Cuadernos Inter.c.a.mbio sobre Centroamérica y el Caribe

Vol. 19, No. 2, julio-diciembre, 2022

El espacio Atlántico/Caribe guatemalteco: una construcción histórica y territorial liberal 1871-1959

Artículos científicos (sección arbitrada)

El espacio Atlántico/Caribe guatemalteco: una construcción histórica y territorial liberal 1871-1959

The Guatemalan Atlantic/Caribbean Space: A Liberal Historical and Territorial Construction 1871-1959

O espaço guatemalteco Atlântico/Caraíbas: uma construção histórica e territorial liberal 1871-1959

Néstor Véliz Catalán *
Investigador independiente, Ciudad de Guatemala, Guatemala

El espacio Atlántico/Caribe guatemalteco: una construcción histórica y territorial liberal 1871-1959

Cuadernos Inter.c.a.mbio sobre Centroamérica y el Caribe, vol. 19, núm. 2, e52572, 2022

Universidad de Costa Rica

Recepción: 31 Diciembre 2021

Aprobación: 21 Septiembre 2022

Resumen: La motivación central de este artículo reside en explicar la forma en que se construyó la representación del territorio caribeño de Guatemala desde 1871. Esta orientación conlleva a cuestionar la forma en que la oficialidad denominó este espacio, lo que implica inquirir sobre el sentido discursivo, ideológico y político de nombrarlo como “Atlántico”. Ello remite a revisar las tendencias de los movimientos de asentamiento urbano y construcción de vías de comunicación desde la época colonial. Subyace la tesis de que, la denominación antes expresada, obedece a una certeza de parte de los intelectuales liberales de llamar el espacio caribeño de la forma citada al considerar que las aguas que lo bañan constituyen un espacio común con Europa occidental, paradigma civilizatorio. La reproducción de dicha forma de nombrar el espacio tiene lugar con la pervivencia de un discurso excluyente que llevó a asumir la región como “ventana” hacia Europa, obviando el contexto inmediato.

Palabras clave: Atlántico, departamento de Izabal, discursos, identidad nacional, municipio de Livingston.

Abstract: The central motivation of this essay lies in explaining the way in which the representation of the Caribbean territory of Guatemala was constructed since 1871. This orientation entails questioning the way in which the official denominated this space, which implies inquiring about the discursive, ideological and politician to name it "Atlantic". This refers to reviewing the trends in urban settlement movements and the construction of communication routes since colonial times. Underlying the thesis that the aforementioned denomination obeys a certainty on the part of liberal intellectuals to denominate the Caribbean space in the aforementioned way, considering that the waters bathe it constitute a common space with Western Europe, a civilizing paradigm. The reproduction of this appreciation takes place with the persistence of an exclusive discourse that led to the assumption of the region as a "window" towards Europe, ignoring the immediate context.

Keywords: Atlántico, department of Izabal, municipality of Livingston, national identity, speeches.

Resumo: A motivação central deste ensaio está em explicar a forma como foi construída a representação do território caribenho guatemalteco desde 1871. Essa orientação passa por questionar a forma como o funcionário denominou esse espaço, o que implica indagar sobre o caráter discursivo, ideológico e político para chamá-lo de "Atlântico". Trata-se de revisar as tendências dos movimentos de ocupação urbana e a construção de vias de comunicação desde os tempos coloniais. Subjacente à tese de que a referida denominação obedece a uma certeza por parte dos intelectuais liberais de denominar o espaço caribenho da forma acima mencionada, considerando que as águas que o banham constituem um espaço comum com a Europa Ocidental, um paradigma civilizador. A reprodução desta apreciação se dá com a persistência de um discurso exclusivo que levou à assunção da região como uma "janela" para a Europa, ignorando o contexto imediato.

Palavras-chave: Atlântico, departamento de Izabal, discursos, identidade nacional, município de Livingston.

Introducción

La construcción de la nación guatemalteca es un proceso inacabado. Décadas de regímenes autoritarios, conflictos internos y convivencia precaria no han permitido modificar la visión de país elaborada por los liberales desde 1871 y que alcanzó su maduración en 1959 con la construcción de la carretera al Atlántico. Eso a pesar de que ha tenido lugar una reforma educativa que ha partido del paradigma pluralista, lo que conlleva aceptar no solo la existencia de diversas etnias, lenguas y pueblos, sino también el derecho a sus expresiones culturales. Lo anterior implica superar concepciones largamente oficializadas por la educación tradicional, buscando una modificación de visiones originadas en un marco hegemónico que hizo de la educación un medio para la homogenización cultural y la imposición de las representaciones geográficas formuladas por las élites.

Las nuevas propuestas de configuración del espacio tienen como principal objetivo el derrumbe del edificio de la geografía nacional construido por los liberales, si bien, en el contexto guatemalteco no se ha producido ningún aporte significativo al respecto. No obstante, bajo los nuevos paradigmas, puede darse el cuestionamiento de ese saber cuya reproducción ha permitido la continuidad de la visión elitista de la nación, llegándose a profundizar en las alternativas del proceso de inclusión del espacio caribeño tanto en el territorio, en la noción del espacio geográfico nacional como en la historia1.

Uno de los principales énfasis de este artículo es encontrar en la nominación Atlántico del espacio constituido por la costa del departamento de Izabal, una percepción que no permitió asociar el territorio al Caribe, lo cual se reitera en el discurso oficial y la representación espacial-geográfica dominante. Lo anterior lleva a preguntas tales como: ¿cuáles eran los objetivos de esta práctica discursiva?, ¿cuál era el sentido político de trasvasarla por medio de la educación?, y ¿por qué motivos o condiciones continúa reproduciéndose en el presente? En lo posible, en este artículo se procurará responder tales interrogantes.

El ejercicio de análisis y de crítica a la noción y visión liberal del territorio construida por los liberales, que inicia a continuación, está orientado para afrontar estas interrogantes desde una perspectiva integral, metodológicamente hablando, esperando aportar nuevas formas de comprender la construcción que realizaron de la noción territorial y espacial de Guatemala.

Metodología

El presente artículo, debido a su énfasis en cuestionar nociones y visiones consolidadas del espacio caribeño, se ha orientado en un sentido de revisión de las hegemonías discursivas y políticas que presenta la historia política de Guatemala. Tomando elementos y categorías provenientes del marxismo gramsciano y del enfoque decolonial, tales como: hegemonía, élite y colonialismo, se pretende encontrar la genealogía de la nominación como Atlántico de este territorio indagando en las motivaciones subyacentes de ello.

Uno de los puntos esenciales, básicos que sustentan la tesis del autor sobre el sentido que tiene el entender al Caribe como espacio Atlántico, así como las interrogantes sobre dicho proceder de parte de las élites, parte de la comparación entre una época en que dicho calificativo se aplicó al territorio como parte de la hegemonía liberal, y el presente, cuando diversas aportaciones provenientes de diversos espacios analíticos y disciplinares permiten entender el litoral caribeño como una región con particularidades culturales, étnicas y económicas singulares. Dicha riqueza y diversidad se desvanece e invisibiliza si se piensa el espacio desde el concepto que lo denomina, por cuanto, la supuesta cercanía con Europa –con la que se guardaría un espacio marítimo común– no asegura la existencia de población de extracción europea o la reproducción de los rasgos culturales del Viejo Continente.

En complemento con los anteriores elementos y precisiones metodológicas, se trazará el recorrido de las formas en que se nomina el litoral caribeño de Guatemala de acuerdo con un esbozo de su historia conceptual, por cuanto el mismo presenta diversos matices y una evolución acorde a las normativas discursivas y la visión que predominó en las construcciones discursivas hegemónicas, emanadas de decisiones y tendencias contempladas por las élites.

Al comprender que las nominaciones del espacio dependen de los intereses dominantes, al más clásico estilo marxista, se rastrea el origen del privilegio por el espacio pacífico, asunto que estructura y construye una idea de nación orientada, estratégicamente hablando, en dicho sentido. Debido a que, el abordaje temático obedece a una inquietud por aportar una explicación en una temática no abordada, se ha asumido la necesidad de nutrir el enfoque principal de la orientación deconstructiva, asumiendo el Caribe como un espacio regional configurado por la expansión imperialista y los movimientos de potencias coloniales.

En el recorrido del artículo, se procura encontrar en la percepción de los liberales del mundo civilizado un paradigma espacial con el que los países periféricos podían contactar a partir de la comunicación intercontinental. Es esta la motivación de asumir como Atlántico un espacio distinto a Europa, teatro de diversos procesos de colonización que permitieron la penetración europea y la articulación de relaciones de tipo colonial, vertebradas a partir de la posición periférica del país con respecto a las grandes potencias, que constituyen a su vez, el nexo con la economía mundial al constituirse en el destino de las exportaciones de diversos productos (café, banano, azúcar).

El mapa como construcción y representación gráfica del país que sustentan los ciudadanos

Al mirar, aunque sea de manera superficial, el mapa actual de Guatemala, se encontrará que el país posee una estrecha salida al mar en el extremo nororiente, lo que contrasta con la amplitud de la costa pacífica, la costa sur. Como se podrá apreciar, el punto de partida de las observaciones y las proyecciones representativas espaciales sigue siendo la ciudad capital, una urbe situada en el Valle de la Ermita en la Meseta Central (desde 1776), años después de la destrucción de Santiago de los Caballeros, centro administrativo desde mediados del siglo XVI.

La forma en que se aprecia la posición geográfica del país también está orientada a partir de ese punto de vista. Por eso decimos, corrientemente que la salida al Caribe de Guatemala es el departamento de Izabal, que corresponde a la puerta de los movimientos humanos, exportaciones y proyectos infraestructurales orientados al comercio marítimo. Sin embargo, circunstancias y condiciones de orden ideológico y hegemónico no han permitido la vinculación de Guatemala con las Antillas y, al presente, se les nombra como atlánticas2. Esta denominación ha conformado una tradición, por cuanto se ha reproducido en elementos discursivos trascendentales como los libros de texto, los cuales, reflejan la visión de las élites con respecto al espacio.

