InterSedes, Revista electrónica de las sedes regionales de la Universidad de Costa Rica,
ISSN 2215-2458, Vol XXI, Número 43, Enero – Julio, 2020.
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LOS PELIGROS DE UN ESTADO TOTALITARIO DE LA CIENCIA COMO
MECANISMO REGULADOR DE LA CREACIÓN DE NUEVOS CONOCIMIENTOS
THE DANGERS OF A TOTAL STATE OF SCIENCE AS A REGULATORY
MECHANISM FOR THE CREATION OF NEW KNOWLEDGE
Esteban Paniagua-Vega
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Recibido: 09.03.19
Aprobado: 30.04.20
DOI: 10.15517/isucr.v21i43.41974
Resumen
A partir de la primera oración del Manifiesto de Leyden se muestra las implicaciones de un Estado
totalitario de la Ciencia, la imposición del dato como la ley de este estado, la exclusión de métodos-
otros y muchos mundos posibles de la investigación, así como el sometimiento y el control de la
mente y del cuerpo del ser investigador, sometido a una serie de procesos para se considerado
rigurosamente científico y como no anormal. Para ejemplificar esto, se concluye con cuatro
ejemplos: la exigencia de referencias únicamente las obras más actuales, el requisito de redactar
proyectos de tesis en diez o quince páginas, las formas estandarizadas de citar, tipo APA y la
superposición de los datos y las rúbricas por encima de la evaluación de pares.
Palabras claves: Ciencia; Metodología; Investigación; Antipsiquiatría.
Abstract
From the first sentence of the Leyden Manifesto the implications of a totalitarian State of Science
are shown, the imposition of the data as the law of this state, the exclusion of other methods and
many possible worlds of research, as well as the submission and control of the mind and body of
the investigating being, subjected to a series of processes to be considered rigorously scientific and
not abnormal. To exemplify this, we conclude with four examples: the requirement of references
only the most current works, the requirement to write thesis projects in ten or fifteen pages, the
standardized forms of citing, APA type and the overlapping of the data and the rubrics above peer
evaluation
Keywords: Science; Methodology; Research; Antipsychiatry.
¹ Docente Universidad de Costa Rica, Sede Occidente, San Ramón, Alajuela, Costa Rica Email: filosofo311@gmail.com
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Este artículo trata de llevar a sus últimas consecuencias la primera oración del Manifiesto
de Leyden (2015), ya que tal exordio entrama un mundo conceptual que conduce peligrosamente
a un totalitarismo en la ciencia. De ahí surge la necesidad de analizar detenidamente esta oración,
trascender la epidermis de su significado y arribar a la médula de su sentido. Esta oración es: “Los
datos sobre las actividades científicas están siendo cada vez más utilizados para gobernar la
ciencia” (p. 1).
El empleo del verbo “gobernar” permite ordenar los contenidos de esta oración, a partir de
un eje propiamente político. En este sentido, la ciencia podría ser vista como un Estado gobernado
por una comunidad científica (Kuhn, 2004). A partir de sus propios criterios paradigmáticos, esta
comunidad podría delimitar lo propiamente científico y separarlo, con una tajante navaja, de
aquello que no lo es, tanto en el modo de plantear las proposiciones aceptadas como científicas,
como en la exigencia del empleo de ciertos métodos oficiales o institucionalizados como propios
de una disciplina científica (Foucault, 1992). El establecimiento de estos mecanismos de exclusión
parte de estatutos axiomáticos, válidos o validados desde el punto de referencia epistemológico del
que parte la comunidad científica para interpretar la realidad y conocer, en concordancia con su
deseo de auto-conservarse como gobierno. Esta comunidad, para conservar su posición de
privilegio, a través de su propio arcano de la ciencia (Schmitt, 1985), regula la búsqueda de
anomalías, ejecutada por otras comunidades con otros criterios de ciencia o por el mero ejercicio
del libre pensamiento y la investigación rigurosa, en la insaciable búsqueda de nuevos
conocimientos (Feyerabend, 1986), sin importarle el status quo del gobierno del Estado de la
Ciencia.
Inmerso en esta lucha de fuerzas, este gobierno de la ciencia no es más que un mundo
posible (Leibniz, 1981), frente a muchos otros mundos posibles de la investigación. Sin embargo,
este gobierno convierte al “dato” en ley del Estado. A partir de esta ley, no solamente gobierna
sobre las actividades científicas, sino también, y en primera instancia, vigila y castiga las
actividades referentes a la producción de nuevos conocimientos (Foucault, 2002); excluye, a partir
de un tribunal de la razón (Hegel, 1991), del derecho de ciudadanía en territorio de la Ciencia y
considera como delincuente o “extranjero indocumentado”, todo conocimiento ubicado fuera de
ese mundo posible e instituido constitucionalmente como la realidad de la Ciencia.
