Número temático (artículos científicos) (sección arbitrada)
Aimé Césaire, las Antillas francesas y Francia. Las ambigüedades de una relación histórica compleja1
Aimé Césaire, the French West Indies and France. The Ambiguities of a Complex Historical Relationship
Aimé Césaire, da Índia Ocidental e a França. As ambiguidades de uma relação histórica complexa
Aimé Césaire, les Antilles françaises et la France. Les ambiguïtés d’une relation historique complexe
Aimé Césaire, las Antillas francesas y Francia. Las ambigüedades de una relación histórica compleja1
Cuadernos Inter.c.a.mbio sobre Centroamérica y el Caribe, vol. 20, núm. 2, e56392, 2023
Universidad de Costa Rica
Recepción: 25 Enero 2023
Aprobación: 22 Julio 2023
Resumen: Este artículo examina la trayectoria de Aimé Césaire (1913-2008), sus actividades y posiciones políticas e ideológicas, en un contexto antillano marcado por numerosas y profundas transformaciones sociopolíticas, desde la segunda mitad del siglo XIX hasta la década de 1970. Su objetivo es desentrañar las ambigüedades de una figura histórica y anticolonial de primer orden que trabajó para integrar los antiguos territorios esclavistas en una nación francesa que luchaba por reconciliarse con el legado del colonialismo. El poeta reconvertido en político luchó, no sin contradicciones, por una asimilación –legislativa, jurídica y social– cada vez mayor, al tiempo que defendía las identidades y culturas únicas de las Antillas. Este trabajo se basa en las recientes producciones académicas sobre las relaciones entre estos territorios y el Estado francés, en las últimas bibliografías publicadas sobre Aimé Césaire, así como en archivos inexplorados o inéditos. Este conjunto de fuentes permite situar el itinerario de Aimé Césaire en la intersección de los planos locales, nacionales e internacionales.
Palabras clave: Martinica, Guadalupe, negritud, política, colonialismo.
Abstract: This article examines Aimé Césaire's career, his political and ideological activities and positions, in a West Indian context marked by many profound socio-political transformations, from the second half of the nineteenth century to the 1970s. The aim is to unravel the ambiguities of a major historical and anti-colonial figure working to integrate former slave territories into a French nation struggling to come to terms with the legacy of colonialism. The poet-turned-politician strove, not without contradictions, for ever greater assimilation –legislative, legal, social– while at the same time defending the unique identities and cultures of the West Indies. This article draws on recent academic research on the relations between these territories and the French state, the latest published biographies on Aimé Césaire and previously unexploited or unpublished archival documents. These sources make it possible to place Aimé Césaire's itinerary at the intersection of local, national and international levels.
Keywords: Martinique, Guadeloupe, Negritude, politics, colonialism.
Resumo: Este artigo examina a carreira de Aimé Césaire, as suas actividades e posições políticas e ideológicas, num contexto das Índias Ocidentais marcado por muitas e profundas transformações sociopolíticas, desde a segunda metade do século XIX até à década de 1970. O objetivo é desvendar as ambiguidades de uma figura histórica e anticolonial de relevo que trabalha para integrar os antigos territórios de escravos numa nação francesa que luta para se reconciliar com o legado do colonialismo. O poeta que se tornou político esforçou-se, não sem contradições, por uma assimilação cada vez maior –legislativa, jurídica, social– ao mesmo tempo que defendia as identidades e culturas únicas das Índias Ocidentais. Este artigo baseia-se em investigações académicas recentes sobre as relações entre estes territórios e o Estado francês, nas últimas biografias publicadas sobre Aimé Césaire e em documentos de arquivo anteriormente inexplorados ou inéditos. Estas fontes permitem situar o itinerário de Aimé Césaire na intersecção dos níveis local, nacional e internacional.
Palavras-chave: Martinica, Guadalupe, negritude, política, colonialismo.
Introducción
Oriundo de Martinica donde nació a principios del siglo XX, Aimé Césaire es una figura intelectual y política compleja. Al tiempo que denunciaba el colonialismo del Estado francés, abogaba por una mayor integración de Martinica y Guadalupe a la nación francesa, defendiendo al mismo tiempo su singularidad histórica y cultural. Desde la segunda abolición de la esclavitud en las colonias francesas en 1848 hasta la transformación de estas antiguas colonias en departamentos franceses2 –entidades territoriales y administrativas de pleno derecho–, el sentimiento de estar relegado a los márgenes de la nación persiste hasta nuestros días3. Así pues, fue desde la periferia de la nación francesa y al margen de una región del Caribe inclinada hacia el independentismo que Aimé Césaire, como diputado (1945-1993), hizo oír su voz en el corazón de la vida política francesa para sacar a las Antillas de su condición subalterna. Esta lucha no estuvo exenta de enfrentamientos, dada la fuerza de los vientos contrarios entre las aspiraciones sociales locales, las resistencias políticas parisinas y las ambigüedades del escritor y del político. En efecto, entre sus escritos, sus acciones, sus discursos y sus posiciones, ciertas contradicciones jalonan su carrera y dan testimonio tanto de una tensión entre convicción y realpolitik como de una personalidad compleja que juega con las contradicciones en beneficio de un discurso situado y adaptado a las circunstancias, a los temas y al público del momento. Reconstruir la trayectoria de esta figura decisiva situándola en el contexto de la historia de las Antillas a la que contribuyó, en forma de síntesis, es a la vez el objetivo de este artículo y un reto. A modo de ejemplo, la biblioteca universitaria de la Universidad de las Antillas cuenta con 134 obras, en su mayoría en francés, dedicadas a Aimé Césaire, de las cuales casi todas corresponden a estudios literarios. Mi investigación sobre la estancia de la pareja Césaire en Haití en 1944, que dio lugar a esta contribución, implicó una docena de obras biográficas, de las cuales solo dos se basan en fuentes primarias (Curtius, 2020; Véron, 2021), siendo la más reciente también la más completa. Algunas de las demás biografías son verdaderas hagiografías que ignoran las fuentes primarias y son bastante poco críticas con la figura tutelar que es Aimé Césaire. Para ciertas secuencias históricas, este artículo se basa en fuentes primarias, algunas inéditas o inexplotadas, reunidas en varios fondos de archivos4, consistentes en informes oficiales, cartas, telegramas, diarios, etcétera, así como en fuentes secundarias constituidas por las investigaciones más recientes y sólidas sobre las Antillas y el Caribe. La aportación de este texto consiste en explicar la vida personal y pública de Aimé Césaire mezclando varias preguntas –biográficas, ideológicas, sociales y políticas– en distintos niveles de análisis: local, nacional, regional e internacional.
Empezaremos por analizar brevemente la situación de Guadalupe y Martinica –colonias francesas desde 1635– en una región caribeña de movilidad y migración, desde el siglo XIX hasta principios del siglo XX. Aimé Césaire nace en 1913 en Martinica durante la Tercera República. Las élites antillanas se esforzaron entonces por asimilar estos territorios a Francia; se apoyan en particular en la ideología del “schoelcherismo” que Césaire defendió más tarde, y que atribuía la abolición de la esclavitud únicamente a la República francesa, e ignoraba la movilización de los esclavos. Seguimos a Césaire hasta la ciudad de París, lugar de formación intelectual y emulación. Fue en este crisol intelectual de una “internacional negra” que mantenía relaciones ambivalentes con los Estados coloniales, que Aimé Césaire en contacto con sus congéneres originarios de las colonias francesas de América y África, forjó sus primeras armas para convertirse en uno de los principales exponentes de la negritud. Esta articulaba, en el lenguaje del colonizador, la lucha política y la cuestión racial, y revelaba la tensión entre la tentación particularista y la ambición universalista. En una tercera etapa, durante la Segunda Guerra Mundial, Aimé Césaire y su esposa Suzanne, nacida Roussi, tuvieron algunos encuentros prometedores tanto en Martinica como en Haití. Conocido en el Caribe gracias a su Cahier d’un retour au pays natal –cuya primera versión se publicó en 1939– y a la revista Tropiques (1941-1945), el poeta experimentó el prejuicio del color a través del contacto con las élites haitianas, cuyas realidades sociopolíticas le hicieron reevaluar positivamente el estatus colonial de Martinica. En una cuarta y última secuencia, recién electo alcalde de Fort-de-France en mayo de 1945 bajo bandera comunista, defendió como diputado la Ley de Departamentalización, votada en 1946, destacando los estrechos vínculos identitarios entre Francia y las Antillas, en contra de su denuncia de la asimilación cultural. Figura anticolonialista en un marco republicano, el alcalde se vio entonces atrapado entre sus críticas a una departamentalización que no cumplía sus promesas, sus reivindicaciones de autogestión de estos territorios y las tendencias autonomistas e independentistas locales. Finalmente, frente a reivindicaciones identitarias en un contexto de mutaciones socioeconómicas aceleradas que transformaron duraderamente las Antillas francesas, Aimé Césaire denuncia algunas de las consecuencias de la integración y las transferencias públicas cada vez mayores que reclamaba desde 1946.
