Artículos científicos (sección arbitrada)
Repensando la Independencia de Cuba a partir de Biografía de un cimarrón de Miguel Barnet
Rethinking the Independence of Cuba from Miguel Barnet´s Biography of a Runaway Slave
Repensando a Independência de Cuba a partir de Memórias de um Cimarron de Miguel Barnet
Repensando la Independencia de Cuba a partir de Biografía de un cimarrón de Miguel Barnet
Cuadernos Inter.c.a.mbio sobre Centroamérica y el Caribe, vol. 18, núm. 1, 2021
Universidad de Costa Rica
Recepción: 27 Julio 2020
Aprobación: 06 Noviembre 2020
Resumen: El relato testimonial Biografía de un cimarrón de Miguel Barnet es uno de los pioneros del género narrativo y ha llamado la atención de la crítica desde el momento de su publicación. La novela-testimonio es vista por investigadores como un texto que permite el acceso del público lector a una episteme “genuina”, salvaguardada por un testigo de eventos históricos. El objetivo principal del presente artículo es demostrar que el relato del cimarrón y exmambí Esteban Montejo abre nuevos caminos de lectura y análisis de momentos históricos. En especial, nos enfocaremos en sus declaraciones sobre la guerra de la Independencia Cubana. Con este propósito, utilizaremos como herramienta metodológica la teoría de los Estudios Subalternos. El análisis pondrá en evidencia la negación de la agencia afrocubana en la historia oficial de la época independentista en Cuba, y ofrecerá una lectura de los eventos que reconozca el importante aporte afrodescendiente.
Palabras clave: Testimonio, Estudios Subalternos, Esteban Montejo, historiografía, afrocubanos.
Abstract: The testimonial story Biography of a Runaway Slave by Miguel Barnet is one of the pioneers of the narrative genre and has attracted the attention of critics from the moment of its publication. The novel-testimony is seen by scholars as a text that allows the reader access to a "genuine" episteme, safeguarded by a witness of historical events. The main objective of this article is to demonstrate that the narrative of the maroon and former mambí Esteban Montejo opens new paths of reading and analyzing historical moments. In particular, the focus will be on his statements on the Cuban War of Independence. For that purpose, the theory of Subaltern Studies will be used as a methodological tool. The analysis will highlight the denial of the Afro-Cuban agency in the official history of independence in Cuba and will offer a reading of the events that recognizes the important Afro-descendant contribution.
Keywords: Testimony, Subaltern Studies, Esteban Montejo, historiography, Afro-Cubans.
Resumo: O romance testemunhal Memórias de um Cimarron de Miguel Barnet é um dos pioneiros do gênero narrativo e atraiu atenção da crítica desde o momento de sua publicação. O romance testemunhal é visto pelos pesquisadores como um texto que permite ao leitor e a leitora aceder a uma episteme “genuína”, respaldada por uma testemunha de eventos históricos. O principal objetivo do presente ensaio é demonstrar que a história do quilombola e exmambí Esteban Montejo abre novos caminhos de leitura e análise de momentos históricos. Em particular, nos concentraremos em suas declarações sobre a guerra da Independência Cubana. Para isso, utilizaremos a teoria dos Estudos Subalternos como ferramenta metodológica. A análise destacará a negação da agência afro-cubana na história oficial da época da Independência cubana, e oferecerá uma leitura dos eventos que reconheça a importante contribuição afrodescendente.
Palavras-chave: Testemunho, Estudos Subalternos, Esteban Montejo, historiografia, afro-cubanos.
“A mí nada de eso se me borra. Lo tengo todo vivido”
Fuente: Esteban Montejo (2010, p. 64).
Introducción
En 1966 fue publicada la obra Biografía de un cimarrón de Miguel Barnet por el Instituto de Etnología y Folclore de Cuba. Este género narrativo fue más tarde denominado por el autor “novela-testimonio” (Barnet, 1970). La obra tuvo de inmediato una recepción positiva en la academia y fue aclamada por la crítica; alcanzó rápidamente reconocimiento internacional y Miguel Barnet1 se consagró como pionero de este tipo de narrativa (Echevarría, 2011; Sklodowska, 2002; Yudice, 1991). Por su carácter híbrido, es decir, por amalgamar literatura y etnografía (novela y testimonio), ha sido estudiada ampliamente por críticos literarios e historiadores(as). Mientras Michael Zeuske (1997) reconoce el importante aporte de este texto para la historiografía, en especial para el estudio del contexto colonial en Cuba y de la esclavitud en general, Elzbieta Sklodowska (2002) recalca la relevancia del género para la literatura y afirma que la escritura de novelas testimoniales por Barnet (él también es autor de las novelas-testimonio: Canción de Rachel de 1969 y Gallego de 1981) ha contribuido para convertirlo en “uno de los escritores más destacados de la literatura cubana contemporánea” (p. 799).
Biografía de un cimarrón puede ser, por lo tanto, considerada una de las más importantes obras publicadas en Cuba en la segunda mitad del siglo XX. Eso se da, sobre todo, por su valor documental, porque actúa como testimonio de un momento histórico. Es en este aspecto que el presente trabajo pretende enfocarse, en cómo este relato permite nuevas formas de lectura y entendimiento del pasado. En especial, centraremos nuestro análisis en el período histórico de la guerra de la Independencia, de la cual Esteban Montejo, el testigo, participó activamente. Con este propósito, iniciaremos este artículo bosquejando brevemente las características centrales de este tipo de narrativa y presentaremos los conceptos fundamentales que componen los Estudios Subalternos, los cuales servirán aquí de teoría base para el análisis del texto de Barnet.
