Cuadernos Inter.c.a.mbio sobre Centroamérica y el Caribe

Vol. 18, No. 2, julio-diciembre, 2021

La deconstrucción social del duelo y el horizonte de continuidades

Intercambios y memorias (sección no arbitrada)

La deconstrucción social del duelo y el horizonte de continuidades

The Social Deconstruction of Grieving and the Horizon of Continuities

A desconstrução social do luto e o horizonte das continuidades

Jorge Molina Aguilar *
Universidad Centroamericana José Simeón Cañas, San Salvador, El Salvador

La deconstrucción social del duelo y el horizonte de continuidades

Cuadernos Inter.c.a.mbio sobre Centroamérica y el Caribe, vol. 18, núm. 2, pp. 1-14, 2021

Universidad de Costa Rica

Antecedentes y nota introductoria a la versión en español de The Social Deconstruction of Grieving and the Horizon of Continuities

Si algo hemos aprendido en el contexto y coyuntura de pandemia por la COVID-19 es que las certezas parecen diluirse, incluso los rituales parecen agonizar, ese conjunto de ritos que se ven materializados en nuestro cotidiano y expresados en estilos y hábitos de vida parecen sufrir un cambio abrupto, un cambio que ostenta la promesa de un retorno a la normalidad, o en su defecto, a una noción de “nueva normalidad”. Esa promesa de retorno al rito, al ritual, y a la certeza parece encontrar eco y reposar en la esperanza de la vacuna. Este texto emerge nuevamente en una coyuntura donde parece que un virus no solo recorre el mundo, sino que también se bordea nuestra existencia a través de estadísticas y de un conteo permanente de muertes.

En El Salvador, todos los días aparecen publicaciones más o menos formales acerca de la cantidad de “muertos” y “desaparecidos”. Aunque las cifras oficiales siempre resultan en algún debate, es posible encontrar un conteo diario de muertes, pero este conteo no es algo novedoso ni tampoco fue resultado de la pandemia. Es una práctica constante, cada gestión de gobierno tiene como bastión principal mostrar una reducción en la cantidad de muertes por homicidio, y claro, muertes que también son el fruto de todos los tipos y expresiones posibles de violencia. Esto recuerda un poco la forma de abordar el fenómeno de la muerte en el siglo XVII –época de la muerte domesticada–, un tiempo donde los seres humanos aprendimos a convivir día a día con la muerte, sin mayor impacto o reparo a través de eso que Phillipe Ariès llamaba “duelo seco”1 (Ariès, 1977; Molina, 2021b; Molina, 2021c).

Poco a poco hemos ido retornando a esa convivencia “seca” con el fenómeno de la muerte, bien sea a través de un conteo de muertes donde parece que los números aminoran el impacto, es decir, que suavizan la noticia, o ya sea presentando las “bajas” o “inferiores” en la estadística, entonces es sinónimo de que un país está “mejor”, y que “va bien”, de nuevo, si esto se presenta así, es y será uno de los bastiones principales para mantener y lograr cualquier gestión de gobierno (Molina, 2021b).

Sin el mayor ánimo de mostrar una historiografía de las matanzas nacionales, es posible mencionar (a modo de paneo histórico) algunos datos importantes en El Salvador, el cual ha vivido históricamente una serie de masacres. Entre estas, la masacre histórica de campesinos y población indígena ocasionada en el año 1932, la cual inspiró una serie de movimientos revolucionarios e iniciativas indígenas en la década de 1970 y que se institucionalizaron en 1980, pero que también asentó las bases para una serie de conflictos y tensiones de índole político y militar, las cuales de nuevo –sin el mayor ánimo de pensar la historia de forma lineal– desarrollaron una guerra civil, una guerra que aunque parecía fruto de la coyuntura, en realidad expresaba una serie de desigualdades, inequidades e injusticias históricas que nunca fueron atendidas a profundidad, entre estas, los asesinatos cometidos en 1932.