Breve historia de Martinica y Guadalupe
La permanencia de un anclaje colonial y luego nacional en la historia y las migraciones caribeñas
A partir de finales del siglo XVIII, las colonias francesas en el Caribe –Martinica, Guadalupe y Saint-Domingue (en la tercera parte occidental de la isla de La Española)– conocieron destinos y trayectorias políticas divergentes. En la encrucijada de las revueltas de esclavos y las repercusiones de la Revolución francesa de 1789, la Revolución haitiana resquebrajó la estructura colonial francesa por muchas décadas. Tras la insurrección de los esclavos de la Plaine-du-Nord en Saint-Domingue en agosto de 1791 y la proclamación de la libertad general de los esclavos en agosto de 1793, la Convención Nacional votó el 4 de febrero de 1794 la abolición de la esclavitud en todas las colonias francesas (Dubois, 2005; Fick, 2014). Aunque esta primera abolición no se aplicó en Martinica –que se encontraba entonces bajo ocupación inglesa–, fue proclamada en Guadalupe por Victor Hugues en 1794. La expedición de Leclerc enviada por Bonaparte fue derrotada el 18 de noviembre de 1803 durante la batalla de Vertières, premisa de la independencia haitiana declarada el 1º de enero de 1804. Aimé Césaire exploró el tema del destino político de Haití en un libro, Toussaint Louverture. La Révolution française et le problème colonial (Césaire, 1960), y en una obra de Teatro, La tragédie du Roi Christophe (Césaire, 1970).
Estas revoluciones pusieron de relieve los lazos que unían los diferentes territorios del Caribe, entre pugnas coloniales e imperiales relacionadas con las rivalidades europeas y repercusiones regionales e internacionales de la Revolución haitiana (Cáceres y Lovejoy, 2008; Gómez, 2006; Yacou, 1995). Los ideales enarbolados durante estos acontecimientos, que dieron pie a dicha revolución, inspiraron las luchas de los habitantes de Guadalupe y Martinica y forjaron su relación específica con una ciudadanía francesa estrechamente vinculada a la libertad y la igualdad, motor de las movilizaciones políticas del siglo XIX (Larcher, 2014, p. 27).
Así pues, la Revolución haitiana desempeñó un papel fundamental aunque único, dado que las demás islas de la región no accedieron a la independencia, y Haití se convirtió en un modelo a seguir o a evitar. Estos acontecimientos generaron una importante movilidad poblacional en la región del Caribe. Tras la segunda abolición de la esclavitud de 1848 promovida por Victor Schœlcher, los antiguos esclavos convertidos en agricultores seguían apegados a su vivienda y al cultivo de la caña de azúcar. Algunos de estos antillanos inconformes con las nuevas condiciones de trabajo emigraron a Haití, país que ofrecía buenas oportunidades económicas y cuya constitución garantizaba los derechos y la libertad a hombres y mujeres negros (Zacaïr, 2019). Paralelamente, con el fin de apoyar a las economías locales debilitadas por la abolición de la esclavitud, el Estado francés y los terratenientes implementaron el engagisme, es decir, la importación de una mano de obra contratada en la India, China o África (Flory, 2015). Si bien dicho sistema era propio de las Antillas y de Guyana, este tipo de migración laboral no dejaba de formar parte de un fenómeno más global que se dio en todo el Caribe, sobre todo a partir del siglo XIX: la “trata verde” (Icart, 1987). Este término designa las migraciones estacionales de trabajadores del Caribe para atender las necesidades agrícolas determinadas por Estados o empresas privadas, a menudo estadounidenses. Guadalupeños y martiniqueses participaron en estas migraciones, así como en la construcción del canal de Panamá, después de la cual algunos de ellos se establecieron en la región (Jos, 2004).
De modo que Guadalupe y Martinica contribuyeron activamente a estas migraciones y movilidades esenciales para la construcción del espacio regional caribeño. Al mismo tiempo, ocupaban un lugar insólito en el espacio caribeño ya que, a diferencia de otras islas, no se habían independizado. Se inscribían más bien en un proceso de construcción nacional que asociaba colonialismo y asimilación, una construcción que no dejaba de relegarlos a la periferia de la nación francesa.
El “schœlcherismo” y Aimé Césaire: ¿figuras de una asimilación exitosa?
Aimé Césaire nació en 1913 en Basse-Pointe, municipio de la costa noratlántica de Martinica, en una familia perteneciente a la pequeña burguesía. Era la época de la Tercera República (1870-1940), promotora de la colonización del continente africano, en la que participaron administradores y funcionarios coloniales oriundos de las Antillas. Este régimen también estableció la separación de la Iglesia y el Estado (1904) y la gratuidad de la enseñanza (1881). De hecho, “la trayectoria familiar de Aimé Césaire es representativa del ascenso social al estilo de la Tercera República, que permite pasar del estatus de campesino al de estudiante de la Escuela Normal Superior5, gracias a las bondades de la Escuela republicana” (Véron, 2021, p. 30). Estos comienzos estudiantiles sin duda forjaron la íntima convicción de Aimé Césaire sobre las promesas de igualdad promovidas por Francia, al mismo tiempo que abrían un horizonte de posibilidades en cuanto a las potencialidades de la asimilación. Por este motivo conviene repasar brevemente esta historia que condicionó la relación ambigua entre Francia y las Antillas francesas, y a la postre, el posicionamiento político de Césaire.
Los territorios franceses en América tenían una configuración institucional singular: se trataba de colonias cuya aspiración ideológica mayoritaria tendía hacia la asimilación, defendida de manera ferviente por una clase política claramente republicana como explica el historiador Sylvain Mary:
Siendo la asimilación determinada por un sistema de valores universalistas, la adhesión a la doctrina es pensada por las élites locales en el espíritu positivista de finales del siglo XIX, como la merecida consecuencia de una marcha hacia el progreso de las viejas colonias como parte de la civilización francesa (Mary, 2021, p. 24).
En las Antillas, la asimilación se sustentó en el legado de la abolición de la esclavitud, en una corriente ideológica llamada “schœlcherismo”. El culto a Schœlcher fue evolucionando a lo largo de la Tercera República, arraigándose profundamente en la cultura política antillana. En la revista Tropiques (1941-1945) que fundó con su esposa e intelectuales locales, Césaire escribió:
Sé que este acto audaz de Schœlcher, esta liberación de los negros seguida de su admisión plena en la familia francesa fue considerada por muchos como una locura. Admirable clarividencia de Schœlcher, por el contrario. Destello de genio del emancipador quien, al asociar la palabra Francia con la palabra Libertad, nos vinculaba a Francia con todas las fibras de nuestro corazón y toda la fuerza de nuestra mente (Césaire, 1978b [1945], p. 233).
El schœlcherismo fue un “sistema de representaciones” (Jolivet, 1987, p. 292) que, a partir de la segunda mitad del siglo XIX, ocupó un lugar central en la argumentación de un colonialismo que para entonces pretendía ser progresista:
Esta historia puede contarse primero así: como símbolo de la Francia republicana, el gran y generoso Schœlcher es el libertador de los antillanos, que le quedan eternamente agradecidos. Luego, … como encarnación de la gran y generosa Madre Patria, Schœlcher es el libertador de los antillanos, que le quedan eternamente agradecidos al hombre y lo que representa. … Así, al erigir el culto de Schœlcher en símbolo de la Madre Patria, el colonizador queda limpio del pecado de esclavitud: sólo queda de él la imagen del civilizador, portador de los grandes principios de libertad, igualdad y fraternidad (Jolivet, 1987, pp. 295-296).
