciones que proponía como complacientes y escurridizas, al evitar señalar a la Nicaragua Sandinista como la verdadera razón del conflicto en Centroamérica:
[…] nada es más relevante […] que la destreza de los cancilleres para eludir el verdadero problema de la región.
[…] el Grupo de Contadora no aporta nada. No hace más, en realidad, que justificar su existencia paliando el problema y evadiendo los términos verdaderos de la cuestión que no son otros, como todo el mundo lo sabe, que la instalación en el corazón del istmo de otra Cuba (Contadora y su acta de pacificación, 1984, p. 14A).
Fueron los colaboradores de La Nación quienes realizaron las críticas más fuertes hacia Contadora, tildándola de espejismo y de mampara sandinista, así lo hacía ver el abogado y politólogo Jaime Daremblum en un artículo publicado el 17 de mayo de 1984, recalcando cómo:
El Grupo Contadora ha propiciado el sueño de opio de que en Centroamérica podemos coexistir pacíficamente, inmunes y sin contagios, con los pupilos y socios de Fidel, Khadafi y Arafat. A ese escapismo, de tan funestas consecuencias, ha contribuido la falsa imagen forjada por el populismo tropical y de ultramar de que el espúreo régimen de los comandantes es la legítima expresión de las aspiraciones políticas del subyugado pueblo nicaragüense (Daremblum, 1984, p. 15A).
Mientras que el médico Longino Soto, sin utilizar un léxico tan florido como el de Daremblum, hacía un ataque más directo a Contadora en un artículo publicado el 23 de mayo de 1984:
[…] no ha servido en sus largos meses de existir para nada que no sea darle tiempo a los nicas de armarse, exportar su revolución y llegar a colocarse en la posición de insolente irrespeto ante un país como Costa Rica, ejemplo de democracia en el mundo (Soto, 1984, p. 16A).
La dinámica discursiva presente en los artículos mencionados significó para el diario y sus colaboradores la oportunidad de criticar a Contadora sin ser vistos como los enemigos de la negociación o de la búsqueda del diálogo como solución al conflicto, sino presentarse (o representarse) ante la opinión pública como una voz autorizada, que a través de sus escritos, podían dar un criterio acertado de cómo el proceso promovido por Contadora privilegiaba una paz distanciada o divorciada de la democracia. Los artículos de Soto y Daremblum, personajes que también jugaron un papel importante al criticar luego el Plan de Paz Arias, fueron presentados como una explicación racional y correcta, que, junto con los editoriales, debía ser adoptada ante los sucesos que ocurrían en Centroamérica (Díaz, 2016, p. 192).
Se debe señalar que la deslegitimación de Contadora no solo fue realizada a través de los medios de comunicación. Desde su inicio el proceso no contó con el aval de la administración Reagan, que desde 1983 había endurecido su política hacia Nicaragua y consideraba que la opción militar era la mejor manera para alcanzar su principal objetivo: derrocar a los sandinistas y garantizar la pacificación de la región mediante la vía armada (Opazo y Fernández, 1990). Entre 1983 y 1985, los esfuerzos de Contadora fueron constantemente boicoteados o entorpecidos por la administración Reagan, que jugaba o utilizaba una doble estrategia: incentivar negociaciones bilaterales con los sandinistas y a su vez promover provocaciones, en forma de ejercicios y maniobras militares conjuntas con el ejército hondureño. De tal manera, se evitaba que los sandinistas redujeran su aparato militar por temor a una invasión, y al hacerlo se les acusaba de entorpecer no solo las negociaciones con Estados Unidos (las conversaciones en Manzanillo, México, entre 1984 y 1985), sino también los llamados de Contadora a reducir las fuerzas militares de cada país (Lafeber, 1993, p. 297).
Además, a la presión norteamericana se le debe sumar la ejercida por el Grupo de Tegucigalpa, conformado por Honduras, El Salvador y Costa Rica, quienes bajo el auspicio de Reagan y siguiendo sus instrucciones, mantuvieron posiciones obstruccionistas que llegaron a manifestarse en el rechazo del acta promulgada por Contadora en 1984, la cual fue aceptada por Nicaragua, que se comprometió a realizar elecciones en ese mismo año. El documento exhortaba la eliminación de bases militares extranjeras en territorio centroamericano y el fin del apoyo logístico y el entrenamiento a fuerzas anti gubernamentales como lo era “La Contra” (Opazo y Fernández, 1990).
La negativa de Reagan de apoyar el proceso de Contadora debe ser entendida dentro del marco de una política exterior orientada a recuperar la hegemonía estadounidense en el mundo; más que un interés por la estabilidad, la manera en que Reagan planteó su acercamiento hacia Centroamérica respondía a la necesidad de retomar el liderazgo frente a una Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS) que era presentada como el imperio del mal (Sojo, 1991b, pp. 46-47).
La presencia de Costa Rica dentro del Grupo de Tegucigalpa se explica como una medida estratégica para lograr un apoyo monetario constante por parte de los Estados Unidos en momentos en que la economía del país se encontraba deteriorada y necesitaba de ese dinero para su recuperación (Rovira, 1987, pp. 58-60). Fue así como el gobierno y los sectores empresariales se encargaron de utilizar una estrategia discursiva basada en el peligro que representaba la crisis centroamericana para el sistema democrático costarricense, alegando que este se encontraba amenazado interna y externamente por fuerzas comunistas. Durante la administración de Luis Alberto Monge (1982-1986), Estados Unidos se encargaría de apoyar y levantar la economía costarricense a cambio del liderazgo (y el prestigio) de Costa Rica en la lucha por la libertad y la democracia en Centroamérica (Sojo, 1991b, p. 51).
La Nación, diario vocero de las principales cámaras empresariales y comerciales del país y de los sectores más conservadores del gobierno, tomó una posición abiertamente pro estadounidense (como ya se ha mencionado), que sin manifestar su apoyo a las medidas militares promovidas por Reagan, sí consideraba que eran los Estados Unidos los que mejor conocían y podían solucionar la crisis del área, crisis que respondía de manera directa al establecimiento de una dictadura comunista, algo que estaba permitiendo Contadora a vista y paciencia de las democracias del mundo.
Esa complacencia hacia la manera como Estados Unidos se relacionaba con Centroamérica quedaba al descubierto al leer los artículos publicados por los principales cuadros administrativos de La Nación: Eduardo Ulibarri (director del diario), Bosco Valverde (jefe de información) y Juan Sánchez (subdirector). Cada uno de ellos en su discurso justificaba una posible (y según los tres periodistas, muy necesaria) intervención por parte del presidente estadounidense Ronald Reagan. Por ejemplo, en la sección “Buenos días”, del 23 de febrero de 1986, Ulibarri se refirió a la intervención militar como una acción legítima cuando:
[…] colocamos como objeto de reflexión, a un pueblo soberano que ha sido privado de su soberanía por un gobierno despótico, entonces sí es justificable –desde una perspectiva democrática- una interferencia destinada a devolver a ese pueblo el poder de limitar o eliminar la acción despótica (Ulibarri, 1986, p. 14A).
Del mismo modo, y valiéndose de esa “perspectiva democrática”, en un artículo del 27 de febrero de 1986, Valverde aplaudía cómo:
[l]os Estados Unidos, y concretamente el presidente Ronald Reagan, se han apuntado dos triunfos muy importantes en lo que va del año, al lograr la caída de las dictaduras de Jean Claude Duvalier (BabyDoc) en Haití, y de Ferdinand Marcos en Filipinas.
En ninguno de los casos ha habido derramamiento de sangre y en ambas oportunidades, pese a la testarudez de los gobernantes vitalicios, ha pesado la influencia norteamericana para que dejen abierto el camino al paso de la democracia que los respectivos pueblos reclaman (Valverde, 1986, p. 14A).