La Guerra Civil (1980-1992) en El Salvador, dejó un promedio de 75 000 muertes y desapariciones y, en medio de ese contexto, se dieron una serie de asesinatos y masacres de parte tanto de la milicia como de la guerrilla salvadoreña, entre ellas se encuentra la de El Mozote, donde se reporta que la mayoría fueron niños y niñas (136 esqueletos encontrados, de un promedio de 400 muertos) (Deutsche Welle, 2020, 2021).

Luego de los Acuerdos de Paz en El Salvador, la violencia permaneció, el país continuó –y aún lo hace– conviviendo día a día con asesinatos, masacres, matanzas y desapariciones, de acuerdo con los datos obtenidos el Informe de Derechos Humanos:

El primer semestre del año 2018, en los cinco meses de enero a mayo, había habido 1506 homicidios. En el 2019 el número se había reducido a 1345 muertes. Una reducción aproximada del 11%. En cambio, si comparamos los cinco primeros meses de la presidencia de Bukele con las cifras de 2018, o con los último cinco meses de [Salvador] Sánchez Cerén vemos que el número de homicidios se reduce de los 1345 de los últimos 5 meses de gobierno del FMLN, a 787 desde Junio a Octubre. Los resultados finales del año 2019 cerraron con 2,398 homicidios. Desde el año 2015, en que llegamos a los 103 homicidios por cada 100,000, es la reducción más notable: Un número de homicidios un 28% más bajo que el año anterior, en el que se contabilizaron 3,346 homicidios. Sin embargo, aun reconociendo que la reducción de homicidios duplica la de los años anteriores, estamos todavía en índices muy altos, considerados desde el ámbito epidemiológico. En efecto, el número de homicidios oscila entre 35.6 y 37 homicidios por cada 100,000 habitantes (Instituto de Derechos Humanos de la UCA IDHUCA, 2019, p. 4).

En este mismo tema, otras fuentes como la Mesa Tripartita entre la Fiscalía General de la República, el Instituto de Medicina Legal y la Policía Nacional Civil a través de la Unidad de Acceso a la Información Pública expresaban que, en el año 2018, fueron perpetrados 3 114 homicidios y 232 feminicidios, otras fuentes más actuales mencionan que, solo entre agosto y octubre del 2020 –primer año de la pandemia por la COVID-19–, se presentaban en promedio 411 asesinatos (Asamblea Legislativa de El Salvador, 2020; Unidad de Acceso a la Información Pública de la Fiscalía General de la República, 2019).

De este modo, la situación actual, lejos de encontrar la tan anhelada paz, es orientada siempre a encontrar expresiones de la violencia, entre morir por falta de atención médica y recursos para afrontar un padecimiento, logrando evidenciar expresiones de una violencia estructural, institucional, simbólica y cotidiana, hasta los altos índices de feminicidios que el país presenta. Fenómenos como el duelo y la vivencia de la pérdida –humana y no humana– son una constante, y una de las pocas certezas que aún prevalecen. Adolecer la pérdida, vivir el luto y el duelo, es algo frecuente, se experimenta en el cotidiano, es en sí mismo una experiencia individual y colectiva, así como también, un hecho social.

Contextos como este demandan una reflexión y una búsqueda que va más allá del “dato”, y claro, de pensar a profundidad lo que está subyacente detrás de las estadísticas, de los certificados de defunción, de las tablas (o gráficos de pastel). Es decir, reflexionar un momento que detrás de cada cifra lo que hay –o hubo– son personas, gente que vivía su cotidiano, que soñaba, que anhelaba y que se sorprendía de vez en cuando, gente que amó y fue amada (Molina, 2021b). Y aún más complejo, al lado de esas personas (vistas en forma de datos) existen aún más personas, es decir, vínculos en medio de un entramado interminable de ensamblajes que generan aún más vínculos, y detrás de estos (vínculos), hay gente que extraña, que anhela, y que asimila la pérdida en su día a día, gente que vivirá en medio de esos discursos patologizantes y prescriptivos, y que asimilará y se apropiará de su pérdida y su nueva identidad a través de las reflexiones que otros hacen; o simplemente existirá en un panorama de resignación, melancolía e incluso de olvido.