El schœlcherismo se consideraba una política de igualdad racial, algo paradójico dado que la República se pretendía “ciega a la raza” (Reynaud-Paligot, 2006). Ante la persistencia de jerarquías socio-raciales profundamente arraigadas (Bonniol, 1992; Giraud, 1994; Leiris, 1995; Wade, 2010), no fue fácil instaurar una igualdad jurídica efectiva con los ciudadanos de la metrópoli (Cottias, 1997; Larcher, 2014; Mary, 2021). La estrecha asociación entre el régimen republicano y la abolición de la esclavitud era fruto de una construcción política que promovía cierta visión de las Antillas y de lo que supuestamente “le debían” a Francia. Sin embargo, durante mucho tiempo esta visión pasó por alto dos elementos: las revueltas de esclavos y posteriores insurrecciones campesinas luchando contra la persistencia de las relaciones de poder –tanto económicas como socio-raciales– heredadas del periodo esclavista, y el hecho de que este apego a Francia no era un apego al país galo como tal sino a los ideales republicanos de libertad e igualdad enarbolados por la Revolución de 1789 y concretados en primer lugar por la Independencia haitiana.
Por ello muchos antillanos se alistaron en el ejército francés durante la Primera Guerra Mundial (1914-1918) y se unieron a la disidencia contra el régimen de Vichy durante la Segunda Guerra Mundial (1939-1945). En este último conflicto, el republicanismo se asociaba a la figura del general de Gaulle: de modo que el patriotismo de los pueblos colonizados, y en particular de los antillanos, poco o nada tenía que ver con las supuestas virtudes encantadoras del colonialismo. Remite más bien a este ideal universalista y republicano a menudo traicionado por la metrópoli que no lo ponía en práctica. El schœlcherismo hunde sus raíces en el legado de la esclavitud y su abolición, y en la tensión entre asimilación y colonialismo que persiste tanto en las relaciones entre las Antillas y el Estado francés como en el proyecto político que persigue el poeta, que más tarde será diputado. Antes de eso, y durante este periodo de entreguerras, Aimé Césaire forjó, en París, sus armas, su talento y sus redes intelectuales en contacto con la diáspora negra.
Aimé Césaire en París (1931-1939)
Formación intelectual y premisas anticolonialistas
En 1931, Aimé Césaire llegó a París a los 18 años con una beca para estudiar en el prestigioso Liceo Louis-le-Grand, a fin de preparar el examen de ingreso a la Escuela Normal Superior. Al principio de su estancia conoció a Léopold Sédar Senghor, quien lo introdujo en los medios estudiantiles e intelectuales antillanos y africanos. En esa época, París era el epicentro de una diáspora negra particularmente activa, además de escenario de una intensa política cultural que promovía el colonialismo.
Ese era el propósito de eventos como la exposición dedicada a la misión Dakar-Djibouti en el Museo de Etnografía del Trocadero en 1933 o de la Exposición Colonial de la Porte Dorée en 1931 (Conklin, 2015; Delpuech, Laurière y Peltier-Caroff, 2017). Los pabellones antillanos tuvieron tanto éxito que el diputado guadalupeño Gratian Candace llegó a organizar un crucero (octubre 1935-marzo 1936) para conmemorar el tricentenario de la anexión a Francia de las “viejas colonias” de América (Lozère, 2021). Este evento fue el apogeo de la propaganda asimilacionista enfocada a las colonias de América –y dirigida al público francés–, que celebraba un colonialismo benéfico y progresista6. Oponiéndose a esta propaganda que pretendía hacer de las Antillas un modelo ejemplar de los méritos del colonialismo “a la francesa”, varios estudiantes antillanos hicieron oír su voz en revistas como Légitime défense. Los redactores de esta revista “reconociendo la ideología marxista y el movimiento surrealista … vieron en la asimilación una prolongación de la alienación colonial” (Leclerc, 2010, p. 258). Frantz Fanon, un psiquiatra martiniqués anticolonialista, criticó en su libro Piel negra, máscara blanca (1952) el hecho de que esta lucha se llevara a cabo con la lengua del colonizador, pero para estos jóvenes dicha lengua era el marcador de una cultura francesa con la que mantenían “una relación a la vez de inclusión y de rebelión” (Leclerc, 2010, p. 268). Otros grupos y personalidades denunciaron la problemática colonial en eventos como el Congreso Internacional de Escritores para la Defensa de la Cultura que tuvo lugar en París en 1937, en el que participaron destacados intelectuales como el escritor haitiano Jacques Roumain, el poeta cubano Nicolás Guillén, el escritor guyanés Léon Gontran Damas, el poeta estadounidense Langston Hugues, entre otros. Recintos nocturnos dedicados a las expresiones artísticas y musicales del mundo negro tuvieron un gran éxito entre el público parisino (Chalaye, 2002; Lozère, 2021), un efervescente panorama cultural completado con pujantes revistas literarias.
Aimé Césaire era una personalidad activa, pero discreta en los círculos literarios y artísticos del París de la década de 1930, no hay evidencia de que haya participado en este tipo de eventos. Estas redes mantenían una intensa actividad en el contexto de las luchas contra el ascenso de los fascismos, contra el colonialismo y en defensa de las culturas afrodescendientes, en particular desde el movimiento panafricanista y sus congresos (Boukari-Yabara, 2014; Stoval, 2003). Aimé Césaire acudió a algunos salones literarios, ampliando así sus relaciones y su bagaje literario, como por ejemplo el salón de las hermanas Nardal, oriundas de Martinica, que dirigían, junto con el médico e intelectual haitiano Léo Sajous, la Revue du Monde Noir, publicada desde noviembre de 1931 hasta junio de 1932. Si bien Césaire supo descubrir a autores negros estadounidenses (Claude McKay, Alain Locke y Langston Hugues), Myriam Moïse señala siguiente:
Se dice que Césaire también asistía con más regularidad de la que admitiría a los salones literarios dominicales que las hermanas Nardal organizaban entonces en París … En una carta dirigida al biógrafo de Senghor en 1960, Paulette Nardal explica que Césaire y Senghor desarrollaron ideas que ella y su hermana habían expresado anteriormente, pero que, como mujeres, sus voces no se escucharon en la misma medida porque, al fin y al cabo, sólo eran mujeres (Moïse, 2021, p. 27, traducción propia)7.
La negritud: entre asimilación y reivindicación cultural
Aunque la posteridad solo retuvo al célebre trío masculino compuesto por Aimé Césaire, Léopold Sédar Senghor y Léon Gontran Damas como el que dio origen al llamado movimiento de la negritud, en realidad un pensamiento se va forjando a través de intercambios que alimentan y se alimentan de la circulación de ideas, conocimientos y obras literarias. Aimé Césaire también se familiarizó, gracias a la Revue du Monde Noir, con los trabajos sobre África del antropólogo Léo Frobenius8. En efecto, el joven martiniqués tenía cierta inclinación por la etnología y su literatura (Debaene, 2014), tanto más cuanto que los actores parisinos de la disciplina estaban vinculados con los del movimiento surrealista, con el que Césaire coincidía en algunos temas como la crítica del colonialismo y la asimilación cultural (Leclerc, 2010). Esta crítica estuvo en el centro de los debates dirigidos por Césaire desde finales del año 1934 en la revista L’Étudiant Noir, que publicó tres números9. Lyliane Kesteloot ve en esta revista una síntesis entre Légitime Défense y la Revue du Monde Noir (Kesteloot, 2001, p. 104). Fue sin duda en este contexto y en esta época que Aimé conoció a Suzanne Roussi, estudiante oriunda de Martinica, con quien se casó en julio de 1937. Fue en la revista L’Étudiant Noir que Césaire utilizó por primera vez el término de negritud, en una estrecha articulación entre lucha política y cuestión racial:
Así pues, antes de hacer la revolución –la verdadera, la marejada destructora, y no una simple sacudida–, hay una condición esencial: acabar con la mecánica de la identificación de las razas, desgarrar los valores superficiales, asir dentro de nosotros el negro inmediato, plantar nuestra negritud como un hermoso árbol hasta que dé sus frutos más auténticos. … Ser revolucionario está bien; pero para nosotros los negros es insuficiente; nosotros no debemos ser revolucionarios accidentalmente negros, sino propiamente negros revolucionarios (Césaire, 1935, como se cita en Cottias y Dobie, 2012, p. 45; véanse también Toumson y Valmore, 2008 [1993]; Kesteloot, 2001).
Este posicionamiento estuvo en el centro de los debates que animaron a la intelligentsia de la diáspora negra de ambos lados del Atlántico, y tenía múltiples fuentes. Con este neologismo, Césaire se situó en la confluencia de varios movimientos políticos e intelectuales:
La proposición de Césaire es la síntesis de una larga historia, en ella se conjugan la historia política africana y caribeña en Francia … El concepto de négritude es la reconversión dialéctica de procesos amplios implícitos en las formas políticas de resistencia negra durante los siglos XIX y XX (Navarro Alvarado, 2020, p. 7).