Dicha tradición se ha replicado, de una forma automática en diversos discursos desde la irrupción de la dictadura liberal. A pesar de que, en alguna medida la misma no se ha impuesto de una forma excluyente y taxativa, sigue vigente por inercia y desconocimiento de la Historia, se tiene a la versión acuñada en la época de los liberales como la única autorizada y por tanto, su repetición automática en libros de texto, mapas y discursos sobre el pasado, no hacen más que confirmarla, perpetuándola. Lo anterior es propio de un país con una cultura autoritaria, que valida las nominaciones del espacio a partir de un criterio de autoridad asignado a las instituciones con función normalizadora y represiva (Escuela y Ejército) y a la versión oficial trasvasada a los medios de comunicación masiva, para la cual, el litoral izabalence se ha denominado como “Atlántico”3.

A través de la hegemonía instalada en el contexto de prácticas y lógicas políticas unilaterales, la nominación del espacio participa de una gran relevancia como elemento de construcción representativa e imaginaria de la fisonomía del país. Es con los nombres oficialmente reconocidos, colocados en los lugares comunes, que las masas, aún sin integrar en el aspecto cultural, replican las visiones hegemónicas, provenientes de un espacio elitista, de una dimensión vertical. Sin embargo, debido a las necesidades de integración y asimilación, la socialización de estas nociones y nominaciones tuvo lugar a través de los libros de texto, en los cuales, repetidas veces, se comprueba el énfasis de la dictadura liberal en mostrar el espacio costero y marítimo como la continuidad de la costa europea.

Aún en el siglo XX, cuando el paradigma crítico emerge y permite el cuestionamiento de algunos aspectos de la ideología oficial hegemónica desde el último cuarto del siglo anterior, se mantuvo la noción de la costa de Izabal como acceso al Océano Atlántico. Ello tuvo lugar en las obras de muchas personas autoras que, como Esther S. de Castañeda, Elsy de Cortés, Manuel Salguero, Óscar de León Palacios y Manuel Arriaza, reactualizaron la visión liberal del país en textos utilizados en el nivel primario, medio y superior, observándose dicho proceder en la figura inserta a continuación, extraída de un texto de enseñanza media del último autor mencionado utilizado en el 5.° año de Bachillerato hacia inicios de la década de 1990 (Figura 1).

Mapa de los principales ríos de Guatemala4
Figura 1.
Mapa de los principales ríos de Guatemala4
Fuente: (Arraiza, 1990, p. 8).

La construcción del espacio y de su representación imaginaria, ha sido el resultado de condiciones propias del proceso de estructuración de la identidad nacional a través de una hegemonía cultural. Al respecto, las élites que fundaron el Estado guatemalteco tenían una visión definida por los intereses oligárquicos y comerciales, urgidos por la cercanía con Europa. Fue así como privaron sus criterios al momento de plasmar la representación del espacio en que se concretaran sus proyectos políticos, lo que influyó en la enseñanza de la Geografía y la Historia, reproduciéndose hasta el presente, las pautas discursivas marcadas con anterioridad, tal como se puede observar en la Figura 2.

Mapa a colores del departamento guatemalteco de Izabal5
Figura 2.
Mapa a colores del departamento guatemalteco de Izabal5
Fuente: Hago mi tarea (s. f.).

La Historia y el Caribe como un “espacio remoto” a partir de la óptica colonial

La dificultad en las comunicaciones

La marginalidad del territorio que Guatemala posee en la ribera caribeña no es privativa del territorio izabalense. Territorios vecinos, como las Verapaces (Tezulutlán, tierra de guerra) y el Petén, fueron zonas de difícil acceso para los conquistadores, colonizadores y religiosos provenientes de la península ibérica, así como para la población criolla y mestiza (Haefkens, 1969)6.

Durante el período en que tuvo lugar el asentamiento del régimen colonial, las expediciones a dichas tierras eran verdaderas “salidas” para los misioneros católicos, centrándose el acceso al mar en el corredor en torno al Camino Real del Golfo (Gavarrete, 1980). Esta vía, utilizada por funcionarios coloniales civiles militares y religiosos, era por donde las recuas de equinos guiadas por arrieros mulatos y negros provenientes de la ciudad de Santiago realizaban el transporte de añil, tejidos y otros artículos (Aragón, 2001).

La urbanización y la producción agropecuaria estuvieron orientadas al eje Pacífico-sur, lo que se replicaba en Honduras y Nicaragua, cuyas ciudades más populosas –Comayagua, Tegucigalpa, Granada y León– se ubicaban cerca del litoral. La provincia con mayor producción añilera, San Salvador, estaba totalmente orientada en esa dirección; todo ello condicionó la construcción del sistema de caminos en torno a ciudades y pueblos de la región, que presentaba mayor salubridad que las llanuras y selvas que bordeaban el mar Caribe (Montúfar y Coronado, 2014). Debido a ello, el comercio marítimo por vía pacífica era una expectativa en los comerciantes, quienes a inicios del siglo XVII lamentaban la imposibilidad de comerciar con Perú y China debido a las restricciones de las autoridades coloniales (García Peláez, 1971).

Los frenos puestos al comercio colonial obedecían a la legislación y política imperial. Eran tiempos en que el Imperio español constituyó una macro unidad geográfico-política de dimensiones colosales y tenían lugar disputas con países en proceso de expansión imperialista. Como resultado de la extensión al mar de las guerras continentales, naciones como Francia, Países Bajos y especialmente Inglaterra, autorizaron el hostigamiento de naves y del territorio español. Debido a ello, las costas centroamericanas fueron, en algunos momentos, corredores de piratería7.

El peligro inglés tuvo un impacto real en el istmo centroamericano desde bien temprano. La ciudad de Panamá, el más antiguo asentamiento español, fue varias veces tomada por piratas ingleses, en tiempo de incursiones de Francis Drake, John Hawkins y Henry Morgan, quien la saqueó y destruyó en 1673 (Prieto Rozos, 2016). En el Mar Caribe, el retroceso español se vio agudizado desde las cesiones y desalojos de varias islas (Jamaica fue española antes de 1655) y durante mucho tiempo, la piratería socavó la soberanía hispana, contribuyendo a establecer la presencia británica.

A veces, ni siquiera eran europeos quienes comandaban a los ladrones de mar: en inmediaciones a Izabal se dieron las incursiones del cubano “Diego el Mulato”. Estas emergencias forzaron la construcción de edificaciones fortificadas a lo largo de las costas y puertos de los Virreinatos y Capitanías Generales. En el Río Dulce, tuvo lugar la construcción del castillo de San Felipe de Lara, ubicado estratégicamente para impedir que alguna invasión pirática bajara al Golfo. En otros puntos donde existieron fortificaciones, como San Fernando de Omoa (Honduras) y la Purísima Concepción (Nicaragua), se desarrollaron combates ante la presencia de naves británicas.

De esa forma, Inglaterra se inmiscuyó de lleno en territorio de soberanía española. Los piratas, traficantes de esclavos y comerciantes de maderas preciosas ocuparon espacios que se incorporaron pronto a la órbita imperialista tales como la Honduras Británica (Belice), la Mosquitia (Honduras, Nicaragua y parte de Costa Rica) y la Guayana Esequiba (hoy Guyana). Fuera del área caribeña, la lógica de desalojar a España y Francia, como consecuencia de los tratados que ponían fin a las guerras europeas, hizo de los archipiélagos de Bermudas, Malvinas y otros, posesiones inglesas8. Si la cesión de una parte de La Española a Francia se dio después del tratado de Ryswick de 1697, en otros puntos del Caribe, la penetración no sería regulada y se daría en forma de desalojo gradual (Prieto Rozos, 2016).

La lógica del movimiento colonizador hizo de territorios como la isla de Cuba lugares estratégicos que constituían un punto de primer orden para el arribo de funcionarios militares, civiles y religiosos, así como los movimientos mercantiles. Como es sabido, esta isla representó no solamente un punto de desembarque y embarque de naves de diverso calado. En ella se abastecieron las expediciones de agua, madera y víveres, tan necesarios en sus viajes, así como procedieron, en sus astilleros, a la reparación de las averías que presentaban las naves en las travesías entre el mar Caribe, el Atlántico, las islas Canarias y puertos ibéricos9.

Paralelamente al Camino del Golfo florecieron poblados donde la masa de mestizos se fue agrupando hasta delinear una identidad étnica particular, conformando un corredor de poblaciones cuya importancia estratégica definió su ubicación en dicha vía. Entre ellas, Acasaguastlán, El Rancho, Gualán y, en el período independiente, Estanzuela, Los Amates, Morales, así como uno que actualmente lleva el nombre de “Bananera”, tienen una historia asociada mirando hacia el Golfo, aspecto que se encuentra sugerido en el nombre de San José del Golfo, situado cerca de Nueva Guatemala.

El Golfo Dulce de las crónicas coloniales no era otra cosa que el lago de Izabal, otro punto olvidado en el espacio geográfico de la moderna nación guatemalteca10. Dicha denominación, seguramente, correspondió al hecho de que este se asumió como cuerpo de agua dulce, diferenciándolo del vecino “golfo salado” de Honduras, mostrando una forma de percepción del espacio que continúa vigente.

Después de la Independencia: el Atlántico (Caribe), espacio para entrar en contacto con el mundo (Europa)

A pesar de que resulta periódica la irrupción del nacionalismo en las élites e intelectuales de gobiernos que han reclamado la pertenencia histórica de Belice a Guatemala, es un hecho que gran parte del añil centroamericano, tenía como destino Jamaica, colonia británica. Tanto en Kingston como en Montego Bay y Spanish Town, residían agentes judíos y anglosajones que llevaban a Europa los preciados tintes vegetales (López Vallecillos, 1967).

Si la colonización española fue un movimiento que partió de tierra adentro, desde las ciudades de españoles erigidas en los antiguos centros del poder indígena, un aspecto que puso en entredicho la soberanía ibérica, la intromisión británica se daría desde los espacios istmeños conectados con áreas de influencia y el Caribe fue una de ellas. Su irrupción impactaba igualmente a las élites y les obligaba a efectuar concesiones en un momento que mostró las distancias entre la dinámica de las relaciones de producción propias de la región y el movimiento exterior de capital.