Detrás de esas muertes –hoy números– quedaron individuos que poco a poco asimilan y aprenden a vivir con la pérdida, algunos con mayor facilidad que otros. Estas formas de manejar y asimilar el duelo están más lejos de presentarse de forma lineal –aunque los discursos dominantes lo sostengan– y cada vez más cerca de comprenderse de manera rizomática y menos estructuralista.

Aparte de ese paneo histórico, donde se convive a diario con la muerte y la idea de morir en El Salvador, el país al igual que el mundo entero se enfrenta a un contexto de pandemia. Esto puede agravar el fenómeno de la muerte en doble sentido, primero, a través de los datos y los números que hoy también se presentan como “muertes por COVID-19” y que, en algunos casos, fruto del virus, potencian y reflejan una falla estructural e histórica en el Sistema Nacional Sanitario; segundo, una alteración de los rituales en torno a la muerte, el manejo de las exequias y los comportamientos mortuorios.

De nuevo, una renuncia a las certezas, incluso un posible duelo a las certezas de las cuales poco a poco el mundo fue abandonando. En relación con las alteraciones en torno a los rituales, El Salvador, con la finalidad de ralentizar la propagación del virus, adoptó de inmediato una serie de Lineamientos Técnicos para el Manejo y Disposición Final de Cadáveres de casos COVID-19, al menos de forma transitoria entre abril y junio del 2020.

Pero la adopción de estas medidas representó un cambio en el manejo de los cuerpos y los rituales fúnebres, esto llevó nuevamente a perder una serie de expectativas y abandonar certezas, y claro, asimilar la pérdida sin el ritual. En pocas palabras, el conjunto de componentes habituales en torno al manejo de las exequias y los rituales fúnebres fue prácticamente eliminado. El fallecido –o cuerpo, mejor dicho– fue enterrado en presencia de no más de cuatro personas (mayores de edad), sin arreglos florales y cualquier otra expresión, incluyendo los rituales afines al luto (Ministerio de Salud, 2020; Molina, 2021a, 2021d).

Protocolos de bioseguridad que restringieron autopsias, necropsias y viscerotomías, así como también ausencia de prácticas de embalsamiento, y mucho menos el cuidado estético de los cadáveres. De este modo, por un período existieron cuerpos que no fueron presentados a sus seres queridos, pero que a través de una serie de subterfugios para emular el ritual (la virtualidad, por ejemplo) lograron darle al cuerpo y al fallecido, el estatus de difunto (Molina, 2021c, 2021e). Esto no solo reforzó la idea tradicional donde el ritual y la tradición siempre buscan imponerse. Sino también mostró cómo los actos conocidos pasaron a ser actos prohibidos, pues eran “únicamente cuatro personas quienes tendrían la posibilidad de vivir de forma directa el nuevo ritual, en el cual las tarjetas, los recuerdos y la comida de los funerales se integrarán entre las amplias categorías del recuerdo y del olvido” (Molina, 2021d, p. 9).

El contexto histórico, la coyuntura actual, donde se presentan cambios y algunas alteraciones al ritual y los comportamientos mortuorios, también nos llevan a reflexionar acerca de los individuos que adolecen la pérdida, quienes quedan y entran en el proceso de vivir en un antes y un después de esa pérdida. Quienes viven ese proceso, históricamente han sido considerados de diferentes formas, desde un énfasis a la muerte y el duelo como un proceso “seco” como se dijo antes, hasta un punto donde han imperado paradigmas orientados por la medicalización y patologización de la cotidianidad. En todo caso, mucho del conocimiento producido es también fruto de visiones y momentos históricos de tipo estructuralista, donde claro, aún prevalecen ideas de corte estructural-funcionalista, así como también un positivismo ontológico, el cual aún prevalece –en fondo y forma– a través de distintas expresiones y maneras de producir y difundir el conocimiento.

