Káñina, Rev. Artes y Letras, Univ. de Costa Rica XLV (3) (Septiembre-Diciembre) 2021: 107-127/ISSN: 2215-2636
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JESÚS URUETA, UNA QUERELLA LITERARIA (1893)
Jesús Urueta, a literary lawsuit (1893)
Juan Pascual Gay*
RESUMEN
El artículo pretende cartografiar la polémica entre el periódico El Demócrata y Jesús Urueta (1867-1920) en México a
principios de 1893. Desatendida sistemáticamente por los historiadores y críticos, esta querella es simultánea a la del
decadentismo y proporciona otros sentidos. Ambas inician cuando Tablada publica “Cuestión literaria. Decadentismo”, el
15 de enero de 1893, a la que responde Urueta con “Hostia. A José Juan Tablada”. En el caso de Urueta, la publicación de
dos prosas poéticas en la primera quincena de febrero de ese año desató una campaña de descrédito a la que respondió
firmando unos textos que eran de autores reconocidos. Dos días después desveló la treta. Urueta exhibe que la campaña en
su contra y en contra del incipiente movimiento decadentismo obedecía exclusivamente a razones personales y no literarias.
Tras la querella, los adversarios del grupo decadentista se reagruparon para desacreditar al movimiento mismo, evitando
particularizar sus críticas en alguno de sus integrantes.
Palabras clave: Jesús Urueta, polémica, treta, El Demócrata
ABSTRACT
The article intends to map the controversy between the newspaper El Democrat and Jesus Urueta (1867-1920) in Mexico
in early 1893. Systematically disregarded by historians and critics, this complaint is simultaneous to that of decadentism
and provides other meanings. Both begin when Tablada publishes Cuestión literaria. Decadentismo”, on January 15, 1893,
to which Urueta responds with “Host. To José Juan Tablada”. In the case of Urueta, the publication of two poetic prose in
the first fortnight of February of that year unleashed a campaign of discredit to which he responded by signing texts that
were from recognized authors. Two days later he revealed the trick. Urueta exhibits that the campaign against him and the
incipient decadent movement obeyed exclusively for personal and not literary reasons. After the lawsuit, the opponents of
the decadentist group regrouped to discredit the movement itself, avoiding particularizing its criticism in any of its members.
Key Words: Jesús Urueta, controversy, trick, El Demócrata
1. Introducción
En 1893, Jesús Urueta (1867-1920), a la par que sigue estudios de Licenciatura en Derecho,
organiza piezas teatrales e incursiona en la política, comienza a darse a conocer mediante
colaboraciones en el periódico de la Ciudad de México, El Siglo Diez y Nueve.
1
Según José Juan
*Asociación Siglo Diecinueve, Valladolid, España. Correo: jpascualg2011@hotmail.com
DOI: 10.15517/RK.V45I3.49134
Recepción: 15/4/2020 Aceptación: 14/6/2021
1
Matías Maltrot, pseudónimo de Santiago Urueta Sierra, hijo del escritor, se equivoca cuando registra en Jesús
Urueta. Su vida. Su obra que “Fue a principios de 1890 cuando se leían los primeros trabajos de Urueta en El
Siglo XX, revista elaborada con las plumas inmejorables de valores literarios hoy vanidosamente olvidados y
despreciados (p. 23). Margarita Urueta, nieta del orador, aduce en Jesús Urueta. La historia de un gran
desamor que “En esa época sus artículos se publicaban ya en la revista Siglo XX (p. 27). Maltrot retoma esta
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Tablada, allí asumió el cargo de redactor junto con Carlos Díaz Dufoo y Luis G. Urbina, bajo la
dirección de Francisco Bulnes (2010, p. 421). Un aviso inserto en ese diario el 28 de enero de 1893
reproduce una carta enviada por Urueta a esa redacción:
El Sr. D. Jesús Urueta. Hemos recibido para su publicación, la siguiente carta:
¡Casa de vdes. Enero 27 de 1893. Señores R. R. de El País. Presentes.
Señores de mi alto respeto:
Prefiriendo que se me tache de ligero al torcer la norma de conducta social y política que los intereses
personales y la convicción científica me trazan, suplico a vds. me excluyan del puesto que me asignan
en la Redacción de su periódico; asegurándoles que esta renuncia no constituye desaire ni
malquerencia.
De ustedes, respetuoso servidor. Jesús Urueta (p. 2).
2
Añade el periódico el siguiente comentario:
Como se verá, el Sr. D. Jesús Urueta ni ha pertenecido ni pertenece a la redacción del País.
El Sr. Urueta, cuya ilustración y talento son reconocidos, ingresará a la redacción de El Siglo XIX,
desde el día primero del entrante, por lo cual felicitamos a nuestros lectores (pp. 2-3).
El primero de febrero Jesús Urueta se suma a la redacción del Siglo Diez y Nueve, al lado de
Andrés Díaz Millán, Eliseo García Lizalde, Carlos M. Gil, F. Javier Osorno, Federico G. Pombo,
Manuel Portillo y Luis G. Urbina, como informa el propio diario. José Juan Tablada indica que
Urueta:
Escribía allí, entre otras cosas, unos artículos literarios de estilo brillante, muy de acuerdo con la
estética del momento y sin violar la personalidad, muy marcada, influenciados quizá por la literatura
de Francia que el joven autor leía con deleite. Tales artículos les parecieron a los críticos improvisados
de otros periódicos rivales, no sólo atentatorios contra las normas establecidas, sino insanos y
“decadentes”, como llamaban los ignaros de entonces a cuanto no lograban entender (2010, p. 425).
Las colaboraciones regulares de Urueta comienzan a aparecer a principios de 1893 en El Siglo
Diez y Nueve, y atienden en lo fundamental a dos asuntos de su devoción: la política y la literatura.
3
información en el prólogo a las Obras completas de Urueta: “Distribuyó el trabajo sencillamente: los bocetos
literarios que fueron publicados en la revista: Siglo XX, y más tarde reunidos en el primer libro del orador,
Fresca, abrirán las primeras páginas de este libro, como testimonio de la etapa inicial de su carrera” (p. 9).
Como asegura José Juan Tablada, se trata del periódico Siglo XIX y no del semanario Siglo XX, que no existía
en esos años, aunque sí hubo un períodico a principios de la segunda década del nuevo siglo que salió a la calle
entre 1911 y 1912 (2010, p. 421).
