Káñina, Rev. Artes y Letras, Univ. de Costa Rica XLVIII (3) (Setiembre-Diciembre) 2024: 1-35/ISSNe: 2215-2636
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PAISAJE LINGÜÍSTICO URBANO Y RURAL EN LA ARGENTINA.
POSTALES DE LA PAMPA BONAERENSE
Urban and Rural Linguistic Landscape in Argentina.
Postcards From Buenos Aires Pampas
Yolanda Hipperdinger*
RESUMEN
El estudio de lo que hoy se conoce como paisaje lingüístico se ha centrado, desde los aportes que dieron
origen a ese estudio a finales del siglo pasado, en la coexistencia interlingüe. En la evolución de las
investigaciones sobre paisaje lingüístico, además, se aprecia una clara preferencia por las indagaciones
referidas al espacio urbano. Este artículo mantiene el primer foco de interés y se ocupa también de un espacio
urbano, pero procura contribuir al mismo tiempo a la ampliación de la investigación sistemática del paisaje
lingüístico al espacio rural. Con ese propósito, y sobre la base de datos recolectados en la ciudad argentina de
Bahía Blanca y su zona rural aledaña, el artículo inicia la investigación específica sobre el paisaje lingüístico
rural en la Argentina y desarrolla una comparación, de escala regional, entre el paisaje lingüístico urbano y el
rural.
Palabras clave: paisaje lingüístico, área urbana, área rural, Argentina.
ABSTRACT
The study of what is known today as linguistic landscape has focused, since the contributions that gave rise to
that study at the end of the last century, on interlingual coexistence. In the evolution of research on linguistic
landscape, there has been also a clear preference for investigations referring to urban space. This article
maintains the first focus of interest and also deals with an urban space, but tries at the same time to contribute
to the extension of systematic research of the linguistic landscape to rural space. With this purpose, and on the
base of data collected in the Argentine city of Bahía Blanca and its surrounding rural area, this article opens
up specific research on the rural linguistic landscape in Argentina and develops a comparison, in a regional
scale, between the urban and rural linguistic landscape.
Keywords: linguistic landscape, urban area, rural area, Argentina.
1. Introducción
Desde el ya célebre trabajo de Rodrigue Landry y Richard Bourhis (1997), fundacional para
el estudio de lo que corrientemente se denomina hoy paisaje lingüístico, la aproximación al uso del
lenguaje en el espacio blico que esa denominación supone no solamente ha ganado un lugar
importante en el marco de los estudios sociales del lenguaje, sino que, paralelamente, no ha cesado de
ampliar su perspectiva. Así, a partir de una atención restringida a los aspectos exclusivamente
*Universidad Nacional del Sur (UNS) y Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas (CONICET). Bahía
Blanca, Argentina. Licenciada y Doctora en Letras (orientación Lingüística). Correo electrónico: yhipperdinger@uns.edu.ar
ORCID: https://orcid.org/0000-0002-7985-3625
DOI: https://doi.org/10.15517/rk.v48i3.63149
Recepción: 30/03/2024 Aceptación: 11/6/2024
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lingüísticos de los mensajes exhibidos, fue operándose una apertura hacia la consideración del
interjuego semiótico que llevó a atender también, por ejemplo, a los aspectos estéticos de la escritura
y las imágenes concurrentes con ella (Shohamy y Gorter, 2009; Sutherland, 2015); asimismo, desde
una consideración exclusiva del paisaje callejero se pasó a atender igualmente al de espacios de
acceso público arquitectónicamente interiores, como aeropuertos o instituciones escolares (Jaworski y
Thurlow, 2013; Gorter y Cenoz, 2015), y de una atención limitada a producciones con ubicación fija
expresamente prevista y permanencia temporal se pasó a incluir también producciones móviles, como
las portadas en transportes y vestimenta, y de condición precaria, como los anuncios manuscritos y los
grafitis (Rodríguez Barcia y Ramallo, 2015; Monje, 2017).
La enumeración de las diversas aperturas operadas podría extenderse, pero no es necesario a
nuestros fines: lo que nos interesa señalar es que, con independencia de todas las diversificaciones
que han tenido lugar, la atención de los estudiosos se mantuvo concentrada, de modo privilegiado, en
la coexistencia interlingüe, por un lado, y en el espacio urbano, por otro, permanencias basadas en la
omnipresencia del contacto lingüístico si se lo entiende en sentido amplio i.e. sin limitación al
contacto directo y en el hecho de que es en las ciudades donde más acusadamente se multiplican los
requerimientos y oportunidades que hacen florecer el paisaje lingüístico. Esto último es lo que nos
interesa especialmente en este artículo: de modo concomitante a la preferencia por el estudio del
paisaje lingüístico urbano, las pequeñas poblaciones no suelen ser objeto de investigaciones
específicas, y menos aún lo son las zonas propiamente rurales que median entre los diferentes
asentamientos poblacionales, aunque sus vías de circulación también son intervenidas para dar lugar a
la comunicación diferida que en el paisaje lingüístico se implica. De hecho, ha sido reiteradamente
señalada la notoria asimetría en el interés por el paisaje lingüístico urbano y por el que no lo es: son
ejemplos la categórica afirmación de Zabrodskaja y Milani (2014) de que el estudio del paisaje rural
es «extremely rare» (p. 1) y la observación de Ximei Jiang (2022) de que, en el marco de las pujantes
indagaciones actualmente desarrolladas en China, «[t]he research objects of linguistic landscape are
mostly in urban areas, while remote rural areas are neglected» (p. 132).
No obstante, el desinterés por el estudio del paisaje no urbano ha empezado a revisarse y,
como lo afirma Carmen Fernández Juncal (2019) destacada impulsora de la iniciativa en el ámbito
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hispanohablante, se han comenzado a investigar «los rasgos que definen el exiguo pero existente
paisaje lingüístico rural» (p. 43). En ese nuevo curso de indagaciones se encuadran los resultados de
las exploraciones comparativas que hemos llevado a cabo sobre el paisaje lingüístico de la ciudad de
Bahía Blanca, ubicada en el sudoeste de la provincia argentina de Buenos Aires, y su área rural
circundante.
En este artículo presentamos los principales resultados de esa investigación conjunta sobre los
paisajes urbano y rural, manteniendo el especial interés que comentamos por los emergentes del
contacto lingüístico directo o indirecto y atendiendo tanto a la señalética oficial como a la
cartelería promocional, inscriptas respectivamente en las direcciones agenciales que Ben-Rafael et al.
(2006) han denominado top-down y bottom-up
1
. Procuramos, al hacerlo, contribuir al desarrollo de
los estudios sobre paisaje lingüístico rural, que de este modo iniciamos en la Argentina, y en
particular al de sus diferencias o coincidencias con el paisaje lingüístico urbano, para impulsar
simultáneamente la comparación futura, a escala nacional e internacional, entre diferentes regiones en
las que ambos paisajes hayan sido complementariamente estudiados.
2. Sobre la oposición rural-urbano
La distinción que venimos invocando entre lo rural y lo urbano, que es patente cuando se
trata, por ejemplo, de caseríos campesinos aislados o de grandes capitales nacionales, no es siempre,
sin embargo, tan patente. En especial, se discuten los criterios a sostener para la delimitación
categorial en el caso de localidades de diferente envergadura: ¿a partir del cumplimiento de qué
condiciones una localidad pasa a ser considerada una ciudad? Una muestra de lo difícil que es trazar
la línea divisoria la ofrece la Ley 10806/1989 de la referida provincia argentina de Buenos Aires, que
en su artículo 2 establece que un núcleo poblacional deberá, para ser declarado ciudad, tener más de
5000 habitantes, pero establece complementariamente, en los artículos 4 y 5, una serie de condiciones
de infraestructura, administrativa y de servicios, exigibles para que una localidad de más de 5000
1
Esta dicotomía ha sido objeto de diversos cuestionamientos como puede verse ya en Kallen (2009, p. 273) y Lou (2012,
p. 46) , pero sigue siendo ampliamente sostenida en los estudios sobre paisaje lingüístico (v. e.g. Leimgruber, 2019;
Rohmah y Wijayanti, 2023). Es pertinente y operativa en lo que atañe a este artículo, por lo que la mantenemos.
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habitantes pueda ser considerada ciudad. Como se ve, los criterios implicados son irreductibles a una
dimensión única.