El testimonio
Según John Beverley (1989), las raíces del testimonio se encuentran en textos que son anteriores a la publicación de Biografía…. Son obras no ficcionales, como las crónicas coloniales, ensayos costumbristas y diarios de guerra que marcan el género del liberalismo latinoamericano. Sin embargo, es apenas en la década de 1960 que el testimonio se afirma como un nuevo género narrativo. El surgimiento y la expansión de la novela-testimonio están íntimamente relacionados con el crecimiento de movimientos populares de resistencia en América Latina y, en especial, en Centro América (Beverley, 1989; Lancaster, 1999). En 1970, la institución Casa de las Américas decidió premiar la categoría novela-testimonio en su concurso anual, cimentando y fomentando, así, el género en el ámbito literario cubano (Beverley, 1989).
Beverley define el testimonio de la siguiente manera:
Con testimonio me refiero a una novela o narración en forma de libro o folleto [...], contada en primera persona por un narrador que es también el verdadero protagonista o testigo de los acontecimientos que relata, y cuya unidad de narración suele ser una "vida" o una experiencia vital significativa2. (1989, p. 12).
Una característica central del testimonio es, por lo tanto, el hecho de basarse en el relato de un “testigo”, de alguien a quien se le reconoce por la experiencia y vivencia de un momento histórico de relevancia. El “informante” es visto como un archivo vivo y la fuente de una episteme original: ofrece un punto de vista que solo los “de adentro” pueden brindar. De este modo, el relato del narrador o narradora no tiene la función de reflejar un recuerdo individual. La experiencia singular es percibida como representante de la memoria colectiva de un pueblo o grupo social en particular. El sujeto que narra su vida es alguien que, en las palabras de Rowlandson: “ha sufrido la historia”3 (2010, p. 3) y representa la voz silenciada del marginalizado o, podríamos decir, del subalterno. Al leer una novela-testimonio, por lo tanto, la persona lectora tiene la sensación de estar escuchando directamente la voz de este “sobreviviente”, como es el caso de Esteban Montejo en Biografía de un cimarrón. El informante es representante de una clase social que sobrevivió al yugo del sistema, quizás, más bárbaro y cruel que haya existido, que fue la esclavitud. La opresión racial que sufrió fue real y merece ser escuchada. Además, el exmambí puede ser visto como un importante testigo de la guerra de la Independencia de Cuba, en la cual luchó.
La novela testimonial es un género literario muy controversial y ha sido debatido calurosamente por los críticos del área en los últimos años. El problema central consiste en que estas novelas, que tienen como base el relato de un testigo, suelen tener un gestor, como es el caso de la obra aquí analizada. Biografía…, por lo tanto, es un relato en primera persona que, no obstante, es de facto escrito por alguien “de afuera”. Es este aspecto fundamental que ha llevado a los más escépticos a preguntarse: al fin, ¿quién es el que habla en la novela-testimonio, el testigo o el gestor?, ¿es posible decir que la voz que escuchamos es realmente la del sobreviviente? El problema no para ahí. En su relectura de Biografía…, el historiador Michael Zeuske (1997) llama la atención hacia el silencio de Barnet/Montejo en relación con los últimos 60 años de vida del cimarrón. El historiador acusa a Barnet de haber ocultado ciertos aspectos de la trayectoria de su testigo porque estos no coincidirían con la imagen del revolucionario que Barnet quería proyectar de su entrevistado. Mediante la minuciosa lectura de archivos, Zeuske descubrió que Montejo había tenido en 1904 una relación de patrón-cliente con Eduardo Guzmán, un cacique político de mala fama. Barnet sabía que esta información mancharía la imagen, predominantemente, positiva que el autor estaba creando de Montejo y, por eso, decidió omitirla. Los descubrimientos de Zeuske evidencian que el relato testimonial no puede ser visto como una transcripción de la narración del testigo. Así, la función del gestor no es solo la de organizar lo narrado para garantizar la comprensión, como lo afirma Barnet (1970). Más bien, el autor decide qué incluir, enfatizar o excluir en todo el relato, según sus intereses personales y considerando su público lector. Zeuske no es el único en resaltar la intencionalidad del gestor al producir la obra testimonial. Para el crítico literario Emil Volek (2000), el testimonio es un instrumento, frecuentemente, utilizado por intelectuales de la izquierda para promover una causa. Así, afirma Volek, el testimonio escoge meticulosamente a sus testigos y, al tener como objetivo la concientización y el adoctrinamiento del lector, “abandona el espacio potencial del discurso testimonial y entra en el espacio del fervor religioso o político” (p. 4).
Defensores del relato testimonial, por otro lado, enfatizan que la novela-testimonio nunca tuvo la pretensión de ser un testimonio en el sentido jurídico de la palabra, en el que contradicciones no son permitidas (Arias, 2001, p. 76). Más bien, lo importante es que produzca en el lector “la sensación de estar experimentando lo real”4 (Beverley, 1989, p. 22). Estos autores relativizan la presencia del gestor en el texto con el fin de valorizar y destacar la del narrador primario. Para ellos parece ser evidente que, incluso con sus posibles incoherencias teóricas y metodológicas, la novela-testimonio representa un género fundamental en el ámbito de la narrativa contemporánea latino-americana y mundial, ya que da voz al sujeto silenciado y marginalizado. Así, resaltan la importancia del testimonio como expresión de la subjetividad subalterna. Rowlandson (2010) en su introducción de Biografía… concluye que: “si la narrativa [de Montejo] fue adaptada por el editor, que así sea, nada puede silenciar la voz de Esteban”5 (p. 51).