La independencia del Reyno de Goathemala no produjo mayores cambios con respecto a adherencias y filiaciones con las potencias. Antes bien, continuó el monopolio del grupo guatemalteco sobre el añil salvadoreño, un elemento trascendental en los enfrentamientos entre ambas élites (Pinto Soria, 1986)11. A pesar de que la emancipación tuvo lugar paralelamente con la proclamación de la Doctrina Monroe (1823), esto no significó el establecimiento de vínculos comerciales con Estados Unidos. Antes bien, después del desprendimiento de Centroamérica del Imperio Mexicano, sobrevino un período en el que Inglaterra intensificó sus relaciones con los grupos dominantes.

Este país fue invocado como aliado por la élite salvadoreña con una particular declaración de adhesión, con la que se pretendió conjurar una ofensiva guatemalteca después de que tuviera lugar la invasión imperial (Haefkens, 1969). Esta nación e Inglaterra, ocupando el vacío dejado por España, trataron de delimitar su influencia firmando el Tratado de Clayton-Bulwer en abril de 1850 (Leyton Rodríguez, 1972).

Si bien, con anterioridad, esos productos vegetales habían sido obtenidos por los españoles, eso fue mínimo en comparación con la demanda que trajo la revolución industrial, momento en que la periferia se incorporó al capitalismo abasteciendo de materias primas a los centros industrializados. La demanda inglesa de colorantes provocó que se redoblara la producción de los tintes como el añil y la grana, aspecto en el que Centroamérica competía con las colonias británicas y neerlandesas del sur y sureste asiático12.

También es de notar que, pese a la proclamada lealtad de Guatemala hacia España, la preservación de las tradiciones indígenas y el arraigo del catolicismo durante la época de Rafael Carrera (1840-1865), las relaciones con Gran Bretaña fueron amistosas, sosteniendo nexos clientelares (Woodward, 2011). La alianza se profundizó tras el viaje realizado entre octubre de 1849 y junio de 1850 a bordo del vapor “Gorgon” por el cónsul Frederick Chatfield junto a Manuel Francisco Pavón y Aycinena, miembro del Consejo de Estado y el principal ideólogo conservador (Molina Moreira, 1979)13.

Estas condiciones ayudan a comprender la alianza y el subsecuente entreguismo hacia Inglaterra achacado por el liberalismo a los conservadores14. Después de este viaje, se estrecharon los lazos políticos, algo poco factible de no existir una circunstancia importante en lo económico, lo que residía en el atractivo del mercado británico para los cosecheros de grana de la meseta central (Crosby, 1945). Los conservadores, a pesar de estos contactos, carecieron de una visión estratégica que integrara los territorios de Izabal y el Petén a la patria. Como en la colonia, solamente con la intervención externa tuvo lugar el descubrimiento de las potencialidades comerciales de productos vegetales, lo que justificó y estimuló su aclimatación (Aragón, 2006).

Después de 1821, el Camino del Golfo siguió utilizándose como corredor militar, permitiendo el paso de tropa a países vecinos, como aconteció en la campaña de Carrera dirigida contra José Trinidad Cabañas en 1855 (Polo Sifontes, 1987). Sin embargo, este régimen nunca expandió la institucionalidad estatal en dichas zonas, carentes de población indígena y mestiza de importancia. El gobierno subsistió en crisis permanente y dependió de empréstitos de casas británicas para funcionar (Gonzáles-Izás, 2016). Dichos establecimientos, como el de capital mixto alemán-británico Skinner Klée y Cía, abastecieron de armamento al gobierno conservador desde la caída del gobierno liberal de Mariano Gálvez (Stephens, 2008).

Cuando cesó la rentabilidad de la grana, se profundizó la crisis, preparando el terreno para el surgimiento del café como principal cultivo de exportación (Pompejiano, 1997). A mediados de la década de 1850, la dictadura guatemalteca efectuó un movimiento estratégico que evidencia la inclinación hacia el sur de los movimientos militares. Su intervención en la Guerra Nacional de Nicaragua (1856-1857), se dio a través del Pacífico, creándose una improvisada marina de guerra con dos pequeños buques artillados que efectuaban viajes entre las zonas de combates y el puerto de San José (Polo Sifontes, 1987). Años más tarde, el canciller Pedro de Aycinena expresó la renuncia guatemalteca sobre la Honduras Británica en el tratado de finales de enero de 1859, donde se estipulaba que Gran Bretaña repararía a Guatemala por la cesión formal construyendo una carretera entre la capital e Izabal, algo que jamás se cumplió. Esta falta constituye la base del discurso reivindicativo de la soberanía guatemalteca, esgrimido por algunos intelectuales en momentos de exaltación nacionalista y roces fronterizos15.

Los conservadores, como los españoles, no tenían mayor interés en la zona, lo que no implicaba cedieran más territorio a la potencia. En aquellos años, Carrera se negó a recibir, a petición de Elisha Oscar Crosby, representante norteamericano, una indemnización por asentar a millones de negros libertos del sur estadounidense en Petén, Izabal y las Verapaces16. La excusa presentada por Carrera fue la necesidad de preservar el equilibrio étnico y las costumbres españolas, y que una cantidad de habitantes, de la pertenencia racial citada, alteraría la fisonomía de la región (Polo Sifontes, 1987). El entonces presidente vitalicio refutó preguntando por qué el gobierno norteamericano proponía, para el efecto, las regiones despobladas de Guatemala existiendo grandes extensiones sin colonizar en Estados Unidos, a lo que el ministro no respondió.

Una década más tarde, con el recambio en el poder entre liberales y conservadores de 1871 no cambió en mucho el panorama con respecto al Caribe. La política proteccionista hacia colonos europeos y las aspiraciones de blanqueo de la población hicieron posible el asentamiento de grupos de suizos, alemanes, italianos y belgas que reconcentraron las miras del gobierno en viabilizar la expropiación de la Iglesia y las comunidades indígenas, la concesión de créditos y la organización de la banca. Fue entonces cuando el café incorporó a la economía nacional las Verapaces, una región hasta entonces, sin mayor interés económico pese a su feracidad y abundancia en aguas.

Pese a que, el volumen del café producido aumentaba, su transporte se hacía casi exclusivamente por el Pacífico, a través del Puerto de San José, ubicado en el litoral del departamento sureño de Escuintla. No por casualidad, hacia ahí se dirigieron los primeros ramales ferrocarrileros trazados en el gobierno del conservador Vicente Cerna (1865-1871), cuando se inició la exportación cafetalera (Solórzano Fernández, 1963). Los liberales, al asumir el poder, procuraron construir, además de carreteras y ferrocarriles, las instalaciones portuarias necesarias para agilizar las comunicaciones y el intercambio comercial, pues, a decir de uno de los historiadores oficiales, los liberales se hallaban poseídos de “[…] Una tendencia natural a todo lo nuevo, decían, los inclinaba a la adopción de las modernas doctrinas; una posición por todas partes marítima y accesible a los dos mundos; les abría el camino al comercio y la civilización […]” (Villacorta Calderón, 1960, p. 60, destacado propio). El párrafo citado aludía elocuentemente a la orientación progresista de los sectores que abrazaron el liberalismo, destacando que, los puertos, constituían elementos necesarios para activar el intercambio que podría permitir un contacto directo con la civilización moderna, más si estaban abiertos hacia Europa, el mundo del cual América había recibido el influjo civilizatorio que los liberales aspiraban profundizar a través de sus reformas.

Esta muestra del discurso liberal sobre la relación existente entre la apertura de vías de comunicación que comunicaran con el continente europeo consolida la tesis sostenida aquí acerca del porqué denominar al espacio costero como Atlántico. Siguiendo al emisor de esta idea, José Antonio Villacorta Calderón, intelectual liberal e historiador (1879-1964), puede inferirse que el esfuerzo de la dictadura establecida en 1871 por establecer nuevos puertos estaba en sintonía con las futuras perspectivas de continuar recibiendo la influencia de Europa, con la cual, el país alcanzaría la modernidad. Cabe destacar que, el principal puerto de Guatemala en Izabal, su espacio Atlántico según los liberales, se denominó Puerto Barrios en honor del principal caudillo liberal y, desde 1895, cuando fue fundado, se utilizó como punto clave en los intercambios comerciales y contactos con los países hegemónicos europeos, de los que se habría de percibir la continuidad del movimiento progresista inaugurado con el siglo XVIII, el de las luces y la libertad (Villacorta Calderón, 1960).

Retroceso de las potencias europeas, hegemonía estadounidense continental y la aparición de las Banana Republics

Los gobiernos guatemaltecos, a partir de Justo Rufino Barrios, tuvieron reserva en cuanto a dar paso a la influencia estadounidense. Guatemala presentó un comportamiento distinto a otros países, en los que los monopolios estadounidenses después de la Guerra de Secesión hicieron su aparición como elementos propulsores de infraestructura. Aquí, la inserción de alemanes generó una nueva capa de terratenientes, reforzando los vínculos comerciales con Europa más por el trasiego del café que por interés directo de Alemania en afianzar su presencia17. La influencia de los alemanes contagió la legislación laboral, dándose la traslación de métodos usados en Namibia, colonia germana de África (Castellanos Cambranes, 2008).

Por la importancia que el café tiene, no podría empero hablarse de este país como una Banana Republic, sino como una nación cuyas fuerzas de seguridad, efectuando una ocupación interna, funcionaron como agentes de la producción realizada por los terratenientes, alcanzando la represión y el control de la población campesina y urbana un sentido definido por las condiciones del momento y las características del contexto. Entonces, Guatemala sería más bien una Coffee Republic con importantes enclaves bananeros, configurando ambos cultivos sus lógicas de explotación y control territorial.

En ese momento, el ascenso liberal coincidió con el incremento de la inversión británica y alemana en el eje Pacífico sur, el cual ya había influido en la construcción de ferrocarriles, fundación de bancos y establecimiento de infraestructura portuaria. En una dimensión más amplia, hay que considerar que el ascenso del capital estadounidense tuvo lugar habiéndose cancelado el intento alemán de crear una esfera de influencia en Paraguay a partir de empréstitos a las administraciones de los López, padre e hijo, proceso frenado con la guerra de la Triple Alianza (Prieto Rozos, 2016). Más tarde, los empréstitos británicos hicieron crecer la metalurgia chilena y financiaron la maquinaria de guerra con que venció a la alianza peruano-boliviana arrebatando las pampas salitreras en la Guerra del Pacífico (Prieto Rozos, 2016).

