InterSedes, N°43. Vol XXI (2020). ISSN 2215-2458
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Tanto esos hechos como esos mundos posibles y métodos-otros representan para el Estado
totalitario de la Ciencia un ser enfermo, insalubre, loco, anormal y si el ser investigador se atreve
a pensarlos, deja de ser un ser investigador científico-conservador o productivo, reproductor de una
realidad pre-dada como dato registrado como cuerpo sin órganos. En este caso, para el Estado
totalitario de la Ciencia el problema es exclusivo del ser investigador como individuo, por no
poder/querer ser normal, no alcanzar el triángulo edípico y por responder con burlona esquizofrenia
al acoso estructurante que trata de normalizarle, nacionalizarle, documentarle de acuerdo a sus
propios intereses.
El no seguir la norma, el dato o la ley como constitución política del Estado totalitario de
la Ciencia, implica la necesidad de tomar antidepresivos, prozac, diazepam. El problema no es el
Leviatán, siempre racional, políticamente correcto, militar y biomédicamente dispuesto. Lo que
está mal no es la biopolitización de nuestras mentes y nuestros cuerpos, la contemplación acrítica
de la evaluación de nuestros aprendizajes y producciones de conocimiento ni la regulación de la
investigación hecha a partir de supuestos como la superposición de los datos. El hospital
psiquiátrico ha venido a sustituir a la corte sueca, donde acabó sus días Descartes; está hecho para
los seres deseantes y no para los cuerpos sin órganos que nos regulan con sus axiomas, cuerpos
muertos, como el dato y el capital.
La superposición de los datos como criterios reguladores de las actividades científicas
implica una biopolitización de la investigación, a partir de la cual los ciudadanos y las ciudadanas
del Estado normal de la Ciencia, así como sus producciones cívicas, en el sentido más profundo de
su currículo oculto, propiciarán el secuestro de lo real y su sustitución por una fábula (Nietzsche,
2001); una fábula sin color, sin sabor, sin olor, sin textura, sin sonido… Una fábula de números sin
órganos, donde todo lo humano se ha perdido y lo anormal se encuentra silenciado, sometido,
encerrado en campos de concentración adornados con luces, alambres navaja, tiendas y cámaras
de seguridad (Virilio, 2001).
Un ser encuestador toca la puerta de un rancho, percibe el olor del hambre que le satura los
pulmones y le hace un nudo en la garganta, mientras realiza una serie de anotaciones para una
encuesta nacional de ingresos y gastos, con la alacena vacía. Lo humano del momento puede quedar
en su vida, pero no por mucho tiempo o de lo contrario tendrá que tomar antidepresivos por no
olvidar, por no someterse a la fábula continua. El ser encuestador no procesa los datos: los lleva
desprovistos de carne y de hueso a otro departamento donde el trabajo de un escritorio nos recuerda