El debate en torno a la autenticidad de la voz en las novelas testimoniales parece todavía no haber cesado y no es el objetivo del presente artículo adentrarse en esta discusión. Aunque nos parece esencial leer el relato de Barnet/Montejo teniendo en cuenta estas dos posiciones, como también la propia coyuntura histórica en que el texto se produjo, proponemos que el relato de Montejo arroja luz sobre aspectos de la historia que han permanecido ocultos o que han recibido poca atención hasta los días de hoy. Por lo tanto, partimos de la premisa que Biografíade un cimarrón nos ayuda a repensar la historiografía oficial y, en especial, a ver y a reconocer la importante participación de los negros en los diferentes contextos históricos.
Recontar la historia partiendo de la voz silenciada de “los de abajo” fue la principal propuesta de los pensadores que iniciaron la escuela de los Estudios Subalternos, cuyos principales objetivos presentaremos brevemente a continuación.
Los Estudios Subalternos
El proyecto conocido como “Estudios Subalternos” tuvo su inicio a principio de la década de 1980, cuando un pequeño grupo de historiadores del Sur de Asia, concentrados en Inglaterra, empezó a indagar y a repensar los criterios metodológicos que habían sido empleados al escribir la historia. Un papel central en este grupo desempeñó el historiador Ranajit Guha (Banerjee, 2010; Chakrabarty, 2005). Guha (1988) se apropió del significado que le da el Concise Oxford Dictionary al término “subalterno” para definirlo como “de rango inferior”. Para el historiador, la subalternidad puede ser expresada en términos de “clase, casta, edad, género, oficio, o de cualquier otra forma”6 (p. 1). Se trata, por consiguiente, de un concepto que tiene un espectro amplio y visa la inclusión y el reconocimiento de los grupos subalternos en su diversidad.
Por lo tanto, el objetivo principal de estos estudiosos era (y es) dar visibilidad a la agencia de grupos subalternos en la historia. Así, enfatizaron la necesidad de revisitar los archivos y repensar la historiografía teniendo en cuenta los mecanismos de poder y dominación que han influenciado su producción, a fin de “revelar” algo oculto y silenciado, y de contar una historia diferente de la que había sido contada. El proyecto de los Estudios Subalternos consiste, por lo tanto, en un método de estudio que tiene como desafío el desarrollo de estrategias de análisis capaces de generar un conocimiento “nuevo” sobre el pasado, aunque este sea limitado e inconcluso (Banerjee, 2010; Chakrabarty, 2005). Como observa Beverley (1999), este método alternativo establece como su meta ofrecer “un instrumento conceptual para recuperar y registrar la presencia de lo subalterno tanto históricamente como en las sociedades contemporáneas"7 (p. 31). Así, esta teoría hace posible una reflexión crítica sobre la narración de la historia misma, que es vista como resultante de la influencia de los que tuvieron la oportunidad de hablar, y pone en manifiesto los mecanismos de poder que fueron ejercidos sobre el propio proceso de escritura de la historia. Por otro lado, ella también, como bien observa Beverley, abre nuevos caminos para la identificación de los silenciamientos de grupos subalternos en las sociedades contemporáneas.
Aunque los primeros historiadores y estudiosos que compusieron la escuela de los Estudios Subalternos se han enfocado, sobre todo, en exponer el contexto de producción historiográfica en India, es posible notar hoy que el término “subalterno” está siendo empleado con cada vez más frecuencia en estudios sobre África, Europa y América Latina. Como observa Prakash (1994), los Estudios Subalternos se han convertido en “un modo reconocible de erudición crítica en historia, literatura y antropología”8 (p. 1476).
Las posibilidades y límites del testimonio como relato histórico
La novela-testimonio Biografía de un cimarrón no puede ser considerada un documento histórico propiamente dicho, debido a los límites del género ya mencionados anteriormente. Es decir, la intervención del gestor, cuyas motivaciones e intenciones reales (quizás políticas o financieras) desconocemos en unos casos y solo podemos conjeturar en otros. En el caso específico de Biografía…, es importante recordar el contexto histórico y político en que “nació”, es decir, la Cuba posrevolucionaria. Según Monika Walter (2019), la imagen del cimarrón es construida por Barnet para demostrar lo practicable que son las revoluciones, encajándola perfectamente en el “‘espíritu’ de una época” (p. 25). También Emil Volek (2000) resalta que la obra busca trasmitir la idea de que Cuba había dado el gran salto de la esclavitud a la revolución socialista, presentando la Revolución como el clímax y telos de la historia cubana moderna. Era necesario “vender” la imagen de Montejo como revolucionario, dispuesto a luchar en contra la opresión y amenaza extranjera, antes española, ahora americana. Estos críticos destacan, así, el esfuerzo de Barnet por construir un mito que encajara dentro de los moldes de la Revolución Cubana.