Por supuesto, la alabanza de Valverde no reconocía o mencionaba que ambos gobiernos contaron con el apoyo de los Estados Unidos durante mucho tiempo (Pierre-Charles, 1987, pp. 217-218; Fontana, 2013, p. 578), que justificaba la permanencia de gobernantes autoritarios siempre y cuando estos se comprometieran a luchar contra el comunismo y favorecieran los intereses comerciales y geoestratégicos estadounidenses (Rabe, 2012, pp. 30-35; Grandin, 2010, p. 76). Por su parte, Sánchez, el 18 de marzo de 1986, recalcaba el tesón de Reagan como “campeón de la democracia”, y por tal razón alegaba que sus acciones no podían ser catalogadas de imperialistas, “[…] existen dos tipos de fuerza; la que libera y la que subyuga. Y lo que se trata es de fortalecer la primera. Reagan no cejará en ese empeño” (Sánchez, 1986, p. 14A).
Tanto las palabras de Sánchez, Valverde y Ulibarri son una clara expresión, y reproducción, de la doctrina de la derecha republicana y conservadora que orientó la política exterior de los Estados Unidos en Centroamérica. Para los tres periodistas, solo mediante la intervención norteamericana se podía garantizar el orden necesario para el correcto funcionamiento del mundo, orden/equilibro que había sido perturbado por las acciones de la Unión Soviética y sus aliados, que promovían una falsa idea de libertad.
Fue así como a lo largo del periodo analizado no solo se discutió cuál era la paz que necesitaba Centroamérica. También el discurso mediático de la prensa se encargó de señalar entre una falsa y verdadera libertad, ligada a la concepción de democracia que poseía cada periódico.
El discurso presente en las publicaciones del Eco Católico sobre Contadora se caracterizó por combinar la crítica con el desencanto. El Eco compartía con La Nación la idea de que los esfuerzos del Grupo se habían agotado ante la falta de autoridad frente a los sandinistas, pero a su vez tomaba distancia de ese diario al señalar y criticar abiertamente a aquellos grupos (entre ellos los militares) que se mantenían en el poder mediante el uso de la fuerza y el terror, y que muchas veces eran apoyados por los Estados Unidos. Así lo dejaba ver un editorial publicado el 22 de abril de 1984:
[…] ante la frustración de la acción mediadora del grupo “Contadora” para hacer traer la paz […]
Porque cuando pensamos en lo fácil que todo sería para la paz si en el corazón y la mente de los responsables del quehacer político, no hubiese tanto amor al poder y tanto egoísmo […]
Y es que ahora, el problema no es sólo la ceguera de algunos ricos salvadoreños o guatemaltecos. Ni la saña de los “Escuadrones de la Muerte” y de la “Mano Blanca”. Ahora se juntan el odio y la decepción de pueblos enteros que han visto caer a sus hermanos bajo el certero golpe de muerte anunciado por balar, morteros y minas. Ahora se junta también el ansia de poder y de venganza de muchos […].
Ya en la mesa de diálogo de “Contadora”, los sandinistas se sienten más fuertes que los otros y sus exigencias –justas o no-, son muro donde se estrellan los mejores propósitos para la paz. Honduras no va a ceder –decimos mal, los actuales gobernantes de Honduras no van a reconocer su alianza militar anti-sandinista con los gringos (Centroamérica, Contadora y nosotros, 1984, p. 2).
Esa frustración, que se menciona en el fragmento citado, el Eco la catalogaba como la incapacidad de los países que integraban Contadora para resolver satisfactoriamente la crisis. Del mismo modo, la incapacidad se podía traducir en la poca legitimidad que contaban los países miembros, según la visión que poseía el semanario católico, dejándolo claro en el editorial publicado el 5 de agosto de 1984:
El peor enemigo para una solución pacífica es la corrupción de los políticos y el egoísmo anticristiano de quienes muchos tienen.
Por eso, el grupo “CONTADORA” no es un instrumento idóneo para ser árbitro o mediador en arreglo de conflictos:
1. Porque los países que conforman el grupo de CONTADORA, carecen de autoridad moral para imponer su voluntad para proponer soluciones viables al conflicto.
2. Porque el grupo de CONTADORA no tiene fuerza coercitiva para imponer su voluntad a los países centroamericanos.
3. Porque los países de CONTADORA están llenos de los mismos defectos que tienen nuestros propios países, o más.
[Se le debe] decir a Méjico que no hable de libertades políticas cuando ellos tampoco las dan. –Y a Panamá [se] le puede decir aquello de que no es lo mismo un Presidente –Proclamado- a un presidente Electo. Y a Colombia, que arregle primero su problema con la guerrilla propia y la mafia de las drogas. Y a Venezuela que demuestre que en sus predios no hay corrupción (Contadora, 1984, p. 2).
Por consiguiente, La Nación y el Eco partieron e hicieron uso de un discurso en donde se enfatizaba la poca efectividad de Contadora e incluso llegando a plantear su carácter innecesario. No obstante, mientras que La Nación promovía un acercamiento con la administración Reagan, señalándola como la aliada natural de Costa Rica, el Eco mantenía su posición de crítica tanto a la izquierda como a la derecha, y alegando que la única manera de alcanzar la paz era mediante un apego a los valores cristianos, que en suma eran también los verdaderos valores democráticos, logrando así, presentar a la Iglesia católica como la institución democrática por excelencia, lo anterior se puede leer en un editorial del 1 de setiembre de 1985:
La disyuntiva del mundo actual no está entre el comunismo y el capitalismo liberal. Hay otra vía que poseemos: La Verdad del Evangelio y la autenticidad de nuestra fe.
Y desde esta perspectiva no podemos ser débiles, ni ante la extrema izquierda, ni ante la extrema derecha.
La única fuerza nuestra está en Cristo, sin componendas, sin manipuladores a la izquierda o a la derecha; con el escudo de la verdad y la espada de la justicia. Fieles a la Iglesia (Sacerdotes misión de paz con la verdad y la justicia, 1985, p. 2).
En las páginas de Universidad, Contadora fue presentada como una opción latinoamericana en todo sentido, y al hacerlo se trataba de legitimarla como un esfuerzo válido y comprometido en darle una solución pacífica al conflicto. La defensa de Contadora en el semanario partió de señalar a los enemigos de la paz, y en esa categoría llegaron a entrar tanto los Estados Unidos, como los gobiernos cómplices (tal es el caso de Honduras y El Salvador) y en el caso de Costa Rica, la derecha que se agrupaba alrededor del periódico La Nación.
En cada uno de los artículos publicados en la sección de opinión del rotativo se alegaba que el Grupo era el mejor ejemplo de las intenciones y deseos del ser latinoamericano, y al hacerlo así, se establecía un contraste entre lo latino y lo estadounidense, lo cual respondía a un imaginario anti imperialista propio de la tradición intelectual latinoamericana, que veía en el llamado excepcionalismo estadounidense un ataque a los valores espirituales, culturales, políticos y económicos de los países de América Latina (García, 2008).
Para quienes escribían en Universidad, entre ellos profesores de la Universidad de Costa Rica y miembros destacados de la intelectualidad costarricense, defender a Contadora representó una expresión de reacción, resistencia y crítica ante la imitación del modelo norteamericano, tanto en su vertiente política, la democracia representativa (o democracia como sistema político), como económica, el neoliberalismo.
Igualmente, la defensa de Contadora se hizo en un momento durante el cual el gobierno de Monge trataba de poner en marcha las recomendaciones (o imposiciones) hechas por el Fondo Monetario Internacional (FMI) para lograr la estabilidad económica y un cambio del estilo de desarrollo costarricense. La política económica promovida por el FMI iba de la mano con la reestructuración que Estados Unidos y la economía capitalista mundial venía experimentado desde inicios de la década de 1980 (Sojo, 1991c, p. 205), siendo las “reaganomics” la cara visible de ese giro hacia el neoliberalismo3 (Fontana, 2013 pp. 454-456), junto con la acumulación por desposesión (Harvey, 2015, pp. 165-167).
