Káñina, Rev. Artes y Letras, Univ. de Costa Rica XLVIII (2) (Mayo-Agosto) 2024: 1-17/ISSNe: 2215-2636
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LA FRONTERA, EL «NO-LUGAR» RECURRENTE EN LA
LITERATURA MEXICANA RECIENTE. UN BREVE RECORRIDO
DESDE LOS MÁRGENES
The Border, the Recurring “Non-place” in Recent Mexican Literature. A Brief
Journey from the Margins
Gerardo Castillo-Carrillo
RESUMEN
El presente artículo se centra en analizar algunas obras clave de la literatura mexicana contemporánea, en las que la frontera
geográfica sur o norte de México es representada como un espacio contrahegemónico, violento y geopolíticamente
vulnerable. Para tal propósito, se revisarán de manera particular las novelas 2666 (2004), de Roberto Bolaño; Al otro lado
(2008), de Heriberto Yépez; Las tierras arrasadas (2015), de Emiliano Monge, así como el poemario testimonial El libro
centroamericano de los muertos (2018), de Balam Rodrigo. En estos textos la frontera es configurada como un territorio de
múltiples relaciones socioculturales y transacciones económicas, en los que los valores e intereses particulares están
condicionados por las leyes del mercado. En cada una de estas obras está presente de manera directa o indirecta el
narcotráfico, el cual controla, administra o elimina todo aquello que le parece inservible.
Palabras clave: frontera, heterotopía, periferia, migración, violencia.
ABSTRACT
This article focuses on the analysis of some contemporary Mexican literary works, in which the southern or northern
geographical border of Mexico is represented as a counterhegemonic, violent, and geopolitically vulnerable space. For this
purpose, the novels 2666 (2004), by Roberto Bolaño To the other side (2008), by Heriberto Yépez; The Scorched Lands
(2015), by Emiliano Monge, and the testimonial collection of poems The Central American Book of the Dead (2018), by
Balam Rodrigo will be reviewed in particular. In these texts, the border is configured as a territory of multiple sociocultural
relations and economic transactions, in which particular values and interests are conditioned by the laws of the market. In
each of these texts, drug trafficking is present directly or indirectly, who controls, manages, or eliminates everything that
seems useless.
Keywords: border, heterotopia, periphery, migration, violence.
Universidad Iberoamericana-Puebla, Puebla, México. Profesor del Departamento de Humanidades. Doctor
en Literatura Hispanoamericana. Correo electrónico: gerardocastilloc@hotmail.com. ORCID:
https://orcid.org/0000-0002-8167-1169
DOI: https://doi.org/10.15517/rk.v48i2.60976
Recepción: 1/11/2023 Aceptación: 6/12/2023
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I. Introducción
El espacio geográfico en la literatura se construye a partir de lugares reales o desde la
imaginación. En los géneros narrativos conforma una unidad con el componente temporal. El propio
Mijail Bajtín (1989) propone la noción de cronotopo para referirse a la disposiciones espacio-
temporales manifiestas en la novela y considera que es un centro organizador de los acontecimientos
narrativos. No obstante, el espacio también puede ser un mecanismo que expresa una realidad
socioeconómica concreta, una zona de territorialización, o bien un lugar de poder y control. En
consecuencia, en el presente estudio se demostrará que, desde la literatura, existe una clara identidad
territorial articulada con una intención específica. Por tal motivo, en los textos que a continuación
analizo, la frontera es configurada como un territorio de múltiples relaciones socioculturales y
transacciones económicas, en los que los valores e intereses particulares están condicionados por las
leyes del crimen organizado.
El espacio literario, de acuerdo con Araújo y Picallo (2013), es una construcción verbal a
través de elementos retórico-estilísticos. En esta dirección, Iuri Lotman (1973) considera que es un
principio de ordenación y distribución de los personajes, en la que se establece una configuración del
topos mediante estructuras supratextuales y lingüísticas que producen una «imagen del mundo», así
como relaciones espaciales. Luz Aurora Pimentel (2001), al respecto, apunta que los espacios
representados en la ficción pueden ser «reconocibles» con una clara referencialidad, o bien estar
distorsionados, como parte de una percepción personal o estética del autor: «el contrato de
inteligibilidad implica no sólo modelos de conducta social e individual sino modelos de
espacialidad que interactúan para producir la significación narrativa, como los lugares del mundo
real» (p. 10).