Sin embargo, los países centroamericanos, una vez liberados de las trabas monopólicas y del proteccionismo, propios de los gobiernos conservadores, quedaron a merced de Estados Unidos. El vacío de la presencia de las potencias europeas, en franca retirada desde la vigencia del Tratado Clayton-Bulwer, hizo posible que el “América para los americanos” se concretase en la formulación de nuevas áreas de influencia. Esto dejó libre el paso para los movimientos de particulares que, como William Walker, albergaron planes de expansión imperialista (Calvo, 2006).

La búsqueda de un canal interoceánico era un proyecto anhelado tanto por élites locales como por visionarios europeos. Se manejaron diversos lugares donde la configuración orográfico-topográfica permitiría la excavación del terreno: Tehuantepec en México, el istmo de Rivas en Nicaragua, la cuenca del río Coco o Segovia en Honduras y Panamá. Curiosamente, Costa Rica, otro territorio donde podría ensayarse la apertura de un canal, no registró ninguna propuesta seria para ello a pesar de su ubicación y relativa angostura, lo que facilitaría el ensayo de los proyectos concebidos en los dos países vecinos. Al retomarse el proyecto de Panamá por inversionistas estadounidenses después del fracaso de Ferdinand de Lesseps en 1889, se hizo realidad desde 1913 el ahorro de combustible y dinero para conectar Europa y el Pacífico americano, así como el Viejo Continente y el Caribe con California.

En cuanto a la presencia estadounidense en Centroamérica y Guatemala y el inicio de la era del banano, conviene decir que existe un dato cronológico que manifiesta la sincronía, es decir, una coincidencia que evidencia la relación entre ambas expresiones del imperialismo. Tanto las concesiones territoriales para la conformación de los enclaves bananeros y la construcción del ferrocarril en Guatemala como la emancipación de Panamá tuvieron lugar en 1903, año en que el control de los ferrocarriles de la International Railways of Central America (IRCA) pasó a la United Fruit Company (UFCO) (Tischler Visquerra, 1997).

La principal beneficiaria de ello fue la UFCO, fundada por Mynor C. Keith, un pionero de la plantación intensiva de banano que estableció un imperio tutelando gobiernos en la región, creando filiales como la Cuyamel y la Standard en Honduras (Rengifo, 1949)18. El banano cambió la fisonomía económica y humana del Caribe centroamericano, dinamizando el flujo de capitales, la afluencia de trabajadores y construcción de infraestructura necesaria para operar. Junto a la apertura del canal interoceánico, la producción bananera preparó la escena para la presencia de nuevos sujetos que provocaron un cambio demográfico.

Al igual que en la zona canalera, la necesidad de que los trabajadores estuvieran familiarizados con la lengua inglesa y los rigores del clima, así como la carencia de brazos nativos, provocaron la contratación de población antillana angloparlante, capacitada biológicamente para el trabajo y la interacción con los patronos. Sujetos a condiciones particulares, se vieron inmersos en un contexto hostil, pues existían otros factores que les alentaban además del color de la piel, la lengua y la adherencia completa a los patronos. Los indígenas y mestizos vieron en ellos a un elemento abiertamente colaboracionista, un enemigo más19. En las plantaciones se desempeñaron como esbirros, esquiroles y sicarios al neutralizar violentamente los intentos de organización de los trabajadores. En Guatemala, sin embargo, se tiene el referente de la actuación de uno de ellos, Alaric Alphonso Beneth, líder sindical fusilado en 1954 (Arrivillaga Cortés, 2016). Anteriormente, la migración de caribeños angloparlantes –especialmente jamaiquinos– hacia zonas donde se asentaban los circuitos bananeros, se había prohibido tanto en República Dominicana como en Costa Rica, justificándose en la necesidad de prevenir desórdenes y evitar una problemática integración al no poder hacer uso del idioma oficial local (Rosario, 2021).

Así, trabajadores de Jamaica y otras islas se afincarían en Centroamérica bajo el empuje del banano, como sucedió con otros participantes en la construcción del Canal de Panamá. Esta migración llevó a negros antillanos de habla inglesa a México, Colombia, Ecuador y Venezuela, donde se insertaron en la construcción de ferrocarriles, la explotación maderera y petrolera. La implantación de la economía bananera, la inversión estadounidense y su tutela hacia los gobiernos centroamericanos evidenció el advenimiento de una época en que el país estructuró la economía, administración y la política en el sentido exigido por la producción frutera, lo que generalmente se conoce como Banana Republics.

El Caribe: un espacio abierto para la movilidad humana transcontinental

El Caribe: destino de diásporas forzadas de África y Asia

En algún momento, el análisis de la idiosincrasia cultural de los pueblos del Nuevo Mundo y la etnografía del Caribe hacen que este sea considerado como una especie de enclave africano en América. Esto puede afirmarse si se toma nota de la conformación étnica de la población de la mayor parte de islas antillanas, sumamente distinta de los pueblos continentales.

Al respecto, una revisión demográfica y etnográfica permite observar que la penetración cultural africana en las Antillas y el litoral caribeño de Centro y Sudamérica resulta evidente e idiosincrática20. A pesar de las diferencias, la historia de la independencia americana resalta siempre que Haití, Saint Domingue, con sus luchas, fue un hito independentista a emularse en el continente (Moïse, 2003 y Prieto Rozos, 2016).

Sin embargo, la faz demográfica de la región no solamente adquirió una idiosincrasia abiertamente derivada de la esclavitud africana, sino que también incorporó otros actores como consecuencia de los movimientos del capital y la demanda de trabajadores. Un aspecto inédito de ello es el dato que aporta Alberto Prieto, quien refiere que, en la isla de Barbados, hacia el primer tercio del siglo XVII, existían esclavos irlandeses (Prieto Rozos, 2016). También en Costa Rica, en la provincia de Limón se tiene noticia del arribo tanto de irlandeses como italianos en el siglo XIX (Hernández Cruz, 1998).

La hegemonía europea diversificó en el Caribe la siembra masiva e intensiva de productos agrícolas tierra con valor agregado. En este sentido, la siembra extensiva del banano logró atraer no solamente a antillanos, sino que también a otras migraciones. Las diásporas transcontinentales permitieron una diversificación étnica, lingüística y religiosa que actualmente le confiere un carácter heterogéneo al espacio caribeño. A ese respecto, la presencia de asiáticos también es de destacar y aunque no puede decirse que el boom bananero los atrajera en grandes cantidades, es innegable que la economía de enclave y la influencia británica se constituyeron como factores que les convocaron21.

Algunas colonias británicas albergaron, desde 1836, a miles de hombres y mujeres provenientes del subcontinente indio, enfocándose en el trabajo de la caña de azúcar una vez tuvo lugar la emancipación de los negros, lo cual les llevó a todas las Antillas de habla inglesa, las Guayanas y a Belice, arraigándose algunos al término de sus contratos (Informalotodo 1970, 1970 e ICC, Indo-Caribbean Cultural Center Co. Ltd., 2014)22. En el área centroamericana, su presencia se inauguró con la inserción de trabajadores para construir el ferrocarril Colón-Panamá hacia 184023. Al mismo tiempo, dicha afluencia de trabajadores tuvo lugar en otros puntos como las islas de Mauricio y el archipiélago de Fiji, posesiones británicas de África Oriental y Melanesia, donde el azúcar fue cultivada con éxito y, ante la escasez de brazos nativos, los indios fueron “importados” hasta constituir la mayoría de su población24.

La presencia china también está ligada al trabajo forzado, a la irrupción de coolies, a quienes poca distancia les separó de un esclavo. Este vocablo se presta a variadas interpretaciones, existiendo polémica si nombra a un trabajador sin especialización o si se refiere a fuerza de trabajo secuestrada y esclavizada (Diccionario General de Español, 2017). La función sustitutiva efectuada por trabajadores provenientes de diversas regiones de la India Británica en el cultivo del azúcar es análoga a la desempeñada por sus pares de origen chino y japonés a Hawaii, donde la población nativa mermó debido a las epidemias (Lutz, 2009). En América, se tiene noticia de migrantes chinos sometidos a esclavitud en Cuba entre 1849 y 1872 (Yun, 2008), así como en las plantaciones ubicadas en valles de la costa peruana, a donde llegaron también para sustituir a la fuerza de trabajo negra (Pinto Vallejos, 2016)25.

Como puede apreciarse, las costas americanas, como los territorios de clima tropical de otros puntos del globo, eran codiciadas por inversores individuales y sociedades, que relanzaron la economía de plantación en lugares estratégicos para la producción especializada de frutas, edulcorantes, explotación petrolera y construcción de infraestructura de comunicaciones. Esta región centroamericana, incluso en Guatemala, es una zona multicultural, en la que conviven descendientes de indios, chinos, árabes, africanos, indígenas, mestizos, estadounidenses y europeos26.

La presencia india, algo inédito en un país mayoritariamente maya y mestizo, se debe a la migración de trabajadores de ese origen que se trasladaron desde el sur de Belice para habitar zonas abundantes en pesca en el municipio de Livingston, Izabal (Montenegro y Pierrot, 2006). Igualmente, inédito resulta el dato que habla de la introducción, en tiempos de Manuel Lisandro Barillas (1885-1892), de trabajadores micronesios de las islas Gilbert para laborar en el café y el azúcar en las fincas del presidente (Contreras, 1993).

Como está dicho, el origen de dichas migraciones se encuentra en el éxito de los cultivos de plantación como el banano y la caña, la actividad de contratistas y las facilidades de las comunicaciones para los movimientos transcontinentales. A su vez, las compañías colonizadoras británicas funcionaron como intermediarias de la movilidad humana motivada por la penetración del capital hacia la periferia, lo que demandó brazos para la economía de plantación aportados por mujeres, hombres y adolescentes.

