Cuadernos Inter.c.a.mbio sobre Centroamérica y el Caribe

Vol. 19, No. 2, julio-diciembre, 2022

Prueba urbana y soportes en migrantes residentes en la ciudad de Santiago de Chile

Página abierta (artículos científicos) (sección arbitrada)

Prueba urbana y soportes en migrantes residentes en la ciudad de Santiago de Chile

Urban Test and Support in Migrants Living in Santiago, Chile

Prova urbana e suportes em migrantes residentes na cidade de Santiago do Chile

Ana María Álvarez Rojas *
Universidad Católica Silva Henríquez, Santiago, Chile
Antonia Lara Edwards **
Universidad Católica Silva Henríquez, Santiago, Chile
Fernanda Stang Alva ***
Universidad Católica Silva Henríquez, Santiago, Chile

Prueba urbana y soportes en migrantes residentes en la ciudad de Santiago de Chile

Cuadernos Inter.c.a.mbio sobre Centroamérica y el Caribe, vol. 19, núm. 2, e50668, 2022

Universidad de Costa Rica

Recepción: 05 Noviembre 2021

Aprobación: 21 Marzo 2022

Resumen: Entre los problemas que experimentan los migrantes1 en Santiago de Chile se encuentran el acceso a una vivienda y a un hábitat de calidad, particularmente en los primeros años de su experiencia migratoria. Enfrentan también dificultades de convivencia, discriminación y xenofobia en el espacio público, barrios y trabajo. Abordamos estos aspectos a partir de la noción de prueba urbana, que refiere a una tensión de naturaleza histórica y estructural que confronta a los individuos a desafíos comunes en relación con su vida en la ciudad, frente a los cuales deben responder desde su experiencia y a partir de sus recursos personales. Mediante un estudio cualitativo buscamos conocer cómo se manifiestan estas tensiones para un grupo de migrantes y los modos en que las enfrentan. Los resultados confirman la presencia de vulnerabilidad habitacional temprana, racismo y discriminación, mientras que los principales soportes a los que recurren son el proyecto migratorio, junto con el repliegue en el espacio doméstico y “soportar” la discriminación.

Palabras clave: Migración, proyecto migratorio, vivienda, trabajo, racismo.

Abstract: Among the problems faced by migrants in Santiago de Chile is access to quality housing and habitat, particularly in the first years of their migratory experience. They also face difficulties of coexistence, discrimination, and xenophobia in public spaces, neighborhoods, and work. We approach these aspects from the notion of urban proof that refers to a tension of historical and structural nature that confronts individuals with common challenges in relation to their life in the city, to which they must respond from their experience and personal resources. Through a qualitative study, we seek to know how these tensions manifest themselves for a group of migrants and the ways in which they face them. The results confirm the presence of early housing vulnerability, racism, and discrimination, while the main supports are the migratory project, together with withdrawal into the domestic space and "bearing" discrimination.

Keywords: Migration, migratory project, housing, labor, racism.

Resumo: Entre os problemas dos migrantes em Santiago do Chile encontra-se o acesso a uma moradia e a um hábitat de qualidade, particularmente nos primeiros anos de sua experiência migratória. Eles enfrentam também dificuldades de convivência, discriminação e xenofobia no espaço público, nos bairros e no trabalho. Abordamos estes aspectos a partir do conceito de prova urbana, que se refere a uma tensão de natureza histórica e estrutural que confronta os indivíduos a desafios comuns em relação a sua vida na cidade, aos quais eles devem responder com base em sua experiência e em seus recursos pessoais. Mediante um estudo qualitativo, buscamos conhecer como estas tensões se manifestam para um grupo de migrantes e a forma como eles as enfrentam. Os resultados confirmam a presença de vulnerabilidade habitacional inicial, racismo e discriminação, enquanto os principais suportes são o projeto migratório em conjunto com o recolhimento para o espaço doméstico e “suportar” a discriminação.

Palavras-chave: Migração, projeto migratório, moradia, trabalho, racismo.

Introducción

El presente artículo expone los resultados de una investigación cualitativa y exploratoria en torno a las problemáticas que viven migrantes latinoamericanos y caribeños en su experiencia de habitar en la ciudad de Santiago, Chile, realizada durante el año 2020. El fenómeno migratorio en el país tomó un nuevo impulso con el retorno a la democracia, a finales de la década de 1990. Se trató de personas provenientes sobre todo de países limítrofes como Perú, el contingente más numeroso entre los censos de 2002 y 2017, junto con Argentina y Bolivia. Esta migración se caracterizó por ser, durante los primeros años, un flujo feminizado y con motivaciones económicas, tanto individuales como familiares. Posterior, desde el año 2010, los flujos se diversificaron y comenzaron a arribar personas desde Centroamérica y el Caribe con el propósito inicial de asentarse en el país. Ya en años recientes se intensificó la llegada de migrantes venezolanos, en el marco de la crisis socioeconómica y política que vive ese país; su crecimiento ha llevado a que se transformen en el primer grupo nacional dentro de la población migrante (INE-DEM, 2020).

Diversos estudios han visibilizado las problemáticas que estos flujos han enfrentado en su inserción y vida en la ciudad: posibilidades limitadas de acceso a una vivienda y a un hábitat de calidad, al quedar librados a un mercado inmobiliario con escasa y/o nula regulación (Arriagada y Jeri, 2020; Atisba Monitor, 2018; Troncoso, Troncoso y Link, 2018); problemas de convivencia vecinal debido a las formas de apropiación del hábitat residencial entre migrantes y nacionales (Álvarez, Cavieres, Ibarra, Truffello y Ulloa, 2020; Contreras, Ala-Louko y Labbé, 2015); situaciones de discriminación, racismo y xenofobia (Tijoux, 2016) en los espacios públicos y en los lugares de trabajo. Además, los migrantes están constreñidos a los plazos y requisitos específicos asociados a su situación como extranjeros, y suele haber desinformación respecto de los beneficios a los que pueden postular en materia habitacional (Troncoso et al., 2018).

Agrupamos este conjunto de problemáticas en la noción de prueba urbana propuesta por Danilo Martuccelli (2006a), para llevarla al campo de las trayectorias de migrantes en la ciudad de Santiago. Martuccelli (2015) entiende el concepto de prueba como la experiencia de confrontación individual de desafíos estructurales e históricos comunes a un colectivo, a los que los individuos hacen frente a partir de sus experiencias y recursos personales, lo que se denomina soportes (Martuccelli, 2006a). En este caso, la prueba urbana se relaciona con las tensiones que encuentra el migrante en la gestión y despliegue de su vida en la ciudad, tanto en los aspectos físicos y materiales como en sus interacciones sociales y su cotidianidad.

A partir de esta evidencia, desarrollamos una investigación que se planteó las siguientes preguntas de investigación: ¿cuáles son los aspectos centrales de la prueba urbana para un grupo de migrantes latinoamericanos y caribeños de la ciudad de Santiago de Chile? y ¿qué respuestas movilizan para enfrentar esta prueba? Los objetivos de este estudio fueron profundizar en los componentes de la prueba urbana para un grupo de migrantes y las respuestas (soportes) que movilizan para hacerles frente. Para responder a este objetivo se desarrollaron 11 entrevistas semi estructuradas a un grupo de migrantes, hombres y mujeres, provenientes de Perú, Colombia, Haití y República Dominicana, entre los meses de marzo y octubre de 2020.