Sin embargo, el presente estudio reconoce que una capa importante del texto de Barnet viene de su orientación etnológica. Según el propio autor, la decisión de elegir a Esteban Montejo como entrevistado en este proyecto científico fue tomada al reconocer la participación del exesclavo en importantes momentos históricos, como la esclavitud y la guerra de la Independencia. Períodos que “ha[n] dejado una huella profunda en la psicología del cubano, ha[n] contribuido a formarlo, le ha[n] atribuido una historia” (Barnet, 1970, p. 134). Para Barnet, por lo tanto, Montejo representa la memoria de una época, cuyo acceso abre nuevos caminos para la interpretación de eventos históricos que han sido cruciales para el desarrollo de la nación cubana. Como buscaremos demostrar en este estudio, el relato de Montejo no es solo riquísimo en detalles sobre estos eventos, como también ofrece un conocimiento “nuevo” de los hechos al resaltar la participación de los negros en la guerra de la Independencia y, sobre todo, al representar con su propia trayectoria de vida un ejemplo de la agencia afrocubana en momentos decisivos de la historia de Cuba.
La participación negra en la guerra de la Independencia, según el testimonio de Esteban Montejo
Según Michael Zeuske (2001), no hay fuentes fidedignas sobre la participación cuantitativa de afrocubanos en la guerra de 1895, pero se estima que estos representaron entre el 40 y el 90 % de los combatientes en el ejército cubano. Zeuske no es el único en señalar el significativo aporte negro en la guerra de los cubanos contra la colonización española. También los estudiosos Claudio Gallegos (2018) y Aline Helg (1998) hacen mención de la presencia en masa de negros en las tropas cubanas. Según Ada Ferrer (2002), los afrocubanos ocuparon diversas posiciones jerárquicas en el Ejército Libertador y muchos negros conquistaron rangos antes exclusivos de combatientes blancos, como los de capitanes, coroneles y generales. Se estima que estos hombres de color hayan compuesto el 40 % del número total de oficiales en posición de liderazgo. Antonio Benítez Rojo (1997) calcula que ese número haya sido incluso más elevado que el estimado por Ferrer. Para el investigador, cerca de la mitad de los mandos militares en la guerra fueron ocupados por individuos negros y mulatos. Reitera, además, que los afrocubanos representaron una mayoría incontestable entre los combatientes.
Parece evidente que la participación de los afrocubanos en la Guerra de Independencia fue de transcendental importancia para el desarrollo de los hechos. Sin embargo, en gran parte de los libros sobre la historia de Cuba, la participación de los negros en la guerra con frecuencia es mencionada de forma marginal. Usualmente, no compone siquiera un subcapítulo del libro. Además, pocas veces descubrimos algo sobre la identidad de estos agentes. Salvo algunas excepciones, los combatientes afrocubanos son presentados como un grupo homogéneo, carente de individualidad.
La invisibilización del aporte negro en la Guerra de Independencia no es patente solo en la producción escrita. El Archivo Fotográfico Mambises9, disponible al público en la página web de la Biblioteca Nacional de Cuba “José Martí”, también es un claro ejemplo de la ocultación, de la distorsión de la imagen de los negros en la guerra del 189510. De las 56 fotografías que componen el archivo, los negros aparecen en apenas 18 de ellas (de las cuales predominan numéricamente solo en cinco). Lo que llama la atención en estas fotografías es, sobre todo, la forma como los afrocubanos son retratados en los grupos mezclados: en general al fondo o al margen de la fotografía, haciendo visible la división –y jerarquía– racial dominante a fines del siglo XIX.
La segregación es evidente, pese a la retórica antirracista de algunos importantes líderes del movimiento independentista, como el propio José Martí, quien en su célebre texto “Nuestra América” declara que “no hay razas” (Vitier, 1993, p. 151). Es axiomático que el racismo imperante en la sociedad cubana de la época ha contribuido para disminuir o incluso ocultar el aporte de afrocubanos en eventos históricos, lo que, como podemos observar en los libros de historia contemporáneos, parece haber dejado sus huellas en la narración historiográfica.
No parece, por lo tanto, inaudita y disparatada la crítica que Esteban Montejo expresa cuando se refiere a la falta de reconocimiento de la agencia negra por parte de las autoridades:
Al terminar la guerra empezó la discusión de si los negros habían peleado o no. Yo sé que el noventa y cinco por ciento de la raza negra hizo la guerra. Luego ellos empezaron a decir que el sesenta y cinco. Bueno, nadie les criticó esas palabras. El resultado fue que los negros se quedaron en la calle. Guapos como fieras y en la calle. Eso era incorrecto, pero así fue (Barnet y Montejo, 2010, p. 171).
El primer elemento que este pasaje evidencia es el surgimiento de un discurso posbélico que buscó encubrir la actuación de los negros en la Guerra de Independencia. Cuando Montejo alude a que “empezó la discusión” y que “ellos empezaron a decir”, es obvio que hace referencia a los blancos, usuales poseedores del poder. El negro, pese a haber sido de transcendental importancia para la conquista de la Independencia cubana, no fue convocado a debatir sobre el futuro de la nación.
Otro aspecto que se axiomatiza en la declaración del cimarrón es la imposibilidad de los negros de manifestarse contra las injusticias practicadas. Los blancos no les criticaron las palabras a los que tuvieron la oportunidad de hablar porque les convenía la manutención del status quo, es decir, del orden social vigente que beneficiaba a los blancos en detrimento de los negros. Es probable que, por eso, se hayan callado ante la arbitrariedad cometida hacia los negros. A los afrocubanos, visto que eran tratados apenas como ciudadanos de segunda clase, como recalca Antonio Benítez Rojo (1997), les fue negado el derecho de expresar su indignación. Lo que les restó fue aceptar el apagamiento de sus esfuerzos y asentir a las consecuencias de este discurso.