Por su parte, en su trabajo sobre paisaje lingüístico rural, Fernández Juncal (2019) enumera
remitiendo a Segrelles Serrano (2011) las siguientes características del espacio rural: «baja
densidad de población [...], separación borrosa entre población activa e inactiva, niveles de renta
inferiores a los de la población urbana y acceso algo más restringido a las infraestructuras y servicios»
(p. 43); la misma autora, no obstante, señala el carácter intrínsecamente relativo de esas
caracterizaciones (¿qué tan «inferiores» deben ser los ingresos o «baja» la densidad poblacional?), así
como que no son necesariamente coincidentes
2
. En la Argentina, esa falta de coincidencia se verifica
efectivamente en las ciudades, en tanto en ellas suelen existir tanto barrios de sectores adinerados con
baja densidad de población como populosos barrios desfavorecidos en los que los adultos mayores
suelen mantenerse trabajando por necesidad económica, e igualmente se verifica en el espacio rural,
en el que lujosas casas de campo de personas acaudaladas suelen tener acceso a los más diversos
servicios. Un claro ejemplo de la misma falta de coincidencia se aprecia en el contemporáneo
fenómeno global de la neorruralidad, que incluye a personas de sólidos ingresos que migran a zonas
rurales para llevar una vida más tranquila y cercana a la naturaleza
3
, aunque mantengan pautas
interactivas y hasta inserciones laborales dadas las condiciones y posibilidades actuales del trabajo
remoto muy diferentes de las de la población tradicionalmente asentada en el campo.
La intrínseca dificultad aludida tiene consecuencias obvias en los diseños de investigación
sobre paisaje lingüístico cuando se intenta no limitar el trabajo al típico espacio urbano que
regularmente se privilegia. Lo evidencian las consideraciones expuestas en los acercamientos
autoinscriptos en el estudio del paisaje lingüístico rural, como en el caso del de Banda y Jimaima
sobre la señalización multimodal de protección ecológica en zonas rurales de Zambia (2015, p. 648) o
el de Loth sobre la Sudáfrica rural post-apartheid (2016, pp. 8, 47). En diversos trabajos se incluye
además la discusión de la relación de la ruralidad con el turismo, tanto por las huellas que este puede
dejar en su visita a zonas rurales como por la eventual comoditización (Heller, 2003 et alibi) cultural
2
Consideraciones compatibles con las comentadas, también en relación con el estudio del paisaje lingüístico rural, son
presentadas por Mokwena (2017, p. 4).
3
En Trimano (2019) puede consultarse un estudio de caso sobre este tipo de neorruralidad en un valle serrano de la
Argentina, así como interesantes reflexiones sobre el fenómeno.
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y lingüística que puede favorecer; así ocurre, por ejemplo, en el caso del estudio de Reershemius
sobre pueblos rurales del noroeste de Alemania (2020) o el de Syrjälä sobre islas del archipiélago de
Estocolmo (2022). De hecho, entre los estudios sobre entornos no urbanos se cuentan algunos
desarrollados sobre pequeños poblados respecto de los cuales la categoría de paisaje turístico se
implica centralmente, como lo muestran los estudios de Moriarty (2015), Mühlhäusler y Nash (2016)
y Doering y Kishi (2022) sobre lugares de Irlanda, Australia (Norfolk Island) y Japón,
respectivamente. Es evidente, sin embargo, que, aunque la caracterización del paisaje rural y la del
paisaje turístico se funden en casos como estos, se trata de categorías diferentes, ya que también
numerosos paisajes urbanos pueden describirse como turísticos y que el paisaje rural puede tanto ser
turístico como no serlo. Es igualmente evidente que los pequeños poblados que suelen enfocarse en
los estudios de paisaje lingüístico rural son «menos rurales» que las propiedades unifamiliares de un
buen número de hectáreas, comunes en la pampa argentina.
En vista de lo expuesto y en consideración de la complejidad inherente a la distinción y la
diversidad de las realidades factuales, para la investigación cuyos resultados componen este artículo
decidimos seleccionar casos no controversiales: el paisaje urbano enfocado es el de una de las
principales ciudades de la provincia de Buenos Aires y la segunda costera de la Argentina y el
paisaje rural abordado solamente incluye una selección de las vías de circulación de su hinterland
rutas nacionales y provinciales, accesos y caminos vecinales, excluyendo cualquier conjunto de
edificaciones habitables. La exposición que sigue se refiere a los resultados generales obtenidos en el
estudio comparativo de ambos paisajes y sirve como descripción de los que pueden considerarse
polos de un continuum, entre los que se ubican en la región numerosos conglomerados poblacionales
de distinto tipo
4
sobre los cuales proyectamos continuar próximamente nuestras indagaciones.
3. El paisaje urbano: la ciudad de Bahía Blanca
Bahía Blanca se ubica a unos 700 kilómetros de la capital argentina, en la región denominada
sudoeste bonaerense. Esta región, parte de la llanura pampeana que es atravesada por el cordón
4
Además de la gradación correspondiente a la densidad demográfica relativa, pueden distinguirse entre ellos, por ejemplo,
los que se han constituido (o no) a partir de población inmigratoria de un mismo origen, los que se han especializado (o no)
en un tipo particular de producción y los que se consideran turísticos (o no).
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orográfico de Ventania, abarca el cuadrante sudoccidental de la provincia de Buenos Aires y se
corresponde con la mayor parte de su Sexta Sección electoral, constituyendo geográficamente la
transición entre el litoral pampeano y la Patagonia e inscribiéndose, desde el punto de vista
lingüístico, en el área dialectal bonaerense del español de la Argentina (v. e.g. Fontanella de
Weinberg, 2000)
5
. En la región, de perfil agrícola-ganadero, coexisten amplias extensiones rurales
con numerosos pueblos de escaso número de habitantes, muchos de ellos surgidos en torno de
estaciones ferroviarias, así como con centros urbanos de distinta concentración poblacional, entre los
que se destaca la ciudad de Bahía Blanca
6
.
El poblamiento inicial de lo que es hoy la ciudad surgió como «avanzada militar del gobierno
bonaerense» (Saus, 2018, p. 82), en torno de un fuerte fundado en 1828: el Fuerte Argentino o
Fortaleza Protectora Argentina, que tuvo un importante rol, primero en los intercambios de frontera
con la población indígena (v. Ratto, 2015, pp. 35 et alibi) y luego en la ofensiva contra ella desde el
que fue el último malón contra ese fuerte, en 1859 (v. Perrière, 2020). En 1856 se establecen las
inmediaciones del fuerte la Legione Agricola Militare, conformada por soldados provenientes de la
Península Itálica y sus familiares, para combinar el inicio de la labranza de las tierras de la bahía con
su resguardo armado; la Legione, que participó de la defensa del fuerte contra el último malón,
constituyó a un tiempo el primer aporte inmigratorio y el primero poblacional de importancia a la
actual ciudad de Bahía Blanca. El perfil «proeuropeo» de la ciudad se consolidó con la llegada
posterior de la inmigración que José Luis Romero (1963) ha llamado aluvial, sostenida por décadas en
la etapa de modernización del país (ca. 1880-1930): en 1914, fecha en que se registró la máxima
proporción de población inmigrada, en Bahía Blanca esa población llegó incluso a superar ligeramente
a la censada como argentina, con un amplio predominio de inmigración no hispanohablante en el
5
Hay alguna disparidad entre los estudiosos respecto de la delimitación de la región, como se puede observar por ejemplo al
confrontar las expuestas en Bróndolo de Mazeris y Zinger de Bilhé (1988, p. 14), Schroeder y Formiga (2011, p. 102) y
García Douma (2022, p. 6). En lo que atañe a nuestro trabajo, nos remitimos a la delimitación oficial establecida por la Ley
Provincial 13647/2007 y sus modificatorias (Plan de Desarrollo del Sudoeste Bonaerense) que, en lo que nos atañe, no
incluye el partido de Tres Arroyos, aunque numerosas publicaciones lo hagan (entre ellas, el propio sitio web oficial de Bahía
Blanca: https://www.bahia.gob.ar/wp-content/uploads/2018/08/INTERIORregional.jpg).
6
Según los datos del Censo Nacional de Población, Hogares y Vivienda desarrollado en 2022 (Instituto Nacional de
Estadística y Censos, 2024), los 22 distritos que componen la Sexta Sección suman una población de alrededor de 819 000
habitantes superior a la de la mitad de las provincias argentinas y el de Bahía Blanca es el más poblado de esos distritos
(seguido por los de Coronel Rosales, Tres Arroyos y Coronel Suárez). La ciudad de Bahía Blanca, cabecera del distrito
homónimo, supera los 300 000 habitantes y es la ciudad más poblada tanto del sudoeste bonaerense como de la Sexta Sección
electoral.