Antecedentes

A finales de la década de 1990, y con el retorno a la democracia, Chile se fue configurando como un polo de atracción de inmigrantes de Latinoamérica, hasta transformarse, en la actualidad, en uno de los principales destinos de la migración intrarregional. En ese primer momento se destacó la mayor proporción de migrantes peruanos respecto de otros países limítrofes que también tenían una presencia relativa en el país. Posterior, a partir de 2010, comenzaron a llegar flujos provenientes de países como Colombia, República Dominicana, Haití y, en los últimos años, de Venezuela. En fechas más recientes, según estimaciones del Departamento de Extranjería y Migración (INE-DEM, 2021), la distribución por grupos mayoritarios es la siguiente: Venezuela (30,7 %), Perú (16,3 %), Haití (12,5 %) y Colombia (11,4 %). Estos flujos también se han caracterizado por la búsqueda de mejores condiciones laborales y económicas que incluyen proyectos tanto individuales como familiares, por el leve predominio de mujeres (a excepción del flujo proveniente de Haití) y por una presencia importante de personas afrodescendientes. En estos grupos se identifican trayectorias laborales precarias, agudizadas por la crisis sanitaria y socioeconómica generada por la pandemia mundial del COVID-19, aumentando las tasas de empleo informal que ya eran altas en el escenario prepandémico. Este panorama agudizó la precariedad de las condiciones de habitabilidad que caracteriza la inserción de la población migrante en la ciudad, ya que al perder el trabajo o deteriorarse su ingreso, el hacinamiento se transformó en la alternativa más viable, y en algunos casos, la situación de calle (SJM Chile, 2021).

Esa situación se expresó también en el incremento de personas migrantes viviendo en situación de pobreza. Según la Encuesta de Caracterización Socioeconómica (CASEN, 2020), mientras en la población nacional la pobreza llegó al 10,8 %, y la pobreza extrema al 4,3 %, en la población migrante esos valores alcanzaron el 17 % y el 7,9 %, respectivamente (Ministerio de Desarrollo Social y Familia, 2020). En este contexto, los migrantes no se beneficiaron del paquete de medidas económicas excepcionales que implementó el gobierno frente a la pandemia –solo un 0,79 % de los subsidios fueron destinados a migrantes (Uchile Noticias, 2020)–, y entre los hogares del primer decil de ingresos –los más pobres–, los liderados por un nacional recibieron tres veces más en subsidios que aquellos con jefatura migrante (Nexnews, 2021).

Las investigaciones relativas a la experiencia urbana de los migrantes en Chile y su situación habitacional se focalizan en las primeras fases del proceso migratorio, solo recientemente se cuenta con estudios locales que muestren la evolución de esta problemática a lo largo del tiempo (Arriagada y Jeri, 2020). Los estudios muestran que los migrantes acceden a un parque de vivienda formal e informal caracterizado por una oferta muy deficitaria, marcada por la precariedad de la tenencia, viviendas o habitaciones –por lo general subarrendadas2– con importantes niveles de hacinamiento, junto con bajos estándares de calidad de las construcciones en lugares que no satisfacen condiciones básicas de salubridad, habitabilidad, seguridad y fiscalización (Contreras et al., 2015; Thayer, 2019).

Lo anterior refiere a lo que Troncoso et al. (2018) denominan vulnerabilidad habitacional temprana. Esta involucra tanto la precariedad característica de las primeras viviendas cuando arriban al país, como los vacíos legales que complejizan la búsqueda de alternativas habitacionales acordes con las particularidades de las familias migrantes y sus ingresos, a lo que se suma la “debilidad de los canales de información, siendo actualmente las redes personales la principal forma de acceso a vivienda e información” (Troncoso et al., 2018, p. 3). Para Razmilic (2019), una de las características de los migrantes en materia residencial son los sucesivos cambios de localización. Ello nos habla de una experiencia de anclaje particular, que parece estructurarse entre la integración con el lugar de habitación y una alta rotación al interior de la ciudad.

Asimismo, numerosos estudios dan cuenta de dificultades de integración y convivencia vecinal en el barrio, especialmente cuando se comparte un hábitat residencial con los nativos. Los cambios socioespaciales que traen aparejadas las nuevas formas de habitar, transitar y usar el territorio de las poblaciones inmigrantes “en ocasiones generan disyuntivas en las lógicas y formas de habitar el territorio por los nativos” (Iturra, 2016, p. 27). La discriminación, especialmente racial, también actúa condicionando y tensionando el uso y la circulación de las personas migrantes por la ciudad. Muchos trabajos han documentado diferentes escenarios del problema: en el espacio escolar (Riedemann y Stefoni, 2015); en instituciones públicas de salud (Liberona, 2012); o en el espacio público, detectando estigmatización y criminalización de ciertos grupos de migrantes (Stang y Stefoni, 2016; Tijoux, 2016); invisibilización y negación del racismo, e higienización como forma de estigma de algunas poblaciones migrantes (Garcés, 2014).

Referencias conceptuales

Para el desarrollo del estudio adoptamos la noción de pruebas y soportes (Martuccelli, 2006a) como referentes conceptuales, los que nos permitirían identificar las características de la prueba urbana para un grupo de migrantes que vive en la ciudad de Santiago y las repuestas que movilizan para hacerle frente. Martuccelli (2006a) indica que la prueba se inscribe en un enfoque sociológico que ayuda a comprender la relación entre individuos y estructuras, dando cuenta simultáneamente de la sociedad y de los individuos. Para el autor, las pruebas son desafíos históricos socialmente producidos y desigualmente distribuidos que los individuos están obligados a afrontar con los medios disponibles y, por lo tanto, estarán necesariamente asociadas a determinadas posiciones sociales (Martuccelli, 2006b). Lo novedoso en este planteamiento es que, a pesar de reconocer la interdependencia entre individuos y posiciones, las formas de responder a las pruebas son heterogéneas, aunque las posiciones sean similares.

Para Araujo y Martuccelli (2010), los individuos responderán a las pruebas mediante procesos donde se combina su naturaleza estructural y las respuestas que los sujetos dan frente a ellas. Esto indica su pertenencia a un colectivo histórico común, y los modos en que cada actor las percibe y enfrenta:

El sujeto que cada uno puede llegar a ser se define en el interregno que es constituido por los ideales que lo orientan y lo que su experiencia social le dice sobre las vías posibles, aconsejables y eficientes para presentarse y conducirse en lo social (p. 88).

Entonces, es en virtud de su situación común o inscripción en una sociedad determinada que los individuos enfrentan un conjunto de pruebas que tienen siempre dos caras: son el resultado de mecanismos sociales que las producen y la experiencia del individuo. Frente a la prueba urbana habrá desafíos comunes para los migrantes y respuestas diferenciadas, según los soportes con los que cuente cada uno.