2
La nota en que se incluye a Urueta entre los redactores de El País había aparecido el 26 de enero.
3
Es cierto que Urueta colaboraba desde años antes de manera esporádica en diversos periódicos, pero es a
principios de 1893 cuando lo hace ya de manera regular.
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En lo político, inaugura la serie “Los dogmas de la democracia” que discurre sobre diferentes aspectos
como “El pueblo” y “La opinión pública”, desde la perspectiva positivista como correspondía a un
exalumno de la Escuela Nacional Preparatoria. En lo literario, se significa al responder a la carta
publicada por José Juan Tablada con el título “Cuestión literaria. Decadentismo”, en el diario El País,
el 15 de enero de 1893, dirigida a Balbino Dávalos, Jesús Urueta, José Peón del Valle, Alberto Leduc
y Francisco Olaguíble. Cinco días después apareció “Hostia. A José Juan Tablada”, firmada por
Urueta, en El Siglo Diez y Nueve. El 20 de enero de 1893 el autor saluda al nuevo movimiento
decadentista pero exhibe sus reservas: “Le pareceré a usted un disidente, un cismático, y quizá lo sea;
pero en el fondo del cisma adivínase el elemento indestructible de donde arrancan nuestras
inspiraciones y el inmaculado foco en donde convergen” (p. 1). Si para Tablada el decadentismo es
“la única escuela en que puede obrar libremente el artista que haya recibido el más ligero hálito de la
educación moderna” (1893, p. 2), Urueta en cambio alberga reticencias. Alega en la misma entrega
que
Decaer, opuesto a ascender, no puede significar otra cosa que un nivel inferior, un escalón más bajo,
un estado menos perfecto. Decadentismo moral es, pues, un descenso en la escala de la moralidad;
decadentismo literario, un descenso en la escala literaria (p. 1).
El reparo más severo reside en la elección de la palabra, como comenta inmediatamente: “
que usted entiende de otra manera el decadentismo literario y le felicito” (p. 1).
4
Finalmente, reconoce
que participa en lo fundamental de la nueva estética: “En resumen, amigo mío, pienso que pensamos
lo mismo en el fondo” (p. 1). La circular de Tablada originó la primera polémica en torno al
decadentismo; la respuesta de Urueta lo involucró en una querella personal con periodistas y críticos
literarios del diario El Democráta.
5
4
La palabra “decadentismo” procedía directamente del movimiento francés así llamado. Urueta se detiene en
los significados literales asociados con el vocablo, pero no en el sentido literario y estético que le otorga
Tablada. En realidad, decadentismo era casi sinónimo de simbolismo, así utilizado en la última década del siglo
XIX por Rubén Darío, del que abdica en el prólogo a la segunda edición de Los raros en 1905, una vez
generalizado el significado peyorativo del término.
5
Para las polémicas del decadentismo mexicano, ver Pascual Gay (2012).
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2. Antecedentes de la querella
En febrero de 1893, arrecian descalificaciones hacia el flamante redactor. El pretexto es la
publicación de unas prosas literarias en El Siglo Diez y Nueve los as 4 y 11 del mismo mes: “Del
caballete. Indolente. La ofrenda. La carreta. Bocaccio. La pulga. La luna”; y “Evangelios. (Manuscrito
de José Regil)”. La primera reúne breves viñetas de momentos y estados de ánimo que sobresalen por
la sensualidad del vocabulario, subrayando el pesimismo de la edad que algo tiene de impostura. Por
momentos recuerdan a Idées et sensations (1866) de Jules y Edmond de Goncourt, lectura
seguramente sugerida por José Juan Tablada, empeñado en parecerse al menor de los hermanos
(Ceballos, p. 83). “La carreta” exhibe la temperatura de estas prosas:
Desvanecimiento crepuscular de una tarde de verano. Cielo sin nubes, de azul tropical-marino. La
media luna, como un trozo de cuarzo, todavía opaca. En el extremo oriente las montañas lejanas se
diluyen en una esfumación de tintas violetas. Llanura extensa manchada a trechos por tupidas
aglomeraciones de árboles. Rozando los rubios maizales, tirada por dos robustos y lentos bueyes, una
carreta se bambolea. […] (1893, p. 1)
En “Evangelios”, además, es evidente el erotismo y la sensualidad de fin de siglo:
Y se encontró en una ciudad bella como la ciudad azul de los cuentos de hadas. Y el aire tenía el aroma
de alientos tibios y cadencias de perezosos besos. Y le preguntó a un hombre: “qué ciudad es ésta?” Y
el hombre le respondió: “acaso eres ciego del alma? Es la ciudad del amor”.
Entonces levantó la vista: las casas eran de cristal delgado y diáfano, y dentro de ellas había lechos
espumosos, y sobre los lechos, mujeres color de luna. Un deseo de la carne con alma saltó a sus ojos,
y buscó a la mujer más bella. (1893, p. 1)
Los modelos elegidos y lo artificioso de las emociones, así como el léxico finisecular
vinculado a lo enfermizo y crepuscular, volvían estos textos objeto de una crítica fácil y a
conveniencia. Sin considerar la juventud o la experiencia literaria de Urueta, las descalificaciones no
se hicieron esperar. Por detrás de las reacciones que causaron estas colaboraciones, conviene advertir
las diferencias entre El Demócrata y El Siglo Diez y Nueve, el primero contrario a Porfirio Díaz y, el
segundo, al servicio del régimen. Un año antes Urueta había apoyado la reelección del general. Para
los comicios a la presidencia de 1892, celebradas en el mes de julio, se formó un club de estudiantes
reeleccionista en apoyo a Porfirio Díaz, integrado por Ezequiel A. Chávez como Presidente; Jesús
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Urueta en calidad de Secretario; Postsecretario, José Peón del Valle; en tanto que vocales, Ángel de
Campo, Antonio de la Peña y Reyes, José María Luján y Carlos Pereyra, entre otros. Junto con el
Club de obreros, los estudiantes lanzaron un manifiesto a la nación, publicado en El Hijo del Ahuizote,
el 15 de mayo de 1892: “Al pueblo de la capital para la gran manifestación de hoy. El punto de reunión
es el Jardín de San Fernando a las ocho de la mañana. Se invita igualmente a las familias a que ordenen
sus casas (Díaz y de Ovando, pp. 172-173). El 21 de mayo, en las páginas del periódico El Partido
Liberal, el grupo se presenta publicitando su manifiesto como Club Central Porfirista de la Juventud
con objeto de colaborar a la democratización de la sociedad. Firman el manifiesto el Presidente,
Ezequiel A. Chávez; Jesús Urueta, Secretario; Postsecretario, José Peón del Valle; como vocales,
Ángel de Campo, Antonio de la Peña Reyes, José María Luján y Carlos Pereyra (Díaz y de Ovando,
p. 174). No es descartable que la reacción desproporcionada de El Demócrata en contra de Urueta se
vinculara también con estos antecedentes. La rivalidad entre El Siglo diez y nueve y El Demócrata
aprovechaba cualquier pretexto para manifestarse. Las recíprocas descalificaciones vertidas por los
colaboradores de uno y otro medio aprovechan la menor excusa, sin importar la naturaleza del
conflicto. La animadversión procedía del ideario político que representaba cada uno.