Mediante esta figura, un estado totalitario de la ciencia relativiza la oposición clásica entre
λóγος - πολιτικός (ser racional - ser ciudadano) y βάρβαρος (ser sin lenguaje, ser irracional, ser
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extranjero, ser esclavo) y determina una versión de ciencia, gobernada por los datos, frente a los
demás mundos posibles de la investigación.
El dato en el Estado totalitario de la Ciencia no es ni siquiera entendido en el sentido del
sinónimo de hecho”, sino como mero registro de información. Este sentido del dato se constituye
en la ley del Estado de la Ciencia y como norma despliega todo un operativo biopolítico, a través
del cual se institucionaliza la investigación tecnócrata e instrumental y se califica a un tipo de ser
investigador, sometido a estos criterios, como un ser investigador normal, racionalmente científico,
sano y sanitariamente a salvo de la delincuencia, del terrorismo y la indocumentación.
En contraste, quien emplea métodos-otros, en los cuales el dato y su registro seleccionado
de información oficial no se encuentran en la cumbre de la montaña epistemológica y arroja luz
sobre otros sectores del ser y formas de conocer, es considerado un ser investigador anormal,
anómalo para la ciencia y toda la estructuración básica de un mundo totalitario y estático,
establecido como real a través de la desaparición y el silenciamiento de cualquier otro mundo
posible que pudiera obstaculizar su prolongación en la posición de privilegio del poder.
Estos otros mundos posibles son hijos de la especulación o el contacto directo con la
realidad residual de este mundo, esculpido como Leviatán en nuestras mentes, con el cincel de los
datos y el olvido de muchos otros mundos posibles, abordados por la esquizofrenia social de la
producción de la producción de nuevos sentidos (Deleuze y Guatari, 1985). Mundos otros con
aparatos interpretativos manados directamente del contacto con la sensación del hambre, la falta
de luz, la olla de piedras cocidas por un general a la espera de sus cartas; mundos posibles emanados
incluso de los datos, en el sentido de los hechos, pero no escritos, no registrados, no codificados
como información o soporte de una investigación académica del Estado normal de la Ciencia.
Hechos muchas veces perversamente silenciados, como las realidades militares del mundo
y la guerra civil social mundial (Saxe, 2006) que afrontamos todos los días. Hechos no presentados
como datos de información por los medios masivos; hechos evidentes de la inutilización
sistemática de nuestros cuerpos (Comité Invisible, 2007), codificados como máquinas deseantes y
sujetos al orden de un residuo del capital. Mundos otros con marcos teóricos planteados desde las
máquinas paranoicas y su continuo huir de la persecución de los cuerpos sin órganos que
obstaculizan sus fluidos y regulan, a partir de códigos estructurados por el carácter más perverso
del poder (Deleuze y Guatari, 1985).
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Tanto esos hechos como esos mundos posibles y métodos-otros representan para el Estado
totalitario de la Ciencia un ser enfermo, insalubre, loco, anormal y si el ser investigador se atreve
a pensarlos, deja de ser un ser investigador científico-conservador o productivo, reproductor de una
realidad pre-dada como dato registrado como cuerpo sin órganos. En este caso, para el Estado
totalitario de la Ciencia el problema es exclusivo del ser investigador como individuo, por no
poder/querer ser normal, no alcanzar el triángulo edípico y por responder con burlona esquizofrenia
al acoso estructurante que trata de normalizarle, nacionalizarle, documentarle de acuerdo a sus
propios intereses.
El no seguir la norma, el dato o la ley como constitución política del Estado totalitario de
la Ciencia, implica la necesidad de tomar antidepresivos, prozac, diazepam. El problema no es el
Leviatán, siempre racional, políticamente correcto, militar y biomédicamente dispuesto. Lo que
está mal no es la biopolitización de nuestras mentes y nuestros cuerpos, la contemplación acrítica
de la evaluación de nuestros aprendizajes y producciones de conocimiento ni la regulación de la
investigación hecha a partir de supuestos como la superposición de los datos. El hospital
psiquiátrico ha venido a sustituir a la corte sueca, donde acabó sus días Descartes; está hecho para
los seres deseantes y no para los cuerpos sin órganos que nos regulan con sus axiomas, cuerpos
muertos, como el dato y el capital.