El enfoque de las pruebas fue empleado por Correa (2016) para el estudio de las migraciones femeninas a Santiago de Chile. La autora hace un contrapunto entre las experiencias individuales y los aspectos estructurales que comparten: historias comunes de violencia y opresión, desarraigo, vida de pareja, maternidad o ausencia de ella, actitud del Estado, trabajo y ciudad, entre otros. Así, da cuenta de la tensión entre las trayectorias y proyectos de vida de mujeres migrantes y las estructuras sociales y culturales que las condicionan, mostrando hasta qué punto dichas estructuras perviven en el tiempo y moldean sus conductas y vínculos sociales, pero también se reconocen mecanismos a través de los cuales las mujeres deconstruyen y reinterpretan los mandatos de sus culturas de origen.

Por su parte, los soportes son las formas de responder a las pruebas y permiten individualizar las experiencias de vida. Esto implica que aquello que constituye un soporte para algunos, no necesariamente cumplirá la misma función para otros (Martuccelli, 2006b). Asimismo, “[n]o hay individuo sin un conjunto muy importante de soportes, materiales y/o simbólicos, que se despliegan en su experiencia biográfica, a través de un entramado de vínculos con sus entornos sociales e institucionales” (Di Leo et al., 2011, p. 5). Es posible afirmar que hay soportes que pueden ser propios o característicos de determinados grupos, que comparten una condición similar en virtud de posiciones o desafíos comunes, por ejemplo, los migrantes. Pese a ello, el autor invita a evitar su tipificación o caer en la tentación de elaborar indicadores objetivos para su estudio. Para Martuccelli (2006b), todo depende de lo que denomina las ecologías personales: “un mismo objeto, actividad, relación puede o no jugar un rol de soporte” (p. 38); de ahí que cuando el autor habla de soportes no está pensando necesariamente en la idea de recursos sociales, simbólicos o culturales que se posean invariablemente, puesto que su activación y/o despliegue dependerá de factores diversos (ciclo de vida, posición social, contextos o interacciones dinámicas entre este conjunto de elementos).

Metodología

El estudio indagó las características de la prueba urbana para un grupo de migrantes que residen en la ciudad de Santiago. La técnica de recolección de información utilizada fue la entrevista semiestructurada. El trabajo de campo se realizó entre marzo y octubre de 2020.

Los participantes de la muestra (caracterizada en la Tabla 1) debían tener una permanencia mínima de dos años en la ciudad, al objeto de dar cuenta de las dimensiones exploradas. Este último criterio incidió en las nacionalidades presentes en el grupo de personas entrevistadas, en las que están representadas el flujo principal de finales de la década de 1990 (peruanas), y aquellas que se incrementaron en la fase de diversificación, desde 2010 en adelante (colombianas, dominicanas y haitianas, entre otros).

Así, el grupo de participantes en el estudio estuvo compuesto por hombres y mujeres jóvenes y adultos (entre 23 y 54 años), provenientes de Perú, Colombia, República Dominicana y Haití, con diversidad de niveles de educación, desde estudios escolares hasta universitarios. Tenían diferentes tiempos de estancia en el país (de 3 a 23 años), y residían en comunas igualmente diversas en términos de localización y nivel socioeconómico de su población. En general, se trató de personas que se encontraban documentadas en el país y que contaban con redes de familiares y de amistades a su arribo. De tal manera, el grupo de participantes quedó compuesto del siguiente modo:

Tabla 1
Composición de la muestra3
Nombre ficticioPaís de origenEdadTiempo de residencia en ChileComuna de residencia
AndrésPerú436 añosIndependencia
JoséHaití478 añosRecoleta
JuliaColombia347 añosSantiago
ElizabethRepública Dominicana4523 añosLas Condes
JuanPerú233 añosLo Prado
MarinaPerú5020 añosLo Prado
CristinaHaití252 añosLa Reina
ZoraidaPerú5415 añosRenca
CelinaPerú263 añosÑuñoa
PatyColombia344 añosLo Prado
NatalyPerú4518 añosQuinta Normal
Fuente: Elaboración propia.

Las entrevistas se realizaron a través de plataformas virtuales –dado el contexto de confinamiento a causa de la pandemia–, y contaron con consentimientos informados. Se abordaron mediante la técnica del análisis de contenido de tipo categorial. Nos parece importante enfatizar que este trabajo se propuso explorar los procesos y relaciones sociales implicadas en un fenómeno que se genera en un contexto específico –la prueba urbana en migrantes que residen en Santiago–, sin pretensiones de generalización. En esa línea, cuando hablamos de saturación, condensación o coincidencia de ideas y experiencias, aludimos a “la representación que el investigador va construyendo de su objeto de estudio” (Rojas Wiesner, 2004, p. 190) a partir del trabajo hermenéutico sobre la narración de los entrevistados.

Resultados

Principales componentes de la prueba urbana

Vulnerabilidad habitacional ¿temprana?

Uno de los primeros componentes de la prueba urbana al que se refieren todos los entrevistados es la vulnerabilidad habitacional temprana. En efecto, todos señalan que a su arribo al país debieron enfrentar situaciones de gran precariedad habitacional. Andrés (Perú) llega a una pieza en la comuna de Lo Prado, al poniente de la capital, con familiares peruanos. Más tarde se independizó y arrendó una habitación en Recoleta, en el peri-centro de la ciudad, junto con su mujer y su hijo pequeño para, transcurridos dos años, quedar a cargo de la casa y del subarriendo de piezas a otros migrantes. Se reconoce en su caso una cierta movilidad “ascendente”, al serle confiada la administración de las habitaciones por parte del propietario, a cambio de la posibilidad de ocupar una pieza sin pagar arriendo. Se advierte una mejora en la posición de Andrés, quien tiene el poder para determinar quiénes pueden o no arrendar en el lugar. No obstante, se trata de una casona vieja, con instalaciones precarias, lo que no elimina la condición vulnerable de la vivienda.

En el caso de José (Haití) se observa la misma situación, pero con algunos matices. Llegó a un galpón subdividido en la comuna de Estación Central, donde la condición de hacinamiento del lugar habla de un espacio más precario que el de Andrés, quien poseía redes familiares preexistentes: “había más de 12 piezas, no había cocinas, solamente había baños compartidos y cada uno tenía que cocinar en su pieza”. Actualmente vive en la comuna de La Reina, donde arrienda una habitación en su mismo lugar de trabajo.

Por su parte, en la situación de Julia (Colombia) identificamos otras limitaciones relacionadas con las facilidades de acceso a la vivienda que, para esta entrevistada, estuvo condicionado por la presencia de su hija y la ausencia de un contrato de trabajo que le diera garantías al propietario. “Por todos lados donde buscaba la pieza, la gente me decía que no, porque yo tenía una niña y arrendaban a parejas solas sin niños. Lo único que me pedían era que les mostrara el contrato y que les diera los 2 meses de garantía”. Hasta el día de hoy, Julia mantiene el sistema de arriendo de piezas pequeñas en casas y departamentos compartidos, todos en localización central.

Elizabeth (República Dominicana) relata una experiencia de arribo similar a la del resto de los entrevistados, pero una trayectoria residencial distinta. Como la mayoría, se instaló inicialmente en el centro en condiciones muy precarias: “yo tenía que esperar que se desocupara una habitación. En ese entretanto dormía en el suelo, en el living, terrible, terrible, terrible, una etapa muy difícil”. La entrevistada se trasladó de localización porque el centro de la ciudad le parecía muy inseguro, y además consideraba que era una zona donde se sentía particularmente observada y acosada por los chilenos debido a su color de piel. Se cambió al sector oriente de Santiago –reconocido como una zona de alta renta y una localización poco frecuente para migrantes de bajos ingresos–, donde alquiló un departamento pequeño que comparte con su hija: “Aquí es menos que en el centro, pero todavía me miran porque ahora asocian la raza negra al servicio doméstico”. Pese a que posee un MBA en una universidad tradicional chilena, después de 23 años de residencia en Chile no ha podido acceder a puestos de trabajo más estables y mejor remunerados. Actualmente se dedica al comercio informal. Pese a reconocer que vive en una localización privilegiada, admite que su situación económica es compleja, la que se vio agravada por la pandemia.

