Káñina, Rev. Artes y Letras, Univ. de Costa Rica XLV (3) (Septiembre-Diciembre) 2021: 225-250/ISSN: 2215-2636
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De hecho, Vaz Ferreira critica que Spencer oponga arte y ciencia (1963, IV, p. 42). Al pensar
la segunda contra lo primero, humillando al arte a causa del desconocimiento artístico de las leyes
físicas –por ejemplo, las de la acústica, por parte de quien crea música–, Spencer deja de pensar en la
experiencia que no se conoce científicamente. Con ello, según Vaz Ferreira, pierde la posibilidad de
pensar una dimensión de la experiencia del sujeto que resulta irreductible al conocimiento científico.
Según compara, tal como una persona camina sin conocer las leyes de la fisiología que habilitan su
movimiento, el arte crea en un tiempo y espacio que transforma la experiencia sin conocer sus leyes,
lo que no implica que allí no se abra otro tipo de conocimiento.
En efecto, puede pensarse que para Vaz Ferreira es precisamente por ese desconocimiento
que el arte puede trazar su inventiva, demostrando el límite que padece el saber cuantificable, y así,
la necesidad de apertura al nuevo tipo de placer que brinda el arte. Si el sujeto caminase pensando en
las leyes de la física, perdería la opción de gozar su experiencia al caminar. Su no sometimiento al
cálculo no implica pobreza ni ignorancia, pues gana otra experiencia, placentera, otra relación entre
el sujeto y el saber, la que Spencer incorrectamente subordina (1963, XVII, p. 124).
El placer que entrega el arte no solo es rechazado por la ciencia que desea el saber, sino
también por la moral que desconfía del placer. Frente a ello, Vaz Ferreira retoma la preocupación
moral por el arte, con una perspectiva más abierta que la de los moralistas. Con ello llega a una
conclusión opuesta a la de estos: frente a artistas y públicos sanos, lo bello no puede ser inmoral, al
punto que el arte que no se limita por esta puede mejorar la moral de las personas (1963, I, p. 37). Al
abrirse a la novedad estética, la persona nota, en lo bello, la huella de lo bueno y verdadero:
La “moral”, diremos, en “estado nativo” daña el arte. Y lo mismo lo intelectual en su estado natural de
razonamiento. Eso es bien establecido. Pero lo que suele no entenderse es que el buen arte puede
comprender moral, y razón, transmutadas en arte. Y que lo malo y lo falso se transmutan también, en
antiestético. No es que el arte sea moral o ciencia, ni puede incluirlas en estado nativo, pero,
transmutadas, lo realzan. Tanto lo verdadero como lo bueno y lo noble se subliman estéticamente, y su
falta podría ser falta de algo (1963, XI, p. 110).
El buen arte es bello, puede resultar bueno para la vida porque, desde el específico margen
estético, mejora la vida en general. Puesto que la estética se juega en el sujeto y no en el objeto, y que
una lectura estética no es necesariamente inmoral, todo objeto podría entonces percibirse de manera