Artículos científicos (sección arbitrada)
Los hippies como metáfora de la ambigüedad o del por qué se los responsabiliza por el surgimiento de la “ideología de género” en Costa Rica
Hippies as a Metaphor for Ambiguity or Why they are Blamed for the Rise of "Gender Ideology" in Costa Rica
Os hippies como metáfora da ambiguidade ou por que eles são responsabilizados pelo surgimento da "ideologia de gênero" na Costa Rica
Los hippies como metáfora de la ambigüedad o del por qué se los responsabiliza por el surgimiento de la “ideología de género” en Costa Rica
Cuadernos Inter.c.a.mbio sobre Centroamérica y el Caribe, vol. 17, núm. 2, 2020
Universidad de Costa Rica
Recepción: 17 Abril 2020
Aprobación: 10 Agosto 2020
Resumen: Este artículo busca analizar las ideas relacionadas al surgimiento de los hippies en Costa Rica para entender las molestias actuales de grupos conservadores sobre esta contracultura. No solo se buscará analizar parte de las reacciones y acciones que se tomaron contra ellos, sino también entender cómo y por qué la “ideología de género” se interesó por retomarlos. El análisis se basó en la revisión de noticias aparecidas en el periódico La República durante 1968 y 1975 y documentos actuales en los que son retomados. El planteamiento de este artículo es que los hippies son útiles a estos sectores conservadores como una metáfora para criticar una supuesta ambigüedad que perciben en las sociedades actuales y que se concreta en la figura del niño homosexualizado. Además, se concluye que las acciones sugeridas para los hippies o para los niños homosexualizados recurren a tecnologías de poder muy diferentes.
Palabras clave: sexualidad, contracultura, conservadurismo, juventud, poder.
Abstract: This article seeks to analyze the ideas related to the emergence of hippies in Costa Rica to understand the current annoyances of conservative groups on this counterculture. It will not only be sought to analyze part of the reactions and actions that were taken against them, but also to understand how and why "gender ideology" was interested in them. The analysis was based on a review of the news that appeared in the newspaper La República during 1968 and 1975 and current documents in which they are taken up again. The approach of this article is that hippies are useful to these conservative sectors as a metaphor to criticize a supposed ambiguity that they perceive in current societies and that is concretized in the figure of the homosexualized child. Furthermore, it is concluded that the suggested actions for hippies or homosexualized children resort in quite different power technologies.
Keywords: sexuality, counterculture, conservatism, youth, power.
Resumo: Este artigo procura analisar as ideias relacionadas ao surgimento de hippies na Costa Rica para entender os aborrecimentos atuais de grupos conservadores nessa contracultura. Ele não apenas procurará analisar parte das reações e ações que foram tomadas contra eles, mas também entenderá como e por que a "ideologia de gênero" estava interessada em recuperá-las. A análise foi baseada em uma revisão das notícias que apareceram no jornal La República durante 1968 e 1975 e nos documentos atuais em que são retomados. A abordagem deste artigo é que os hippies são úteis para esses setores conservadores como uma metáfora para criticar uma suposta ambiguidade que eles percebem nas sociedades atuais e que é concretizada na figura da criança homossexualizada. Além disso, conclui-se que as ações sugeridas para hippies ou crianças homossexuais recorrem a tecnologias de poder muito diferentes.
Palavras-chave: sexualidade, contracultura, conservadorismo, juventude, poder.
Introducción
Los años sesenta y setenta del siglo XX fueron tiempos de modificaciones y cuestionamientos para muchos sectores sociales alrededor del mundo. Se generaron transformaciones que incluían revueltas estudiantiles, consolidación de movimientos sociales como el feminismo, cuestionamiento hacia roles sexuales o críticas a enfrentamientos armados como la Guerra de Vietnam. Se comenzaron a reafirmar nuevas identidades y se intensificaron las críticas a instituciones que se tildaron de ser retrógradas y anticuadas como la Iglesia Católica, el Estado o la ceremonia matrimonial, cuestionando conceptos y acciones como el matrimonio, la procreación, la institución religiosa cristiana, la monogamia, el belicismo y la sexualidad sin placer. También fueron años en que se introdujeron masivamente las pastillas anticonceptivas en diferentes países alrededor del mundo, lo que con el tiempo conllevó a una separación más tajante entre la reproducción y la sexualidad. Esto, por supuesto, no quiere decir que se deba idealizar este periodo, pero tampoco es conveniente olvidarlo.
Por entonces, Costa Rica también experimentaría modificaciones como el desarrollo de una creciente institucionalidad interesada en el tema de la sexualidad y la procreación, introduciendo de forma escalonada métodos contraceptivos con el fin de bajar las tasas de natalidad. Eran comunes los discursos que alertaban acerca de la sobrepoblación y los desastres que desembocaría el no tomar las acciones que fueran necesarias. En aquellos momentos, el discurso que primaba era el de la planificación familiar antes que el control natal, pues se pensaba que el primero estaba centrado más en la familia y no tenía la intención de limitar por completo la descendencia de la pareja casada monogámica.
En el ámbito internacional surgieron, con cada vez más fuerza, reivindicaciones en espacios públicos de otros sujetos que eran considerados, bajo roles arraigados, tradicionales y muchas veces discriminatorios. Desde mujeres, homosexuales, lesbianas, afrodescendientes y demás grupos, que buscaban darle un lugar especial a sus identidades, germinaron reclamos para no uniformar sus vivencias y necesidades con las que experimentaba la sociedad en su conjunto. En la década de 1960, surge también el movimiento hippie, el cual irrumpe en la escena cotidiana de muchos países, y donde Costa Rica no fue la excepción. Como se verá más adelante, muchas de las reacciones que provocaron se relacionaron con sensaciones de malestar.
Como se analizará más adelante, actualmente la percepción de los hippies1 como causantes de problemas sigue presente en las referencias de grupos conservadores2 que los consideran como un símbolo de cambios indeseados, y productores originarios de la “ideología de género”. En la actualidad, el término polisémico de “ideología de género” es usado por grupos conservadores como una metáfora para referirse a diversos descontentos históricos que abarcan desde programas de educación sexual, posicionamientos institucionales de la categoría género, o variaciones al modelo de la familia tradicional heterosexual. Estos grupos suponen que sectores feministas o países con amplio poder económico están tratando de borrar las diferencias “naturales” entre los hombres y las mujeres de forma acientífica. Si bien en la década de 1970, el término de “ideología de género” fue usado por el propio movimiento feminista para cuestionar las ideas que buscaban subvalorar a las mujeres, en los años 90, dicho concepto fue apropiado por grupos conservadores para posicionarse contra una supuesta supresión del “orden natural de las cosas” (Sequeira Rovira, 2019).
Para la reconstrucción de la historia sobre los hippies, un recurso idóneo es acudir a la revisión de documentos periodísticos de aquellos años, los cuales dan pistas acerca de la visión periodística y policial, y también sobre lo que parte de la ciudadanía pensaba sobre ellos. Principalmente, se utilizan noticias y editoriales del periódico La República donde se los menciona, tanto en informaciones nacionales como internacionales. Dicho periódico se escogió dado que es el único que presenta una continuidad ininterrumpida en la plataforma virtual del Sistema Nacional de Bibliotecas de Costa Rica (SINABI), donde fue revisado para efectos de este artículo. Se exploraron 41 noticias del periódico antes mencionado, así como 2 del Diario de Costa Rica, para un total de 43 informaciones sobre esta población entre 1968 y 1975. Las notas se extrajeron en un documento aparte y luego se valoraron aspectos como la sección en la que se las ubicó originalmente, si habían sido redactadas en Costa Rica o si eran parte de cables del extranjero, su contenido y las interpretaciones que la prensa manejaba sobre estos grupos. Las percepciones sobre los hippies fueron variadas, pero generalmente se los distinguió como invasores y extranjeros desaliñados. No obstante, como se verá más adelante, las molestias que los acuerpaban trascendían por mucho los problemas de higiene y desaliño con los que en principio fueron censurados.