En Universidad, quien más hizo referencia al tema de Contadora fue el articulista Alejandro Quesada. En sus artículos de opinión se encargó de definir la iniciativa conjunta como una respuesta directa a la violencia de Reagan y, más importante aún, como la apropiación por parte de los países latinoamericanos de su lugar en la historia, lugar que por supuesto debía ser al lado de la causa sandinista, al identificarse esta como una revolución liberadora. Así se exponía en un artículo de la semana del 22 al 28 de abril de 1983:
Por eso el esfuerzo de la y los apoyos como el del Grupo Contadora, están en el cauce de la evolución social inevitable. La confabulación filibustera de Reagan y cuantas pretenden paralizar la evolución social que es parte de la dinámica del universo, serán arrolladas por la realidad en su marcha ascendente incontenible (Quesada, 1983, p. 4).
En 1984, Quesada publicaba otro artículo en donde se continuaba definiendo paz, libertad y democracia en términos de justicia social y denunciando que la violencia en Centroamérica era causada por las desigualdades y la exclusión a la que se encontraban sometidos los pueblos de la región y por la dependencia a los Estados Unidos y el entreguismo de las elites locales. Para Quesada, en el artículo publicado en el número 621 de la semana del 9 al 15 de marzo, el gran mérito de Contadora era que:
[…] representa la iniciativa de conciliación que ha tomado más en cuenta ese concepto de Justicia Social auténtica. En Contadora los gobiernos de México, Panamá, Colombia y Venezuela, han sido consecuentes con el sentir de los ciudadanos, con el derrotero histórico y con la determinación de los pueblos de Centroamérica y del Caribe de superar la injusticia socioeconómica que los ATA a una miseria innecesaria, anacrónica, criminal y absurda que les impide desarrollarse. Contadora no habla de limosnas y ni siquiera de ayudas o préstamos, seguramente porque está segura de que si se emancipan estos países del yugo de sus explotadores y de sus pretendidos redentores, sus pueblos sabrán desenvolverse en lo económico, en lo social, y en lo político, para su propio beneficio y el de todos sin más apoyo que sus recursos, pero libres de la injerencia de traficantes, de demagogos y parásitos, propios y extranjeros (Quesada, 1984, p. 5).
Julio Suñol (periodista, diplomático y otrora jefe de redacción de La Nación) también le dedicó un artículo a Contadora, y al igual que Quesada, se refería al proceso como una iniciativa válida y sincera. No obstante, Suñol no solo se encargaba de señalar el papel de los Estados Unidos, también criticaba el papel de los asesores extranjeros comunistas, y al hacerlo posicionaba el derecho a la autodeterminación con la libertad de injerencia extranjera y del juego geopolítico de las potencias, así lo exponía en la semana del 22 al 28 de julio de 1983:
Si la idea de cristalizar una solución pacífica logra su propósito, y si finalmente los asesores militares norteamericanos, cubanos, búlgaros y otros salen de la zona, ello será beneficioso. Si se impide la continuidad del tráfico de armas de los mercaderes de la Guerra, y si las agencias internacionales de espionaje como la CIA y la KGB son expulsadas del área junto con sus agentes, tropas, cuarteles y escuelas castrenses, mucho se habrá ganado en la búsqueda de la paz y en favor del imperio de nuestras soberanías
Nadie asegura que el esfuerzo coronará su sano objetivo, o que lo coronará a tiempo, o que aquél será suficiente. Pero está bien que se haga. Y que Contadora deje de ser una mala palabra, como ha sido en algunos círculos guerreristas que han creído que el choque bélico y la lucha fratricida es lo mejor que puede suceder, por supuesto en beneficio de las potencias y no de estos miserables y explotados pueblos que hoy apenas sobreviven (Suñol, 1983, p. 4).
El plan Arias
Entre 1985 y 1986, las conversaciones promovidas en el marco de Contadora sufrieron un impasse o estancamiento; a pesar que, como lo señala Salvador Martí (2004, p. 235), estas fueron útiles para definir y señalar las diversas responsabilidades de la crisis regional, no lograron de parte de los actores un compromiso definitivo (Sojo, 1991b). Esa falta de compromiso fue un resultado directo de las presiones para lograr una “democratización” de Nicaragua; tal demanda era considerada por los sandinistas incompatible con la presencia del régimen revolucionario en Centroamérica y un ataque al derecho de libre determinación, mientras que para Honduras y El Salvador no había motivo para terminar con las maniobras militares conjuntas, alegando una regulación más que una finalización, ya que al eliminarlas no existiría forma de legitimar la presencia de tropas estadounidenses, ni la existencia de una red de instalaciones militares y además de una importante cantidad de asesores militares, eso sin contar a “La Contra”.
Paralelo a ese entrabamiento del diálogo, surge un nuevo proceso negociador, que tuvo como principal promotor al gobierno de Costa Rica, encabezado por el presidente Óscar Arias Sánchez (1986-1990). Como antecedente inmediato a ese nuevo esfuerzo de paz, el historiador David Díaz (2016, pp. 192-193) ubicó la campaña presidencial de 1985 en Costa Rica como un espacio de enfrentamiento entre dos posiciones, el discurso de la paz que fue tomado por el Partido Liberación Nacional (PLN), del cual Arias era su candidato, y un discurso más belicoso y pro norteamericano esgrimido por Rafael A. Calderón Fournier, candidato del Partido Unidad Social Cristiana.
Igualmente, se debe aclarar que el Plan Arias encontró luego de 1986 una coyuntura óptima, diferente a la que había tenido que enfrentar Contadora, principalmente por el fracaso de la opción militar, al demostrarse la incapacidad de los rebeldes anti sandinistas de poder derrocar al Frente Sandinista de Liberación Nacional (FSLN) y posterior al escándalo de Irán-Contras (operación clandestina que involucró tanto el tráfico de armas como el de drogas y el uso de los beneficios obtenidos de esas actividades para financiar a la contrarrevolución), que deslegitimó a la administración Reagan y dejó en evidencia la ilegalidad del respaldo del Ejecutivo (principalmente el Consejo de Seguridad Nacional) a la lucha contrarrevolucionaria en Nicaragua (Sojo, 1991b, p. 54; Lafeber, 1993, pp. 334 y 338).
Fue así como 1986 llegó a representar para la prensa nacional la antesala, o momento, en donde terminaban y daban inicio nuevos procesos, no solo comenzaba una nueva administración del PLN, también se consideró un año clave en la lucha por la paz. La Nación, en sus publicaciones, se encargó de fortalecer el ataque contra Contadora, con el fin de demostrar que esta era un cadáver político que debía ser enterrado para dar paso a un verdadero proceso negociador que no repitiera los errores y desaciertos que permitieron a los sandinistas seguir en el poder a costa del sufrimiento del pueblo nicaragüense y siendo un peligro latente para sus vecinos centroamericanos, especialmente Costa Rica.
La doble estrategia discursiva de La Nación, de atacar y orientar el proceso de paz, pudo verse reflejada en editoriales como el publicado el 20 de enero de 1986, en el que se descalificaba nuevamente a Contadora y lamentaba que siguiera entorpeciendo el verdadero camino hacia la pacificación de la región:
Es lamentable que en la actual coyuntura de resurgimiento democrático en Centroamérica, el Grupo Contadora haya resucitado, no para promover enérgicamente una apertura del pluralismo político y libertades cívicas en Nicaragua, sino patrocinar las tesis del régimen sandinista.
El quid del conflicto centroamericano radica hoy día en la existencia en Nicaragua de una dictadura marxista y agresiva que, al servicio de los intereses cubano-soviéticos, se ha constituido en foco virulento de subversión y terrorismo para el istmo. Pretender soslayar esa realidad, como lo ha hecho el Grupo Contadora en sus distintos estadios, ahora bajo la guisa del derecho de Nicaragua a una “autodeterminación” que es ficticia, resulta suicida e inaceptable para las democracias de Centroamérica (¿Contadora resurrecta?, 1986, p. 14A).