Juan (Perú) llegó a un cuarto en el centro, el que arrendó junto con otros migrantes. A la precariedad de la vivienda se sumaron problemas de convivencia entre locatarios por riñas y robos. En este caso, el administrador del inmueble era peruano, la misma figura que en la situación de Andrés: “O sea, en la habitación mía estaba solo, pero en la casa no, hay harta gente. Y a veces a mí se me perdía la ropa, las zapatillas, yo ponía mis quejas al dueño y este no se hacía responsable”. Más tarde se trasladó a Lo Prado, al poniente, donde vive actualmente arrendando una pieza a un matrimonio de migrantes peruanos.

En la situación de Marina, de 50 años (Perú), con más de 20 años en Chile, se repite el fenómeno de la vulnerabilidad habitacional temprana. Solo después de 18 años de residencia en Chile adquirió una vivienda propia en la comuna de Lo Prado. Marina declara haber recibido un apoyo mínimo del Estado mediante un subsidio habitacional equivalente al 5 % del valor total, más un crédito hipotecario. Antes de esto, la familia pasó del sucesivo arriendo de piezas en comunas céntricas, al arriendo de una casa en la misma comuna donde más tarde compró su vivienda definitiva. Si bien la situación económica de Marina podría considerarse menos precaria, sigue desempeñándose como trabajadora de casa particular a tiempo parcial, tal como lo hiciera desde el comienzo de su proceso migratorio, mientras su pareja trabaja como aseador de una empresa subcontratista.

La trayectoria residencial de Cristina (Haití) partió en Santiago centro, luego en la comuna de Pudahuel y más tarde en La Reina y Peñalolén (zonas de renta alta y media, respectivamente), donde comparte arriendo con su pareja. Las condiciones de arribo son similares a las declaradas por los otros entrevistados. “Entonces la pieza la alquilaba y la pagaba mensual, $150.000 [aproximadamente US$190] y era de verdad terrible, un solo baño, una sola cocina para muchos, había como 30 piezas”.

Para Zoraida (Perú), las primeras condiciones habitacionales fueron de extrema precariedad, pues debía enviar dinero a sus dos hijos. A pesar de esta situación de indefensión inicial, encontró empleadores que se transformaron en sus protectores y en un recurso efectivo para su inserción en la sociedad chilena. “Yo no podía gastar mucho ni darme lujos porque tenía que mandar toda la plata a mis hijos […]. Me acuerdo de que llegué y había un hoyo por donde salían las lauchas y cuando llovía caía la goteadera a mitad de mi cama, pero al dueño a quien le arrendaba quería puro que le pagara […]. Me resigné a vivir así, un baño asqueroso, un calefón malo, pero ¿qué hacía yo? Me quedé muchos años, hasta que conseguí el departamento, mis jefes me lo arrendaron porque el requisito era tener un buen sueldo”. Su trayectoria partió en Santiago centro, siguió en Independencia (en la macrozona centro) y terminó en Renca (comuna de renta baja al norponiente de la capital), donde vive al momento de la entrevista.

Tras una breve estadía en la comuna de Peñalolén, Celina (Perú) se trasladó a la comuna de La Pintana a trabajar y habitar en el segundo piso de un minimercado gestionado por un pariente con quien comparte este espacio. Esta elección de localización en una periferia pobre es estadísticamente menos habitual que la opción por el centro y la macrozona centro (Atisba Monitor, 2018). Luego, Celina arrendó una casa en la misma comuna, la que abandonó por desacuerdos de trabajo con su primo propietario del negocio y por el temor que le producían los asaltos y la violencia que, según indica, le tocó presenciar. Luego del estallido social del 2019 en Chile, que llevó a algunos comerciantes a vender sus negocios, Celina y su hermano arriendan un local para instalar un pequeño supermercado, esta vez en Ñuñoa, comuna de ingresos altos y medios, y alquilan dependencias que se encuentran en la parte posterior del mismo local. Al momento de la entrevista se encontraba buscando arriendo cercano a su comercio, lo que no había podido concretar debido al alto precio de los inmuebles.

Paty (Colombia) se encontraba cesante por la pandemia al momento de la entrevista. Ella llegó a Estación Central (macrozona centro), a un departamento pequeño arrendado por su hermano en un edificio de gran altura, característico del sector. Luego se trasladó a Cerro Navia (norponiente de Santiago), donde arrendó una pieza a un precio módico a una amiga chilena. Más tarde se mudó a Estación Central, donde arrendó nuevamente una pieza en una casona subdividida, y unos años después se trasladó a otra pieza en Pudahuel, para terminar en Lo Prado junto con su hija en casa de una migrante peruana que arrienda piezas a extranjeros en su propia vivienda.

Finalmente, las condiciones de arribo de Nataly (Perú) son similares a las descritas. “Llegué directo a Santiago, en un bus… la verdad no sabíamos dónde dormir, la amiga que tenía no nos fue a recoger al terminal. Pasamos dos noches en la calle”. Se instaló en una pieza compartida en la comuna de Recoleta (macrozona centro) para usarla los domingos, día de salida de su trabajo. Luego arrendó su primera pieza sola en la comuna de Independencia, en la que se quedó 8 años; se trata de una vieja casona subdividida, con 16 habitaciones y 3 baños, donde debe hacer fila para entrar. Más tarde arrendó un departamento junto a sus amigas, para trasladarse posteriormente a Quinta Normal, primero a una casa pequeña, y más tarde a una casa de tamaño medio que espera “poder seguir pagando”.

A partir del análisis de los relatos es posible colegir que esta vulnerabilidad habitacional parece no acotarse solo a la primera etapa del proceso migratorio. La condición estructural de este fenómeno encuentra su origen en la liberalización de los mercados de suelo en la ciudad de Santiago, impulsada por las reformas urbanas neoliberales de la dictadura militar. Estos cambios no han sido revertidos hasta el día de hoy, y se transforman en poderosos obstáculos para el acceso a una vivienda de calidad y bien localizada para los individuos de bajos ingresos, categoría de la que forma parte la población migrante estudiada.

Estas limitaciones en el acceso se complejizan para los migrantes en virtud de su estatus migratorio, la falta de un empleo estable o la ausencia de alternativas habitacionales de calidad que se adapten a su situación, lo que los expone a cobros abusivos y a formas de tenencia inestables e inseguras que se prolongan durante años. No debemos desestimar que la percepción de una eventual mejora está mediada por la extrema precariedad de sus condiciones iniciales de vivienda y habitabilidad. Se advierte en sus trayectorias residenciales una movilidad más bien horizontal o de tramo corto (Kessler y Di Virgilio, 2008), destacándose las comunas con suelos de valor medio y bajo en habitaciones pequeñas, y aunque algunos logran relocalizarse en entornos mejores y en viviendas de mayor calidad, las opciones siguen siendo reducidas. Por ello, es difícil hacer una estimación del tiempo que durarán estas “mejores condiciones”, particularmente en el contexto de crisis agravada por la pandemia.