La irrupción guatemalteca en el Caribe

Ferrocarriles y carreteras, los medios para acortar las distancias entre la ciudad capital y el “lejano Caribe”

La conexión entre la meseta central y el mar se estableció por medio del Camino Real, así también como por el río Motagua, vía acuática que permitió la navegación de botes de gran calado desde Gualán27. El ferrocarril inició en Guatemala con la construcción de pequeños ramales dirigidos hacia el puerto de San José en 1880 (Solórzano Fernández, 1963). El mismo presidente Barrios, vestido como fogonero, inauguró en 1884 la conexión Escuintla-Guatemala (Polo Sifontes, 1987). Los ramales construidos a continuación, como el Ferrocarril de los Altos, el de Verapaz y la línea Zacapa-El Salvador tuvieron como fin exportar el café producido en las tierras altas de Occidente28.

Las concesiones para las compañías bananeras norteamericanas hicieron posible la construcción del Ferrocarril del Norte, iniciado bajo la dirección del ingeniero alemán Silvano Müller (Solórzano Fernández, 1963). Muerto Barrios, sus sucesores no avanzaron en ello hasta la llegada de Manuel Estrada Cabrera (1898), quien lo llevó hasta el poblado de El Rancho. El 31 de agosto de 1900, se suscribió un contrato con la estadounidense Central American Improvement Co. Incorporation, que se comprometió a terminar la construcción en 99 años, obteniendo la cesión del muelle de Puerto Barrios y espacio para sus instalaciones a ambos lados de la línea. Finalmente, la vía se inauguró el 19 de enero de 1908 (Solórzano Fernández, 1963).

Así como el café había condicionado la construcción de los ramales ferroviarios con orientación al Pacífico, en Izabal, departamento orientado hacia la costa caribeña, este iba a utilizarse para el transporte del banano. Como en la vecina Honduras y Costa Rica, la UFCO alcanzó gran eficiencia al manejar un producto altamente perecedero, de pronta caducidad29. Con esta producción, cobró impulso y sentido el inicio de la construcción del ferrocarril por la IRCA en la década de 1920 y, posteriormente, la construcción de una carretera al Atlántico. El trazo de esta, iniciado en 1951 bajo el gobierno de Jacobo Árbenz Guzmán, realizó la vieja aspiración de conectar la capital con Izabal30. El marco político correspondía a la vitalización de un capitalismo estatista, en sintonía con el ideario nacionalista revolucionario, incentivado, en un inicio, por Juan José Arévalo31.

La importancia de esta vía de comunicación fue comprendida por el gobierno de Carlos Castillo Armas, instalado con el beneplácito del Departamento de Estado, la CIA y la UFCO, uno de los más grandes terratenientes afectados por la legislación agraria gubernamental. Fue puesta en operación ocho años después, en 1959, bajo el gobierno de Miguel Ydígoras Fuentes, continuador de la política pro-estadounidense. Al igual que el ferrocarril, llegaba a Puerto Barrios, y corría paralela al antiguo Camino Real del Golfo y el río Motagua. Dicha circunstancia da razón a un juicio emitido por el francés Arthur Morelet en su visita al país en 1847 (Griffith, 1993), cuando afirmó que: “Izabal es el único anillo que une a Guatemala con el mundo civilizado” (Morelet, 1990, p. 367, destacado propio).

De nuevo la geografía se impuso y trajo el recuerdo de aquellos arrieros negros y mulatos que, saliendo de Santiago de los Caballeros, caminaban con sus recuas de equinos por el camino del Golfo. Esto da pie para afirmar –haciendo eco del dicho británico que reza “los hechos son testarudos”– que el contexto se impone, por tanto, la “geografía es testaruda”, pues carreteras y ferrocarriles modernos se establecieron en trazos paralelos a aquellos caminos polvorientos. Durante el régimen conservador, una diminuta aldea situada sobre el antiguo Golfo Dulce denominada “Izabal” constituyó la única avanzada para el intercambio comercial (Muñoz Navichoque, 1982).

Los liberales y la noción de territorialidad

La educación, el filtro del poder que definió el Caribe guatemalteca como “tierra exótica”

A partir de 1871, los liberales guatemaltecos iniciaron un proceso de emisión de leyes, decretos y elementos legales que pretendían sacar la educación del estancamiento en que quedó cuando los conservadores la confesionalizaron. De ahí en adelante, procuraron subsanar la carencia de infraestructura entregándose a órdenes religiosas, lo que se oficializó con la Ley Pavón de 1852, derogada por Miguel García Granados 20 años después (Molina Moreira, 1979).

Los gobiernos de esta orientación ideológica asumieron como tarea fundar una patria que incluyera a todos, concediendo la ciudadanía a los indígenas y estableciendo líneas teóricas inspiradas en las teorías del positivismo de Auguste Comte y del organicismo de Herbert Spencer, así como el evolucionismo darwiniano. La dirección de institutos y escuelas públicas fue encomendada a intelectuales nacionales y extranjeros que se inspiraron en procesos triunfantes como la reforma mexicana, su paradigma modélico.

Las figuras destacadas del liberalismo formaron parte de una élite que configuró la representación del espacio y del paisaje natural, así como de formular elementos necesarios para la identificación de la ciudadanía con las imágenes de Guatemala. Entre ellos estuvieron varios extranjeros: Valero Pujol (español), José María Izaguirre y José Martí (cubanos), Darío González (salvadoreño), Marco Aurelio Soto y Ramón Rosa (hondureños) (Torres Valenzuela, 2001). Colocados en puestos claves de la administración liberal, configuraron los planes de estudio y los materiales didácticos utilizados por los docentes32.

De la labor de los historiadores oficiales se derivaron los manuales utilizados en la educación primaria y secundaria, elementos trascendentales en la construcción simbólica referida que se trasvasó a la niñez y juventud en los libros de texto, cartillas cívicas y actividades culturales. Esta élite generó las condiciones para una enseñanza de la Geografía a través de manuales y libros de texto en los que, nuevamente, privaba la visión de la minoría al descubrir a Guatemala y presentarla ante la población estudiantil.

En la enseñanza de la Geografía, los liberales replicaron las líneas directrices de la escuela francesa, imprimiendo manuales basados en los modelos utilizados en la enseñanza de dicha materia y también, reproduciendo una visión del espacio propia de los países imperialistas (Gutiérrez Mendoza, 2017). A través de una particular exaltación de los recursos y clima del país, calificado por el explorador estadounidense John Lloyd Stephens (1805-1852) como de la “eterna primavera”, los liberales construyeron una visión del mismo en el que, necesariamente, el Petén e Izabal fueron definidos en distintos discursos como tierras inhóspitas, cuando no improductivas o carentes de interés (Stephens, 1949).

Una muestra elocuente de ello, la proporciona Pedro Pérez Valenzuela, un historiador, formado en la tradición positivista, refiriéndose a etapas bien tempranas de la ocupación territorial: “Los fundadores de Guatemala no se preocuparon por acomodar un puerto en la costa norte a donde vinieran los buques españoles conformándose a tener el de Veracruz en México a trescientas leguas de distancia” (Pérez Valenzuela, 1956, p. 13, destacado propio). Ello a pesar de que, una real cédula expedida en Toledo el 20 de febrero de 1534 ordenaba al Adelantado, Pedro de Alvarado, encontrar un sitio con las condiciones de puerto natural y de que, en otra fechada el día 16 del mismo mes, la reina Juana de Castilla le encomienda no entrometerse en lo que tocaba a Cozumel (actualmente Quintana Roo, México) y Honduras, ocupándose de buscarse el establecimiento óptimo fuera de los territorios mencionados, lo que sugería su ubicación en las costas del actual Belice o bien de Izabal (Pérez Valenzuela, 1956)33.

Volviendo a lo étnico-cultural, un aspecto de la homogenización perseguida por los liberales era visualizar a Guatemala como una nación mestiza heredera de la grandeza maya y de la colonia española, en la que el progreso y las Leyes liberales civilizarían al indígena para incorporarlo a la ciudadanía, sujeto sometido y tutelado por una élite destinada a priori para llevar al país a la modernidad. Con su incorporación a la patria liberal el paternalismo estatal-militarista sustituyó al caudillista-clerical de la época conservadora, marcando un giro agresivo en lo que respecta a la asimilación cultural.

Esta orientación –la “ladinización”– pretendía homogenizar a las masas indígenas y prepararlas para el abandono de las formas tradicionales de organización social y el “borrado” de su herencia ancestral, aspectos que los conservadores mediatizaron para prolongar y reproducir su hegemonía entre 1838 y 1871, afianzados en la apelación dictatorial que trajo la presidencia de Rafael Carrera, vitalicio desde 1854. Los liberales intentaron dibujar una Guatemala en la cual, la aculturación desembocaría, al cabo de cambios operados en la educación, en la existencia de ciudadanos “civilizados” lo que se traducía en que reprodujeran fielmente los paradigmas occidentales en cuanto a idioma, vestimenta y costumbres. Lo anterior se complementó con acento autoritario que permeaba el imaginario de las masas alfabetizadas de un culto a la nación expresado en símbolos como el escudo de armas, la bandera e himno nacionales, los cuales recrean una determinada concepción del pasado, a expresarse cada 15 de septiembre en actividades por el talante militar (Véliz Catalán, 2021)34.

Esa visión hacía énfasis en la necesidad de sostener una orientación progresista. El triunfo liberal buscaba una sincronía con el movimiento civilizatorio que en Europa occidental protagonizaban las burguesías triunfantes. La firme creencia en que el desarrollo y modernización se daban de forma paralela en Europa y América la daba una conexión ideológica establecida por la influencia que los intelectuales de los centros hegemónicos ejercieron en las élites periféricas. Sin embargo, existía un elemento geográfico que también se prestó para afianzar dicha convicción: la idea de un desarrollo inducido por los contactos a través de un espacio común, el océano.

