Cuadernos Inter.c.a.mbio sobre Centroamérica y el Caribe

Vol. 17, No. 2, Julio-Diciembre, 2020

Novelar la historia del Caribe colombiano, su mito fundacional y el mestizaje entre los sexos. Juan José Nieto Gil, 1844

Página abierta (artículos científicos) (sección arbitrada)

Novelar la historia del Caribe colombiano, su mito fundacional y el mestizaje entre los sexos. Juan José Nieto Gil, 1844

Novelizing Caribbean History of Colombia, His Founding Myth and The Interbreeding Between The Sexes. Juan José Nieto Gil, 1844

Novela a história do Caribe colombiano, seu mito fundador e o cruzamento entre os sexos. Juan José Nieto Gil, 1844

Nathalie R. Goldwaser Yankelevich *
Universidad de Buenos Aires (UBA), Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas (CONICET), Instituto de Estudios de América Latina y el Caribe (IEALC), Departamento de Arquitectura, Diseño y Urbanismo de la Universidad Nacional de Avellaneda (DADU-UNDAV), Buenos Aires, Argentina

Novelar la historia del Caribe colombiano, su mito fundacional y el mestizaje entre los sexos. Juan José Nieto Gil, 1844

Cuadernos Inter.c.a.mbio sobre Centroamérica y el Caribe, vol. 17, núm. 2, 2020

Universidad de Costa Rica

Recepción: 20 Abril 2020

Aprobación: 10 Agosto 2020

Resumen: En este artículo se pretende vislumbrar un aspecto del Caribe colombiano a partir del estudio de la novela Ingermina o la hija de Calamar (1844) del neogranadino Juan José Nieto Gil (1805-1863): la integración de los pueblos nativos con la cultura europea como hecho necesario en el proceso de construcción de una nación. Se sostiene como hipótesis que el autor, observando la necesidad de una nación cívica, intentó reconstruir una suerte de “mito de origen” propio de la necesidad de crear un “nosotros” colectivo, bajo un tinte liberal y republicano. Un claro ejemplo se da en las descripciones de las distintas figuras de mujer que ocupan buena parte del relato. Cartagena fue una de las últimas ciudades importantes de la Nueva Granada en ser liberada del yugo español (noviembre de 1811). Para demostrar la imbricación propia de los tiempos de construcción política, la metodología texto-contexto se convierte en una útil herramienta de análisis. Esto permite considerar a esta literatura como evidencia histórica de un espacio-tiempo inmemorial.

Palabras clave: caribe neogranadino, siglo XIX, novela, nación, diferencia de los sexos.

Abstract: Based on the study of the novel Ingermina or the daughter of Calamar(1844) by the New Granadine author Juan José Nieto Gil (1805-1863), this essay aims to glimpse an aspect of the Colombian Caribbean: the integration of native peoples with European culture as a necessary fact in the process of building a nation. It is hypothesized that the author, observing the need for a civic nation, tried to reconstruct a kind of "myth of origin" typical of the need to create a collective "us", under a liberal and republican tinge. A clear example is given in the descriptions of the different figures of women that occupy a large part of the story. Cartagena was one of the last major cities of New Granada to be liberated from the Spanish yoke (November 1811). To demonstrate the imbrication of the times of political construction, the text-context methodology becomes a useful analysis tool. This allows this literature to be considered as historical evidence of an immemorial space-time.

Keywords: New Granada Caribbean, 19th century, novel, nation, gender difference.

Resumo: Este artigo tem como objetivo vislumbrar um aspecto do Caribe colombiano a partir do estudo do romance Ingermina ou da filha de Lula (1844) do neogranadino Juan José Nieto Gil (1805-1863): a integração dos povos nativos com a cultura europeia como fato necessário no processo de construção de uma nação. Argumenta-se como hipóteses de que o autor, observando a necessidade de uma nação cívica, tentou reconstruir uma espécie de "mito de origem" típico da necessidade de criar um "nós" coletivo, sob um tinge liberal e republicano. Um exemplo claro é dado nas descrições das várias figuras femininas que ocupam grande parte da história. Cartagena foi uma das últimas grandes cidades de Nova Granada a ser libertada do jugo espanhol (novembro de 1811). Para demonstrar a imbricação dos tempos de construção política, a metodologia text-context torna-se uma ferramenta útil de análise. Isso permite que esta literatura seja considerada como evidência histórica de um espaço-tempo imemorial.

Palavras-chave: Caribe neogranadino, século XIX, novela, nação, diferença dos sexos.

Introducción



Las letras no son piedras con que se rompen cabezas, aunque tienen un poder mágico sobre el espíritu. Juan José Nieto Gil, “Obsequio”

Fuente: (Dedicatoria de la novela Ingermina o la hija de Calamar, 2001, p. 27).

En la escritura de Juan José Nieto Gil (1805-1863) se ilustran y se representan las condiciones históricas, socioculturales y políticas del Caribe colombiano. A Cartagena la consideraba su “patria chica” y eso le sirve como excusa para historizar los hechos de los diferentes eventos relacionados con el descubrimiento y conquista de la región, originariamente bautizada “Cartagena de Indias”. Fue una de las últimas ciudades importantes de la Nueva Granada en ser liberada del yugo español, con sus líderes “criollos, mulatos y negros” muertos, presos o exiliados. Posteriormente, entra en un periodo de decadencia, incapacitada para negociar el proceso de creación de la nación activamente junto a Bogotá (Múnera, 1998).

Aunque es ficción, la mención a personajes de la historia como Colón, Rodrigo de Bastidas (quien había arribado en 1501, sin éxito), Alonso de Ojeda y Juan de la Cosa (en 1509), también fracasados en su intento de fundarla, le da un cariz realista que permite en la actualidad comprender aún más ese Caribe (Goldwaser, 2015). En la novela Ingermina o la hija de Calamar (1° edición, 1844)1 se grafica el ingreso de este tipo de conquistadores, a través de los personajes Pedro de Heredia y su hermano, Alonso (protagonista central), junto a “trescientos Castellanos” (aunque debe entenderse que se refiere a los españoles). Estos, además de aplicar la violencia física, obtuvieron la colaboración de una “india civilizada”, Catalina (oficiando de traductora), y así lograron la efectiva ocupación española. Así pues, “[e]n Ingermina… el proyecto de un Caribe blanco, civilizado, se funda simbólicamente en el triunfo de la relación entre el conquistador y la princesa nativa, no sin dificultad por el hecho de ser una mujer pagana, a los ojos de los sacerdotes españoles” (Goldwaser, 2013, p. 16).