En este orden, Michael Foucault (1967), en su conferencia titulada «De los espacios otros»,
plantea que existen espacios que rompen con la lógica de la normalidad, precisamente porque alteran
los mecanismos de comportamiento; en otras palabras, son áreas territoriales diferentes, contrapuestas
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a las zonas hegemónicas que están bajo la regulación de las instituciones de poder. Foucault (2010)
un año antes formuló el concepto de heterotopía para explicar la presencia de lugares inclasificables
que eluden el control, de esta manera el cementerio, el prostíbulo o el teatro, según el filósofo francés,
serán espacios que cumplen con estas características. A pesar de ser la contraparte, estos lugares son
localizables de manera física, pero suelen variar, transformarse y en ocasiones ser discordantes; en
síntesis, pueden constituir una mutación hacia la alteridad.
A partir de este panorama, se puede observar, por ejemplo, que el espacio representado en la
narrativa sicaresca está situado en las comunas, zonas marginales que contrastan con los barrios
residenciales de la ciudad de Medellín. De manera semejante, estos rasgos también se cumplen en la
novela villera, la cual tiene como escenario los suburbios de Buenos Aires, vecindarios con una
infraestructura de vivienda desorganizada y escasos servicios básicos, pero que coexisten con los
barrios tradicionales de la urbe. Del mismo modo sucede con las favelas, territorios precarios situados
dentro del área metropolitana de Río de Janeiro o San Paulo. Asimismo, la zona fronteriza de México
(norte-sur) es un espacio conflictivo por el que transita un alto índice de migración en el que además
se comercia todo tipo de mercancía (droga, sexo, mujeres, órganos humanos, entre otros),
convirtiéndolo en un área de excepción y diferenciándolo del resto del territorio del país.
La frontera es un espacio con múltiples prácticas sociales, generalmente transitada por sujetos
marginados, víctimas de la desigualdad económica
1
. Geopolíticamente es una línea divisoria que
delimita un territorio específico y, a su vez, se puede dividir como una zona segura e insegura,
dependiendo de la posición en que se esté. Gloria Anzaldúa (1999) considera que es un espacio
ambiguo, indeterminado y en constante transición, habitado por personas «prohibidas»: migrantes
1 A partir del actual acuerdo migratorio entre México y Estados Unidos, las ciudades fronterizas han decidido
poner restricciones y deportar a sus países de origen (Venezuela, Brasil, Nicaragua, Colombia y Cuba) a las
más de 8000 personas que diariamente intentan llegar a Norteamérica. La deportación tiene como finalidad
evitar la extorsión, la explotación sexual, muerte o secuestro de migrantes en el espacio fronterizo compartido
por ambas naciones. No obstante, este alto flujo, según el Instituto Nacional de Migración, está impulsado por
los propios contrabandistas, quienes operan organizadamente en la franja fronteriza sur y norte de xico. Cfr.
Secretaría de Gobernación. (2021). Estadísticas migratorias. Síntesis 2020. Unidad de Política Migratoria,
Registro e Identidad de Personas.
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deportados, indigentes, drogadictos, traficantes, etcétera. En palabras de Manuel Delgado (1999), esta
área no tiene propietario, es un lugar vacío, propicio para los encuentros, los intercambios y los
contrabandeos. Sin duda, la frontera en el imaginario colectivo es un lugar simbólico que produce un
sinfín de significados y, en palabras de Pierre Bourdieu (1999), genera subalternidades bajo una
dialéctica del conflicto.
Líneas antes expuse algunos planteamientos sobre el concepto de heterotopía propuesto por
Michel Foucault (2010). La frontera, bajo esta perspectiva, se puede considerar un espacio alterno,
un lugar de desviación; es decir, una zona que rompe con lo socialmente establecido y todo aquello
que es inclasificable, fuera del orden político, convirtiéndose bajo estas condiciones en un lugar
heterotópico, donde los sujetos no deseados pueden transitar porque han sido excluidos por las
dinámicas que las élites y el capitalismo global imponen. De alguna u otra forma, el territorio
fronterizo constituye un escenario de desorganización que produce todo tipo de comercio clandestino
(narcotráfico, prostitución, extorsión). En consecuencia, estos «no-lugares» surgen como el anverso
de aquellos espacios ideales, ordenados y regulados bajo los marcos de las clases hegemónicas e
institucionales; no obstante, siempre será necesaria la yuxtaposición de lugares que presentan
resistencia a la norma.