El presente documento lejos de expresar verdades o visiones omnicomprensivas, persigue ensamblarse a una producción de conocimiento más amplia, donde sea válido pensar en un tipo de conocimiento que armonice con los saberes y la cosmovisión de los pueblos originarios, donde la interculturalidad esté presente, bien sea de forma explícita o transversal, y donde la noción de pluralismo disciplinar y metodológico lejos de ser un discurso tautológico, sea presentado como un proceso emergente del diálogo, el respeto, la tolerancia y la interculturalidad.

Este documento, como se detallará posteriormente, es resultado de varios años de trabajo “clínico” como aún le llaman algunos, pero busca, algo similar a lo que en la obra de Las Tres Ecologías de Félix Guattari, es decir, ir soltando los

“catecismos psicoanalíticos, conductistas o sistémicos”, y deshacerse de sus batas blancas, empezando por aquellas, invisibles, que lleva en su cabeza, en su lenguaje y en sus formas de ser (el ideal de un pintor no es repetir indefinidamente la misma obra –excepto el personaje de Tirtorelli, en El proceso de Kafka ¡que siempre pinta idénticamente el mismo juez!) (Guattari, 2017, p. 21).

Surge también por la necesidad de producir conocimiento desde una visión postestructuralista y descentralizada, lo que representa en sí mismo, un esfuerzo por incursionar en proyectos de comprensión en torno a cómo algunos seres humanos asimilan la pérdida, humana y no humana y como esto se vincula con otros procesos, históricos, culturales, sociales, políticos, ambientales, entre otros. En este caso, fruto de la muerte o pérdida de una persona significativa.

La información que se expone a continuación, en un momento puntual y con fines expositivos, se presenta en “modalidad de casos”, donde muy brevemente se explican algunas experiencias o tipos comunes de muertes en el contexto de El Salvador. En todos ellos se dispuso de consentimientos informados y, a pesar de que la gran mayoría han fallecido, aún después de vivir ese proceso de asimilación y búsqueda, se mantiene su anonimato. En todo momento el documento deja claro que lo presentado y expuesto es “una forma” de asimilar la pérdida humana o no humana, más no es “la forma” y bajo ninguna condición pretende ser comprendida de manera prescriptiva, binaria o secuencial.

Este artículo, gira en torno a una modalidad de expresión acerca de la experiencia extrema del sufrimiento en las personas que han vivido y aún viven la pérdida de alguien o algo significativo. El marco se deriva de una forma inductiva, a través de años de práctica psicológica, entre el período 2012-2019 y en muchos casos, es resultado tanto de un trabajo para algunos considerado terapéutico, como también etnográfico, donde estuvieron presentes no solo anotaciones clínicas, sino también diarios de campo de parte de quien investigaba acerca de la experiencia de quienes viven la pérdida y el duelo.

Inicia con una presentación de los tipos de casos y luego describe los conceptos de biosimilar, y horizonte de continuidades, presentados desde un abordaje conceptual propio del autor, aunque están inspirados en la biología. Como punto de referencia, y con el objetivo de enriquecer los conceptos presentados, se considera el abordaje desde la conceptualización de rizoma y ensamblaje de Gilles Deleuze y Félix Guattari. Estos conceptos proporcionan un punto de referencia teórico y complementan la propuesta, la cual es fruto de un proceso inductivo en quienes viven el duelo y la pérdida.

Es importante mencionar que, las ideas que aparecen a continuación fueron presentadas en un primer momento en idioma inglés y publicadas originalmente en el repositorio abierto, y oficial de investigación en antropología –Open Anthropology Research Repository OARR–2 en la mesa redonda titulada The More than Human Assemblages of Medical Regimes, durante la reunión conjunta de la Asociación Americana de Antropología y la Sociedad Canadiense de Antropología, patrocinada por la Sociedad de Antropología Médica de Vancouver (Molina, 2020). En un segundo momento fueron presentadas en el Simposium “Biennal 2021” titulado “Interrogating Inequalities” de la Sociedad de Antropología Psicológica del Reino Unido (Society fo Psychologigal Anthropology). En ambas ocasiones mantuvo su título original el cual es The Social Deconstruction of Grieving and the Horizon of Continuities, a pesar de que en la segunda ocasión tuvo un enfoque más orientado al contexto de pandemia y la respuesta ante la experiencia de pérdida “Grief and Sorrow”3.