Asimismo, los relatos confirman que sus trayectorias residenciales están marcadas por el arriendo y subarriendo de piezas o departamentos muy pequeños en localizaciones centrales cuyo costo, mayor que el de una pieza, se comparte con otras personas. El principio de rentabilidad del suelo urbano inherente al modelo de ciudad neoliberal, sumado a la demanda masiva de población migrante por arrendar o subarrendar en esta localización, estimula la verticalización y “expansión exponencial del parque de viviendas en altura del centro en el lapso 2012-2019, quebrando un largo proceso previo de despoblamiento” (Arriagada, 2020, p. 22) y reconfigurando socio espacialmente esta zona.

Ciertamente, la alta rotación y frecuentes cambios de domicilio que se advierten en el relato de los entrevistados son consecuencia de los procesos descritos y permiten comprender, en parte, las dificultades de una fijación territorial. Asimismo, y en directa relación con las posibilidades de optar a mejores alternativas habitacionales, notamos que los entrevistados no logran mejorar sustantivamente su situación laboral, a pesar de llevar largo tiempo en el país. Posiblemente esta tensión entre la necesidad de construir relaciones de proximidad con los vecinos en los entornos donde habitan (anclaje) se tensiona con el imperativo del cambio por cuestiones asociadas, principalmente, al costo de la vivienda y, como veremos más adelante, a una precariedad que se morigera con la importancia del proyecto migratorio como soporte principal.

Sociabilidades urbanas: el espacio barrial

Un segundo componente de la prueba se liga, para los entrevistados, con las formas que adquieren las sociabilidades urbanas en la ciudad. Es posible rastrear la dimensión estructural de este componente de la prueba urbana en numerosas investigaciones relativas al tema. Una de ellas es la desarrollada por Bengoa, Márquez y Aravena (1999) sobre desigualdad en Chile, en la que advierten que, al alero de las transformaciones económico/productivas experimentadas en el país a principios de los años 80 y sostenidas en décadas posteriores, la vivienda unifamiliar se había transformado en el lugar prioritario de la inversión afectiva y económica, tanto para la clase media como para la familia popular. Este hecho desembocará, sostienen los autores, en una estrategia de introversión vinculada a la autonomización de la vivienda y de la vida cotidiana. Para Márquez (2008), estos fenómenos habrían favorecido la pérdida de la conciencia de pertenencia colectiva, reforzando un proyecto de individualización y atomizando una posición social.

Son especialmente los migrantes de origen caribeño, o aquellos que provienen de zonas rurales o ciudades pequeñas, quienes resienten lo que perciben como una retracción de las sociabilidades barriales a las que estaban habituados en sus países o localidades de origen. “Los fines de semana se sientan todos juntos en la vereda a tomar, bailar y todas esas cosas, entonces aquí no” (Paty). Asimismo, extrañan ciertos modos de ocupación festivos de los espacios públicos o simplemente de la calle que, desde su perspectiva, los residentes nativos no suelen practicar o rechazan abiertamente. “Entonces no me siento como me sentía… bueno como extranjera, como extraña, por ejemplo, que tú vivas en un barrio y no conozcas a nadie, para mí eso es extraño, aquí, uno vive encerrado […] nadie conoce a nadie” (Cristina). Así, se producen desencuentros entre migrantes y población nativa por los usos legítimos dados al espacio compartido, los que se explican, en parte, por la confrontación de expectativas de ambos grupos. Estas se encuentran arraigadas en tradiciones culturales, y en el caso chileno, por cambios históricos de tipo estructural, como son las mutaciones a la matriz sociopolítica a partir de la irrupción y consolidación del modelo neoliberal en los últimos 40 años (Lechner, 2006; Araujo, 2017).

Finalmente, cabe señalar que la mayoría de los entrevistados sugiere que habría una relación entre estos comportamientos retraídos de los habitantes nativos y el ritmo vertiginoso al que induce Santiago. Este modo de vida se impone a todos, incluso a ellos mismos, por el imperativo de generar ingresos que les permitan sobrevivir en una ciudad donde el costo de la vida es percibido como muy alto. En ocasiones, los entrevistados tienen la impresión de que este modo de funcionamiento induce en los chilenos comportamientos de indiferencia y descortesía, que en un principio les afectan, pero con los que terminan habituándose. “Toda la gente quiere todo rápido, corriendo, a veces no le dicen ni a uno un por favor, nada, lo pasan a llevar a uno y ni permiso le dicen, nada” (Julia).

La discriminación

El nivel de saturación con el que aparecen en las narrativas de los entrevistados las experiencias de discriminación etnonacional y racial permiten sostener que esos procesos de alterización generadores de esas discriminaciones constituyen un aspecto central de la prueba urbana para las personas migrantes. La línea temática vinculada a las expresiones de discriminación de las personas migrantes en Chile ha sido prolífica en los estudios migratorios en el país (Stefoni y Stang, 2017).

En principio, los entrevistados remiten a dos grandes tipos de situaciones discriminatorias (intersecadas con otras, como el género y la clase): aquellas relativas al origen nacional (o, de manera más rigurosa, etnonacional) y las que se fundan en procesos de racialización, fenómenos cuya naturaleza estructural es ampliamente reconocida por los estudios de migración (Tijoux, 2016).

Andrés, además de experiencias propias como objeto de xenofobia, comparte la preocupación por lo que le ha sucedido a su hijo en el colegio: “cuando mi hijo entró al colegio le decían que hablaba como ‘peruano’. A él lo hacían sentir mal, igual a uno en el trabajo le dicen ‘peruanito’” (Andrés).

Los mecanismos a los que se recurre para discriminar son muy evidentes: el señalamiento de marcadores de diferencia como el modo de hablar, o el uso del gentilicio en diminutivo, estableciendo una jerarquía que inferioriza. Las situaciones de discriminación xenófoba relatadas remiten casi invariablemente al señalamiento, de parte de los nacionales, de una situación de desubicación del migrante, la apelación a una no pertenencia, a un no-derecho-a-estar. Celina relata un altercado con un cliente del minimercado del que es propietaria con su hermano: “yo le dije que no puede entrar sin mascarilla... y empezó a reírse y a aplaudir, y la gente lo miraba, ‘dense cuenta, un extranjero de mierda viene a darme órdenes a mí’ […] y dijo ‘¿tú te das cuenta de quién me está pidiendo que me ponga la mascarilla? Una peruana’ […] ‘yo no voy a respetar a alguien que me esté exigiendo algo en mí país, es mí país y si yo quiero ando con mascarilla, si yo quiero ando como a mí se me dé la gana” (Celina).

Este imaginario del intruso se relaciona directamente con la naturalización del vínculo estructural entre territorio, nacionalidad y Estado, y la operación discriminatoria fundante del Estado-nación (Sayad, 2010), que otorga derechos de ciudadano solo a quienes concede la nacionalidad por nacimiento en el territorio. Como contrapartida, se instala el imaginario del huésped, la obligación de la cortesía (Sayad, 2010) al Estado hospedador y, por ende, a todos los ciudadanos que encarnan ese Estado.