II. La frontera: una constante en la literatura mexicana
En la literatura mexicana, la frontera ha sido un espacio geográfico frecuente, en principio
como un destino trágico, tal como se puede observar en Murieron a mitad del río (1962) de Luis
Spota; después, como una zona de constaste crimen y violencia, como ejemplo podemos mencionar
las novelas Sueños de frontera (1989) de Paco Ignacio Taibo II, Juan Justino Judicial (1996) de
Gerardo Cornejo, Tijuana dream (1998) de Juan Hernández Luna o La frontera de cristal (1995) de
Carlos Fuentes. En conjunto estas obras plantean el debilitamiento y la decadencia del orden estatal,
como parte de la globalización económica y del alto flujo migratorio. La narrativa mexicana abordará
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esta problemática desde distintos ángulos, tratando de analizar la compleja realidad que representa
transitar el territorio fronterizo.
De esta manera, la frontera, para los escritores, se convierte en una temática atractiva y
desconcertante a su vez por las múltiples interacciones o paradojas que representa su escenario,
elementos que se ven reflejados en obras como Instrucciones para cruzar la frontera (2002), de Luis
Humberto Crosthwaite; 2666 (2004), de Roberto Bolaño; La Mara (2004), de Rafael Ramírez
Heredia; El ejército iluminado (2007), de David Toscana, Al otro lado (2008); de Heriberto Yépez;
Señales que precederán el fin del mundo (2009), de Yuri Herrera; La fila india (2013); de Antonio
Ortuño
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, Las tierras arrasadas (2015) de Emiliano Monge, entre otras. De forma conjunta, estas
novelas abordan el problema de la migración masiva bajo el dominio del crimen organizado,
evidenciando el debilitamiento y complicidad de las instituciones gubernamentales en un contexto de
alta vulnerabilidad para la población civil.
Como antecedente inmediato a las obras antes mencionadas, se puede citar La frontera de
cristal de Carlos Fuentes, publicada en 1995 bajo el sello de la editorial Alfaguara. La novela está
estructurada en nueve cuentos o apartados que se entrelazan a través de los personajes, quienes
exponen distintos conflictos de la realidad bicultural en la frontera entre Estados Unidos y México.
En la mayor parte de los relatos los desplazamientos sociales de los personajes se plantean desde una
posición de subalternidad: inmigrantes, obreros, indocumentados, sirvientas, entre otros, los cuales
se caracterizan por padecer históricamente una opresión política-económica por parte del
norteamericano, y esta condicionante es referida no solo a nivel temático, sino también en el plano
espacial, pues la frontera representa el territorio de exclusión de esta clase social marginada.
2
Si bien es cierto que novelas como La Mara, Fila india o Señales que precederán el fin del mundo tratan sobre
la frontera, el objeto narrativo de estas obras se concentra, respectivamente, en las pandillas criminales, en
funcionarios migratorios y en una cosmovisión mítica-alegórica de México. Por tal motivo, he considerado
analizar solo aquellos textos literarios donde la frontera es visualizada como un dispositivo del capitalismo
neoliberal y donde el crimen organizado ejerce pleno dominio geopolítico sobre este territorio.
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En La frontera de cristal todos los personajes están situados en la periferia, pues al estar
relegados de los patrones económicos son ubicados espacialmente (Ciudad Juárez) como seres
marginados. Dentro del relato, el territorio fronterizo (Estados Unidos) que los personajes desean
sobrepasar y que nunca lo consiguen, se torna simbólicamente en un elemento de conflicto entre el
individuo y el sitio anhelado. De este modo, una vez más la antinomia centro-periferia vuelve a
aparecer como un mecanismo que configura la visión y el espacio narrativo. Desde la perspectiva de
Foucault (2010), la Unión Americana representa, para los personajes de la novela, el lugar utópico,
que proyecta una idea de sociedad perfecta, pero a su vez también es el reverso de esa sociedad que
oscila entre las dos fronteras.
Sin duda, uno de los textos que con más acierto ha abordado la temática fronteriza en Ciudad
Juárez es «La parte de los crímenes» de la novela 2666 de Roberto Bolaño. Santa Teresa se convierte
en el espacio ficcional para relatar los cruentos e incontables feminicidios, bajo un escenario
compuesto de migrantes, trabajadoras de maquila, sexoservidoras y traficantes. Todos estos sujetos
están subordinados a las normas que impone la globalización económica, convirtiendo principalmente
a las mujeres en los seres s vulnerables, pues sus asesinatos son consecuencia de una violencia
simbólica y sistemática que se perpetra desde las fuerzas policiacas y que además el propio Estado
con su desinterés silencia.