Al decir de Conde Calderón (2009, infr. p. 317), las novelas de Nieto Gil han pasado desapercibidas e ignoradas en la construcción del mito fundacional colombiano. Se las toma de marginales por sus imprecisiones históricas y estéticamente poco cuidadas. Sin embargo, en esta investigación se considera tanto Ingermina… como Rosina o la prisión del castillo de Chágres (1842) herencias documentales del pasado, ya que ofrecen un panorama (siempre subjetivo) de las condiciones culturales de la época. Es por eso que la metodología aquí utilizada dinamiza la relación texto-contexto. Esto permite evidenciar, además, los signos ambivalentes entre la formación nacional, el punto de vista de un pensador liberal, republicano, en particular, esa ambigüedad se refleja en el lugar que la mujer ocupó o debería ocupar en aquel momento. Tal es así que, Ingermina… será dedicada a la segunda mujer de Nieto Gil, Teresa Cavero (perteneciente a la aristocracia comerciante anti monárquica): “Nieto declara que las virtudes atribuidas a la protagonista indígena son en verdad las virtudes de su esposa” (Espinosa, 2001, p. 13).

El presente escrito girará en torno de la novela Ingermina… no solo para dar cuenta del momento fundacional de ese Caribe tan peculiar, sino también para demostrar los roles de género, las clases y lo que en aquel momento denominaban “razas”, rescatando principalmente las figuras de los pueblos “autóctonos” o aborígenes y el papel de las mujeres allí. Según Pineda Botero (1999), Nieto Gil es el primer escritor colombiano en darle voz propia a los nativos del “Nuevo Mundo”2.

Se sostiene como hipótesis que esta novela intenta generar una suerte de “mito de origen” propio de la necesidad de crear un “nosotros” colectivo, inherente al concepto “cívico” de la nación (Quijada, 2003), en tanto comunidad territorializada y política, institucional, legal, educativa y económicamente unificada. Tal como afirma Sommer (2004), es posible encontrar la inextricable relación entre política y ficción para poder narrar la historia de la construcción de una nación. En el largo estudio titulado Ficciones fundacionales: las novelas nacionales de América Latina, la autora analiza ese binomio entre literatura-historia política mixturando una batería teórica apoyada primero sobre las herramientas propias del análisis literario, pero no dejando de atender a los elementos propios de la teoría histórico-política. Cabe destacar que la obra de Nieto Gil se encuentra ausente allí. Por eso, la metodología texto-contexto permite mostrar una imbricación propia de los momentos de construcción de la historia política de una región. Entonces parece productivo considerar a este tipo de literatura como una herramienta en la reconstrucción histórica de un espacio-tiempo inmemorial. Sin embargo, hay que evitar las generalizaciones y para ello, darle particular atención a las diferencias que existen entre autor-ideología-género literario-contexto de escritura-. Aquí se quiere “hacer justicia” con un autor olvidado del Caribe colombiano a la hora de la enumeración de los integrantes de la historia literaria de Colombia. No toda literatura romántica tiene los mismos rasgos o resoluciones a las historias que narran. Evitar los anacronismos es una tarea ardua, porque es muy tentador encontrar respuestas desde una matriz propia de los siglos XX y XXI, a la luz de los despliegues de diferentes corrientes y perspectivas que arrojaron, por ejemplo, la interseccionalidad entre género, “raza”, clase. Esto, al mismo tiempo puede ser una trampa para la investigación ya que puede derivar en enredos teóricos que a la persona lectora no le aporte más que confusión.

La decisión para el presente artículo es colocar en un segundo plano la existencia de estos aportes, para resaltar la novedad que aloja una literatura decimonónica como la del autor cartagenero.

El olvido de un profeta colombiano: Juan José Nieto Gil

Semblanza3

Una mujer es el motivo por el cual en la actualidad se conoce y se estudia a Juan José Nieto Gil, en tanto escritor. En la Nueva Granada, un hombre de su estirpe, nacido el 24 de junio de 1805 en Baraona, dentro de una familia humilde, no hubiera podido llegar quizás ni siquiera a acceder a los autores de la época. Como trabajador para un comerciante canario, José Palacio y Ponse de León, accedió circunstancialmente a ciertos libros prestados por su jefe. Pero el casamiento con María Margarita (hija del comerciante), en 1827, le permitió alcanzar un rango superior al que había heredado. Esto lo llevó, en parte, a interesarse en la política de su patria. Con un espíritu democrático y republicano vio con malos ojos el intento de Bolívar, en 1828, de perpetuarse en el poder. En toda la Gran Colombia, la grieta entre bolivianos y antibolivianos era inmanente. El objetivo de los primeros era modificar la Constitución de Cúcuta. El de los segundos, que se cumpliera lo que la Ley prescribía.

Enrolado en el ejercicio militar bajo las órdenes del general José María Obando por estar contra los supuestos intentos dictatoriales de Bolívar, participó en la llamada “Guerra de los Supremos”, una guerra civil que le implicó a Nieto Gil la prisión en Tescua. Seguidamente, el ostracismo en Kingston (Jamaica), donde vivió cinco años. Nuestro autor ya contaba con un escrito denominado Derechos y deberes del hombre en Sociedad, publicado en Cartagena en el año 1834. Confeso seguidor de Santander, fue elegido, en 1839, diputado de la Cámara Provincial de Cartagena.

En 1847, de regreso a su “patria chica”, Nieto Gil comienza a pergeñar la posible fundación de un periódico que en 1849 llevará el nombre La Democracia. Cuatro años más tarde obtiene el cargo de gobernador de su ciudad, decretó la expulsión del obispo, proclamó la abolición de la esclavitud e incorporó la educación primaria totalmente gratuita. Reelegido por segunda vez como gobernador, se proclamó a favor del golpe de Estado realizado por el general José María Melo. Fue la primera, y por el momento única, ocasión que la Nueva Granada tuvo un presidente “negro” o “mestizo”: la Asamblea Constituyente proclamó a Nieto Gil general y lo eligió presidente del Estado. En 1860, sancionó la segunda Constitución Política de Cartagena. Estuvo en ejercicio hasta el 18 de julio de 1861, cuando asumió Mosquera.

Tal como dicen algunos de sus estudiosos, Nieto Gil fue muy activo durante toda su vida, con ideales grandilocuentes y muy útil para su partido. Le temieron como militar y ha sido reconocido como demócrata, eso le valió, en 1865, el premio de la espada de honor. Falleció un año más tarde en su Cartagena querida. Juan José Nieto Gil, como todo hombre de acción, intervino también en el mundo de la literatura. Además, publicó un estudio, en 1839, sobre la geografía de Cartagena. Pero su máxima producción se dio en la ciudad de asilo, Jamaica, cuyas publicaciones se ligaron al género novela: Rosina o la prisión del castillo de Chágres (1842), Ingermina o la hija de Calamar (1844) y Los Moriscos (1845), pioneras en lo que fuera la historia de la “literatura colombiana”.