La imposibilidad de hablar es expresada por Montejo como una realidad común de los negros en Cuba, como podemos observar en el siguiente fragmento de su relato: “Hay que quedarse callado o contar la verdad. Pero como a uno muy poca gente le cree, pues uno se calla. Y si no se calla se complica, o se complicaba, mejor dicho, porque hoy nadie le aguanta la boca a la gente” (2010, p. 171). En otra ocasión, afirma: “Lo que más me ha salvado es que me he callado, porque no se puede confiar. El que confía mucho se hunde solo” (2010, p. 181).
Para el subalterno, desproveído de los mecanismos de protección estatales que deberían garantizarle el derecho de hablar, el silencio parece representar la única posibilidad de refugio, de subsistencia. Las palabras de Montejo reflejan, así, un escepticismo hacia las autoridades que defraudaron al negro. Sin embargo, Montejo también apunta hacia un cambio en la sociedad respecto a la libertad de expresión. Se subentiende que, para la época que Montejo narra su historia, es decir, en los años de la década de 1960, los negros ya no tienen miedo de expresar sus ideas, opiniones y críticas, o el miedo no parece ser más fuerte que la necesidad de hablar. Es posible que esta apertura en la sociedad haya llevado Montejo a romper el silencio que le “ha salvado” y a exponer su visión de los hechos. Tampoco sería insensato asumir que Barnet haya incluido esta segunda parte del mensaje de Montejo para enfatizar el progreso de la nación bajo el nuevo régimen. Quizás nunca lo sabremos con seguridad. Independiente de la razón, es indiscutible que el relato del cimarrón enriquece la historiografía de forma inmensurable.
La narración de Montejo nos permite, por un lado, ver los hechos históricos desde el punto de vista del subalterno, por otro, nos posibilita intuir lo que el narrador y sus compañeros afrocubanos pueden haber sentido ante las injusticias que han tenido que soportar callados:
Cuando terminó la guerra, que todas las tropas llegaron a La Habana, yo empecé a observar a la gente. Muchos se querían quedar cómodos, suavecitos en la ciudad. Bueno, pues ésos que se quedaron, salieron peor que si hubieran regresado al monte. Peor, porque empezó el tira y encoge, el engaño y las mentiras. “Negro, tú vas a ser rico aquí.” Y ¡ñinga! Ese era el primero que se moría de hambre (2010, p. 181).
Los africanos y afrocubanos se habían afiliado al Ejército Libertador en la esperanza de, finalmente, conquistar sus derechos como ciudadanos en la sociedad cubana que, por fin, era libre (Gallegos, 2018). Todo el ambiente patriótico era promisorio y despertaba en el combatiente negro el sueño de igualdad social, el anhelo por una vida menos dura que la que solía tener en el campo. Sin embargo, tuvo que ver todas sus expectativas frustrarse, ya que esas promesas nunca fueron cumplidas. La situación no había cambiado para los negros, que seguían tan marginalizados como antes. No había espacio en los centros urbanos para los exmambises negros, así que, para muchos de ellos, como para el propio Montejo, la mejor opción fue regresar a las plantaciones y seguir la vida como si la guerra nunca hubiera ocurrido. De esa forma, sus nombres han caído en el anonimato y sus historias se han perdido en el olvido.
Para Montejo existe una explicación para esta postura de rechazo de la población blanca hacia los afrocubanos: el miedo de que “cuando el negro cogiera fuerza, cuando se educara, era dañino a la raza blanca” (2010, p. 178). El “miedo al negro” y a su ascensión social es algo que surgió, sobre todo, tras la Revolución Haitiana en 1804 y la consecuente abolición de la esclavitud en el país vecino. Estos acontecimientos llevaron a eminentes teóricos de la sacarocracia11 cubana, como Francisco de Arango y Parreño, a promover la inmigración en masa de individuos blancos con el fin de alcanzar un paulatino blanqueamiento de la población (Arango y Parreño, 2005). La guerra parecía haber promovido, sino de facto al menos en un plano ideológico, cierta unión entre las razas. Sin embargo, las medidas tomadas por el gobierno en los primeros años posteriores a la guerra demuestran que el racismo hacia los negros no desapareció con la proclamación de la Independencia. El primer partido “negro” de las Américas, el Partido Independiente de Color (PIC), había sido fundado en Cuba en 1908 por veteranos negros de la guerra de Independencia, pero fue prohibido apenas dos años después. La prohibición desencadenó en 1912 un conflicto que recibió el nombre de “guerra de las razas”, en el cual la participación negra fue brutalmente reprimida (Zeuske, 1997, p. 272).
Zeuske (1997) descubrió que también Montejo había participado de la revuelta en defensa del PIC, sin embargo, esa información no es mencionada en Biografía.... Solo podemos especular sobre los motivos que llevaron Barnet a omitir este importante dato. Fundamental para nuestra investigación, sin embargo, es el hecho de que el relato de Montejo, aunque limitado, nos da la oportunidad de reconocer su agencia y de escuchar la voz resentida del mambí negro. Montejo es aquí representante de una clase que no vio ponerse en práctica la inclusión prometida y que tuvo que regresar al campo, a la caña, al tabaco, sin ninguna perspectiva de mejoría. “Todo parecía que había vuelto para atrás” (2010, p. 181), concluye el cimarrón sobre la situación del negro después de haber terminado la guerra y denuncia la falacia en que incurrieron los discursos patrióticos y nacionalistas del movimiento independentista, los cuales motivaron a los negros a participar de la conquista por la Independencia cubana y a creer en una nación unificada. La voz del subalterno es, aquí, por lo tanto, una dura crítica hacia las medidas racistas implementadas durante el período posbélico y hacia el discurso de importantes figuras históricas que, a través de su retórica fervorosa, movilizaron a los negros a defender una causa que era, en primer lugar, de interés de la clase blanca.
