Káñina, Rev. Artes y Letras, Univ. de Costa Rica XLV (2) (Mayo-Agosto) 2021: 287-309/ISSN: 2215-2636
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ALIMENTOS E IMPERIO: LA ADMINISTRACIÓN DEL HAMBRE EN
COMENTARIOS REALES DE LOS INCAS
Food and Empire: Administration of Hunger in Royal Commentaries
of the Incas
Gustavo García
RESUMEN
Las referencias a los alimentos en la primera parte de Comentarios reales de los incas [1609] del Inca Garcilaso de la Vega
son escasas y no muy específicas. Pero no por eso dejan de ser relevantes, ya que destacan su enorme importancia en una
sociedad agraria por excelencia. Los incas, a través de la producción, distribución y consumo de alimentos, establecieron una
sociedad expansiva que fue sometiendo y administrando la estrategia del hambre a otros grupos indígenas que vivían como
“bestias”, para pacificarlos y darles preceptos morales siguiendo órdenes divinas (mito de la pareja solar). Los usos alimenticios
en Comentarios reales son tan variados y complejos que, además de satisfacer necesidades biológicas, funcionan como
artefactos religiosos, culturales, económicos y bélicos indispensables para la organización, funcionamiento y expansión del
imperio incaico.
Palabras clave: alimentos, hambre, incas, crónicas, Inca Garcilaso de la Vega.
ABSTRACT
References to food in the first part of the Royal Commentaries of the Incas [1609] by Inca Garcilaso de la Vega are few and
not very specific. But this does not mean that they are not relevant, as they highlight their enormous importance in an agrarian
society par excellence. The Incas, through the production, distribution and consumption of food, established an expansive
society that was subjecting - especially through the hunger strategy - to other indigenous groups to "instruct" them according
to divine orders (myth of the solar couple). The food uses in Royal Commentaries are so varied and complex that, in addition
to satisfying biological needs, they function as religious, cultural, economic, and warlike artifacts indispensable for the
organization, operation, and expansion of the Inca empire.
Key Words: Food, Hunger, Incas, Chronicles, Inca Garcilaso de la Vega.
Rose-Hulman Institute of Technology. Full Professor-Researcher, Department of Humanities, Social Sciences
and Arts. Terre Haute, Indiana., United States of America. Correo electrónico: garcia@rose-hulman.edu
DOI: 10.15517/RK.V45I2.48340
Recepción: 12/6/2019 Aceptación: 12/5/2021
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1. Introducción
La primera parte de Comentarios reales de los Incas [1609] del Inca Garcilaso de la Vega,
1
por su función ideológica y la elegancia de su prosa,
2
es una de las crónicas más interesantes e
indispensables para conocer el funcionamiento y la organización del incario.
3
Su recepción ha generado
numerosas y diversas interpretaciones que la consideran desde un manual de utopías precursor de la
independencia (Díaz-Caballero, 2004; García, 2017) y la sociedad socialista (Arze
4
, 1973; Baudin,
1961;
5
Lara, 1967; Reinaga, 2010), hasta una obra nacionalista constructora de la historia y cultura
peruana (Cortez, 2011; Mazzotti, 1996, 1998; Villarías, 1998; Zamora, 1988; Zavala, 1992). Lo que no
ha sido muy estudiado es el rol de los alimentos en un imperio en constante expansión.
6
Este ensayo
analiza su importancia material y simbólica en el Tahuantinsuyo, “las cuatro partes del Reino”, donde
sus usos son variados y complejos. Además de satisfacer necesidades biológicas, los alimentos son
artefactos religiosos, culturales, económicos y bélicos indispensables para la organización,
1
Las citas provienen de la edición de Aurelio Miró Quesada (1991).
2
La crítica lo considera el «príncipe de los escritores del Nuevo Mundo» por su gran dominio del idioma castellano,
tal como lo han reconocido críticos como Menéndez y Pelayo, Ricardo Rojas, Raúl Porras Barrenechea y José de
la Riva Agüero y Osma (Samaniego, 1964, p. 27).
3
El imperio incaico fue la organización más extensa en la América precolombina. Durante su apogeo siglos XV
y XVI abarcó más de 2 millones de kilómetros cuadrados entre el océano Pacífico y la selva amazónica (partes
de Argentina, Bolivia, Colombia, Chile, Ecuador y, sobre todo, Perú).
4
José Antonio Arze (1973) expresa que: “El calificativo que podría aplicarse a lo sumo a la organización inkaika
es el de semi-socialista, con las reservas que esta designación supone” (p. 24).
5
Louis Baudin (1961) explica su definición: «The word "socialism" easily lends itself to confusion. It is constantly
made use of without being defined and has nowadays been so much abused that it has become for many a rather
vague label applicable to theories that are very different from one another. […] Suffice it to say that socialism, in
the sense in which we shall speak of it here, involves the substitution of a rational plan of organization, based to a
certain extent on collective ownership, for the spontaneous equilibrium achieved by the operation of individual
self-interest and the free play of competition. This means, in our day, the more or less complete destruction of the
mechanism of the pricing process. An authoritarian system of planning that involves the suppression of private
property-such, in brief, is the definition of socialism that we shall here ask the reader to accept as a postulate»
(viii).
6
El libro de Hans Horkheimer (2004) explora la importancia de los alimentos andinos y su valor nutritivo en el
Perú prehispánico.
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funcionamiento y expansión incaica. Teniendo en cuenta el énfasis que muchos críticos ponen en la
naturaleza “igualitaria” del incanato
7
, el enfoque sobre la relevancia y administración de los comestibles
es una pieza clave en este debate.
2. Alimentos y producción cultural
Comentarios reales, entre otros méritos, corrige la historia oficial
8
sobre el imperio de los incas
porque incorpora, en condiciones de igualdad o preeminencia, al sujeto indígena como productor y
continuador de otra tradición cultural precursora de la acción evangelizadora de España:
«Para Garcilaso, los héroes de la historia peruana son sin duda alguna los Incas, sobre todo el
primero, Manco Cápac, fundador del imperio y, manifiestamente, Eneas de lo que Garcilaso
llamaba “aquella otra Roma”, esto es, el Cuzco [...] la originalidad de Garcilaso radica en que
asigna a los Incas un papel simétrico al de los españoles» (Lavallé, 1982, pp. 138-9).
La frase “aquella otra Roma” y otras similares, son ejemplos típicos de Translatio studii, el
tópico literario de privilegiar cierta área geográfica, el jardín del Edén, Babilonia, Jerusalén, Atenas o
Roma, considerada el “centro” irradiador de cultura y civilización.
9
La labor de Garcilaso es uno de los
primeros intentos sistemáticos de oponer e injertar categorías prehispánicas a la cultura (pro) europea:
los incas, aunque son otros, son lo mismo en un proyecto común de “educar” pueblos considerados
“bárbaros”. El origen genealógico de Garcilaso, su posición social y sus estudios humanistas influyeron
7
Además de los ya mencionados Arze, Baudin y Lara, José Carlos Mariátegui propone la tesis de “Socialismo
agrícola” incaico (1993).
