Káñina, Rev. Artes y Letras, Univ. de Costa Rica XLVIII (1) (Enero-Abril) 2024: 1-20/ISSNe: 2215-2636
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«EN MEDIO DE ESA SOMBRÍA DESOLACIÓN, BULLE ALLÍ LA
VIDA». APROXIMACIONES A LA TIERRA MALDITA DE
LIBORIO JUSTO
Life bustles amid this bleak desolation. Aproaching Liborio Justo´s La
tierra maldita
Pilar Cimadevilla*
RESUMEN
Luego de numerosos viajes por la región patagónica, el escritor argentino Liborio Justo (1901-2002) escribe y publica
en 1932 el volumen titulado La tierra maldita. A lo largo de los doce relatos que componen el libro, Justo propone un
modo singular de ver la región que dialoga con la tradición del viaje a la Patagonia. La propuesta de este artículo
consiste en indagar de qué manera La tierra maldita puede ser pensado como un texto que continúa la mirada
darwiniana sobre el viaje al extremo sur, al mismo tiempo que incorpora otras voces y argumentos para reinventar la
narrativa sobre la Patagonia después de la llamada «Conquista del desiert.
Palabras clave: viaje; Patagonia; Liborio Justo; Charles Darwin.
ABSTRACT
After numerous trips through the Patagonian region, the Argentinian writer Liborio Justo (1901-2002) wrote and
published in 1932 the volume entitled La tierra maldita. Throughout the twelve stories that make up the book, Justo
proposes a singular way of seeing the region that dialogues with the tradition of the trip to Patagonia. The purpose of
this article is to investigate how La tierra maldita can be thought of as a text that continues the Darwinian view of the
trip to the extreme south, while incorporating other voices and arguments to reinvent the narrative about Patagonia after
the so-called «Conquest of the desert».
Key-words: journey; Patagonia; Liborio Justo; Charles Darwin.
1. Introducción
En 1932, después de haber viajado durante ochoos por distintas zonas de la Patagonia,
Liborio Justo (1901-2002) escribe en pocos meses su primer libro, La tierra maldita, con el que
gana el concurso literario del Café Tortoni. Compuesto de doce relatos y firmado bajo el
seudónimo de Lobodón Garra
1
, el libro sale a la calle ese mismo año y solo en los primeros meses
vende alrededor de veinte mil ejemplares. A diferencia de los relatos escritos en primera persona
por diferentes viajeros naturalistas/militares que recorrieron la región durante el siglo XIX y
* Universidad Nacional de la Patagonia)/CONICET. Trelew, Argentina. Instituto de Investigaciones
Históricas y Sociales. Investigadora asistente y jefa de trabajos prácticos de Literatura Latinoamericana 1
y Estéticas Contemporáneas (UNPSJB). Correo: pilarmariacimadevilla@gmail.com
ORCID: https://orcid.org/0000-0001-6534-6588
DOI: https://doi.org/10.15517/rk.v48i1.59203
Recepción: 29/6/2023 Aceptación: 24/10/2023
1
«...solía firmar sus producciones narrativas como Lobodón Garra, mientras que la mayoría de sus
intervenciones políticas aparecían con el apelativo Quebracho, que en ocasiones utilizaba también para
firmar su producción de temática histórica» (Campione, en el prólogo de Justo, 2007, p. 9).
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principios del XX,
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en una primera instancia, Justo elige representar su experiencia y su obsesión
por la Patagonia a través de la ficción.
3
Como se verá, es en el cruce de voces, puntos de vista,
datos geográficos, revisión/repetición de tópicos ya cristalizados sobre el espacio patagónico y
ciertas referencias claras al proceso de organización nacional luego de la «Conquista del
desierto»
4
que el texto de Justo logra despegarse de las narraciones sobre la región que circulaban
en la época. En sintonía con su figura marginal dentro del campo literario, La tierra maldita puede
ser pensado, entonces, como un libro en el que se superponen la tradición (el mismo título es una
cita del libro de Charles Darwin) y la mirada de un sujeto atravesado por la modernización
urbana.
5
De acuerdo con esto, la propuesta de este artículo consiste en presentar la figura de
Liborio Justo, escritor poco revisitado por la crítica, para pensar cómo su primer libro, La tierra
maldita, se integra al extenso listado de textos que conforman la tradición del viaje a la Patagonia.
Así, luego de contextualizar el libro, nos interesa detenernos en dos cuestiones centrales. En
primer lugar, observaremos cómo está compuesto el volumen, cuáles son las características de los
relatos, qué voces ingresan, qué zonas geográficas recorren, cuáles son las imágenes que priman
y de qmodo conviven diferentes tiempos y miradas sobre el espacio patagónico. En efecto,
2
Los relatos de viaje a la Patagonia publicados durante ese período fueron escritos mayormente en primera
persona y, al modo de diario o bitácora, seguían o simulaban seguir el orden cronológico de los
acontecimientos. Esto puede verse tanto en clásicos del siglo XIX como el libro de Charles Darwin o
Francisco Moreno (por nombrar un caso argentino), así como también en las crónicas periodísticas firmadas
por escritores/as profesionales que comienzan a circular en la prensa durante el período de entresiglos e
inicios del XX (pensamos en casos como los de Roberto Payró, Ada María Elflein o Roberto Arlt, entre
otros). Incluso, resulta interesante señalar que En el mar austral (1898) de Fray Mocho es un libro ficcional
que imita el registro de los libros de viaje a la Patagonia de la época.
3
A partir de ese mismo año y hasta finales de la década del 40, aparecerán, de manera esporádica, algunas
notas sobre sus viajes en la prensa latinoamericana: Caras y Caretas, La Prensa, Mundo Uruguayo, Revista
Geográfica Americana, entre otros.
4
«La Expedición al Río Negro encabezada por Julio Argentino Roca se realizó entre abril y julio de 1879.
El ejército estaba constituido por 6000 hombres y “redujeron” a más de 14000 indios. Pero, en rigor, la
Conquista del Desierto se llevó a cabo entre 1878 año en que el todavía ministro Julio A. Roca dirige un
mensaje al Poder Ejecutivo Nacional pidiendo llevar la ocupación militar hasta el Río Negro- y 1885, año
en que el cacique manzanero Valentín Saihueque ingresa capturado en la ciudad de Buenos Aires. (…) Lo
que dio en llamarse en singular “´Conquista del Desierto” no se conformó sólo de un ejército avanzado sino
también de una campaña previa que implicó múltiples mensajes al Congreso Nacional. Discursos, leyes,
decretos, resoluciones, mensajes y proclamas tuvieron, probablemente, más impacto que las acciones
bélicas in situ. Además, hubo una serie heterogénea de pactos, tratados y acuerdos con algunas tribus»
(Torre, 2010, p. 17).