En el contexto de la polémica también es significativa la corriente de pensamiento promovida
por Max Nordau con Degeneration (1892). La recepción de la obra del austriaco en México fue
temprana. Una reseña del español Mariano de Cavia sobre la novela El mal del siglo (1887) se
reprodujo en la sección “La vida literaria” del Siglo Diez y Nueve, el 27 de abril de 1893. En opinión
de Cavia, Nordau levantaba su premisa sobre la afirmación de que artistas y delincuentes comparten
las mismas dolencias y extravíos, y cita unas palabras del austriaco:
Pero el médico, singularmente el que se ha dedicado al estudio especial de las enfermedades nerviosas
y mentales, reconoce al primer golpe de vista en la disposición de espíritu “fin de siglo”, en las
tendencias de la poesía y del arte contemporáneo, en la manera de ser de los creadores de obras
místicas, “decadentes”, y en la actitud de sus admiradores, en las inclinaciones e instintos estéticos del
público a la moda, el síndrome de dos estados patológicos que conoce perfectamente: la degeneración
y la histeria, cuyos grados inferiores llevan el nombre de neurastenia (Nordau, pp. 27-28).
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La atmósfera finisecular es inseparable de la obra de Paul Bourget, Essais de psychologie
contemporaine (1883), en sentido opuesto a Nordau.
6
Para el francés, la sensibilidad de fin de siglo
se asienta en la phosphorescence de la pourriture”, formulada por Théophile Gautier en su ensayo
sobre Baudelaire, pero aceptada como síntoma de una decadencia que afectaba a todos los ámbitos
de la sociedad y no a los artistas en exclusiva. Si Bourget cartografía la estética finisecular desde la
observación, Nordau lo hace desde el determinismo. Las tesis del austriaco generaron todo tipo de
opiniones. Significativa es la diatriba que Rubén Darío le dedicó en “Manicomio de artistas.
Degeneración. La última obra de Max Nordau”, publicada en La Nación el 8 enero de 1894, luego
incluida en los Los raros. El nicaragüense denuncia, entre otras cosas, la ausencia de criterio en la
doctrina de Nordau:
Nordau no se contenta con dirigir su escalpelo hacia Verlaine, el gran poeta desventurado o a uno que
otro extravagante de los últimos cenáculos de las letras parisienses. Él sentencia a decadentes y estetas,
a parnasianos y diabólicos, a ibsenistas y neomísticos, a prerrafaelistas y tolstoistas, wagnerianos y
cultivadores del yo; y si no lleva su análisis implacable con mayor fuerza hacia Zola y los suyos, no es
por falta de bríos y deseos, sino porque el naturalismo yace enterrado bajo el árbol genealógico de los
Rougon-Macquart (1905, pp. 195-196).
El vocabulario medicalizado de las colaboraciones mexicanas delata la familiaridad con las
tesis de Nordau y de Bourget, contribuyendo todavía más al enfrentamiento entre grupos. A principios
de la última década del siglo XIX se debatía acerca de la salud y la higiene de los artistas, con
influencia de la doctrina de Cesare Lombroso sostenida en Genio y follia (1864), debidamente
publicitada a partir de la obra de Valentín Catalá, La higiene de los literatos (1876). El 10 de
diciembre de 1891, Porfiro Parra proclamaba en la colaboración Higiene de los poetas, literatos,
periodistas y otras personas de talento” publicada en El Universal, que quien
quiera mejorar su inteligencia y conservarla por muchos años, debe evitar también cuidadosamente
recurrir a los estimulantes artificiales: nada de café, nada de bebidas alcohólicas, que excitan con
demasiada fuerza el aparato cerebral, y aunque al pronto parezcan producir efectos maravillosos, son
seguidas de gran desfallecimiento, y acaban por producir la decadencia y la degeneración del más
importante y delicado de nuestros órganos (p. 1).
6
Aparecieron traducciones en la prensa mexicana de fragmentos de la obra de Bourget, entre otras, “Páginas
nuevas. Teoría de la decadencia (De Paul Bourget)”, El Siglo Diez y Nueve, 4 de febrero de 1893, p. 2;
comentada por José P. Rivera, en “Teoría de la decadencia”, El Siglo Diez y Nueve, 5 de junio de 1893, pp. 1-
2.
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En el mismo sentido se pronuncia la redacción de El Siglo Diez y Nueve, en dos entregas
tituladas “La higiene de los literatos”, el 21 y el 22 de diciembre de 1891. La primera asienta:
si los literatos son en gran parte enfermos, neuróticos, desequilibrados, pudiera brotar de sus cerebros
una literatura morbosa, que muy fácilmente contaminaría las bellas artes sus hermanas, la sociedad en
general, y, lo que es peor, generaciones enteras. La influencia de los literatos, de los hombres de talento
y de genio en cualesquiera de las ramas de la actividad humana, es tan profunda en la sociedad, y
transciende a épocas tan lejanas, que a esa influencia se deben las más grandes revoluciones humanas.