Es pertinente aclarar que este documento no se enfocará en la historia de las contraculturas en el país o en América Latina, tampoco persigue hacer una memoria sobre las impresiones hacia los jóvenes en tiempos pasados o analizar en detalle las modificaciones culturales ocurridas en las décadas en que aparecieron estos personajes. Lo que realmente interesa es reflexionar sobre la experiencia de los hippies en Costa Rica, no solo por ellos mismos, sino para poder enlazar las angustias de aquellos años con las angustias actuales hacia los supuestos efectos que produce la llamada “ideología de género” en poblaciones jóvenes. Para los grupos conservadores actuales ligados hacia la misma “ideología de género”, los hippies se han convertido en una metáfora política y simbólica de un camino que valoran como inadecuado y sobre el que se debe intervenir. Asimismo, como se intentará esclarecer en la parte final de este documento, el estudio de los hippies ayuda a determinar cómo en la actualidad, más que un problema de represión sexual hacia la identidad, los grupos conservadores utilizan una serie de tecnologías positivas del poder para lidiar con los supuestos efectos que produce la “ideología de género” sobre las poblaciones más jóvenes.
Los hippiesllegan a Costa Rica
La década de 1960 fue una época de grandes transformaciones, que la cultura popular ha mitificado y edulcorado. Su leyenda sigue recreándose en las producciones cinematográficas y televisivas que la promocionan como un periodo plácido y agradable, pero también lleno de cambios y ebulliciones. Series estadounidenses para la pantalla chica, antiguas y recientes, (The Wonder Years, Mad Men, Godfather of Harlem, Masters of Sex), han llegado hasta nuestros hogares para hablarnos de un tiempo que ha fascinado y que posee un legado que se considera extenso. Estos también fueron momentos de Guerra Fría, exploraciones espaciales y asesinatos de notorios personajes (Malcolm X, Martin Luther King, John F. Kennedy, Ernesto “Che” Guevara) que resonaron a nivel internacional precisamente por las repercusiones que comprendían estos homicidios.
Estas transformaciones también estuvieron contenidas en publicaciones o movilizaciones que abogaban por sociedades más justas de las que se tenían. Por ejemplo, a inicios de la década de 1960 se publicó el libro La mística de la feminidad que para muchas mujeres marcó la segunda ola del feminismo y donde se alertaba del malestar que no tiene nombre y que sufrían las amas de casa estadounidenses (Friedan, 2009). De igual forma, en 1968 se produjeron las protestas del Mayo francés y las matanzas de Tlatelolco en México, y en 1969 se originaron los famosos disturbios de Stonewall donde grupos LGBT protestaron contra los abusos de la policía en Nueva York. Solo estos hechos nos hablan de tendencias de cambio representadas por Movimientos de Liberación de las Mujeres, de derechos civiles, de Liberación Homosexual, estudiantiles y de izquierda que se desplegaron en Estados Unidos y en Europa, pero que tuvieron repercusiones en muchos otros países.
Las modificaciones en el orden de lo sexual y lo reproductivo también fueron impactantes para la población. Para esas fechas Hugh Hefner, uno de los primeros impulsores de la revolución sexual, ya tenía un imperio que se iba fortaleciendo con Playboy y se abocaba a cuestionar la moral puritana que impactaba en la vivencia de la sexualidad (Sequeira Rovira, 2018). En esa misma década, los sexólogos Masters y Johnson elaboraron una gráfica que daba importancia al orgasmo, pero con esto, también estandarizaban parte del acto sexual en la gráfica de la llamada respuesta sexual humana. Asimismo, las mujeres fueron experimentando cambios en la regulación de la reproducción, pues en 1960 se empiezan a comercializar las pastillas anticonceptivas en los mercados de sus países. Esta situación, no significó un camino de rosas para ellas, pues los primeros comprimidos tuvieron un alto costo para su salud por las altas dosis hormonales que contenían (Tone, 2002).
En América Latina se vivieron procesos de militarización que posteriormente se tradujeron en golpes de Estado para varios países (Victoriano Serrano, 2010). Del mismo modo, durante estos años Estados Unidos tenía su mirada puesta en América Latina ante situaciones como la crisis de misiles cubana, la Alianza para el Progreso (Tulchin, 1988) o el apoyo económico de programas anticonceptivos que intentaron limitar la temida explosión demográfica (Felitti, 2008). Restringir la supuesta natalidad descontrolada que había en las regiones subdesarrolladas hizo que figuras como Lyndon Johnson y John Kennedy desplegaran sus intereses en limitar los nacimientos de estos territorios (Castro Arcos, 2015), impulsando con esto, inyección de dinero, promoción de capacitación en educación sexual y propiciando la investigación en temas reproductivos.
Estas transformaciones también impactaron las percepciones e ideas sobre las poblaciones más jóvenes, lo que muchas veces implicó la creación de grupos de pares que cuestionaban las tendencias que se les sugerían en el comportamiento, en sus intereses y en la forma de autodefinirse. De acuerdo con Clarke, Hall, Jefferson y Roberts (2014), las contraculturas aparecidas a finales de la década de 1960, entre las que sobresalían los hippies, tuvieron influencias en movimientos estudiantiles y grupos de izquierda a nivel mundial. Además, fueron indicativos de una “crisis de autoridad” (Clarke et al., 2014, p. 126) en la que descalificaban a las figuras maternas y paternas y demás símbolos de jerarquía. En sus palabras: “Esto implica una transgresión en, si no una ruptura con, la reproducción de las relaciones de clases, de sus culturas e identidades, así como una pérdida de la deferencia hacia los betters and elders [los mejores y los mayores]” (Clarke et al., 2014, p. 127).
En este sentido, aunque el movimiento hippie surgió fuera de las fronteras más inmediatas de Costa Rica, veremos florecer este fenómeno en diversos países latinoamericanos como México, Argentina o Brasil (Volpi, 2006; Bohoslavsky, 2016; Kaminski, 2016), solo por mencionar algunos lugares donde se han reportado documentos analíticos posteriores. Aún falta mucho por investigar sobre este grupo de personas que, al menos para las noticias aparecidas en el periódico La República, surgen desde finales de la década de 1960 y desaparecen a mediados de 1970. Algunas interrogantes que podrían ayudarnos a esclarecer estas situaciones son: ¿cómo fueron percibidos en Costa Rica?, ¿qué acciones tomaron las instituciones estatales contra estos grupos?, ¿cuáles fueron las principales asociaciones que se hicieron en relación con ellos? y, sobre todo, ¿por qué es importante retomar estas historias en la actualidad? Al respecto, cabe señalar que, en Costa Rica, se han realizado muy pocos análisis sobre los hippies y quienes los han mencionado utilizan esta categoría de forma muy marginal (Chaves Zamora, 2019; Chaves Zamora, 2018; Cortés, 2012; Wing-Ching, 1998). Aunque a primera vista, pareciera que esta contracultura nos dice poco de la sociedad costarricense en la actualidad, los hippies han sido traídos de vuelta por los grupos conservadores, como parte de la explicación que da origen a la “ideología de género”. Para estos sectores, son el reflejo de un tiempo pasado con graves consecuencias para las personas. Pero ¿por qué razones? Para aclarar esto, hay que retroceder primero a los años en que los vemos aparecer.
Ya hemos dicho que la Costa Rica de finales de los años 60 ve surgir modificaciones en la forma de organizar la administración de temas de reproducción, sexualidad y educación sexual. En 1968 apareció el Programa Nacional de Planificación Familiar y Educación Sexual, el cual marcaba un cambio con otros periodos donde la anticoncepción era direccionada hacia la eugenesia de ciertas poblaciones (Luros, 1939) o era una iniciativa privada que estaba al alcance de muy pocas mujeres (González Gómez, 1985). Esto, sin duda, impactaría en las percepciones sobre la sexualidad en el país. Y en este contexto de modificaciones institucionales y sociales, un grupo que ayudó a propagar angustias sobre la sexualidad y el manejo del cuerpo, así como sobre otros temas, fueron precisamente los hippies. Pero, ¿quiénes eran estos sujetos? ¿Cuáles eran las particularidades descritas en un periódico como La República sobre ellos? Algunas de las características que podemos extraer de la revisión de notas periodísticas son las siguientes:
En los reportajes se informaba que, al menos para el caso costarricense, los hippies estaban compuestos tanto por hombres como por mujeres jóvenes, con edades que oscilaban entre los 15 y los 26 años. Era muy habitual que se los presentara como sujetos desaliñados, de hecho, se los describe como “malolientes, apestosos, sucios” (Editorial. Expulsión de delincuentes y “hippies”, La República, 11 de mayo de 1974, p. 10). Un cuestionamiento frecuente presenta una mirada más dura sobre los hombres, de quienes resalta que tienen pelo largo, lo que como veremos más adelante, llevó a que las autoridades tomaran fuertes medidas al respecto. Además, se decía que los hippies en general “vestían en forma extravagante” (Cae la policía en fiesta de hippies, La República, 1 de enero de 1970, p. 6), aunque no queda claro qué se quiere decir exactamente con esto. Casi siempre se refiere a ellos como sujetos que se mueven en grupos y que no tienen un domicilio fijo.