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En este sentido, es importante destacar que el escritor no solo presenció la modernización de Buenos
Aires, sino que pasó varias temporadas en los Estados Unidos de inicios del siglo XX.
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como se verá, algunos relatos pueden ser pensados como pequeñas escenas, mientras que otros
presentan un enigma a resolver. Además, observaremos la manera en que el escritor expande el
mapa patagónico en relación a los recorridos típicos realizados por los viajeros de la época. En
una segunda instancia, se indagará de qué manera el modo de ver el territorio y su historia dialoga
efectivamente con las representaciones de Charles Darwin en su paradigmático texto, Diario del
viaje de un naturalista alrededor del mundo. Si bien el mismo título (La tierra maldita) es una
cita directa del libro del científico inglés, cien años más tarde del viaje del Beagle, Justo trastoca
en parte la mirada imperialista europea
6
que prima en las representaciones darwinianas.
2. El viajero
Nacido con el cambio de siglo en el barrio de Palermo, hijo del militar Agustín P. Justo
y de Ana Bernal, Liborio Justo trascendió en la historia argentina gracias al trabajo intelectual
desarrollado en el marco de su militancia de izquierda, pero no así dentro del campo artístico por
su obra literaria.
7
Si bien la anécdota que hasta el día de hoy sobresale en su biografía es el
momento en el que interrumpió la ceremonia de recibimiento a Franklin D. Roosevelt que su
padre había organizado como presidente de la nación (1932-1938), bajo el grito de «abajo el
imperialismo» (Justo, 2006, p. 77), interesa detenerse brevemente en los acontecimientos que sin
duda influyeron en la escritura de su libro sobre la Patagonia, La tierra maldita.
En primer lugar, tal como el mismo escritor lo señala en Prontuario: una autobiografía
(1938), tanto su madre como su padre «provenían de viejas familias terratenientes y de figuración
en la historia del país» (Justo 2006, p. 18), ya que sus dos abuelos «tuvieron actuación destacada
6
Sobre la construcción de la mirada imperial, indagamos el clásico texto de Mary Louise Pratt, Ojos
imperiales. Literatura de viajes y transculturación, en el que la investigadora propone el año 1735 como el
momento en el que se inició un cambio «en la comprensión que las élites europeas tenían de mismas y
de sus relaciones con el resto del mundo» (2011, p. 44) a partir de dos acontecimientos principales: la
publicación de Systema Naturae de Carl Linneo y el lanzamiento de la primera gran expedición científica
europea. El surgimiento de esta nueva «consciencia planetaria», dice Pratt, «es un elemento básico en la
construcción del eurocentrismo moderno» (2011, p.44). Frente a la pregunta que da inicio al libro «¿De
qué modo las prácticas significativas de las literaturas de viajes codifican y legitiman las aspiraciones de
expansión económica del dominio imperial?» (2011, p. 25) la autora desanda el vínculo entre mirada,
desplazamiento, escritura y territorio.
7
Sobre su recorrido político véase a Campione en el prólogo de Masas y Balas (2007) y la autobiografía
del mismo Justo, Prontuario (2006).
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y llegaron a desempeñar importantes posiciones oficiales en la época de la formación nacional»
(p. 18). En esta suerte de autobiografía temprana (la primera versión la escribe con 37 años y,
sorprendentemente, vive hasta los 101), Justo se demora en la reconstrucción de ambos linajes y
señala datos llamativos que pueden asociarse a su fascinación con el territorio patagónico: su
bisabuelo acompañó al mismo Darwin en alguno de sus viajes por la región (Justo, 2006); otro
de sus abuelos fue asignado en 1872 como comandante del Fuerte de Carmen de Patagones,
«donde se casó, y permaneció hasta la expedición de Roca» (p. 29), y durante muchos años fue
dueño de tierras cercanas al lago Nahuel Huapi (p. 33). No obstante, el objetivo que persigue el
escritor en este relato no es el de ubicarse como heredero, sino el de demostrar que sus argumentos
en contra de este modo imperial de entender el territorio nacen del contacto directo con quienes
se autoproclamaron dueños de la nación:
Y si los menciono aquí no es para sacar a relucir pergaminos, que nunca me interesaron,
ni porque esté de acuerdo, ni mucho menos, con el rol histórico que mis antepasados
desempeñaron, sino para mostrar con el derecho con que puedo hablar frente a quienes
exhiben aquellos pergaminos, aunque no semejantes, sólo para amparar con ellos su
pretensión de ser los dueños de la nación. Según eso, yo también lo soy. Pero no quiero
utilizar tales títulos para buscar el puesto que me correspondería en la mesa servida, sino
para tratar de que en ella todos lo tengan; para preservar, a costa del atraso y sometimiento
del país, privilegios, que a también me corresponderían, sino para terminar con ellos.
(Justo, 2006, p. 34)
Así, a lo largo de su vida, demostró una clara incomodidad con sus orígenes, al mismo
tiempo que pudo aprovechar (siempre con contradicciones) la posición de su familia para viajar
al extranjero, dedicar tiempo a su formación académica (cursó parte de la carrera de Medicina en
la Universidad de Buenos Aires) y abocarse a la escritura de sus libros. En consonancia con esto,
encontramos que la biblioteca que arma en su autobiografía coincide con esta construcción de un
linaje fundador; entre los títulos que menciona como sus lecturas tempranas figuran, por un lado,
las Memorias del general Lamadrid y las Memorias del general Paz, la Historia de San Martin y
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de la emancipación Sudamericana de Bartolomé Mitre (Justo, 2006, p. 38) y, por el otro,
referentes de la literatura de aventuras como Julio Verne, Joseph Conrad, Jack London y Rudyard
Kipling que, como ha sido analizado por la crítica decolonial, reproducen un tipo de mirada
eurocéntrica expansionista.