(p. 1)
7
Con el seudónimo Indolente se publicó Un decadente. Su estilo” en las páginas de El
Demócrata, el 7 de febrero de 1893, inaugurando una serie de colaboraciones en demérito de la
escritura de Urueta. Este texto detonó la polémica. Comienza el artículo de manera inequívoca: “Jesús
Urueta. La idea oculta por un hervidero de palabras rebuscadas. Bulle el mal gusto en cláusulas
ininteligibles, agitando los tropos cursis, y oscilan en el fondo pedazos de vidrio” (p. 3). No falta la
alusión maliciosa al decadentismo: Esta literatura, con sus tonteras, provoca risa…”; ni una
conclusión a modo: “Y éste es Jesús Urueta. Y así son todos los decadentes. Y Urueta cruza sus
brazos sobre el seno, encoge las piernas y para librarse del chubasco -acurrucado- se pone a rodar
sobre el colchón verde…” (p. 3). El 18 del mismo mes y en el mismo periódico apareció el anónimo
“Psicologías literarias. Jesús Urueta. A propósito de unos disparates”, un libelo sin concesiones sobre
unos supuestos poemas de Urueta agrupados bajo el común “Broches de un poema” y hacia su texto
“Psicología de un mocho. Zoilo íntimo”, en el que se dice:
Sus pinceladas son cursis, sus bocetos hacen pensar en los disparates del decadentismo, unas veces -
las más- con lástima; y sus pretensiones son iguales a sus desaciertos, que es la mejor recomendación
que de sus aptitudes artísticas puede hacerse. Hay en todas ellas inspiración estancada, indócil: los
síntomas del mal gusto, turbios, abundantes y… contagiosos. Falta el arte, pero sobra vulgaridad. Para
ser un gran majadero no es preciso ser un gran artista, ni siquiera mediano, por ejemplo: Jesús Urueta.
Chucho no nació artista, en vano buscaréis en su frase la línea perfiladísima y correcta de Goethe, El
Irreprochable, pero encontraréis muy a menudo la extravagancia que llama a la extravagancia, y el
disparate que llama al disparate; la risible pintura de un paisaje que provoca muy tristes ensueños de
deseados amores, y las negras aberturas del procedimiento que atrae con atracción de vértigo al
anémico chirumen de los decadentes (p. 3).
7
Para la recepción de estas obras, ver los textos de Andrés Díaz Millán publicados en El Siglo Diez y Nueve:
“Los hombres de genio”, 11 de enero de 1892, p. 1; “Los hombres de genio II”, 12 de enero de 1892, p. 1; y
“Los hombres de genio III y último”, 18 de enero de 1892, p. 1. En el mismo periódico se publicaron fragmentos
de la obra de Cesare Lombroso, por ejemplo, “Lombroso y el espiritismo”, 25 de noviembre de 1892, pp. 1-2.
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El 12 de febrero de 1893 apareció en El Tiempo el anónimo “En solfa” que se sumaba a las
críticas hacia Urueta:
En la gloriosa pléyade de sus hijos, en la nueva generación de las ilustraciones del porvenir, ha
aparecido un astro, una estrella incomparable: el astro del disparate.
Pertenece a la escuela de aquel literato de provincias que para describir la situación de la
república en no sabemos qué época, decía que el negro sol de la anarquía se había levantado,
envolviendo a la nación en sus sombras pavorosas.
Este neófito, que en el Port-Royal de la tal escuela tiene un distinguido lugar entre los
oradores, (porque en dicha pléyade hay de todo, historiadores, críticos, poetas, etc., etc.) es un genio;
está ahora al lado de Bulnes en El Siglo, […] (p. 2).
A continuación, se refiere a los poemas de “Del caballete” en términos desfavorables:
Ahora él mismo se nos presenta como periodista con sus ribetes bien gruesos de pintor pornográfico.
Las cosas que ha dicho ese señor en el caballete, no se pueden copiar aquí; el cronista diría que son
cálidas. Nosotros decimos que son vitandas (p. 2).
Alude al escarnio al que José Ferrel en Los de la mutua de elogios (1892) había sometido a
los periodistas que meses después coinciden en El Siglo Diez y Nueve, el cual comienza de manera
ilustrativa:
¿Qué me importa a que haya una sociedad de “Elogios Mutuos” cuyos miembros gozan del
maravilloso privilegio de aparecer gigantes siendo enanos? Pues, francamente, no me importa nada;
pero por lo mismo que no me importa, voy a ver si le prendo una banderilla de fuego. ¡Ya veremos
cuántos socios respingan! Porque cuentan que se emberrinchan, por quitarme allá esas glorias, digo,
esas pajas, y aunque yo no encuentro el motivo de estas corajinas, pues lo que se gana sin trabajo
ninguno, con poco dolerse pierde, convengo en que las sufran los de la “Mutua”, al fin y al cabo los
pobrecillos creen que han trabajado mucho para llegar a sentarse en unos cuernos que se les han
figurado los de la luna; pero que en realidad no son sino los del ridículo (p. 5).
El autor de “En solfa” prosigue en relación con Urueta: “Esa exaltación enfermiza, ese
entusiasmo malsano, revelan un espíritu enfermo, y tal vez incurable” (p. 2). Haciéndose eco de la
incipiente polémica, El Demócrata consigna el 17 de febrero de 1893 que en respuesta
El sr. Jesús Urueta reproduce un artículo publicado en el mismo Siglo XIX el 29 de Octubre de 1891
contra El Tiempo, y con esto se conforma, dando por contestado el artículo “En Solfa” que hace pocos
días apareció en las columnas del segundo mencionado (p. 3).
La nota equivoca la fecha, puesto que “Psicología de un mocho” había aparecido el 3 de
noviembre de 1891. En efecto, a Urueta le había parecido apropiado responder el 16 de febrero de
1893 con el mismo artículo que había publicado dos años atrás, ahora con una adición en el título,
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“Psicología de un mocho. Zoilo íntimo”, en el que el despectivo “mocho” se debía al subtítulo de El
Tiempo, “Diario católico”:
El escritor de El Tiempo, disfrazado de literato, de crítico, tampoco engaña: es Zoilo. Con la toga de la
omniciencia y sobre el solio de la infalibilidad, simula terrible juez que clava sus ojos implacables en
Prieto, Sierra, Altamirano y Gutiérrez Nájera, y los condena, con labio papal, al desprecio más
profundo por ignorantes, tontos y presuntuosos (p. 2).
