Káñina, Rev. Artes y Letras, Univ. de Costa Rica XLVII (1) (Enero-Abril) 2023: 161-172/ISSN: 2215-2636
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de atención, pero lo es en la medida en que alude al poder destructor del síndrome. Con Birger Angvik
(1998 y 2006), habría que hablar, en relación con la obra de Granados, de una tanatografía, es decir, de una
escritura sobre la muerte de un individuo. Los poemas, por ello, se mueven reflexivamente dentro el tránsito
de la vida hacia la expiración y, como he dicho, están cargados de elementos negativos.
Finalmente, el capítulo X, titulado «El lamento individual y colectivo entre la confesión y el
consuelo», se refiere al poema «Cante jondo a Ronald Campos», de Narval. Este poema es definido por el
investigador como «un grito» producto del dolor, el temor, la soledad, que experimenta un sujeto VIH-
positivo, dentro del hábitus sidafóbico que constantemente lo señala y que disminuye su valor social y
humano. Sin embargo, el poema, además de ese grito desesperado, ofrece un canto de esperanza, ya que,
como explica Campos López (2022), presenta a la figura del amigo como un sujeto que ofrece empatía,
solidaridad y protección: «la voz lírica simboliza a su amigo-confidente como una “luciérnaga”: una luz de
vida, un soporte que la puede guiar y acompañar en este proceso de nacimiento a una nueva etapa de su
existencia, aun en medio de la estigmatización, discriminación, hostilidad, violencia» (p. 281). La
esperanza, como vemos, se encuentra afuera, se encuentra en el otro, en ese que extiende su mano… El
sujeto VIH-positivo, sin embargo, parece estar cargado de una melancolía que no lo abandona (de ahí el
patetismo que caracteriza el «cante jondo»). Como aseguro en Rojas González —con los aportes de Pearl
(1999 y 2015)—, el proceso de duelo «puede desembocar en melancolía cuando no hay posibilidad de
decidir no compartir el destino de eso que se ha perdido (o de eso que se está perdiendo)» (2020, p. 348).
Por supuesto, en el caso de los sujetos VIH-positivos, ellos «no pueden decidir no seguir el destino de sus
propios cuerpos, de sus propias vidas» (Rojas González, 2020, p. 348), marcadas por el virus. Sigo en el
estudio mencionado: «Esta coincidencia entre el sujeto que se lamenta y el objeto/sujeto que se “pierde”,
torna el panorama terriblemente trágico y hace casi imposible alguna forma de cierre emocional» (Rojas
González, 2020, p. 348).
Para concluir, es necesario reafirmar que este es un ensayo que nos ofrece mucho material para la
reflexión académica, pero también para la política. El estudio de la literatura VIH-positiva inevitablemente
nos obliga a pensar profundo en los distintos saberes movilizados por el campo que nos atañe. Por ello, para