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marco de la cual se destacó notoriamente la proveniente de Italia, que alcanzó ese año el 20 % del total
(v. Fontanella de Weinberg, 1979, p. 18). La diversidad lingüística de la región, no obstante, fue
sometida a un fuerte proceso de homogeneización ya desde principios del siglo XX (v. Di Tullio, 2003
et alibi), con la instrumentación de eficientes políticas lingüístico-educacionales que operaron sobre la
población no hispanófona, tanto migrante como indígena, para impulsar la operación de un proceso
transversal de desplazamiento de las lenguas minoritarias y la consiguiente hegemonía del español.
El desarrollo propiamente urbano de Bahía Blanca se produjo en las últimas décadas del siglo
XIX, como consecuencia de la confluencia entre los movimientos migratorios referidos y los de
capitales vinculados con la construcción, en la década de 1880, de un puerto de aguas profundas y de
ramales ferroviarios destinados a reunir la producción de una vasta área circundante para su
exportación. En ese marco, el afianzamiento del modelo agroexportador en Argentina en el tránsito de
uno a otro siglo le dio a la ciudad un valor estratégico. Se agregó más tarde a ello una relevancia
similar en la red nacional de transporte automotor y, desde la década de 1980, también en la de
servicios de gas y electricidad, confluyente con la radicación de emprendimientos de industria básica
de envergadura (especialmente petroquímica). Bahía Blanca se constituyó así en «metrópoli regional»
(Bróndolo de Mazeris y Zinger de Bilhé, 1988, p. 30) por la coincidencia de su mayor concentración
demográfica relativa y centralidad político-administrativa en la región y su consiguiente rol de nexo
con las capitales provincial y nacional con este ponderable rol en la infraestructura económica del
país.
El paisaje lingüístico de Bahía Blanca, en coincidencia con lo relevado en múltiples
investigaciones sobre el paisaje urbano en distintos continentes, muestra también la preeminencia,
tanto en lo que respecta a la presencia relativa como en lo que respecta a prominencia visual, de las
producciones de agencia privada (bottom-up). Estas últimas se corresponden principalmente con la
cartelería comercial, mientras que las producciones de agencia oficial (top-down) se limitan, en
general, a la demarcación del espacio y el ordenamiento de la circulación en él. Entre estas últimas,
además, el lugar de mayor relevancia lo ocupan los nomencladores de las vías de circulación,
ubicados por el municipio en todas las esquinas, en los que los dos aspectos señalados se dan en
concurrencia: en cada nomenclador se incluye la denominación de la vía de circulación y la «altura»
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relativa de su trazado (un intervalo numérico, generalmente de una centena por cuadra, que permite en
cada una la identificación de los domicilios por su numeración correlativa), junto con la dirección de
circulación, que se indica mediante flechas. Dado que obviamente las «alturas» numéricas y las
indicaciones de circulación se repiten, pero los nombres de las vías de circulación no, son estas
decisiones onomásticas las que ocupan el lugar central de la producción top-down exhibida en el
paisaje lingüístico urbano, en consonancia con la importancia que tiene en las políticas de memoria y
otras jerarquizaciones comunitarias. Las dos fotografías que siguen ejemplifican la exhibición de tales
decisiones en el espacio público de Bahía Blanca
7
.
Figura 1 Figura 2
Como también en la producción bottom-up son decisiones onomásticas las que ocupan el
lugar principal, ya que las denominaciones de los comercios suelen ser lo más visible de todo el
paisaje urbano
8
, para presentar resultados de conjunto sobre el paisaje lingüístico de Bahía Blanca nos
centraremos en las elecciones denominativas más salientes de las dos direcciones agenciales a las que
antes nos referimos: las denominaciones que oficialmente se han dado a las vías de circulación de la
ciudad, en la primera dirección, y las que, en la segunda, se han dado a emprendimientos comerciales
privados. Estos dos conjuntos de elecciones se muestran de manera omnipresente en el paisaje: las
denominaciones oficiales enfocadas son de exposición obligatoria para el municipio, que emplaza
nomencladores en todas las esquinas, mientras que las comerciales, que no lo son para los
7
La inclusión de las fotografías que presentamos de aquí en adelante, todas de autoría propia, se orienta a ofrecer una
ilustración de los paisajes lingüísticos urbano y rural analizados, si bien muy acotada por razones de extensión. Como se verá,
en la selección de dichas fotografías hemos privilegiado la ilustración del paisaje rural, dada la comparativa novedad de su
estudio y el carácter pionero de este artículo para el de la región.
8
En el relevamiento al que nos referimos infra, por ejemplo, encontramos que cuando las denominaciones comerciales se
exhiben acompañadas de una precisión sobre el rubro, en el 85 % de los casos lo hacen con la tipografía de mayor tamaño.
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emprendimientos particulares, no solo casi siempre son expuestas, sino que generalmente lo hacen
con la máxima visibilidad comparativa. Ambos conjuntos de denominaciones, además, aparecen por
igual en las secciones territoriales más populosas y en las poco pobladas de la ciudad, y sin distingo
por perfil socioeconómico: con la única excepción de los barrios exclusivamente residenciales, en
todos los sectores del trazado hay comercios (aunque no sean ni tantos ni del mismo tipo en todos los
sectores) y en todos están presentes los nomencladores municipales con los nombres de calles,
avenidas y pasajes.
En la dirección bottom-up, partimos de recorrer la ciudad para observar en qué vías de
circulación se concentraban los emprendimientos comerciales, y elegimos los dos en la que esa
concentración se extendía territorialmente de modo más pronunciado. Adicionalmente, y excluyendo
esas dos vías de circulación de entre las elegibles, seleccionamos aleatoriamente un número semejante
de cuadras sobre el resto del trazado urbano. Así, las calles «enteras» escogidas atraviesan toda la
ciudad y las demás se distribuyen sobre su planta, abarcando un total de 170 cuadras lineales, con sus
dos aceras. En la dirección top-down, en cambio, partimos de la enumeración de las vías de
circulación que el propio municipio presenta en su página web oficial
9
, descartando las que
corresponden a vías de circulación nacionales que aparecen enumeradas entre las locales, pero no
fueron denominadas por el municipio, y corroboramos que se exponen en las esquinas de todos los
barrios de la ciudad, incluyendo los que se encuentran en proceso de constitución.
Operando de esta manera registramos, por un lado, 842 denominaciones de vías de
circulación y, por otro lado, 884 denominaciones comerciales, expuestas en los 956 negocios que
tienen sus ingresos en las cuadras revisadas. Esto último muestra claramente la preferencia por exhibir
denominaciones identificatorias en el ámbito comercial, aun cuando no sea obligatorio hacerlo, y la
virtual paridad numérica entre ambos conjuntos de denominaciones evidencia la preeminencia
comparativa de la producción bottom-up, puesto que las de las vías de circulación corresponden al
conjunto de la ciudad y las comerciales, en cambio, solamente a una muestra.
En relación con las denominaciones correspondientes a la dirección top-down, cabe destacar
que en Bahía Blanca las instituciones y agrupaciones, y hasta los ciudadanos particulares, pueden
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La página puede consultarse en https://www.bahia.gob.ar
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proponer al municipio la denominación (o redenominación) de una vía de circulación, así como de
otros espacios públicos, como paseos y plazas. No obstante, sean o no propuestas «desde abajo» las
iniciativas denominativas, el progreso de su tratamiento depende del Poder Legislativo y el Ejecutivo
posee poder de veto, por lo que las decisiones son siempre oficiales, aunque las propuestas provengan
de particulares. En lo que atañe a la dirección bottom-up, las escasas previsiones vigentes se contienen
en la Ordenanza Municipal 19209/2018, que en su artículo 153 establece que «[n]o podrán repartirse
volantes o fijarse carteles en la vía pública [...] cuando están redactados en idioma extranjero sin que
lleven su fiel traducción en castellano», pero no hace extensiva esa obligación a los nombres de
negocios. Así, aunque el español es la lengua hegemónica en la región y, en consecuencia, la elección
esperable para ambos conjuntos de denominaciones no está inhibido de iure el uso de ninguna lengua
para nombrar emprendimientos privados, como no lo está para nombrar vías de circulación.
En el paisaje urbano revisado, investigamos la coexistencia del español con otras lenguas
cuando la presencia de estas últimas resultara reconocible, esto es, excluyendo los ingresos léxicos de
uso corriente y completa «conformidad» (Winter-Froemel, 2008) con el español. La aplicación de ese
criterio nos enfrentó a tomar decisión respecto del debatido caso de los nombres propios (v. e.g.