Jesús Urueta prosigue enumerando las descalificaciones de las que ha sido objeto: “Me
obsequia con epítetos de cándido, pobre, buen señor; epítetos que no son nada junto a los calificativos
que hace de las honorables personas de Prieto, Sierra, Altamirano y Nájera”; y concluye atribuyendo
los siguientes calificativos al autor de la nota: presuntuoso, desdeñoso, regañón, irritable, grosero,
rencoroso, de mala fe, amenazador, acomodaticio, etc., etc. Se puede discutir honradamente con
Satanás?” (p. 2). Todo indica que Urueta era ya identificado como exponente de la escuela
decadentista a inicios de 1893. Desde diferentes medios comienza a formarse una opinión adversa
hacia los jóvenes escritores, siendo Urueta blanco preferente de las invectivas. La recepción de las
colaboraciones literarias de Urueta opera en dos direcciones: hacia el grupo del que forma parte y que
las celebra como expresión de la nueva literatura; y hacia quienes se muestran reacios a la novedad,
recibiéndolas como un ejercicio bizarro y raro que exige censura. Al asociar enfermedad con
decadentismo, cuyos integrantes eran acusados de apoyar a Porfirio Díaz, la prensa opositora
pretendía exhibir la decadencia moral del régimen. Las diatribas dirigidas a Urueta no pretenden
únicamente su descalificación, sino también la del grupo decadente y la del status quo porfirista que
presuntamente los cobija.
3. En “la ratonera”
La mayoría de los testimonios informa en esos momentos que Chucho Urueta se había hecho
con un formidable enemigo, José Ferrel, redactor de El Demócrata, que no desaprovechaba
oportunidad para caricaturizarlo. Margarita Urueta escribe que “el periodista José Ferrel lo atacaba
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con saña. Jesús Urueta, a pesar de su juventud, colmado por su diaria crítica, llamándole petulante le
jugó una treta” (1964, pp. 27-28). Matías Maltrot se expresa de manera semejante (1931, p. 25).
Tablada se extiende algo más:
Cada semana a raíz de publicarse las prosas de Urueta, muy buscadas por las personas de buen gusto,
sus adversarios las comentaban llenando de burlas y denuestos al literato novel cuyo evidente talento
y clara percepción artística se rehusaban obstinadamente a reconocer.
Urueta a su vez, nada sufrido, les replicaba llamándoles ignorantes, rutinarios y cuistres, gozándose
con su buen humor característico, en aquellas peripecias y declarando justamente que sus adversarios
no eran sino unos ignorantes a quienes iba a confundir (2010, pp. 425-426).
Sin embargo, los documentos de la polémica indican otra cosa, puesto que no fue Ferrel el
principal agitador. En esas semanas, el periodista se encontraba en prisión por un conflicto con Arturo
Paz. Aun cuando no dejó de colaborar con El Demócrata durante su arresto, apenas prestó atención
a Urueta en esas semanas. En estas circunstancias, parece inexacta la conjetura de Tablada según la
cual Ferrel era
el más impetuoso y cáustico de los periodistas de entonces, fue también el más encarnizado crítico de
Urueta y en aquella ocasión llevó sus denuestos al extremo. No cabía duda, la crítica unánime declaraba
a Urueta un pésimo escritor y puros mamarrachos sus escritos (2010, p. 426).
Es cierto que Ferrel había expuesto sus reparos hacia la nueva poesía, como en “Literatura
Nacional”, publicado en El Demócrata el 1 de febrero de 1893:
La literatura es parte de la Nación y sufre los fracasos de ésta, sus miserias y sus tiranías; es la expresión
popular pasada al través de la retórica, aquilatada por la ciencia y abrillantada por la inspiración.
Cuando se apaga una libertad, se apagan los cerebros que vivían de esa luz.
Pasamos por un periodo de obscuridad y esa sombra siniestra tiene que proyectarse sobre las letras
nacionales.
En los labios del pueblo nacerá el apóstrofe regenerador, con el cantar popular se iniciará la nueva vida
de nuestra literatura hoy entregada a la molicie, a donde fue por el camino lleno de flores de la
adulación o la complacencia (p. 1).
A su juicio, la literatura mexicana estaba estancada. Ya entonces José Juan Tablada, José
María Bustillos, Luis G. Urbina y Amado Nervo se habían dado a conocer como seguidores del
modernismo. Todo indica que el periodista no solo no apreciaba al nuevo movimiento, sino que le
parecía un simulacro. Sus críticas exhiben su decepción, pero, en lo referente a Urueta, suma la
antipatía personal. Ambos factores explican las descalificaciones hacia el movimiento y hacia el joven
escritor. Con todo, no fue Ferrel quien promovió la campaña en contra de Urueta y de los
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decadentistas, sino más bien un conjunto de periodistas de distintos medios. El rechazo a los
decadentistas era previsible, no solo adoptaron a modelos franceses, sino que relegaron al olvido la
tradición literaria mexicana. Más que la novedad, incomodó que hicieran tabula rasa con el pasado
inmediato en un momento en el que todavía estaba vigente la literatura nacional que había impulsado
Ignacio Manuel Altamirano desde las páginas de El Renacimiento en 1869.
Para exhibir a sus críticos, Urueta planeó publicar con su nombre tres poemas en prosa,
“Ethérea. Marmórea. Nívea”, en la edición del 15 de febrero de 1893 El Siglo Diez y Nueve, bajo el
común “Broches de un poema” (p. 1). Al día siguiente se lee una nota en El Demócrata, en la sección
“Prensa de hoy”: El Siglo XIX.-Trae un cúmulo de disparates etéreos, líquidos y hasta sólidos
reunidos en un poema decadente” (p. 2). Más incisiva es la colaboración anónima en la misma entrega
titulada “Disparates líquidos”, en la que se informa: “Sixto Urueta o Chucho Casillas, el decadente
aquél, ha producido la siguiente andanada de… Broches marmóreos, níveos y etéreos”, y se
reproducen fragmentos de los poemas publicados por Urueta (pp. 2-3). Tras las críticas, Urueta
declaró en la colaboración “¡En la ratonera!”, publicada el 17 de febrero de 1893 en El Siglo Diez y
Nueve, que se trataba de plagios. Dispone el texto en tres secciones: inicia con “El implacable a el
implacable”; siguen los poemas en prosa ahora con el nombre correcto de los autores: “Ethérea”,
Schelley; “Marmórea”, Leconte de Lisle; “Nívea”, Shakespeare; finalmente “Los críticos”, en el que
reproduce los comentarios peyorativos de El Demócrata sobre los poemas. El primer apartado es una
invitación al juego:
Es una diversión inocente, los soltaremos luegosólo se trata de reír un poco. La trampa es muy
sencilla, con unas migajas de queso se les engaña. Ya los verás, estirando los hocicos ávidos, con los
dientes de fuera… Y morederán el queso!- Para esto tenemos que jugarle una mala partida a nuestro
compañero Jesús Urueta: como de una manera constante cada artículo de Urueta es roído por el
critiquillo de El Demócrata o atomizador por Átomo, es indispensable servirnos del nombre de nuestro
amigo -¡Él nos perdone!-. Traduzcamos algún pasaje de cualquier genio literario indiscutible, un pasaje
hermosísimo, un trozo magistral… y firmemos: Jesús Urueta. Los verás venir… morderán… y trac! el
cuatro se desbarata!- “El decadentismo, los tropos cursis, los nudos en la mollera, la literatura de tipo,
etc., etc.” Oh, fruición glotona del ratonzuelo! Y ni modo de salir de la trampa… ni el mismo átomo!