Señalando la agonía de Contadora, La Nación se encargó de demandar a la administración Arias una política exterior activa, entendiendo esa actividad como una confrontación abierta y directa con los sandinistas, dejando de lado la política de neutralidad promovida por Luis Alberto Monge. Así se demandaba en un editorial del 7 de febrero de 1986:
La neutralidad, tal como el presidente Luis Alberto Monge la enunció en setiembre de 1983 y subsecuentemente la reelaboraron y reinterpretaron los propagandistas presidenciales y distintas autoridades, produjo confusiones y conllevó una creciente parálisis en la conducción de nuestra política internacional.
El fortalecimiento de las relaciones bilaterales del país con las democracias de Occidente se torna también imperativo ante el curso que ha tomado el proceso de Contadora. La adhesión a la búsqueda de la paz regional mediante negociaciones multilaterales que don Óscar hizo pública, y los nexos del mandatario electo con figuras de la Internacional Socialista que insisten aferrarse al Grupo Contadora como única solución para el conflicto del istmo, no deberían opacar la inescapable realidad de que la iniciativa de México, Colombia, Panamá y Venezuela nada ha hecho para producir una apertura democrática en Nicaragua (Política exterior y seguridad, 1986, p. 14A).
La demanda de acción y toma de posición que se le pedía (o demandaba) al gobierno de Arias se combinaba con la denuncia que hacía el diario sobre la democracia que promovía y defendía Contadora, una que se alejaba y contrastaba con la promovida por La Nación, de corte representativo y que funcionaba dentro de un sistema capitalista. En la sección “Foro”, el abogado Mario Ulate, el 16 de junio de 1986, escribía lo siguiente:
[…] cuando los comandantes hablan de democracia y autodeterminación del pueblo de Nicaragua, si conocemos bien la tautología comunista, democracia significa la libertad que se dan los nueve para tiranizar, a nombre del pueblo, al propio pueblo nicaragüense, y autodeterminación es la voluntad por la que se ha uncido el carro comunista. En este tipo de regímenes el pueblo es solamente el pretexto (Ulate, 1986, p. 16A).
A esa falsa concepción de democracia (y por consiguiente de paz), se le sumaba el divorcio con la libertad, recordando que para La Nación, la idea de libertad emanaba del derecho de los individuos a la propiedad privada, el libre mercado y la autonomía frente a la injerencia estatal (Harvey, 2015, p. 199), elementos que se negaban o no existían en la Nicaragua sandinista, “[…] ya que el de Centroamérica no es un problema de paz, sino de libertad, como condición para evitar la guerra. Mientras el Grupo de Contadora rehúya esta verdad histórica, seguirá siendo cómplice de los enemigos de la paz” (La confesión de Contadora, 1986, p. 14A). Un hecho importante al que se le dio cobertura y generó grandes expectativas fue la primera reunión realizada en la ciudad de Esquipulas, Guatemala, entre el 24 y el 25 de mayo de 1986; para La Nación, la cita representó la oportunidad de unir a los cuatro países en contra de Nicaragua, responsabilizarla de la guerra y justificar una posible intervención de Estados Unidos.
El 22 de mayo de 1986, La Nación, mediante un editorial, se encargó de marcar el terreno y establecer los parámetros que debían guiar la reunión de presidentes, de igual manera, las esperanzas del diario se centraba en declaraciones hechas por Arias cuando era candidato, al referirse a que su política exterior iría de la mano de los intereses de Estados Unidos en el área, además de que para nadie era un secreto su poca simpatía hacia los sandinistas (Sojo, 1991c, pp. 191). Teniendo presente ese panorama, el editorial mencionado exponía que:
[…] los presidentes de las democracias centroamericanas no pueden darse el lujo de sacrificar principios en aras de una declaración de consenso que satisfaga al régimen sandinista. Por el contrario, la reunión de Esquipulas debería ser un foro en el que se le exija a Nicaragua cumplir con las obligaciones sobre pluralismo político representativo asumidas con la Organización de Estados Americanos en 1979, de lo cual tendrán que dar muestras concretas, inmediatas y verificables. Sin este requisito previo, cualquier acuerdo o pronunciamiento sería un ejercicio vacuo, que en nada contribuiría a resolver los problemas de la región (Esquipulas y la democracia en Centroamérica, 1986, p. 14A).
Por supuesto, el ejercicio vacuo al que hacía referencia el editorial no era otro que Contadora, de nuevo para el diario, lo importante era que a partir de la reunión se marcara un camino diferente al que se había venido recorriendo desde 1983. En un primer momento, las expectativas de quienes escribían en La Nación estaban siendo satisfechas, ello se debió a que Óscar Arias, días antes del inicio del encuentro, declaró la imposibilidad de redactar una declaración de principios ya que, a diferencia del resto de Centroamérica, en Nicaragua los sandinistas no habían sido elegidos libremente por la voluntad del pueblo (Murillo, 1999, p. 225).
Ese primer momento de triunfo y esperanzas, de poner a Nicaragua contra la pared, quedó plasmado en un editorial del 27 de mayo de 1986, en el cual no solo se descalificaba a Contadora y se invitaba a revisar su gestión desde una perspectiva centroamericana (siempre y cuando esa perspectiva aislara a los sandinistas), también, se aplaudía la manera en que Arias se desempeñó durante el encuentro (algo que posterior a 1987 cambió):
La Declaración de Esquipulas […] enaltece a los gobernantes democráticos de la región y constituye un triunfo para el Gobierno de Costa Rica, quien llegó a este cónclave no a la defensiva, sino armado de conceptos claros sobre la realidad política de Centroamérica.
El texto final de la Declaración de Esquipulas no asegura la paz -ningún documento reúne esta eficacia- pero exalta dos valores anteriores a ella: la dignidad y la libertad.
El tema de la paz, manoseado y vaciado de sentido por Contadora […] se trocó en un alegato de principios contra el régimen totalitario de Nicaragua, y con ello, en una categórica lección de decencia política para el Grupo de Contadora (Avance enaltecedor, 1986, p. 14A).
Junto con el editorial, el artículo del médico Jaime Gutiérrez, del 1 de agosto de 1986, reforzaba el discurso expuesto por La Nación, al considerar lo sucedido en Esquipulas como el inicio de algo muy diferente y que se alejaba por completo de la ineptitud e ineficacia de Contadora:
La consecuencia inmediata de la agonía de Contadora es que se ha roto el hechizo. Por demasiado tiempo, Contadora tuvo a las cancillerías centroamericanas paralizadas. Iniciativas propias eran constantemente pospuestas para responder a iniciativas foráneas. Con las nuevas circunstancias que existen hoy, se nos ofrece la oportunidad de que forcemos los centroamericanos un replanteamiento del conflicto.
Contadora fue útil principalmente para Nicaragua, pero también fue útil para probar que los países democráticos no vamos a sacrificar la democracia que tanto nos ha costado lograr, por un periodo corto de paz sin tranquilidad, y que la paz permanente que todos ansiamos, sólo es aceptable si no tenemos que sacrificar nuestros anhelos democráticos en el proceso (Gutiérrez, 1986, p. 16A).
A pesar del triunfalismo que se podía leer en las publicaciones de La Nación, el primer encuentro de Esquipulas significó para Centroamérica el inicio de una política independiente del rumbo que buscaba imponer Washington. No solo era la primera vez que los cinco mandatarios se sentaban juntos en una mesa de negociación, también se planteaba el asunto de la paz bajo nuevos términos que contemplaban la necesidad de integración como un punto fundamental para superar la crisis y enfrentar las necesidades de financiamiento externo (Opazo y Fernández, 1990). La propuesta de crear un parlamento centroamericano, auspiciada por Vinicio Cerezo (presidente de Guatemala), reflejaba tal ambición.