En esta oportunidad se presenta una traducción al español hecha por el autor, lo más fidedigna posible a las ideas originales. Estos conceptos, y abordaje conceptual para comprender una forma y modalidad de asimilar los procesos de pérdida y la vivencia del duelo, a su vez, están enmarcados en la construcción de un esfuerzo titulado epistemologías Yulu –corazón en Nawat–, es decir, epistemologías desde el corazón, o del centro, en alusión a la producción de conocimiento desde Centroamérica, un trabajo conjunto con las y los miembros del European Institute for Multidisciplinary Studies on Human Rights and Science Knowmad Institut, en Berlín, Alemania.

Acerca de los casos

Se dará inicio describiendo casos relacionados con la muerte, y algunas características que la gente presenta después de la pérdida. Los casos de tipo A están relacionados con la violencia, el suicidio y las personas desaparecidas, que son vivencias comunes de pérdida en el contexto salvadoreño. Los casos tipo B se relacionan con la enfermedad y la pérdida ambivalente, que también son tipos de pérdida comunes en El Salvador. Es importante enfatizar que cuando se habla de pérdida ambivalente, esta se refiere a las personas que fallecieron y sus familiares no obtienen ninguna explicación desde el punto de vista médico forense. Los casos de tipo C están relacionados con la edad y la idea de una “muerte normal y aceptable”, típicamente rodeados de una serie de rituales religiosos y espirituales afines a lo fúnebre y el manejo de las exequias.

Caso A1

La muerte de un niño de 13 años llamado “L” que fue asesinado delante de sus amigos. Esto involucró a niños que recién entraban en su fase de adolescencia en El Salvador. La escuela reacciona ante su muerte mediante la aplicación de algunos rituales, sobre todo desde el catolicismo. Pero sus amigos más cercanos reaccionan diferente, ellos le conocían lo suficiente como para saber que él y su familia no eran católicos. En el funeral, uno de los niños que vio el asesinato se acerca al ataúd y ve a su amigo, le describe “vestido como un vampiro con una cruz católica en el pecho”. Es la primera vez en su vida que ve a una persona muerta.

Menos de una semana después, el niño siente lo que llama “la necesidad de buscar” a su amigo, y comienza su aprendizaje (de forma autodidacta) por dibujar caricaturas, jugar videojuegos, y mostrar comportamientos violentos y físicamente agresivos con las personas que le rodean. Tres meses después, el niño tiene reacciones en el pecho “similares al asma” cuando hace deporte, y también manifiesta sentir dolor en el pecho. En su adultez, explora dos carreras que están vinculadas a las habilidades e intereses que “L” manifestó durante su corta vida: el diseño gráfico y el dibujo artístico. Como adulto, habla de la vida de “L” a través de él, a veces con satisfacción, y a veces como un conflicto.

Caso A2

Este caso (por suicidio) es sobre un joven y su madre. Un hombre, conocido de aquí en adelante como “T”, a la edad de 35 años con dolor crónico en la espalda, fruto de una lesión durante una “práctica deportiva”, y una búsqueda constante por aliviar el dolor a través de distintos tratamientos, decide suicidarse. La madre lo encuentra muerto en su jardín con una carta de despedida. Esta situación lleva a diferentes reacciones. Primero, una sensación de alivio en torno al dolor crónico de la espalda de su hijo. Otra reacción de parte de la madre se presenta después de un período de tres semanas, donde aparte de la reacción, la tristeza, el llanto y otros comportamientos asociados con el dolor, da inicio a la práctica del canto y la búsqueda de expresiones artísticas similares a las que su hijo tenía. También se presenta una búsqueda acerca de la vida “espiritual” y la práctica del budismo, prácticas que eran propias de su hijo recién fallecido. Ella se refiere a la situación como una “manera de entenderlo mejor”. Dos meses más tarde, la madre comienza a sentir dolor crónico en la espalda, y pasa la mayor parte de su tiempo en cama, ahora con medicamentos para el dolor. Ella habla de tener la certeza de que cuando fuese mayor, su hijo sería un profesional, y ella posiblemente abuela. Para ella, la situación actual es considerada como anormal, porque en lugar de que su hijo la entierre, la situación fue invertida.