Otra expresión de la prueba urbana son las situaciones de discriminación por procesos de racialización que experimentan los migrantes afrodescendientes. Siguiendo a Tijoux y Palominos (2015), entendemos la racialización como “el proceso de producción e inscripción en los cuerpos de marcas o estigmas sociales de carácter racial […] derivados del sistema colonial europeo y la conformación de identidades nacionales chilenas” (p. 250). Esta característica, que encuentra su origen histórico/estructural en la colonización europea, adquiere una dimensión práctica cotidiana: “lamentablemente, la mayoría de los lugares que voy, soy la única negra, de Ciudad Empresarial, de negocios, de charlas, yo soy la única negra, entonces me miran” (Elizabeth).

La mirada tiene un efecto sobre el cuerpo puesto en el espacio, en el modo de vivir la ciudad, en la relación con los otros, y en la construcción de la imagen de sí: “al ser migrante, también de raza negra y alta, llamaba mucho la atención, me molestaba muchísimo que me miraran porque no estaba acostumbrada, porque para mí mirar a una persona interrumpe su metro cuadrado como se dice acá” (Elizabeth).

Es necesario, además, señalar el carácter variable de este proceso, aunque parezca un señalamiento obvio. En su relato, Elizabeth da cuenta de cómo ha variado la construcción de la negritud en lo que podríamos llamar el imaginario santiaguino: ella habla de una asociación actual de lo negro con el servicio doméstico y los trabajos de limpieza, que remite a una implícita adscripción de clase. Ese ahora se instituye en relación con un pasado reciente donde la asociación se establecía con lo misterioso, en un fenómeno que se ha referido como exotización (Pavez, 2016a; 2016b). Esta observación habla, además, de que Elizabeth lleva ya varios años en el país: “anteriormente el extranjero era causa de... como de misterio, ¿quién es?, ¿de dónde viene? La raza negra hace que la gente me tocara. A veces se me quitaba el color, me tocaban el pelo, un montón de cosas” (Elizabeth).

La racialización se liga, en una relación inextricable, con el sexismo, en la medida que el racismo ha sido una forma de control eugenésico de los Estados-nación latinoamericanos, “que supone la construcción de representaciones y la generación de prácticas que adscriben a cierto tipo de actitud y comportamiento frente a la sexualidad a determinados sujetos –marcados en términos de género y racializados–, actitudes y conductas que atentarían contra una moralidad social imaginada” (Stang y Stefoni, 2016, p. 62). Elizabeth también ha tenido esta experiencia, que agrega otra faceta restrictiva a la prueba urbana: “y una de las personas me agarró la mano con una forma tan, tan ordinario tan, así como ‘ay, guachita rica’. Y yo dije: ‘uy, eso fue un acoso fuerte’, acoso de que te pongan la mano en el trasero” (Elizabeth).

Los soportes

Una vez examinados los principales componentes de la prueba urbana para el grupo de migrantes entrevistados, describiremos y analizaremos aquello que identificamos como los soportes más importantes mediante los cuales los migrantes enfrentan los aspectos difíciles y/o dolorosos asociados a la prueba urbana y sus dimensiones esenciales.

Proyecto migratorio

En la experiencia urbana de las mujeres y hombres migrantes entrevistados se identificaron soportes de distinta naturaleza para hacer frente a las dimensiones que componen la prueba urbana de vivir como migrantes en la ciudad de Santiago. A diferencia de lo planteado en la investigación de Correa (2016), donde la migración en sí misma es concebida como prueba, nos parece que, desde el punto de vista de la prueba urbana, el proyecto migratorio constituye un soporte que dota de sentido y ánimo en el enfrentamiento de la prueba. En particular nos referimos a las motivaciones y expectativas, tanto de logros económicos como de autoafirmación personal, que operan como un motor anímico para “seguir adelante” en el enfrentamiento cotidiano de las dificultades que encuentran en la prueba de vivir en la ciudad de Santiago. Aun cuando, como señala Martucelli (2006a), los soportes no son generalizables, en los relatos de las trayectorias urbanas de las personas entrevistadas las expectativas que se han hecho con su migración operan como sostén simbólico.

En los trabajos sobre migración, la noción de “proyecto migratorio” se asocia frecuentemente al estudio de las estrategias de inserción en la sociedad de llegada, así como a los motivos para emigrar con las expectativas de logro. Izquierdo (2000) señala que el término “proyecto migratorio” es utilizado por los autores de manera intuitiva y sin especificar a qué refiere exactamente, y explicita que este “consta de tres puntos de apoyo: los motivos para migrar, los planes para establecerse y las expectativas de retorno, delineando todo el proceso migratorio” (p. 227). En nuestro abordaje, seguimos lo planteado por Giannuzzi (2017) cuando considera que el proyecto migratorio tiene un rol fundamental en el proceso de integración en la sociedad receptora, y lo define como “un conjunto de ideas y expectativas, a veces poco formadas y necesariamente incompletas, que orientan las acciones del migrante en su nueva realidad. Este proyecto se moldea con el tiempo y los acontecimientos vitales” (p. 44). Es decir, como todo proyecto, se trata de un ejercicio prospectivo (Shütz, 1974), atravesado por un eje temporal que pone en juego tanto expectativas de logro en la sociedad receptora como de retorno. Como señala Paty: “Uno se viene con sueños, mi sueño es trabajar y ahorrar para mi casa ¿si me entiende? […] mis sueños para una mejor vida, para mis hijas, mi mamá” (Paty).

Para la consecución del anhelo, Chile aparece como una oportunidad, en contraste con la desvalorización del país del que se viene: “Sí, claro, vea, en Colombia la universidad es muy cara, carísima, yo ya no iba a poder pagar una universidad, entonces acá hay muchas oportunidades” (Paty). Asimismo, se valora la experiencia de migrar en el sentido del aprendizaje ante lo nuevo, como un capital que podrán aprovechar al volver: “a mí me decían que podía tener cosas buenas, y que más que todo iba a aprender cosas nuevas […] cuando regrese allá, me van a servir” (Juan).

Ahora bien, las expectativas del proyecto migratorio están sometidas a evaluación y van cambiando durante el trayecto. Lacomba (2001) señala que eventos biográficos y aspiraciones de ascenso social no conseguidas, muchas veces terminan convirtiendo en duradero lo provisional del proyecto. Al respecto, Correa (2016) supone que:

las expectativas juegan un rol organizador en la construcción y manufacturación del presente […] la gran atención depositada hacia el futuro por parte de esta población inmigrante orienta las formas de distribuir los recursos y las modalidades de anclaje al territorio (p. 345).

Ello se pone en juego en decisiones tales como la compra de una casa, lo que implica una dimensión de largo plazo y un cierto anclaje al lugar. Como lo dice Julia: “Que por lo menos, cuando yo ya esté viejita mi hija tenga un techo en donde estar, que ya tengamos una casa o una parte donde estemos nosotros y no tengan que sacarnos” (Julia). Y como lo expresa Nataly, asociado a la idea del retorno aplazado, pero nunca desaparecido por completo del horizonte de posibilidades: “Voy a hacer mi casa en Apurímac porque en Lima ya no hay vida, me voy a ir para pasar unas vacaciones por varios meses. Mis hijos ya están grandes y ya estudiaron” (Nataly).