8
Sin embargo, aunque circuló por los mismos escenarios que
protagonizaron algunos de los escritores más reconocidos de la literatura nacional de esa época,
nunca llegó a formar parte del escenario literario del momento:
…comencé a recorrer, casi diariamente, los barrios del puerto, las calles del bajo y el
antiguo Paseo de Julio, que ya había visitado antes varias veces por curiosidad. Salía de
casa de noche y me iba a caminar por esas calles, lo mismo que por las de la ribera del
Riachuelo, en la Boca, donde me quedaba hasta la madrugada en sus bares y cafés. De
día recorría los diques, entre los barcos de todas las banderas y venidos de todos los países,
y siempre, con algún libro debajo del brazo, me quedaba a ver los vapores que salían para
Europa, perdido entre la gente que concurría a despedirlos. […] Ese ambiente de
marineros, vagabundos, prostitutas y hombres que hablaban todas las lenguas y llegados
de todas las latitudes, en el cosmopolitismo sin igual de Buenos Aires, en esos años en
que aún afluía una amplia corriente inmigratoria, tenía para una atracción absorbente
y fue el que me puso en contacto con la vida […] más de una vez le pagué una copa a un
marinero para que me contara sobre sus viajes y las regiones que conocía. (Justo 2006, p.
74)
En efecto, pese a haber intentado tomar contacto con algunos referentes de su generación
por ejemplo con Evar Méndez, director de la revista Martín Fierro
9
y de haber publicado
8
Sobre este tema puede consultarse el libro de Edward Said, Cultura e imperialismo (2011).
9
Dice el escritor: «También con el grupo literario “Martín Fierro”, representantes de la llamada “nueva
sensibilidad”, que se presentaba con una violenta actitud iconoclasta, que me hacía sentir bastante
identificado con él, me separaban divergencias. En primer término, su alejamiento de los problemas
políticos y sociales. Hallaba a sus integrantes demasiado “literatos”, y no aceptaba la pleitesía que rendían
a plumíferos de segundo orden, entre los que recuerdo a Ramón Gómez de la Serna. El grupo Boedo apenas
atrajo mi atención. Me olía a pasatismo importado y fuera de ambiente. En cambio, el grupo filosófico que
editaba “Inicial”, subtitulada Revista de la Nueva Generación, me merecía más respeto, aunque su sumisión
ante José Ortega y Gasset, a quien yo consideraba un charlatán de filosofía, y que también enviaba sus
”mensajes a la Nueva Generación“, lo rebajaba en mi concepto» (Justo, 2006, p. 102). Unas páginas más
tarde de estas críticas, refiere: «Fue en esa época que comencé a desear un contacto con los hombres de mi
generación y me relacioné epistolarmente con alguno. Escribí también a Evar Méndez, que dirigía “Martín
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algunas notas en medios reconocidos, como Caras y Caretas o La Prensa, en Prontuario
menciona únicamente a dos autores de la escena nacional: Horacio Quiroga, a quien dice admirar
hasta el momento en que lo conoce personalmente (p. 219), y Ricardo Güiraldes, cuyo Don
Segundo Sombra asegura haberle generado «una honda impresión» (p. 113).
Descendiente de militares al servicio de la expansión nacional y lector de novelas de
aventuras, Liborio Justo fue construyendo una mirada crítica y distanciada de lo esperado de un
hombre nacido en ese contexto no solo a través de sus lecturas, sino también a partir de los
diferentes desplazamientos por el país y por el extranjero. Si bien en medio de los viajes a la
Patagonia que realizó durante las primeras décadas del siglo XX también recorrió parte de
Paraguay y Estados Unidos desplazamientos que, sin dudas, resultaron significativos en la vida
del escritor, nos detendremos aquí únicamente en sus desplazamientos por el sur argentino.
De acuerdo, entonces, con lo que el mismo Justo indica, es posible señalar un primer viaje
realizado en 1920 en el que, como acompañante de su padre, cruzó la Cordillera de los Andes en
mula a la altura de Mendoza (Justo, 2006); un recorrido a bordo del petrolero «Ministro Ezcurra»
a la Isla de los Estados en 1925 con el objetivo de aprovisionar de combustible al buque que
llevaría a la comisión de relevo del observatorio meteorológico instalado en las Islas Orcadas
(Justo, 2006); más adelante, una visita a Comodoro Rivadavia, «sobre la desolada y triste costa
patagónica», para conocer la explotación de petróleo (p. 83); en 1928 un nuevo recorrido por
Neuquén, Chubut y la frontera chilena (p. 127); en 1930 un desplazamiento por Tierra del Fuego,
Islas Malvinas y Chile (p. 149); por último, en 1932 (año en el que se publica La tierra maldita),
un nuevo viaje a las Islas Orcadas. Aunque se observa un claro deslumbramiento con el territorio
patagónico, en el relato que realiza en Prontuario, Justo señala una fuerte pérdida de interés en la
región a inicios de la década del treinta. Si durante su primera juventud la Patagonia lo
obsesionaba «Me fascinaban los relatos sobre el mar y todo lo que a él se refería, mientras que
la Patagonia continuaba siendo para mí la región más obsesionante, junto con París, cuya visión
Fierro”, comunicándole mi deseo de acercarme a ese grupo. Pero a las pocas semanas partí nuevamente de
Buenos Aires y todo quedó en suspenso, dado que la respuesta de Evar Méndez la recibí estando ya en
Nueva York» (p. 113).
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me torturaba» (p. 62), dice a propósito del viaje de 1930: «Había visto, por fin, mis tierras
australes. Y traía como definitiva impresión de haber perdido el interés que antes me impulsaba
a ir a establecerme en la Patagonia» (p. 149).
A diferencia de las crónicas de viaje sobre la Patagonia que en esos mismos años
escribieron Raúl González Tuñón (1932) y Roberto Arlt (1934) sobre zonas específicas de la
región como corresponsales de prensa,
10
La tierra maldita aparece, entonces, en las librerías de
Buenos Aires como el volumen que documenta, ficcionaliza y pone fin a una obsesión: «Lo
escribí en dos meses para presentarlo a un concurso que vi anunciado, donde obtuvo el premio
por unanimidad. Al escribirlo lo hice, principalmente, con el fin de quitarme de encima, para
siempre, mi preocupación por la Patagonia» (Justo, 2006, p. 216).