Caso B1

Un joven de 19 años fallece de problemas cardíacos, luego de una serie de procedimientos médicos, incluyendo procedimientos quirúrgicos, medicación permanente y tratamiento hospitalario. En su familia, su hermana mayor, de ahora en adelante conocida como “B” se encarga de sus cuidados, es la cuidadora principal y quien está más cerca de ella durante todo el proceso de la enfermedad. Luego de fallecer, “B” tiene algunas manifestaciones consideradas “normales” durante el proceso de duelo: tristeza, melancolía, algunas veces sentimientos de culpa son parte de estas manifestaciones. Seis meses después, “B” comienza a padecer infección en las vías renales, ha deteriorado sus hábitos alimenticios y de sueño, y decide proceder a la automedicación. Luego de un año, “B” presenta un deterioro físico, toma 12 medicamentos diarios, en promedio, e inicia con medicación permanente (problemas renales e hipertensión) y tratamiento hospitalario. Internar a “B” durante algunos períodos para su afección física se vuelve necesario y mantener un cuidador permanente en casa. En este caso, “B” manifiesta que cuando se ve al espejo, ve a su hermano, lleno de medicamentos, cercano al ambiente hospitalario y bajo el cuidado de un miembro de su familia; a pesar de esto, ella expresa sentirse “satisfecha” porque ahora su hermano vive a través de ella, en su cuerpo, y eso le permite estar presente.

Caso C1

Después de años de padecer lupus, una mujer de 84 años muere. Su hija a la cual nos referimos de ahora en adelante como “G” ha estado cuidando de ella en los últimos años, y después de haber vivido bajo la religión católica, su hija comienza a practicar el budismo, que fue una parte importante de la vida espiritual de su madre. También comienza a sentir la necesidad de ingerir las comidas favoritas de su madre y vestirse como ella, a veces inclusive, usando la ropa de su madre. Ella desarrolla una estrecha relación con el gato de su madre, el felino muere de obesidad y de una infección del tracto urinario. Un mes después, “G” comienza a comer más y a aumentar de peso, además de tener la rutina de su madre, ahora tiene problemas de salud relacionados con infecciones menores del tracto urinario. Ella describe su vida como una expresión de las rutinas de su madre, y menciona que resultado de esto, ve a su madre a través de sí misma en el espejo. Pero “G” también incorpora la rutina del gato a su cotidiano, y disfruta de permanecer cerca de los lugares donde el animal solía estar en la casa, a veces dice sentirse “como el gato” porque ahora ya no es amigable con la gente, curiosamente está empezando a experimentar algunos de los padecimientos del animal, la obesidad y los problemas en las vías urinarias.

El duelo desde un enfoque “biosimilar”

En este trabajo, se desarrolla un primer abordaje a la noción del enfoque biosimilar en el duelo y sus procesos afines. Empleo la teoría del ensamblaje para entender casos psicológicos en torno al duelo y la pérdida. Por tanto, un “biosimilar”, en este caso particular, se entiende como una entidad biológica, un organismo o un comportamiento que, en respuesta a un activador que en esta ocasión es la pérdida y un principio activo, que es el duelo, se expresa en la búsqueda a ser equivalente a su biológico de referencia. Esta búsqueda se presenta en su repetición y concentración de esfuerzos, para convertirse en la entidad biológica original, entendida a partir de ahora como una entidad biológica de referencia, que puede ser humana o no humana.