En el caso de Gran Bretaña y Estados Unidos, los hippies eran asociados con la clase media de esos países (Clarke et al., 2014). En México, Volpi (2006) refirió cómo, por aquellos años, este sector estaba integrado en un principio por jóvenes de las clases altas mexicanas. Una especulación parecida se hacía en Costa Rica, pues en las informaciones periodísticas se resaltaba su pertenencia a familias de clase acomodadas o reconocidas de la escena nacional, lo que podría implicar que en Costa Rica los hippies fueran percibidos como un problema que aquejaba a las familias de clase media y alta (Toynbee, 1969, p. 9; Nueva casa de orgías, en Escazú; mujer detenida, La República, 30 de diciembre de 1969, p. 10; Hippie familiar de un oficial del DIC, La República, 16 de febrero de 1969, p. 10; Visitantes indeseables, La República, 20 de marzo de 1970, p. 8, entre otras).
En cuanto a sus intereses se los presentaba como sujetos más cercanos a estudiantes o profesionales de las ciencias sociales y la filosofía. Una de sus inclinaciones estaba en mostrarse comprometidos con el discurso antibélico. De hecho, uno de los primeros grupos de hippies extranjeros que fueron entrevistadas por La República se auto definían como “mensajeros de la paz” o “estudiantes que predican la paz” (Somos víctimas de los prejuicios, La República, 28 de mayo de 1968, pp. 1 y 10). Otra situación que también inquietó es que se los relacionaba con el vegetarianismo. Al respecto, uno de ellos dijo en una conversación con periodistas: “No comemos carne ni nada cocinado y llevamos una vida sin complicaciones, entrando en armonía con todos los que vamos conociendo en el camino” (Álvarez, 1968, pp. 1 y 14). Según los reportajes de aquella época, la vivencia de los hippies no implicaba trabajos remunerados sino existencias basadas en “la holgazanería” y “la vagancia”. Se los veía bailando, cantando o tocando las guitarras a horas en que otros de su misma edad trabajaban o estudiaban.
En Costa Rica, los hippies fueron percibidos como una importación que reñía con los valores costarricenses, en una nación que probablemente se percibía como armónica antes de la incursión de sus costumbres y sus prácticas sobre la escena pública (Álvarez, 1968, p. 14; El Director de Detectives ordenó pelar a los hippies, La República, 26 de mayo de 1968, p. 10; Impiden a hippies criollos seguir a los forasteros, La República, 27 de mayo de 1968, p. 14; Somos víctimas de los prejuicios, La República, 28 de mayo de 1968, pp. 1 y 10, “Hippies” implicados en corrupción de menores, 15 de agosto de 1969, p. 10, entre otras). En las notas periodísticas se reportaron hippies de diferentes nacionalidades, pero sobresalía la presencia de estadounidenses. Aunque también se hablaba de otros que provenían de países como México, Guatemala, Nicaragua, Suecia, Argentina, Canadá o Israel.
En las informaciones de La República se los describe como personas sin una relación fuerte a un credo religioso específico y, más bien, se dice de ellos que mezclaban diferentes espiritualidades y tomaban elementos de las religiones que mejor les convenía. En las redadas que se hacían para capturarlos o desmantelar las fiestas que organizaban, entre las cosas que encontraban, según las notas, había imágenes psicodélicas o candelas prendidas alrededor de un Buda (Capturan hippies con mariguana, La República, 6 de febrero de 1969, p. 10). También, en ocasiones los hippies se auto asociaron con Jesús y con otros personajes significativos de la historia de la humanidad. Por ejemplo, al preguntarles a un grupo de ellos si habían tenido predecesores respondieron: “Sí, claro. San Francisco, Buda, Mahoma, el mismo Jesucristo y tantos otros filósofos y pensadores” (Álvarez, 1968, pp. 1 y 14).
En las notas periodísticas se les relacionó fuertemente con el consumo de drogas. Cada vez que se hacían redadas era de las primeras cosas que los reportajes llamaban la atención de sus lectores. Generalmente se les asociaba con mariguana, pero también se mencionaba el uso de hachís y LSD. En una de las incursiones policiales se determinó que “[a]l ser detenidos se les encontró en su poder una cantidad de cigarrillos de la fatídica droga, así como papel y picadura de mariguana para elaborar más” (Capturan hippies con mariguana, La República, 6 de febrero de 1969, p. 10). Esto fue algo muy común en los reportajes, donde se alertaba que lo hacían sin discriminación de ningún lugar, pues se decía que: “tomaban drogas nocivas en plena calle” (García Hernández, 1968, p. 8). Obviamente, el consumo de las drogas no fue algo exclusivo de la contracultura hippie de aquellos años, pero sí se les asoció con ciertos psicotrópicos específicos. En Gran Bretaña, por ejemplo, en el mismo periodo la contracultura “mod”3 fue ligada con las anfetaminas que les permitía mantenerse despiertos por las noches y madrugadas en los salones de baile. De acuerdo con Hebdige (2014, p. 165), mientras que la clase trabajadora mod utilizaba las anfetaminas para producir “acción”, en el caso de los hippies de clase media, la droga con la que se los relacionó fue la mariguana que generaba más bien un estado de “pasividad”.
Reacciones y acciones de las autoridades del país
Ante las situaciones referidas con anterioridad, las autoridades de Costa Rica actuaron de diferentes maneras para contener “el problema de los hippies”. Las notas periodísticas dejaron ver que las autoridades, sobre todo, policiales o migratorias tuvieron un papel importante en su captura, seguimiento, persecución y expulsión del país. Algunas de las acciones que se desprenden de las noticias en cuestión y que mostraban un ambiente hostil hacia esta población fueron las siguientes:
Redadas. Así como sucedía con las prostitutas, los vagabundos y los homosexuales durante mucho tiempo (incluso durante la década de 1960 y 1970), sobre los hippies también se desarrollaron operaciones policiales en donde se buscaba incomodarlos y requisarles tanto en espacios públicos, como privados. Por ejemplo, en una de las notas que apareció el primer día del año de 1970, se reportaba el arresto de integrantes de una fiesta catalogados por los periodistas como “hippies”. Al parecer, eran muchachos jóvenes que realizaban una celebración en una casa y que tenían en su posesión sustancias psicotrópicas, arte “psicodélico” y se describió que algunos “estaban desnudos o con ropas muy ligeras” (Cae la policía en fiesta de hippies, La República, 1 de enero de 1970, p. 6). Más adelante, en esa misma edición del periódico, se recordaba al público lector de un suceso que había ocurrido con anterioridad y que se relacionaba a esta contracultura con un crimen atroz: la muerte de la actriz estadounidense Sharon Tate, de la cual se decía que había sido asesinada a manos de “una banda de hippies” (Resumen gráfico de 1969, La República, 1 de enero de 1970, p. 13).