8
Entre 1565 y 1570 Francisco de Toledo, Virrey de Perú, alentó la producción de crónicas e historias que
cuestionaban la legitimidad de los Incas. Los primeros capítulos de Gobierno del Perú (1567) de Juan de Matienzo
(1910) son: Del govierno y tiranias de los Ingas y como no heran Reyes naturales del Perú y De como entraron
los españoles en el Reyno del Perú y como fue justamente ganado y tiene su Majestad justo título á él. Juan Polo
de Ondegardo y Pedro Sarmiento de Gamboa comparten estos sesgos contra el incario.
9
Aunque algunos críticos arguyen que los conceptos de civilizar, mensaje civilizador o civilización
pertenecen a las ideas del siglo XIX, Juan Ginés de Sepúlveda y Bartolomé de Las Casas, siguiendo las ideas de
Heródoto y Aristóteles, los introdujeron en el contexto colonial. En la controversia de Valladolid (1550),
Sepúlveda Caracteriza la barbarie del indígena como producto de la costumbre y por tanto su sumisión al imperio
los convertiría de «bárbaros y apenas hombres, en humanos y civilizados» (Barrera López, 2014, p. 33).
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en la concepción, medios y objetivos de su obra. Hijo natural del capitán Sebastián Garcilaso de la Vega
y de la palla Isabel Chimpu Ocllo, nieta y sobrina de los Incas Túpac Yupanqui y Huayna Cápac, Gómez
Suárez de Figueroa su nombre antes de adoptar el de Inca Garcilaso de la Vega pasó su infancia,
debido a las continuas ausencias de su progenitor, en el ambiente quechua de su madre. Eso determinó
la estructura básica de Comentarios reales: el lenguaje materno y la relación con parientes que
pertenecían a la nobleza inca. Desde las primeras páginas de su libro, el Inca Garcilaso enfatiza estos
hechos y los combina con conocimientos filológicos, jurídicos e historiográficos adquiridos en España,
lugar donde se trasladó a los 20 años siguiendo los deseos de su padre, para adquirir una educación
propia de su tiempo.
Las referencias concretas a la dieta inca en Comentarios reales son escasas y no muy
específicas. Describen, en general, productos agrícolas sin elaborar un saber culinario andino en torno a
comidas o costumbres propias asociadas a su consumo. Pero no por eso esas informaciones dejan de ser
relevantes, ya que acentúan su enorme importancia en una sociedad agraria por excelencia. Para
empezar, el discurso alimenticio se asocia a la fundación mítica del imperio de los cuatro confines. El
dios sol escribe el Inca letrado envía a sus hijos Manco Cápac y Mama Ocllo (la pareja solar) a la
zona andina para pacificar y dar preceptos morales a los hombres que vivían como “bestias”:
10
A todos los hombres y mujeres que hallaban por aquellos breñales les hablaban y decían mo
su padre el Sol los había enviado del cielo para que fuesen maestros y bienhechores de los
moradores de toda aquella tierra, sacándoles de la vida ferina que tenían y mostrándoles a vivir
como hombres, y que en cumplimiento de lo que el Sol, su padre, les había mandado,
11
iban a
10
El mito de Manco Cápac y Mama Ocllo es posterior al Inca Pachacútec. María Rostworowski (2020) estima que
esta leyenda relaciona una huaca panandina (el lago Titicaca), con la fundación del Cuzco. También plantea que
antes de esa fecha el área central andina ya poseía importantes avances tecnológicos que fueron difundidos por los
estados panandinos Huari y Tiahuanaco.
11
Garcilaso, en cuanto a la religión de los Incas (“fábulas”, “niñerías” o “burlerías”), es crítico porque escribe
como católico. En su descripción del templo en la isla del sol (lago Titicaca), explica: “El primer Inca Manco
Cápac, favorecido de esta fábula antigua y de su buen ingenio, inventiva y sagacidad, viendo que los indios la
creían y tenían el lago y la isla por lugar sagrado, compuso la segunda fábula, diciendo que él y su mujer eran hijos
del Sol y que su padre los había puesto en aquella isla para que de allí fuesen por toda la tierra doctrinando aquellas
gentes, como al principio de esta historia se dijo largamente” (I, p. 172).
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los convocar y sacar de aquellos montes y malezas y reducirlos a morar en pueblos poblados y
a darles para comer manjares de hombres y no de bestias (I, p. 39. Énfasis propio).
El imperio inca, en esta interpretación, se inicia aceptando un vago saber culinario prescrito por
la divinidad en una explícita esfera urbana que diferencia a los hombres entre civilizados que comen
bien y con propiedad (modales), y salvajes que, en “montes y malezas”, engullen cualquier cosa y sin
modales. El tópico es común en distintas culturas,
12
pero tal vez el estudio de la Biblia influyó en el Inca
mestizo
13
para proponer que una vida urbana diferencia a los incas no sólo de las bestias, sino también
de otros grupos indígenas adjetivados de “bárbaros”, “salvajes” o “chunchos” como los temidos y
odiados chiriguanos.
14
Las enseñanzas de la pareja solar tienen éxito entre los “ferinos” que lo aceptan con entusiasmo
y devoción. Garcilaso, citando a su tío Inca, escribe:
“Nuestros príncipes, viendo la mucha gente que se les allegaba, dieron orden que unos se
ocupasen en proveer de su comida campestre para todos, porque el hambre no los volviese a
derramar por los montes; mandó que otros trabajasen en hacer chozas y casas, dando el Inca la
traza cómo las habían de hacer” (I, p. 40).
La escasez de víveres, identificada como un elemento negativo para la organización social, es
el primer problema que tienen que resolver los gobernantes Incas. Su éxito atrae, convence y somete a
otros grupos andinos. Esta constatación es tan evidente para la reproducción y expansión del
Tahuantinsuyu que la carestía de comida es erradicada de las páginas de Comentarios reales. Garcilaso
construye así una sociedad idealizada donde había pobres, pero no hambrientos.
15
12
Desde la Epopeya de Gilgamesh la comida urbana es presentada como más sofisticada que la del área rural. Acá
es interesante notar que la alabanza de la ciudad y menosprecio del campo (aldea) es un tópico opuesto al de las
cortes europeas de la época.
13
El estudio de la Biblia era muy importante en la educación que recibieron las élites indias durante la época
colonial. Ver el texto de Monique Alaperrine-Bouyer (2007).
14
Denominación antigua de la etnia Ava guaraní que habita en la región oeste de Paraguay, noroeste de Argentina
y sureste de Bolivia (departamentos de Santa Cruz, Chuquisaca y Tarija).