3. El libro
Ahora bien, si en la lectura total de los doce relatos que componen el volumen
encontramos un modo singular de representar el espacio patagónico que se analizará más adelante,
nos interesa aquí detenernos en las particularidades de los eslabones que configuran La tierra
maldita. En efecto, el libro de Justo resulta un caso excéntrico, ya que, como adelantamos más
arriba, si en los textos que componen la llamada tradición del viaje a la Patagonia los
exploradores/científicos demuestran un esfuerzo por convertir sus relatos en documentos
fidedignos (tanto en el armado del texto, como a partir de la incorporación de pruebas fotos,
10
Por un lado, Raúl González Tuñón es enviado como corresponsal a la costa santacruceña desde donde
escribe los cuatro largos artículos que se publican en el diario Crítica entre el 19 y el 24 de abril de 1932,
bajo el título «En el país del viento». Como señala Laura Juárez (2019), allí «el periodista viajero González
Tuñón va a retomar un lema que rescata y cita de un diario de la zona y se propone como objetivo manifiesto
no dejar que el desierto gane otra vez la Patagonia. Efectivamente, con una cierta reescritura y apelación
a saberes literarios y culturales sobre ese espacio geográfico que se introducen sin mucha problematización
(la Patagonia como un desierto vacío, bárbaro, en que puja una civilización ganada o conquistada) pero que
se reconfiguran en las notas, como veremos, los textos de Tuñón se permiten justificar y explicitar por qué
el Estado nacional debe mantener una línea aérea que asiduamente conecte ese territorio austral con el resto
del país» (p. 301). Por el otro, dos años más tarde, Roberto Arlt es enviado por El Mundo a recorrer la zona
cordillerana que linda con el lago Nahuel Huapi. Desde allí, el escritor envía sus «aguafuertes patagónicas»
(que incluyen fotografías tomadas por el mismo Arlt) en las que «encontramos una sucesión ininterrumpida
de imágenes al estilo de las postales turísticas. La cita, oculta o explícita, de los relatos de otros viajeros es
una marca de género del relato de viajes al menos desde principios del siglo XIX. Arlt recorre el espacio y
hace explícita esta convención, ya que intenta reconocer en el paisaje que tiene frente a sus ojos las
imágenes sobre la región que ya conocía a través de reproducciones de un artículo de enciclopedia o de
postales verbales y visuales de otros viajeros» (Cimadevilla, 2016, p. 11).
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mapas, listados),
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La tierra maldita, en cambio, es un libro ficcional inspirado en
desplazamientos reales. De esta manera, el texto se integra al enorme listado encabezado por
Antonio Pigafetta, al mismo tiempo que tensiona el vínculo con el referente: a la distancia
insalvable entre la palabra y la experiencia del desplazamiento, Justo le suma ahora la ficción.
12
Así, en contraposición a la supuesta linealidad que caracteriza a los diarios o crónicas de viaje, en
estos doce relatos se encuentra un despliegue de narradores, intrigas, tiempos y puntos geográficos
que conforman un mapa complejo y novedoso de la región patagónica.
El libro se abre con el texto titulado «La batalla», en el que un narrador en tercera persona
relata cómo un grupo de marineros desertores emprenden un viaje desde Punta Arenas hacia el
Cabo de Hornos con el fin de cazar lobos de dos pelos. Guiados por el «ansia de aventura», estos
hombres deben atravesar días de demora entre las islas del Estrecho en las que «todo estaba
impregnado de silencio y tristeza» (Justo, 2010, p. 22) y los únicos seres vivos a la vista eran los
tan renombrados petreles, albatros y toninas. En medio de la representación de esta travesía
agotadora, se confirma que efectivamente el título del libro es una cita de Darwin:
Estaban realmente en medio de las salvajes soledades de la Tierra del Fuego, las más
desoladas y agrestes de la tierra. Por al entraron, viniendo desde el Pacífico, los
navegantes que las han pintado con tan tétricos colores y por ahí también pasó Darwin a
bordo del Beagle y le dio el nombre que se extendió luego a toda la Patagonia: «Tierra
maldita. ¡La tierra maldita!» (Justo, 2010, p. 23).
La referencia al científico naturalista guía la mirada del lector en este viaje ficcional por
la región patagónica. Así, el relato continúa con la batalla entre hombres y lobos. Con fiereza, los
cuerpos se entremezclan y, en unos pocos minutos, quedan tendidos varios animales y uno de los
11
Con respecto al intento por parte de los escritores viajeros de crear un relato veraz sobre sus
desplazamientos, Beatriz Colombi señala que es necesario realizar un análisis que trabaje a contrapelo del
criterio de transparencia que pesa sobre el género. Esto supone dimensionar todos los procedimientos y en
particular los detalles que apuntan a crear el efecto de realidad barthesiano (2010, p. 290)
12
Este procedimiento adelanta de algún modo la manera en que, avanzado el siglo XX, el paisaje patagónico
se convertirá en un escenario privilegiado dentro de la escritura ficcional. Entre cuantiosos ejemplos
podemos mencionar textos como el de Sylvia Iparraguirre, La tierra del fuego (1998), en el que se retoma
un argumento ligado a la tradición del viaje a la Patagonia, y también libros como La costurera y el viento
(1994), de César Aira, o Agosto (2009), de Romina Paula, en los que la región aparece como la escenografía
en la que suceden los argumentos.
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tripulantes. El sobreviviente se acerca a constatar la muerte del compañero y, al levantar la vista,
descubre haber sido abandonado por el resto de los loberos:
Hincado aún junto al cadáver se quedó absorto con la mirada clavada en el horizonte.
Comprendió que estaba solo (...) En medio de la grandiosidad del paisaje sombrío el
hombre se sintió impregnado de su soledad. Se dejó caer exhausto sobre la roca húmeda.
Y se quedó mirando cómo, a cada embate de las olas, el océano iba avanzando, lenta pero
continuamente, sobre la negra superficie de la roquería… (2010, p. 27)
El relato no termina con la muerte, sino con el sentimiento de soledad frente al paisaje:
un hombre alcanza su cometido encontrar y matar lobos, pero rápidamente su victoria se
diluye al encontrarse desprotegido frente a las inclemencias de la naturaleza. Un desafío finaliza
y comienza el siguiente, sin descanso. Lejos de aleccionar (no se plantea en este caso un juicio
moral sobre los protagonistas), Justo construye en el relato inaugural una escena que retoma varios
de los motivos más repetidos en los libros de viaje a la Patagonia: el naufragio, la desolación, el
borramiento de los límites hombre/animal, el hambre, el frío. Cuando parece no quedar nada,
siempre resta la contemplación de una tierra que fascina y expulsa al mismo tiempo. De este
modo, el escritor invita al lector a adentrarse en un universo repleto de hostilidades cuya
recompensa será no solo la inconmensurabilidad del paisaje, sino también la posibilidad de
confiar en la existencia de un futuro. Los puntos suspensivos con los que cierra funcionan,
entonces, como un puente hacia los once relatos siguientes.