Estos procesos se inspiran también en otras tradiciones literarias, como la de destacar el “genio” o la “psicología de los pueblos” (Reynaud-Paligot, 2008)10. Los defensores de la negritud tenían posturas divergentes en cuanto a la cuestión racial: desde un Léopold Sédar Senghor que mostraba una tendencia esencialista hasta un Aimé Césaire que oscilaba entre la tentación particularista y la ambición universalista. Esta cuestión se planteaba también en función de la relación de cada uno de estos intelectuales con la izquierda de entonces, cuyo marco de referencia era el marxismo leninismo, y de la forma en que esta ideología política contemplaba la raza en los términos de la época. Myriam Cottias y Madeleine Dobie señalan, con respecto al trío de L’Étudiant Noir: “Aunque cada uno de ellos es comunista, la cuestión del color se plantea como un recurso para hacer surgir la singularidad de las colonias francesas” (Cottias y Dobie, 2012, p. 45).
Entre 1927 y 1928, la problemática de la asimilación política y cultural, y por tanto de las relaciones entre las colonias y sus metrópolis, se reflejaba también en la manera de autodenominarse para unir a sus semejantes en torno a una causa común:
Hacia el año 1927, el Comité de défense de la race nègre11 es sintomáticamente rebautizado Comité de défense des intérêts de la race noire: la palabra “nègre” incomoda a estos hombres que militan precisamente para ya no ser unos “Nègres”, sino unos “Français noirs”. … Pero en 1927, la palabra “nègre” se convierte en bandera de los revolucionarios, y adquiere connotaciones “antifrancesas”. … Uno se asume como “Nègre” en el ámbito cultural, al reivindicar el “genio de la raza”, pero en el terreno político recuerda que, ante todo, es francés, y no apoya ningún separatismo racial (Dewitte, 1985, pp. 224-225).
La articulación entre la reivindicación de la pertenencia racial, la lucha anticolonial y la pertenencia a Francia, que por entonces estaba colonizando el continente africano, dejaba un estrecho camino entre aceptación de la asimilación política y rechazo a la asimilación cultural. Esta línea de cresta definió la trayectoria intelectual y política de Aimé Césaire, como lo reveló su estancia en Haití, en 1944. Allí fue donde se dio a conocer como escritor, gracias al Cahier d’un retour au pays natal, su obra de juventud que empezó a escribir en 1935-1936, y cuya versión inicial se publicó en París en agosto de 1939, en la revista Volontés, cuando la familia Césaire regresó a Martinica. Esta primera versión contenía esta fórmula que pasó a la posteridad por cristalizar el alcance a la vez singular y universal de la Revolución haitiana, hablando de Haití como del lugar “donde la negritud se puso de pie por primera vez y dijo que creía en su humanidad” (Césaire, 1983 [1947], p. 24).
Este periodo de formación fue crucial en la carrera de Césaire, ya que le situó en el centro de la lucha anticolonial y antirracista que movilizó a la diáspora intelectual negra. Sin embargo, existía una brecha entre el principio universal que sustentaba esta lucha –el reconocimiento de la humanidad común de la raza negra– y las realidades sociopolíticas que Césaire encarnaba en aquel momento: el desafío a un orden establecido, el colonialismo y su imposición de la cultura francesa, de la que él mismo era el fruto más prometedor, ciertamente a través de su obra, pero también a través de la asimilación política.
Experiencias personales y políticas durante la Segunda Guerra Mundial
Fructíferos encuentros durante el régimen de Vichy en Martinica (1941-1943)
Derrotada, Francia firmó con la Alemania nazi el armisticio de Rethondes el 22 de junio de 1940. Luego, el acuerdo Robert-Greenslade mantuvo “el control del régimen de Pétain sobre Martinica y Guadalupe a cambio de una supervisión estadounidense sin precedente” (Jennings, 2020, p. 138), hasta noviembre de 1942, cuando el régimen colaboracionista de Vichy rompió relaciones diplomáticas con Estados Unidos. El tráfico comercial por vía marítima pudo continuar, pero se extendía la escasez, por lo que la situación social y sanitaria se tornaba muy delicada (Nicolas, 1998, pp. 58-60). En abril de 1943, se rompió definitivamente el diálogo entre los representantes de Vichy y los estadounidenses, lo que provocó el bloqueo total de las Antillas francesas. El almirante Robert, que había sido nombrado Alto Comisario para las Antillas y la Guayana Francesa en marzo de 1941, fue derrocado en julio de 1943 por un levantamiento popular con el apoyo de fuerzas militares (Élisabeth, 2004). Durante este periodo, y a pesar de este contexto difícil, el matrimonio Césaire tuvo algunos encuentros prometedores.
Muchos ciudadanos anónimos y personalidades abandonaron Europa para emprender un exilio trasatlántico que los llevó de Marsella al continente americano, con Martinica como primera escala. En abril de 1941, el buque Capitaine Paul Lemerle, procedente de Marsella, hizo escala en Martinica con el antropólogo Claude Lévi-Strauss, el pintor cubano Wilfredo Lam y el principal exponente del surrealismo, André Breton (Jennings, 2020). Este último conoció a Césaire después de leer el primer número, fechado en abril, de la revista Tropiques dirigida por el poeta con su esposa y algunos compañeros del Lycée Schœlcher de Fort-de-France. Suzanne Césaire guardó un recuerdo emocionado del encuentro con André y Jacqueline Breton: “Consideramos este maravilloso encuentro con ustedes como un acontecimiento capital en nuestra vida” (Césaire, 1941, p. 1). El otro encuentro importante que tuvieron, por mediación de André Breton, fue con Wilfredo Lam y su futura esposa, Helena Holzer. De hecho, Lam ilustró la edición en español de 1942 del Cahier d’un retour au pays natal, traducido por Lydia Cabrera. El Cahier empezaba ya a circular por el Caribe, contribuyendo así al prestigio internacional de Aimé Césaire.
Una de las últimas acciones del régimen de Vichy en las Antillas antes de su caída en julio de 1943 fue precisamente la censura de la revista Tropiques, tachada de “revolucionaria, racial y sectaria” (Bayle, 1943, p. 1)12. Aunque la recuperación de estos territorios por la Francia libre fue bien acogida, tuvo que lidiar con fuerzas contrarias, muy bien descritas por Aimé Césaire:
Le escribo esta breve nota para hablarle más libremente de lo que no puedo decir oficialmente. Hace ya cinco meses que estamos en disidencia. El país celebró con delirante alegría la salida de la pandilla vichysta. Sin embargo, ahora reina cierto malestar en las Antillas. … Los abusos económicos del difunto régimen continúan. Desde el punto de vista social, un conservadurismo ridículo: se flirtea con los grandes feudales del azúcar y del ron, aunque oficialmente se pretenda marchitar al capitalismo. El jornalero sigue recibiendo 15 francos al día. … Mi única esperanza: una nueva revolución francesa. Pero si llegara a suceder, habría que temer un dominio extranjero sobre Martinica. Todo esto es muy pesado. Mis ilusiones iniciales han desaparecido (Césaire, 1943, p. 1).
En este ambiente adverso, la correspondencia entre el gobernador de Martinica Georges Ponton y las autoridades de la Francia libre da cuenta de la impaciencia de la población de las Antillas que sufre por el desabasto de mercancías importadas. Henri Seyrig, agregado cultural de la embajada de Francia en Nueva York, que andaba de gira por América Latina y el Caribe, estuvo en dos ocasiones en Martinica, en octubre y noviembre de 1943. Entabló una amistad sincera con Aimé Césaire y su familia:
Todo el pequeño grupo de [la revista] Tropiques se había reunido en casa de Césaire para despedirse de mí. Es la única casa en la que me sentí realmente a gusto aquí, en la que pude decir todo lo que pensaba, en la que oí hablar de libertad. Me despedí con mucho pesar. Me gustaría sacar a Césaire de este pantano que es Fort-de-France (Seyrig, 1943a, s.n.p.).