Asimismo, la cita de Esquipulas fue el espacio ideal para que Arias diera a conocer su perspectiva sobre el conflicto en Centroamérica, que sin alejarse de criticar a los sandinistas, hacía un llamado a detener la ayuda a “La Contra” y propiciar un proceso de democratización que sería el encargado de derrotar, mediante la vía electoral, al FSLN (Díaz, 2016, p. 198; Lafeber, 1993, p. 342). La posición de Arias tomó fuerza luego de diciembre de 1986, posterior a un viaje que realizó a los Estados Unidos, durante el cual comprobó que el marasmo político causado por el escándalo Irán-Contras dejó un vacío que podía ser llenado con su iniciativa de paz (Honey, 1994, p. 483).
Desde mediados de 1986, hasta el final de su administración, Arias se caracterizó por desarrollar una doble estrategia (Honey, 1994, p. 463). En materia de política exterior, se encargó de desafiar tanto a Reagan como a su sucesor en la presidencia, George H. W. Bush (1989-1993), promoviendo su idea de paz mediante democracia (discurso democrático pacifista), que no era otra cosa que la imitación del modelo de democracia desarmada costarricense; esa postura defendía la idea de que todos los problemas del istmo se solucionarían si los gobiernos, y aquí no solo se hacía referencia a Nicaragua sino también a El Salvador, se adherían al estilo civilista, respetuoso de los Derechos Humanos y basado en un sistema electoral que poseía Costa Rica (Honey, 1994, p. 486).
Mientras que en lo económico, Arias continuó con el proceso de reacomodo o restructuración neoliberal que se inició con la administración Monge. Con esa reforma se promovió una reconfiguración del poder de clase (Harvey, 2015, pp. 23-26), posibilitando que grupos situados en las actividades orientadas hacia el mercado internacional y la generación de divisas llegaran a ser dominantes; dentro de esos grupos es posible identificar tres sectores claves: los exportadores, los comerciantes importadores y el sector financiero privado (Vargas, 2003, p. 22), todos ellos ligados al periódico La Nación, que incluso le brindaba a la Asociación Nacional de Fomento Económico (ANFE), un espacio diario en donde se defendía la idea de un Estado mínimo y austero, la necesidad de la liberación y desregulación financiera y la privatización de los activos estatales, bajo la premisa de que lo privado es más eficiente que lo público (Harvey, 2015, pp. 175-181).
Dos iniciativas fueron la cara visible de esa reforma durante la administración Arias, la Ley de Modernización del Sistema Financiero que, en esencia, lo que buscaba era que las instituciones bancarias públicas fueran usadas para proteger a las instituciones financieras privadas y a sus directores (Honey, 1994, p. 88). Y en segundo lugar, favorecer las exportaciones no tradicionales y la importación de granos básicos, esta medida no solo llegó a atentar contra la soberanía alimentaria del país (Honey, 1994, p. 190), también provocó un importante descontento entre los pequeños y medianos productores agrícolas que, entre 1987 y 1988, se manifestaron y generaron un clima de conflictividad social y descontento creciente (Edelman, 2005, pp. 167-206).
Para La Nación, las medidas económicas puestas en marcha por Arias eran las correctas, y constantemente presionaba desde sus páginas para que se cumplieran al pie de la letra las recomendaciones hechas por el FMI. No obstante, en política exterior, conforme Arias tomaba una posición más alejada de Washington, el diario lamentaba que este perdiera el camino correcto y debido.
Fue así como la cumbre de presidentes, por realizarse en San José entre el 14 y 15 de febrero de 1987, a la que asistieron Cerezo (Guatemala), Duarte (El Salvador) y Azcona (Honduras), era la oportunidad perfecta para que Arias rectificara el rumbo. Días antes de la reunión, La Nación, a través de sus principales colaborares, volvió a hacer uso de su estrategia de señalar los errores y fallos de Contadora, para que esto sirviera de lección y ejemplo a quienes tenían el destino de Centroamérica en sus manos. Bernd Niehaus, que se desempeñó entre 1980 y 1982 como ministro de Relaciones Exteriores, el 18 de enero de 1987, exponía que no se debía permitir:
[…] la ausencia de voluntad real de logros democráticos en Centro América, tanto por parte de Nicaragua, cuyas intenciones de utilización del proceso de Contadora para el logro de la consolidación de su régimen […] como por parte de algunos de los Estados miembros del Grupo, que aprovechaban su presencia en este para darle satisfacción a elementos extremistas nacionalistas propios (Niehaus, 1987, p. 15A).
Ante tal panorama, y frente a la responsabilidad democrática de denunciar y aislar al totalitarismo sandinista, La Nación, el 15 de febrero, último día de la cumbre, publicó un editorial en donde se demandaba el compromiso y la actitud que debían poseer los cuatro presidentes:
La responsabilidad de los presidentes centroamericanos es histórica. Por primera vez en la historia de Centroamérica, cuatro mandatarios, elegidos por la voluntad del pueblo, se congregan para reflexionar y tomar decisiones frente a un poderoso y enajenado enemigo común. Confiamos en que sean dignos de esta hora y que los celos, el oportunismo, la condescendencia o la docilidad a un país vecino, o a la dialéctica anestesiante de la neutralidad o de un falso pacifismo no conviertan en triunfo del agresor lo que debe ser una victoria de la libertad y la democracia (Responsabilidad histórica, 1987, p. 14A).
El anterior editorial expone a la perfección la manera en que venía funcionando el discurso de La Nación, tanto hacia los sandinistas, como hacia el proceso de paz: en primer lugar, no solo no reconocía que Daniel Ortega, al igual que los otros mandatarios, fue elegido mediante el voto (en las elecciones de 1984, en donde el FSLN obtuvo el 62,9 % de los votos emitidos), también, se encargaba de señalar una serie de características indeseables, relacionadas con Contadora, que hacían imposible lograr la paz, entre ellas la neutralidad, criticada por el diario desde que esta fue propuesta por la administración Monge en 1983. Todo esfuerzo de resolución que se alejara o criticara la posición defendida por La Nación, iba a ser considerado como un falso pacifismo, como un intento blandengue y sin sentido, algo a lo que se exponía el Plan Arias, al abrir un espacio de aceptación y reconocimiento del régimen de Managua.
El desencanto de La Nación con Arias y su plan empezó a tomar forma posterior al segundo viaje del presidente a los Estados Unidos en junio de 1987. Durante su estadía en Washington y al entrevistarse con Ronald Reagan, Arias criticó abiertamente el deseo de este de continuar apoyando a la contrarrevolución (Lafeber, 1993, p. 343), enemistándolo con aquellos sectores que veían en Reagan al defensor de la democracia y que creían que “la Contra” era un contrapeso democrático irremplazable, como lo dejaba claro, el 6 de agosto de 1987, el periodista cubano y articulista recurrente del diario, Carlos Montaner:
[…] una vez desarmada la “contra” y dispersados los mandos civiles y militares de la oposición, desaparecerá cualquier obstáculo serio a la permanente instauración del comunismo prosoviético en el istmo. Si desaparece la contra, ¿quién puede impedir que Managua juegue a fondo la carta cubana? (Montaner, 1987, p. 15A).
Empero, ya desde mayo se venían dando señales de ese distanciamiento y de crítica hacia la política exterior del gobierno de Costa Rica, como se puede constatar en un editorial del 28 de mayo de 1987, que criticaba la equiparación (y reconocimiento) de Nicaragua con las otras democracias del Istmo:
[…] es evidente por el énfasis de la propuesta en la democracia como única avenida efectiva de paz en Centroamérica, lo cual ha motivado un amplio respaldo nacional e internacional, al que nos hemos sumado. Pero de los países del istmo que sufren conflictos armados, sólo Nicaragua está ayuna de democracia y un diálogo interno. Quizás teniendo en miras no individualizar a este país, y hacerle más digerible el plan a los sandinistas, se generalizaron fórmulas que riñen con el contexto de las restantes naciones (El plan Arias y la cumbre, 1987, p. 14A).