Sin detenernos en cada uno sobremanera, interesa mencionar algunos títulos para mostrar
las diversas formas que encontró Justo para narrar la Patagonia. En la misma línea del texto
inaugural, por ejemplo, se encuentra «El raque», otro relato/escena con final abierto un grupo
de marineros encuentra una embarcación tumbada, entran a revisarla y rescatan carbón, en el
que se incluyen dos párrafos informativos sobre naufragios en la Patagonia y ciertas medidas
tomadas por el gobierno nacional para «aliviar en parte la situación de los náufragos»;
13
o «El
13
«Para aliviar la situación de los náufragos el gobierno argentino hizo construir algunos refugios en las
caletas de las islas de los Estados con elementos y víveres para varios meses. Pero muchas veces eran
destruidos por los loberos y los roqueadores» (Justo, 2010, p. 30).
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encuentro» en el que se narra una pelea entre integrantes del asentamiento er chubutense y los
colonos (posiblemente haga referencia a la colonia galesa). Luego del enfrentamiento, los mismos
colonos asisten a un contrincante herido que, en su último respiro, enuncia la frase «¡Mala suerte,
amigo!» (Justo, 2010, p. 62). Al igual que en el relato inaugural, el escritor configura aquí
pequeñas escenas que muestran a partir de acciones concretas la vida cotidiana de quienes
habitaban la Patagonia en esa época: batallas sin épica, muertes sin sentido, hundimientos, robos,
pobreza y extranjería.
Por otro lado, se incluyen relatos más largos en los que la intriga es central. El primer
caso es el de «El palo vivo», en el que se narra el hallazgo de un «monstruo patagónico»,
semejante al descubrimiento del milodón, al que los pueblos originarios llamaban precisamente
«palo vivo» (Justo, 2010, p. 38). Narrado en primera persona, el protagonista dice haber
encontrado bajo la guía de Frederick Stokes (oriundo de Gaiman), un monstruo en un lago
santacruceño. Cansados ya de desplegar diferentes tácticas para atraparlo, el monstruo logra huir
y el protagonista no encuentra quién confíe en su palabra: «Realmente comenzamos a pensar
nosotros mismos si todo aquello no había sido un sueño. Pero el recuerdo de nuestras peripecias
nos traía a la realidad» (p. 45). Otro ejemplo es el del relato titulado «Las brumas del terror» en
el que se pone en tensión el saber científico. Comienza así:
Hace algunos años, el gobierno chileno designó una comisión de dos ingenieros con el
objeto de que efectuaran el examen de una mina, que había sido descubierta en la gran
isla Hoste, en el archipiélago magallánico. Yo, que era estudiante de la escuela de minas
de Santiago, soliciy obtuve autorización para acompañarlos en calidad de ayudante. (p.
47)
Durante el campamento, el narrador se encuentra con un hombre harapiento acompañado
por un «uarrah», «único animal que habitó las Islas Malvinas, visto por Bouganville, Fitz Roy y
otros navegantes que las visitaron en los últimos dos siglos, y clasificado como ´canis antarticus`»
(Justo, 2010, p. 49).
14
El caminante les cuenta haber descubierto una mina con diamantes de
14
Este animal es mencionado por Darwin (1997) en su Diario: «El único cuadrúpedo originario de la isla
es un zorro grande parecido al lobo (Canis antarcticus), que es común a las dos islas Falkland, la oriental y
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grandes dimensiones cerca de un volcán en erupción; de su bolsillo saca un ejemplar y se lo regala
al narrador por su hospitalidad. Desconfiado, el protagonista lo lanza al agua y, cuando regresan
sus compañeros de la expedición, le aseguran haber arrojado un valioso diamante negro. En este
pequeño conjunto también podemos incluir «El misterio de Kobenhavn», en el que se relata una
conversación entre dos internos del Hospital King Edward VII, en las Islas Malvinas. Al narrador
le llama la atención un escocés que parecía no estar del todo cuerdo y del que se comentaba que
había trabajado como químico en las factorías balleneras. La primera vez que conversan, el
escocés comienza a hablarle de la pérdida de la embarcación Kobenhavn y le acerca un recorte
del New York Times sobre el misterio de la desaparición del velero, que es transcripto dentro del
mismo relato. Según la nota, el barco había sido visto a flote, pero sin ninguna persona a bordo.
El escocés dice, entonces, haber encontrado una botella con fragmentos del diario de uno de los
tripulantes, y haberlo hecho traducir al inglés por un marinero noruego. Entrada la noche, le
comparte el documento y se van a dormir. Cuando amanece, el narrador constata la partida del
escocés y se convierte así en dueño de los papeles. El final del relato es la transcripción del diario
en el que se devela el misterio del velero: después de haber permanecido mucho tiempo perdidos,
la tripulación decide abandonar el barco por miedo a chocar contra los témpanos. Los hombres
mueren fuera del velero y el barco se destroza contra un iceberg y desaparece. La frase final dice:
«Todo me hace dudar si no habremos ido avanzando por mares que nos han conducido fuera de
los límites de este mundo» (Justo, 2010, p. 73).
A diferencia de los relatos/escenas comentados más arriba, en estos textos el escritor
construye una intriga a resolver que, en muchos casos, queda trunca por ser incomprobable (como
sucede con el hallazgo del monstruo o en el relato del diamante negro) o por desarmar las
expectativas del lector que, como en el último relato, esperaba encontrar una explicación
sobrenatural al misterio. ¿Dónde radica lo maravilloso en el viaje a la Patagonia luego de la
la occidental. (…) Se les ha visto entrar en una tienda y sacar la carne que había debajo de la cabeza de un
marinero dormido. Los gauchos, además, los han matado frecuentemente, por la noche, alargándoles un
pedazo de carne con una mano y empuñando en la otra el cuchillo para clavárselo» (p. 237).
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llamada Conquista del desierto? ¿Cómo se narra el desborde de la experiencia de viaje por la
región patagónica a inicios del siglo XX?