En el proyecto migratorio, la construcción de expectativas respecto del lugar de destino son un pilar fundamental que se nutre de las narraciones de otros que han partido antes y las imágenes que se forman de estas (Izquierdo, 2000; Kleidermacher, 2016; Sarzuri-Lima, 2013). Ahora bien, es relevante señalar que las expectativas y anhelos se relacionan con los ideales de “progreso” y “desarrollo”, materializados en la casa propia y educación. Como señala Ruiz (2002), se trata de “una manera –quizás la única– para ascender socialmente, ‘superarse’, ‘salir adelante’ y ‘ser alguien’” (p. 90). Al respecto, Sarzuri-Lima (2013) recalca que son las narrativas e imágenes (re)producidas de la migración, lo que dice a los sujetos sobre qué ilusionarse. Es decir, una de las significaciones principales asociadas al proyecto migratorio es la de progresar y salir adelante en algún aspecto: económico, profesional y familiar, entre otros.

A lo largo del trayecto migratorio, las imágenes alimentan no solo la idealización del lugar de destino, sino posteriormente la idealización del lugar de origen, en particular de la vida en el barrio y de los vecinos como familia: “pero los de allá tratan de apoyarse y es así como si fueran todos, una familia” (Juan); “Para mí el mejor lugar para vivir si no tuviera mi casa acá, fuera mi casa en Perú” (Marina). Ahora bien, en la descripción de Marina, ella distingue entre la vida en Perú y la vida en el barrio. Sobre el país, su diagnóstico refiere a pobreza estructural, corrupción, caos institucional y bajos salarios. En su descripción parece no haber una salida, porque el esfuerzo individual no le permitiría sortear todos estos obstáculos. No obstante, cuando lo piensa a escala local (barrio), evoca experiencias virtuosas de relaciones familiares, entre vecinos, afectos, solidaridades y costumbres culturales, y en tal sentido expresa el anhelo de retorno que opera en ella como soporte.

En el caso de la migración femenina, si bien se tiende a reducir sus motivaciones a una estrategia y proyecto familiar (Solé, Parella y Cavalcanti, 2007), estas motivaciones son diversas, tales como intentar otras formas de vida y el logro de autonomía e independencia (Wagner, 2008). En la misma línea, Zarco, Díaz, Martín, Ardid y Rodríguez (2002) vinculan las motivaciones por conocer otros mundos, a la expectativa de realización de un proyecto propio, ajenas a la reunificación familiar. A la vez, se reconoce que los motivos y expectativas pueden ir cambiando en el recorrido migratorio (Carrasquilla y Echeverri, 2003) y, como señala Gregorio (1994), “van persiguiendo ciertas mejoras, ya no tanto de cara a sus obligaciones con su familia en origen, sino a su bienestar actual” (p. 87), vinculadas al tiempo libre y al ocio.

Cuando se trata de proyectos migratorios familiares apuntan a una estrategia de subsistencia económica y de aumento de los ingresos sostenido por las mujeres trabajadoras migrantes (Fresneda, 2001; Pedone 2006; Zarco et al., 2002).

Fue muy difícil […] y al mismo tiempo mi plata me serviría mucho allá para mis hijos […] El trabajo agotador, pero no quedaba de otra que aguantar y hacer lo mejor por los hijos […]. Porque allá su papá era irresponsable y yo, yo tenía que pagarle toda la casa, yo tenía que ver a mis hijos, mandaba toda mi plata (Carmina).

Tengo que salir adelante por él [hijo] […]. Eso me ha dado este país, lo único. Que antes no lo tenía y ahora lo tengo (Cristina).

La situación de las mujeres madres migrantes y su anclaje al cumplimiento del deber de maternidad y crianza a distancia, así como de proveedoras de bienestar económico, da sentido al proyecto migratorio y, al mismo tiempo, “puede producir una gran presión para las mujeres” (Zarco et al., 2002, p. 32). Como lo verbalizaba Carmina: “Seis meses lloré, lloré y lloré… pero tenía que acostumbrarme porque allá yo no tenía vida”.

Respecto al modo en que el proyecto migratorio funciona como soporte para encarar la prueba urbana, José relata los frecuentes cambios de domicilio que tuvo que hacer en Santiago, en algunos de los cuales las habitaciones se encontraban en condiciones muy deficientes, había problemas de convivencia entre los vecinos y discriminación. Respecto a lo anterior, él señala que enfrentar esas situaciones “me inspiran a salir adelante, a ser más fuerte, me llena de autoafirmación, digo, me quiero quedar aquí, yo quiero alcanzar mi sueño aquí, en vez de llorar”. Es en este sentido que planteamos el proyecto migratorio como un soporte que permite enfrentar las experiencias de discriminación y precariedad que componen la prueba urbana.

El repliegue en el espacio doméstico y la intimidad

Marina, de origen peruano, residente en la comuna de Lo Prado (con el mayor tiempo de permanencia en el país), declara haber asimilado lo que identifica como un modo de funcionamiento propio de los chilenos: “yo no me meto en la vida de nadie entonces no los molesto, tampoco ellos me molestan cada uno hace su vida […]. Tampoco me gustan los vecinos, la convivencia […], yo no estoy afuera en la calle ni nada”. Este soporte se relaciona directamente con el componente relativo al tipo de sociabilidades urbanas identificadas en las pruebas y forjadas al alero de la matriz neoliberal instalada en Chile a fines de la década del setenta. La asimilación de esta forma de convivencia es para Marina un mecanismo de adaptación a la cultura nativa, que le resulta funcional a la gestión de su vida social en el barrio de residencia: “Y bueno, eso mismo fue lo que me hizo tener que adaptarme y no me preocupa el resto, la verdad. Nosotros vivimos nuestra vida, vamos del trabajo a la casa, estamos dentro de la casa”.

Esta idea también está presente en el relato de Patricia (Colombia): “Yo me la paso en mi pieza, me la paso mejor encerrada […] yo salía a trabajar y de mi trabajo a mi casa y así”.

Para Besoain y Cornejo (2015) esto se explica en gran parte puesto que,

al interior de los muros de la vivienda se configura un mundo -el adentro- que aparece marcado por una búsqueda de bienestar, de goce, de disfrute. Hacia allá se dirigen muchas de las prácticas y decisiones de la cotidianidad […]. El miedo y la imprevisibilidad se toman el territorio de todo aquello que exceda los límites del espacio interior –el afuera– y, frente a ellos, se responde con más repliegue, con la resignación de quien sabe que el futuro no está en sus manos y solo le queda disfrutar de lo único de lo cual se siente soberano: el presente de su espacio privado (p. 23).

Por una parte, se podría hipotetizar que los migrantes se transforman bajo el influjo de la sociedad receptora. Por otra, el carácter móvil de su vinculación con el territorio hace que el barrio se debilite como estructura privilegiada para la constitución de identidades urbanas. Sin embargo, tanto Marina como Patricia, cuando evocan las formas de sociabilidad que se practican en sus lugares de origen, lo hacen con nostalgia por la pérdida de una cercanía y una proximidad con los demás que anhelan y que solo parecieran reencontrar cuando regresan a ellos: “Claro, ningún punto de comparación, hay más tranquilidad, gente conocida, mi familia” (Marina). “Todo el mundo se conoce, todo el mundo sabe quién es quién y normal… no se veían tantos problemas, porque como todo el mundo se conocía” (Patricia).