Esa generalización y no el aislamiento que pedía el diario, era lo que podía conducir al plan a un destino similar al de Contadora. De nuevo es Jaime Daremblum, el 23 de junio de 1987, quien hace las críticas más fuertes al plan, perfilándose como uno de sus principales detractores:
El plan Arias fue originalmente concebido como un emplazamiento de las cuatro democracias centroamericanas al régimen sandinista, exigiéndole enrumbarse hacia el pluralismo de acuerdo a etapas y fechas establecidas con tal propósito. Distintas circunstancias variaron el proyecto inicial, pero para que la propuesta del Dr. Arias se erigiera en un elemento efectivo de paz, desde un principio nuestras autoridades debieron haber desechado fórmulas despegadas de la realidad del istmo [Contadora] y reconocer que el sandinismo transformó la región en escenario de la pugna Este-Oeste. Ante tal situación que ahora se ha creado, los mejores intereses de Costa Rica aconsejan limar asperezas y fortalecer las maltrechas relaciones con Estados Unidos y las demás democracias del área (Daremblum, 1987, p. 15A).
La Nación se representaba a sí misma como amante de la paz y la democracia, como la voz de quienes deseaban orden y armonía en la región; destacaba que esos deseos se veían truncados por el caos provocado por los comunistas, y era bajo tales circunstancias que se defendía la intervención de los Estados Unidos como la única potencia y aliado natural de las democracias, capaz de garantizar la estabilidad perdida. De ahí la necesidad de encausar el Plan Arias; incluso, tal objetivo se señaló en un editorial del 9 de agosto de 1987, dos días después de la firma en Esquipulas de la iniciativa de paz:
Porque a pesar del júbilo que debemos sentir los costarricenses, demócratas y amantes de la paz, por la suscripción de un plan que responde a esos ideales y fue gestado por nuestro Presidente, no debemos perder de vista tampoco, como tampoco lo ha perdido el Dr. Arias, que estamos en el comienzo, no el desenlace del proceso de democratización y pacificación. Y tampoco podemos perder de vista que ya los comandantes tienen acumulada en su territorio una aterradora capacidad de agresión militar, que ya han incumplido otros compromisos formulados ante la comunidad internacional, y que el hecho de esos incumplimientos, aunque ha afectado su imagen, no les ha impedido ganar tiempo para consolidarse en el poder y crear un sistema represivo que cada vez les permita en mayor medida darse el lujo de desconocer las presiones diplomáticas.
No debería entonces ningún país democrático brindar ayuda al régimen de Managua hasta tanto no convierta en hechos sus compromisos y no debería Estados Unidos abandonar a la resistencia armada hasta tanto se abra sólidamente un espacio político para la oposición en Nicaragua (Más allá del triunfo, 1987, p. 14A).
Un año después de la firma de los Acuerdos de Esquipulas, se agregó un elemento discursivo importante, como lo fue presentar a Arias no como un cómplice, pero sí como alguien apático con el destino de los nicaragüenses y condescendiente con los sandinistas. Se le castigaba a Arias la falta de firmeza y definición, por supuesto, el diario proponía que para que el presidente se redimiera debía atacar al gobierno del FSLN y posicionarse al lado de Washington, quedando claro en un editorial del 7 de agosto de 1988:
En particular, la actitud ambigua y exculpatoria del Presidente Arias hacia los sandinistas, dista abismalmente de sus promesas de fustigar a los quebrantadores del pacto regional. Aunque el pecado de la indiferencia ante el cercenamiento de libertades en Nicaragua lo comparten otros Jefes de Estado, el mandatario costarricense, como arquitecto y garante del plan de paz, es el principal obligado a censurar sin tapujos la burla sandinista.
La transmutación de Esquipulas II en instrumento de decepción por parte de los sandinistas obliga al Gobierno de Costa Rica a reflexionar y sobre todo, a emprender rectificaciones impostergables en bien de nuestras libertades (La parálisis de Esquipulas, 1988, p. 14A).
Para 1989, un año antes de la derrota electoral de los sandinistas frente a la Unión Nacional Opositora (UNO) encabezada por Violeta Barrios, el discurso presente en La Nación sobre los Acuerdos de Esquipulas no era diferente al que se mantuvo anteriormente. De nuevo, se señalaba el desencanto, la poca efectividad y eficacia de un plan que se asemejaba a Contadora, así lo expresaba el periodista Luis Umaña, en un artículo publicado el 6 de diciembre de 1989:
En este sentido, la solución de problemas que atañen a Centroamérica de diálogo y reuniones va y reuniones vienen no funciona. Y no funciona por la sencilla razón de que el sandinismo adquirió un compromiso con la Unión Soviética y con La Habana de Fidel Castro de que ellos recibían armas y otros artículos para mantenerse en el poder y a cambio expandir la doctrina marxista-leninista por toda Centroamérica. Es hora de no más cumbres y diálogos. Es hora de que todos los países libres de Centroamérica y Latinoamérica se unan no para celebraciones y algunos brindis, sino para tomar la determinación de aislar totalmente a Nicaragua hasta tanto no garantice elecciones libres, paz y tranquilidad para todas las naciones vecinas. Don Oscar debe recordar que el sueño de opio de los pactos de paz con regímenes totalitarios no es nada nuevo. Siempre se fracasa en su buena voluntad, por el simple hecho de querer juntar el agua cristalina con el aceite quemado de los fusiles (Umaña, 1989, p. 16A).
En tanto La Nación se encargó de atacar y deslegitimar al Plan Arias, Universidad fue un espacio en donde convergieron los discursos de aquellos que no solo defendían el plan, sino que creían que este era la mejor opción para lograr la paz, opción que por supuesto debía nutrirse de la experiencia de Contadora siendo este el mejor ejemplo a seguir. Fue así como los discursos de los colaboradores de Universidad sobre Contadora continuaron presentes al tratar el tema del Plan Arias, ya que se destacaba su orientación latinoamericanista y la idea de una paz amenazada por el carácter imperialista de los Estados Unidos y por la dependencia que este había provocado en la región.
Asimismo, en Universidad, la discusión tanto sobre la iniciativa de Contadora como el Plan Arias permitió a quienes escribían en el semanario exponer sus ideas, y concepción, de cómo debía ser la paz que se tenía que consolidar en la región centroamericana. Así lo expresaba, en la edición número 735 de la semana del 18 al 24 de julio de 1986, el periodista y politólogo Jorge Cordero Croceri, al referirse a la falsa paz de las oligarquías:
[…] la verdadera paz es algo muy diferente que nuestros pueblos no han llegado a comprender, porque también las oligarquías que gobiernan, dueñas de los principales medios de comunicación y de las más importantes fuentes de riqueza, les dan un mensaje diferente sobre la paz. La paz dicen los voceros de estas oligarquías, se conserva tan sólo con el mantenimiento del estatus vigente. Así nada puede ser cambiado y el que se atreva a intentarlo, es un traidor a la patria, porque para ellos –los oligarcas- el concepto de patria tiene otra acepción. Su patria la de ellos y su paz, es la que les garantice mantener sus privilegios (Cordero, 1986, p. 5).
Mientras que el periodista Enrique Tovar, en la edición del 22 al 28 de mayo de 1987, agregaba que todo esfuerzo por la paz debía contemplar las necesidades de los menos favorecidos, “[…] trabajar por una más justa distribución de la riqueza, por contener la fuga de capital, y mejorar las condiciones de vida de los campesinos y obreros, es luchar por la paz” (Tovar, 1987, p. 6). Ambos artículos, el de Cordero y Tovar, exponen el ideal de paz que poseían quienes publicaban en Universidad, ideal que entendía la paz ligada a la necesidad de justicia social.