15
Garcilaso, pese a lectores que creen que no había pobres en el imperio “semi-socialista” (Arze) o socialista
(Baudin) de los Incas, es preciso al respecto: Sin el tributo principal, que era sembrar las tierras, coger y beneficiar
los frutos del Sol y del Inca, daban otro segundo tributo, que era hacer de vestir y de calzar y armas para el gasto
de la guerra y para la gente pobre, que eran los que no podían trabajar por vejez o por enfermedad (I, 224). La
utopía de la ausencia de pobreza en el incario proviene de una mala lectura de Comentarios reales que distingue
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Los “manjares de hombres” son el elemento cohesionador y propagandístico para atraer más
adeptos. Los indios “reducidos” buscaban otros indios “bestiales” para propagar las nuevas: “Y para ser
creídos les mostraban los nuevos vestidos y las nuevas comidas que comían y vestían, y que vivían en
casas y pueblos” (I, p. 41). La agenda modernizadora de Garcilaso es vaga y tarda en identificar la
“nueva comida”, pero lo evidente es que constituye el eje central de su discurso hegemónico en términos
económicos,
16
ideológicos y gastropolíticos.
17
Los comestibles “incas” resuelven o reordenan el
conflicto por la apropiación de medios de subsistencia con otros grupos indígenas menos
“desarrollados”. Son, entonces, el fundamento material, social y religioso que preserva, reproduce y
expande el incanato por medio de acciones culturales y militares. Acá hay que destacar que la
importancia de la nutrición en una región no muy propicia para la agricultura (Andes centrales)
determinó una política de estado, avant la lettre, independiente del soberano circunstancial. La política
alimenticia, además de incentivar la producción mediante el pleno empleo
18
, priorizaba la
administración del hambre en tiempos de necesidad. A través de sus “decuriones”, según Garcilaso:
“mandaba el Inca que se supiese cada año el número de los vasallos que de todas edades había
en cada provincia y en cada pueblo, y que también se supiese la esterilidad o abundancia de la
tal provincia, lo cual era para que estuviese sabida y prevenida la cantidad de bastimento que era
menester para socorrerlos en años estériles y faltos de cosecha” (I, p. 90).
Estas precauciones, tan idealizadas por algunos autores, no dependían de la “virtud natural” de
un monarca específico. Los Zapa Incas (emperadores), tomaban esos recaudos con base en el cálculo
entre pobres y pobres mendicantes. La última parte del título del capítulo IX del Libro Quinto es: No hubo
pobres mendicantes (I, p. 230). Sobre este tema ver el ensayo de Fernando Rodríguez Mansilla (2009).
16
El aspecto económico en Comentarios reales es estudiado por Díez Torres (2018); Fernández (2010); y Murra
(1978).
17
Según Appadurai (1981): By gastro-politics I mean conflict or competition over specific cultural or economic
resources as it emerges in social transactions around food (p. 495).
18
Situación ideal donde todos los recursos productivos de una economía son utilizados. En la práctica es muy
difícil lograr una combinación harmónica entre las mercancías que una sociedad demanda y los factores
productivos disponibles debido, sobre todo, a problemas estructurales o restricciones institucionales. En
Comentarios reales, Garcilaso asume avant la lettre, que el imperio inca tenía una política de pleno empleo
respecto a la utilización de la fuerza de trabajo hasta el absurdo de que sus súbditos eran obligados a recolectar
piojos o mover rocas de un sitio a otro sólo para no estar ociosos.
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político para controlar una enorme sociedad agraria por medio del trabajo forzado y la distribución
aquí se impone la precisión del excedente económico. Asimismo, la explotación comunitaria de la
fuerza de trabajo individual y el consumo de productos, fruto de actividades agrícolas, sobre todo, son
los elementos “modernizadores” para transformar al indio llama “bestia” en indio runa “hombre de
entendimiento y razón” (I, p. 75). Comprendiendo esta realidad Garcilaso exalta la organización social
y administrativa del incanato en función de la explotación de suelos cultivables y de la distribución de
comestibles según las necesidades de los súbditos: idealización del incario respecto al régimen colonial.
Este rasgo otorga a Comentarios reales, entre sus lectores indigenistas, esa aura y prestigio de
“modernidad revolucionaria” que no tienen otras crónicas.
19
Arze (1952) y Baudin (1961), influidos por
este texto, cometen el anacronismo de calificar al incanato de “semi-socialista” y “socialista”,
respectivamente, en tanto que Reinaga (2010), confundiendo “inca” con “indio”, explica su “humanismo
inka”:
Nuestra filosofía, la filosofía del indio, está contenida en el “ama llulla, ama súa, ama
khella”. (No mentirás, no robarás, no explotarás). He ahí el humanismo inka. De este
mandato trinitario salía el “imperativo categórico” de la Ley y la obligatoriedad de la
religión. La filosofía que era la voz del pueblo y la religión que era la voz de Dios, se
confundían. En la sociedad nadie mentía, nadie robaba; no existía la “explotación del
hombre por el hombre”. Todos, hombres y mujeres hábiles, trabajaban. Nadie tenía
hambre; nadie tenía frío. Era delito tener hambre, delito tener frío”. El falso
testimonio, el latrocinio, la holganza, se castigaban con la muerte. La verdad
resplandecía en el fondo de cada alma y en los actos de cada ser humano (p. 95).
Ignoro la razón por la que “tener hambre” (y frío) era “delito” en la sociedad incaica. Tal vez
porque, según esta interpretación, eran “mentiras”, puesto que el trabajo obligatorio, asociado al cultivo
de la tierra, creaba las condiciones materiales para la subsistencia de los súbditos. En cuanto a la
explotación del hombre por el hombre… la humanidad todavía busca ese paraíso.
19
En tiempos de Garcilaso la representación de los Incas como gobernantes benévolos fue cuestionada por otros
cronistas que los presentaron como tiranos (ver Porras Barrenechea, 1962).
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3. Alimentos y organización agraria
Varios capítulos del Libro Quinto del primer tomo (IXVI) de Comentarios reales versan sobre
la organización agraria y administrativa del Tahuantinsuyu. El primer capítulo es central. El Inca, escribe
Garcilaso, (en realidad se refiere a la política imperial), después de conquistar nuevos territorios
“mandaba que se aumentaran las tierras de labor” (I, p. 215). Esta previsión requería la movilización de
mano de obra especializada donde los “ingenieros de acequias de agua” dirigían la construcción de
proyectos para expandir y maximizar la frontera agrícola. Después de describir con entusiasmo y detalle
el trabajo para preparar y mejorar la productividad de estos terrenos, el Inca letrado destaca su manera
de distribución:
Habiendo aumentado las tierras, medían todas las que había en toda la provincia, cada
pueblo de por sí, y las repartían en tres partes: la una para el Sol y la otra para el Rey
y la otra para los naturales. Estas partes se dividían siempre con atención que los
naturales tuviesen bastantemente en que sembrar, que antes les sobrase que les faltase.