Sandst y Syrjälä, 2020), que muchas veces eluden esa «conformidad» y son comunes en los dos
conjuntos de denominaciones que enfocamos, sobre todo por la recuperación onomástica de apellidos:
en los emprendimientos comerciales de Bahía Blanca se suele recuperar onomásticamente el nombre
de la calle en que el comercio se ubica, así como el apellido del dueño actual o, en negocios de larga
data, del fundador; en el empleo odonímico, en cambio, es más común la recuperación de topónimos
(nombres de países, provincias, por ejemplo) y de apellidos (precedidos o no por nombres de pila, y
aun por títulos profesionales o jerarquías) de personajes de actuación destacada. En el caso de los
comercios, las decisiones aludidas tienen que ver con estrategias orientadas a la confiabilidad:
apuntan a destacar la permanencia territorial o por continuidad temporal de los emprendimientos
y la ubicabilidad de los responsables; por esto último, entre los ofrecimientos de bienes y servicios
más comúnmente nombrados con apellidos se encuentran los que centran su accionar en un único
profesional, como lo ejemplifican las farmacias Di Nucci, Schlaps o Blanchet y las inmobiliarias
Filippone, Daub y María Teresa Harriet. Como es obvio a partir de estos ejemplos, las elecciones
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denominativas son del todo independientes de su origen lingüístico: lo que se ha decidido no es usar
una cierta lengua, sino ofrecer la «garantía» mencionada, pertinente cualquiera sea la procedencia del
apellido involucrado. Lo mismo ocurre en el caso de las denominaciones de las vías de circulación:
las calles que se llaman por ejemplo O’Higgins, Brown, Bouchard o Humboldt, o (incluyendo
nombres de pila) John F. Kennedy o Dirck Kloosterman, tampoco buscar eludir el español, sino que
sean recordadas las personas a quienes se quiere homenajear. Por consiguiente, y dado que las
denominaciones que referimos no suponen la elección de una lengua determinada, decidimos excluir
de nuestro análisis de las lenguas escogidas en el ejercicio onomástico las denominaciones
coincidentes con los que eran ya, con precedencia al nuevo uso, nombres propios.
La paridad numérica entre ambas direcciones agenciales, comentada previamente, no se
conserva al considerar solamente las denominaciones registradas que evidencian la voluntad de eludir
el uso del hegemónico español, que quedan reducidas a 133 denominaciones de comercios
10
y 28
odónimos. Estos números transparentan la esperable correlación entre la dirección agencial y la
proclividad a la elección de una lengua distinta del español para su visibilización en el espacio
público, ya que, como lo ha señalado Cabello (2017), un ámbito será tanto menos proclive al uso
monolingüe «cuanto más alejado se encuentre este de la acción del Estado» (p. 73); no obstante, es de
señalar al mismo tiempo que la escritura oficial no se ajusta estrictamente al monolingüismo que
podría esperarse considerando que únicamente el español sirve a funciones oficiales, lo cual requiere
atención y habilita la comparación que sigue.
En el caso de las denominaciones comerciales en las que los particulares eligieron no usar el
español, solamente unas pocas lenguas se implican en más de lo que podría ser una mera
coincidencia, de acuerdo con la «regla de la triple ocurrencia» formulada por Myers-Scotton (1997, p.
207): inglés, italiano, francés, alemán y mapudungun, con el 53,38 % del total de las elecciones que
implican otra lengua en el caso del inglés, el 17,29 % en el del italiano, el 12,78 % en el del francés y
el 3,76 % en los casos del alemán y el mapudungun. Como se ve, se trata de difundidas lenguas
internacionales europeas y solo una americana, pero la de mayor extensión en la región y la
10
Una de esas denominaciones la encontramos repetida en dos negocios diferentes, por lo que el número que referimos
corresponde a 134 emprendimientos comerciales.
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Patagonia, de la que Bahía Blanca se jacta de ser «puerta y puerto» (v. López Pascual, 2016), lo que
parece indicar que las lenguas que suelen preferirse son aquellas en cuyo reconocimiento por los
potenciales destinatarios los productores pueden confiar. Además, se constata en general una fuerte
asociación entre la elección de una u otra lengua para la denominación de un negocio y el rubro al que
este pertenece, asentada sobre una vinculación estereotípica que es palpable en relación con las tres
lenguas más escogidas: el inglés se asocia con lo actual y de vanguardia, el italiano con la afamada
cocina mediterránea y el diseño (en especial, de vestir masculino) y el francés con el refinamiento y la
elegancia (sobre todo, femenina). A, en denominaciones de negocios dedicados a las prendas de
boutique y lencería femenina se observa una reiterada recurrencia al francés (La porte rouge, Moulin,
Petit Paris)
11
, mientras que en denominaciones de negocios que venden trajes y zapatos de vestir
masculinos se aprecia la reiteración de la elección del italiano (Amici, Ragazzi, Signori); asimismo, en
el rubro de la gastronomía el italiano se prefiere en denominaciones de negocios ligados a la comida
artesanal (Banchetto, Della Nonna, Tutta bella pizza), mientras que el francés se reserva a la
panificación de especialidad y la pâtisserie (Boulangerie, Madame Pasteliere, Sucrerie)
12
. El inglés,
por su parte, es usado en exclusividad en denominaciones de negocios de rubros ligados a la
tecnología, desde la telefonía a los videojuegos (Cell-shop, Micro House, New Computers), y compite
con las demás lenguas en los restantes (como lo muestran, por ejemplo, las denominaciones de las
panaderías Happiness y Twins y de las tiendas de vestir Dress for party y Poll)
13
, aunque con una
excepción: el inglés no se solapa con el mapudungun en las denominaciones de negocios de venta de
productos vinculados a la tierra y procedimientos de usufructo tradicionales, en los que se concentra
el uso de la lengua indígena (Paihuen, Palihue, Pehuen). Ello deja con carácter sui generis a solo dos
de las lenguas de que se trata: el inglés, empleado prácticamente sin restricciones, y el mapudungun,
reservado para lo único para lo que el inglés no se usa porque indexicaliza lo contrario el inglés la
11
Reproducimos fielmente la escritura registrada en todas las denominaciones que consignamos de aquí en adelante a los
fines de la ejemplificación, aun cuando alguna no se ajuste completamente a la forma convencional en la otra lengua que se
ha procurado reproducir. Las enumeraciones siguen en todos los casos un criterio alfabético y procuran ser ilustrativas, no
exhaustivas.
12
Si bien para el alemán no se aprecia una concentración equiparable, su vinculación globalmente extendida con la cerveza
se ve igualmente en el paisaje urbano analizado, como lo muestran la cervecería Wir können y el ocasional uso de Bier Haus
como especificación de rubro. Es de señalar también el empleo de letras góticas en la cartelería de la especialidad, ejemplo de
lo que Sutherland (2015) ha llamado writing system mimicry.
13
El inglés también compite con el alemán en relación con la cerveza, como lo muestra la cervecería Urban beer o la
especificación Brew bar que sigue a la denominación Wir können en el frente mismo del local comercial.
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internacionalización y la actualidad y el mapudungun, en cambio, lo telúrico y la continuidad con el
pasado.
El uso del inglés ostenta, además, otra característica que aumenta su peculiaridad: las
denominaciones en las que se lo emplea nunca aparecen acompañadas semióticamente por nada que
remita a una procedencia nacional o cultural específica, como sí se registra en cambio en la cartelería
bahiense para remitir a las nacionalidades asociadas con las distintas lenguas a través de sus banderas
o los colores correspondientes, así como a la cultura mapuche por diseños típicos o guardas,
frecuentes en sus textiles
14
. Ese comparativo desapego de la indexicalización primaria se vincula con
el hecho de que, en su función no comunicativa, sino simbólica (v. i.a. Landry y Bourhis, 1997), el
significado no referencial que transmiten las denominaciones en inglés sea, en relación con las demás
lenguas europeas referidas, el más altamente abstracto: el inglés remite, por, sobre todo, a la novedad.
Es por ello que compite con las demás lenguas en casi todos los rubros: la invocación de la novedad
es transversalmente útil. Únicamente no puede competir con el mapudungun, que es la lengua elegida
por quienes no quieren invocar la novedad, sino, por el contrario, la continuidad temporal: no los
avances de la tecnología contemporánea y globalizada, sino el modo tradicional de interactuar con la
naturaleza local. Las fotografías que siguen corresponden a emprendimientos comerciales con
denominaciones en las lenguas diferentes del español más recurrentemente escogidas, i.e. inglés,
italiano y francés (Figuras 3, 4 y 5, respectivamente), y a una tienda de artículos regionales para cuya
denominación se ha recurrido al mapudungun (Figura 6).