Misión cultural y diplomática de los Césaire en Haití (1944)
Este proyecto de sacar a Aimé Césaire de Martinica se inscribe en una perspectiva más amplia, con una voluntad gaullista de difundir el prestigio francés por las Américas, y en el contexto de una insistente presencia estadounidense en el Caribe. La Doctrina Monroe (1823), en nombre de la cual los Estados Unidos protegían las fronteras exteriores de su territorio contra las potencias colonialistas europeas, se aplicó a partir de finales del siglo XIX a los países del istmo americano y a las islas de las Antillas Mayores y Menores. La Primera Guerra Mundial, que ocupaba las potencias europeas, ofreció un contexto idóneo para que los Estados Unidos invadieran Haití de 1915 a 1934, socavando así la influencia francesa de las élites haitianas (Béchacq, 2018). La Segunda Guerra Mundial también los incitó a seguir extendiendo su influencia en la región. Muchos intercambios de telegramas entre las autoridades francesas conservados en los archivos muestran que las ambiciones expansionistas estadounidenses buscaban defender sus intereses políticos y económicos en su zona de influencia, cuyo punto neurálgico era el canal de Panamá. El proyecto de la misión de Aimé Césaire fue iniciativa del presidente haitiano Élie Lescot, y los encargados de ponerlo en práctica fueron Louis Ponton y Henri Seyrig. Este último le escribió a Aimé Césaire:
El Ministro de Asuntos Exteriores [de Haití], … leyó su Cahier; también su padre, que es presidente de la República. El gobierno está organizando una semana filosófica para febrero o marzo, en la que se debatirán problemas relacionados con el conocimiento, y como ha invitado a personalidades de los países vecinos …, desearía que usted representara a las Antillas francesas (Seyrig, 1943b, p. 1).
Esta petición de las autoridades haitianas respondía plenamente a las ambiciones de las autoridades de la Francia Libre. En diciembre de 1943, Henri Seyrig le escribió al gobernador Ponton: “Me parece muy importante que, en esta reunión en la que eruditos de países muy distintos entrarán en contacto con el mundo negro, Francia muestre con un ejemplo decisivo lo que nuestra cultura ha logrado producir en esta raza” (Seyrig, 1943c, p. 1).
Erigido por las autoridades gaullistas en digno representante de la “raza negra”, Aimé Césaire encarnaba en ese momento las potencialidades virtuosas de la cultura francesa para el ascenso sociocultural de los pueblos colonizados. Esta creencia colonial –“lo que nuestra cultura ha logrado producir en esta raza”– articulaba una politización de la raza con una visión hereditaria. Esta última postulaba que la cultura es hereditaria, y se transmite a través de la sangre propia de cada raza (Reynaud-Paligot, 2008). Tenía sus raíces en una ideología racializante cuyas premisas se remontaban al siglo XVIII (Stocking, 2001), y que se construyó principalmente durante la Tercera República, con la contribución de una antropología afín movilizada para justificar la colonización (Reynaud-Paligot, 2006). El argumento de Seyrig para apoyar la misión de Césaire se inscribía en la continuidad de esta creencia positivista colonial que hacía de la “cultura francesa”, brazo desarmado de la misión imperialista de Francia, el trampolín para la elevación de la “raza negra” hacia el “progreso”.
Cuando Aimé y Suzanne Césaire llegaron a Puerto Príncipe el 17 de mayo de 1944, tenían como misión reconquistar una influencia francesa antigua, pero eclipsada por la presencia estadounidense. Esta última, tras una fase de ocupación militar, se había ido transformando en una diplomacia cultural ofensiva desde 1934 por iniciativa del presidente Franklin D. Roosevelt. Esta política de “buena vecindad” contaba con el apoyo financiero de organizaciones filantrópicas como la Rockfeller Foundation y la Carnegie Corporation (Tolliver, 2019), y se desplegaba con la creación de centros culturales estadounidenses y la organización de misiones técnicas. También incluía una serie de intercambios académicos, con el otorgamiento de becas para los estudiantes de los países caribeños y sudamericanos –que se convertían después en nuevos embajadores de la cultura estadounidense–, así como el envío de intelectuales estadounidenses y afroamericanos en misiones culturales. Haití era un objetivo privilegiado de esta política. Prestigiosos intelectuales afroamericanos de la universidad de Howard, como Alain Locke, Rayford Logan y Franklin E. Frazier dieron conferencias durante sus estancias de unos meses en Haití en 1943. Mercer Cook, profesor de lenguas, llegó el 30 de septiembre de ese año para “supervisar la formación de profesores de inglés en Haití” (Tolliver, 2019, p. 85). Por su parte, W. E. B. Du Bois estuvo en Puerto Príncipe en septiembre de 1944. Participó en los cursos de verano de la Facultad de Derecho de Puerto Príncipe (16 de agosto-9 de septiembre de 1944) –durante los cuales Aimé Césaire impartía clases de literatura para maestros–, pero no pudo asistir al Congreso Internacional de Filosofía que tuvo lugar del 24 al 30 de septiembre, en el que el poeta martiniqués presentó una “excelente conferencia” (Métraux, 1944, p. 9), titulada “Poesía y conocimiento” (Krusé, 1945). Anteriormente, Césaire había dado al menos ocho conferencias públicas sobre la poesía moderna francesa, conferencias muy concurridas y ampliamente comentadas en la prensa nacional haitiana.
El representante de la Francia Libre en Puerto Príncipe había alertado desde el mes de marzo de 1944 sobre la importancia de la misión de Aimé Césaire:
El envío temporal del hombre que pasa por ser el más eminente producto de nuestra cultura entre nuestros conciudadanos de raza negra puede tener consecuencias provechosas para el desarrollo de nuestra influencia en Haití, que se ha visto socavada por una propaganda adversa, hábil y tenaz (Milon de Peillon, 1944a, p. 1).
Dicha propaganda fue objeto de un informe redactado por Suzanne Césaire que alertaba sobre el desarrollo del método estadounidense de desanalfabetización llamado Laubach, que alentaba el uso del criollo en detrimento del francés. La misión del matrimonio Césaire fue un rotundo éxito –“debo rendir homenaje a la gratificante e incesante actividad de nuestros compatriotas que han militado con gran eficacia en favor del desarrollo de nuestra influencia” (Milon de Peillon, 1944b, párr. 1)–, a tal grado que surgió la idea de ofrecerle a Aimé Césaire el puesto de agregado cultural.
Unos informes conservados en los archivos diplomáticos franceses indican que fue por el color de su piel que Aimé Césaire no pudo obtener este puesto, aunque haya finalmente rechazado la oferta. Las élites mulatas francófilas haitianas se indignaron de que Francia, y sobre todo su cultura, pudiese estar representada por un nègre, temiendo que también a ellos se les considerara como tal, revelando así una racialización de la cultura francesa. El prejuicio de color que padeció Aimé Césaire en Haití contribuyó a la impresión muy contrastada que guardó de su estancia en este país. En efecto, algunas personalidades de la élite haitiana llamada “mulata” se mostraron poco amables con él, como se lo confesó a Alfred Métraux, un antropólogo suizo-estadounidense de paso por Puerto Príncipe: “Me habla del conflicto entre mulatos y negros y me cuenta hasta qué punto su color de piel ha determinado la actitud de grupos hacia él. Frialdad del gobierno. Entusiasmo de los negros” (Métraux, 1978, p. 148). Césaire también se lo comentó a Henri Seyrig: “Muy contento y muy decepcionado al mismo tiempo de este viaje. Decepcionado por la pequeña burguesía a la que conozco bien; ridículos sus defectos que conozco bien, incluido el prejuicio de color” (Césaire, 1945a, p. 1), así como a André Breton: “como ya lo sabe usted, a la vez muy contento y muy decepcionado de mi viaje a Haití” (Césaire, 1945b, p. 1).
Entre Haití y Martinica: reflexiones sobre independencia y poscolonialismo
Queda por ver cómo su sentir íntimo ante una experiencia denigrante, en el corazón de la primera República negra independiente, pudo influir en la visión de Césaire acerca de los estatus institucionales de los territorios afectados por el colonialismo. A la luz de la experiencia histórica haitiana, cuya independencia nacional no había permitido la emancipación social y económica del pueblo haitiano, ¿cuál debía ser el futuro de Martinica? Tras 60 años de su visita a Haití, Césaire conserva un vivo recuerdo de ella: “En Haití, ¡vi sobre todo lo que no había que hacer! Un país que supuestamente había conquistado su libertad, había conquistado su independencia, ¡al que veía yo más miserable que Martinica, colonia francesa!” (Césaire, 2005, p. 63).
