Káñina, Rev. Artes y Letras, Univ. de Costa Rica XLVIII (1) (Enero-Abril) 2024: 1-20/ISSNe: 2215-2636
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algunas notas en medios reconocidos, como Caras y Caretas o La Prensa, en Prontuario
menciona únicamente a dos autores de la escena nacional: Horacio Quiroga, a quien dice admirar
hasta el momento en que lo conoce personalmente (p. 219), y Ricardo Güiraldes, cuyo Don
Segundo Sombra asegura haberle generado «una honda impresión» (p. 113).
Descendiente de militares al servicio de la expansión nacional y lector de novelas de
aventuras, Liborio Justo fue construyendo una mirada crítica y distanciada de lo esperado de un
hombre nacido en ese contexto no solo a través de sus lecturas, sino también a partir de los
diferentes desplazamientos por el país y por el extranjero. Si bien en medio de los viajes a la
Patagonia que realizó durante las primeras décadas del siglo XX también recorrió parte de
Paraguay y Estados Unidos —desplazamientos que, sin dudas, resultaron significativos en la vida
del escritor—, nos detendremos aquí únicamente en sus desplazamientos por el sur argentino.
De acuerdo, entonces, con lo que el mismo Justo indica, es posible señalar un primer viaje
realizado en 1920 en el que, como acompañante de su padre, cruzó la Cordillera de los Andes en
mula a la altura de Mendoza (Justo, 2006); un recorrido a bordo del petrolero «Ministro Ezcurra»
a la Isla de los Estados en 1925 con el objetivo de aprovisionar de combustible al buque que
llevaría a la comisión de relevo del observatorio meteorológico instalado en las Islas Orcadas
(Justo, 2006); más adelante, una visita a Comodoro Rivadavia, «sobre la desolada y triste costa
patagónica», para conocer la explotación de petróleo (p. 83); en 1928 un nuevo recorrido por
Neuquén, Chubut y la frontera chilena (p. 127); en 1930 un desplazamiento por Tierra del Fuego,
Islas Malvinas y Chile (p. 149); por último, en 1932 (año en el que se publica La tierra maldita),
un nuevo viaje a las Islas Orcadas. Aunque se observa un claro deslumbramiento con el territorio
patagónico, en el relato que realiza en Prontuario, Justo señala una fuerte pérdida de interés en la
región a inicios de la década del treinta. Si durante su primera juventud la Patagonia lo
obsesionaba —«Me fascinaban los relatos sobre el mar y todo lo que a él se refería, mientras que
la Patagonia continuaba siendo para mí la región más obsesionante, junto con París, cuya visión
Fierro”, comunicándole mi deseo de acercarme a ese grupo. Pero a las pocas semanas partí nuevamente de
Buenos Aires y todo quedó en suspenso, dado que la respuesta de Evar Méndez la recibí estando ya en
Nueva York» (p. 113).