14
Esa remisión expresa a los orígenes se observa incluso, en ocasiones, en el caso de emprendimientos comerciales en cuyas
denominaciones la procedencia invocada se ha expresado lingüísticamente a través del español. Así, el cartel que preside la
entrada a la Ferretería Italiana exhibe la bandera de Italia, y el cartel de la Pollería Alemana usa los colores de la bandera
alemana.
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14
Figura 3 Figura 4
Figura 5 Figura 6
Una observación equiparable a la que acabamos de presentar se aplica a la preferencia
constatable en la odonimia analizada que, sin embargo, en términos de frecuencia relativa, invierte la
relación: en los nombres de vías de circulación en los que se ha elegido la lengua, las 28 que no han
sido nombradas usando el español lo han sido empleando lenguas indígenas americanas, y solo una de
ellas de modo reiterado: 25 de esas 28 denominaciones implican la recurrencia al mapudungun. En
general, los odónimos de la ciudad se dividen entre los que procuran ser homenaje a grupos de
personas (Araucanos, Damas mendocinas, Héroes de Malvinas) o recordar acontecimientos,
nacionales o locales (25 de mayo, 9 de julio, 19 de mayo
15
), y los que procuran la jerarquización de
aspectos o especies de la naturaleza, sobre todo de la propia región; la formulación de los primeros se
encuentra siempre en español, en consonancia con el empleo de esa lengua por la agencia
15
Los dos primeros odónimos recogen las fechas principales del proceso independentista del país, mientras que la tercera
recuerda la fecha del último malón indígena contra el fuerte que constituyó la avanzada fundacional de la actual ciudad de
Bahía Blanca (v. Perrière, 2020).
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gubernamental en las restantes funciones oficiales, pero la de los segundos no: es en esos odónimos
en los que elige tanto el español (como en Horneros, Las lechuzas y Las toscas) como el mapudungun
(Calquin ‘águila grande’, Chequen ‘arrayán blanco’, Mañque ‘buitre’, entre otros.). Las vías de
circulación con denominaciones en mapudungun, por último, no se distribuyen homogéneamente en
la ciudad, sino que tienen especial concentración en barrios residenciales con amplios terrenos y
alejados del centro
16
, principalmente en el «barrio parque» llamado Patagonia. Como puede
apreciarse, las preferencias atestiguadas en el paisaje lingüístico urbano estudiado en dirección
bottom-up no se replican en la dirección top-down, pero la preferencia constatada en esta última por el
mapudungun se apega a la misma metaforización de los modos de vida tradicionales y la relación con
una naturaleza prístina, que son contrastivamente valorados (tal como lo señalan Banda y Mokwena
2019, p. 178) en el espacio local.
Para completar la presentación de los resultados de nuestras indagaciones sobre Bahía Blanca,
cabe destacar que el grueso de las producciones lingüísticas exhibidas en el espacio analizado lo han
sido sobre soportes que les fueron expresamente provistos, como en dirección top-down lo muestran
los nomencladores que se emplazan en cada esquina y, en dirección bottom-up, desde los carteles
comerciales profesionales que penden de los muros hasta los pizarrones que pueblan las aceras,
publicitando las ofertas del día. No obstante, para ambas direcciones agenciales se registran
excepciones, como lo evidencian las certificaciones de agentes de fiscalización pública que se
exhiben en las vidrieras de los negocios, en el primer caso, o los grafitis que se apropian de las
superficies que encuentran disponibles, en el segundo. Castillo Lluch y Sáez Rivera (2011) han
llamado «signos parásitos» a los «anuncios personales manuscritos y carteles [...] pegados a muros no
destinados en principio a albergarlos» (p. 79) y, haciendo uso de la misma metáfora, consideramos
«parásitas» las producciones que toman como soportes medios materiales (como paredones y postes
de luz, entre otros) no «destinados» expresamente a esa exhibición
17
. La fotografía siguiente muestra
producciones de ese tipo en el espacio público de Bahía Blanca, en este caso en dirección bottom-up.
16
En el caso de los nombres mismos de los barrios de Bahía Blanca, además, todas las denominaciones en las que se recurre
a otra lengua sin recuperar nombres propios provienen, sin excepción, del mapudungun: Millamapu, Paihuen, Palihue (los
tres, tranquilos barrios alejados del tráfico céntrico).
17
Así lo hace también, por ejemplo, Fotti Berdasco (2023), quien estudia igualmente el paisaje lingüístico de Bahía Blanca,
pero centrándose en las manifestaciones callejeras de las diversas militancias.
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16
Figura 7
Según lo observamos, tales producciones de exhibición «parásita» difieren en la ciudad según
la dirección agencial, y en al menos dos sentidos: en dirección top-down, los emisores (organismos,
principalmente, de control y recaudación) son pocos y conocidos y la producción lingüística que en su
nombre se exhibe está protocolizada; en dirección bottom-up, en cambio, los emisores son numerosos
y frecuentemente anónimos, con producciones creativas que tienden a no repetirse.
En síntesis, en el paisaje lingüístico de Bahía Blanca se destacan las producciones bottom-up,
y tanto en ella como en la dirección contraria lo común es que quienes procuran exhibir mensajes los
provean de soportes propios. No obstante, en ambos tipos de producción se registran «signos
parásitos», aunque con diferencias según la dirección agencial. Lo mismo puede decirse del aspecto al
que le hemos prestado más atención: la recurrencia a otras lenguas en decisiones onomásticas, de
especial importancia por su omnipresencia territorial y prominencia visual. La recurrencia a otras
lenguas, que dado el carácter hegemónico del español es siempre informativamente innecesaria,
despliega en esas denominaciones su valor simbólico, evocativo; la conditio sine qua non de ese valor
es que se pueda confiar en su reconocimiento por los potenciales destinatarios, mientras que la
condición suficiente para definir tendencias en la selección pasa por las asociaciones socialmente
vigentes que permiten confiar en que se produzca la evocación intencionada. Ello se verifica en
ambas direcciones agenciales, aunque las lenguas preferidas no son las mismas: en la dirección top-
down solo el mapudungun coexiste con robustez con el español, mientras que en la dirección bottom-
up reina el inglés; no obstante, aunque el inglés no solo excluye a otras lenguas de las preferencias
denominativas en varios rubros comerciales, sino que también compite con ellas en los demás, queda
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en distribución complementaria con el mapudungun en función del carácter mutuamente excluyente
de sus respectivos valores indiciales.
4. El paisaje rural: recorriendo el hinterland
En relación con el paisaje lingüístico rural, los datos que consignamos a continuación
provienen de la observación y registro del paisaje lingüístico de unos 1000 kilómetros de vías de
tránsito no urbanas extendidas entre Bahía Blanca y distintas localidades del radio circundante,
distantes de ella no más de 200 kilómetros y ubicadas en el partido homónimo y en los de Coronel
Dorrego, Coronel Pringles, Coronel Rosales, Coronel Suárez, Monte Hermoso, Saavedra, Tornquist y
Villarino, en el sudoeste bonaerense, así como en el lindante partido de Tres Arroyos, de la región
sudeste (v. i.a. Scavone, 2015, p. 17). El número indicado se distribu en unos 500 kilómetros de
tránsito sobre rutas nacionales (RN 3 «Comandante Luis Piedrabuena» Norte, RN 3 «Vieja» y RN 33
«Ruta del Desierto Dr. Adolfo Alsina»), 400 kilómetros sobre rutas provinciales (RP 51, RP 67, RP
72, RP 76, RP 78, RP 85, RP 113 y RP 229) y 100 kilómetros sobre accesos, desde las rutas citadas, a
diversos pueblos, ciudades y centros turísticos: Aparicio, Arroyo Corto, Bajo Hondo, Cascada
Cifuentes, Coronel Dorrego, Coronel Pringles, Cura Malal, Dufaur, El Perdido, Fortín Mercedes, La
Salada, Micaela Cascallares, Pueblo Santa María, Saavedra, Tornquist y su balneario Parque
Norte, Reta, Villa del Mar y Villa Ventana.