Copiaremos después todas sus frases, sustituyendo nombres; en donde diga Urueta, pondremos
Shakespeare, Schelley, Leconte de Lisle… y gozaremos, gozaremos, mientras dan vueltas y vueltas en
su cárcel, aboyándose los dientes y alzando los hociquitos ensangrentados… Los exhibiremos unos
días entre las curiosidades de la época, y si alguien quiere comprarlos se los regalamos.
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Te envío, pues, para su publicación, un fragmento de Shakespeare, que se encuentra en el
tomo II de sus Obras, traducción de Hugo -Feeries- El Sueño de una Noche de Verano, pag. 140; una
poesía de Leconte de Lisle, que se encuentra en los Poemas Antiguos; y por último, un canto de
Schelley, un trozo lindísimo del Epipsyquidion que se encuentra en la página 263 del volumen II de
las Obras de Schelley, traducción Rabbe.
A todo esto hay que ponerle un título llamativo, por ejemplo: Broches de un poema. Es el más
presuntuoso de los que se me ocurren; si te viene a las mientes otro mejor, plántalo con todos tus
cascabeles.
La sección literaria de El Siglo XIX, quedará así:
Broches de un poema.- I. Ethérea (esta es la de Schelley); II. Nívea (esta es la de Shakespeare);
III. Marmórea (esta es la de Leconte de Lisle).
“Aquí me huele a queso…” dirán los roedores.
Ride! ride! El Implacable (p. 1).
Recuerda Tablada en La feria de la vida:
Pero absolutamente cegados por la ignorancia y el encono, cayeron grotescamente en aquella trampa
que se hizo célebre con el nombre de “Ratonera literaria”, ¡y que acrecentó de un golpe el prestigio y
la popularidad del ingenioso y socarrón autor!
Inútil es decir que Urueta aprovechó aquel triunfo sepultando a sus detractores bajo el más olímpico
desprecio… Y que tanto Ferrel como los demás críticos, quedaron en el más cabal ridículo y totalmente
desautorizados para volver a inmiscuirse en asuntos literarios (p. 427).
A posteriori Urueta muestra las reglas de un juego que reúne impremeditadamente a sus
adversarios. Debidamente planeado, sólo esperó las previsibles reacciones para exhibir a unos críticos
más pendientes de lo personal que de lo literario. La estratagema no sólo fue un divertimento, sino
una artimaña para denunciar la escasa capacidad crítica de una parte del medio literario.
4. La polémica
El día 18 de febrero de 1893 El Siglo Diez y Nueve inserta la siguiente nota:
El Demócrata
Dice el periódico que ha pedido alfalfa para Shakespeare:
“No recordamos en este momento ninguna calumnia de El Siglo XIX”.
En cambio, el diario que llama salvaje a Schelley, nos ha llamado calandria, reclama alfalfa para uno
de nuestros compañeros, a quien dice majadero, etc., etc.
Muy bien! (p. 2).
8
8
El mismo texto se reprodujo en “Sección de calumnias contra El Demócrata”, El Demócrata, 19 de febrero
de 1893, p. 3.
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Las desautorizaciones sirvieron para que El Siglo Diez y Nueve comenzara una particular
campaña en contra de El Demócrata, haciendo propia la causa de Urueta.
9
El Demócrata ventila el
18 de febrero de 1893 en la sección “Prensa de hoy”:
El Siglo XIX.-Está destinado a contener una carcajada del decadente, léase disparates de Jesús Urueta.
En los intervalos de su risa pretende que Shakespeare y otros grandes poetas carguen con sus
disparates.
Buen papel ha quedado el Decano de la Prensa Mexicana, así no gana la subvención (p. 3).
Relevante es el artículo ya mencionado “Psicologías literarias. Jesús Urueta. A propósito de
unos disparates, en donde se refiere a la celada: “También pretende hacerse pasar por genio, y he ahí
la pretensión absurda. Para conseguirlo, modestamente sustituye su obscuro nombre por los de los
ilustres Shelley, Leconte de Lisle, Shakespeare (p. 3). Después de afear el “ardid a Urueta que “ya
Gutiérrez Nájera usó”, le dirige términos ofensivos:
Pero tú, Chucho Casillas, tienes afinidad para los disparates ¿mas, qué autoridad tienes tú para que no
pasen, bajo tu nombre, en calidad de desatinos? El estandarte cubre la mercancía; yerro el tuyo, ¡pobre
Sixto! Es una divisa decadente y sin prestigio que sólo invoca la presunción de lo disparatado (p. 3).
De inmediato se relaciona la “ratonera” de Urueta con una artimaña que ya había empleado
el Duque Job, como refiere la colaboración anónima «Una “humorada del Duque Job”», publicada
en la Revista Azul el 5 de mayo de 1895, en la que se dice:
Manuel Gutiérrez Nájera se propuso, sin embargo, armar una ratonera a sus críticos, un pequeño lazo,
semejante al que Urueta ideó después, para poner en evidencia la absoluta falta de buena fe y la crasa
ignorancia de los censores que a diario le acometían (pp. 4-5).
La alusión a Sixto Casillas, promotor de hojas volantes e impresos populares entre 1840 y
1860, era una manera de desmerecer las prosas de Urueta. En palabras de Manuel Gutiérrez Nájera:
“Durante la insurgencia, el pasquín fue sublime; la redondilla chueca y desgarbada era una heroína,
9
Ver los sucesivos textos publicados por la Redacción de El Siglo Diez y Nueve, “Valor lo que valiere”, 20 de
febrero de 1893, p. 1; “¿Quiénes están detrás de El Demócrata”, 20 de febrero de 1893, p. 1; El Demócrata
proteccionista” y El Demócrata pintado por mismo”, 21 de febrero de 1893, p. 2; “Los revolucionarios
obligados”, 22 de febrero de 1893, p. 1; “El Demócrata pintado por sí mismo” que dice “la inspiración salvaje
de Schelley… //… El pueblo estúpido. (Cleto Fernández). // ¡Alfalfa para Shakespeare! // Las clases
desarrapadas! (Demócrito)”, 22 de febrero de 1893, p. 2; “A los jóvenes escritores de El Demócrata”, 23 de
febrero de 1893, p. 1.