Modificación de sus presentaciones personales. Tal vez el más representativo de estos cambios obligatorios que hacían las autoridades policiales tenía que ver con el corte de cabello que ejecutaban sobre los hombres hippies y que la Dirección General de Investigaciones Criminales había justificado como una “medida higiénica”. En varios reportajes se informó que a los varones se les cortó “el pelo a rape” (El Director de Detectives ordenó pelar a los hippies, La República, 26 de mayo de 1968, p. 10). En otros momentos también se justificó esta medida “para evitar el feo aspecto estético que ofrecen en nuestro medio estos tipos” (Impiden a hippies criollos seguir a los forasteros, La República, 27 de mayo de 1968, p. 14). En todo caso, y como se verá más adelante, los hombres hippies fueron asociados con un acercamiento a lo femenino, donde principalmente se destacaba su largo cabello. Esto mostraba que parte de la incomodidad de las autoridades policiales del país era con la transgresión de límites de género básicos, más que con fronteras higiénicas.
Expulsión y limitación para ingresar al país. Curiosamente, en la misma edición del periódico La República donde se informaba en primera plana de los disturbios de mayo del 68 en Francia, también se avisaba sobre la expulsión de un grupo de hippies por medio de una autoridad policial y migratoria: “Luego de pelarlos a rape… les he dado un plazo de 48 horas para que abandonen el país” (Impiden a hippies criollos seguir a los forasteros, La República, 27 de mayo de 1968, p. 14). Esta también fue una promesa de integrantes del gobierno, tal y como lo hizo el Ministro de Seguridad “don Mario Charpentier” quien “fue categórico en lo tocante a la expulsión del país de los “hippies” y delincuentes internacionales que nos han invadido” (Editorial. Expulsión de delincuentes y “hippies”, La República, 11 de mayo de 1974, p. 10). Asimismo, en 1970 se informó que las expulsiones habían llegado a 42 (Aumenta el número de hippies expulsados, La República, 26 de marzo de 1970, p. 10).
Interrogatorios y fichajes. Los hippies también fueron llevados a instancias judiciales y policiales para que respondieran a sondeos, muchas veces muy personales, sobre su estilo de vida. Tal y como se informó: “En sus declaraciones ofrecieron detalles concretos y a fondo sobre la forma de vida que llevan, sus relaciones fisiológicas, comidas y prácticas que llevan a cabo y otros extremos” (El Director de Detectives ordenó pelar a los hippies, La República, 26 de mayo de 1968, p. 10). En otro momento, también se informó de las indagaciones policiales que se habían producido sobre un grupo de hippies, lo cual fue denunciado por ellos mismos señalando cómo algunas de las confesiones a las que fueron sometidos tenían “carácter morboso sobre amor libre y otros temas” (Somos víctimas de los prejuicios, La República, 28 de mayo de 1968, pp. 1 y 10).
Los verdaderos problemas con los hippies
En relación con las noticias de prensa revisadas, se puede ver el desglose de esta información en el Cuadro 1.
Año | Cantidad | Periódico |
1968 | 7 | La República |
1969 | 17 | La República |
1970 | 8 | La República |
1971 | 3 | La República y Diario de Costa Rica |
1972 | 2 | La República |
1973 | 2 | LaRepública |
1974 | 2 | La República |
1975 | 2 | La República |
Total | 43 |
Sobre las informaciones de prensa recuperadas, hay que aclarar que la mayoría describían situaciones ocurridas dentro de las fronteras costarricenses y en algunos casos los reportajes eran tomados de cables internacionales de países como Estados Unidos, México, Inglaterra o Chile. En general, las noticias trataban de resaltar los supuestos perjuicios que traía esta población al alterar el orden público y la moral de aquellos años. Se informaba de reportes de robos, de orgías, consumo de drogas, de desnudez o de acciones como redadas y expulsiones del país. No fue casual que gran parte de estas noticias fueran colocadas en las secciones de sucesos, alertando de antemano a la población del tipo de información que se iban a relatar y reforzando las ideas sobre los hippies como gente indeseable. Como puede observarse, para La República la descripción de eventos asociados a este grupo inicia en 1968 y termina de aparecer en 1975.
A partir de la información sistematizada como producto de las revisiones de las noticias se puede suponer que para al menos una parte de quienes habitaban en nuestro país, los hippies eran vistos como un problema que tenía muchas aristas peligrosas. Si respondemos de manera adecuada a la pregunta ¿qué es lo que preocupaba con respecto a los hippies en décadas pasadas?, podemos acercarnos a entender mejor por qué este grupo ha tomado relevancia para los sectores conservadores que, en la actualidad, se refieren a la “ideología de género”. En todo caso, no es conveniente tomar en cuenta solo la percepción general en relación con que este grupo molestaba a la población costarricense porque consumían drogas, eran vegetarianos, utilizaban la mayoría de su tiempo en actividades de ocio, etcétera. En el resumen que a continuación se presenta, se propone que las críticas más importantes que se les hacían a las personas hippies remitían a situaciones negativas como las siguientes:
1) Invasión de extranjeros peligrosos e imitación de sus valores foráneos indeseables
Mientras que muchos de los hippies fueron descritos como extranjeros (sobre todo provenientes de Estados Unidos), se temía también por los llamados hippies criollos (Impiden a hippies criollos seguir a los forasteros, La República, 27 de mayo de 1968, p. 14) o hippies autóctonos (Editorial. Invasión de “hippies”, La República, 6 de febrero de 1973, p. 8), quienes por emulación eran tentados a seguir ideas importadas que, por aquellos años, se consideraban como inadecuadas. En general, los hippies no solo eran descritos como malolientes y desaseados, sino que, además, fueron relacionados con la ejecución de crímenes variados. Asimismo, también se los vinculó con las drogas, con el sincretismo religioso, con sexualidades no monogámicas y con la poca importancia por el trabajo remunerado. Todos estos aspectos reñían con valores capitalistas y religiosos cristianos presentes en la sociedad de aquella época4. A los hippies se los describía como jóvenes poco interesados en seguir las directrices que se esperaban de quienes tenían su edad: estudiar, trabajar, emprender un exitoso matrimonio, reproducirse, entre otras. En las noticias se los presentó como invasores desaliñados, como forasteros exóticos y peligrosos que podían alterar las mentes de jóvenes nativos y evitar que siguieran el rumbo que se esperaba para ellos.
2) Sus límites ambiguos podían desembocar en peligros para la salud y el orden público
Los hippies se convirtieron en un problema de salubridad para las autoridades. Al parecer, varios ciudadanos se quejaron de su presencia en los espacios públicos e inclusive privados donde habitaban o hacían celebraciones. Se los distinguió como sujetos que estaban continuamente sucios, con mugre y con olores desagradables: “No pueden, por lo tanto, catalogarse como huéspedes de nuestro país ni recibir nuestra amistad, bandas de individuos sucios, malolientes, que en cualquier lugar se echan a dormir, a descansar o a comer” (Editorial. Invasión de “hippies”, 6 de febrero de 1973, p. 8). Se consideraban potencialmente peligrosos, ya que los límites que escogieron llevaban a la indeterminación o mezcla (de ropas, de aspecto, de creencias religiosas). Si no cumplían la normativa cultural: ¿qué seguridad existía para que siguieran la normativa moral o legal?
De hecho, los hippies fueron retratados en diversas noticias como criminales peligrosos. No es casual que, muchas veces cuando se informaba sobre estas personas, aparecieran en las secciones de sucesos al lado de los homosexuales (Sequeira Rovira, 2020). Esto sucedía no solo porque sus supuestas acciones se percibían como indebidas (no tener un trabajo, consumir droga, no bañarse), sino también porque se los asoció con crímenes que iban desde robos y homicidios, hasta corrupción de menores, secuestro y violación. En uno de los varios sucesos de este tipo se informó de un “caso de corrupción de menores en perjuicio de una señorita de 15 años de edad”, donde se supo que “la muchacha fue recogida por una policía, en bata de dormir y aparentemente drogada”. Las informaciones llevaron a las autoridades de seguridad a sospechar “que unos americanos, ´hippies´, la drogaron” (“Hippies” implicados en corrupción de menores, 15 de agosto de 1969, p. 10). De las 43 noticias analizadas, solamente 6 no refieren a molestias o a denuncias contra este sector por alterar la paz y el orden social.