Y cuando la gente del pueblo o provincia crecía en número, quitaban de la parte del
Sol y de la parte del Inca para los vasallos; de manera que no tomaba el Rey para sí ni
para el Sol sino las tierras que habían de quedar desiertas, sin dueño. (I, p. 216. Énfasis
propio)
Citas como ésta han generado interpretaciones que exaltan las virtudes comunitarias del régimen
incaico sobre la “propiedad común” de la tierra y la redistribución social del excedente (partes del Sol y
del Inca) en períodos de escasez. El imperio “semi-socialista” (Arze, 1952), “socialista” (Baudin, 1961)
o “comunismo incaico” (Lara, 1967; Mariátegui, 1993) de los incas, es una axiología anacrónica acatada
irreflexivamente por varios especialistas y casi por todos sus lectores indigenistas. El texto de Garcilaso,
empero, es ambiguo y complejo. Ilustra así no fuese su intención una política expoliadora por medio
de un tributo original que disfrazaba las relaciones de explotación: la asignación temporal de parcelas
de labranza a cambio de fuerza de trabajo obligatoria de por vida. Comentarios reales presenta una
visión idealizada de este régimen donde la labor física, más que un desgaste de energía, era una especie
de diversión ininterrumpida (“fiesta y regocijo”):
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En el labrar y cultivar las tierras también había orden y concierto. Labraban primero
las del Sol, luego las de las viudas y huérfanos y de los impedidos por vejez o por
enfermedad […] Las últimas que labraban eran las del Rey: beneficiábanlas en común;
iban a ellas y a las del Sol todos los indios generalmente, con grandísimo contento y
regocijo, vestidos de las vestiduras y galas que para sus mayores fiestas tenían
guardadas, llenas de chapería de oro y plata y con grandes plumajes en las cabezas.
Cuando barbechaban (que entonces era el trabajo de mayor contento), decían muchos
cantares que componían en loor de sus Incas; trocaban el trabajo en fiesta y regocijo,
porque era en servicio de su Dios y de sus Reyes. (II, p. 217-8)
Es curioso notar que hasta en sus ricas vestiduras se notaba el regocijo de los súbditos por
trabajar. Hay que recordar, empero, que el elogio del trabajo forzado de las masas es común en regímenes
totalitarios cuyas élites se reservan trabajos administrativos.
20
Los “naturales”, por otra parte, no eran dueños de sus parcelas: recibían un tercio de suelo
cultivable a condición de trabajar año tras año en los otros dos tercios restantes. De esta forma, sólo eran
propietarios de un tercio de su fuerza laboral, puesto que el régimen incaico se apropiaba de los dos
restantes. En términos marxistas el trabajo no pagado (plusvalía) en el proceso de producción, era
alrededor del 67%. Comparado con el “quinto” del monarca castellano, ese tributo era excesivo, en
especial si se tiene en cuenta que los comunarios tenían otras obligaciones.
21
Trabajar para comer era la
“elección” del individuo frente al poder absoluto del imperio incaico donde casi nadie, excepto la casta
religiosa, política y militar dominante,
22
estaba eximido del trabajo y otros impuestos:
20
De acuerdo a Arze (1973), cuya simpatía por el inkario es innegable: La desigualdad en las relaciones
económicas se confirma en las diferentes formas del trabajo y del consumo. Mientras los hatunrunas estaban
obligados a un trabajo casi exclusivamente material (labranza, servicio militar como soldado de tropa), la élite se
reservaba funciones de trabajo más bien orientadas a la administración de las masas sojuzgadas: altos puestos
militares, gobierno y administración, sacerdocio, manejo de los quipus” (p. 8).
21
Comentarios reales es claro al respecto: Sin el tributo principal, que era sembrar las tierras, coger y beneficiar
los frutos del Sol y del Inca, daban otro segundo tributo, que era hacer de vestir y de calzar y armas para el gasto
de la guerra y para la gente pobre, que eran los que no podían trabajar por vejez o por enfermedad. En repartir y
dar este segundo tributo había la misma orden y concierto que en todas las demás cosas (I, p. 224).
22
Garcilaso informa que: Eran libres de los tributos que hemos dicho todos los de la sangre real y los sacerdotes
y ministros de los templos y los curacas, que eran los señores de vasallos, y todos los maeses de campo y capitanes
de mayor nombre, hasta los centuriones, aunque no fuesen de la sangre real, y todos los gobernadores, jueces y
ministros regios mientras les duraban los oficios que administraban; todos los soldados que actualmente estaban
ocupados en la guerra y los mozos que no llegaban a veinticinco años, porque hasta entonces ayudaban a servir a
sus padres y no podían casarse, y después de casados, por el primer año eran libres de cualquier tributo; asimismo
eran libres los viejos de cincuenta años, las mujeres, así doncellas como viudas y casadas, aunque muchos
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Otra ley llamaban casera. Contenía dos cosas: la primera, que ninguno estuviese
ocioso, por lo cual, como atrás dijimos, aun los niños de cinco años ocupaban en cosas
muy livianas, conforme a su edad; los ciegos, cojos y mudos, si no tenían otras
enfermedades, también les hacían trabajar en diversas cosas; la demás gente, mientras
tenía salud, se ocupaba cada uno en su oficio y beneficio, y era entre ellos cosa de
mucha infamia y deshonra castigar en público a alguno por ocioso. Después de esto,
mandaba la misma ley que los indios comiesen y cenasen las puertas abiertas para que
los ministros de los jueces pudiesen entrar más libremente a visitarles (I, p. 235).
El propósito de Garcilaso, desde una perspectiva económica, es loable debido a que el empleo
eficiente de la fuerza de trabajo colectiva, excepto la de la élite dominante, crea condiciones de
prosperidad material, pero la descripción parece tomada de una distopía novelesca donde el imperio
exigía el trabajo de niños, ciegos, cojos y mudos, además de controlar hasta la privacidad de comer en
familia. El objeto de la “visita” de funcionarios incas, por otro lado, puede dar lugar a otras
interpretaciones no tan paternalistas como las que propone Garcilaso: restringir, por ejemplo, siguiendo
el mandato del Inca Pachacútec, la cantidad y calidad del yantar consumido por los runas
23
: “Mandó
este Inca que usasen mucha escasez en el comer, aunque en el beber tuvieron más libertad, así los
príncipes como los plebeyos” (II, p. 80). Lo que el Inca Garcilaso no precisa es qué bebían: ¿tal vez la
famosa chicha, bebida alcohólica a base de maíz? Información que ilustraría el grado de sometimiento
de la fuerza de trabajo.
Preciso otra crítica. La distribución individual de terrenos cultivables descrita por Garcilaso no
informa acerca de la calidad de los suelos ni el acceso al riego, elementos que podrían haber determinado
una desigual distribución de estos factores productivos. Esta dotación de tierras (alquiler a cambio de
fuerza de trabajo), seguía, asimismo, un ordenamiento rígido y patriarcalmente jerárquico:
españoles quieren porfiar en decir que pagaban tributo, porque dicen que todos trabajaban. Y engáñanse, que
cuando ellas trabajaban era por su voluntad, por ayudar a sus padres, maridos o parientes, para que acabasen
más aina sus tareas, y no por obligación de tributo (I, pp. 225-6. Énfasis propio).