Cabe destacar que en «La parte de los crímenes» de 2666, otro elemento que evidencia la
condición de subalternidad en el que se encuentra las mujeres es el lugar o la zona donde son hallados
sus cuerpos: el desierto, los basureros o las alcantarillas. Esto demuestra el nivel de cosificación al
que son reducidas por los homicidas:
Esto ocurrió en 1993. En enero de 1993. A partir de esta muerta comenzaron a contarse los
asesinatos de mujeres. Pero es probable que antes hubiera otras. La primera muerta se llamaba
Esperanza Gómez Saldaña y tenía trece años. Pero es probable que no fuera la primera
muerta. Tal vez por comodidad, por ser la primera asesinada en el año 1993, ella encabezaba
la lista. Aunque seguramente en 1992 murieron otras. Otras que quedaron fuera de la lista o
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que jamás nadie las encontró, enterradas en fosas comunes en el desierto o esparcidas sus
cenizas en medio de la noche, cuando ni el que siembra sabe en dónde, en qué lugar se
encuentra. (Bolaño, 2004, p. 444)
El fragmento antes citado demuestra que las mujeres asesinadas quedan reducidas a nada,
desaparecidas del mapa y silenciadas. En este sentido, Judith Butler (2010), en su texto Marcos de
guerra, apunta que, en el contexto de una guerra, las víctimas o muertos no son considerados dignos
de duelo porque son vistos como población sustituible debido a que hay una política del desecho. De
manera semejante sucede con las muertas en la novela 2666: sus cuerpos, al ser depositados en
basureros o en fosas clandestinas, son hallados en calidad de cadáveres anónimos e inservibles
3
, los
cuales no pueden ser llorados por sus familiares porque siempre estarán bajo el signo de la
incertidumbre ante su desaparición.
De este modo, la Santa Teresa ficcional, que evidentemente tiene como punto de referencia
a Ciudad Juárez, comparte las mismas características de las metrópolis fronterizas del país: migración
excesiva, insuficiencia laboral, corrupción policiaca, altos índices de marginación y el predominio
del crimen organizado. Estas condiciones de alta vulnerabilidad, en la población más pobre, solo es
propiciada por la inexistencia del Estado, de instituciones de justicia débiles, así como una vorágine
de violencia y horror. Por consiguiente, Santa Teresa en la novela constituye, retomando a Anzaldúa
(1999), un lugar inseguro, oscuro, un espacio netamente fronterizo que marca una línea divisoria a
través del desierto y que conlleva un límite entre un territorio seguro o positivo y «otro no lugar» que
representa todo lo contrario.
3
Zygmunt Bauman (1999), en su texto Vidas desperdiciadas, reflexiona sobre la concepción de los «residuos
humanos» que produce la modernidad. Para el autor, los migrantes, refugiados y sectores marginales en
conjunto son una «población superflua» e inútil para el sistema capitalista. En el mundo, apunta Bauman, se
propaga una política de invisibilizar o desaparecer de la escena pública a estos grupos sociales, debido a la alta
inseguridad que en cierto momento pueden representar, así como su inoperancia para consumir o generar
economía.
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De este modo, también se convierte en un espacio degradado cuyos múltiples feminicidios
registrados, en el plano social, pasan inadvertidos. En términos de Marc Augé, se convierte en un «no
lugar», un territorio anónimo que manifiesta decadencia moral:
A mediados de febrero, en un callejón del centro de Santa Teresa, unos basureros encontraron
a otra mujer muerta. Tenía alrededor de treinta años y vestía una falda negra y una blusa
blanca, escotada. Había sido asesinada a cuchilladas, aunque en el rostro y el abdomen se
apreciaron las contusiones de numerosos golpes. En el bolso se halló un billete de autobús
para Tucson, que salía esa mañana a las nueve y que la mujer ya no iba a tomar. (Bolaño,
2004, p. 446)
De acuerdo con los planteamientos de Foucault (2010), Santa Teresa, en tanto ciudad
fronteriza, se identifica como una heterotopía de desviación debido a que sus habitantes se comportan
de manera retorcida y, excluyen toda clase de normas jurídicas y comportamiento social. Bajo estas
condiciones, en el mismo territorio surgen múltiples espacios que en mismos resultan
incompatibles.