3) Eran sujetos andróginos
En Costa Rica y en otros países se asociaba a los hippies como personas poco interesadas en establecer fronteras en ámbitos relacionados con la religión, la sexualidad y el género. De hecho, para las clases medias y clases trabajadoras de Estados Unidos y de Gran Bretaña lo que primaba eran la división “masculino-femenino”, así que la sociedad percibía a las contraculturas como la hippie como impulsores de una “quiebra de las barreras de género” (Clarke et al., 2014, p. 135). En todo caso, en las noticias que aparecían en el periódico La República, hubo una que recogió un segmento de opinión sobre un articulista de México, en la que se denunció cómo estos grupos eran amenazantes por desplegar una “pobreza espiritual con el exhibicionismo de andróginos, pues a primera vista no se les descubre a qué sexo pertenecen, si es que en algunos de ellos tengan una suficiente definición hormonal” (García Hernández, 1968, p. 8). Tan compleja era esta situación de indeterminación genérica para las autoridades y periodistas, que en uno de los reportajes donde se mencionaba el intento de captura de algunos hippies, sospechosos de cometer robos, se dijo “que el grupo era compuesto por dos mujeres, seis hombres y dos dudosos” (Persiguieron hippies autoridades: 2 mujeres, 6 hombres, 2 dudosos, La República, 28 de mayo de 1969, p. 10). Esta situación no solo impactó en el caso de los hombres por tener pelo largo, sino también en el caso de las mujeres porque suponían que entre ellos había una relación de igualdad poco conocida en la Costa Rica de finales de los años 60. Un periodista señaló sorprendido sobre un grupo de hippies que ingresaron al país: “Todos mandan igual, ¡Hasta las mujeres!” (Somos víctimas de los prejuicios, La República, 28 de mayo de 1968, pp. 1 y 10). Asimismo, es interesante notar que en el ámbito internacional, el modelo andrógino hippie impactó también a la industria de la moda, en donde se sacó provecho de la aparición de esta y otras contraculturas. De hecho, estas situaciones de vestimenta facilitaron la creación y comercialización de ropa unisex “diseñadas para ser usadas igualmente por chicas o chicos, y el subsiguiente emborronamiento de las imágenes de moda sexualmente distintivas” (McRobbie y Garber, 2014, p. 322).
En otros espacios, como Argentina, a finales de la década de 1960 se reportaron palizas contra los hippies, sobre todo contra los varones de pelo largo (Bohoslavsky, 2016). Esto fue producto de la asociación de estos hombres con la homosexualidad: “los hippies o los comunistas apuntaba [sic] a una hidra monstruosa, que contenía en sí todo aquello que asociaban con lo malvado o lo indigno: homosexualidad, izquierdismo, consumo de drogas, contracultura, abuso sexual, holgazanería, etc.” (Bohoslavsky, 2016, p. 48). Estas amalgamas que se generaban a través de la fusión entre masculinidad y feminidad no hacían más que incomodar. De acuerdo con Clarke, en Gran Bretaña, la contracultura de los skinheads5 realizaba golpizas contra sujetos que consideraban externos a su cultura (pakistanís) y mixturas grotescas (homosexuales). Estos últimos recibían palizas “como una reacción ante la erosión de los estereotipos tradicionales de masculinidad, especialmente por parte de los hippies” (Clarke, 2014, p. 173).
4) Su sexualidad no conocía barreras
Potencialmente, se suponía que un hippie podía enfrascarse en cualquier tipo de acto sexual. Aunque cuando se les preguntó, en la primera entrevista que La República les hizo, por sus ideas sobre el amor ellos expresaron: “Creemos en el amor, fundamentalmente. En cuanto al aspecto sexual, somos partidarios del amor libre, pero enemigos de las orgías, y las bacanales al estilo de la Roma antigua” (Álvarez, 1968, pp. 1 y 14). Sin embargo, en cuanto a una práctica como las orgías hubo discrepancia pues los periodistas reportaban varias veces este tipo de experiencias. Por ejemplo, bajo el titular “Nueva casa de orgías, en Escazú”, se alertaba sobre esta situación y se decía que las orgías eran comprobables “al hallarse varios colchones tirados en desorden en el suelo. Cerca había varias prendas íntimas de hombres y mujeres” (Nueva casa de orgías, en Escazú; mujer detenida, La República, 30 de diciembre de 1969, p. 10).
Las percepciones y algunas opiniones que brindaban a la prensa, los posicionaron como lejanos al tipo de amor monogámico en matrimonio o a la castidad solicitada para los momentos de soltería que, por otra parte, predicaban diversos líderes católicos y laicos en el país. Por si fuera poco, en una de las redadas las autoridades encontraron lo que describieron como materiales pornográficos: “Junto a esta hierba se les hallaron también cantidad de fotografías pornográficas con las cuales adornaban las paredes de su residencia” (Capturan hippies con mariguana, La República, 6 de febrero de 1969, p. 10). Es decir, la percepción que existía hacia este grupo los presentaba, en su visión más favorable, como un conjunto de jóvenes desorientados. Pero en realidad existía el temor de que estas prácticas que les eran atribuidas (orgías, pornografía, sexo prematrimonial) pudieran ser ejercidas por grupos más amplios de jóvenes y que, además, estas experiencias fueran desarrolladas bajo algún tipo de coerción. Sus supuestas facultades malignas eran tan fuertes que, de hecho, uno de los reportajes consignó la situación en el país de una hippie quien ejercía poderes sobrenaturales, lo cual se expresó con la siguiente acción: al “alzar la mano produce un extraño hipnotismo sobre las demás jovencitas”. El reportaje llamaba a la alerta sobre “ese ‘poder satánico’ [que] ha introducido a las drogas a decenas de jovencitas, las cuales posteriormente son violadas en orgías” (Diabólica muchacha detenida: celosa hermandad de hippies, La República, 27 de noviembre de 1971, p. 10).
Teniendo claro estos escenarios, habría que preguntarse ¿cuál es la actualidad de la contracultura hippie? ¿En qué puede ayudarnos esta historia a entender nuestro presente o más específicamente a comprender las molestias que tienen grupos conservadores sobre los señalamientos relacionados con la “ideología de género”? Para ello, debemos ahondar un poco más en el significado de esta categoría que se ha convertido en un referente de molestias y angustias de varios sectores.
La “ideología de género” rememora a los hippies
Quienes utilizan la “ideología de género” como herramienta de análisis, evocan y traen al presente la figura de los hippies y los periodos en que esta contracultura tuvo su apogeo. Precisamente por su carácter polisémico, la “ideología de género” se ha convertido en una idea que sirve a grupos conservadores para verbalizar sus inquietudes sobre modificaciones o tensiones sociales en el orden del género, la sexualidad, la familia o la educación sexual. Esta tendencia por asociar ambas situaciones puede verse en publicaciones elaboradas en América Latina y España en las que se los interconecta como causantes de graves daños a la población en general, pero sobre todo a quienes son menores de edad. Algunos documentos donde se muestra esta relación se encuentran en artículos de periódico, revistas, tesis o libros de los siguientes países: en Costa Rica (Arguedas, 2017), en España (Varela, 2017; Varela, 2016; Martínez Gómez, s. f.; Ramos Franco, 2017), en República Dominicana (Paniagua, 2019), en Uruguay (Iglesias Grèzes, 2019), en Perú (Jara Cotrina, 2018), o en Argentina (Laje, 2018, Márquez y Laje, 2016).
Para Costa Rica, la experiencia cercana a los grupos conservadores no es lejana a las ideas de muchos de sus habitantes, tal y como lo probó el Centro de Investigación y Estudios Políticos de la Universidad de Costa Rica en plena contienda electoral para la presidencia de la República del 2018 (Alfaro Redondo, Alpízar Rodríguez y Guzmán Castillo, 2018). Para ese momento, se experimentó una acalorada disputa entre los valores y la moral y donde un tema fundamental fue “la ideología de género”. En aquella ocasión, la contienda en segunda ronda se produjo entre el oficialista Carlos Alvarado del Partido Acción Ciudadana (PAC) y Fabricio Alvarado del Partido Restauración Nacional (PRN). Este último era cercano a postulados religiosos conservadores y defensor de las propuestas que aparecieron en El Libro Negro de la Nueva Izquierda (Márquez y Laje, 2016)6. Durante la lucha por llegar a ser el próximo presidente de Costa Rica, el empleo de la “ideología de género” se coló para criticar cualquier política pública, avance de posiciones feministas o planes en educación sexual promovidos desde el Ministerio de Educación. En la actualidad, tanto en Costa Rica como en otros países latinoamericanos el uso del término “ideología de género” se filtra cada vez más, no solo en espacios religiosos, sino también en otros laicos como los que se producen en los gobiernos locales o en los discursos provenientes de las Asambleas Legislativas.