En noviembre de 1943, Aimé Césaire temía una intervención extranjera si Martinica se sublevaba: “Mi única esperanza: una nueva revolución francesa. Pero en ese caso, tenemos que temer una toma extranjera de Martinica” (Césaire, 1943, p. 1). En febrero de 1944, sublimó el deseo separatista de las Antillas en un artículo en forma de poema publicado en la revista Tropiques: “Este país sufre una revolución reprimida. Nos han robado nuestra revolución. … La Revolución martiniquesa se hará en nombre del pan, claro está; pero también en nombre del aire y de la poesía (lo que viene a ser lo mismo)” (Césaire, 1978a [1944], pp. 7 y 9)”13. En agosto de 1944, se contempló la posibilidad de alejarlo de Martinica:
De común acuerdo, goza de un notable prestigio. Su éxito actual en Haití, doblemente confirmado, refuerza esta opinión. … Su racismo negro es obvio. … Esta actitud podría haberle llevado a jugar con la idea de un separatismo y algunas de sus alusiones dejan pocas dudas al respecto. … Por lo tanto sería útil contemplar el alejamiento definitivo de Aimé Césaire de esta colonia (Service d’information de la Martinique, 1944, p. 6).
Las vacilaciones de Aimé Césaire en cuanto al estatus político de Martinica fueron reportadas por Alfred Métraux tras uno de sus encuentros en Puerto Príncipe: “Inseguridad del negro martiniqués; isla dominada por las grandes familias del ron. Incipiente sentimiento de independencia. ¿Qué hacer para sacar las Antillas a flote, permaneciendo en el marco francés? Restablecer la confianza de los habitantes” (Métraux, 1944, p. 6). De cualquier forma, esta experiencia haitiana agudizó su pensamiento político y le permitió clarificar su posición entre un Haití independiente y una Martinica con el estatus de colonia. De vuelta a su isla natal en diciembre de 1944, Aimé Césaire dio una conferencia pública, organizada por la antena local del Partido Comunista francés, el 23 de enero de 1945, en el Select Tango de Fort-de-France:
¿Cuál de los dos países está más avanzado en la actualidad? ¿Haití, hija emancipada de Francia, o Martinica, la hija dócil? Pensándolo bien, … Martinica ha ganado más. … Pero la colonia de Martinica, en este gran viaje que es la vida de los pueblos, cuenta con algo reconfortante: Francia, una metrópoli liberal pese a las imperfecciones del estatus colonial (Zobel, 1945, p. 3).
Gary Wilder hace notar que el caso de Haití permite “desmitificar la idea de la soberanía del Estado como algo necesariamente bueno”14 (Wilder, 2015, p. 29, traducción propia); por su parte, Cédric Tolliver toma en cuenta el contexto geopolítico: “Quizás su experiencia haitiana le hizo ver a Césaire la realidad de la independencia a la sombra del imperialismo americano”15 (Tolliver, 2019, p. 91, traducción propia). Lo cierto es que esta estancia en Haití representó para el poeta martiniqués una etapa importante en su trayectoria intelectual.
Para Césaire, ¿fue la Segunda Guerra Mundial un periodo de mutación, clarividencia e instrumentalización? Césaire era consciente de los prejuicios de color heredados de la esclavitud, que se vieron reforzados en Martinica durante el periodo de Vichy –por la alianza entre los criollos blancos y las autoridades civiles y militares–, pero sufrió amargamente de estos prejuicios cuando entró en contacto con la élite haitiana. Sin embargo, la racialización de la cultura que estos últimos expresaron contra él fue la contrapartida de la politización de la raza que motivó a las autoridades gaullistas, representantes de un republicanismo francés que era ciego a la raza. ¿Era consciente Aimé Césaire de que se le utilizaba como instrumento en el intento imperialista de restaurar la influencia de Francia, a través de la defensa de su lengua, en una antigua colonia francesa que se había independizado? Sin embargo, ante el público martiniqués, revalorizó positivamente el estatuto colonial de Martinica. Puede ser el primer paso hacia la departamentalización que preconizó dos años después de su regreso de Haití. Y a partir de entonces fue en la arena política, local y nacional, que ejerció sus talentos oratorios para defender sus ideas y a las antiguas colonias francesas que estaban a punto de cambiar de estatus institucional.
De la departamentalización (1946) a los anhelos independentistas (años 1970)
Un diputado y alcalde fustigador del colonialismo en un marco republicano
Empujado por su entorno, Aimé Césaire aceptó encabezar la lista comunista en las elecciones municipales. En mayo de 1945, con el 70 % de los votos emitidos, fue elegido alcalde de Fort-de-France, puesto que ocuparía hasta 2001. También fue electo consejero general de Fort-de-France en octubre de 1945, y al mes siguiente, diputado de Martinica en la primera Asamblea Nacional Constituyente de la Cuarta República, instaurada en octubre de 1946. Esta Asamblea Constituyente tenía como objetivo articular el porvenir de los territorios coloniales del Imperio francés con la futura constitución. Fue en este marco legislativo que Aimé Césaire defendió la Ley de Departamentalización, como una reivindicación de igualdad con la metrópoli (Césaire, 2013; Constant y Daniel, 1997; Wilder, 2015; William, 1997)16.
Durante el proceso de presentación de dicha ley, Aimé Césaire, reconocido como un férreo detractor de la asimilación cultural con la negritud, formuló argumentos de índole identitaria: “En sus discursos en la Asamblea Constituyente, insiste paradójicamente en este punto: existiría una proximidad –cuando no una identidad– de cultura entre las viejas colonias y el Hexágono, por lo que la solución departamental le parece natural” (Mary, 2021, p. 38). No es la única ambigüedad que trasciende del análisis de la trayectoria de Aimé Césaire. Mostraba cierto pragmatismo en unos discursos, escritos y testimonios que, si se consideran en conjunto sobre un punto particular, pueden parecer contradictorios, aunque siempre se adaptaban a las circunstancias y a los desafíos del momento, en función de sus objetivos y del público al que iban dirigidos. Estos imperativos dibujaron una estrecha línea de cresta entre convicciones y realpolitik, sin mencionar el hecho de que Aimé Césaire, según algunos de sus contemporáneos, podía mostrarse socarrón para despistar a sus interlocutores. El 19 de marzo de 1946 se adoptó la Ley de Departamentalización de las antiguas colonias francesas, reconocidas en la Constitución de octubre de 1946 como “departamentos de ultramar”. La organización territorial y administrativa francesa se divide en departamentos, cantones y municipios (communes):
Si el término departamento remite al derecho común metropolitano, el epíteto ultramar refleja una voluntad de mantener estos departamentos bajo la misma denominación que los territorios ultramarinos de África para los cuales se contempla una política de asociación: la del ministerio de las colonias (Mary, 2021, p. 32).
Así pues, esta integración política a través del reconocimiento de la igualdad del estatus administrativo no rompía del todo con el legado colonial. En efecto, el ámbito de aplicación de esta ley, el proceso de adaptación y normalización legislativa, así como “la lentitud de los ajustes esperados, las decisiones políticas erráticas durante este periodo de reconstrucción francesa, y sobre todo las desigualdades persistentes y renovadas” (Dumont, 2010, p. 80), no tardaron en generar desilusiones entre la clase política francesa, los diputados ultramarinos y la población de las Antillas, infundiendo una sensación de perpetuación de la situación colonial (Séveno, 2013).
Pese al activismo de los diputados ultramarinos impulsados por Aimé Césaire, la Seguridad Social –una revolución esencial de la posguerra– no se extendió a estos territorios, con el argumento de que su aplicación hubiese tenido un costo prohibitivo. Por otra parte, en tiempos de la colonia, los Consejos generales, aunque tenían pocos recursos financieros, eran autónomos en la gestión de su presupuesto. Con el nuevo estatus de departamento, dicho presupuesto pasó a ser administrado desde París por ministerios celosos de sus prerrogativas: los “DOM / Départements d’Outre-Mer” (Departamentos de Ultramar) dependieron del Ministerio del Interior hasta 1954, año en que se nombró a un ministro específicamente encargado de estos territorios. Las intrigas interministeriales parisinas atrasaron aún más la implementación de las reformas sociales, administrativas y económicas anheladas por los promotores de la Ley de Departamentalización de 1946.
La adopción de esta ley ocurrió en un contexto internacional y geopolítico complejo y muy polarizado por la Guerra Fría. La citada ley podía ser vista como una maniobra para contrarrestar los esfuerzos desplegados por organismos internacionales en favor de la descolonización de estos territorios. La ofensiva, que venía tanto de Naciones Unidas (ONU) como de la Organización de Estados Americanos (OEA), a imagen de lo que había ocurrido en 1949 durante la Comisión de La Habana, fracasó: “¿cómo ignorar los impulsos nacionalistas puertorriqueños y, al mismo tiempo, desear la independencia de las Antillas francesas a pesar de la ausencia de reivindicaciones?” (Mary, 2021, p. 56).