De igual manera, en la novela Al otro lado, el relato esubicado en un lugar ficticio llamado
Ciudad de Paso. De manera semejante a 2666, la frontera es representada como un territorio
contradictorio, heterogéneo y conformado de múltiples zonas, así como de una discontinuidad
económica en permanente crisis, la cual genera sujetos marginales como Tiburón, personaje central
de la historia, quien es adicto al phoco (una sustancia compuesta de restos de cocaína y raticida). Esta
Ciudad de Paso habitada de niños drogadictos, polleros narquillos y migrantes representa un espacio
inseguro e inestable:
Ciudad de Paso estaba cambiando de mando. El cartel tomaba control absoluto de las calles.
Todos se sentían amenazados. Cada colonia era una zona de guerra; y cada casa, una fortaleza.
Los nuevos jefes de El Matamorros no querían extraños chingando, y este balazo, tan preciso
como indiferente de su blanco específico, era uno de los tantos avisos del giro general de la
jefatura. Tiburón no era el único bajo la noche del phoco. Había otros. Otros más poderosos.
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Cada cerro tenía propietario. Cada esquina. Cada barrio. Tiburón debía regresar a su propio
terreno (Yépez, 2008, p. 21)
Acorde con la cita anterior, esta ciudad fronteriza está articulada como un espacio peligroso
e intransigente, habitado por sujetos subalternos que generan lugares específicos de control y
comercio. Así, esquinas, calles, lotes baldíos o casas son esas otras orillas de la frontera que se
resignifican a partir de sus usuarios y prácticas. Estos sitios están yuxtapuestos a otros tantos
territorios ubicados en la propia Ciudad de Paso, la cual presenta las mismas características y
problemáticas que otras metrópolis fronterizas (Ciudad Juárez, Tijuana, Matamoros), pero a su vez
producen otros espacios ambivalentes que rompen con la lógica de la urbe.
En la narrativa mexicana reciente que tiene como temática la frontera, de alguna manera, se
comparte la misma visión sobre esta zona: límite, separación, diferencia, barrera, confrontación,
fisura, etcétera. Todos estos elementos forman parte de una inconclusa y contradictoria discusión que
Heriberto Yépez (2008) en la novela Al otro lado aborda a partir de la migración. En el texto, Tiburón
y su hermano se dedican a trasladar personas de manera clandestina hacia Estados Unidos; como
«polleros» promocionan un cruce seguro «al otro lado». Por supuesto, en el texto subyace una
idealización por parte de los personajes (drogadictos, polleros, migrantes) de la vida en Norteamérica:
«En su sueño, Tiburón, tocaba una puerta más. Y esperaba que se le abrieran. Era una puerta de color
café oscuro, de madera esmaltada. La tocaba insistentemente. Esperaba entrar al otro lado» (Yépez,
2008, p. 94). Esta alegoría onírica de hallarse al otro lado representa el deseo de colocarse en una
alteridad espacial diferente, un lugar alterno como Sunny City, donde se puede encontrar resguardo
y escapar del territorio violento y hostil el que vive.
A propósito de la novela Al otro lado, Silvia Ruzzi (2014) considera que la intención de la
obra, más allá de las referencias geográficas a Tijuana y San Diego, es hallar un espacio liminal «entre
los sueños y la pesadilla, el amor y el odio, la realidad y la imaginación y lo material y lo etéreo» (p.
118). Es decir, apunta Ruzzi, persiste un anhelo por crear un contra-espacio, situado entre el linde
mental y personal que busca quebrantar el lugar, la frontera, el límite territorial. En consecuencia,
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estas fronteras geográficas o simbólicas son puntos de fuga para producir «no-lugares» alternativos
con un propósito de revitalización, refugio o transgresión. En términos de Michel Foucault (1967),
este tipo de escenarios rompen con las fuerzas de poder implantadas desde la institucionalidad, son
zonas de resistencia en las que se genera una dialéctica sobre las condiciones y circunstancias
particulares del territorio.