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y ese inmortal de Sixto Casillas que se llama pueblo, fue supremo publicista en el combate por la
libertad” (2002, p. 337).
Las hostilidades hacia Urueta no se cancelaron. El 19 de febrero El Demócrata reproduce un
texto titulado “Broche marmóreo”, firmado por Shakespeare and Company, en que ridiculiza la prosa
del orador:
La noche… El sol intrépido se ha ocultado tras el pico de nieve del volcán azulado. En el oriente queda
el reflejo carmíneo del último y portentoso rayo del hirviente Febo. Sin embargo, es de noche. Noche
lóbrega, clandestina y ligera como un manto de nieve parda… ¡Oh, la noche!... ¡Recuerdo, surge!
Esperanza… ¿ess? ¿Hace frío?... ¡No! El ambiente estibio y aromatizado. Huele a chirimoya
madura. Y a queso, también a queso. Del esmeráldico capote del nocturno bosque, sale el ruido
murmuroso y anglo-mano que hace palpitar con estremecimiento infanticida la silla turca. Memoria,
¡retrocede! No penetres a la celda plúmbica del niquelado río. Allí está… Su voz no ha muerto aún….
Vibra convulsionada en histericidades argentíferas. Oigo algo así como el estornudo de su acento
indómito. ¿Por qué no hablas, arcángel estoico y cincelado? ¡Ah! ¡Ya canta!... ¿Oís? Es él… ¡Oh,
Dios! Deja que la etérea insuflación de su marmóreo pecho, llegue hasta mi amelonado rostro…
¡Deja!... ¡Oh!... ¿Sí!... ¡Ya!... (p. 1).
La agudeza se transforma en grosería en la colaboración “Raterías ingeniosas incluida en el
mismo número y firmada por Garrote:
Casillas, el del Siglo XIX, se sintió un día muy mortificado, porque sus majaderías no
encontraban admiradores, fuera de los cuatro o cinco bobos que le aplauden en la Biblioteca
de la Escuela de Jurisprudencia hasta el modo de andar y de rascarse las narices.
-Les voy a probar a ustedes, oh, amables paniaguados -dijo Urueta metiéndose el índice de la
mano derecha en la fosa nasal izquierda- que yo soy ingenioso hasta la pared de enfrente.
Dijo y se fue.
Se fue a buscar disparates de los gordos, y no tardó en encontrarlos con ayuda de las calandrias
eruditas de El Siglo. […] (p. 3).
En la misma entrega publica Good Night “Un Chucho decadente”, donde lo acusa de plagio
a propósito del prólogo en verso a un poemario de José Felipe Castellot:
Como dicen por ahí que el decadente de último tueste, D. Jesús Urueta, suele, por efectos del
decadentismo que le consume, cogerse como al descuido, párrafos de Shakespeare y echarlos a perder,
calzándolos con su firma, ignoro si el prólogo de un cuadernillo de versos, digamos así, debido a la
estrechez poética de de D. José Felipe Castellot, será verdaderamente de Urueta.
La firma es de él, y por si acaso, las necedades fueren de Víctor Hugo, venidas a manos de Urueta, por
arte de su afición a la decadencia, conste que yo con Víctor Hugo no quiero nada (p. 3).
El sarcasmo no cede, incurrendo en lo grotesco, como cuando afirma:
Si te estuvieras con el pico cerrado, no te entrarían moscas.
Ni decadencias!
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Ni hurgarías a Schelley.
Ni a Schelley ni a tus narices! (p. 3).
En el mismo medio y en la misma fecha se suma a la campaña el anónimo “El decadente
aquel” que consigna:
El buen Sixto tiene muy pocas aptitudes para ser artista; pero para plagiar las tiene peores. ¿A quién si
no a él se le hubiera ocurrido tomar, para firmarlo, algo de lo malo que ha producido Shakespeare y
Schelley? Pues solo a la turbia e indigesta mollera de Sixto.
Por donde venimos a caer que si Chucho es malo como escritor, como plagiario es insoportable (p. 3).
La reseña es una descalificación ad hominem, al servicio del resentimiento. Eso explica que
equipare los versos de Urueta con las consecuencias” de Arturo Paz, propietario de Revista de
México, motivo por el cual José Ferrel en esas semanas de 1893 se encontraba encarcelado debido a
un suceso ventilado oportunamente por El Demócrata:
Esto tiene cierto mal olor de Arturo Paz, el perpetrador alevoso de aquellas terribles
consecuencias en donde se comparaba un abrazo con el canto de la alondra.
Tu poeta, Chucho, no se queda atrás. Le va pisando los talones a Don Arturo.
¡Quiera Dios que no llegue hasta el juzgado correccional!
Esa es la peor decadencia… (p. 3).
El 21 de febrero, El Demócrata incluye “Un grave error” en el cual insiste:
Es un error imperdonable creer que “los malos versos no perjudican por el sólo hecho de ser
malos; perjudican a tercero”. Lo malo es una cualidad de las cosas que dañan de algún modo.
Las malas producciones -y esto es afirmación de cosa juzgada- dañan, perjudican a tercero y
entiéndase bien, perjudican y dañan a tercero social, y si es verdad que no “hay ley que
obligue a nadie a leer malos versos”, también es cierto que no hay ley alguna que prohiba la
lectura de los versos malos. En esto consiste el mal. Las malas producciones son fuentes
nocivas. Abiertas con peligro de la educación del pueblo.
Es necesario cegar sus fuentes (p. 2).
El 22 de febrero El Demócrata continúa con la polémica, reproduce la nota “De Shakespeare.
(De El Partido Liberal)”:
Con motivo de una cuestión de crítica literaria sostenida entre El Demócrata y El Siglo XIX, se ha
citado por el último periódico un pasaje del gran dramaturgo inglés, el cual pasaje tiene por apócrifo,
o al menos por infielmente traducido, el primero de los colegas citados (p. 1).
El objeto no era otro que desprestigiar la traducción de Victor Hugo elegida por Urueta del
texto de Shakespeare:
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De cualquier modo que se considere el asunto, la verdad es que si Shakespeare hubiese escrito siempre
con ese estilo, su nombre no habría pasado a la posteridad, […].