La superposición de los datos como criterios reguladores de las actividades científicas
implica una biopolitización de la investigación, a partir de la cual los ciudadanos y las ciudadanas
del Estado normal de la Ciencia, así como sus producciones cívicas, en el sentido más profundo de
su currículo oculto, propiciarán el secuestro de lo real y su sustitución por una fábula (Nietzsche,
2001); una fábula sin color, sin sabor, sin olor, sin textura, sin sonido… Una fábula de números sin
órganos, donde todo lo humano se ha perdido y lo anormal se encuentra silenciado, sometido,
encerrado en campos de concentración adornados con luces, alambres navaja, tiendas y cámaras
de seguridad (Virilio, 2001).
Un ser encuestador toca la puerta de un rancho, percibe el olor del hambre que le satura los
pulmones y le hace un nudo en la garganta, mientras realiza una serie de anotaciones para una
encuesta nacional de ingresos y gastos, con la alacena vacía. Lo humano del momento puede quedar
en su vida, pero no por mucho tiempo o de lo contrario tendrá que tomar antidepresivos por no
olvidar, por no someterse a la fábula continua. El ser encuestador no procesa los datos: los lleva
desprovistos de carne y de hueso a otro departamento donde el trabajo de un escritorio nos recuerda
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a los cuerpos sin órganos y los resultados tecnócratas botand un trozo de pan en la basura, por no
tener un estómago para digerirlo.
Otra figura de la fábula sale a la luz y finge que habla; al día siguiente repetirán las máquinas
en los periódicos “x % de personas vive en pobreza extrema” y esto lo lee nuestra mente con sus
pulmones vacíos del sofocante olor al hambre o, peor aún, también con hambre. El periódico
reproduce una pobreza muerta, sin órganos, un número, un dato; otra voz parla sandeces
administrativas “hemos reducido la pobreza” y el gobierno del dato va más allá del bien y del mal:
ahí yace el ser investigador, biopolitizado, obligado a tomar esos datos como sus referencias más
rigurosas, para escribir artículos debidamente científicos; sometido a un vocabuliario rebuscado y
traído a la ciencia de la disciplina militar y de la biología: el general ha tatuado en nuestros cerebros
palabras bélicas para hablar de la pobreza y otros fenómenos sociales: erradicación, protección,
extirpación, combate, crisis, derrota, etc. El ser científico de las disciplinas naturales también ha
jugado su papel en nuestras amígdalas y lóbulos frontales: ha esculpido en el ser investigador
parlantes que repiten a gritos palabras como “población”, para referirse a la humanidad (Foucault,
2007).
La humanidad es en el Estado totalitario de la Ciencia una población, un “objeto de
estudio”, en la misma taxa que una población de líquenes, de flores, de murciélagos o de ratas. El
ser investigador normal contempla a la humanidad en términos de población, de datos registrados
de población y conforme a esto debe escribir, para que sus artículos tengan validez científica, ser
ciudadano del Estado totalitario de la Ciencia y no ser un criminal quien no pasa de redactar un
ensayo, sin valor como puntaje académico.
Las rúbricas como método y modelo de evaluación del conocimiento científico en las
ciencias sociales y la educación, llegan a ser ese armamento nuclear de nuestra época, dirigido a la
regulación del espacio, el contenido y la forma de la investigación y nos afecta, en tanto que
cuerpos; haciendo surgir en ellos el alma o sujeto: el alma surge y se manifiesta a partir del castigo
en el cuerpo del ser condenado (Foucault, 2002).
La rúbrica no solo implica el problema de definir el modo en que se mide, sino la
cosificación de lo medido, la selección y conformación de un dispositivo a través del cual se arroja
la luz sobre un sector específico del saber y muchos otros saberes quedan en la oscuridad. Con la
rúbrica es más importante el instrumento que el conocimiento. Incluso quien produce
conocimiento, pero no lo transmite de acuerdo a los criterios reguladores de la codificación de la
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rúbrica, podría hacérsenos ver como alguien quien no sabe nada de su temática, de su pasión, de
su esfuerzo, de su vida; mientras que quien es estéril y no puede producir ni un solo matiz nuevo
para brindarle algo distinto a la complejidad de la realidad, si sabe estilizar sus palabras, de acuerdo
a los criterios de la rúbrica, puede ser considerado una eminencia y aplaudido por el oído y el ojo
más superficial y menos exigente.