Fals Borda insiste varias veces que el motivo por el cual Nieto Gil logró asimilarse y ascender socialmente fue el matrimonio con María Margarita Palacio y Ponse de León:

Estas familias –Palacio y Cavero– formaban parte de la oligarquía cartagenera, pero no de su aristocracia tradicional, que se había formado con personas provenientes de la carrera militar y de más altas posiciones administrativas virreinales. Al alinearse con la Independencia, los Palacios y Caveros ingresaron al grupo de la nueva burguesía comercial urbana –los nuevos ricos, la clase emergente de la época– que se formaba con la república, y llenaba los claros dejados por la aristocracia emigrante a otros lugares más prometedores que la Cartagena de esos días. Parece que las vicisitudes de la guerra de Independencia y la decadencia económica de Cartagena (a partir del sitio de 1815) quebraron parcialmente la estructura de castas heredada de la colonia, y nuevos canales de movilidad social se abrieron entonces (Fals Borda, 1986, p. 42).

Evidentemente, por su preparación y apostura, fue capaz de aprovechar tanto aquel quiebre de estructura, como esta nueva fluidez en las costumbres de su tierra. Los biógrafos de Nieto Gil (Fals Borda, 1986; Espinosa, 2001; Pineda Botero, 1999) suelen afirmar que su temple ético y su creencia en la democracia parecen derivarse de las influencias utópicas recibidas a través de la literatura política a la que tuvo acceso desde joven. En particular, la influencia del Catecismo o instrucción popular, escrito por el cura rebelde de Mompox, doctor Juan Fernández de Sotomayor y Picón (Lomné, 2003). Un catecismo liberal cuyas palabras claves remiten al Rousseau del Contrato Social, tales como libertad y derechos del hombre, justicia, pacto social.

Tempranamente, en 1834, Nieto Gil promueve aquello que pondrá en práctica décadas más tarde: una Constitución centralista. Escrito influido por el enciclopedismo francés y de las ideas de Montesquieu y con tintes de romanticismo (Espinosa, 2001, p. 11).

A MIS CONCIUDADANOS

Aunque los derechos y deberes del ciudadano están demarcados en la Constitución, no siempre ésta llega à manos de todos, por cuya causa es muy útil un estracto de ellos sacado de las instituciones del país y del derecho natural y público de las naciones, para que sea menos molesta y fastidiosa su lectura. Deseoso siempre de que mis compatriotas conozcan lo que son, y á cuanto están comprometidos con la sociedad del pueblo libre à que pertenecen, he hecho reimprimir este cuadernito, con algunas agregaciones útiles á nuestra situación actual en que es preciso que el pueblo se penetre de sus verdaderos intereses para que los sostenga.

Dedico este pequeño trabajo à la juventud granadina en quien está principalmente fundada la esperanza de la patria. Mi mayor placer será el que él sea de alguna utilidad, porque nadie puede aspirar à una mejor recompensa (Nieto Gil, [1834] 2011, p. 180) 4.

Facilitar el acceso y conocimiento a la Ley escrita para constituir una ciudadanía cívica es el modo en el que la Constitución de un Estado podría implementarse, según el autor. En parte, esa postura se debe a la máxima romántica rousseauniana que reza “conocer la Ley es conocerse a sí mismo”, idea presente en la cita textual supra. Dicho texto, además está dedicado a los jóvenes granadinos por ser la esperanza de la generación que construirá la patria, la nación.

Para garantizar que el sistema de gobierno republicano se sostenga y no troque hacia un estado de monarquía absoluta o despótico, indica que el que lo promueva será denominado “reo de alta traición” y, por lo tanto, merecerá castigo. Se está refiriendo y atacando, directamente, las tendencias monarquistas que en Cartagena representaba la familia Castillo y Rada. Sobre el fundamental concepto de propiedad, añadía, asimismo: “Cada uno es dueño absoluto y legítimo propietario de su cuerpo y de los productos de su trabajo [...] ninguno debe ser privado de la menor porción de su propiedad, sin su consentimiento” (Nieto Gil, [1834] 2011, pp. 181-182), en lo que quedaba claro su liberalismo económico.

La novela Ingermina o la hija de Calamar

En el prólogo a la obra en estudio de Nieto Gil, Espinosa asevera que, a pesar de la incomunicación entre los países de habla hispana fomentada desde la colonización española, pudo haber una cierta influencia, en el escritor caribeño, de las obras argentinas de Esteban Echeverría –en particular Elvira o la novia del Plata (1832) y El Matadero (1838-1840)– así como otros escritos de los integrantes del conocido Salón Literario de la Generación del ’37 del Río de la Plata 5.

Este mismo prologuista, también se atreve a afirmar que no cree que Nieto Gil haya podido acceder a los autores europeos tales como Rousseau y su Julia o la Nueva Eloísa, Voltaire, Chateaubriand, Madame de Staël, de Sue, Hugo, o Swift, e incluso el mismo Stendhal6. Más bien, sostiene que su forma de narrar “exenta de adornos poéticos, posee algo de espontáneo, algo que la hace parecer redactada por un lector del Código Civil” (Espinosa, 2001, p. 19). Sin embargo, Espinosa se desdice y afirma, al final de este prólogo, “[…] aunque pudiese haber desconocido la mayoría de la nómina francesa que atrás citamos, su trato con Sue sí nos debe resultar evidente” (Espinosa, 2001, p. 21). A pesar de estas dubitativas afirmaciones, Ingermina…, “constituye una avanzada en el parvo acervo novelesco hispanoamericano de mediados del XIX” (Espinosa, 2001, p. 22).

Entre novela histórica y ¿homenaje a la mujer autóctona?

La novela aquí analizada puede ser catalogada dentro del costumbrismo y del romanticismo. Al igual que los rioplatenses Sarmiento y Mitre, Nieto Gil también apuesta a la fuerza política de la escritura, a pesar que gran parte de su vida ha actuado como militar activo. La novela comienza con la descripción del pueblo de Calamar por su numerosidad poblacional y por sus características de ser el más fuerte y el más civilizado (Nieto Gil, [1844] 2001, p. 29). Observa que allí hay un gobierno del pueblo con carácter cuasi absoluto porque existía un consejo que ayudaba al cacique. Subraya que la organización política de esta comunidad está bastante próxima a la idea de “civilización”, más que de una tribu de bárbaros.

Los calamareños cuentan, no obstante, con algunas tradiciones tales como la correría del amor y las ceremonias fúnebres; también hay divisiones de sectores con diferentes jerarquías (cacique, mohanes, capahies, jadcadhies, entre muchas otras figuras). Aquí comienza aquella construcción de un “mito de origen”, de un nosotros colectivo inherente a la idea de nación cívica que implica la unificación de un territorio, con una organización político-institucional, educativa y económica.