El “odio que había contra los negros” (2010, p. 158) es lo que, según nuestro testigo, llevó a importantes líderes afrocubanos del movimiento a no recibir el reconocimiento merecido. Montejo narra su versión de un desentendimiento entre el Mayor General Máximo Gómez y el General Quintín Banderas, que era negro. Según nuestro informante, los dos generales tuvieron algunas divergencias y de esta contienda resultó la propagación de un rumor sobre una posible traición de Banderas que estaría planeando entregarse al Ejército Español. Una acusación que, según Montejo, no tenía ningún fundamento sino en la discriminación racial. El general que luchó por la Independencia de Cuba desde el inicio del movimiento, falleció en 1906 y fue sepultado “sin honores jerárquicos” (Hernández, 1985, p. 134). Montejo reverencia a Banderas al recordarlo de la siguiente manera:
Yo he visto hombres valientes, pero como él únicamente Maceo. Pues en la República pasó muchos trabajos. Nunca le dieron una buena oportunidad. El busto que le hicieron estuvo tirado en los muelles muchos años. El busto de un patriota. Por eso la gente está revuelta todavía; por la falta de respeto hacia los verdaderos libertadores. Al que le cuenten lo del busto cree que es mentira. Y sin embargo, yo lo vide. Ahora no sé dónde estará. A lo mejor lo volvieron a poner. Yo le haría diez bustos a Banderas. Uno por cada batalla. Se los merece (2010, p. 158).
Según Montejo los hombres más destacados, más valerosos de la guerra fueron los dos afrocubanos Antonio Maceo y Quintín Banderas. Cuando Montejo se refiere a “la gente” que está revuelta, es probable que esté aludiendo a los que participaron, testimoniaron estos eventos y tienen una visión diferente de los hechos de aquellos que han apenas escuchado la versión de los blancos, que son los que han sido encargados de escribir la historia oficial. A pesar de Banderas haber ocupado un cargo de liderazgo dentro de las tropas mambises, tampoco logra escapar del destino de los demás combatientes afrocubanos, el de no serle concedida “una buena oportunidad”. Banderas no recibe los créditos por su incesante lucha por la libertad de Cuba y el busto que le hacen parece una farsa, ya que, al desaparecer, no puede desempeñar su función primordial que es la de mantener viva la memoria del personaje histórico.
Afortunadamente, el testimonio de Esteban Montejo nos permite conocer un poco más de cerca estos personajes que fueron fundamentales para la formación de una Cuba libre. El exesclavo hace una larga mención, por ejemplo, de la participación de los lucumíes en la guerra y reconoce la importancia de su actuación en el proceso de conquista de la Independencia, como expone el siguiente fragmento12:
Los lucumises eran muy trabajadores, dispuestos para todas las tareas. Hasta en la guerra hicieron un buen papel. […] Aun sin estar preparados para pelear se metían en las columnas y echaban candela. Luego, cuando esa guerra se acabó volvieron a trabajar, a seguir esclavos. Por eso se desilusionaron con la otra guerra. Pero pelearon igual. Nunca yo vide a un lucumi [sic] echando para atrás. Ni lo oí haciendo alardes de guerrero […] Es más, tenían mayor responsabilidad que los criollos. Todo el mundo sabe que hubo criollos guerrilleros. De los viejos no se puede sacar uno guerrillero. Esa es la mejor prueba. Pelearon con Carlos Manuel y dieron una lección de patriotismo. No voy a decir que sabían a lo que iban. Pero iban (2010, pp. 150-151).
Al referirse al aporte de los lucumíes al desarrollo de estos eventos, Montejo contribuye para una deconstrucción de la imagen estereotípica de los combatientes negros como un grupo uniforme y homogéneo. Entre los negros había, por lo tanto, esclavos –en este caso nos referimos sobre todo a los primeros movimientos independentistas iniciados en la década de 1870–, negros libres y libertados. La declaración de Montejo de que los lucumíes “dieron una lección de patriotismo” es una forma de resistencia, ya que invierte el discurso oficial que, históricamente, ha enaltecido la imagen de generales y oficiales blancos en detrimento de la de los negros. Con esa afirmación, Montejo no solo expresa su admiración por estos negros nacidos en el continente africano, sino que insinúa que la participación de los mismos fue indispensable para el desarrollo de los acontecimientos. Más que cualquier otro, incluso los propios criollos –en este contexto la palabra “guerrillero” tiene una connotación negativa–, estos viejos lucumíes se mantuvieron fieles a los ideales del movimiento. Otra información que nos parece relevante en esta observación del cimarrón es que los lucumíes no fueron solo transcendentales para la conquista de la Independencia cubana, sino que, como dedicados trabajadores, también contribuyeron de forma inestimable a la formación de la economía de la recién naciente nación.
El relato de Montejo permite, además, que el historiador adquiera conocimiento sobre las diferentes funciones que fueron desempeñadas por los esclavos africanos en la guerra, como lo hace evidente el siguiente pasaje:
Muchos entraron en las filas siguiendo a los hijos o a los nietos. Se pusieron al servicio de los jefes, que eran criollos. Hacían guardias por las madrugadas, velaban, cocinaban, lavaban, limpiaban las armas... todos esos menesteres eran propios de ellos. Ningún bozal fue jefe en la guerra. En el escuadrón mío, que mandaba Higinio Ezquerra, había tres o cuatro de ellos. Uno se llamaba Jaime; otro Santiago; eran congos los dos (2010, p. 151).