23
Horkheimer (2004), citando a Ondegardo y Baudin, señala: “Es increíble dice el autor anónimo que esas
gentes lleguen a alimentarse con tan poca cosa: una docena de patatas mal cocidas, un poco de maíz medio tostado,
sin otro condimento, bastan para alimentar a toda una familia durante una jornada’. Al texto de la carta añade L.
Baudin, la observación de que la pobreza de la alimentación se hacía todavía más abrumadora en el incanato por
las numerosas disposiciones de ayuno” (p. 167).
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Daban a cada indio un tupu, que es una hanega de tierra, para sembrar maíz; empero,
tiene por hanega y media de las de España
24
. […] Era bastante un tupu de tierra para
el sustento de un plebeyo y casado y sin hijos. Luego que los tenían le daban por cada
hijo varón otro tupu, y para las hijas a medio. Cuando el hijo varón se casaba le daba
el padre la hanega de tierra que para su alimento había recibido, porque echándolo de
su casa no podía quedarse con ella.
Las hijas no sacaban sus partes cuando se casaban, porque no se las habían dado por
dote, sino para alimentos, que habiendo de dar tierras a sus maridos no las podían ellas
llevar, porque no hacían cuenta de las mujeres después de casadas sino mientras no
tenían quien las sustentase, como era antes de casadas y después de viudas. Los padres
se quedaban con las tierras si las habían menester; y si no, las volvían al consejo,
porque nadie las podía vender ni comprar (I, p. 219).
El régimen incaico, propietario absoluto del principal factor productivo en una sociedad agraria,
discriminaba, por razones económicas, políticas y culturales, contra las mujeres que, en la lógica
imperial, no producían tanto y comían menos que los hombres. Tampoco queda claro si la tierra
cultivable, escasa en el área andina, alcanzaba para “cada indio” del imperio. Lo fundamental, empero,
es que el control y manejo de la tierra con tintes comunitarios era indispensable para someter y
reproducir una sociedad teocrática sostenida por el trabajo forzado de sus súbditos
25
en un modo de
producción que algunos, siguiendo la terminología marxista, tipifican de “asiático” (Espinoza Soriano,
1978).
El producto por excelencia que cultivaban los vasallos en las zonas más fértiles era el maíz en
sus diversas variedades. El saber agrícola garcilasiano precisa que junto a este grano “sembraban una
semilla que es casi como arroz, que llaman quinua, la cual también se da en las tierras frías” (I, p. 216).
En suelos menos productivos cultivaban papa, oca, añu (isaño), olluco (papa lisa) y otros tubérculos (I,
24
Una fanega de tierra, según el marco de Castilla, equivale a 64,596 áreas (1 área = 100 metros cuadrados). Cada
individuo varón recibía un poco menos de una hectárea de tierra cultivable (9.689 metros cuadrados).
25
En la visión romántica de Garcilaso parece que el Inca les hace un favor a sus vasallos al proporcionarles trabajo.
Esta actividad estaba muy controlada: Los jueces y visitadores tenían cuidado y diligencia que todos los varones
se ocupasen de sus oficios y de ninguna manera estuviesen ociosos; que las mujeres cuidasen de aliñar sus casas,
sus aposentos, sus vestidos y comida, de criar sus hijos, finalmente, de hilar y tejer para su casa; que las mozas
obedeciesen bien a sus madres, a sus amas; que siempre estuviesen ocupadas en los oficios caseros y mujeriles;
que los viejos y viejas y los impedidos para los trabajos mayores se ocupasen en algún ejercicio provechoso para
ellos, siquiera en coger seroja y paja, y en despiojarse, y que llevasen los piojos a sus decuriones o cabos de
escuadra (I, pp. 239-40).
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298
p. 216). Los ajíes, frijoles, el tarwi y el maní eran muy apreciados, igual que el pacay, la chirimoya y la
lúcuma. Además de estos productos básicos para la subsistencia y reproducción de la fuerza de trabajo,
algunas regiones cálidas y húmedas de los Andes (yungas) aportaban productos recreacionales asociados
a los sectores dominantes:
A estas bolsas llaman chuspa: servían solamente de traer la yerba llamada coca, que los indios
comen, la cual entonces no era tan común como ahora, porque no la comían sino el Inca y sus
parientes y algunos curacas a quien el Rey, por mucho favor y merced, enviaba algunos cestos
de ella por año (I, p. 78).
Esta cita genera problemas a multitud de indigenistas que defienden el consumo masivo de la
hoja de coca como una “herencia cultural” de los indígenas aimaras y quechuas.
26
Fueron los
colonizadores españoles los que “democratizaron” su consumo por razones de explotación económica
porque era más barato, especialmente en las minas, proveer de coca a los siervos indígenas que
proporcionarles una nutrición adecuada.
27
Una lectura crítica de Comentarios reales permite inferir que
el consumo desigual de la coca se extendía a la carne y a productos exclusivos elaborados por gente
especializada. Las coyas (mujeres de sangre real), acota Garcilaso:
“[…] tenían cuidado estas monjas de hacer a sus tiempos el pan llamado zancu para los
sacrificios que ofrecían al sol en las fiestas mayores que llamaban Raimi y Cittua. Hacían
también la bebida que el Inca y sus parientes aquellos días festivos bebían, que en su lengua
llaman aca” (I, p. 179).
26
Baudin (1961) es muy crítico al respecto: “The use of coca was likewise forbidden in principle a wise measure,
for it is excessive indulgence in the use of this weed that has done much to reduce the Aymaras to their present
state of brutish besottedness. Only the Inca might distribute coca leaves by way of reward. The dried leaves would
be stacked in baskets, and the Indians would mix them with llypta and chew them. The mouth of the Indian, it has
been said, was the first laboratory to produce cocaine” (p. 97).
27
Eduardo Galeano (2004) explica: “La coca se distribuía, sin embargo, con mesura; el gobierno incaico la
monopolizaba y sólo permitía su uso con fines rituales o para el duro trabajo en las minas. Los españoles
estimularon agudamente el consumo de coca. Era un espléndido negocio. En el siglo XVI se gastaba tanto, en
Potosí, en ropa europea para los opresores como en coca para los oprimidos. […] Con las escasas monedas que
obtenían a cambio de su trabajo, los indios compraban hojas de coca en lugar de comida: masticándolas, podían
soportar mejor, al precio de abreviar la propia vida, las mortales tareas impuestas. Además de la coca, los indígenas
consumían aguardiente, y sus propietarios se quejaban de la propagación de los «vicios maléficos». A esta altura
del siglo veinte, los indígenas de Potosí continúan masticando coca para matar el hambre y matarse y siguen
quemándose las tripas con alcohol puro (pp. 689).