Tal como afirma Quijada (2003, p. 287), es una novela que compone la construcción de una nación, en tanto creación histórica moderna, que implica sustituir la idea de “imaginario colectivo” por la de una nación que siempre fue inmanente, singular y autoafirmativa.

Nieto Gil recrea algunos sucesos ocurridos en 1533 con la llegada decisiva por parte de los españoles. Por la cercanía de la fecha, muy próxima a la época elegida por el rioplatense Vicente Fidel López para narrar la novela La novia del hereje o la inquisición en Lima (publicado en 1846), ambos autores colocan notas a pie cuando el dato ficcionalizado es históricamente comprobable.

Como toda novela romántica, la historia de amor que construye Nieto Gil es entre Ingermina (hija adoptiva del cacique de Calamar) y Alonso de Heredia (hermano del líder colonizador español). Lo interesante es que le da voz a los “sin voz”, los pueblos originarios o “autóctonos” encarnados en el cacique Ostarón, su esposa “adoptada” Tálmora, la mencionada Ingermina, su hijo “biológico” Catarpa (el héroe romántico de la novela quien se revela contra su padre y contra los invasores), entre otros. En la novela se narrarán varias historias sucedidas en momentos previos a los hechos relatados. Tal es el caso de la historia de Ingermina. Adoptada dos veces, aunque ella no lo sepa hasta muy entrada la novela. Este personaje central es de “raza mestiza” ya que fue concebida entre un español errante de apellido Velásquez (marinero que llegó junto con Colón a las tierras cartaginenses, pero por un accidente quedó varado en tierra mientras la embarcación se retiraba de esas costas) y Tálmora, una joven mujer lugareña del pueblo de Calamar. Velásquez fue expulsado de aquellas tierras por el cacique despótico Marcoya. Este, anunció la muerte del español y se apropió de Tálmora y de su pequeña hija Ingermina. La consideró siempre hija biológica y obligó a la madre jamás revelar la verdad. Quien reemplazará a Marcoya, Ostáron, por el contrario, era un “indio civilizado”. Nieto Gil narra el origen por el cual Ostáron pasó a ser cacique. Marcoya fue destronado por Ostáron –con la ayuda de los calamareños– porque aquel castigaba a quienes no compartían sus decisiones e incumplía las costumbres del pueblo.

Los calamareños estaban dispuestos a aprovechar la menor oportunidad que se les presentase para deshacerse de un déspota tan brutal. La cara bifronte de Marcoya, Ostáron “había sido de la clase del pueblo […] sagaz y dotado de bellas cualidades, haciéndose amar de sus conciudadanos, consolándolo y mostrándose compasivo por su suerte […] Ostáron llegó a ser el ídolo y la esperanza de sus oprimidos compatriotas” (Nieto Gil, [1844] 2001, p. 59). Marcoya murió peleando contra los insurrectos, quienes habían preparado la conspiración. Ostáron, para evitar que la rebelión increpara también a la familia del cacique, corrió a ampararla. La “viuda” y su hija Ingermina fueron adoptadas nuevamente.

El otro grupo de personajes de la novela también cuenta con un binomio similar: “los españoles buenos”, los hermanos Heredia, con un trato civilizado para con los pueblos conquistados. Y los españoles corruptos, villanos, violentos, déspotas encarnados en el Licenciado Badillo y Peralta, quienes sufrieron el reemplazo de su función en la colonia de Cartagena por parte de los Heredia, gracias a la orden de la Corona española. Lograron, sin embargo, engrupir a la Corona para ser repuestos en sus papeles a esas tierras a través de la falsa denuncia a los Heredia por robo y corrupción.

La historia

La relación de amor entre la indígena y el español se encuentra en un segundo plano cuando las descripciones de Nieto Gil se trasladan al trato de los “castellanos” (tal como los denominaba el autor) para con los indígenas. Con la intención de alimentar la idea de la necesaria construcción de un “mito de origen”, Nieto Gil no duda en demostrar las relaciones armónicas entre dominante y colonizado. Parafraseando a Cabrera (2007), la particularidad de las novelas históricas es que se encuentran entre ficción y hechos acontecidos. Este género literario permite observar el recorrido que realizó la actual Colombia hacia la modernidad y su separación de esferas de valor (el ámbito privado con el espacio público/político). Además, es un documento que registra los discursos hegemónicos sobre gobierno, cultura, cuerpo/espacio nacional y, al mismo tiempo, da cuenta de la construcción de la colectividad social, la memoria y la tradición.

Ingermina… ilustra la fundación de un orden moderno-colonial basada en el consentimiento de ambas partes, no sin expresar cierta crítica al abuso de poder, a la esclavitud (indígena, en particular) y a la codicia presentes en la empresa colonial. El filosofema “civilización-barbarie” se hace presente. La costa, tan prejuzgada por su poca adaptación a la modernidad, es reivindicada como un territorio donde la civilidad también es posible. Es un mensaje al corazón de los sectores aristocráticos y poderosos ya que no se aleja de las convenciones románticas y de elementos “científicos” a la europea.

Lo autóctono se hace presente a través de los personajes “indígenas” (el uso que hacen de la tierra) y la aceptación y legitimación al proceso de civilización en aras del progreso. Ingermina…, sus personajes románticos y “el episodio fundacional de Cartagena, en el cual el conquistador Alonso de Heredia y una princesa nativa, Yngermina, se enamoran y desafían un número de circunstancias adversas para hallar finalmente la felicidad en el matrimonio, re-crea la construcción del cuerpo político moderno, civilizado” (Cabrera, 2007, p. 74). Aquí, los aspectos de la cultura española se entremezclan y se imponen o superponen sobre y con las experiencias y culturas nativas o autóctonas.

Es así que aparece la visión de Nieto Gil sobre la condición femenina de su tiempo a través de la figura del indígena. “Entre estos indios, las mujeres trabajaban más que los hombres; éstos, fuera de la pesca y la caza se desentendían casi de las demás ocupaciones” (Nieto Gil, [1844] 2001, p. 32). Y el ejercicio bélico, tan homocéntrico, aquí se difumina: “Las mujeres también tomaban las armas, cuando lo exigía imperiosamente la defensa del país, y había de ellas quienes disputaban a los hombres la audacia, el valor y las recompensas” (p. 35; el destacado es mío). Los deberes de las mujeres allí invadirían el mundo de los hombres.