Lo significativo en este fragmento, además de ilustrar los diferentes oficios practicados por los negros en los campamentos, es la individualización de los personajes referidos, la atribución de identidad hecha posible mediante la mención de sus nombres. No es probable que los nombres “Jaime” o “Santiago” hayan entrado para la historia oficial. Barnet, por medio del testimonio de Esteban Montejo, hace, así, posible que tantos personajes que permanecieron ocultos durante más de medio siglo puedan ser inseridos en la memoria colectiva sobre el evento. El exesclavo menciona en su relato numerosos nombres de negros que han impactado su vida y que han, en su conjunto, contribuido para formar la Cuba posindependentista. Son esclavos, como sus padres Nazario y Emilia, brujos curanderos como Lucas y Ricardo (o Regino) y soldados como su compañero Juan.
De una forma o de otra, estos personajes afrocubanos –cuyos nombres son algunas veces mencionados por nuestro testigo, otras no– han prestado servicio a sus comunidades aportando al desarrollo económico y cultural de la nación en formación. En especial, Biografía… refleja el empeño y dedicación del narrador Esteban Montejo en la guerra. Tres elementos centrales pueden ser identificados en el relato del exmambí sobre su propia actuación en el conflicto. El primero es la necesidad del narrador de expresar su patriotismo recalcando por qué había ido y permanecido en la guerra. El anciano enfatiza que fue por “honor” que se ha entregado por completo a la causa independentista (2010, p. 173). El segundo consiste en la posibilidad que Montejo ve de narrar cómo era la situación precaria de los que lucharon por una Cuba libre: la falta de comida, la deficiente estructura de los campamentos, en fin, “toda la podredumbre de la guerra” (2010, p. 174). Por último, la narración de estos hechos se presenta como una oportunidad de exhibir las consecuencias y marcas que estos eventos han dejado en el cuerpo del combatiente. Montejo recuerda que muchos perdieron sus vidas en la lucha, mientras que él puede considerarse afortunado de tener apenas “un balazo en un muslo”, cuya cicatriz le sigue recordando lo ocurrido en la guerra (2010, p. 152). Estos tres aspectos tienen la función de aclarar la motivación del exmambí al afiliarse al Ejército Libertador, de destacar los sacrificios que conllevaron la participación en el conflicto y, no menos importante, de reforzar su imagen como revolucionario genuino.
No obstante, Esteban Montejo no tiene la intención de transmitir al lector (o al oyente) la imagen de sí mismo como la del héroe de guerra. Más bien, busca presentar la conquista de la Independencia como un logro colectivo. En especial, reconoce el ahínco de todos los que lucharon a su lado. Según el narrador, estos merecían una medalla (2010, p. 171), ya que fueron los que verdaderamente hicieron la guerra. El exmambí declara además:
La clase de tropa nuestra sirvió de ejemplo; eso lo sabe todo el que peleó en la guerra. Por eso fue que se aguantó la revolución. Yo estoy seguro que casi todas las tropas hubieran hecho igual en esa situación. Nosotros tuvimos coraje y pusimos a la revolución por arriba de todo. Esa es la verdad. Sin embargo, muchos coronelitos y otros oficiales se cagaban fuera de la taza todos los días. Hacían cosas que ni los niños (2010, p. 170).
La memoria de la dedicación de su tropa –la cual, según nuestro narrador, era compuesta mayoritariamente de negros– es presentada como una verdad salvaguardada y protegida por los que son portadores de este conocimiento “original”. Se trata de una verdad casi palpable, porque refleja una vivencia real. Montejo extiende su reconocimiento del aporte del negro mambí a todos los combatientes africanos y afrocubanos al afirmar que las demás tropas habrían hecho lo mismo que la suya, la cual presenta como ejemplar. Esta afirmación refuerza la idea de colectividad, de representación de un ideal y una postura común. Una vez más, observamos cómo Montejo busca enaltecer la agencia de los mambises al compararlos con los “coronelitos” –el desprecio de Montejo se hace evidente en el uso del diminutivo– que no demostraron ni la misma valentía ni la voluntad que estos briosos negros. Aunque había afrodescendientes en los cargos de mando en el Ejército Libertador, lo más probable es que el cimarrón haga aquí referencia a los líderes blancos, ya que Montejo parece demostrar una admiración general por los combatientes negros. Así, al contrastar los soldados –se subentiende que eran negros– de los “coronelitos”, el exmambí trata de prestar honores al primer grupo, cuya actuación ha sido menoscabada y que ha salido de manos vacías de la guerra, mientras muchos de los blancos han recibido condecoraciones y han podido subir en la jerarquía militar.