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299
En adición a cereales, vegetales y tubérculos, Garcilaso describe y, en algunos casos, implica el
consumo de carne de acuerdo con la región geográfica
28
, temporadas de caza
29
y celebración de ritos
religiosos. El consumo de proteína animal, sin embargo, era muy limitado para las masas:
La gente plebeya en general era pobre de ganado (si no eran los Collas, que tenían
mucho), y por tanto padecía necesidad de carne, que no la comían sino de merced de
los curacas o de algún conejo que por mucha fiesta mataban, de los caseros que en sus
casas criaban, que llaman coy. Para socorrer esta general necesidad, mandaba el Inca
hacer aquellas cacerías y repartir la carne en toda la gente común, de la cual hacían
tasajos que llaman charqui, que les duraba todo el año hasta otra cacería, porque los
indios fueron muy escasos en su comer, y muy avaros en guardar los tasajos (II, p. 22.
Énfasis propio).
La escasez de carne es un rasgo negativo que muestra el grado de desigualdad en el
Tahuantinsuyu.
30
La mayoría no podía acceder al consumo de proteína animal. La casta
dominante, en cambio, poseía en exceso este producto tal cual se concluye de manera indirecta
en aquellos casos en los que Garcilaso no es específico al respecto: “La ropa, en toda la serranía,
la hacían de la lana que el Inca les daba de sus ganados y del Sol, que era innumerable” (I, p. 224). En
otra cita más reveladora, el cronista cuzqueño escribe:
Los indios en común fueron pobres de ganado, que aun los curacas tenían apenas para y para
su familia, y, por el contrario, el Sol y el Inca tenían tanto, que era innumerable. Decían los
indios que, cuando los españoles entraron en aquella tierra, ya no tenían dónde apacentar sus
ganados (I, p. 230).
28
En algunas regiones habla de que: Pescan con fisgas peces tan grandes como un hombre (I, p. 157).
29
Dedica todo un capítulo a este tema: Capítulo VI: Cacería solemne que los Reyes hacían en todo el Reino (II,
pp. 1922).
30
Horkheimer, refutando la hipótesis de que en el antiguo Perú la nutrición era balanceada, escribe: “Pero ya
hemos demostrado el limitado consumo de carnes de animales de cría en la mayor parte del Tahuantinsuyo, y en
lo relativo a la quinua y aún más a la cañahua sabemos que muy pocas regiones representaban productos
alimenticios de primer orden.
Nos parece innegable que la alimentación del pueblo en el incanato era desequilibrada, desde el punto de vista
bioquímico. Como los animales de caza comenzaron a faltar, el consumo de carne de auquénidos era limitado;
como no se conocía la lechería y el consumo de huevos, y como la costa enviaba pescado solo en pequeña escala,
la alimentación de los pobladores de la sierra tenía un carácter preponderantemente vegetariano, exceptuando a la
élite social, al ejército y a los habitantes de la meseta del Titicaca” (pp. 167-68).
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Abundancia entre los menos y escasez para los demás, el “socialismo” incaico, en
cuanto a la posesión de ganado y consumo de carne y otros productos escasos,
31
tenía su propia
“nomenklatura”
32
nativa basada en derechos hereditarios.
4. Alimentos y expansión imperial: la administración del
hambre
Excepto el detalle de la escasez de carne, el imperio incaico, de acuerdo a Garcilaso, fue capaz
de alimentar a varios millones de personas sin que sufrieran hambre.
33
Proveer de sustento a su población
no sólo respondía a una virtud de satisfacer sus necesidades básicas, sino que era el objetivo
gastropolítico fundamental para resolver conflictos entre su población. Tenía, asimismo, una finalidad
práctica asociada a la expansión imperialista del incanato identificado como una “nación” pacificadora
de grupos “ferinos”, “bárbaros”, “bestiales” o “chunchos”.
34
Los comestibles, y la crítica no ha dicho
mucho al respecto, eran un componente clave de sus campañas para someter a otros grupos indígenas.
31
Es posible que la lectura de Comentarios reales sobre la escasez de carne en la dieta del pueblo inca haya influido
en la mayoría de los autores de novelas indigenistas de un modo subconsciente: el “indio” no consume carne y,
por tanto, según estos novelistas, es pobre e ingiere cualquier cosa. En efecto, muchos de estos intelectuales no
tuvieron contacto directo con los “indios” a quienes sólo conocían a través de sus lecturas y prejuicios.
32
El término se refiere a una elite de los países del bloque comunista que tenía posiciones administrativas claves
en el gobierno y en la burocracia estatal, obteniendo grandes privilegios derivados de la ejecución de dichas
funciones.
33
Pero tampoco reinaba la abundancia tal cual se puede inferir de algunos pasajes: Mandó este Inca [Pachacútec]
que usasen mucha escasez en el comer, aunque en el beber tuvieron más libertad, así los príncipes como los
plebeyos. Constituyó que hubiese jueces particulares contra los ociosos, holgazanes; quiso que todos anduviesen
ocupados en sus oficios o en servir a sus padres o a sus amos o en el beneficio de la república, tanto que a los
muchachos y muchachas de cinco, seis, siete años, les hacían ocuparse en alguna cosa, conforme a su edad. A los
ciegos, cojos y mudos, que podían trabajar con las manos, los ocupaban en diversas cosas; a los viejos y viejas les
mandaban que ojeasen los pájaros de los sembrados, a los cuales todos daban cumplidamente de comer y de vestir,
de los pósitos públicos (II, p. 80).
34
Este pico es reconocido y repetido por la crítica: Pues bien, en el discurso garcilasista, y de forma vehemente
en los Comentarios, el inca es un civilizador conforme a sus ‘preceptos’, ‘leyes’ y ‘buen gobierno’. En este sentido,
el inca no es cualquier indio, puesto que entrega al indio un acceso al logos, a la lumen naturale, demostrado por
su ‘entendimiento’ y su vida en policía. El indio que es inca dominó a otros, educó a otros (Viveros Espinosa,
2016, pp. 369-70).
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La provisión de vituallas estaba muy organizada en los ejércitos del Cuzco y el cerco por hambre era
uno de sus instrumentos preferidos para someter a sus enemigos. El Inca Mayta Cápac intentando reducir
por las “buenas” a los collas (habitantes del Collasuyu) envía, según Garcilaso, los requerimientos
“acostumbrados” de acogerse al dominio incaico por la vía pacífica: “El Inca, que no llevaba ánimo de
darles batalla, sino vencerlos con halagos o con el hambre, si de otra manera no pudiese, repartió su
ejército en cuatro partes y cerró el cerco” (I, p. 126). La función de los comestibles arma estratégica y
diplomática también es resaltada en el episodio de la conquista de la provincia Cuchuna. El ejército
inca, que estaba como siempre muy aprovisionado de vituallas,
35
pone cerco a sus enemigos porque no
querían, siguiendo las órdenes del emperador, combatir con ellos:
[…] ofreciéronles los partidos de paz y amistad. Los enemigos no quisieron recibir
ninguno.