Del mismo modo que en 2666 y Al otro lado, en Las tierras arrasadas el espacio geográfico
es ficticio (Ojo de Hierba). La historia se organiza en tres secciones: El libro de Epitafio, El libro de
Estela y El libro de los Chicos de la Selva. Los dos personajes centrales, Epitafio y Estela, se dedican
a secuestrar y extorsionar migrantes desde Centroamérica hasta la frontera norte de México. Bajo el
entendido de cruzarlos a Estados Unidos, engañan a sus víctimas haciéndolas caminar por la selva y
el desierto, pero al llegar a un lugar denominado el «Tiradero», los migrantes son asesinados para ser
despojados de sus pertenencias:
Cuando todos los presentes han ocupado ya sus nuevas posiciones, Estela chifla por primera
vez y es así que le entrega a sus muchachos su nueva orden. Estalla entonces la primera ráfaga
de fuego y los que llevan varios días andando caen al suelo, vomitando unas palabras que sus
bocas lanzan crudas. (Monge, 2015, p. 18)
En principio, la selva se vuelve una zona agreste que simbólicamente aniquila a los migrantes
y los vuelve un remanente sin rastro. Además, representa tal como lo plantea Gloria Anzaldúa (1999),
el «lugar inseguro», ese espacio indeterminado por el que transitan sujetos oscuros, peligrosos o
prohibidos, todos aquellos que trasgreden los mites de lo socialmente permitido. En esta borderland,
Epitafio y Estela abusan de la buena voluntad de los migrantes centroamericanos que, con la ilusión
de llegar a Estados Unidos, confían en la palabra de estos dos criminales y asesinos, quienes
valiéndose de la marginación de estos sectores los secuestran, asaltan y matan. La frontera norte solo
es un espejismo que nunca logran alcanzar, pues la selva, de manera alegórica, se los traga,
condenándolos al olvido perpetuo. No obstante, en toda la novela se intercalan distintas voces y
testimonios de migrantes con el propósito de no borrar su existencia.
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Los distintos testimonios, intercalados a lo largo de la novela, comparten la misma visión
pesimista, así como un evidente desaliento por la violencia y las circunstancias adversas que padecen
en su trayecto por cruzar la frontera. Paradójicamente, Epitafio y Estela, estos dos criminales que
asaltan y extorsionan migrantes, en su infancia sufrieron situaciones de maltrato y abandono,
semejantes a las de sus víctimas:
No debí haberlo intentado… no debí nunca haberme ido… y pensar que yo creía que
podría… por pendejo… por no creer que no se puede… que uno sale siempre derrotado…
que lo derrota a uno este sitio… que lo derrotan siempre a uno estas gentes… convirtiéndolo
en perro… un animal pues solamente. (Monge, 2015, p. 54)
De alguna manera, dichas voces funcionan como conciencia colectiva y como denuncia del
abandono social, económico y de seguridad que se ha ejercido contra las poblaciones más
desfavorecidas de los países centroamericanos. Estos testimonios tienen como propósito dejar rastro,
dejar constancia de su existencia, porque el olvido es aún más perjudicial que la propia exclusión. En
consecuencia, Las tierras arrasadas es una alegoría de territorios contrahegemónicos y complejos en
constante tensión a causa de las reglas que dicta el mercado criminal.
Dichas zonas son un lugar transitorio donde se producen múltiples relaciones, razón por la
cual el poemario testimonial El libro centroamericano de los muertos
4
, escrito por el poeta
chiapaneco Balam Rodrigo, se centra en explorar las diversas caras de la migración centroamericana,
en la frontera entre Guatemala y México, a través del registro de diversas voces. Los poemas reflejan
una profunda visión realista sobre la pobreza, la violencia y la muerte que padece la población que
4
Previo a este texto, Balam Rodrigo publica en el año 2017 Marabunta, poemario en el que también se aborda
el tema de los migrantes y su transitar por distinto lugares de Centroamérica. En este libro se subraya la miseria
y las condiciones de exclusión que padecen en sus distintos países estos grupos sociales. De igual modo, se
analiza el concepto de frontera y sus implicaciones de legalidad e ilegalidad. Para el propio autor, Marabunta
es un testimonio familiar y colectivo, en él está presente su infancia, sus hermanos, amigos, experiencias, entre
otros. He considerado centrarme en El libro centroamericano de los muertos por la exploración directa que se
hace de la violencia y la muerte. Véase Balam Rodrigo, (2017). Marabunta. Editorial Libros Invisibles.
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por necesidad económica se moviliza del sur hacia el norte, con el propósito de llegar a los Estados
Unidos.