Exotismo étnico-demográfico del Caribe guatemalteco: la presencia de los garinagu en las costas de un país maya

En la historia oficial guatemalteca frecuentemente se suelen encontrar lagunas en cuanto a datos que documenten la presencia y existencia de población negra en el presente. Más que invisible, las posibilidades de contactar con esta se difuminan ante las evidencias empíricas que hablan de una población compuesta, en su inmensa mayoría, de descendientes de pueblos indígenas y un porcentaje de mestizos a los que se supuso provenientes de la mezcla entre ellos y españoles descendientes de los conquistadores. La construcción elitista de la identidad guatemalteca se dio a partir de la configuración de un molde impuesto a la población mestiza como sello de homogeneidad, el cual contrasta cuando la investigación etnohistórica encuentra en los negros esclavizados el sustrato para la existencia de muchas personas de raza mixta y, según el lenguaje colonial, de piel parda, los ladinos35. Por suerte, un análisis más exhaustivo permite situar al mestizo como un sujeto de interés para la Historia social y la Etnohistoria (Connaughton, 1999).

En realidad, la introducción de esclavos negros en el territorio guatemalteco fue bien temprana y perdió continuidad solamente con el encarecimiento de la “mercancía” en los puertos donde la legislación colonial autorizaba los asientos y prohibiciones de la trata. Esta población se mezcló pronto con indígenas y blancos, dando como origen las castas coloniales que pronto fueron reunidas bajo el concepto “ladino”, un individuo étnicamente ajeno a las categorías de español e indígena, castellanohablante y de costumbres y hábitos europeos. Por extensión, en el habla y pensamiento de los indios, también se calificó así al nativo adaptado a la interacción con europeos que aprendía su lengua y utilizara sus modales y vestimenta.

Debido a lo anterior, los negros puros se diluyeron en el mestizaje y desaparecieron del escenario de haciendas y demás unidades productivas de Guatemala; si bien no se puede olvidar que sus descendientes mulatos se diseminaron por rancherías en todo el Oriente, rumbo del Golfo y muchos pueblos de la costa del Pacífico (Retalhuleu, Escuintla, Guazacapán, Quezada)36 siempre contaron con apreciables porcentajes de pardos en los censos. Además, existieron dos poblaciones identificadas como de predominio negro: Gualán sobre el Motagua en Zacapa y San Benito de los Negros en Petén. La presencia negra pura, sin mezclas, no es apreciable por cuanto el legado genético de los esclavos coloniales se diluyó en el mestizaje (Lowel, 2003).

La inyección de afrodescendientes después del cese de las importaciones se daría por migraciones del lado caribeño, concretándose tanto el arribo de garífunas como de trabajadores de colonias de habla inglesa, estos últimos ubicados en torno a las plantaciones bananeras, pueblos y ciudades de dicho litoral, mientras que, los primeros se asentaron en las zonas rurales mayormente selváticas de la orilla izquierda del Río Dulce.

Los garífunas arribaron a Guatemala a fines de noviembre de 1801 en el marco de su dispersión por las tierras caribeñas centroamericanas sin ocupar por los miskitos o sus aliados ingleses. Provenían de la isla de Saint Vincent, desde donde los ingleses les expulsaron después de grandes ciclos de guerra, en los que se involucraron también los franceses. Su origen es mixto, generado por la mezcla en la segunda mitad del siglo XVII entre africanos esclavizados por ingleses y franceses y arahuacos que se expandieron desde la cuenca de los ríos Orinoco y Amazonas para instalarse en las islas del caribe oriental (Gargallo, 2002).

Habían “tocado” tierra centroamericana al desembarcar al sur de la isla de Roatán, Honduras el 12 de abril de 1797 (Gargallo, 2002). Se establecieron en el sector llamado actualmente “Labuga”, Livingston, existiendo una polémica acerca de si ejerció como líder de ellos un personaje legendario conocido como Marcos Sánchez Díaz, o “Tata Marcos Pale”, de origen que las fuentes no consignan vicentino, sino haitiano o trinitario (Arrivillaga Cortés, 2002), sabiéndose que viajaba a Haití (Arrivillaga Cortés, 2016).

Una vez cohesionados bajo un origen y lengua común, los vaivenes de los conflictos con Francia y España dieron lugar a una existencia libre, en la que desarrollaron una cultura agraria autónoma, que permitía una producción de algodón y otros productos y el comercio con colonias francesas. Su principal líder, Joseph Chatoyer, un terrateniente y jefe tribal, fue muerto en 1795. Después de su derrota, el gobierno inglés les expulsó, procurando alejarlos lo más posible de las Antillas Menores (Gargallo, 2002). Sin permitirles desembarcar en Jamaica, se dirigieron al suroccidente, asentándose en tierras libres de presencia indígena y mestiza, evitando el contacto de otro grupo que, como ellos, reunía los aportes raciales de africanos e indios: la nación miskita aliada de los ingleses, vecina de “El poyais” (Montúfar y Coronado, 2014)37.

La presencia de los garífunas provenientes de las Antillas Menores fue permitida por las autoridades españolas en el área del actual municipio izabalense de Livingston, llamado así en honor a un magistrado norteamericano de Luisiana creador de los códigos que prescriben los juicios por jurado, adoptados por Mariano Gálvez38. Eran totalmente extraños a cualquier agrupación residente y, por tanto, la tolerancia de las autoridades estuvo facilitada, abandonándolos a su suerte en una tierra inhóspita, tal como se hizo después con colonos belgas e ingleses (Pérez Valenzuela, 1956). Su simpatía por los españoles se expresó participando en una operación conjunta contra piratas ingleses y la reconstrucción del puerto de Trujillo en 1797 (Gargallo, 2002).

En Guatemala, los garífunas han permanecido marginados, más estudiados por antropólogos y etnólogos europeos y norteamericanos que por investigadores nacionales. No han tenido visibilidad, pues jamás han sido objeto de un interés de integración a la nación por arraigarse a un espacio sin mayores perspectivas productivas ni facilidades para la explotación de recursos naturales; en la lógica capitalista, tales poblaciones son invisibilizadas. Las élites políticas y económicas definen los movimientos del Estado según una lógica de beneficio, que asigna valores al territorio y sus habitantes según las potencialidades del lucro a corto o mediano plazo39.

La existencia de asentamientos garífunas en Izabal le ha reportado a Guatemala un elemento a la diversidad étnica y racial que la confirma como país pluriétnico, pluricultural y multilingüe. Esto rara vez es interpretado como elemento que muestra una vinculación geográfica o histórica con el espacio caribeño, que sigue siendo una dimensión ignorada y lejana para la mayor parte de la población, habituada a visualizar el espacio privilegiando el eje Pacífico (Sandner, 2003). Modernamente, la mediatización del conocimiento del pasado hace que la visión del territorio se configure, no a través del conocimiento histórico o geográfico, sino de la publicidad, aspecto que condiciona la apreciación del espacio izabalense por medio de estampas visuales centradas en capturas de danzas, rituales religiosos y acciones cotidianas de los garífunas, destacando lo exótico y pintoresco, pues resultan distintos y por tanto, atractivos en la medida en que susciten la visita y estancia de turistas extranjeros.

Conclusiones

Las élites liberales, triunfantes después de largos conflictos con los conservadores, tuvieron en Europa y América del Norte los referentes de desarrollo y progreso. Se asumieron, en los discursos de sus ideólogos, escritores y propagandistas, como destinatarios y herederos de un legado prohijado por el progresismo propio de la burguesía industrial europea, replicantes de una tradición progresista en el contexto de una América influida por la reforma liberal. A través de la acción de los intelectuales se plasmó una determinada concepción tanto de la Historia como de la Geografía. Cuando el liberalismo se oficializó, los intelectuales participantes de la construcción hegemónica a través de la educación, las prácticas cívicas y la historiografía, manifestaron discursivamente una comunidad de elementos civilizatorios con Europa.

Residentes en urbes, visualizaron al Caribe desde un sitial privilegiado, construyendo a través de sus textos una visión de la región que reflejó fielmente su noción de civilización y espacio territorial. Los ideólogos liberales ansiaban una nación mestiza, en la que, gradualmente los elementos culturales indígenas desaparecieran y la modernidad se abriera paso. El criterio colonial subsistía en las élites locales al adoptar “hacia el otro”, el sujeto subalternizado, calificativos y apreciaciones provenientes de las nociones dominantes, construidas hegemónicamente (Véliz Catalán, 2011).

Analizar y decodificar el discurso historiográfico, político y literario que hizo del Caribe una región marginal y exótica para la Historia resulta sumamente interesante, al punto que puede dar pie a un trabajo dedicado a ello. Por el momento, conviene decir que los liberales manifestaron una vinculación histórica con Europa asumiendo que existía una conexión entre ambos continentes que descansaba, no en los nexos coloniales, sino en una orientación modernista generada en la influencia cultural compartida. Esta era parte del movimiento civilizatorio global que se expresaba en las reformas liberales, realizando el proyecto de modernización articulado por los pensadores europeos del siglo XVIII (Lander, 2000), lo que entrañaba una postura eurocentrista.

De Europa se recibió la civilización occidental, cuyo aspecto más universal lo tenemos en el cristianismo, un elemento hegemonizador que equiparó y unificó a criollos y peninsulares durante la colonia. La fe fue comprendida en algunos discursos como un elemento humanitario que contribuyó a elevar el nivel cultural de los pueblos originarios, iluminándolos espiritualmente “sacándolos de la idolatría y el paganismo” (Zavala, 1994). En dicho sentido, Cristóbal Colón, es entonces un cruzado, un explorador que actuó con arreglo a la consigna de extender la “buena nueva” a toda criatura.

El Almirante había arribado a las Indias remontando el Atlántico, de donde vinieron el Evangelio y la religión católica, elementos civilizadores subyacentes en la empresa generada por el deseo de encontrar un paso alterno al Oriente bloqueado desde 1453. Bajo esta óptica, entonces la Conquista no fue un movimiento de dominación, sino una transición entre la gentilidad de los pueblos originarios y la cristianización realizada por los religiosos. Si existió colonización y explotación, ello fue solamente un efecto de la implantación de una forma de vida superior inserta en un contexto sin civilizar. En consecuencia, los conquistadores resultan ser los fundadores de las unidades político-geográficas actuales, algo que no está del todo errado si se asume el papel de la conquista en la conformación del régimen colonial. Y los religiosos católicos, colaboradores de dicha obra, son una especie de padres espirituales, de los cuales el mayor ejemplo es Bartolomé de Las Casas (Batres Jáuregui, 1893).

