InterSedes, ISSN 2215-2458, Volumen 24, Número 49,
Enero-Junio, 2023, pp. 57-69 (Artículo).
BERNARDO A. CASTILLO | Las categorías antropológicas losócas
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Cerráronse, por n, sus sentidos al presente, se desplomó
su memoria, se recogió su alma, y brotó en ella en visión es-
pesada su niñez, en brevísimo espacio de tiempo. Tendido
en el campo el cuerpo, pendiente al borde de la eternidad
el alma, revivió sus días frescos, y en un instante preñado
de años, desló, en orden inverso al de la realidad, el pa-
norama de su vida. Vio a su madre que, a vuelta de él de
una cachetina, le sentaba sobre sus rodillas, y le limpiaba el
barro de la cara; asistió a sus días de escuela; vio a Rafaela a
los ocho años, de corto y trenzas; revivió las noches con que
ola a su padre los relatos de los siete años. (p. 256)
Se identica esta muerte catastróca de una vida joven con el
sentimiento de la pérdida o ausencia de vida: “Al recibir los padres
de Ignacio la noticia de su muerte, desmayóse ella exclamando:
¡hijo mío!, y él murmurando con terrible serenidad ¡sea todo por
Dios! fue a acostarse” (Unamuno, 1969, p. 269). Se siente la muerte
ante la pérdida prematura de un ser querido, ya nada tiene sentido.
Hay una mezcla se sentimientos entre la esperanza y la desespera-
ción, la muerte parece ser vivida, aunque ella no haya llegado:
Estando solo consigo mismo el estupor le impedía ver la
realidad; exclama:
He perdido a mi hijo, a mi único hijo— decíase, esforzán-
dose por darse cuenta de aquella prueba, que tan natural
le parecía. No lograba convertir el frío “¡he perdido a mi
hijo!”, en el misterioso¡ mi hijo ha muerto!. Su hijo se había
ido, naturalmente, como se fueron otros; no había vuelto
aún, naturalmente también, pero podía volver un día u
otro, y entre aquel recuerdo y esta esperanza, igualmente
vivos, sólo meditaba como realidad presente una noticia,
una mera, noticia, un dicho.
Ni el padre ni la madre, estaban convencidos del todo de la
muerte del hijo; podía ser equivocación; y a diario le espe-
raban al amanecer sin darse mutua cuenta de su esperanza,
y a diario desesperaban de volver a verla. (p. 271)
Se evidencia la angustia del dolor humano traducido en la des-
esperación que produce la ausencia de un ser querido, desespera-
ción que en sí mismase convierte en una enfermedad porque se
experimenta el deseo de no querer vivir. No querer vivir es recha-
zar la muerte, que es parte de la condición humana. En Paz en la
Guerra, la muerte es el momento en el cual toda persona toma po-
sición ante el absoluto como plenitud o como nada (París, 1968).