En estos contextos, la “ideología de género” remite a angustias y malestares por ciertas acciones que realizan los Estados y por supuestos intereses extranjeros que, desde su lógica, desean suprimir las diferencias sexuales entre las personas. Se presume que, desde el exterior, grupos foráneos con mucho poder económico están interesados en promover las visiones liberales y permisivas sobre la vida y sobre el erotismo. Son comunes las molestias por las llamadas imposiciones de países como Estados Unidos y otros europeos, así como contra las Naciones Unidas o Planned Parenthood. Aunque como ya se mencionó, este término no provino inicialmente de grupos conservadores y religiosos, hoy es retomado por ellos para manifestar preocupaciones relacionadas con la sexualidad, la familia, los valores cristianos, la identidad y sobre la corporalidad. Detrás de sus postulados se expresan ideas que sugieren perjuicios para toda la población, pero especialmente para aquella que es menor de edad. Son preocupaciones constantes las creencias que establecen el interés de grupos poderosos por borrar las diferencias naturales, introducir cualquier tipo de identidad sexual, apartar a Dios de las decisiones más básicas de la vida e imponer toda práctica como beneficiosa.
La educación sexual formal es un tema altamente sensible para quienes consideran que la “ideología de género” es un concepto necesario para explicar ciertas modificaciones de las sociedades actuales. Una de las primeras veces que vemos aparecer este tipo de planteamientos en Costa Rica se produjo a finales de 1999 cuando se discutía el Programa de Amor Joven impulsado por la Oficina de la Primera Dama de la República, Lorena Clare Facio (Sequeira Rovira, 2019). Sin embargo, en aquellos años el término no tomó tanta importancia como sí lo hace en la actualidad, quizás porque aquellos documentos fueron modificados con base en las recomendaciones que hizo la Conferencia Episcopal. En la actualidad, el Programa de Educación para la Afectividad y la Sexualidad Integral elaborado por el Ministerio de Educación Pública también ha sido objeto de críticas por parte de estos grupos conservadores que se han manifestado con marchas y con el cierre de centros educativos en varias partes del país.
Uno de los libros que se hicieron más famosos sobre este tema (Márquez y Laje, 2016) planteó que el feminismo actual había sido cooptado por los movimientos de izquierda, lo que facilitó que la “ideología de género” tuviera como objetivo destruir la normalidad de los actos humanos, facilitando la promoción de prácticas como la pedofilia, la pornografía, la zoofilia o el incesto. Supuestamente, este feminismo busca dañar a la familia tradicional e implantar la promoción de cualquier tipo de identidad. Asimismo, el documento fue enfático en señalar cómo la homosexualidad es una conducta autodestructiva que lleva a la muerte prematura o a ocasionar daños en la salud por el contagio de alguna enfermedad sexual7.
Quienes utilizan esta idea se encuentran preocupados por toda la sociedad, pero sobre todo por los niños, niñas y adolescentes, sobre los que se cree se impondrá una serie de comportamientos y conductas inadecuadas, a veces señalado como estilo de vida homosexual8 (Viteri, 2020), implicando con esto una suerte de descontrol, mixtura y perturbación de la normalidad. Su interés principal es sobre la población más joven y por la que temen que los gobiernos realicen acciones inmorales. El uso de la “ideología de género” ha provocado la proliferación de ideas relacionadas con la homosexualización de la población y con el niño homosexualizado (Sequeira Rovira, 2019). Tal y como se ha mencionado en otro momento:
El niño homosexualizado reúne un miedo a la locura, a la saturación sexual, a las conductas normalizadas no heterosexuales, al interés por limitar o evitar los nuevos nacimientos y a la vida sexual desordenada. Todas estas angustias están atravesadas por problemas psiquiátricos, aunque en parte, se crea que esto es producto de una sumatoria de situaciones como falta de valores o de intromisión de agentes ateos (feministas, organismos internacionales, países poderosos, etc.). Nada más alejado de la evidencia que este tipo de comentarios. La angustia que se desprende de sus afirmaciones es, casi siempre, un desasosiego que se basa en padecimientos médico-psiquiátricos (Sequeira Rovira, 2019, p. 142).
Con respecto a lo anterior, se dice que los ministerios de educación, por ejemplo, están interesados en promover desde sus programas educativos sobre sexualidad la anuencia para que los menores de edad acepten prácticas como la zoofilia, la pedofilia, la necrofilia o el incesto. Para lograrlo, suponen que el Estado está interesado en educar a través de materiales pornográficos explícitos y que llevarán a la aceptación de cualquier comportamiento sexual posible y a una erotización de todos los aspectos de la vida. Entre estas ideas, el niño homosexualizado, el que está saturado de sexualidad, el que no puede contenerse, el confundido, el que puede ser hoy heterosexual y mañana homosexual es lo que realmente se teme. La “ideología de género” crea un monstruo de mil cabezas que parece imposible de eliminar pues siempre hay intereses, noticias circunstanciales, planes de estudio aprobados sobre los que responsabilizar de la supuesta homosexualización de la población.
Para estos sectores de corte conservador, los responsables de la “ideología de género” en la actualidad provienen de los Estados, pero sobre todo descienden de fuerzas extranjeras y poderosas económicamente que desean reinventar la vivencia sexual de las personas para sacar provecho personal. Por ello, aconsejan no solo tener cuidado con el feminismo, sino también con países como Estados Unidos y otros europeos, así como con agencias de las Naciones Unidas y demás organismos no gubernamentales (O'Leary, 2007; Márquez y Laje, 2016; Kuby, 2017). De esta manera, generalmente, cuando estos grupos buscan las raíces de conformación de las condiciones relativas a la “ideología de género”, se señala a varios grupos donde sobresalen movimientos que tuvieron protagonismo en las décadas que nos compete para este documento. Estas ideas se han difundido por varios países latinoamericanos. Por ejemplo, en un artículo de opinión de un periódico uruguayo, que trata sobre “ideología de género”, el articulista acusa a los hippies de destructores de la familia y precursores de visiones peligrosas de desorden social: “[…] los hippies fueron pioneros de una mentalidad individualista y hedonista que se impuso gradualmente […]. La difusión de esa mentalidad causó muchos males, entre otros un auge del divorcio y la ´unión libre´” (Iglesias Grèzes, 2019, párr. 6).
Estos sectores conservadores también perciben las revueltas estudiantiles francesas de finales de 1960 como otro punto neurálgico que originó la “ideología de género” y donde también se señala a los hippies. Por ejemplo, para El Libro Negro de la Nueva Izquierda, uno de los problemas con el feminismo más preocupante surge en esas épocas: “No obstante, los hechos que suelen identificarse como originadores de la tercera ola feminista son, como no podía ser de otra manera, los del Mayo Francés de 1968” (Márquez y Laje, 2016, p. 77). Y como señala un documento reciente que avala esta postura, cuando estos autores argentinos hablan del Mayo Francés se refieren a “las numerosas huelgas y protestas que se dieron en Francia en mayo de ese año, promovida especialmente por estudiantes universitarios de izquierda (con influencia de la rebelión de los hippies)” (Jara Cotrina, 2018, p. 31).
Como lo hemos visto, las ideas anteriores –que intentan establecer un origen para lo que el conservadurismo supone que es un grave problema de desorden social, sexual y de género– proponen que ciertas situaciones producidas a finales de la década de 1960 son las causantes de peligrosos pensamientos anticientíficos y hedonistas, y que hoy se convierten, para ellos, en “ideología de género”. Para estos sectores, es el año de 1968 (que es de hecho cuando inician las noticias más constantes en el periódico La República sobre los hippies) el momento crucial para señalar al promotor de un feminismo nocivo que se coló lentamente en las políticas estatales. Para otro documento que sigue la misma línea (Ramos Franco, 2017), este año es el que genera al “tercer momento del movimiento feminista”, donde se establece que “surge en 1968 a partir de los eventos que se sucedieron en mayo de ese año provocados por las ideas marxistas, el liberalismo sexual y los movimientos antisistema y contraculturales (hippies)” (Ramos Franco, 2017, p. 24).