En otra línea, interesa destacar dos relatos en los que la presencia de pueblos originarios
es central. En primer lugar, el texto titulado «¿Fue el destino?» en el que un narrador en tercera
persona trae la figura de Kaukokiol, «el viejo ovejero ona» (Justo, 2010, p. 75). Su voz ingresa
en el relato para contar su historia y la de su hermano Ashloen que, enamorados de la misma
mujer, deciden competir para ver quién se casaba con ella. Ashloen, que era el más hábil, lo deja
ganar y se exilia. Cuando Kaukokiol se da cuenta, sale a buscarlo, pero no lo encuentra. Mucho
tiempo después, decide regresar, pero
todo estaba cambiado. Habían llegado los hombres blancos trayendo sus ovejas y pocas
gentes quedaban de mi tribu. (…) Me lancé al campo que había sido nuestro y que ahora
estaba cortado con alambrados. Muchas tribus habían sido exterminadas. Los guanacos,
perseguidos por todas partes, habían ido a ocultarse en lo más intrincado de la montaña.
Llegué aquí. Tenía hambre. Los hombres blancos me acogieron. Y me quedé para cuidar
sus rebaños. (p. 80)
La voz del ovejero se apaga con esa frase y el narrador cierra el relato describiendo un
gesto: «Dos gruesas lágrimas resbalaron entonces por su rostro curtido y agrietado, mientras el
resplandor de las llamas fugazmente, las hacía brillar como dos luces» (Justo, 2010, p. 80). El
segundo, es «Las pieles plateadas», en el que se critica abiertamente la ambición de los
exploradores blancos. Los protagonistas, Lernaud y Michailovich, se conocen en Punta Arenas y
deciden salir de excursión en busca de oro. Luego de pasar un invierno muy duro se encuentran
con un yagán que les ofrece unas pieles de animal llamativamente hermosas y resuelven salir con
él en busca de esos animales exóticos. Cuando faltaba muy poco para llegar al lugar indicado,
matan al yagán con el fin de no compartir el botín: «Fue una alegría salvaje, que los hizo reír a
carcajadas y abrazarse nerviosamente con todas las fuerzas que su estado de debilidad les
permitía» (p. 103). Recorren las tierras durante ocho días sin ver el rastro de ningún animal y,
cuando ya no les resta fuerzas, descubren oro: «¡Eran ricos! Habían hallado por fin la fortuna, tras
de la que tanto sufrieran. Y, acercándose todo lo que sus fuerzas les permitían, se abrazaron
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torpemente riéndose a carcajadas. Fue una risa frenética, histérica, que los sacudió en
convulsiones más y más lentas, y que duró hasta el último instante» (p. 103). Justo critica en parte
la mirada imperial del proyecto nacional sobre el territorio patagónico, no solo mostrando la
ambición irrefrenable de los personajes del segundo relato, sino también ingresando la voz de
Kaukokiol. Aunque con ambivalencias propias de la época, el escritor pone en escena lo que hoy
conocemos como el genocidio de los pueblos originarios en la Patagonia argentina.
Finalmente, nos interesa destacar dos relatos más del conjunto. Por un lado, «Lo
irreparable» en el que se cuenta la historia de María, una joven que se embarca en Buenos Aires
con rumbo a la Patagonia para casarse en contra de su voluntad con un pariente lejano al que había
conocido en su infancia:
Era precisamente la época de las periódicas emigraciones para la esquila y para todas las
actividades en que debe aprovecharse allá la corta temporada de verano (...) Señoras y
señoritas, que iban acompañando a sus esposos, padres o hermanos, que nunca habían
salido de la ciudad y que esperaban encontrar en la Patagonia un desierto lleno de indios
con plumas. (p. 89)
El narrador muestra a María leyendo una y otra vez la carta de Marcos Grolman, su
prometido, en la que le advertía con sinceridad que la vida en la Patagonia era dura, que él era
pobre, pero esperaba prosperar. Sin embargo, durante el viaje la joven conoce a otro hombre, se
enamoran y emprenden una vida juntos, olvidando a Grolman. Bajan en Comodoro Rivadavia y,
en poco tiempo, el joven encantador pierde todo y se dedica a beber. Después de años de mucho
sufrimiento, él muere en un enfrentamiento en Tecka y María resuelve regresar a Buenos Aires.
En el camino hacia el puerto, un hombre excesivamente amable la ayuda con su equipaje; este
hombre era Marcos Grolman. María se arrepiente, entonces, de las decisiones tomadas tiempo
atrás. Como sucede en la mayoría de los relatos de viaje que componen la tradición, en este texto
la mujer aparece asociada al universo de las tareas reproductivas y tomada por las pasiones. Lejos
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del universo científico racional de la época, María recibe un castigo por haber seguido su deseo y
rechazar su deber asignado.
15
Por último, resulta central hacer referencia al relato que cierra el volumen, «La
sublevación», porque allí el escritor se detiene en un acontecimiento histórico reconocido: la fuga
de 1902, en la que 51 presidiarios de la Isla de los Estados parten a bordo de dos balleneros en
una operación cuyo desenlace resulta trágico, pues los pocos sobrevivientes terminan
entregándose por no tener recursos. El relato incluye tanto las voces de los sublevados, como las
de los militares, sin condenar a ninguno de los bandos e incluso intentando mostrar cierta
fraternidad entre los dos grupos. Sin hacer un análisis del relato, interesa destacar que en el
apartado en el que se muestra el punto de vista de los presos, uno de ellos dice: «¡Patagonia!
(…) ¡tierra maldita!, ¡tierra de hombres machos y de las almas libres!» (Justo, 2010, p. 118). El
libro cierra, entonces, con la cita a Darwin que da título al volumen y que aparece mencionada
también en el texto inaugural.
En este breve recorrido por algunos de los relatos que componen La tierra maldita, cuyo
objetivo central fue presentar en líneas generales un libro poco reconocido dentro del campo de
la literatura argentina de inicios del siglo XX, es posible observar cómo Justo se sirve de la
escritura ficcional para incluir en la representación de la región patagónica personajes heteróclitos
(extranjeros, militares, indígenas, loberos, científicos, una mujer), puntos geográficos que
amplían el mapa (pasa por las islas chilenas, Punta Arenas, Antártida, la zona del Estrecho y Cabo
de Hornos, Tierra del Fuego, Santa Cruz y Chubut) y tiempos dispares (se recuperan escenas
míticas como el hallazgo del monstruo, al mismo tiempo que se hace hincapié en la explotación
15
En efecto, como señala Vanesa Miseres (2010): «Es un hecho también que, aun cuando la escritura
femenina ha sido partícipe del corpus textual dentro del relato de viajes, ésta no ha conformado a lo largo
de la historia una tradición y una serie continua como la que se pudo divisar entre los hombres en los
diferentes períodos de exploraciones. Escribir o ser lectoras del género no significa de ningún modo que
éstas eran prácticas completamente aceptables para una mujer, lo cual reduce el número y la frecuencia de
las viajeras. Ni mucho menos que su escritura tenía una circulación y publicación a la par de los textos de
viajeros que se editaban y consumían en Europa y del mismo modo llegaban a Latinoamérica. En
consecuencia, la tradición literaria ha establecido a esta perspectiva masculina como la norma absoluta del
género, lo cual deja un espacio complejo de acción para aquellas mujeres que no obstante, emprendieron
viajes y escribieron sobre ellos» (p. 37). Sobre los desafíos que debieron enfrentar las mujeres viajeras
durante el siglo XIX e inicios del XX, pueden revisarse también los aportes de Mónica Szurmuk en Miradas
cruzadas: narrativas de viaje de mujeres en Argentina. 1850-1930 (2007).
