InterSedes, ISSN 2215-2458, Volumen 23, Número 48,
Julio-Diciembre, 2022, pp. 246–266 (Artículo).
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Por su parte, los mecanismos de control individualizado son
igualmente clave porque ayudan al proceso de internalización de
los mecanismos anteriores. En orden a que los mecanismos de
control social general surtan mayor ecacia, ha de hacerse lo posi-
ble para que lo que aparezca como externo, sea considerado como
natural y normal. En otras palabras, estos mecanismos de control
individualizado se encargan de moldear los aspectos concretos ne-
cesarios de cada persona dominada, según sus propias particulari-
dades. Por ejemplo, la pertenencia a distintos estamentos u órde-
nes sociales imprimen singularidades, que deben ser trabajadas en
función de la sumisión y exclusión. Igualmente, debe tomarse en
consideración las habilidades y actitudes que posean las mujeres,
para guiarlas en aras de su dominación, o bien en reprimir ciertos
aspectos que puedan dicultar el cometido.
Por lo general, ambos tipos de mecanismos casi nunca funcio-
nan por separado, dado que sus objetivos consisten en producir
sumisión y exclusión de las mujeres, aunque cada uno se asocie a
maneras particulares de ejercer dominio sobre personas (Foucault,
y estrógenos. La segunda etapa es la romántica, que está mediada por una con-
centración elevada de dopamina y serotonina. Tiene una duración de tres años.
La tercera etapa es la de apego, caracterizada por concentraciones de vasopresina
sérica y de oxitocina, que “contribuyen a la sensación de fusión y cercanía, de ape-
go, que se siente posterior a una relación sexual satisfactoria” (Garza, 2010, p. 8).
Flores-Rosales (2008) aborda el mismo tema, presentado el amor dividido en
tres etapas, aunque con distinta nomenclatura. Básicamente, la diferencia esen-
cial con Garza, radica en que Flores-Rosales separa el enamoramiento del deseo,
considerando que el enamoramiento es lo que da pie para que se genere una ma-
yor atracción; por lo que el enamoramiento sería una especie de preludio o “fase
cero”. En todo caso, lo que interesa apuntar a partir de esta otra autora, es que el
amor (después del deseo) “puede durar hasta cuatro años más” (Flores-Rosales,
2008, p. 6), dado que la vasopresina, si bien conduce a que la pareja permanezca
junta, sus niveles no son lo sucientemente elevado, ni constantes, “lo cual deja
abierta la puerta para buscar otra u otras parejas” (Flores-Rosales, 2008, p. 5). En
este sentido, el amor “para toda la vida”, en aquellas sociedades que priorizan las
relaciones monogámicas, se debe más a reexiones intelectuales, justicadas/re-
producidas por esquemas axiológicos culturales, sociales, religiosos, entre otros,
que a razones neuroquímicas:
Una vez cumplidos estos ciclos químico-biológicos, que suman alrededor
de siete años, la relación se vuelve fundamentalmente racional, sin quitar
que pueda seguir existiendo la atracción química, pero con otra veloci-
dad o impulsada con otra fuerza, la cual es conocida como costumbre. Lo
anterior quiere decir que de la pasión involuntaria de amar se pasa a la
voluntad de amar (Flores-Rosales, 2008, p. 6).