En esta porfía estuvieron los unos y los otros más de cincuenta días, en los cuales se
ofrecieron muchas ocasiones en que los Incas pudieran hacer mucho daño a los
contrarios, mas por guardar su antigua costumbre y el orden particular del Inca, no
quisieron pelear con ellos más de apretarles con el cerco. Por otra parte les apretaba
el hambre, enemiga cruel de gente cercada […] La gente mayor, hombres y mujeres,
sufrían el hambre con buen ánimo, mas los muchachos y niños, no pudiendo sufrirla,
se iban por los campos a buscar yerbas y muchos se iban a los enemigos, y los padres
lo consentían por no verlos morir delante de sí. Los Incas los recogían y les daban
de comer y algo que llevasen a sus padres, y con la poca comida les enviaban los
partidos acostumbrados de paz y amistad. Todo lo cual visto por los contrarios y que
no esperaban socorro, acordaron entregarse sin partido alguno, pareciéndoles que
los que habían sido tan clementes y piadosos cuando ellos eran rebeldes y contrarios,
lo serían mucho más cuando los viesen rendidos y humillados (I, pp. 129-30).
En la interpretación de Garcilaso, la administración del hambre, otro tipo de instrumento bélico,
era válida y necesaria para evitar la destrucción violenta de indios enemigos, pero potenciales vasallos.
Era mejor vencerlos y someterlos por bulimia para que, a su vez, alimentaran las bases de la organización
incaica que funcionaba gracias a la explotación de la mano de obra que –el “cerco” se cierra– creaba
más alimentos para alimentar futuras conquistas. En este esquema toda vida humana de futuros
35
Con esta orden y mucha provision de bastimento que les iban llevando de día en día, caminaron los capitanes
y pasaron la Cordillera Nevada con algún trabajo, a causa de no haber camino abierto […] (I, p. 129).
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“trabajadores” tenía un valor de uso para incrementar el excedente agrario indispensable, a través de su
apropiación por parte de la casta incaica, para el bienestar y la expansión del Tahuantinsuyu. La
restricción de comestibles, por lo visto, fue una excelente estrategia gastropolítica para “pacificar” y
“convertir” a otros grupos indígenas fortaleciendo y expandiendo el imperio de los cuatro confines. Su
efectividad era tal que cada Inca, en afanes expansionistas, la utilizaba como fórmula de éxito. Señalo
otro ejemplo. El Inca Cápac Yupanqui,
36
antes de salir a conquistar otros territorios, “mandó apercibir
gente y bastimentos para el año siguiente, porque pensaba salir a conquistar hacia la parte de Cuntisuyu,
que es al poniente del Cuzco, donde sabía que había muchas y grandes provincias de mucha gente” (I,
p. 140). Los indígenas aimaras de la región de la actual provincia de Aymaraes (Perú) ofrecieron
resistencia en el cerro Mucansa en 1320 según Cieza de León (2000). El Inca, siguiendo la fórmula de
sus “pasados”
37
:
mandó alojar su ejército al pie del cerro para atajar el paso a los contrarios, que como
gente bárbara, sin milicia, habían desamparado sus pueblos y recogiéndose en aquel
cerro por lugar fuerte, sin mirar que quedaban atajados como en un corral. El Inca
estuvo muchos días sin quererles dar batalla ni consentir que les hiciesen otro mal
más de prohibirles los bastimentos que podían haber, por que forzados de el hambre
se rindiesen y por otra parte les convidaba con la paz (I, p. 141).
La cita, pese a las intenciones de Garcilaso, implica la crueldad del expansionismo del imperio
inca. La “bondad” del soberano se demuestra, para su pariente mestizo, porque no quiere la guerra. Al
contrario, protege a sus enemigos –“gente bárbara”– de todo mal, a no ser la restricción alimenticia. Paz
o muerte lenta por inanición es la fórmula tan admirada por el cronista cuzqueño. Los nuevos súbditos,
perdiendo su libertad ferina, tienen que rendirse para comer; luego, a través de la dotación temporal de
36
Este Inca, elogiado por Garcilaso, asumió al trono ilegalmente: derrocó a su primo, el legítimo Sapa Inca Tarco
Huamán (Valcárcel, 1925).
37
Cuando los Umasuyus indígenas de la actual Bolivia rechazan las leyes y dioses incaicos, Cápac Yupanqui
instruye a sus generales usar el miedo y el asombro porque fue ley y mandato expreso del primer Inca Manco
Cápac, para todos los Reyes sus descendientes, que en ninguna manera derramasen sangre en conquista alguna
que hiciesen, si no fuese a más no poder, y que procurasen atraer los indios con caricias y beneficios y buena
maña (I, p. 142).
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suelos fértiles, trabajar “sus” tierras, las del Inca y las del sol, para seguir comiendo incorporados a una
sociedad superior que, además, les impone otros tributos. Civilización o barbarie, creo, es una querelle
recurrente y manipulada en Comentarios reales a favor del imperialismo incaico.
38
Hay que hacer, eso
, ciertas precisiones.
El Inca Garcilaso influido por su contexto histórico usa el término “nación” (civilización) con
varios alcances. A veces le otorga un sentido territorial identificado con un vago y no definido “Perú”.
En otros pasajes infiere una acepción institucional asociada al incanato (inventario de costumbres y/o
leyes, forma de gobierno y organización social). “Nación” también posee connotaciones étnicas para
resaltar y diferenciar al imperio incaico de otras naciones indígenas “bárbaras” o “paganas”, aspecto
necesario para justificar la legitimidad “civilizadora” (otra Roma) de los incas. Uno de los ejemplos más
notorios sobre este destino manifiesto se refiere a la “grande provincia llamada Chirihuana, que está en
los Antis, al levante de los Charcas” (II, p. 122) (actual territorio de Bolivia). Garcilaso nota a los
bolivianos que se creen “incas”–
39
, narra que el Sapa Inca Cápac Yupanqui, antes de emprender su labor
de conquista, envía espías que:
volvieron diciendo que [...] los naturales eran brutísimos, peores que bestias fieras;
que no tenían religión ni adoraban cosa alguna; que vivían sin ley ni buena
costumbre, sino como animales por las montañas, sin pueblos ni casas, y que comían
carne humana, y, para la haber, salían a saltear las provincias comarcanas y comían
todos los que prendían, sin respetar sexo ni edad, y bebían la sangre cuando los
degollaban, porque no se les perdiese nada de la presa. Y que no solamente comían
la carne de los comarcanos que prendían, sino también la de los suyos propios
cuando se morían; y que después de habérselos comido, les volvían a juntar los
huesos por sus coyunturas, y los lloraban y los enterraban en resquicios de peñas o
huecos de árboles, y que andaban en cueros y que para juntarse en el coito no se
tenía cuenta con las hermanas, hijas ni madres. Y que ésta era la común manera de
vivir de la nación Chirihuana (II pp. 122-123).
38
Civilización o barbarie es una dicotomía anterior al Inca Garcilaso. Heródoto (siglo V a. C) y Aristóteles (siglo
IV a. C.) iniciaron el tema y Bartolomé de las Casas lo introdujo en el mundo colonial.