Durante esta búsqueda, el organismo, en su estado biosimilar contiene en sí mismo los componentes que reafirman la necesidad de una búsqueda constante. Uno de estos componentes, es la experiencia del principio activo, que, en este caso particular, es el duelo y las formas de asimilar la pérdida –activador–. Estos esfuerzos son parte importante, pues en ellos está la búsqueda para encontrar una versión alternativa de la entidad biológica de referencia. Se sostiene que, una vez que comienza la búsqueda, el biosimilar será solo una entidad biológica, pero con peculiaridades. Una de esas peculiaridades, es la presencia mínima de su propia identidad (como una entidad de referencia). Otra peculiaridad es que siempre habrá una búsqueda, una necesidad constante de confirmar y revisar su equivalencia con la entidad de referencia. Ese último estado, esa búsqueda, abre una amplia gama de posibilidades, un universo de posibilidades (mayanadi) en la vida del biosimilar, que, entre una diversidad de respuestas emocionales, puede contener diferentes grados de placer y satisfacción, o disgusto y frustración.

El enfoque biosimilar también explora dos conceptos relacionados: i) la biodisponibilidad; y, ii) la bioequivalencia. Primero, la biodisponibilidad se refiere a los factores influyentes o potenciales que se concentran en el organismo, y luego, se convierten en una parte importante en la experiencia de la pérdida, estos factores se encuentran ensamblados con el activador (pérdida) y el principio activo (duelo). Existen diferentes niveles en el organismo, desde niveles materiales, hasta niveles abstractos que coexisten sin importar su naturaleza, y participan constantemente en el contexto del biosimilar, a veces como atributos perceptivos y a veces como respuestas comportamentales. Un ejemplo son las creencias sociales que explican donde los individuos “van” cuando mueren, la idea de un alma o un lugar para “ir” luego del cese de su actividad vital viene como una concentración de información abstracta que está disponible para el biosimilar, y se reafirma en el mundo social/material.

Segundo, la bioequivalencia se refiere a la relación entre la entidad de referencia y el biosimilar, en este caso, la naturaleza de esta relación puede ser material/afectiva/abstracta/física/social/psicológica y no necesariamente de la misma especie.

Es posible encontrar ejemplos entre parejas (humanos), padres, o humanos y animales, incluso entre especies y organismos catalogados como “no vivos”, como espacios públicos, comunidades, países, o una casa. Desde el enfoque biosimilar, cada eslabón donde está presente el activador (pérdida), y el principio activo (duelo), necesita de bioequivalencia para tomar forma.

El horizonte de continuidades

Es necesario reflexionar e investigar con mayor profundidad acerca de los conceptos antes mencionados. En un esfuerzo por lograr una mejor comprensión acerca del enfoque biosimilar del duelo, se propone el concepto de horizonte de continuidades. Este concepto responde a la idea básica, donde los individuos desarrollan –de manera prospectiva– un panorama, un horizonte donde objetos, lugares, propósitos, sensaciones, afectos y experiencias que, sobre todo, están acompañados por la entidad biológica de referencia.

A su vez, crean una sensación de certeza, la cual está cimentada en la idea de que todos los elementos antes mencionados de forma prospectiva deben estar allí. Pero el horizonte de continuidades emerge como resultado de la construcción de un universo de certezas, el cual tiene como punto de partida la cosmovisión y la cosmogonía que le rodea, el mundo donde se desarrolla, su contexto, y su coyuntura, su historia, y su cultura, la cual reafirma o transforma dichas certezas. Por ejemplo, la idea de una relación padre-hijo tiene a su base la noción donde el hijo o hija estará vivo cuando el padre muera. Esta forma de pensar es parte del universo de certezas y crea una visión, un horizonte de continuidades donde el hijo o la hija entierran a sus padres, y no al contrario. Sin embargo, esto puede fácilmente verse alterado, generando una distorsión e irrumpiendo con el horizonte de continuidades, sobre todo si estas alteraciones chocan con el universo de certezas.

El universo de certezas, al igual que los conceptos antes mencionados, no es estático, tiende a cambiar durante la vida del biosimilar, y en algunos casos los cambios serán más profundos y significativos, alterando un curso de vida. Esto en algunas ocasiones depende del activador, y en otras ocasiones, del principio activo. De nuevo, esta alteración puede contener diferentes grados de placer y satisfacción, o disgusto y frustración. Dependiendo de la situación, es posible encontrar insatisfacción, física inclusive, como en el caso A1 y el “dolor de pecho”, o más bien, propósito y satisfacción como en el caso B1, y la búsqueda por la vida espiritual y artística.