Miguel Barnet (2010) resalta, en la pequeña introducción que ha escrito para la obra, que la visión que tiene Montejo de algunos hechos de la guerra es parcial, subjetiva y que se justifica tomando en cuenta la experiencia de vida del narrador, quien ha (sobre)vivido la esclavitud. El autor recalca, además, que la estimación de Montejo por los combatientes afrocubanos es casi incondicional. Concordamos con Barnet al reconocer que la narración de Esteban Montejo, aunque refleje la situación y realidad de todo un grupo social, tiene sus restricciones: está impregnada del resentimiento y revela las contradicciones de un relato que tiene como base una memoria fragmentada por el tiempo. Sin embargo, nos parece que la biografía de Esteban Montejo, aunque no pueda ser tomada como prueba fiel de los hechos, da voz y visibilidad a la agencia histórica de un grupo étnico que, en su subalternidad y exclusión social, no ha recibido –y sigue sin recibir– los créditos que merecerían. Los negros fueron los verdaderos agentes de la guerra de Cuba, pero son apenas pocos los nombres de estos afrocubanos –y africanos– que entraron en la historia oficial. Posiblemente será imposible rescatar estas identidades que se han perdido en el tiempo como resultado de las maniobras practicadas por los poseedores del poder para invisibilizar la agencia negra. El relato indignado de Montejo, sin embargo, es una lectura fundamental porque, al menos, nos hace recordar la importante participación de estos sujetos en momentos cruciales para la formación de la nación cubana, aunque no pueda revelar más que su perspectiva personal de los hechos históricos.
Además, este texto nos lleva a reflexionar sobre hasta qué punto la sociedad cubana no continúa marginalizando, negando al negro. John Beverley (1999) enfatiza que los Estudios Subalternos no pueden ser apenas una forma más de producción de conocimiento académico, sino que “debe ser también una forma de intervenir políticamente en esa producción al lado de los subalternos”13 (p. 28). Partiendo de este principio, podemos acercarnos a este texto cuestionando si el relato de Montejo no aborda problemas vigentes todavía. Si las dificultades por las que pasa el testigo, como afrocubano, perteneciente a la más baja clase social, como subalterno, siguen siendo desafíos enfrentados hoy por negros en Cuba. Un breve sondeo de la situación del negro en la Cuba actual revela que el racismo sigue imperando en la sociedad cubana contemporánea. Este es el resultado de una encuesta realizada en el año 2003 en La Habana. El 90,9 % de los entrevistados –pertenecientes a todas clases étnicas y sociales– declara sentir la existencia del racismo en la sociedad. Estudios recientes demuestran, además, que los individuos blancos, por lo general, siguen siendo caracterizados positivamente por la población, mientras a los sujetos negros son atribuidas calidades peyorativas y estigmatizadoras (Espina Prieto y Rodríguez Ruiz, 2006). Hoy los negros en Cuba suelen pertenecer al grupo más vulnerable de la sociedad, ocupando las peores viviendas y desempeñando labores mal remuneradas. Ellos están subrepresentados en las universidades y en los espacios de poder y, al mismo tiempo, sobrerrepresentados en la economía informal y en la esfera criminal (Zurbano, 2013).
Montejo fue un hombre que sobrevivió la esclavitud, el cimarronaje, condiciones de trabajo subhumanas, soportó el racismo, luchó en la guerra de la Independencia y por nada de eso recibió ningún reconocimiento o compensación. Aunque muchas de las barreras e injusticias vividas por Montejo ya no reflejen la situación del afrocubano contemporáneo, parece indiscutible que este grupo étnico sigue carente de representatividad y reconocimiento. La voz desencantada de Montejo es, por lo tanto, ayer y hoy, una crítica social.
Posiblemente Biografía… sigue siendo actual porque continúa hablando de problemas vigentes, como el racismo, el silenciamiento histórico y sistemático de grupos marginalizados y la injusticia social hacia los menos favorecidos. Quizás el debate académico pueda, al recordar la importancia de estos agentes en momentos cruciales de la historia de Cuba, aportar para dar más visibilidad a los mecanismos de poder que han contribuido para marginalizar y silenciar al negro, algo que ha dejado sus huellas en la estructura social cubana contemporánea.
Conclusión
La invisibilización de la agencia histórica de grupos subalternos en las diferentes sociedades es algo que ha sido resaltado por los Estudios Subalternos. La historia oficial de la Guerra de Independencia de Cuba fue, al menos en sus primeros momentos posbélicos, narrada por los integrantes de las clases dominantes, es decir, por los blancos. Movidos por el racismo o por el deseo de mantener sus privilegios de clase, crearon un discurso que buscó menoscabar la presencia predominante y la agencia transcendental del negro en la guerra. Sin embargo, estos discursos tuvieron implicaciones concretas en la marginalización del afrocubano y tienen que ser deconstruidos. Aportar para esta deconstrucción fue el objetivo principal de este artículo.
Como el presente trabajo ha demostrado, el relato de Esteban Montejo contribuye para la visibilización de este grupo que ha recibido un tratamiento marginalizador por los que han sido responsables de perpetuar la memoria de la guerra. El exmambí menciona nombres que, intencionalmente o no, han sido ignorados por los historiadores, enriqueciendo el archivo sobre el movimiento independentista. Además, narra su propia versión de los eventos, invirtiendo, por momentos, las posiciones jerárquicas. De este modo, hace reverencia a los soldados negros que son presentados como los verdaderos actores de la guerra. Montejo, por lo tanto, subvierte la narrativa oficial, reivindica la voz silenciada en el pasado y crea nueva memoria histórica.
Aunque un tanto romantizada y pese a las omisiones y manipulaciones del gestor para construir la imagen de Esteban Montejo como mito, la versión del testigo debe ser vista como una rica fuente de saber histórico. A través de esta, podemos reconocer los silencios impuestos a los afrocubanos en el siglo XIX e inicio del XX. Además, la misma nos permite repensar las posibles causas y efectos de este silenciamiento y de la negación negra en el trascurrir de la historia.
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