A diferencia de las producciones lingüísticas registradas en el paisaje urbano, la amplia
mayoría de las observables en las vías de circulación transitadas en el espacio rural derivan de la
agencia oficial, en coincidencia con lo observado en España por Fernández Juncal (2019, p. 51). Esas
producciones top-down se orientan a la demarcación del espacio y el ordenamiento de la circulación,
como en el paisaje urbano, y suelen contener nombres propios: por un lado, los nombres de cursos
hídricos, elevaciones orográficas y otros sitios de importancia se exhiben de modo próximo a ellos y,
por otro lado, los nombres de localidades tanto se visibilizan en sus caminos de acceso como en los
carteles de señalización (como el que muestra la Figura 8) que indican la distancia que se debe
recorrer para llegar a cada una, por lo que se reiteran en diversas ubicaciones. Sin embargo, el paisaje
rural difiere en este aspecto del paisaje urbano en al menos dos sentidos: por un lado, la instancia
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decisoria definitiva sobre esa toponimia no es local, sino provincial o nacional, lo cual impide llevar
adelante una comparación con la odonimia urbana en relación con las lenguas empleadas; por otro
lado, esas denominaciones no tienen el mismo protagonismo que los odónimos en la ciudad: les es
disputado por la exhibición de la más variada información, relativa tanto a la circulación en general
los recordatorios del uso obligatorio de luces o del cinturón de seguridad, por ejemplo como, y
principalmente, a sus particularidades como lo ejemplifican los números telefónicos de emergencia,
la información sobre el estado de la calzada, las alertas sobre desvíos por obras o pasos ferroviarios
sin barreras y la señalización de lugares inundables. Así, si la agencia top-down se visibiliza en la
ciudad principalmente a través de la omnipresencia de los nomencladores, cuya función se reparte
entre la identificación de la ubicación y la orientación de la circulación, en el paisaje rural cobra
especial importancia la procuración expresa de seguridad, ejemplificada en la Figura 9.
Figura 8 Figura 9
Por otra parte, y aun excluyendo de la consideración los topónimos por la razón citada, cabe
destacar que la máxima prominencia visual en el paisaje rural les corresponde a los nombres de las
localidades que se exhiben en las proximidades del ingreso a ellas, en particular por el tamaño con
que se los presenta, pero también por la elaboración de los soportes que se les suelen proveer como
pedestales o arcos y sus diversos ornatos, según puede verse en las Figuras 10 y 11. De este modo,
la mayor prominencia visual en el paisaje rural corresponde a intervenciones producidas no en
dirección bottom-up, como ocurre en el paisaje urbano en la cartelería comercial, sino en dirección
top-down.
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19
Figura 10 Figura 11
Las producciones bottom-up emplazadas en el espacio rural, que no alcanzan la prominencia
visual mencionada ni tienen una presencia tan permanente como las producciones top-down, son sin
embargo frecuentes y se procura eficazmente su visibilidad cuando esa producción se orienta a la
promoción comercial, principalmente en carteles expuestos en campos linderos a las vías de
circulación en especial cuando se trata de las más transitadas. Aunque estos carteles pueden
ubicarse de manera aislada, su emplazamiento es más frecuente en las cercanías de los centros
poblados sobre todo, de las ciudades y suelen ubicarse de modo muy próximo unos a otros en las
intersecciones de una ruta nacional o provincial con el camino de acceso a alguna localidad.
Corrientemente, los carteles que se secuencian y hasta agrupan cerca de las localidades
remiten con preferencia a bienes y servicios ofrecidos en ellas (servicio mecánico, restaurantes,
hospedajes, entre otros); en cambio, los carteles que se visualizan aisladamente promocionan por lo
general insumos y servicios estrictamente rurales (maquinarias agrícolas, semillas para siembra,
inmobiliarias dedicadas a la compra y venta de campos), como lo hacen también los carteles más
esporádicos que, suspendidos sobre alambrados, publicitan las marcas de los insumos utilizados en
los establecimientos rurales
18
en los que se exhiben o los datos de quienes los comercializan en la
localidad más próxima. Las fotografías que siguen muestran tal cartelería promocional, con
estructuras de exhibición propias (Figura 12) o sobre alambrados (Figura 13).
18
En este artículo empleamos establecimiento con valor hiperonímico, para referir a propiedades rurales de diversa extensión
y perfil productivo, como lo hace el Código Rural de la Provincia de Buenos Aires (Decreto-Ley 10081/1983 y sus
modificatorias).
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20
Figura 12 Figura 13
En ambos casos, sin embargo, y al igual que en el de los topónimos, la onomástica que esa
cartelería exhibe no ha sido decidida donde se la exhibe, por lo que no refleja preferencias de la
población rural. De hecho, el único aspecto de la onomástica visible en ese paisaje que puede
entenderse que lo hace es el de las denominaciones de los propios establecimientos rurales, que
obedecen a la decisión de sus dueños y tienen carácter identificatorio, como las de los negocios en el
paisaje lingüístico urbano. Por lo mismo, una comparación entre ambos tipos de denominaciones es
posible, y habilita la ponderación de la recurrencia en uno y otro caso a lenguas diferentes del
esperable español
19
.
En primer lugar, las denominaciones de los emprendimientos rurales que observamos
(principalmente de explotación agropecuaria, ya sea mixta o especializada en cría de bovinos u
ovinos o en producción olivícola, por ejemplo) se distinguen de las denominaciones comerciales
consideradas en la cartelería urbana porque, frente a la misma opcionalidad referida para la ciudad, en
el paisaje urbano se opta preferentemente por exhibir denominaciones identificatorias, mientras que
en el paisaje rural es más común no hacerlo. Si bien no es posible un cómputo estricto como en el
caso de la ciudad, ya que no hay demarcaciones visualizables entre los establecimientos rurales que
permitan contarlos solamente por transitar los caminos (y dado que, además, el número de los
establecimientos no coincide con el de las tranqueras de ingreso, ya que puede haber varias por cada
19
Si bien la velocidad de imposición de esas denominaciones es mucho más rápida en la ciudad y, paralelamente, las
denominaciones de larga data son más frecuentes en los establecimientos rurales que en los negocios urbanos, lo que aquí
nos interesa es su coexistencia actual en el paisaje construido a lo largo del tiempo. Solo secundariamente incluimos alguna
consideración diacrónica específica, en particular en relación con el uso del mapudungun (v. infra), aunque se trata de
aspectos de mucho interés que ameritarán investigaciones futuras de detalle.
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21
uno), la comparativa infrecuencia aludida es cilmente inferible del número de denominaciones
recogidas: registramos solamente 162 denominaciones en los casi 1000 kilómetros de redes viales
revisados
20
, número que obviamente resulta escaso si se considera que, aun cuando existen algunas
estancias de muy amplia extensión, la propiedad de la tierra rural perdió en la región hace décadas su
alta concentración inicial (v. i.a. Blanco, 2004). En muchos casos, como decimos, o bien no se exhibe
identificación alguna o bien se exhiben otros datos, como el kilómetro de ubicación de la entrada
principal sobre una ruta o la marca con que se yerra el ganado del establecimiento, pero no una
denominación identificatoria; además, algunas de las denominaciones que son exhibidas no resultan
legibles desde los caminos recorridos, sea por su tamaño o ubicación o por el deterioro que
ocasionalmente se constata de los materiales empleados en la exhibición
21
.
Las denominaciones de establecimientos rurales cuya exhibición visualizamos casi nunca
consisten exclusivamente en los que ya con precedencia eran nombres propios (salvo contados casos
de uso de apellidos y topónimos, como en Finca Rumaroli y Quinta Córdoba) y muestran una
preferencia muy marcada por la formulación en español, especialmente en la forma de sintagmas
nominales simples de determinante y sustantivo. Estas denominaciones remiten frecuentemente a
aspectos de la historia regional, sea indígena (La Tribu, Nobles caciques), gauchesca (El Estribo,
Rancho Largo) o fortinera (El Fortín, Las Vigilancias), y a la flora y fauna locales (El Cardal, Los
Charos). Remiten asimismo a particularidades del sitio en que en cada caso se ubica la propiedad (La
Loma, Las Vertientes) o a lo que se jerarquiza de lo que contiene (El pinar, El rosedal) y a
condiciones y sentimientos personales ligados a ella (El Anhelo, El Trueque, La Persistencia), así
como a vínculos afectivos (La Novia, Los Abuelos) y aspectos religiosos (La Fe, La Providencia). La
misma estructura se mantiene cuando el sustantivo es un antropónimo, ya que los nombres de pila
empleados como denominación lo son casi sin excepción con determinante en los establecimientos
20
Esas denominaciones se exponen regularmente sobre las tranqueras de ingreso a los establecimientos, pero también, en
ocasiones, en carteles que señalan la dirección en la que hay que ingresar por algún camino vecinal para llegar al
establecimiento.
