Káñina, Rev. Artes y Letras, Univ. de Costa Rica XLVI (2) (Mayo-Agosto) 2022: 79-92/ISSN: 2215-2636
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el costarricense Max Jiménez, quien lo hospedó por mucho tiempo en su taller en la Rue Vercinhetorix. Por
su parte, Huidobro –bajo la influencia primera y definitiva de Apollinaire– vive en la Europa de entreguerras
una época de cosmopolitismo cultural, poético, físico –«Siglo embarcado en aeroplanos ebrios», dice en
Ecuatorial– (2003, p. 143). A este cosmopolitismo se asimila de inmediato, tomando esos aires –dice Lihn
(1970)– y «dándoselos llegado el caso, como en el patético “Viajero sin fin” de sus últimos poemas, con el
cual se presenta alegremente en Poemas árticos: “Una corona yo me haría / de todas las ciudades
recorridas”» (p. 84).
Cuando Vallejo llega a París en 1923, Huidobro ya había desarrollado el creacionismo; muchos
jóvenes hispanoamericanos llegaron a esa ciudad, atraídos por las vanguardias y hambrientos de novedad
estética. Para entonces, el ultraísmo español y el argentino ya se han manifestado, de la mano de Rafael
Cansinos Assens, Guillermo de Torre y Jorge Luis Borges, pero Huidobro rechaza airadamente el ultraísmo,
pues lo considera como imitación de su creacionismo. Para defender sus puntos de vista, Huidobro continúa
publicando manifiestos: «Haced poesía, pero no alrededor de las cosas. Inventadla. El poeta no debe ser
más instrumento de la naturaleza, sino que ha de hacer de la naturaleza su instrumento. Es toda la diferencia
que hay con las viejas escuelas» (Huidobro, 2003, p. 1364).
Contrario al fervor huidobriano por los manifiestos (quizás el más conocido sea el «Non serviam»),
Vallejo rehúye de toda categorización, de todo ismo. Su postura queda manifiesta en su ensayo de 1927
«Contra el secreto profesional», donde lanza una ácida y nada complaciente mirada a sus contemporáneos:
«Casi todos los vanguardistas lo son por cobardía o indigencia» (Vallejo, 1927, p. 204). Al respecto, acierta
Ferrari en el prólogo de las Obras completas de Vallejo (1968) al concluir que este escritor «no es un poeta
de corte, no sigue al rebaño» (p. 16). En Vicente Huidobro, en cambio, encontramos desde muy temprano
el afán de explicar su poesía y su carrera poética, dar normas y postulados (Teillier, 1963, p. 67). Lihn
(1970), enfocado en la crítica a su paisano, confiesa que «siente vergüenza ajena» de muchas de las
argumentaciones «medio escolares, sentenciosas» con que Huidobro pretendía probar, en última instancia,
su condición de «primer poeta en toda la historia de nuestro planeta, su prioridad de inventor de la poesía
y su originalidad absoluta» (p. 89).