39
En Bolivia, además de quechuas y aimaras (conquistados por los incas), hay numerosos grupos indígenas
subsumidos por la identidad “inca” (específica) o “india” (genérica), como si todos los indígenas fueran iguales,
con las mismas costumbres y la misma lengua.
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Indignado por la falta de “ley y “buenas costumbres”, el soberano poderoso y
memorable”
40
recuerda a sus servidores la “obligación”, por mandato divino, de civilizar a otras
naciones: “Ahora es mayor y más forzosa la obligación que tenemos de conquistar los
Chirihuanas, para sacarlos de las torpezas y bestialidades en que viven y reducirlos a vida de
hombres, pues para eso nos envía nuestro padre el Sol” (II, p. 123). De nuevo, la política
expansionista cuzqueña, que para Garcilaso se justifica por sus efectos “civilizadores”, estaba
basada en la conquista gracias al uso estratégico de los alimentos de forma directa e indirecta
como este caso de los chiriguanos. Estos indios, iguales a “bestias”, deben ser sometidos para
impedir que sigan el mal camino, en especial en cuanto a la alimentación se refiere: ritos
caníbales, prácticas muy censuradas en Comentarios reales porque el autor, católico devoto,
escribe para el consumo de sus compañeros de fe. No es extraño, por tanto, que en pasajes
similares al que sigue, alabe la política imperial religiosa incaica que prohibía los sacrificios
humanos:
41
El Sumo Sacerdote, como obispo de cada provincia, era Inca de la sangre real, por
que los sacrificios que al sol se hacían fuesen conforme a los ritos y ceremonias del
Cuzco y no conforme a las supersticiones que en algunas provincias había, las cuales
vedaron los Incas, como sacrificar hombres y mujeres y niños y comer la carne
humana de aquellos sacrificios y otras cosas muy bárbaras que dijimos tuvieron en
su primera gentilidad (I, p. 171).
40
Uno de los significados del nombre de Cápac Yupanqui en quechua. Otros favorecen la traducción de poderoso
contador (en sentido de numerar o contabilizar).
41
La parcialización del Inca Garcilaso por su identidad española y cristiana se nota incluso cuando se presenta
como indio: Puede parecer extraño, pero un mestizo como Garcilaso ofrece una mirada exterior sobre la cultura
y la historia del Perú, reduce al indio a su condición de Otro, acompaña el acto español de convertirlo en subalterno,
y por eso mismo lo deja mudo. Cuando nos dice, por ejemplo, hablando de los sonidos de la lengua indígena que
es indio y que escribe esa historia «como indio» (2012: 141), debemos interpretar dos hechos: una manifestación
de su inconsciente, y una afirmación falsa, pues no escribe desde el lado de los indios, sino desde el lado de los
españoles (Asensi Pérez, 2016, p. 210). Otros investigadores rechazan esta interpretación, en especial José
Antonio Mazzotti (1996) que sugiere un “discurso mestizo” en Comentarios reales.
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La condena de los incas a ritos de sacrificios humanos
42
y canibalismo tiene la misión
ideológica de justificar la política de conquista del imperio de los cuatro confines para imponer
el consumo de manjares de hombres”, la “ley” y las “buenas costumbres”: práctica
expansionista que imitaron los españoles. Los incas, en este esquema, serían los precursores en
la acción “civilizadora” de los europeos, función providencial que ha sido señalado por
MacCormack (2007). Sin embargo, Garcilaso (y sus parientes Incas) respecto a otros grupos
indígenas no son menos “colonialistas” que los conquistadores castellanos hacia los incas. La
“verdad” sobre el subalterno, una vez más, es relativa porque se nutre de grupos explotados
que en otro nivel son explotadores.
5. Simbolismo de los alimentos
La importancia de los alimentos en el Tahuantinsuyo también se extendió al orden
simbólico. Los Incas, reconociendo su rol en la organización, preservación y expansión del
imperio, los reprodujeron en oro y plata en un templo del Cuzco, Coricancha (barrio de oro):
“Había un gran maizal y la semilla que llaman quinua y otras legumbres y árboles frutales, con
su fruta toda de oro y plata, contrahecho al natural” (I, p. 170). Además de este “fetichismo
agrario”, ciertos productos, de acuerdo a su procedencia, eran considerados sagrados. Por
ejemplo, el maíz cultivado en la isla del sol en el lago Titicaca:
Los Reyes Incas […] ennoblecieron mucho aquella isla, por ser la primera tierra que
sus primeros progenitores, viniendo del cielo, habían pisado […] hicieron andenes,
los cuales cubrieron con tierra buena y fértil, traída de lejos, para que pudiese llevar
42
Para Garcilaso la costumbre fúnebre de enterrar a los incas con algunas de sus esposas y criados es “voluntaria”:
“Garcilaso destaca el consentimiento que prestaban las víctimas que se hacían enterrar según lo había registrado
Cieza de León sólo para el caso de las mujeres de la zona de Huánuco (Cieza 1553, 97r [cap. 80]). Garcilaso da
un paso más allá al hacer intervenir a los superiores que atajan a los voluntarios. Difumina, así, el presunto carácter
tiránico de la práctica y descarta que existiera una aprobación colectiva del fenómeno” (Cárdenas Bunsen 2010, p.
400).
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maíz, porque en toda aquella región, por ser tierra muy fría, no se coge de ninguna
manera. En aquellos andenes lo sembraban con otras semillas, y, con los muchos
beneficios que le hacían, cogían algunas mazorcas en poca cantidad, las cuales
llevaban al Rey por cosa sagrada y él las llevaba al templo del Sol y de ellas enviaba
a las vírgenes escogidas que estaban en el Cuzco y mandaba que se llevasen a otros
conventos y templos que por el reino había, un año a unos y otros, para que todos
gozasen de aquel grano que era como traído del cielo (I, p. 173).
El propósito de Garcilaso es evidente y efectivo. El maíz cultivado en la isla donde apareció la
pareja solar con la misión de “instruir” y “pacificar” a los indios ferinos es sagrado. La cosecha, especial
y escasa, pertenece al Zapa Inca que la distribuye entre las vírgenes del sol (ñustas) para que la
transformen en pábulo ritual para el consumo de “todos”: cada súbdito, siquiera mínimamente, recibe su
ración de eternidad. Es un acto de comunión donde, en apariencia, los “manjares de hombres y no de
bestias” (I, p. 39), vuelven a su origen mítico para salir de nuevo a continuar y reforzar su labor
civilizatoria: gastropolítica imperial. Cabe otra interpretación. Gozar de aquel grano “celestial” justifica,
siquiera simbólicamente, la aceptación y prolongación de un complejo sistema distributivo asentado en
la explotación de la fuerza de trabajo hábilmente disfrazada por el Inca Garcilaso como un sistema
virtuoso instaurado por la pareja divina donde la administración del hambre (producción, selección,
distribución y restricción de comida) era una estrategia central para la supervivencia, organización y
expansión del imperio de los cuatro confines.
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