Respecto de las nociones pueblo/país/nación, Nieto Gil las circunscribe con claridad: patria, cuando se refiere al territorio donde se construyen los hogares: “los Calamareños [no pueden] abandonar sus hogares sin derramar copiosas lágrimas de dolor por la pérdida de la patria, que presentían no volver a pisar más” (Nieto Gil, [1844] 2001, p. 49). Aquí, el narrador interviene unas líneas más abajo, posicionándose en un estatus diferente al de los orígenes y extendiendo esta “patria chica” (la tierra de Calamar con sus bellezas naturales) a todo Cartagena, que al parecer es la pequeña nación de Nieto Gil: “tenían razón los Calamareños: su patria es hoy la mía” (p. 49).

Traslada la belleza y gracia de la naturaleza y clima de la ciudad del cacique antes de la invasión, a su Cartagena actual: “en Cartagena [esa misma naturaleza] es siempre portentosa, magnificente. Un cielo tan despejado y hermoso, como la misma luz […] donde desaparece con rapidez los nublados del invierno, formando un horizonte pintoresco y maravilloso” (Nieto Gil, [1844] 2001, p. 49). Un claro gesto romántico que continúa durante varios párrafos. Es decir, los dos paisajes naturales del mismo territorio se corresponden a dos momentos en donde no hay opresión ni invasión externa.

En el segundo caso, aquel en donde interviene el autor, Cartagena ya es imaginada como independiente. La figura del indígena es dotada, al decir de Cabrera (2007), de una especie de estereotipo cultural “de naturaleza femenina” ante la amenaza externa, que se contrasta con la europea “patriarcal”. Por ejemplo, tanto el pueblo de Calamar como los pueblos vecinos (el de Canapote) poseen esa especie de acogimiento y consternación ante la emigración de sus vecinos: los emigrados “encontraron en sus vecinos todos los recursos de la hospitalidad; cada familia hospedó otra en su casa” (Nieto Gil, [1844] 2001, pp. 50-51). Más allá de esta hipótesis, lo cierto es que el autor es ambivalente en cuanto a colocar a estos “pueblos indígenas” como absolutamente bárbaros.

Hay dos ejemplos inversamente proporcionales: uno, que los hace civilizados a pesar de pertenecer al grupo de la barbarie. El otro, teniendo costumbres “bárbaras” (es decir no europeas ni cristianas), se asemejan a la civilización occidental. Para el primer caso, llama la atención que, ante el ostracismo del pueblo de Calamar, este junto con el pueblo hospitalario de Canapote, realizan una asamblea en donde el cacique habla como si estuviera en la asamblea que produjo la Revolución Francesa porque menciona las ideas de independencia y libertad y la necesidad de disponerse a defender la patria del común enemigo. Pero es consciente del desbalance en cuanto a las fuerzas materiales con las que cuenta, todo un estratega bélico, porque observa la superioridad de las armas y la táctica española (Nieto Gil, [1844] 2001, p. 51), a diferencia de otros pueblos que ante la noticia de la invasión “resolvieron incendiar sus poblaciones y dispersarse” (Nieto Gil, [1844] 2001, p. 53). Para un cacique sin contacto con el mundo democrático, moderno, europeo, sus palabras connotan casi un anacronismo para el propio personaje, es una expresión de un alto sentimiento nacional y con un grado mayor de racionalidad y cálculo de medios-fines, rasgo eminentemente moderno. Aquí es evidente el “mito de origen” que crea Nieto Gil hacia la modernización, al menos de su pequeña nación, dando cuenta que se puede imitar los modos extranjeros de pensar, al tiempo de no perder su pertenencia territorial y cultural.

El ejemplo inverso tiene que ver con el funcionamiento “de la familia”: los calamareños seguían las costumbres de otros pueblos de América, permitiendo la poligamia. Siempre la mujer estuvo a disposición del hombre: en el caso del pueblo indígena, cuando un marido tenía que salir a un viaje largo, repartía sus mujeres entre sus amigos […] durante su ausencia, los recomendados, en cambio de la manutención, ejercían sobre ellas los mismos derechos que el marido, quien si a su regreso las encontraban embarazadas, tenía que reconocer los hijos como legítimos suyos” (Nieto Gil, [1844] 2001, p. 32).

Se encuentra entonces un hecho compartido entre el mundo occidental y cristiano y aquel “más bárbaro”: el patriarcalismo. En la cima de la jerarquía familiar, el hombre y la mujer sometida a sus decisiones. Lamentablemente no se encuentran los motivos de la superioridad del hombre sobre la mujer en el pensamiento del autor estudiado.

Como se dijo ut supra, la obra no escapa de las ambivalencias, ambigüedades o mezclas culturales propias de mediados del siglo XIX. Esto se vislumbra, por ejemplo, en el modo de caracterizar a los personajes femeninos: Catalina, “una india civilizada” que sirvió de intérprete a los Heredia7, como la propia Ingermina, cuyos rasgos fisionómicos –“su tez casi blanca y sonrosada a que daban realce los rizos de su pelo color de azabache, su talle esbelto, sus maneras graciosas, sus facciones proporcionadas” (Nieto Gil, [1844] 2001, p. 60)– y su capacidad para aprender, no solo la lengua española, sino aceptar profesar los valores católicos, alejándose de los hábitos de los “salvajes” americanos para parecerse a una mujer europea. En efecto, Ingermina hace todo lo necesario para ser aceptada por el hermano del conquistador.

Además, al ser la hija (adoptiva) de un cacique, le da a Alonso de Heredia cierto estatus ante los ojos de los otros españoles. La unión de dos sexos (mujer-hombre) en una pareja constituida le permiten al autor metaforizar sobre el destino o situación política del pueblo: por un lado, la relación impuesta por el cacique Ostáron entre Catarpa, hijo biológico, con su hija adoptiva Ingermina. Por el otro, el romance central de la novela: el enamoramiento genuino entre Ingermina y el español Alonso de Heredia.

Para el primer caso, esa unión que no se llevó acabo, es producto de la concepción negativa que Catarpa expresa respecto de cumplir y subordinarse. Nieto Gil construye entonces un personaje que, siendo indígena, posee un discurso cercano al mundo “civilizado” que lo convierte en lo que el romanticismo considera “héroe”:

¿Qué satisfacción (dijo él a su padre) puede resultar al hijo de un Cacique heredero de su soberanía, de unir su suerte a una mujer escogida, que no puede ya participar con su esposo de las delicias del poder supremo, de que le ha despojado la usurpación del extranjero arrojándolos de su patria y hogar? ¿No fue con el objeto de que os sucediésemos, que formasteis el proyecto de unirnos? Y bien: ¿de qué os seremos sucesores ahora? […] si vosotros sois indiferentes y soportáis la esclavitud hasta contaros dichosos con ella, yo no puedo serlo a la ignominia de mi patria y de mi casa. Si Ingermina participa […] como descendiente de soberanos, debe convenir que se retarde nuestra unión […] pues por mi parte me encuentro más feliz conservando mi independencia, errante por los bosques y entre las bestias salvajes, que sufrir la presencia siquiera de uno de nuestros opresores (Nieto Gil, [1844] 2001, p. 61).