“Soportar” la discriminación

Hacer como si no se escucha, ignorar el daño, esconder la herida, este es un soporte que movilizan algunos de los migrantes entrevistados frente a la prueba de la discriminación: “En las micros [microbuses] a veces… hay varias cosas que no les entiendo, porque hablan a su manera, pero hay algunas cosas que sí, pero yo hago como si no los escuchara” (Andrés). Se trata de una estrategia de elusión que no puede sino impactar en esa sedimentación cotidiana del individuo que emerge de este menoscabo estructural. La estrategia de elusión, como soporte frente a este aspecto de la prueba urbana para el migrante, se vuelve una respuesta bastante lógica. La situación migratoria determina –en la medida que la alteridad asociada a esa situación es una prueba que el migrante no puede dejar de enfrentar– tanto las particularidades de la prueba como las posibilidades de respuesta. Como dice Zoraida: “una nana como yo decía ‘ay, peruanas de mierda que nos quitan el trabajo… por qué no se van a su país’. […] En la micro, se agarraron, una chilena con una peruana, así que nada, uno no puede ganarse las peleas como cualquiera” (Zoraida).

Esa no pertenencia, esa desubicación supone en este soporte al que se recurre una no-reacción frente a la agresión, “como [haría] cualquiera”. Un buen huésped debe ser agradecido, incluso aunque esa actitud de agradecimiento pueda implicar cierta humillación. Es preciso evitar el conflicto, porque en el fondo, se acepta implícitamente que no se tienen los mismos derechos: “cuando trabajé de vendedora había una señora que le dije que no se podía hacer el cambio de la prenda y enseguida me dijo puros garabatos [insultos] chilenos que dicen aquí… ‘concha… no sé cuánto’, ‘huevona’, me dijo ‘peruana vete para tu país’. La verdad, a mí me dolió mucho el corazón, porque nunca había sentido que unas gentes me traten mal como ella” (Julia).

Pero no siempre se movilizan los mismos soportes frente a la prueba. Marina dice que, ante esas situaciones de discriminación, se defiende: “hay gente prepotente y humillante, y yo la verdad me he sabido defender, no me he dejado pasar a llevar, pero la discriminación existe […] y además que el otro año lo van a sacar en cara porque me voy a nacionalizar chilena” (Marina). Sin embargo, incluso recurriendo a otro tipo de soporte, de resistencia frente a la discriminación, Marina pretende nacionalizarse, es decir, borrar la marca de alteridad de derecho, porque la marca de la alteridad de facto es mucho más difícil de borrar.

Reflexiones finales

Los resultados del estudio muestran historias singulares, simultáneamente atravesadas por desafíos comunes de carácter estructural. La aproximación por las pruebas y soportes representa un enfoque muy poco explorado en el campo nacional de los estudios migratorios y podría aportar a pensar estos procesos de modo diferente. Por ejemplo, preguntarnos de qué manera estas experiencias diversas, pero convergentes en algunas de sus manifestaciones estructurales, nos muestran los modos en que los migrantes viven la y en la ciudad; qué soportes movilizan para hacer frente a las pruebas de su experiencia urbana y, en esas resoluciones contingentes, transforman eventualmente la prueba misma.

A partir de la descripción de los componentes de la prueba urbana para los migrantes, hemos reflexionado de manera exploratoria sobre algunas de ellas.

n materia de vivienda y habitabilidad, constatamos, por una parte, el carácter estratégico de la localización residencial en el centro de la ciudad en la medida que contribuye a morigerar el impacto de otros componentes de la prueba urban

En materia de vivienda y habitabilidad, constatamos, por una parte, el carácter estratégico de la localización residencial en el centro de la ciudad en la medida que contribuye a morigerar el impacto de otros componentes de la prueba urbana como, por ejemplo, la distancia entre domicilio y trabajo. Así también, en las comunas de la macrozona centro hay posibilidades de vivienda para estos grupos, marcadas por la presencia de un mercado informal, viviendas deterioradas, cobros excesivos y la existencia de enclaves de migrantes que facilitan el acceso al hábitat. No obstante, los resultados del estudio nos llevan a cuestionar el carácter transitorio de la vulnerabilidad habitacional.

En relación con la sociabilidad urbana y los vínculos sociales, incluso el enfrentamiento de violencias en el espacio público, el desafío pareciera estar dado por el imperativo de la adaptación y la adecuada interpretación de los códigos locales, aunque los entrevistados no renuncian a las formas de relación propias y que persisten en el tiempo.

Respecto de la discriminación como componente central de la prueba urbana, los entrevistados remiten a dos grandes tipos de situaciones discriminatorias: las relativas al origen nacional y las fundadas en procesos de racialización. Es el imaginario del intruso que opera como trasfondo de esta situación, relacionada con la naturalización de la operación discriminatoria fundante del Estado-nación, que distingue entre nacionales y no nacionales, otorgando derechos de ciudadano solo a quienes nacen en el territorio.

Finalmente, respecto de los soportes, identificamos el proyecto migratorio como central. Este constituye un recurso esencial que opera como elemento simbólico y de sentido, ya que aun cuando los sujetos no lo identifiquen conscientemente como tal, les provee un sostén subjetivo, en el sentido de autoafirmación, que les permite no decaer en el enfrentamiento, por ejemplo, de la discriminación y agresión en la vida urbana. Las motivaciones y expectativas que animan su migración operan como un motor en el enfrentamiento cotidiano de las dificultades que encuentran en la prueba de vivir en la ciudad de Santiago.

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Notas

1 Usamos la expresión migrantes para referirnos a las diversas identidades de género posibles. No obstante, a lo largo del texto empleamos el genérico “los” por razones prácticas.
2 Según Arriagada y Jeri (2020), el subarriendo migrante ha tenido un crecimiento explosivo desde el 2015 hasta la actualidad, concentrándose, como ha sido la tónica, en el centro histórico y en la macrozona centro de la ciudad de Santiago.
3 Con el objeto de resguardar la identidad de los informantes sus nombres han sido cambiados.

Notas de autor

* Chilena. Doctora en Estudios Urbanos, Universidad Católica de Chile, Santiago, Chile. Académica e investigadora, Centro de Investigación en Ciencias Sociales y Juventud (CISJU), Universidad Católica Silva Henríquez, Santiago, Chile. Correo electrónico: amalvare@ucsh.cl ORCID: https://orcid.org/0000-0003-2554-3055
** Chilena. Doctora en Ciencias Sociales, Universidad de Chile, Santiago, Chile. Académica e investigadora, Centro de Investigación en Ciencias Sociales y Juventud (CISJU), Universidad Católica Silva Henríquez, Santiago, Chile. Correo electrónico: alara@ucsh.cl ORCID: https://orcid.org/0000-0002-3530-4763
*** Argentina. Doctora en Estudios Sociales de América Latina, Universidad Nacional de Córdoba, Córdoba, Argentina. Académica/investigadora, Centro de Investigación en Ciencias Sociales y Juventud (CISJU), Universidad Católica Silva Henríquez, Santiago, Chile. Correo electrónico: fstang@ucsh.cl ORCID: https://orcid.org/0000-0003-3781-3024
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