Creemos que el Sr. Urueta tiene de cosecha propia; algo mejor que eso.
Nosotros creemos que tiene algo peor, y estamos dispuestos a demostrarlo (p. 1).
10
Para El Demócrata, esta fue la última secuela de la “ratonera”. Coleó unos días más para El
Siglo Diez y Nueve, insertando el 26 de febrero el extracto El Demócrata pintado por sí mismo”:
El Demócrata pintado por sí mismo
La inspiración salvaje de Schelley.
… El pueblo estúpido. (Cleto Fernández)
¡Alfalfa para Shakespeare!
Las clases desarrapadas! (Demócrito) (p. 2).
Al día siguiente, con el pretexto de una velada en honor de Manuel Ignacio Altamirano,
publica el mismo periódico “Sus eminencias los críticos (¿)”, rubricada por Riff Raff: “Los
distinguidos escritores que recetan alfalfa para Shakespeare, agarran, -como ellos agarran- el precioso
artículo de Gutiérrez Nájera, escrito en honor del Maestro Altamirano y lo dividen (no al maestro) en
estancias” (p. 2). Cancelada la reyerta, sus consecuencias repercutieron no ya en Urueta sino en el
grupo encabezado por José Juan Tablada. Propiamente, estos embates deberían considerarse
inseparables de la campaña de descrédito contra los decadentistas que se alargó unos meses más. Los
críticos sumaron fuerzas en lugar de dispersarse, interrumpiendo las invectivas hacia Urueta, para
concentrarse en el movimiento decadentista. Resulta significativo que a lo largo de la polémica Urueta
se hubiera limitado a publicar dos textos, “Broches de un poema” y “¡En la ratonera!”. La sobriedad
de su intervención exhibió más si cabe el dolo y la vehemencia de sus críticos. Con todo, hubo
consecuencias para el propio Urueta. En septiembre de 1893 él justifi su distanciamiento de El
Siglo Diez y Nueve, como publicita en la carta publicada el 30 de ese mes:
A ustedes consta que, debido a imperiosas atenciones de estudio, aumentadas con las nuevas que el
infausto suceso me ha reclamado, hace largos días que no asisto a la Redacción; a ustedes consta que,
ni por plática ni por carta, he procurado obtener del compañerismo y de la amistad la intervención de
El Siglo en tal o cual sentido y con tal o cual objeto (p. 1).
11
10
El Demócrata reproduce la nota anónima “De Shakespeare”, El Partido Liberal, 21 de febrero de 1893, p. 1.
11
El “infausto suceso” se refiere a un altercado violento que sufrió la hermana de Jesús Urueta mientras cenaba
en La Maison Dorée, restaurante de Ciudad de México.
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Alejado del periódico desde tiempo atrás, en noviembre se aparta definitivamente. El día 10
de ese mes, El Siglo Diez y Nueve inserta el aviso “La nueva Redacción de El Siglo XIX:
Se va a permitir consignar en unas cuantas líneas el programa político que desarrollará en sus trabajos
periodísticos, sin creerse capaz, sin embargo, de sustituir dignamente a los brillantes escritores que se
alejaron llevados por un viento de fronda, muy lejos de los principios democráticos que siempre ha
sostenido el decano de la prensa.
Ni traemos la petulante pretensión de ser los guías de la opinión pública, ni los inspiradores de los
Secretarios de Estado, ni la falsa modestia con que algunos escritores disfrazan su exagerada egolatría
(p. 1).
Los redactores, con el director Pancho Bulnes a la cabeza, presentaron su renuncia el día 9.
12
Urueta, en esos momentos ocupado en terminar su tesis de licenciatura, no debió de resentirlo
especialmente. La retirada de los redactores favoreció la deserción de otros colaboradores como José
María Bustillos, José Peón del Valle, Balbino Dávalos y José Juan Tablada; dicho de otra manera, la
renuncia del grupo decadentista, que en esos momentos ya se había trasladado a la Revista Azul (1894-
1896). Es presumible que la molestia del propietario de El Siglo diez y nueve hacia el movimiento
decadentista hubiera contribuido a la decisión de prescindir del equipo de redacción. Los jóvenes
escritores en esos momentos no encuentran un espacio ajustado a sus propuestas. Tanto su literatura
como sus costumbres incomodan. El Siglo diez y nueve cumplió su cometido en ese año al cohesionar
al grupo, puesto a prueba en medio de polémicas, pero los intereses de los decadentes sobrepasaban
lo que el periódico les ofrecía. A pesar de que renunciaron a la redacción en medio de desaveniencias
con el director, la etapa había finalizado.
5. Conclusiones
Interesa subrayar que en los primeros meses de 1893 es Urueta antes que José Juan Tablada
el representante visible del nuevo movimiento literario y que, además, sus escritos se reciben como
rareza. Lo raro, lo extraño, lo anómalo son vocablos que gozaban en ese momento de una ambigüedad
de significados. Para unos, se asociaba con un arte aristocrático y minoritario; para otros, con ese
12
La entrega de El Siglo Diez y Nueve correspondiente al 9 de noviembre ya no presenta la nómina de redactores.
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estado enfermizo denunciado por Nordau en el que lo bizarro es ante todo lo monstruoso asociado
con lo mórbido y lo enfermizo. Estas tesis estaban muy presentes en México. En esa línea, Argos
comenta en El Siglo Diez y Nueve, el febrero 6 de 1893:
La locura en germen, lo que podría llamarse el principio universal de desequilibrio, está latente, se
palpa; es una neurosis que invade a los hijos de este último tercio de siglo XIX y que amenaza
transformar el criterio del espíritu humano (p. 2).
Urueta concentra en sus prosas ambas apreciaciones. Los detractores del joven jurista al
descalificarlo, desacreditaban a la vez al incipiente decadentismo. No puden calificarse sino de
campaña orquestada los sucesivos artículos dedicados a desprestigiar al orador. Con todo, es
inseparable el acoso en contra de Urueta de la irrupción del decadentismo promovido por JoJuan
Tablada. La campaña en contra de Jesús Urueta aportó algo más o menos significativo, lo posicionó
como figura pública, hábil polemista y personaje visible del nuevo movimiento. Tras la querella, los
ataques se dirigieron en contra del decadentismo mismo y de sus principales representantes. La
querella entre El Demócrata y Jesús Urueta operó como el bautismo de fuego de una promoción
atestada por las polémicas y las disputas.
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