Un aspecto subjetivo que muestra la certeza de los núcleos intelectuales locales en una filiación ideológica con la burguesía europea es su adherencia a una posición progresista derivada del credo liberal. Aquí nunca se transitó por una modificación substancial que generara un grupo dominante alejado de las prácticas y lógicas oligárquicas. Por tanto, los liberales, al realizar la Reforma, dieron un salto cualitativo decisivo para configurar una nueva realidad, pero la misma no “saltó” de los esquemas tradicionales. La modificación de las dinámicas societarias se dio a partir de que desplazaron a actores decisivos del poder, el clero y la oligarquía conservadora. Si hasta entonces, el poder personal de los caudillos y el paternalismo clerical definían los pactos intersectoriales y el consenso de la sociedad, el partido Liberal modernizó la política, construyendo una infraestructura calco del modelo republicano francés, democrático en el papel, aunque seguía existiendo una gestión marcada por el autoritarismo de tipo oligárquico (Fuentes, 2011).

El bloque liberal local comprendió que Europa era la avanzada de un movimiento universal de transformación, que había de tener una replicación en Centroamérica. El triunfo de la reforma liberal era visualizado y comprendido como un parteaguas en la historia, pues detrás de ella quedaba la colonia y los usos caducos prolongados durante el régimen conservador (1838-1871). Sobre todo, en gobiernos como los del liberal José María Reyna Barrios (1892-1898), se pretendió una emulación del "progreso” y la “modernidad” apreciados como atributos de la urbe francesa al erigirse en la capital guatemalteca un conjunto de estatuas y edificaciones que sugerían un “pequeño París”. Ese tributo al triunfo liberal en ambos lados del mar se completaba con la denominación que se daría al paseo denominado Avenida de la Reforma, replicando el proceder de las autoridades mexicanas.

Reflexionando al respecto, tenemos que Europa y América marchaban en una misma dirección hacia el progreso. Al dejar a un lado las consideraciones y determinismos históricos, se comprende que el mar haya sido denominado como “Atlántico” y no “Caribe”, por cuanto se asumía como una plataforma acuática común con el “mundo civilizado”40. A través de este, la cultura, la civilización y los adelantos propios de la industrialización, por los que las sociedades se orientaban a la Modernidad, se proyectaban a la humanidad.

Por medio de estas aguas, las embarcaciones que partían de América arribaban al continente cuyo solo nombre era sinónimo de adelanto, civilización y progreso. Europa tenía una supremacía cultural e histórica por haber albergado a las sociedades que eran el basamento de Occidente: Grecia y Roma. No importaba que estas hubiesen nacido en el Mediterráneo y registraran influencia asiática con los etruscos, fenicios y el período helenístico. Inglaterra, Francia y Alemania eran herederas del glorioso pasado.

Los liberales tuvieron en esa admiración hacia Europa, un referente ideológico que se expresó en la creencia en la igualdad con las burguesías industriales, así como la certeza del desempeño de un papel histórico similar. Ante ello, cabe preguntarse si, ¿se asumieron como burguesía tan solo por inclinarse ideológicamente hacia el liberalismo?, ¿al asumirse como liberales, automáticamente, los procesos históricos liderados por ellos, desembocarían en una Revolución Industrial?, y quizás, más en sintonía con la temática medular de este artículo: ¿comprendieron que la grandeza y pujanza de Europa no se debía solamente a la modernidad y el progreso, sino al control y extracción de la riqueza de territorios del Caribe, Asia, África y Oceanía? Estas interrogantes, así como otras que pueden surgir para explicar la tan particular identificación del Caribe con el espacio Atlántico pueden generar otro ejercicio que dé cuenta de cómo se gestó la visión territorial del país en su conjunto. Por lo pronto, queda ya examinado y expuesto, en un breve recorrido histórico, el conjunto de circunstancias y condiciones que han hecho del Caribe guatemalteco una tierra históricamente lejana, marginal y, a la vez, exótica según la visión liberal41.