A pesar de una argumentación racional, potente, combativa y esclarecedora, el cacique impone, de todas maneras, realizar el casamiento, “valiéndose para ello de la autoridad paterna” (Nieto Gil, [1844] 2001, p. 62). Por ello, Catarpa se fugaría antes de que ese hecho sucediera.

La cara bifronte es la relación que se inicia entre la princesa indígena y el hermano del líder conquistador. La belleza de ella no es solo lo que lo atrae, sino también el hecho de saber que es princesa. Él mismo le enseñó a hablar español y la convenció que abandonase de a poco las costumbres de su nación –arguye Nieto Gil ([1844] 2001, p. 66)– lo que evidencia la concepción de una posible nación pre-existente a las invasiones españolas, pero flexible para admitir modificaciones impuestas. Nieto Gil escribe ([1844] 2001, p. 67) que no se les concedió, por ejemplo, el culto de su propia idolatría, reemplazándolo por la religión cristiana, sobre todo, cuando fueron trasplantados del pueblo de Calamar a Cartagena. Los españoles lograron persuadirlos y convencerlos de su nueva condición. Es ya documentado por distintas disciplinas, incluida la arquitectura, que las prácticas impuestas por los españoles más habituales eran las procesiones que los indígenas niños de ambos sexos debían realizar detrás del ministro cristiano. Pero el autor anota que la adopción de esas prácticas eran bajo un estilo autómata, sin un verdadero espíritu o fe en lo que profesaban. En otras palabras, simples entes que obedecían al ser que se les había impuesto como “superior”.

La contra cara a un pueblo sometido y practicante, pero sin fe genuina, se encuentra en el personaje de Ingermina, la mujer que elige educarse bajo las enseñanzas españolas, sin presiones. En efecto,

[…] nada se le había aún dado a entender de religión, cuando tantos conciudadanos suyos estaban ya hechos cristianos, y aunque en unión de la familia del Cacique, se le permitía asistir a los ejercicios del templo a que prestaba mucha atención, todo el empeño de Heredia era por entonces instruirla en la lengua española (Nieto Gil, [1844] 2001, p. 68; el destacado mío).

Ingermina da su consentimiento de recibir aquella instrucción llevada por el amor que le profesa a Alonso de Heredia. Ella, entonces, representaría la figura bisagra dando paso a un estado moderno y “civilizado”, sin el abandono de sus tradiciones: “su gusto se refinaba algo más, con las visitas continuas de Heredia y otros jóvenes Castellanos, las maneras casi salvajes de sus conciudadanos le parecían ya inferiores y aun chocantes” (Nieto Gil, [1844] 2001, p. 69). Ingermina es esa otredad de un mundo femenino a la europea adosado y fundido a su cultura y las costumbres originarias.

Quien presupone las intenciones de Alonso y sospecha, incluso, de lo que estará por suceder, es la madre de Ingermina, Tálmora. Ella no solo se lo comunica a Ostáron, sino que además insiste con la unión ya planificada por el Cacique. Ingermina dudaba de este enlace, no solo por las palabras de Catarpa, sino también porque lo que ella sentía por él era un cariño fraternal, lejos de la ternura que se tiene por un amante.

El joven Alonso, jefe de la colonia calamareña, hizo acallar los rumores imponiendo respeto. “Carácter peculiar a la nación Española [acota Nieto Gil], que ha constituido una de sus mejores cualidades” (Nieto Gil, [1844] 2001, p. 70).

A diferencia de los otros ejemplos, las caracterizaciones tanto de “los naturales” como la de los “españoles”, tienen casi los mismos rasgos, en su particularidad. Como si la fusión pudiese ser armónica, posible… Pero esta “seudo fusión armónica” entre el pueblo de Calamar, trasladado a Cartagena por los españoles, se ve interrumpida por grupos de insurrectos, lo cual lleva a reasentar también al pueblo de Canapote a la misma ciudad. Nuevamente, la hospitalidad de un pueblo que recibe al otro en ostracismo, tendrá como representante a una mujer, en este caso a Ingermina, quien se encargará de las mujeres consolándolas por haber perdido su patria, su hogar.

Pero, aunque Ingermina tenga capacidades civilizadas, el narrador expresa lo que Don Pedro tenía en su mente (colocándola en la figura de una intrusa): […] estas naciones medio salvajes, destinadas por la naturaleza a la sumisión y la obediencia de sus conquistadores, irían poco a poco olvidándose de su humilde condición, si por medio de relaciones domésticas adquiriesen confianza y amistad con sus señores (Nieto Gil, [1844] 2001, pp. 79-80, el destacado es mío).

Se demuestra, una vez más, que en la mente de Nieto Gil está la intención de fundar/refundar una nación con lo autóctono, pero olvidando el pasado y la condición del pueblo bajo el yugo de la conquista. Claro tópico que pudo capturar muy bien Ernest Renan: “La existencia de una nación es (si me perdonan la metáfora) un plebiscito cotidiano” (Renan, [1882] 1947, p. 904), de la que suele expurgarse. Por cierto, con el significativo paréntesis, se deduce toda una concepción cívica, política y voluntarista de la nación. Así, sería el consentimiento de los ciudadanos el elemento conformador, por excelencia, de la nación. En este sentido, las críticas a la falta de rigor histórico a la obra de Nieto Gil pierden fuerza si se avizora que la intención de fondo es pensar/escribir sobre la nación en ciernes (Goldwaser, 2015, p. 25).

La historia de un matrimonio

Matrimonio y fundación de la ciudad son las dos caras de una misma moneda: el nuevo orden colonial que incluye no solo un trazado espacial, sino también arquitectónico, militar, pedagógico (siempre bajo las enseñanzas de la religión católica) y la lengua española. Elementos que los nativos aceptan beneplácitamente, en la pluma del narrador.

La institución del matrimonio que liga “raza” o estirpe y género (intersección fundamental en las organizaciones sociales basadas en el linaje y el parentesco), aparece como un medio que permite no solo “atraer y conservar” la población, sino que emerge como un elemento legitimador del nuevo orden (Cabrera, 2007, p. 75).

Aunque la historia de Ingermina y Alonso sea absolutamente ficticia, el autor –en una nota al pie– cita un ejemplo histórico similar: la historia del inglés Rolfe con la princesa “Pocahuntas”, hija del cacique Powhatan, en la primera colonia en Virginia, Estados Unidos de Norte América: “El Gobernador Dale persuadido de las ventajas de esta unión, la protegió con todo su influjo, y celebrado el matrimonio, todas las tribus salvajes sometidas a Powhatan, vivieron en estrecha amistad con los nuevos pobladores” (Nieto Gil, [1844] 2001, p. 80, infr. 16). La princesa indígena viaja a Inglaterra y es recibida con todos los honores por el rey Jacobo I y la reina.