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del territorio por parte del Estado). Sin abandonar completamente la mirada imperial y patriarcal
que prima en los relatos del viaje a la Patagonia (mirada que hasta el día de hoy continúa en parte
vigente), el escritor logra expandir la imagen de la zona y construye así un modo de ver el
territorio que, como se verá en el siguiente apartado, dialoga con el texto que le da título al
volumen a la vez que lo cuestiona.
4. Un siglo después de Darwin
«Darwin será un punto de referencia obligado para todos los que
vendrán, no sólo por el valor de sus descubrimientos, sino además
por ser el protagonista y narrador de un viaje fascinante» (Blengino,
2005, p. 91).
La autoridad que reviste la figura de Darwin en el libro de Justo es evidente. Como como
señala Ernesto Livon-Grosman (2004), «escribir sobre la Patagonia y comentar el viaje del MS
Beagle es una manera de incorporarse a una tradición» (p. 75). El escritor argentino retoma,
entonces, la idea de la Patagonia como «tierra maldita» y establece así un diálogo insoslayable
con la narrativa darwiniana.
16
Si bien, tal como se señaló anteriormente, existe una distancia clara
entre la escritura de un diario de viaje y el procedimiento ficcional que intercede en la elaboración
de un volumen de cuentos, interesa destacar que el mismo Darwin (1997) observa lo siguiente al
inicio de su libro: «Para evitar repeticiones inútiles extractaré aquellas partes de mi diario que se
refieren a los mismos parajes, sin atender al orden en que los visité» (p. 54). A pesar de que en
las primeras décadas del siglo XIX esta pequeña observación no podía atentar contra el carácter
de documento fidedigno de un diario como el del científico, interesa destacar este gesto para
pensar cómo las voces viajeras fueron incorporando poco a poco en sus textos ciertas reflexiones
sobre la imposibilidad de asir la experiencia hasta llegar, un siglo más tarde, a libros como el de
Justo en el que el viaje real es expandido a través de la ficción.
16
Es sabido que los libros de Darwin comenzaron a circular en Argentina en las últimas décadas del siglo
XIX a partir de figuras como William H. Hudson y Estanislao Zeballos (Gómez, 2008, p. 17).
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El escritor argentino elige, entonces, desandar sus viajes a través de distintos narradores
que reproducen, en parte, la imagen darwiniana de la Patagonia. En efecto, si el científico insiste
en su Diario del viaje de un naturalista alrededor del mundo en representaciones sobre el
territorio en las que se destaca la idea de esterilidad,
17
en La tierra maldita encontramos
descripciones notablemente semejantes: «el Antártico es la región de la tierra más desprovista de
vida. Sobre la inmensa extensión del continente, perpetuamente cubierto de nieve, sólo es posible
encontrar algunos líquenes y musgos. No hay vida animal de ninguna especie. Ni tampoco podría
subsistir» (2010, p. 51).
18
Lo inhóspito de un paisaje que los ubica como humanos en la vastedad
del planeta es lo que fascina y desafía a ambos escritores. No es casual entonces que si para Justo
la Patagonia fue durante su primera juventud una obsesión (e incluso por momentos un obstáculo
para su desarrollo profesional en el extranjero),
19
haya escrito influenciado por la figura de Darwin
(1997) que en el Diario refiere:
No hay nadie que hallándose en estas soledades deje de conmoverse y sentir que en el
hombre existe algo más que el mero aliento material de su cuerpo. Al evocar imágenes
de lo pasado veo cruzar a menudo ante mis ojos las llanuras de la Patagonia y, con todo
eso, están generalmente descritas por los caracteres negativos: sin viviendas, sin agua, sin
árboles, sin montañas, sin vegetación, fuera de algunas plantas enanas. ¿Por qué, pues
y no soy el único a quien esto le sucede, por qué estos áridos desiertos han echado tan
profundas raíces en mi memoria? (…) Difícilmente puedo analizar estos sentimientos;
pero en parte dimanan del libre campo dado a la imaginación. Las llanuras de la Patagonia
son sin límite, apenas se las puede franquear, y, por tanto, desconocidas; llevan el sello
17
«En lo profundo de los barrancos reinaba una desolación y un silencio de muerte, que excede a toda
descripción [...] De tal modo prevalecían en esos lugares la humedad, el frío y la falta de luz, que ni siquiera
los hongos, musgos y helechos encontraban ambiente para desarrollarse» (Darwin, 1997, p. 285).
18
A modo de ejemplo agregamos otra de las numerosas citas de Darwin que insisten en este tipo de
imágenes: «El país presenta uniformemente el aspecto de un interminable páramo ondulado, con la
superficie cubierta por una hierba rala, correosa y negruzca, sobre la que crecen algunas matas
pequeñísimas, brotando en un elástico suelo turboso» (1997, p. 230).
19
«Mi interés por la Patagonia, especialmente por la Tierra del Fuego, que había extendido a los mares
antárticos y regiones polares del Sur, se hacía cada vez mayor y más absorbente. Vivía con mi imaginación
en aquellas regiones lejanas y sombrías, a las que ansiaba trasladarme y donde veía temas literarios vírgenes
y grandiosos, que soñaba con poder utilizar algún día, describiéndolas con relatos análogos a los que Jack
London había hecho conocer Alaska» (2006, p. 70).
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de haber permanecido como están hoy durante larguísimas edades, y parece que no ha de
haber límite en su duración futura (p. 448).
