Káñina, Rev. Artes y Letras, Univ. de Costa Rica XLV (2) (Mayo-Agosto) 2021: 161-184/ISSN: 2215-2636
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el arquetipo dentro de este tipo. De igual manera, la violencia puede ser activa o pasiva; la primera
constituye un acto violento por acción, mientras que la segunda, lo hace por omisión. Dentro de la
violencia del lenguaje, por ejemplo, insultar sería un caso de violencia activa, mientas que no
responder a un saludo, sería un caso de violencia pasiva.
Para otros autores, el papel que juegan la cultura y la sociedad en las manifestaciones de la
violencia es mucho más complejo. Detrás de los actos de violencia subyacen relaciones simbólicas
de poder que pretenden perpetuar las formas de dominación establecidas. Para explicar este
fenómeno, Pierre Bourdieu (2000) acuñó el concepto de violencia simbólica, que define como una
violencia amortiguada, insensible, e invisible para sus propias víctimas, que se ejerce esencialmente a
través de los caminos puramente simbólicos de la comunicación y del conocimiento o, más
exactamente, del desconocimiento, del reconocimiento o, en último término, del sentimiento (p. 12).
A lo largo de su obra, Bourdieu buscó explicar cómo la violencia es normalizada e
interiorizada por los miembros de los distintos grupos sociales para ejercer y mantener el control. De
modo particular, el autor brinda una atención especial al lenguaje y a la censura que este conlleva. En
su obra ¿Qué es hablar?, el autor sostiene que
entre las censuras más eficaces y disimuladas, pueden incluirse todas aquellas que consisten en excluir
determinados agentes de la comunicación, excluyéndoles de los grupos que hablan o de los lugares
donde se habla con autoridad. Para comprender lo que puede y no puede decirse en un grupo, hay que
tener en cuenta no solo las relaciones de fuerzas simbólicas que se establecen en ese grupo y que
impiden a ciertos individuos hablar (Bourdieu, 2001, p. 110).
Para Bourdieu (2001), algunas formas se encuentran más legitimadas, por tanto, quien las
domina puede ejercer censura sobre quien carece de su dominio, llevando a su silenciamiento, premisa
que se ha venido desarrollando a lo largo de este análisis. Según él, “todo intercambio lingüístico
contiene la virtualidad de un acto de poder, especialmente cuando se produce entre agentes que
ocupan posiciones asimétricas en la distribución del capital pertinente” (en Fernández 2005, p. 20).
Asimismo, añade que tal violencia
nunca se manifiesta tan claramente como en las correcciones –coyunturales o constantes– que los
dominados, por un desesperado esfuerzo hacia la corrección, llevan a cabo, consciente o
inconscientemente, sobre los aspectos estigmatizados de su pronunciación, de su léxico –con todas las
formas de eufemismo– y de su sintaxis; o en la angustia que les hace perder los nervios