La selección de los criterios de las rúbricas no es tan inocente como la necesidad de elegir
cuáles fotos colocamos en un álbum, cuando tenemos más espacio que fotografías. En la misma
medida que cuando decidimos colocar dos imágenes juntas en un espacio específico del álbum
familiar, constituimos una tercera imagen que dice algo de nosotros mismos (Lacan, 2009), esa
tercera imagen de la selección y acomodo de los criterios de la rúbrica evidencia la codificación,
la esterilidad de un poder instituido como norma de un ser que trata de estar fuera del tiempo, pero
no deja de envejecer y le tiene una envidia disimulada a la energía más joven de la producción de
la producción, capaz de generar nuevos sentidos, métodos y mundos posibles.
La selección canónica del Estado totalitario de la ciencia históricamente ha mutado y su
establecimiento de una institucionalidad reguladora de los saberes ha dado paso a su versión más
tecnócrata y burocrática, donde hay una superposición del registro a aquello que es registrado y,
por tanto, de la forma al contenido. Forma de por misma caracterizada por ser una tercera imagen
del poder, ir más allá y establecer ciertos parámetros axiomáticos como paredes, en medio de las
cuales corre el riesgo de perderse la mente del monstruo.
Si el minotauro del ser investigador no puede hallar en sus propios adentros a aquel varón
falogocéntrico, héroe, masculino, quien lo salve de pensar lo anormal y lo incorrecto para la norma
de la comunidad de la ciencia, dándole muerte y convirtiéndolo en ese traidor de Teseo, entonces
no dejará de ser monstruo. Paradójicamente, para dejar serlo e ignorar su laberinto, debe encontrar
su libertad, encadenándose a asumir como única realidad real y posible los requisitos burocráticos
y las ambigüedades de las rúbricas, completamente ajenas a sus discontinuidades creativas, leves
reminiscencias de su vida como monstruo (no ha muerto en realidad, el Minotauro sigue
escondido). Pero incluso presentándose como un completo Teseo, adoctrinado por el falo de los
procedimientos a los que se somete voluntariamente, puede ser víctima de otro proceso dirigido
por una mente angelical, como la de Kafka… ¿Cuál será la mentalidad del poder que tiende a
esconderse detrás de la estandarización, el establecimiento de rúbricas y la tiranía de los datos?
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Nuevos mecanismos se imponen en la misma redacción y fungen como criterios de
selección de los contenidos propiamente científicos. Entre estos mentaré algunos, quizá los que
más me provocan. La exigencia de referenciar únicamente las obras más actuales es un criterio
asumido acríticamente en algunas disciplinas y revistas, pero en el fondo constituye un ataque
directo contra el abordaje y el estudio genealógico, así como contra la erudición, debido a que la
genealogía puede mostrar, arrojar la luz sobre un sector del ser hasta entonces oscuro. La ciencia
misma es ideología: la medicina no es tan perfecta como se nos presenta: en el siglo XVIII
consideraba a la mujer como un hombre imperfecto, con un falo invertido hacia sus adentros
(Foucault, 1998). El delirio positivista cae de su pedestal con el abordaje genealógico.
Otro de estos mecanismos es el requisito de la redacción de proyectos de tesis en diez o
quince páginas, a espacio y medio, no obligando al ser estudiante a sintetizar, sino a excluir e
ignorar los detalles, no periféricos, sino substanciales, así como la descripción crítica de los
problemas investigados.
En un tercer lugar hallamos las formas estandarizadas de citar, como las propuestas o
impuestas por APA, conforme a las cuales los pasadizos mentales ahogan al monstruo y tratan de
convertirlo en un Teseo, ajeno a una concepción orgánica del conocimiento y amante de la
aceptación acrítica y axiomática de la propiedad privada, incluso en el campo del saber.
Finalmente, la superposición de los datos y las rúbricas por encima de la evaluación de
pares, lo cual constituye un ataque contra la generación de nuevos conocimientos, los cuales deben
pasar por el embudo de la botella del formulario.
Esta codificación actual del conocimiento es paradójica. La creación de nuevos
conocimientos implica movimientos, cambios, discontinuos. La rúbrica y el dato pretenden evitar
ese tipo de anomalías y de ahí que a partir de ellos no sea lo novedoso lo medido por lo estándar,
sino lo estándar el gendarme o regulador de lo novedoso, encadenado y sometido.
Presenciamos una superposición del dato al conocimiento y la anulación de muchos
mundos posibles. Una supremacía de la técnica y una concepción biopolítica, sanitaria y racional
sobre la humanidad, sus discontinuos, producciones y deseos.
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