No es extraño comprender el por qué los sectores conservadores remiten a las metáforas de los movimientos hippies para plantear sus preocupaciones sobre la sociedad actual. Hemos visto cómo las alusiones que hicieron en su momento nuestras autoridades a finales de la década de 1960 y mediados de 1970, en parte se parecen a las que hoy realizan los usuarios de la “ideología de género”, y las cuales remiten también a la angustia de la indeterminación, de los extranjeros que invaden las mentes de los jóvenes, de la sexualidad que no conoce límites, del temor por los sujetos andróginos, de ideas que confunden y que por lo tanto son peligrosas. Como lo dijo en su momento el Director General de Investigaciones Criminales de la Costa Rica de 1960, quien estaba temeroso por la propagación de las visiones hippies: “Estamos haciendo todo lo posible para que ningún ciudadano costarricense que se identifique con sus maneras de ser y costumbres, los siga, como se ha anunciado de parte de dos muchachas” (Impiden a hippies criollos seguir a los forasteros, La República, 27 de mayo de 1968, p. 14).
Para estos grupos, la metáfora de los hippies no es casual. Remite no solo a una de las explicaciones de los supuestos orígenes de la “ideología de género” sino que, sobre todo, alude a angustias por la indefinición propias de la década de 1960 y de la actualidad. Para los grupos conservadores, tanto los hippies como los niños homosexualizados son producto de ideas extranjeras desprendidas por grupos poderosos y que intentan variar la moral que suponen como autóctona. Se señala que ambos presentan límites ambiguos en el ámbito de la sexualidad, el género y la identidad. Ambos han sido señalados como sujetos que cambian en la indefinición de coordenadas básicas de comportamiento aceptados (matrimonio, heterosexualidad, maternidad, etcétera). Ambos grupos son cuestionados por no tener inconveniente en entablar cualquier tipo de comportamiento erótico. Sin embargo, no se puede perder de vista que la forma de enfrentar esta situación ha tenido diferentes aproximaciones de control sobre sus conductas: si bien sobre los hippies se emplearon redadas, expulsiones o condenas judiciales, sobre los niños homosexualizados se han aplicado lo que en su momento Foucault llamó tecnologías positivas de poder, es decir, todas aquellas prácticas que producen alguna acción, alguna verdad, alguna confesión, alguna identidad o cambio de conducta. Las tecnologías positivas están cercanas a las formas en cómo funciona el poder en regímenes como el poder disciplinar, el biopoder, la gubernamentalidad o en el poder pastoral.
La expulsión de los hippies y la reinserción social de los niños homosexualizados
El análisis de la sexualidad, que basa su percepción sobre la represión, ha sido criticado desde hace mucho tiempo (Foucault, 2012; Foucault, 2009, Foucault, 2001; Soto Morera, 2015; Allen, 2001; Sequeira Rovira, 2019; Sequeira Rovira, 2018; Sequeira Rovira, 2015). Sin embargo, para comprender las vivencias relativas a este tipo de temáticas seguimos utilizando de forma obstinada las coordenadas de la hipótesis represiva que consiste en la recurrencia de pensar al poder exclusivamente en términos negativos de coerción y represión (Foucault, 2009). En este mismo sentido de interpretación de la realidad, uno de los problemas que maneja el feminismo está relacionado con las ideas relativas al poder (Allen, 2001; Sequeira Rovira, 2015; Han, 2019), cuyas coordenadas siguen estando concentradas en la lógica de la coerción o la violencia vertical, limitando así su visión a una forma muy específica de poder. Desde estas posturas, el análisis del poder suele concentrarse en las visiones negativas, discriminatorias y excluyentes hacia otras personas y donde la sexualidad o cualquier otra expresión humana es valorada bajo la lógica de la contención y el castigo. Cuando se publica Historia de la Sexualidad I, Michel Foucault hacía un llamado a centrarse en otro tipo de variables para estudiar la conducta humana. De hecho, decía que había “que partir de esos mecanismos positivos, productores de saber, multiplicadores de discursos, inductores de placer y generadores de poder” (Foucault, 2009, p. 77). Su apreciación no se concentraba solo en el estudio de la sexualidad, sino que podía ser aplicada para analizar cualquier problema relacionado con el poder. ¿Se pueden encontrar mecanismos positivos de poder en el manejo de las temáticas de interés del presente documento?
En las críticas que se han realizado hacia la “ideología de género” es frecuente descubrir visiones que usualmente solo permiten poner el acento en las discusiones relativas al castigo o coacción de dichos grupos conservadores. Sin embargo, el presente artículo busca dejar claro que esta es una visión limitada para entender las acciones de estos sectores y las técnicas de poder que utilizan. Al discutir sobre las percepciones de los alcances conservadores sobre los cuerpos y las experiencias de las personas menores de edad, es posible que caigamos en esta visión reduccionista, típica de los estudios que piensan que la represión es la lógica principal sobre la que hay que concentrarse. Para esclarecer este panorama y buscar mirar estas temáticas de otra manera, podríamos tamizar las angustias relacionadas con la sexualidad de los hippies y niños o jóvenes homosexualizados con las percepciones hacia actuaciones médicas y sociales que aparecieron sobre ciertas enfermedades en otras épocas. En este caso, interesará concentrarse rápidamente en las prácticas que se emplearon para manejar la lepra y la peste en Europa y, que a su vez, darán luz sobre la administración de las conductas que los grupos conservadores plantean para las poblaciones más jóvenes.
Tal y como lo menciona Foucault (2001, 2008 y 2012), el manejo de la lepra en la Edad Media procuraba expulsar al leproso de las concentraciones de personas para evitar el contagio y esparcimiento de la enfermedad. Lo que las autoridades de aquel momento planteaban que se debía hacer era desterrar al leproso para evitar la contaminación de otros. El modelo del leproso sirvió no solo para manejar a estos enfermos, sino para lidiar durante muchos años con todo tipo de situaciones de personajes indeseables como “los mendigos, los vagabundos, los ociosos, los libertinos” (Foucault, 2001, p. 49).
Otra forma de enfrentarse con la enfermedad fue el modelo de la peste, donde antes que excluir al apestado se buscó cómo incluirlo. Para administrar los cuerpos de quienes estaban enfermos de peste, se comenzó a realizar todo un manejo pormenorizado de la información de los enfermos (cuántos había, dónde estaban, cuántos morían) y de construir instancias especializadas para atenderlos. En el caso de la peste “estamos ante un intento de maximizar la salud, la vida, la longevidad, la fuerza de los individuos” (Foucault, 2001, p. 51). Desde esta lectura, el modelo de la peste prevaleció ante la lepra, no solo para manejar la enfermedad sino para gestionar la vida de las personas. Esta contraposición de esquemas, y la supremacía del modelo de la peste, es fundamental para concebir otra forma de interpretar al poder. En el fondo representa una “invención de las tecnologías positivas del poder” que no se interesa tanto por reprimir como por constituirse en “un poder positivo, un poder que fabrica, que observa, un poder que sabe y se multiplica a partir de sus propios efectos” (Foucault, 2001, p. 53).
Como hemos repasado anteriormente, en Costa Rica y en otras partes del mundo, al hippie que llega a las ciudades o a las zonas rurales se le excluyó, se le arrinconó, se le arrestó, se le golpeó y se le encarceló (Bohoslavsky, 2016; Kaminski, 2016; Clarke, 2014). El hippie era un indeseable con el que se tomaron acciones restrictivas. Se buscaba higienizar a la colectividad frente a estos sujetos. Como lo dijo un comandante de Puntarenas en los años 70, al plantear un “cordón sanitario” contra esta población: “No dejaremos penetrar a la ciudad a ningún elemento fichado, sea hombre o mujer. Ni hippies criollos o extranjeros” (Cordón sanitario contra “hippies”, Diario de Costa Rica, 3 de diciembre de 1971, p. 14). Entonces, ¿para qué se expulsaba al hippie? Por la misma razón que se expulsaba al leproso y que tenía que ver con “purificar a la comunidad” (Foucault, 2001, p. 49).