Dentro del poemario, Balam Rodrigo establece una red intertextual con el libro Brevísima
relación de la destruición de las Indias de Fray Bartolomé de las Casas, cuyo tratado expone de
manera crítica la barbarie y violencia que padecieron los indígenas durante la Conquista. Bajo esta
premisa, el autor trata de equiparar el terror político y criminal que sufren los migrantes
centroamericanos en su recorrido por la frontera sur mexicana, con el maltrato que padecieron los
indígenas durante la Conquista. Por tal motivo, no es fortuito que el poemario lleve como subtítulo:
Brevísima relación de la destruición de los migrantes de Centroamérica, colegida por el autor, de la
orden de los escribidores de poesía, año de MMXI, a través del cual se establece una abierta denuncia
contra la violencia estructural perpetrada desde el poder político, las fuerzas policiacas y agudizada
por la delincuencia organizada.
Desde el punto de vista geográfico, México comparte la frontera sur con Guatemala y Belice.
Este territorio es una zona de abundante vegetación, conformada por selva, ríos y volcanes. Dichas
características naturales son resaltadas y descritas en el poema titulado «14°53,37.0 N 92°14’49.0»
«W» (Tapachula, Chiapas):
El Río Suchiate nace en el Volcán Tacana en la Sierra madre centroamericana lugar de
tránsito y tráfico ilegal de indocumentados ; durante su trayecto se convierte en una frontera
natural entre México y Guatemala, y recorre 8 kilómetros para desembocar en el Océano
Pacífico. Divide los poblados de Tecún Umán, Guatemala, y Ciudad Hidalgo, México.
(Balam Rodrigo, 2018, p. 34)
El primer filtro que deben pasar los migrantes centroamericanos, en su destino hacia los
Estados Unidos, justo es Ciudad Hidalgo, Chiapas, colindante con el Río Suchiate y Tecún Umán,
Guatemala. Este territorio fronterizo registra un constante flujo y movimiento, en el que circulan
sujetos que solo están de paso. Dicho espacio cumple con los elementos que Marc Augé (1993)
denomina como un «no lugar», caracterizado por presentar rasgos locales y a su vez globales, pero
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ante todo por ser un escenario de estricta movilidad, fugacidad y efímero para los visitantes (p.83).
Estos «no-lugares» manifiestan una experiencia propia y única para aquellas personas que los
transitan. Se puede afirmar que son regiones que producen una cultura particular, cambiante e
intransigente y que además propician el anonimato involuntario de los individuos.
Los rasgos antes expuestos de los «no-lugares» se pueden observar en ciudades fronterizas
como Ciudad Hidalgo, Tapachula, Tijuana, Nogales y Matamoros, por ejemplo. Otras características
que se presentan en este tipo de espacios son la ambigüedad cultural y una identidad imprecisa que
propicia una ausencia de la historia, aspecto que, en consecuencia, motiva el anonimato social de
infinidad de migrantes asesinados que son olvidados, borrados de los registros oficiales:
[...] tirados a un lado en los caminos de extravío, mordidos por alambradas, destrozados por
manos muertas, atropellados por trenes que gritan en medio del vacío como pájaros
despedazados por mandíbulas de óxido, lo que antes fueron pantalones, zapatos, blusas, tela,
son ropas e hilachos sin cuerpo, rastrojo, recientes formas sin carne, piezas hormadas por la
muerte extendiendo su cordón umbilical de suciedad y trapos desde el río Suchiate hasta el
no Bravo [...] como el rastro de sangre que deja el animal herido por los tajos del machete,
así las huellas, los músculos, los muñones regados a los lados de las vías del tren por las que
pasa La Bestia con su parvada de guadañas: rieles, escaleras de acero cosidas al dorso de
México, columna vertebral de un país completamente desmembrado [...]. (Balam, 2018, p.
41)
Bauman (2005), a propósito de los migrantes, apunta que la marginación provoca que haya
una infinidad de excluidos que no tienen cabida en el sistema económico, político y social y que
sobreviven en condiciones denigrantes, generando una «cultura de los residuos humanos» en la que
los entes financieros controlan e imponen una agenda global (p. 35). Estas premias de Bauman, sin
duda, están presentes en los testimonios de las ltiples voces que aparecen en El libro
centroamericano de los muertos. En este contexto, es necesario considerar que en Centroamérica,
debido a sus frecuentes revueltas sociales y escaso desarrollo económico, se ha agudizado la pobreza
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en las clases marginadas, lo que propicia que las élites financieras, así como el crimen organizado,
hagan más vulnerables a sectores excluidos como los migrantes, los cuales son visualizados como
mercancía, pues en su condición de subalternidad son extorsionados o sujetos de explotación sexual
o laboral, lo que los convierte en moneda de cambio para intereses políticos o delictivos.
