Káñina, Rev. Artes y Letras, Univ. de Costa Rica XLVIII (1) (Enero-Abril) 2024: 1-20/ISSNe: 2215-2636
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cuanto a la sexualidad prohibida, pero no son los únicos que dictan patrones de conducta al respecto»
(p. 348); es decir, hay códigos determinados como conductas delictivas o con implicaciones morales
que no permiten ciertas prácticas sexuales según el género.
El autor propone que la sexualidad está atravesada por las relaciones entre géneros, la
subordinación del género femenino frente al masculino, dado por medio del saber y el poder en
diversos ámbitos. Por ende, la sexualidad está atravesada por las relaciones de poder que entienden
el sexo como un mecanismo que excluye, aísla, incluye o normaliza a los sujetos que llevan a cabo
ciertas prácticas.
Dentro de esta definición de sexualidad se encuentra el concepto de masculinidad, la cual
puede ser hegemónica-tradicional o subordinada. Por una parte, Connell y Messerschmidt (2005)
proponen que la masculinidad hegemónica es un patrón de práctica que permite a los hombres
continuar con el dominio de las mujeres. Mientras tanto, para Seidler (2003), de acuerdo con los
postulados de Connell (1997), la masculinidad está atravesada por las emociones, sentimientos y
deseos, en tanto los hombres deben mostrarse lo menos emocionales posibles. Además, desde esta
perspectiva tradicional, los varones deben ser independientes y autosuficientes, no pueden expresar
sus sentimientos frente a otros sujetos, porque es considerado un rasgo femenino.
Por consiguiente, la masculinidad se encuentra atravesada por la violencia sistémica-
patriarcal, recurso por el cual el hombre alcanza el ser ideal, mediante la violencia doméstica y el
abuso sexual. También, Seidler plantea que existe una relación entre el poder, lo emocional y el
género, donde se inscribe la figura del padre como la autoridad, el proveedor y que cumple un rol
pasivo en las labores del hogar, junto con el desentendimiento de la crianza de los hijos.
Por su parte, para Menjívar (2015) el sistema patriarcal busca, con la masculinidad, alcanzar
un ideal de hombre «verdadero» que tiene en sus manos el poder, una propuesta de virilidad amparada
en cuatro aspectos: el repudio a lo femenino, el poder que tenga si es exitoso, rico y por su posición
social, el control de las emociones (nunca mostrarlas) y la agresividad. Por ende, esta concepción
tradicional recurre a la legitimación del patriarcado para garantizar un estatus de poder ante la