¿Qué hay que hacer con esta especie de hippie contemporáneo (es decir, el niño homosexualizado)? ¿Qué recomiendan los grupos conservadores? ¿Es un sujeto que debe apartarse de las ciudades y tratarse como un ser irracional? El sujeto homosexualizado debe ser manejado de otra manera. Más bien, este debe ser integrado a la comunidad, ya que se supone que las políticas de Estado y la educación sexual lo que quieren hacer es aislarlo de su naturaleza. Por ello, los grupos que marchan contra la “ideología de género” reclaman su pertenencia al lugar que suponen como natural y que es la familia. En sus manifestaciones exigen a los gobiernos no intervenir, respaldados por consignas como “A mis hijos los educo yo”. Si el niño o la niña se piensa como demasiado confundido por la “ideología de género” la solución no es un desalojo inmediato de la casa sino un tratamiento con especialistas para “curarlos” de los efectos nocivos de la indeterminación. Antes que expulsarlos, hay que tenerlos siempre visibles, presentes a la mirada de sus cuidadores: “Su iluminación garantiza el dominio del poder que se ejerce sobre ellos” (Foucault, 2012, p. 218).
Por ejemplo, el teólogo español Juan Varela (2016) ha señalado cómo la “ideología de género” preparó el terreno para la proliferación de identidades homosexuales, o como lo llama en sus libros, hombres con AMS o atracción al mismo sexo. En su documento, Varela intenta buscar los causantes de esta homosexualidad en los hombres, para ayudarles a recuperarse y a volver a reencontrar su heterosexualidad perdida. Para el autor, entre los eventos fundadores de esta supuesta desviación se encuentran situaciones que van desde el orden de lo teológico (como la pasividad de Adán por evitar comer del fruto prohibido), o factores familiares (como los problemas con el padre y la madre o las carencias afectivas de la infancia), además de otros elementos psicológicos como la crisis de la masculinidad o componentes más históricos como las modificaciones familiares que se sucedieron posterior a la Revolución Industrial, las dictaduras llevadas a cabo en el siglo XX o la incursión de discursos feministas y contraculturales a partir de la década de 1960, como el movimiento hippie.
Para Varela, estas situaciones produjeron desastres sobre todo en la vida de los hombres pues “el género masculino llegó al siglo XX de los hippies, la revolución sexual, el feminismo y las políticas castrenses, arrasando su particular crisis de identidad” (Varela, 2016, p. 55). Es decir, desde su punto de vista, la masculinidad estuvo nutrida, como lo vimos anteriormente, de una masculinidad feminizada o andrógina, la cual no apoyó la correcta formación de la hombría y que generó una identidad producto de una fusión de sentires basada en la completa indeterminación: “De esta desorientación y confusión de identidad y propósito, se ha nutrido el mundo de la cultura gay y los ideólogos de las modernas doctrinas nihilistas” (Varela, 2016, p. 55).
¿Qué se debe hacer entonces con estos sujetos confundidos? ¿Qué acciones tomar con este “virus” que “anda suelto y en libre circulación” (Varela, 2016, p. 41)? Su modelo no se parece en nada a las acciones que se tomaron en su momento contra los denominados hippies. De hecho, el teólogo recomienda seguir tres pasos: comprender, prevenir e intervenir. Todas estas etapas, deben hacerse tanto en casa, como con la ayuda de la mirada y confesión de profesionales laicos y religiosos que contribuyan a sanar la identidad herida con amor, perdón, aceptación y cuidado personal. En este caso, el niño homosexualizado debe aceptar este “estado de locura transitoria” (Varela, 2016, p. 133) y empezar a regenerar su vida.
Conclusiones
En la actualidad, el recuerdo de los hippies no ha desaparecido. En el argot popular, este nombre sirve para referirse a un modo relajado, a un pensamiento hedonista, a personas jóvenes que están desarregladas y quizás tienen poco interés por el trabajo remunerado, pero que se apasionan más por la protesta social. Lo hippie se ha convertido en un insulto y así ha sido usado por muchos sectores. En un comentario de Twitter que hizo Agustín Laje9, indignado por la invitación de TECHO Argentina, una organización no gubernamental que busca ayudar con viviendas a personas en condición de pobreza, a una actividad que se iba a desarrollar a finales del 2018 en ese país sobre violencia sexual y discriminación genérica llamada “Espacio de debate sobre perspectiva de género”, se refirió a esta organización como comunistas y mencionó: “usan la plata de sus donantes para adoctrinar en ideología de género. No les demos ni un centavo más a estos hippies” (Laje, 2018, párr. 1). En este sentido, lo hippie es usado por grupos conservadores como un recordatorio de un tiempo tenebroso que tuvo repercusiones desastrosas para la vida y la sexualidad de las personas. Tal como lo señaló Varela, refiriéndose al desarrollo de movimientos contraculturales entre los que se encontraba el feminismo, los hippies o la revolución sexual: “Aquí comenzó a gestarse la cultura posmoderna que pronto daría luz a la ´ideología de género´ y a la modernidad líquida” (Varela, 2016, p. 54).
En Costa Rica, los hippies fueron pensados como extranjeros que propagaban costumbres e ideas moralmente despreciables. En el periódico La República, los reportajes o editoriales se referían a ellos como quienes forman “colonias” (García Hernández, 1968, p. 8), un “enjambre” (Visitantes indeseables, La República, 20 de marzo de 1970, p. 8), “bandas de individuos sucios” (Editorial. Invasión de “hippies”, La República, 6 de febrero de 1973, p. 8), una “plaga” (Editorial. Expulsión de delincuentes y “hippies”, La República, 11 de mayo de 1974, p. 10), una “escoria” (Editorial. Expulsión de delincuentes y “hippies”, La República, 11 de mayo de 1974, p. 10). Eran pensados como una mezcla de sujetos insubordinados de la razón y la moral, casi animalescos (enjambre, colonia), hasta un problema sanitario y delincuencial (escoria, bandas, individuos sucios, plaga).
Como lo hemos podido analizar en este documento, el hippie ha dado paso al niño homosexualizado. Para los grupos conservadores ha sido un padre y madre de este tipo de posibilidades inadecuadas y desastrosas. No es casual que se presente este interés por sujetos como los hippies, de hecho, ellos también eran jóvenes como aquellos adolescentes y niños que dicen hoy desear salvar de las garras de la “ideología de género”. Quizás la lógica que manejan es que, si no se pudo proteger y rescatar a los hippies, con quienes sí se puede hacer algo es con los niños, niñas y adolescentes homosexualizados por la cultura hedonista, perversa y cargada de conocimientos acientíficos. Sin embargo, el monstruo de mil cabezas que para estos grupos conservadores supone la “ideología de género” hace de esta situación, no un problema real que implique algún tipo de salvamento social, sino una crítica eternizada dirigida hacia políticas o movimientos sociales y sin ninguna posibilidad de resolución.
Finalmente, este documento ha buscado entender cómo en diferentes momentos se intentó “enderezar conductas” (Foucault, 2012, p. 199) tanto de los hippies como aquellos menores de edad a quienes supuestamente la “ideología de género” había desorientado. Para los primeros fue recetada la expulsión y la separación de la comunidad, para los segundos la reinserción bajo la contemplación y confesión constante de círculos cercanos. Ningún documento elaborado por quienes consideran que la “ideología de género” ha sido nefasta para la juventud va a recetar los mismos mecanismos de exclusión que se recetaron en su momento contra los hippies. Por ejemplo, para los sujetos homosexualizados, un teólogo como Varela (2016) ha recomendado la corrección amorosa, la detección de la desviación en las instancias familiares, el examen de sus comportamientos, la introspección constante y la sanación de sus heridas emocionales. La importancia de contemplar más allá de las acciones represivas nos hace replantear la visión que tenemos sobre el poder, y entender cómo este tiene muchos más alcances que solamente expulsar y decir que no.
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Notas
Notas de autor
ORCID: https://orcid.org/0000-0002-3281-0572