Ahora bien, se debe considerar que la frontera generalmente elude los marcos normativos y
legales que la regulan debido a la serie de prácticas ilícitas que se producen. Al respecto Foucault
(1967) asevera que este tipo de espacios, al evadir la lógica institucional, se convierten en «no-
lugares» a causa de estar en conflicto constante entre el poder y la resistencia social, aspecto que, por
ejemplo, los migrantes sobrellevan en su tránsito por esta zona. Asimismo, subraya que este tipo de
regiones, como la frontera, son fragmentos geográficos aislados que generan nuevas narrativas
espaciales.
Los planteamientos de Foucault (2010) permiten observar que la visión y los marcos de
referencia sobre la frontera mexicana son distintos al resto de la geografía mexicana. El espacio
fronterizo es un territorio caracterizado por la violencia, el narcotráfico, la explotación sexual y
laboral, generando con ello una cultura de la muerte y el desecho humano, aspectos que Balam
Rodrigo destaca como leitmotiv del poemario. En contraste con esta idea, dentro del texto hay cinco
secciones con el título «Álbum familiar centroamericano». A partir de esta sección se incorporan
fotografías en las que aparece el poeta con sus padres, sus hermanos y migrantes que fueron
albergados en la casa del autor; con ello evidencia que en este tipo de espacios prevalece, de acuerdo
con Foucault (2010), un entorno heterogéneo que propicia una red de encuentros con la diversidad,
lugares donde se encuentran distintas perspectivas e intereses. De esta manera, el hogar de Balam
Rodrigo ante tanto caos representa una zona de resguardo, yuxtapuesta a otros tantos territorios en sí
mismos incompatibles y contradictorios.
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III. Conclusión
La complejidad de relaciones que representa la migración provoca un sinfín de conflictos
sociales. La frontera, bajo esta lógica, genera una dinámica del desecho en la que las personas son
remplazables, convirtiéndose en simple mercancía para los grupos criminales. De acuerdo con los
planteamientos anteriores, en los textos analizados se puede observar que la delincuencia organizada
es la fuerza que controla y administra la frontera. En este espacio se genera un comercio global, en el
que el narcotráfico y los migrantes son bastante redituables para las bandas criminales. Esta economía
subterránea funciona, como ya se apuntó, bajo una lógica del desecho. De este modo, la máquina
capitalista opera su territorio de forma desorganizada, caótica e irracional, incorpora otros sistemas
que no puede controlar, se apropia de ellos y los hace parte de su propio orden. Se conduce, en
términos de Deleuze y Guattari (1985), como una entidad esquizofrénica que bloquea o interrumpe
cualquier movimiento de territorialización.
Bajo este contexto, la frontera como espacio heterotópico donde se confronta lo conocido y
lo extraño, queda fragmentada, descentrada. Ante estas condiciones, el territorio se convierte en un
laberinto en el que confluyen diversos lugares que aparentemente no representan ningún peligro, pero
que son una amenaza constante por el control que ejercen sobre las sociedades actuales y la
negación de alguna posible salida de este yugo capitalista. En este sentido Achille Mbembe (2011)
asevera que el Estado no reconoce ninguna autoridad que le sea superior en el interior de sus fronteras.
Por otro lado, el Estado emprende la tarea de «civilizar» las formas de asesinar y de atribuir objetivos
racionales al acto mismo de matar. Bajo esta premisa, entonces, la función del Estado consiste en
administrar la muerte, contraviniendo el principio de seguridad y protección que debe proporcionar a
los ciudadanos; en consecuencia, el territorio fronterizo, tal como lo plantea Foucault (2010), se
transforma en un espacio fracturado y contradictorio donde se subvierte el orden jurídico, generando
así la presencia del «no-lugar».
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Las obras analizadas comparten una misma visión: la frontera es un territorio compuesto de
múltiples puntos geográficos, un espacio de conflicto en constante disputa, controlado por los carteles
de narcotráfico y distintas bandas criminales, bajo la complicidad de policías, agentes migratorios y
la omisión del Estado. Sin embargo, la frontera se convierte para los migrantes, pese al evidente
peligro, en un lugar dialéctico que provee esperanza y porvenir. Sin duda, estos nómadas que recorren
más de cuatro mil kilómetros de sur a norte construyen una nueva lógica geográfica, y quizá en la
apropiación del espacio a través de la resistencia social.
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