Ensamblaje

Utilizando el concepto de ensamblaje y rizoma, se puede entender cómo los diferentes eslabones se conectan y se desarrollan más allá del cuerpo. La idea del ensamblaje nos permite pensar en el cuerpo-organismo como algo vinculado al mundo a través de una red de significados originales, donde la percepción puede llevar a la aparición de nuevos elementos. Pensar desde el concepto de ensamblaje ofrece un enfoque útil para explorar la pérdida, el dolor y el duelo en el contexto del enfoque biosimilar.

Los biosimilares emergen de ensamblajes, afectan y son afectados constantemente por ellos, pues hay una red de individuos que interactúan con entidades humanas y no humanas en el mundo. Los ensamblajes permiten pensar en los biosimilares no solo como una respuesta o una búsqueda, sino también como fenómenos emergentes. Los seres humanos, por ejemplo, desarrollan dolor y pena en contextos religiosos/espirituales/materiales/emocionales, estudiar los biosimilares en relación con ensamblajes en estos contextos, arroja un panorama más amplio y enriquecedor (Deleuze y Guattari, 1987).

El enfoque biosimilar aplicado. Ejemplo: Análisis biosimilar de casos tipo A

En el caso A1, la bio-referencia es “L”, un adolescente. La bioequivalencia está en los compañeros de clase y los vínculos de amistad y relaciones que existen entre ellos. La biodisponibilidad se encuentra en la visión, o idea de envejecer todos, desarrollar una carrera profesional que posteriormente será una carrera como artista. El universo de certezas está en la noción donde todo el mundo llega a ser un profesional, pero lo más importante es que la gente muere en una edad avanzada, no al inicio de la adolescencia. El horizonte de continuidades fue primero la idea de adolescentes, con vínculos de amistad, envejeciendo juntos, algunos en pareja, con sus familias y sus carreras. En este caso, el biosimilar se presenta en la búsqueda por convertirse en la entidad biológica de referencia, se presenta en dibujos animados profesionalmente, en la búsqueda de videojuegos, en comportamientos agresivos y violentos, y claro, en un dolor inexplicable en el pecho.

En el caso A2, la bio-referencia es el joven (“T”), la bioequivalencia está en la relación madre/hijo, la biodisponibilidad se presenta en la noción del hijo como ganador/profesional/padre. Esto es posible porque en su universo de certezas, es la madre quien muere antes que sus hijos. El horizonte de continuidades está compuesto de la madre como abuela, con su hijo en una edad mayor, y nietos, pero ahora, su horizonte de continuidades es vivir las prácticas y costumbres de su hijo a través de ella. En este caso, el suicidio se presenta como un activador, y el duelo como el principio activo. El biosimilar en su búsqueda por convertirse en la entidad biológica de referencia, se presenta en la búsqueda por obtener habilidades de canto y música, por un búsqueda espiritual y religiosa “en armonía con la naturaleza” y otros puntos de vista que su hijo tenía, como un sentido de libertad, y a la vez, una condición de dolor de espalda.

Referencias

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Notas

1 El duelo seco, por un lado, hace una alusión breve a las ideas de “muerte seca” acerca de una pérdida que se da en contextos no comprendidos y, por otro lado, al momento histórico del cual hace mención Phillipe Ariès, donde se convivía con la muerte de forma cotidiana y no había mayor expresión emocional ante ella. Algo característico de este período fue la ausencia de ritos fúnebres debido al contexto histórico (las pestes, por ejemplo).

Notas de autor

* Salvadoreño. Candidato a Doctor en Ciencias Sociales, programa cotitulado de la Universidad Centroamericana “José Simeón Cañas” y la Universidad Don Bosco, San Salvador, El Salvador. Académico adjunto e investigador en la Universidad Centroamericana José Simeón Cañas, San Salvador, El Salvador. Correo electrónico: jmolina@uca.edu.sv ORCID: https://orcid.org/0000-0001-7288-9740
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