Alonso no va a cansarse de replicarle a su hermano: “¿Quién nos ha dado derecho de reputar como esclavos nuestros a hombres que se nos asemejan, tan solo por la casualidad de haber descubierto sus países?” (Nieto Gil, [1844] 2001, p. 80). Una mirada un tanto ingenua y romántica del autor que al mismo tiempo idealiza a los colonizadores:

[L]a gloria […] como conquistadores, consiste en habernos tocado la dicha de hacer un bien al género humano sacando a los conquistados de la ignorancia y la idolatría, para cultivar su entendimiento y atraerlos al seno de la verdadera religión (Nieto Gil, [1844] 2001, p. 81).

Y continúa la argumentación ahora, de manera comparativa respecto al origen fundacional de España: “¿Hubo algún español que concediese a los Árabes el derecho de dominio, ni que lo consintiese impasible, porque hubiesen ellos conquistado la Península?” (Nieto Gil, [1844] 2001, p. 81). Ingermina es el pre-texto en la escritura de Juan José Nieto Gil para plantear el ideal de un ensamblaje entre el pueblo de su ciudad natal y la cultura europea. La unión entre un español de pura cepa y una mestiza cuasi “aborigen” “es en la novela la creación simbólica de Una Nación” (Conde Calderón, 2009, p. 318). Para Conde Calderón, da lo mismo que en el centro de la novela esté “un indio o una india” porque al cabo es

[…] a través de la invocación de lo indígena [que] se buscaba la movilización de todos los sectores sociales. A mediados del siglo XIX la reflexión sobre lo indígena surgiría como ‘una representación idealizada del pasado grandioso o heroico. Aquí el pasado y la tradición indígena son solo un componente retórico del discurso y del imaginario nacional (Conde Calderón, 2009, p. 318).

Sin embargo, podría ser un posible homenaje a la que doblemente no tiene voz: una mujer, una autóctona. Y, al mismo tiempo, el autor celebra la fusión de ambas culturas a través de la figura de la mujer.

Notó además [Pedro de] Heredia, la diferencia personal que había entre ella y sus compatriotas: que se aproximaba más a la clase Europea que a la Indígena, y que sus gracias y gentileza realzadas en gran manera, podían causar orgullo a la más garbosa hija de la risueña Andalucía (Nieto Gil, [1844] 2001, p. 88).

En una nota al pie, Nieto Gil aclara que no es una excepción estos parecidos, al contrario, son frecuentes. El autor ha conocido en la costa del Darién, jóvenes indianas de color muy claro, y facciones bellas; “muchachas de la misma raza de figuras interesantes, que adornadas e introducidas en la sociedad de gran tono, harían muy bien el papel de una señorita” (Nieto Gil, [1844] 2001, p. 88; el destacado es mío).

El héroe romántico y la figura de la mujer varonil

Los insurrectos, con Catarpa en la vanguardia, son apresados por la tropa de los “castellanos” que los buscaban incansablemente por el territorio salvaje, no poblado por los conquistadores. En el tiempo que Catarpa estuvo fugado, se dedicó a reunir a los indios dispersos por aquellos contornos y a los pueblos al mando de otros caciques. Así, llegó a ser proclamado “Cacique”. Exaltaba por doquier el amor a la libertad e independencia y por eso había ganado adeptos errantes. El joven cacique se unió con el de Turbaco, quien le ofreció a su hija para estrechar la alianza. A diferencia de Ingermina, la princesa de Turbaco no pertenecía a un “pueblo cobarde ni degradado”, a los ojos de Catarpa. Esta joven niña se encontró peleando junto a él. “Era de figura gentil, y no dio a conocer el más pequeño temor al apoderarse de ella los soldados Españoles, mostró ser tan varonil en la prosperidad, como en la desgracia. Solo se inquietaba por la suerte de su esposo, era digna de él” (Nieto Gil, [1844] 2001, p. 93).

Cuando traen a Cartagena a este grupo de rebeldes, la familia de Ingermina y ella misma temían que encontraran la relación con Catarpa y que todas las relaciones se echaran por tierra. Es, a partir del diálogo con Alonso, que se desata el discurso reivindicativo de los pueblos autóctonos, “poniéndole voz”, una vez más, a los subalternos, primer gesto de este tipo en la historia literaria colombiana:

¿Crees orgulloso Castellano […] que preferiré la deshonra de deber la vida al enemigo de mi patria, a la muerte gloriosa que esta hora me ha de libertar de una miserable esclavitud […]? Si nacimos bárbaros, déjanos sin una civilización que provee de tantos medios poderosos para subyugar al débil, abandona nuestra tierra (Nieto Gil, [1844] 2001, pp. 93-94).

unto a él, la intrépida princesa varonil, armada de una macana, lo auxiliaba con tan maravillosa destreza que llamó la atención de los guerreros españoles “sin atreverse ninguno a hacerle daño, su sexo y su valor le sirvieron de escudo” (Nieto Gil, [1844] 2001, pp. 94-95; el destacado es mío).

A pesar de que Catarpa le pedía la muerte para él y su esposa, Alonso se negó. El discurso de Catarpa había fascinado y convencido a los dos Heredia. La insurrección se debió a que comparaban a todos los españoles con Peralta, “el malo de la historia”, un español torturador, asesino y déspota que antes de la llegada de los Heredia se comportaba con los indígenas de manera violenta e impiadosa. Los Heredia comprendieron todo. Pusieron a todos los rebeldes en libertad a condición que les prometieran ser pacíficos. “Pudo la persuasión lo que no había podido la fuerza” (Nieto Gil, [1844] 2001, p. 97), rasgos a medio camino entre el neoclasicismo y el romanticismo.

Don Miguel Peralta Manrique, sentenciado a deportación, quedaba detenido en la cárcel hasta que se presentase buque que lo condujera a España. Peralta será quien arruine el “final feliz”. Estando en España, inventa una serie de intrigas que provocó que el Rey enviara a suplantar y encarcelar a Heredia, a deponer a todos los empleados (supuestamente cómplices del colón) y a colocar como comisionado al Lic. Francisco Badillo, el tirano, el bárbaro, aunque del mundo civilizado. Badillo encontró a Cartagena en estado de prosperidad, lo cual aumentó sus vicios y ansias por apoderarse de todo cuanto allí había. Mandó a encadenar a Heredia, lo que generó desconcierto y, sobre todo, en Ingermina una conmoción inigualable por ser él, el objeto de su amor y fantasías de formar una familia.