Este entorno local, nacional y geopolítico sin duda inspiró a Aimé Césaire para publicar en 1950 la primera versión de un sonado alegato titulado Discurso sobre el colonialismo (Césaire, 1955), que pone en paralelo las lógicas que sustentan el colonialismo europeo y el nazismo hitleriano. Al fustigar a unas élites capitalistas incapaces de resolver la cuestión proletaria, y menos la colonial, Aimé Césaire confirmó su estatus de adalid popular e internacional del anticolonialismo. Esta publicación abrió una década bisagra –los años de 1950– para la trayectoria política de Césaire, en un contexto antillano en vías de polarización y un entorno regional e internacional febril. Francia veía llegar el final de su imperio colonial con la inexorable aspiración a la descolonización que se extendía por todo el mundo. La carrera política de Césaire dio un giro decisivo en 1956 cuando rompió con la disciplina de voto comunista en la Asamblea nacional y abandonó dicha formación política, con su famosa Carta a Maurice Thorez, entonces Secretario General de este partido estrechamente alineado con la doctrina estalinista. “Aunque Césaire aboga ya por acabar con el estatus departamental, su postura no deja de ser prudente y moderada, limitándose a subrayar la necesidad de aumentar las franquicias locales” (Mary, 2021, pp. 101-102). Césaire renunció de facto a su cargo de alcalde de Fort-de-France, por lo que se organizaron nuevas elecciones municipales en las que triunfó ampliamente frente a los comunistas. En marzo de 1958, creó el Partido Progresista Martiniqués (PPM).
Las descolonizaciones figuraban entre esos factores exógenos que influyeron en las movilizaciones políticas locales: la revolución castrista (1953-1959), la Conferencia de Bandung en 1956 y sobre todo la guerra de Argelia (1954-1962). En efecto, aunque “la problemática de una vía completamente opuesta a la de la asimilación no entró en el debate antillano hasta 1955-1956” (Sainton, 2012b, p. 11), luego las autoridades públicas procuraron ante todo evitar una posible “argelianización” de las Antillas francesas (Sainton, 2012b, p. 19). Entonces el debate político se centró más bien en la amplitud que convenía darle al proceso de asimilación:
Desde finales de los años 1950 … la vida política cristaliza … una oposición entre los tres principales adversarios del juego político: los partidarios de una asimilación política y cultural y por ende de una identidad recompuesta por el Estado francés; los protagonistas de una autonomía cultural que forme parte del conjunto francés aunque respetando las diferencias; y por último, los partidarios de una alteridad radical (Daniel, 2002, p. 591).
Estos partidarios de una “alteridad radical” eran esencialmente jóvenes estudiantes antillanos. En 1958 crearon la Asociación General de los Estudiantes Guadalupeños (AGEG) y la Asociación General de los Estudiantes Martiniqueses (AGEM), que “adoptaron líneas abiertamente nacionalistas” (Mary, 2021, p. 103). Ese mismo año, Aimé Césaire decidió finalmente, tras ser recibido por el general de Gaulle, quien le dio garantías respecto a la evolución del estatus departamental, llamar a los martiniqueses a votar sí en el referéndum constitucional17. Sin embargo, las tensiones sociales fueron en aumento a partir de la década de 1950, desde la huelga general de los funcionarios en Martinica y en Guadalupe, en 1953 (Dumont, 2010), hasta finales de los años 1960, con dos casos emblemáticos: los “disturbios” de 1959 en Fort-de-France y la masacre de 1967 en Pointe-à-Pitre, donde las autoridades se mostraron particularmente represivas (Jalabert, 2010)18. Ante estos disturbios, las autoridades francesas tomaron conciencia de la situación e implementaron una “departamentalización adaptada”, cuyo alcance real decepcionó a las autoridades locales, aunque la visita a las Antillas del general de Gaulle –primer presidente francés en viajar a estos territorios–, en mayo de 1960, fue un gran éxito popular.
El movimiento independentista se fue organizando poco a poco hasta hacer oír su voz en los círculos intelectuales parisinos. Marcel Manville, Édouard Glissant y Albert Béville –fundadores del Front des Antilles-Guyane pour l’Autonomie (FAGA) en 1961– dirigieron un número especial de la revista Esprit titulado Les Antilles avant qu’il ne soit trop tard (Las Antillas antes que sea demasiado tarde), y publicaron virulentos panfletos contra la dinámica asimilacionista impulsada por la departamentalización. Marcel Manville era un lector asiduo de Aimé Césaire, que tuvo una influencia real en los militantes anticolonialistas antillanos:
Aunque Césaire no concordaba con la consigna de autonomía de los dirigentes del FAGA porque en ese momento le parecía demasiado radical, no le disgustaba la idea de un frente anticolonialista en el que cada antillano pudiera participar a título personal, más allá de sus pertenencias partidarias (Mary, 2021, p. 140).
Una posición intermedia que Aimé Césaire tuvo que mantener en su calidad de figura del movimiento anticolonial en un marco republicano, de alcalde de Fort-de-France y diputado de Martinica atrapado entre dos fuegos: el de la lucha contra la departamentalización tal como se aplicaba entonces, y el de un independentismo nacionalista promovido por una juventud separatista. En marzo de 1961, Aimé Césaire publicó una columna en el diario nacional Le Monde, “para denunciar el régimen colonial al que seguían sometidas las Antillas francesas” (Véron, 2021, p. 464), aunque prefería la autogestión a la independencia. Este independentismo nacionalista ganó terreno con la creación en 1962 de la OJAM –Organización de la Juventud Anticolonialista de Martinica– y, en junio de 1963, del GONG –Grupo de Organización Nacional de Guadalupe– por antiguos estudiantes de la AGEG y la AGEM (Odin, 2019, p. 41). En noviembre de 1963, Aimé Césaire testificó en favor de 12 militantes martiniqueses de la OJAM, encarcelados en Francia y acusados de atentar contra la seguridad del Estado (Véron, 2021, pp. 492-493; Mary, 2021, p. 170). Las autoridades alegaron que el GONG tenía una responsabilidad en los disturbios que desembocaron en la masacre de 1967 –lo que los trabajos históricos han desmentido, subrayando por el contrario que este grupo fue estigmatizado como “enemigo interior”19–, para poder justificar su posterior desmantelamiento, lo que puso fin –de forma muy temporal– a sus aspiraciones independentistas.
Mutaciones socioeconómicas y reivindicaciones identitarias en las Antillas
El Estado respondió a esta situación explosiva con una política de gestión sociodemográfica y migratoria caracterizada por una racialización de las poblaciones antillanas. En efecto: “Los poderes públicos implementaron una política ingeniosa de paridad social modulada en función de los datos socioeconómicos y de las realidades demográficas locales, aunque teniendo también en cuenta los límites financieros del fondo de solidaridad nacional” (Constant, 1987, p. 11). Guadalupe y Martinica registraron un fuerte crecimiento demográfico en la década de 1960. La economía francesa en pleno crecimiento requería mano de obra para los empleos menos calificados. Para conseguirla, se creó en 1963 el Bureau pour le Développement des Migrations dans les départements d’Outre-Mer (BUMIDOM) –en español, Oficina para el Desarrollo de las Migraciones en los Departamentos de Ultramar– al que se opuso firmemente Aimé Césaire (Véron, 2021, p. 491).
La tardanza en la implementación de una legislación social idéntica a la de la metrópoli se debía a “unas tasas de natalidad y de fecundidad superiores a la media nacional” (Terral, 2014, p. 25). De hecho, estas “políticas se dirigían sobre todo a una juventud que se consideraba expuesta a la propaganda independentista y tenía el deber de reducir su fecundidad” (Condon, 2020, p. 45). En 1967, la proporción de menores de 20 años representaba “entre el 54 % y el 56 % de la población en cada uno de los departamentos isleños (metrópoli: 34 %)” (Léridon, 1976, p. 1249). Así pues, el BUMIDOM tenía una “función de regulación política” de las sociedades antillanas (Constant, 1987, p. 12). El pico de migración se alcanzó a mediados de la década de 1960, con 10 000 salidas al año (Pattieu, 2016, p. 116). Además, el mercado laboral local registraba un desempleo muy elevado, acentuado por la crisis de la industria azucarera. Las causas de esta crisis eran múltiples: medios de producción anticuados e ineficientes, integración a la Comunidad Económica Europea (CEE) en una posición desventajosa frente a los productores de azúcar de remolacha, desinversión de los ingenios en tierras, consecuencias del ajuste lento pero progresivo de la legislación social, etcétera. La industria azucarera fue precisamente la más afectada por el ajuste salarial provocado por la departamentalización, lo que desestabilizó toda la economía de la plantación (Schnakenbourg, 2016).