20
En ambas figuras se encuentra una mirada maravillada y una clara entrega frente a lo
devastadora que resulta en todos los casos la aventura patagónica. Si como señala Marta Penhos
(2018), en los documentos alrededor del viaje del Beagle puede reconocerse una clara «narrativa
del fracaso» (p. 101) que, en el caso de los tripulantes de ambos viajes, se justificaba por el deseo
de conquista (la aventura iba acompañada de la búsqueda de rédito económico y simbólico); en
el caso de Justo, en cambio, el interés por adentrarse en estas tierras desoladas tiene que ver con
la puesta en marcha de la imaginación poética y también con la reescritura de un escenario mítico
que lo vincula con sus antepasados. En ese sentido, una de las diferencias sustanciales entre la
búsqueda de Darwin y la del escritor argentino reside en el gesto de la recolección. Si el científico
toma elementos del territorio para nombrarlos, clasificarlos y expropiarlos en nombre del
imperio,
21
en los relatos de Justo en cambio todas las tentativas de recolectar se frustran: pierden
el diamante negro («Las brumas del terror»), encuentran oro, pero mueren de frío Las pieles
plateadas»), logran matar un lobo, pero son abandonados por la embarcación («La batalla»). Los
personajes de estos cuentos atraviesan las inclemencias sin obtener una recompensa a cambio. En
La tierra maldita, el territorio pareciera proteger lo que no debe ser tomado.
Del mismo modo, la mirada de Justo sobre los pueblos originarios de la región reproduce
la estigmatización imperial inaugurada por los textos coloniales, pero tensiona al menos el
binomio salvaje/civilizado patente en el texto de Darwin. Según el científico, «[es] imposible
imaginar la diferencia que existe entre el hombre salvaje y civilizado; es mucho mayor que la que
20
Con respecto a esta pregnancia del paisaje en Darwin, Fermín Rodríguez (2010) se pregunta: «¿En qué
consiste entonces este placer negativo, sin objeto, que viene del vacío a desbordar la facultad “estética” de
darse representaciones, impotente frente a una tempestad, un cielo estrellado o un desierto sin límites? El
acto de imaginación del naturalista, que sostiene el despliegue del paisaje, vacila por una pasión que
resquebraja la mesura estética: la experiencia de lo sublime, lo impensado tomando el cuerpo de la llanura.
En esos momentos, cuando la máquina discursiva del viaje se atasca frente a un campo de visibilidad no
simbolizable según los parámetros de la ciencia (…) se abre un vacío en el discurso en el que Darwin hace
resonar los versos de “Mont Blanc”, un poema de Percy B. Shelley (…) La poesía parece ser el lenguaje
que avanza donde el resto de los discursos sociales se detienen» (p. 73).
21
Para Darwin «todo es potencialmente clasificable. El mecanismo de recolección no deja nada afuera y
esto incluye a los indígenas que, en el texto, resultan recuperados para la teoría evolucionista como parte
de esa búsqueda de un origen, geológico, biológico y etnográfico. En Darwin la recolección, el objetivo del
viaje, es un primer paso hacia la reconstrucción de un origen» (Livon-Grosman, 2004, p. 76).
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hay entre un animal silvestre y domesticado, por lo mismo que el hombre es susceptible de mayor
perfeccionamiento» (Darwin, 1997, p. 250)
22
Por su parte, Justo incluye en su libro relatos como
«¿Fue el destino?», en el que como ya comentamos más arriba, se narra la historia entre dos
hermanos onas y se critica abiertamente las transformaciones ocurridas en el territorio a partir de
la llegada del hombre blanco «muchas tribus habían sido exterminadas» (Justo, 2010, p. 80),
dice la voz de Kaukokiol−, o «Las pieles plateadas», en las que se muestra cómo la ambición por
el oro enceguece a los protagonistas extranjeros que deciden matar al indígena que los acompaña
en la búsqueda de los animales de pieles maravillosas: «en un último gesto ante la muerte, con el
egoísmo del ávaro que les había enseñado las vicisitudes de la vida, quisieron enterrar los gramos
de oro que llevaban, para que nadie pudiera encontrarlos» (p. 103). El escritor argentino tensiona
así el rmino «civilización» a partir del cual se justificaron genocidios como la llamada
«Conquista del desiert de la que participaron, de algún modo, sus mismos ancestros.
5. Conclusiones
Un siglo más tarde del libro que marcó la narrativa del viaje a la Patagonia y el modo de
entender la existencia del hombre en el planeta, Justo (2006) dice en Prontuario:
Pero, aún en medio de esa sombría desolación, bulle allí la vida: millares de aves marinas,
que sólo se acercan a tierra una vez al año para anidar, la pueblan. Y son precisamente
algunas de ellas, los grandes albatros y petreles, hasta de tres metros de envergadura, los
que ofrecen uno de los espectáculos más majestuosos de esas salvajes regiones de la
tierra, con la serenidad de su vuelo, que domina las ráfagas huracanadas. (p. 82)
Donde dicen que no hay nada, Justo alcanza a ver un ciclo de vida que continúa a pesar
de las atrocidades realizadas por el hombre en nombre de la conquista. Luego de la matanza
liderada por Roca, el escritor argentino arma en esas primeras décadas del siglo XX un mapa
22
Importa destacar que, en algunos momentos, Darwin realiza preguntas que parecerían apuntar a
cuestionar el trato a los indígenas patagónicos - «¿Quién hubiera creído que tales atrocidades podían
cometerse en estos tiempos en un país cristiano civilizado? (1997, p. 127)»-, sin embargo rápidamente sus
argumentos refuerzan la idea de superioridad de la cultura europea por sobre la de los nativos
latinoamericanos. Para analizar este punto en particular puede revisarse el capítulo X del Diario en el que
el viajero relata las historias de Fuegia y Jamie Buttom.
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patagónico por fuera de las rutas establecidas por los barcos que incluye otras voces. Si como
señala Aníbal Quijano (2000), a partir del «descubrimiento» de América en 1492 «los europeos
generaron una nueva perspectiva temporal de la historia y re-ubicaron a los pueblos colonizados,
y a sus respectivas historias y culturas, en el pasado de una trayectoria histórica cuya culminación
era Europ(p. 210), en La tierra maldita, Justo pareciera cuestionar por momentos esa linealidad
histórica eurocéntrica que Darwin sostiene con tanta claridad en su trabajo. La Patagonia
configurada por el escritor argentino no es únicamente un territorio por explotar, sino un mapa en
tensión y ebullicn, en el que la fuerza de la naturaleza con sus tormentas que derriban
embarcaciones o congelan los cuerpos de los extranjeros y sus habitantes originarios (que
recuerdan y narran sus vidas) se resisten a ser completamente ordenados por la mirada
imperialista.
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nd/4.0/