De igual manera, Tovar y Cordero coincidían al señalar que la paz era amenazada por aquellos que no querían ver afectados sus privilegios, y que en muchas ocasiones, tales privilegios estaban ligados con los intereses de los Estados Unidos, siendo un resultado del ejercicio del poder conjunto entre la potencia y sus aliados en cada uno de los países (Holden, 1993, p. 288). Conforme se acercaba la segunda cita de Esquipulas, los artículos publicados en Universidad se encargaron de denunciar los obstáculos y planes que buscaban el fracaso del plan.
El historiador Juan Rafael Quesada, en un artículo de la semana del 17 al 23 de julio de 1987, posterior al viaje que realizó Arias por Europa promoviendo su plan de paz, criticó el papel de los grandes medios de comunicación como cajas de resonancia de Washington:
Pero La Nación no busca únicamente desprestigiar el viaje del presidente Arias, sino fundamentalmente el cometido de su periplo, es decir el Plan de Paz. En ese sentido, la “Tribuna más libre de Centroamérica” es consecuente con su posición que ha mantenido desde hace mucho tiempo: en Centroamérica no existe una solución política a los problemas, la única opción es la militar (Quesada, 1987, p. 4).
La firma del Plan de Paz en Esquipulas fue recibida en Universidad con alegría y esperanza, sentimientos que se mantuvieron a lo largo de 1988 y 1989. A diferencia de la La Nación, se llegó a considerar que el camino que se estaba recorriendo era prometedor si realmente se cumplían con los puntos acordados en el plan, y si se respetaba y reconocía al gobierno nicaragüense. El politólogo Manuel Formoso, en la semana del 14 al 20 de agosto, al referirse al Plan, al que catalogaba de milagro, lo hacía de la siguiente manera:
[…] no hay duda de que con este acuerdo de paz se aleja el espectro terrible de la guerra generalizada en toda la región […] sin caer en un optimismo exagerado, hay que reconocer que este acuerdo de paz tiene una gran importancia y que de él se pueden obtener consecuencias muy favorables para la región (Formoso, 1987, p. 5).
Similar a Formoso se expresaba Álvaro Montero (miembro de la Comisión de Reconciliación Nacional establecida en los Acuerdos de Esquipulas II), en la semana del 30 de octubre al 5 de noviembre, al reconocer que:
uno de los aportes más significativos de la propuesta de Arias es que establece un acuerdo paritario; que dicho acuerdo toma en cuenta las naturales características de cada país y no pretende ignorar o disminuir las diferencias, a veces enormes de sus contextos nacionales e internacionales; que la democracia a la que se aspira no es ni puede ser un calco o una copia de la democracia costarricense, y finalmente que el esfuerzo por alcanzar la paz, exige el establecimiento de la justicia (Montero, 1987, p. 4).
Si para 1989, en La Nación el pesimismo era un elemento importante presente en el discurso sobre el Plan Arias y sus resultados, en Universidad se celebraba su éxito como un despertar y toma de conciencia por parte de Centroamérica. Pocos días después de que los presidentes del istmo se encontraran (entre el 5 y 7 de agosto) en el puerto de Tela, en el Caribe hondureño (siendo esta una de las reuniones programadas en el marco de los Acuerdos de Esquipulas), fue publicado un artículo, en la edición 884 de 18 de agosto, en el cual Manuel Formoso aplaudía el posicionamiento de los países como dueños de su destino:
La quinta reunión de presidentes centroamericanos realizada en Tela, Honduras, constituyó un paso más, muy importante, en un proceso que hace unos años habría parecido imposible: el de que los dirigentes de estos pequeños Estados centroamericanos tomen en sus manos las riendas del destino de sus pueblos, por encima de las presiones de las grandes potencias, en particular de los Estados Unidos. Porque como con tanta razón alguna vez dijera un político mexicano, nuestra tragedia consiste en estar tan cerca de USA y tan largo de Dios (Formoso, 1989, p. 5).
Dentro de ese discurso de júbilo, la figura de Óscar Arias fue celebrada y presentada (con mucha mayor legitimidad luego de recibir el premio Nobel en 1987) como el gran campeón de la paz, siendo este uno de los principales rasgos que caracterizó a las publicaciones del semanario Universidad al tratar el tema de los acuerdos y negociaciones, lo anterior ha sido analizado por el historiador David Díaz. Esa exaltación del presidente costarricense se puede leer en un artículo publicado en la edición número 886, del 1 de setiembre, en donde Juan Rafael Quesada hacía una breve crónica de lo que ha sido el accionar de Arias hasta ese momento:
En 1986, don Oscar Arias Sánchez es electo presidente de Costa Rica. Esta elección se debió en gran parte a su compromiso con los principios de la Declaración de Neutralidad, y a su sinceridad en la lucha por la “Paz para su pueblo”. Una vez en sus funciones, don Oscar elaboró un plan de paz, el cual fue adoptado en junio de 1987, por los cinco gobernantes de América Central. Este plan ha provocado un proceso real de transformación en la región y le valió a su autor, el Premio NOBEL DE LA PAZ (octubre 1987). Con el Plan de Paz, Costa Rica se limpió del desprestigio en que la falsa neutralidad la había hundido, y recuperó su condición de Estado Soberano (Quesada, 1989, p. 5).
La cobertura hecha por el Eco fue menor en comparación con La Nación y Universidad. En Eco, la estrategia discursiva presente en sus publicaciones fue la de hacerlas ver como consejos e indicaciones para el presidente Arias, a quien le reconocían su deseo por traer la paz a Centroamérica. A pesar de las críticas que se le podían hacer a los sandinistas desde el periódico, este reconocía que Nicaragua era una nación hermana de Costa Rica y que ese lazo que compartían debía prevalecer por encima de cualquier división ideológica. En un editorial del 30 de noviembre de 1986, el Eco Católico hacía un llamado a los sandinistas a atender los deseos de diálogo del presidente Arias y a sentarse a negociar por el bien de los pueblos:
Si estos señores [los sandinistas] fueran inteligentes o por lo menos razonables y si sus amigos, incluso los que viven dentro de las fronteras costarricenses quisieran de veras ayudar, dejarían de estar molestando tanto como molestan e incluso iniciarían ya, las acciones necesarias para demostrar que respetan a nuestro país y desean una convivencia pacífica entre hermanos, que aunque de pensamiento desigual, saben encontrar metas de convergencia para el bien de los pueblos.
Se necesita, eso sí, mucho humanismo, mucho amor al prójimo para visualizar una Centroamérica en paz, libertad y progreso de sus pueblos (La lucha por la paz, 1986, p. 2).
El anterior editorial guarda una similitud con la posición de los articulistas que publicaban en Universidad, al creer en una posibilidad de convivencia entre Costa Rica y Nicaragua. No obstante, se agregaba un elemento nuevo, diferente al origen latinoamericano de ambos países, como lo era la existencia de valores cristianos que posibilitan el verdadero pacifismo y la democracia. Otro punto en donde se daba cierta coincidencia del discurso de ambos semanarios se puede leer en el editorial del 1º de marzo de 1987, en donde se hacía un llamado a que las cinco naciones centroamericanas debían ser tratadas en igualdad de condiciones por el Plan Arias:
El Plan Arias para tener buen suceso necesita del diálogo entre países hermanos y de cada gobernante con sus adversarios políticos y con la guerrilla para encontrar verdaderas soluciones de paz.
Para nosotros, el más grave daño que se le hace a nuestros pueblos es dirigirlos a la más abominable convicción de que solamente con la violencia se puede democratizar a Nicaragua (El plan Arias-después, 1987, p. 2).
Mientras que el 16 de agosto de 1987, Eco Católico reconocía la firma de los acuerdos de Esquipulas como un hito histórico, compartido entre las cinco naciones:
Así se cierra un capítulo histórico inolvidable para Centroamérica. Es posible que en justicia se pueda hablar de un triunfo del Dr. Arias Sánchez, nuestro presidente. Pero más que eso, es un triunfo para los cinco centroamericanos que, a nombre de sus naciones, estamparon sus firmas en el documento, “con la voluntad política de responder a los anhelos de paz de nuestros pueblos” (Esperanza de paz, 1987, p. 2).