Con la departamentalización y la intensificación de los intercambios –humanos, intelectuales, financieros, económicos, etcétera– entre las Antillas y la metrópoli, también se fueron transformando poco a poco las costumbres, los hechos culturales y las configuraciones identitarias, sobre todo a partir de los años de 1960. Fue una década difícil para el matrimonio Césaire: Aimé y Suzanne se divorciaron en 1963, año en que a Suzanne se le diagnosticó un cáncer cerebral, del que falleció tres años más tarde. Las sociedades antillanas de la época seguían regidas por una serie de preceptos implícitos que delimitaban el lugar y el papel de las mujeres, centrados en la reproducción y la maternidad, particularmente en la pequeña burguesía y las clases altas dominadas por el patriarcado y el peso moral de la iglesia católica. De ahí las numerosas resistencias suscitadas por políticas públicas que pretendían poner en marcha acciones de planificación familiar, a menudo desarrolladas por asociaciones locales que trabajaban para mejorar la situación de las mujeres (Mary, 2021, pp. 189-191; Zancarini-Fournel, 2019). A este respecto, la reacción de Aimé Césaire fue emblemática de una mentalidad sustentada en valores psicosociológicos conservadores. Los decretos que permitían la adaptación anticipada de la Ley Neuwirth sobre la contracepción, votada en diciembre de 1967, no se aplicaron debido a la oposición conjunta de Césaire, de su partido el PPM, y de la derecha católica:
Otros ven en esta actitud lo que bien podría calificarse de “expresión de un orgullo ‘varonil’ que asocia demasiado estrechamente virilidad y fecundidad”, o dicho de otra manera, de un machismo antillano. Sea como fuere, no ha de haber sido sencillo para Césaire explicar en la Asamblea francesa sus posiciones conservadoras sobre la contracepción en Martinica, cuando en París defendía el derecho al aborto junto con Simone de Beauvoir y Gisèle Halimi (Véron, 2021, p. 554).
Si bien la contracepción acabó por legalizarse en las Antillas –aunque la natalidad ya había empezado a declinar–, lo cierto es que esta postura de Césaire, determinada por circunstancias precisas y adaptada a un público particular, no dejaba de ser contradictoria. El progresismo social del que Césaire pudo ser el adalid se enfrentaba a una situación específica de usos y costumbres, por lo que llegaron a tachar al escritor de misógino (Véron, 2021, p. 584). También se podría hacer una lectura más política de esa situación y de los intentos por corregirla, teniendo en cuenta la influencia del movimiento independentista y de los partidos de extrema izquierda, hostiles al BUMIDOM, a la planificación familiar y a la creciente presencia de funcionarios metropolitanos (Mary, 2021, p. 195; Zancarini-Fournel, 2019, p. 103).
Durante los años 1960 surgió una “ola identitaria y nacionalista” (Schnakenbourg, 2016, p. 316) en un contexto de transformación duradera del panorama económico: la desinversión en la industria azucarera dio paso a una importación de bienes de consumo respaldada por transferencias de dinero público. De hecho, desde finales de los años 1950, “Césaire denunció una y otra vez … el hecho de que la departamentalización haya encerrado al antillano en un cruel dilema entre 'el alma y el vientre'” (Mary, 2021, p. 151), cuando paradójicamente “esta nueva alienación [el consumismo] era, ante todo, consecuencia de la sociedad de consumo que el mismo diputado Césaire contribuyó a instaurar, al exigir, desde 1946, mejoras sociales y financiamientos para los departamentos de ultramar” (Véron, 2021, p. 582). En este contexto se desarrolló un movimiento de reivindicación identitaria contra la asimilación cultural que no dejó indiferente a Césaire, quien inició una política cultural para atraer una juventud que reprobaba su defensa pasada de la departamentalización. En julio de 1972 creó el Festival Cultural de Fort-de-France, y en 1976 el Servicio Municipal de Acción Cultural (SERMAC) donde se enseñaban y transmitían expresiones culturales locales en diversas áreas como danza, música, artesanía, artes plásticas, entre otras. Aimé Césaire también se acercó a los defensores del independentismo al asociarse, durante elecciones cantonales, con el Movimiento Independentista Martiniqués (MIM) creado en 1978, año en que la isla vecina de Dominica obtuvo su independencia, seguida al año siguiente por la otra isla vecina de Santa Lucía. En un entorno regional en el que la cuestión de la independencia ganaba terreno, el campo político local se polarizó entre departamentalistas convencidos y auténticos independentistas. En medio, quedaba “una vasta nebulosa inestable que, presa de la nueva alienación consumista, evolucionaba según las circunstancias en una gran incomodidad lógica y psíquica” (Véron, 2021, p. 590). El historiador guadalupeño Jean-Pierre Sainton coincide con este análisis al hablar de la “confusión cultural identitaria e indecisión política” que reinaban entonces en las Antillas francesas” (Sainton, 2012a, p. 13). Aimé Césaire contribuyó a esta confusión ya que sus discursos no permitieron definir una postura clara en cuanto a la relación que deseaba establecer con el Estado francés, entre su denuncia de la insuficiencia de las inversiones y su reivindicación de poderes locales más amplios.
Conclusión
Este periodo de mutaciones socioeconómicas aceleradas generó un clima de polarización e incertidumbre en cuanto al devenir institucional de las Antillas francesas, aun cuando la idea de independentismo era ampliamente rechazada por el conjunto de la población. Tras varias décadas de roces con los gobiernos franceses, las relaciones de Aimé Césaire con la clase política francesa se suavizaron con la elección a la presidencia de la República del socialista François Mitterrand en mayo de 1981. Sin embargo, Césaire no cejó en su lucha por una mayor autonomía de las Antillas en la gestión de sus asuntos internos. Cuando el gobierno socialista presentó el proyecto de ley sobre la descentralización con un reforzamiento de los poderes de las nuevas asambleas regionales, Césaire exigió que se tomaran más en cuenta las especificidades locales. Ante este tipo de situaciones complejas los políticos locales tienen que buscar un equilibrio delicado. Finalmente, las indecisiones y dilaciones de Césaire tal vez solo sean el reflejo de las tensiones y contradicciones que han recorrido las poblaciones antillanas (Daniel, 2002).
Tras retirarse de la vida política al abandonar su puesto como alcalde de Fort-de-France –con una longevidad política excepcional–, Aimé Césaire llevó la voz de las poblaciones antillanas mucho más allá del hemiciclo de la Asamblea Nacional, gracias a una conciencia aguda de los problemas inherentes al colonialismo, a la departamentalización o a la independencia. El poeta murió el 17 de abril de 2008, dejando un legado político de contornos indecisos por la multiplicidad de caminos que abrió:
Entonces se plantea la cuestión del legado de Césaire. Lo interesante es que haya tenido que pronunciarse sobre su legado en vida. Dicho legado puede tomar tres caminos. Si Césaire muere en Francia, será recuperado por Francia, que lo convertirá en un segundo Schœlcher, con conmemoración del prefecto rodeado de la multitud de mercenarios conocidos. También puede ser recuperado por el autonomismo, es decir, por la fracción de derecha del PPM, experta en compromisos. Por último, Césaire puede ser recuperado por la revolución independentista (entrevista con Guy Cabort-Masson en Naïf, como se cita en Véron, 2021, p. 605, traducción propia)20.
Lo cierto es que el aura y la posteridad de Aimé Césaire son inmensas porque tanto su personalidad como sus escritos y discursos han suscitado más admiración que rechazo, este último principalmente entre los martiniqueses partidarios de la corriente literaria de la criollización. Dicha posteridad perdura en la actualidad a través de múltiples reinterpretaciones contemporáneas de su figura de incansable crítico del colonialismo, en forma de libros, espectáculos y expresiones artísticas de toda clase. Todas ellas son muestras de la voz singular que este hombre complejo ha legado a las Antillas francesas, a la literatura caribeña y a un siglo XX tortuoso marcado por el sello del anticolonialismo.
Traducción al español: Adrien Pellaumail, Centro Profesional de Traducción e Interpretación (CPTI) e Instituto Francés de América Latina (IFAL).
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Notas
La investigación presentada en este artículo ha sido financiada por la Fondation Maison des Sciences de l’Homme en el marco del programa de investigación Acteurs, images et pensées en réseaux entre Europe et Caraïbe (1920-1946).
Este proyecto ha recibido financiación del programa de investigación e innovación Horizonte 2020 de la Unión Europea en virtud del acuerdo de subvención Marie Skłodowska-Curie Nº 823846.
Notas de autor