21
Por supuesto, casi siempre exhiben denominaciones identificatorias los establecimientos que incluyen puntos de venta u
organizan eventos, a diferencia de las explotaciones rurales tradicionales; esta diferencia merece también un estudio
pormenorizado y se liga solo parcialmente con la cuestión cronológica aludida en la nota 19, ya que algunos establecimientos
de larga data han incorporado en los últimos años esas nuevas fuentes de ingresos (v. e.g. Schroeder y Formiga, 2011, p. 92),
pero sin cambiar de nombre.
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22
rurales
22
, como se ve en La Catalina, La Leonora, La María del Carmen y La Zelinda o usando
apodos y hasta nombres de personajes de ficción en La Beba o La Patora
23
, mientras que nunca lo
son en las denominaciones comerciales registradas en la ciudad. Esto último puede reflejar un uso
rural efectivo o reconstruido, pero entendido como típico tanto como responder a la elipsis de la
caracterización que corresponde al tipo de establecimiento (estancia, cabaña, chacra, finca, granja o
quinta), reproduciendo un uso oral común en la zona: por ejemplo, el establecimiento cuya
denominación expuesta es Estancia Curumalán, de larga continuidad en la producción regional (v.
Cuesta, 2020), es comúnmente referido como La Curumalán
24
.
En cuanto a la elección de una lengua diferente del español, se la registra con baja frecuencia,
en solo 11 denominaciones (el 6,79 % del total registrado). Más allá de esa escasa frecuencia general,
es de destacar la amplia preponderancia de la opción por el mapudungun (Mahuida-Co, Pichi-Malal,
Curu Calel), registrada en 6 de las referidas 11 denominaciones. Esta preferencia parece poder
equipararse a lo que anotamos sobre el uso de esa lengua en la ciudad, aunque hay que tener en cuenta
que las denominaciones de establecimientos rurales no tienen una dinámica equiparable a la de las
denominaciones comerciales urbanas en lo que respecta a su velocidad de cambio: aun cuando para
ofrecer mayores precisiones se requiere un estudio particular, todavía por hacerse, hay estudios y
artículos periodísticos (e.g. Blanco, 2004; Llompart Laigle, 2012) que muestran la larga permanencia
de cuando menos algunas de las denominaciones en mapudungun que nos ocupan. Por lo tanto, es
posible que al menos parte de ellas obedezca no a la comoditización de esa lengua que puede
entenderse que se ha producido en el espacio urbano, sino al patrón «deíctico» general de la frecuente
presencia de lenguas indígenas en la toponimia argentina: la conservación de las lenguas de las
poblaciones indígenas que fueron minorizadas en la denominación de accidentes geográficos,
22
Como denominaciones de emprendimientos rurales también se encuentran nombres de pila precedidos de fórmulas de
tratamiento enaltecedoras, tanto laicas (Don Adolfo, Don Leonardo, Don Pancho) como (y sobre todo) religiosas, en
referencia a figuras de culto (San Francisco, San José, Santa María, Santa Rosa). Es de destacar que en el primer caso se
trata siempre de nombres de varón y en el que comentamos supra, siempre de nombres de mujer, mientras que no hay
distingo en tal sentido en el caso de las elecciones de orientación religiosa; puede suponerse una relación entre este aspecto
de la onomástica y el hecho de que históricamente hayan sido varones los dueños de los establecimientos rurales, aunque no
hay todavía ningún estudio específico al respecto.
23
Patora es el nombre de la hermana del Cacique Patoruzú en la conocida historieta de Dante Quinterno, de gran importancia
en la cultura popular argentina.
24
Por esta vía se podría explicar también el uso de determinante con adjetivo, de elección del femenino para un sustantivo
que suele usarse en masculino genérico y de cambio en el género gramatical de un sustantivo masculino para volverlo
femenino, que constatamos en La Caprichosa, La Chingola y La Vallecita, respectivamente.
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23
jurisdicciones y localidades ubicados en los territorios respectivos
25
. De hecho, la entrada a la estancia
Curumalán se ubica en el camino vecinal de acceso al pueblo cuasi-homónimo Cura Malal
fundado en 1905 en torno de la estación de ferrocarril, construida pocos años después de la fundación
de la estancia, en 1881, para el transporte de la producción rural, y la estancia Quiñigua se ubica en
las proximidades del arroyo que en la señalización oficial sobre la RP 85 aparece con el nombre de
Qiñihua (i.e. sin la reproducción del refuerzo velar frente al diptongo que es típico de la
pronunciación española)
26
.
Más allá de la coincidencia en la elección del mapudungun que llevó a estas consideraciones,
el paisaje lingüístico que aquí analizamos se distingue del urbano en lo que atañe a las
denominaciones impuestas en dirección bottom-up porque las de los establecimientos rurales
prescinden de las lenguas internacionales a las que frecuentemente se recurre en las denominaciones
comerciales de la ciudad. A estas últimas las encontramos únicamente bajo la forma de elementos
léxicos con escritura no adaptada al español, pero de uso corriente, en promociones de
emprendimientos comerciales destinadas al turismo, como en el caso del cartel promocional del
restaurante Sierra Grill en las proximidades de San Andrés de la Sierra, sobre la RP 76. En las
denominaciones de establecimientos rurales, en cambio, en nuestro registro solo alcanza el piso de la
«triple ocurrencia» el mapudungun, y solo una única otra lengua es elegida más de una vez: el
euskera, lengua de herencia (Gure Echea, Gure Pakea). Ejemplifican la elección del mapudungun las
elecciones onomásticas que muestran las dos fotografías que siguen.
25
La decisión oficial por esa presencia ha sido analizada por distintos autores, en especial en los territorios sobre los que se
avanzó con campañas militares (Patagonia y Chaco), y ha sido interpretada de modos disímiles: desde verla como un modo
de «anclar la toponimia en un pasado remoto, omitiendo los tres siglos de dominio español» colonial (Lois, 2010, p. 328)
hasta verla como un modo de situar en el pasado la cultura indígena minorizada (Comerci, 2012, p. 8), o incluso como «un
monumento mortuorio» para una lengua que se da por desplazada (Lazzari, 2010, p. 155)
26
Aunque estos «dobletes» reclaman un tratamiento específico que supera las posibilidades de este trabajo, cabe señalar que
hemos constatado una evitación de la «españolización», común en las etapas de la ocupación del espacio tras la denominada
Conquista del Desierto, en denominaciones impuestas contemporáneamente: en dirección bottom-up, el intento de no
«españolizar» las expresiones en mapudungun elegidas como denominaciones de emprendimientos comerciales es patente,
como puede verse al consultar la sección hospedajes de la página de turismo de Sierra de la Ventana
(https://www.sierrasdelaventana.com.ar/alojamientos), y el mismo intento puede llegar a la «desespañolización», como lo
muestra la denominación del loteo Cumelen Pihue, desarrollado en las afueras de la ciudad de Pigüé y publicitado sobre la
RN 33.
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24
Figura 14 Figura 15
Ya no en relación con la onomástica, pero con las lenguas de herencia, el paisaje rural
presenta un aspecto más que es digno de atención: si bien excepcionalmente, es posible encontrar
lenguas de grupos migrantes en algunos caminos de acceso a localidades oportunamente conformadas
por migración concertada. Tal es el caso del Pueblo San José del distrito de Coronel Suárez: en el
camino que lleva a ese pueblo, fundado a finales del siglo XIX como colonia agrícola por inmigrantes
de origen germano provenientes de una colonización en Rusia (y, por ello, conocidos como
«alemanes del Volga»), el saludo de despedida a los visitantes, que se muestra en la Figura 16, se
encuentra tanto en español como en alemán
27
.
Figura 16
Finalmente, y para concluir este repaso por las características observadas en el paisaje
lingüístico rural de la región, señalamos que para la casi totalidad de las producciones expuestas se
27
La escritura expuesta, además, muestra alguna diferencia con la correspondiente al alemán estándar (Auf frohe
Wiedersehen), transparentando el habla heredada efectiva, dialectal.