Fiel a su estilo, el Eco Católico señalaba que el gran problema en Centroamérica era la insistencia de las potencias (Estados Unidos y la URSS) de usar a los países como piezas de ajedrez, además de señalar que tanto los sandinistas como los militares se aprovechaban de esa situación para consolidarse en el poder a costa del pueblo, como lo señala el editorial del 17 de enero de 1988:
Por cada dólar que E.E.U.U regala a la guerrilla nicaragüense, Rusia da cinco. Rusia tiene ventaja de “entrada libre” a Nicaragua, vía directa o a través Cuba, con todo tipo de armas. E.E.U.U. tiene el poder y en cierto modo, la tranquilidad de que, si la cosa se les pone difícil, su poder guerrerista es suficiente para despedazar al enemigo. Pero mientras tanto, el juego de ambas potencias mantiene viva la violencia y lo más grave, la desconfianza.
No somos ingenuos para pensar que los comandantes quieren otra paz que la que ellos definen como ideal. Tampoco creemos en la definición de paz de los militares centroamericanos (Solo lo malo, 1988, p. 2).
Así, en un editorial del 24 de enero de 1988, el Eco señalaba al militarismo, de izquierda y de derecha, como el principal mal y causa de todo problema en Centroamérica y opuesto al cristianismo y a la democracia:
Renunciar al militarismo que sustrae a miles de hombres del trabajo productivo para ponerlos bajo las armas; militarismo que consume inmensos recursos que tendrían que destinarse a sacar de la miseria a miles de personas que sufren; militarismo que fomenta actitudes guerreristas e induce a creer que los conflictos deben resolverse por la fuerza de las armas y no de la razón.
El militarismo es el peor azote que puede sufrir una nación, pues casi siempre se utiliza para imponer regímenes políticos dictatoriales y diametralmente opuestos a nuestra concepción cristiana de la vida (Centroamérica forja su destino, 1988, p. 2).
Finalmente, similar a la posición mantenida por Universidad, el Eco Católico también vio en Óscar Arias al adalid de la paz en Centroamérica y, por tal razón, defendió su manera de promover su agenda de política exterior. Mientras que La Nación llegó a criticar los viajes fuera del país del mandatario, alegando que se descuidaba a Costa Rica, el Eco en un editorial del 2 de mayo de 1988 los catalogaba de justos y necesarios:
Nos hemos quejado por años de lo muy poco que nos conoce el mundo. De lo mucho que el mundo conoce a nuestro enemigos. Y cuando de repente la audiencia mundial quiere prestar oídos sordos, decimos y propugnamos, entonces nos da por apagar la voz que se deja oír.
Dar el permiso es lo justo. Eso hace un país como el nuestro en contraposición con el resto del mundo, cuyos presidentes salen mucho para pedir o pasear, pero sin mayor mensaje que dar (Viaje del Presidente, 1988, p. 2).
Conclusión
Los años que van de 1981 a 1990 representaron para Centroamérica y los estados del área la oportunidad de promover una política exterior, que sin llegar ser completamente independiente, sí logró marcar una distancia con los planes que la administración Reagan poseían para la región. La opción militar defendida a ultranza a partir de 1981 por Washington fue cediendo terreno a una solución diplomática del conflicto, esta alternativa se vio fortalecida por el escándalo Irán-Contras, que desacreditó la manera en que el poder ejecutivo estadounidense había venido apoyando a las fuerzas armadas anti sandinistas, irrespetando la legislación que el Congreso de ese país había decretado para evitar un involucramiento en los asuntos internos de naciones con las cuales se mantenían relaciones diplomáticas.
El vacío dejado por el desconcierto que provocó el escándalo fue aprovechado para que iniciativas como Contadora, pero principalmente el Plan de Paz Arias, se posicionaran como las opciones viables para alcanzar el fin de una crisis que involucraba lo político, lo económico y lo ideológico. La prensa costarricense no se vio ajena a tal situación, y en la coyuntura de la negociación de los acuerdos de paz, los periódicos lograron, a través de los discursos presentes en sus publicaciones, definir la posición que se iba a tomar frente al proceso que se estaba impulsando en Centroamérica.
La posición ideológica y la visión de mundo de los tres periódicos consultados se vinculó a un concepto que junto con el de democracia fue clave en el discurso (o discursos) mediático de la prensa. Tal concepto, constantemente mencionado y abordado, fue paz. A partir del estudio de su uso en el discurso mediático fue posible reconstruir la disputa política e ideológica que se llevó a cabo en las páginas de los periódicos consultados.
Así, la concepción o ideal de paz que se tenía iba a depender completamente con el tipo de democracia que se quería impulsar. Para La Nación paz no podía desvincularse de libertad, entendiendo libertad desde una tradición liberal/occidental. En Universidad, la paz, para quienes escribían en sus páginas, iba de la mano de la justicia social. Por su parte, el Eco Católico trató de combinar tanto la libertad con la justicia, identificando ambas con los valores del cristianismo.
La prensa también logró aprovechar las negociaciones de los acuerdos de paz para señalar quiénes eran los responsables de la guerra en Centroamérica, cuál era la manera correcta para alcanzar la paz y qué se debía hacer para mantenerla. Para La Nación, la paz solo se lograría si los acuerdos lograban aislar a Nicaragua y señalar a los sandinistas como los principales causantes de la crisis, al negarse estos a cumplir con las promesas contraídas en 1979, al armarse y querer expandir su Revolución.
Por un lado, en Universidad los acuerdos de paz pasaron a ser el deseo de los países latinoamericanos de poder unirse y hacer frente al imperialismo, tal decisión generó críticas en los sectores más ligados al capital y los intereses norteamericanos. Por otro, Eco aprovechó el momento para posicionar a la Iglesia católica como la institución rectora, que por encima de cualquier ideología, buscaba que la paz triunfara.
El trabajo con prensa de opinión permitió identificar hasta qué punto los valores, principios y normas de quienes escribían, enmarcados en una coyuntura de Guerra Fría, orientaron al discusión de lo que se debía discutir o aceptar como la explicación válida de un fenómeno o evento político. De igual manera, cada uno de los periódicos consultados junto con el análisis de los artículos publicados por periodistas e intelectuales, ayudaron a comprender mejor el papel de la prensa como espacio de discusión.
El artículo espera poder posicionarse como un insumo más dentro de la producción de nuevas investigaciones que se han encargado de analizar la década de 1980 ya no como años perdidos, sino como fuente clave para entender el presente de las sociedades de la región. Centroamérica durante la década de 1980 fue el escenario en donde se libraron las últimas batallas de la Guerra Fría, generando repercusiones directas en la política y la esfera pública, como lo fue la disputa que se generó en torno al concepto de paz y los procesos de negociación. El trabajo con la prensa costarricense durante dicha década constituye un esfuerzo para acercarse a una realidad histórica que sigue estando presente en las sociedades centroamericanas. La década de 1980 sigue vigente en la historia inmediata de Centroamérica, políticos que durante esos años jugaron un papel importante siguen siendo actores destacados en sus respectivos países, a manera de ejemplo se puede mencionar el caso de Óscar Arias, en Costa Rica, que llegó a ocupar la presidencia por segunda vez, aprovechando y haciendo uso de su protagonismo en el pasado.
En la actualidad, el conflicto en Nicaragua debido al ejercicio autoritario del poder que ejerce Daniel Ortega, valiéndose de una instrumentalización política y mitificación de la experiencia revolucionaria que derrocó a Somoza en 1979, nos invita a posar nuestros ojos y esfuerzos investigativos en esos 10 años que van de 1980 a 1990, para tratar de descubrir la trayectoria y experiencia histórica que se ha venido recorriendo.
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Notas
Notas de autor
Información adicional
Recepción : 10 de setiembre de 2018
Aprobación : 06 de mayo de 2019