Además, reducen a prisión a todos los indios de ambos sexos. Se escogieron todos los hombres y mujeres más robustos y se los embarcó hacia Santo Domingo para trabajar como esclavos en las posesiones de Badillo. Ingermina y su familia lograron escapar. Sin embargo, la incansable Ingermina no podía evitar dirigirse a la cárcel donde se encontraba Alonso. Badillo la captura, le ofrece ser su mujer a cambio de su libertad e indulgencia a su familia. Ella se niega:

¿Qué motivos habéis tenido para creer que la hija del último de los Caciques soberanos de mi patria, se rindiese a vuestros criminales deseos? […] ¿ofender el pudor, proponiendo a una joven la corrupción de sus costumbres […] esa consideración que todos los hombres deben a mi sexo?” (Nieto Gil, [1844] 2001, pp. 147-148, el destacado es mío).

Con esta “lección de moral”, la indígena es apresada junto a su familia. Ya en el calabozo, recibe la visita del Obispo quien, oponiéndose a las actitudes del nuevo conquistador (Badillo), le recomienda a Ingermina que se refugie en la religión cristiana, de donde recibe consuelo para poder pasar el momento que vive. Al mismo tiempo, ella quiere convencer a su madre y hermano Catarpa, sobre todo a este último, que se conviertan y profesen la religión de Jesucristo para desterrar la desesperación. El joven le responde enfáticamente:

Cesa de persuadirme a que abrace otra religión: yo quiero conservar siquiera esta memoria de mi pueblo, pues quien reniega de su religión, es capaz también de renegar de su patria […]. Esa religión que se dice ser tan buena, es la misma que profesa el malvado autor de nuestras desdichas, y cuando en nombre de ella, también se nos oprime y aniquila (Nieto Gil, [1844] 2001, pp. 157-158; el destacado es mío).

Al otro día, ya están todos los calamareños embarcados en una nave rumbo a Santo Domingo. Para goce propio, Badillo trae al barco a Alonso para que viera el estado de Ingermina, pero en un instante, ella –arrebatada por la humillación–, decide tirarse al mar, detrás le sigue Alonso y luego Catarpa, todo es confusión. Badillo no puede creer lo que ve. Los tres llegan a la costa y se dan a la fuga. Aunque la fragata decide dirigirse a la costa próxima y Badillo diera órdenes de capturarlos vivos o muertos, estos ya están internados en los montes. La historia finaliza con el asalto de Catarpa a Cartagena, aprende a Badillo, el pueblo se subleva y pide por Alonso (al tiempo que el rey ya era informado por el obispo de las atrocidades de Badillo y Peralta). Heredia toma nuevamente posesión de la administración. Peralta aparece muerto, al parecer, por las “pasiones de los indios que son tan ardientes en amar, como en aborrecer” (Nieto Gil, [1844] 2001, p. 203).

Conclusiones

Cartagena fue fundada, eso es un hecho cierto. ¿Pero cómo ha sido ese proceso? Ingermina…, documento histórico-literario, que revisa con rigurosidad histórica y destreza en el uso del género de ficción, ofrece indicios de aquel episodio. La necesidad de la primera mitad del siglo XIX de construir una historia “nacional”, con epicentro en los Andes, también aloja la defensa y los interrogantes del ideario de su tiempo: la problemática de las relaciones entre los sexos y, sobre todo, la existencia de culturas tan opuestas. Por supuesto que el eje de la cuestión pasa por la colonización y el ejercicio del poder sobre esos nuevos territorios.

Como habrá notado el lector, la ambivalencia de Nieto Gil es permanente en la incorporación de personajes simétricamente opuestos. Eso hace que, por momentos, el autor se coloque como un defensor de la “civilización” europea, frente al “atraso” representado en los grupos “indígenas y negros”. Pero también suceden los homenajes o exaltaciones a la cultura autóctona. Es que ese intersticio, esas contradicciones reveladas, bajo una perspectiva propia del liberalismo decimonónico, le permitió al autor dejar constancia de las condiciones de los dominadores frente a los dominados, de la tensión entre las diferencias de los sexos, el papel que jugó la mujer en esas construcciones históricas, criticando al mismo tiempo lo que en aquella época se denominaba “el sexo débil o el bello sexo”. Se puede concluir que, teniendo en cuenta el contexto del texto, la novela proyectó un Caribe blanco, civilizado, en la medida en que el triunfo de la relación entre el conquistador y la princesa nativa se funden en un acto simbólico, aunque no sin dificultad por el hecho de ser una mujer pagana, a los ojos de los españoles.

Referencias

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Notas

1 Publicada gracias al financiamiento de algunos “suscriptores”/amigos del autor en la ciudad de Kingston, Jamaica. Originariamente constaba de dos volúmenes que en total sumaban 201 páginas. La imprenta que lo editó fue la de Rafael J. de Cordova.
2 Cabe destacar que la presente investigación es la versión final de diversos ensayos y trabajos preliminares (Goldwaser, 2013, 2015).
3 Esta biografía está basada fundamentalmente en un trabajo anterior por quien suscribe (Goldwaser, 2015).
4 En las citas a los textos de Nieto Gil se respeta la ortografía original.
5 También denominada “Joven Generación argentina” de 1837 (intelectuales de la elite porteña, mayormente), adscribían a las ideas ilustradas y románticas. Sus reflexiones giraban en torno a la nación y a la nacionalidad. Entre sus miembros se encontraban Esteban Echeverría, Juan Bautista Alberdi, Juan María Gutiérrez, entre tantos otros destacados escritores y políticos. Una de las particularidades que hemos investigado en otra ocasión es que fue la primera generación rioplatense en incorporar a la figura de la mujer en sus discursos tanto políticos como literarios (Goldwaser, 2010).
6 Hipótesis contraria a las afirmaciones de Fals Borda (1986).
7 Puede asemejarse a los relatos sobre “la Malinche”, hija de un cacique del Imperio azteca, vendida a un cacique Maya, luego obsequiada como esclava a Hernán Cortés. Ella se convertirá no solo en su traductora, sino también en su amante.

Notas de autor

* Argentina. Doctora en Ciencias del Arte por Paris 1 Panthéon Sorbonne Francia y Doctora en Ciencias Sociales por la Universidad de Buenos Aires, Argentina. Investigadora del Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas (CONICET)-Instituto de Estudios de América Latina y el Caribe (IEALC) de la Universidad de Buenos Aires (UBA) y Docente de la carrera de Arquitectura de la Universidad Nacional de Avellaneda, en el Departamento de Arquitectura, Diseño y Urbanismo (UNDAV-DADU), ambas instituciones se ubican en el Área Metropolitana de Buenos Aires, República Argentina. Correo electrónico: nathalie.goldwaser@gmail.com ORCID https://orcid.org/0000-0002-8676-3409
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