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han provisto expresamente los soportes correspondientes. Son pocos los «signos parásitos»
observados y, a diferencia del entorno urbano, exclusivamente en dirección bottom-up: no solamente
los promocionales ya comentados que se valen de alambrados, sino también, con el mismo modo de
exhibición, propagandas políticas vinculadas con procesos electorales en curso, como lo muestra la
Figura 17. Fuera de este modo de exhibición, solamente encontramos mensajes que usufructúan como
soportes superficies previstas para otros fines en el caso de inscripciones realizadas sobre bienes
públicos, como alcantarillas y la propia señalética; tales inscripciones no son frecuentes y se las
observa concentradas únicamente en las garitas que han sido emplazadas en intersecciones de rutas
nacionales o provinciales con caminos de acceso a centros poblacionales, destinadas a guarecer a
quienes esperan el paso del transporte público automotor de media o larga distancia, como puede
verse en la Figura 18. Dada la infrecuencia arriba señalada y que la concentración se restringe al
interior de las garitas, se concluye que el conjunto de los «signos parásitos» tiene escasa visibilidad en
el paisaje lingüístico rural. En ese conjunto, por otra parte, los de mayor visibilidad son los que, para
propiciarla, fueron ubicados sobre alambrados y que, justamente por ser promocionales, no son nunca
anónimos, a diferencia de los producidos en dirección bottom-up que suelen encontrarse en el entorno
urbano de Bahía Blanca, que según puede verse también en el estudio de Fotti Berdasco (2023)
lo son con frecuencia.
Figura 17 Figura 18
En síntesis, en el paisaje lingüístico rural analizado se destacan las producciones top-down,
tanto por su omnipresencia cuanto por contarse entre ellas las de mayor tamaño y elaboración para la
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visibilización. Las producciones bottom-up se distribuyen entre las denominaciones de los
establecimientos rurales, generalmente exhibidas en ellos mismos, y carteles promocionales que
remiten a otras radicaciones, parte de los cuales no han sido provistos de estructuras propias para su
exhibición, sino que se ubican sobre alambrados, por lo que pueden considerarse «signos parásitos».
Solo en el caso de los nombres de las propiedades rurales se trata de decisiones tomadas in situ
aunque esas decisiones pueden distar temporalmente del presente más que las que les son
equiparables en la ciudad, y es por lo tanto en ellas en las que puede evaluarse más idóneamente, de
manera comparativa, la recurrencia a lenguas diferentes del español. Como en el espacio urbano de
Bahía Blanca, en el de su hinterland asume relevancia la recurrencia al mapudungun: la opción que es
preferida en la ciudad en las elecciones denominativas que eluden el español en dirección top-down es
también la preferida para denominar establecimientos rurales cuando se decide igualmente no usar el
español, de manera dominante en ambos casos y distinguible por ello del uso urbano del mapudungun
en dirección bottom-up, que es una opción reiterada solo en el marco de la distribución
complementaria de su valor indicial con el del dominante inglés.
5. Conclusiones
Los resultados que acabamos de exponer de nuestra investigación sobre el paisaje lingüístico
de la ciudad de Bahía Blanca y su área rural circundante muestran que entre ambos paisajes existen
algunas coincidencias y, sobre todo, llamativas diferencias.
En el nivel más general, el paisaje lingüístico urbano y el rural se distinguen porque tanto la
preeminencia frecuencial como la máxima prominencia visual corresponden a producciones en
dirección bottom-up, en el primer caso, y a producciones en dirección top-down, en el segundo. En las
producciones top-down, en el paisaje urbano se aprecia la preeminencia de la onomástica (odonimia),
con esa onomástica decidida en el plano local, mientras que en el paisaje rural hay preeminencia de
las orientaciones ligadas a la seguridad de la circulación por sobre la onomástica (toponimia), y esa
onomástica no es decidida en el plano local.
Por otro lado, en el paisaje urbano proliferan los «signos parásitos» producidos en ambas
direcciones agenciales, mientras que en el paisaje rural solo los hay producidos en dirección bottom-
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up. Además, los que en esta dirección agencial se producen en la ciudad suelen ser anónimos,
mientras que nunca lo son en el paisaje rural aquellos a los que se les ha procurado una visibilidad
mayor (sobre alambrados).
En relación con el interés por la coexistencia interlingüe, central en el área de estudios, son
relevantes y estrictamente comparables las denominaciones impuestas, en dirección bottom-up, a
comercios y establecimientos rurales. La comparación de esas denominaciones, aun excluyendo las
que coinciden con nombres propios precedentes, muestra una frecuente recurrencia a otras lenguas
junto al hegemónico español en la ciudad, con preferencia por unas pocas de origen europeo y
carácter internacional y predominio del inglés, frente a una recurrencia a otras lenguas en el campo
que es comparativamente infrecuente y se orienta al carácter regional y la procedencia indígena,
representadas por el mapudungun. Una preferencia equiparable por el mapudungun se constata en la
ciudad en elecciones denominativas que eluden el español, con importancia cuantitativa solo en
elecciones operadas en dirección top-down, pero de manera destacable también en la dirección
contraria por su distribución complementaria con el inglés, altamente sintomática respecto del valor
simbólico de ambas lenguas: una asociada con la globalidad y la dinámica de cambio que impone y la
otra, en cambio, con el terruño y la permanencia.
Por último, en el paisaje rural parece haber un lugar más jerarquizado que en el urbano para
lenguas de herencia, frutos del contacto directo con el español frente al contacto indirecto que se
privilegia en el espacio público de la ciudad. Esta observación, que se liga a resultados de
investigaciones llevadas a cabo también en la región con fines distintos de la presente, relacionadas
con movimientos de revalorización y recuperación de contenidos étnicos (v. i.a. Ladilova, 2012, p.
149 et alibi), constituye una de las vías de indagación más prometedoras para el curso próximo de
nuestros estudios.
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6. Anexo
6.1. Anexo I
Se presenta a continuación, de manera sintética y conjunta para el paisaje urbano y el paisaje
rural analizados, la graficación de las cantidades y porcentajes referidos en el artículo en relación con
la cuestión, central en él, de la implicación de más lenguas que la regionalmente hegemónica en las
decisiones onomásticas. Como lo hicimos previamente, consignamos datos de las dos direcciones
agenciales en el primer caso y de la dirección bottom-up (la única de decisión local en el área rural), en
el segundo.
Tabla 1.
Recurrencia general a otras lenguas
(el orden de las columnas sigue el de la exposición en el artículo)
Denominaciones de
vías de circulación
urbanas
Denominaciones de
emprendimientos
comerciales urbanos
Denominaciones de
establecimientos
rurales
Español
814
96,67 %
751
84,96 %
151
93,21 %
Otras lenguas
28
3,33 %
133
15,04 %
11
6,79 %
Total
842
100 %
884
100 %
162
100 %
Tabla 2.
Detalle de las lenguas escogidas que alcanzan el piso de la «triple ocurrencia»
(las columnas fueron reubicadas en orden frecuencial)
Denominaciones de
emprendimientos
comerciales urbanos
Denominaciones de
vías de circulación
urbanas
Denominaciones de
establecimientos
rurales
Inglés
71
53,38 %
-
-
Italiano
23
17,29 %
-
-
Francés
17
12,78 %
-
-
Alemán
5
3,76 %
-
-
Mapudungun
5
3,76 %
25
89,29 %
6
54,55 %
Otras
12
9,03 %
3
10,71 %
5
45,45 %
Total
133
100 %
28
100 %
11
100 %
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En el ámbito comercial urbano, la categoría Otras incluye una amplia variedad de lenguas:
euskera, griego, japonés, latín, maya, náhuatl, quechua y suajili
28
. En lo que atañe a las
denominaciones de establecimientos rurales, las lenguas que integran esa categoría son menos, aunque
también de variada procedencia: euskera, griego, italiano y quechua. En las denominaciones de vías de
circulación urbanas, en cambio, la categoría Otras solamente incluye lenguas indígenas: günün a
iajüch, tehuelche y yanoama.
La investigación de las razones particulares subyacentes a estas elecciones exige un
acercamiento complejo, documental en la dirección top-down como lo ejemplifica el estudio de
Sosa (2024) de los nombres de mujer en la odonimia de Bahía Blanca y etnográfico en la dirección
bottom-up, con atención a las motivaciones para elegir lenguas que no tienen ni han tenido presencia
regional como lenguas habladas y especialmente, en el caso contrario, a la eventual vinculación de las
elecciones con la vitalidad de esas lenguas. Estas últimas indagaciones ya han comenzado a realizarse,
como lo muestra el estudio de Lasry (2023) sobre la presencia onomástica del italiano en Bahía Blanca
en el marco del proceso de mantenimiento y cambio de lengua de la inmigración italiana en la ciudad,
y confiamos en que seguirán progresando, así como en poder contribuir a ellas.
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El orden que seguimos en la enumeración de las lenguas es alfabético.
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