Referencias

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Notas

1 Esto se evidencia claramente en la existencia de propuestas generadas en consensos propios de organizaciones sociales y educativas tales como sindicatos y federaciones de maestros, así como eventos académicos, por ejemplo, el I Congreso Nacional de Enseñanza de las Ciencias Sociales realizado en abril de 2009 en la Escuela de Historia de la Universidad de San Carlos (USAC). Estos esfuerzos son adversados por la vigencia de criterios que siguen orientando la visión del territorio recurriendo al legado precedente, a pesar de los intentos de renovación y modificaciones curriculares.
2 Igual sucede en Colombia, donde uno de los departamentos ribereños se denomina “Atlántico” (capital Barranquilla), también una división administrativa hondureña lleva el nombre de “Atlántida” (capital La Ceiba). A este respecto, Nicaragua ha incorporado recientemente la denominación “Caribe” para dos zonas autónomas desde 1986, las cuales formaron anteriormente el departamento de Zelaya. Ello muestra la tendencia, en Centroamérica y América del Sur a nominar el espacio caribeño como “Atlántico”. Este trabajo aspira a buscar la forma en que se construyó esta denominación, pues resulta del todo interesante para estudiar los procesos de construcción del discurso hegemónico vigente. Este cuestionamiento equivale a pensar en la posibilidad de una replicación en el discurso geográfico oficial reproducido desde el poder y la docencia en países de África y Europa con litoral mediterráneo en los que la superficie acuática se asuma o nombre como atlántica. En el caso de España, en la mayoría de mapas, se hace una diferencia clara entre el litoral mediterráneo de las regiones autónomas de Andalucía, Valencia y Cataluña y el de porciones bañadas por brazos del Atlántico, como ocurre con los litorales del País Vasco y Galicia.
3 Situación que predomina fuera de las comunidades de investigación y contextos académicos, en la coloquialidad cotidiana y muchos ambientes educativos. Por tanto, una de las principales preocupaciones que subyacen al cuestionar la nominación del espacio nacen de la observación y de la comparación entre el pasado y el presente, tal como se manifestó en el apartado de Metodología. Asimismo, existe la necesidad de hacer observaciones puntuales sobre aspectos fácticos que no implican gran complejidad ni conducen, forzosamente, a cuestionar la cartografía desde lo ideológico, como por ejemplo, el hecho de que, si bien se reconoce a Cuba y a República Dominicana como naciones caribeñas, poseen importantes puertos y ciudades que no precisamente se ubican sobre el Mar Caribe, como es el caso de La Habana y Puerto Plata, aplicando lo mismo para San Juan de Puerto Rico, ubicándose sobre el Estrecho de la Florida y con rigor, en el Océano Atlántico.
4 En la subdivisión de las cuencas hidrográficas, aparecen clasificados como “los que desembocan en el Océano Atlántico” y los que concluyen su recorrido en el Pacífico, con lo que se comprueba la utilización del concepto ideado por los liberales para nominar el espacio litoral del departamento a casi cincuenta años de caída la dictadura iniciada en 1871.
5 En este mapa se observan las divisiones municipales y los principales hechos geográficos que vinculan al país por este flanco con el exterior. Obsérvese que el litoral es denominado como “Océano Atlántico”. Cabe mencionar que este mapa físico y político del departamento de Izabal fue incluido en un medio periodístico con vigencia actual. A pesar de que es de elaboración reciente, reproduce la nominación como “Atlántico” del mar que bordea la costa según la redacción de uno de los principales periódicos.
6 El Petén registró la primera incursión organizada de españoles hasta el 14 de marzo de 1697, cuando don Martín de Ursúa y Arizmendi tocó las aguas del lago Petén Itzá o Noj Petén (Leyton Rodríguez, 1972).
7 Las fuerzas españolas, confinadas a los cuarteles y fortalezas de los puertos de Itzapa, Acajutla, Realejo y Calderas, fueron impotentes ante ello. De la misma forma sucedió en el Atlántico, donde su presencia fue débil y coexistió con la de Inglaterra, la cual, después de algunos movimientos estratégicos, terminó por desalojarle de puntos estratégicos.
8 Todos ellos fueron enclaves que España cedió, permitiendo la intercomunicación del espacio colonial británico.
9 Una visión más amplia de la importancia de la isla de Cuba en los movimientos de penetración europea que modelaron el espacio caribeño se puede obtener en el texto coordinado por Consuelo Naranjo Historia de Cuba. Aranjuez. Doce Calles (volumen 1 de Historia de las Antillas) (2009). Asimismo, con énfasis en el desarrollo económico de la isla, se puede consultar el libro coordinado por Antonio Santamaría y Alejandro García Álvarez, Economía y colonia. La economía cubana y la relación colonial con España, 1765-1902 (2004). Otra fuente de gran utilidad en el abordaje de los movimientos políticos de las potencias en el espacio caribeño es el libro de Victor Bulmer-Thomas, The economic history of the Caribbean since the Napoleonic wars (2012).
10 Es el mayor cuerpo de agua dulce del país (aproximadamente 580 km2). No ha recibido mayor atención hacia él de parte de ningún gobierno, aunque actualmente se le invoca como santuario del manatí o vaca marina, especie en peligro de extinción.
11 El tinte producido en dicha provincia era de una gran calidad, rivalizando solamente con el producido en Venezuela y era trasegado por la familia Aycinena. Mariano, el autor intelectual de la independencia, poseía en San Salvador varias haciendas añileras.
12 La India y las Islas de la Sonda (actual Indonesia). El nombre es derivado del árabe “al-nil” y usado desde tiempo inmemorial en ceremonias y festivales propios de la religión india como el Holi Mela. Otras especies como la Sangre de Drago no tenían mayor demanda, registrándose incluso la aclimatación del añil en Canarias (Solórzano Fernández, 1963).
13 Este periplo, les llevó a recorrer las costas caribeñas de Centroamérica, Jamaica, Cuba y el Caribe colombiano.
14 La renuncia a reclamar la devolución del territorio de Belice a cambio de la construcción de una carretera entre la ciudad de Guatemala y el lago de Izabal es interpretada frecuentemente como una traición a la integridad nacional y al nacionalismo guatemalteco.
15 En momentos en que el diferendo territorial con Belice tiene alternativas de convocatoria política en las que el proceso de la colonización del Caribe es invocado por analistas, politólogos y periodistas, tal como ocurrió en 2015 cuando se vislumbraba un plebiscito a realizarse en octubre para decir si se apoya o no la intervención de la Corte Internacional de la Haya. Este no se realizó, aplazándose para abril de 2018, siendo la decisión negativa para negociar cesiones territoriales.
16 Este era un tiempo en que el filantropismo de algunos plantadores blancos hizo que sociedades abolicionistas fletaran barcos para que los negros liberados retornaran a África, fluyendo hacia el territorio de la actual República de Liberia.
17 A pesar de ello, los alemanes integran en la actualidad un fuerte núcleo oligárquico que ha diversificado sus intereses en las últimas décadas a la siembra, producción y procesamiento de la palma africana y el piñón, base de la producción local de grasas y biocombustibles.
18 En Guatemala, la frutera fue protagonista central de la disputa que enfrentó al gobierno de Jacobo Árbenz Guzmán con grupos conservadores y Estados Unidos que desembocó en la cancelación del decenio de primavera democrática en 1954.
19 Los autores se inclinaron a emplear estos términos para desvanecer el hecho empírico de que la conexión comercial se daba en términos desiguales. Europa no compraba manufacturas, sino materias primas, manufacturas naturales (López Vallecillos, 1967).
20 El segundo país emancipado de las potencias europeas y la primera nación de hegemonía negra en la que un actor político, de dimensiones universales como Toussaint Louverture, planteaba en 1801 las perspectivas de la obtención de la libertad para los haitianos mientras que, la inmensa mayoría de hombres y mujeres de color alrededor de Haití persistirían esclavizados durante décadas.
21 A mediados del siglo XIX, la sobrepoblación, conflictos étnicos y religiosos de la India británica y las guerras y hambrunas de la China Imperial eran la causa de la expulsión de tantos brazos empujados a la economía de plantación.
22 Principalmente punjabíes, bengalíes, musulmanes de lengua urdu y biharis.
23 El aporte genético de esta migración es determinante en varios países de la cuenca caribeña y excolonias europeas. En la actualidad, la población mestiza proveniente del cruce entre africanos, europeos y asiáticos de ascendencia india, constituyen la mayoría de la población de Trinidad y Tobago, Suriname y Guyana.
24 Estos movimientos trasplantaron la cultura, religiones y lenguas del subcontinente, diseminando a minorías como los sikh, confinadas a enclaves cerrados, a espacios específicos definidos por el Raj británico (Punjab), así como expandió la dispersión de los musulmanes de habla urdu, que después de 1948 hallarían una patria en el moderno Estado de Pakistán.
25 En ambos casos, el acceso de los trabajadores chinos, coolies (ku: amargura, li: energía, los de la “amarga energía”, aunque también se cree derivado de la tribu Kuli de Gujarat, oeste de India), se dio motivado por la sustitución de los trabajadores negros (Véliz Catalán, 2020).
26 Izabal fue también el punto por el cual se introdujo a Guatemala la segunda ola de palestinos migrantes, quienes arribaron en el vapor alemán “Rugía” provenientes de costas venezolanas (Véliz Catalán, 2019).
27 Menos de la mitad de sus más de 300 km de recorrido entre sus fuentes en El Quiché y la desembocadura en Omoa, Honduras. Hasta llegar a este pueblo, solamente es un río torrentoso, a juicio del francés Arthur Morelet que visitó Guatemala y publicó en 1857 la crónica de su viaje.
28 Región del suroeste de Guatemala que comprende tierras feraces ubicadas en la transición de las tierras altas a las llanuras de la planicie Pacífica en los departamentos actuales de San Marcos, Quetzaltenango y Retalhuleu.
29 Aunque siempre estuvo detrás, cuantitativamente, de lo producido por Costa Rica, Honduras y Panamá, en la región centroamericana, y Brasil, México, Colombia, Venezuela y Ecuador, a nivel continental, todos ellos abastecedores del mercado norteamericano, y con el avance de la tecnología de refrigeración, de Europa.
30 La irrupción del ferrocarril en la región centroamericana puede estudiarse a profundidad en trabajos como Delmer G. Ross, The construction of the railroads in Central America (1970), obra con varias reediciones. Los datos y abordajes acerca del ferrocarril pueden complementarse con una obra suya más focalizada, editada en 2001, Development of railroads in Guatemala and El Salvador 1849-1929. Otro trabajo que aborda la génesis, condiciones e irrupción del ferrocarril en la región es el de Antonio Santamaría (1998), Canales, cafetales y banano: historia del ferrocarril de servicio público en Centroamérica y Panamá, así como la obra coordinada por Jesús Sanz-Fernández et al. (1998), Historia de los Ferrocarriles en Iberoamérica, 1837-1995.
31 Filósofo y pedagogo nacido en Santa Rosa (1904-1990) formado en Europa y América del Sur, influido fuertemente por variantes populistas iberoamericanas como el getulismo brasileño y el peronismo argentino.
32 Algunos historiadores también participaron de ello, siendo el caso de Lorenzo Montúfar (1823-1898), autor de una extensa obra, la Reseña histórica de Centroamérica, que constó de siete volúmenes, y José Antonio Villacorta Calderón pionero en los estudios arqueológicos. Este autor, en el tomo II de la obra señala que, el proyectado canal interoceánico, de realizarse, conectaría el Océano Atlántico con el Lago de Granada en Nicaragua (pp. 234-235) y que los límites entre esta nación y Costa Rica constituían una línea de referencia que iniciaba en Punta Castilla, “la desembocadura del Río San Juan en el Océano Atlántico” (Rivera, 1878). Por extensión, se comprende que entonces, todo el borde costero del istmo está bañado por dicho Océano, lo que incluye a Izabal en Guatemala. Considerando la temporalidad en que su obra salió a luz, puede establecerse la misma como un referente de otras publicadas con posterioridad, así como de las formas de nominar el espacio popularizadas a través de los textos escolares.
33 Antes bien, el adelantado habilitó un puerto en el Pacífico, Itzapa, para emprender su aventura en tierras sureñas, llevando miles de indios cakchiqueles a combatir a los ejércitos de Diego de Almagro y Gonzalo Pizarro, quienes también deseaban territorio fuera de la jurisdicción de Francisco Pizarro (Polo Sifontes, 1987). Esto entraña una visión y un referente desde la oficialidad del porqué de la marginación del territorio caribeño desde el comienzo mismo de su organización por los españoles.
34 Las celebraciones de la independencia se caracterizan, en Guatemala, por una marcada ritualidad militar. Los liberales militarizaron la educación, orientando a las masas a un culto a la patria que entrañaba aceptación de su versión de la historia. Así, el escudo de armas, que rememora la emancipación sin lucha ni guerra, rodea al ave nacional, al quetzal, colocado sobre un pergamino donde se escribe la fecha de la independencia de dos fusiles Rémington en alusión no a la guerra de Independencia sino a la gesta en que se derrotó al conservadurismo y existe una “Jura a la bandera” en la que escolares y maestros manifiestan su adhesión a muerte a la Patria.
35 Como es de esperar, en el imaginario hegemónico, que construyó el subalterno, correspondientes ambos a una sociedad de castas, cuanto más el “pardo” se despojase de la carga de portar sangre de esclavo, más posibilidades había de ser aceptado por los blancos, principio de la práctica del blanqueamiento.
36 Quezada es un municipio del departamento oriental de Jutiapa que nació tras el crecimiento demográfico de la hacienda de un español apellidado así, referencia trasladada al autor por el educador guatemalteco Antonio Linares, descendiente de esclavos que trabajaron en esta unidad productiva, según lo refirió al autor en entrevista realizada el 7 de febrero de 2017.
37 País ficticio presentado por el escocés Gregor McGregor como una tierra paradisíaca, un “El Dorado” centroamericano, ubicado sobre las márgenes del Río Negro en el extremo nororiental de Honduras. En su deseo por colonizarlo, Mc Gregor vendió bonos del supuesto país por 287 000 dólares norteamericanos, haciendo que, en 1822 y 1823 zarparan hacia el territorio dos buques con 250 tripulantes (Armada, 2019).
38 Fue jefe de Estado de Guatemala en la República Federal de Centroamérica entre 1831 y 1838, alejado del poder por la revuelta liderada por el entonces jefe campesino Rafael Carrera y Turcios, falleciendo exiliado en ciudad de México hacia 1862.
39 Debido a ello, el lejano Izabal fue siempre un lugar remoto, extraño y exótico y si no resulta tan alejado en la actualidad, aún es valorado como punto “exótico” sin duda por la presencia del pueblo afrocaribeño que se insertó en el territorio. Por lo que respecta al territorio interior, su importancia actual gravita en la inclusión en la franja transversal del norte, ubicada entre los departamentos de Izabal, Alta Verapaz, Quiché y Huehuetenango, zona de conflictivos megaproyectos.
40 Aspectos por analizarse, discutirse y profundizar en otra investigación, donde se localicen y analicen a profundidad los argumentos discursivos de la invisibilización del nexo que une Guatemala al Caribe y la negativa a encontrar una vinculación de Guatemala con ella a través de la historia escrita y la ideología oficial.
41 Exotismo que asomó a la pantalla grande en un capítulo de las “Nuevas Aventuras de Tarzán”, titulado “Tarzan and the green Goodnes”, filmado en 1935, en las postrimerías de la dictadura, durante el gobierno de Jorge Ubico Castañeda (1931-1944). En la cinta, Izabal, con sus poblaciones de Livingston y Puerto Barrios, donde pernocta brevemente el conjunto de actores que representan los roles protagónicos, se muestra como un punto más del panorama exótico que muestra Guatemala, al lado de lugares emblemáticos como algunas ruinas mayas del Petén, la ciudadela de Zaculeu en Huehuetenango y vestigios coloniales de Antigua Guatemala. El film puede localizarse tras el enlace https://www.youtube.com/watch?v=Qo2hZ6nwnj4

Notas de autor

* Guatemalteco. Profesor en Enseñanza Media en Historia y Ciencias Sociales por la Universidad de San Carlos, Ciudad de Guatemala, Guatemala. Investigador independiente, Ciudad de Guatemala, Guatemala. Correo electrónico: nestorveliz774@gmail.com ORCID: https://orcid.org/0000-0003-1940-290X
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