Káñina, Rev. Artes y Letras, Univ. de Costa Rica XLIX (3) (Enero-Junio, publicación continua) 2025: 1-22.
ISSN: 0378-0473 ISSNe: 2215-2636
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MARX, DURKHEIM Y WEBER EN TRES NOVELAS ARGENTINAS:
AUTOBIOGRAFÍA MÉDICA (2007), BESAR A LA MUERTA (2014) Y
CATARATAS (2015)
Marx, Durkheim and Weber in Three Argentine Novels:
Autobiografía médica (2007), Besar a la muerta (2014) and Cataratas (2015)
Hernán Maltz *
RESUMEN
Indagamos las formas en que Marx, Durkheim y Weber (los tres referentes usualmente reconocidos como «padres
fundadores» de la sociología) son introducidos en tres novelas: Autobiografía médica (2007), de Damián
Tabarovsky, Besar a la muerta (2014), de Horacio González, y Cataratas (2015), de Hernán Vanoli. Identificamos
diferentes estrategias de incorporación: parafraseos, alusiones explícitas en conversaciones y en flujos de
conciencia de personajes, referencias a conceptos esenciales o, en el extremo, la inclusión de un padre fundador
como personaje fictivo. Observamos que la literatura puede funcionar como medio para quitar solemnidad a uno
de los núcleos identitarios de la sociología: los denominados padres fundadores, sus obras y sus legados teóricos.
El tratamiento ficcional, al menos en las tres novelas pesquisadas, posibilita un abordaje irreverente de la disciplina,
en general dotado de recursos humorísticos o irónicos. Queda abierto el interrogante acerca de si estos modos
humorísticos no suponen una suerte de señalamiento acerca del agotamiento de la sociología (y las ciencias sociales
en general).
Palabras clave: sociología clásica, literatura, ficciones académicas, Argentina, siglo XXI.
ABSTRACT
In this article I investigate the ways in which Marx, Durkheim and Weber (the three referents usually recognized
as «founding fathers» of sociology) are introduced in three novels: Autobiografía médica (2007), by Damián
Tabarovsky, Besar a la muerta (2014), by Horacio González, and Cataratas (2015), by Hernán Vanoli. Different
strategies of incorporation are identified: paraphrases, explicit allusions in conversations and in character stream-
of-consciousness, references to essential concepts or, in the extreme, the inclusion of a founding father as a fictional
character. It is observed that literature can function as a means to remove solemnity from one of the core identities
of sociology: the so-called founding fathers, their works and their theoretical legacies. The fictional treatment, at
least in the three novels researched, enables an irreverent approach to the discipline, generally endowed with
humorous and/or ironic resources. The question remains open as to whether these humorous modes are not a kind
of signal about the exhaustion of sociology (and the social sciences in general).
Keywords: classic sociology, literature, academic fictions, Argentina, 21st century.
*Universidad de Buenos Aires y Universidad de Belgrano. Buenos Aires, Argentina. Doctor en Literatura y
Licenciado en Sociología, ambos títulos por la Universidad de Buenos Aires. Profesor (Ad Honorem) en la Carrera
de Sociología, en la Facultad de Ciencias Sociales de la Universidad de Buenos Aires, e investigador en la Facultad
de Lenguas y Estudios Extranjeros de la Universidad de Belgrano. Becario posdoctoral extraordinario (a la espera del
alta como investigador) del Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas, con sede de trabajo en el
Instituto de Filología y Literaturas Hispánicas «Dr. Amado Alonso». Correo electrónico: hermaltz@uba.ar.
ORCID: https://orcid.org/0000-0003-2274-1873
DOI: https://doi.org/10.15517/rk.v49i1.63358
Recepción: 8/1/202 Aceptación: 29/2/2024
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1. Introducción
Entre las variadas opciones de las que disponemos para definir a la sociología, una fórmula
convencional es apelar a los llamados «padres fundadores»: Karl Marx, Émile Durkheim y Max Weber.
1
Manuales y libros introductorios, además de programas y planificaciones de enseñanza
universitaria, usualmente organizan sus contenidos a través de una sucesión de fundadores de corrientes
teóricas y escuelas de pensamiento. En este tipo de textos solemos hallar apellidos casi siempre masculinos,
como los de Comte, Spencer, Simmel, Mead, Schutz o Parsons, si recordamos algunas de las «celebridades»
a las que apelan trabajos como los de Ritzer (1993) o Coller (2003), solo por remitirnos a dos referencias
bibliográficas, una norteamericana y otra ibérica. En la Argentina, recientemente Sidicaro (2022) ha
remarcado la relevancia de insistir en los tres nombres ilustres y sus proyectos político-intelectuales, debido
a que sus obras todavía contienen claves para comprender el orden social contemporáneo.
Más allá de las precauciones que merecen tales propuestas (ya que, a fin de cuentas, arrastran
presupuestos epistemológicos supeditados a las figuras de los «genios creadores»), cabe el interrogante
acerca de la presencia de los denominados padres fundadores en discursos de otra índole. Entre ellos, la
literatura puede constituirse como un ámbito de enunciación peculiar desde donde abordarlos, pues habilita
la opción de dejar a un lado la circunspección inherente a los textos de enseñanza de la disciplina.
2
En lo que sigue, por lo tanto, posamos nuestra atención sobre tres novelas escritas por sociólogos
argentinos de diferentes cohortes: Autobiografía médica (2009 [2007]), de Damián Tabarovsky (Buenos
1
Dentro de los argumentos que advierten que los referentes «estelares» dan cohesión a la disciplina, Alexander (1990)
ha postulado hace ya un tiempo que los autores clásicos brindan un marco general de discusión, una «base de
entendimiento mínima» (p. 42). De más está recordar, de todos modos, que los nombres del podio sociológico varían
históricamente y que se hallan sujetos a una discusión sin fin: por poner un solo ejemplo, a mediados del siglo XX,
Georges Gurvitch, un representante central de la sociología francesa de aquel entonces, dedicó un libro a revisar los
aportes de tres autores que en ese momento visualizaba como fundamentales: Auguste Comte, Karl Marx y Herbert
Spencer (Gurvitch, 1959).
2
Tampoco podemos obviar el carácter problemático del vocablo «literatura», al que, en estas líneas, restringimos a
un sentido convencional: escrituras «creativas» de ficción, usualmente novelas, publicadas como libros en soporte
impreso. Más allá de esta definición aproblemática, sobra la advertencia de que las opciones de demarcación son
potencialmente infinitas y, solo por rememorar una vinculada con el punto de partida de este mismo texto, no habría
que olvidar que hay quienes han resaltado el carácter artístico y literario de la propia sociología (Nisbet, 1979).
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Aires, 1967-), Besar a la muerta (2014), de Horacio González (Buenos Aires, 1944-2021), y Cataratas
(2015), de Hernán Vanoli (Buenos Aires, 1980-).
3
Se trata de tres ficciones en que la presentación de la
sociología y de los precursores está despojada de las obligaciones de los géneros discursivos abocados a
introducir y demarcar la disciplina de manera comedida. El tratamiento responde, en cambio, a reglas de
composición literaria y, como veremos, tiende a aproximarse a formas humorísticas e irónicas. En
particular, nos detenemos en segmentos de las novelas en que Marx, Durkheim y Weber son incorporados,
por medio de distintos mecanismos, en la superficie discursiva de la ficción, ya sea mediante parafraseos
(que pueden llegar a ser casi citas textuales, como ocurre en la novela de Tabarovsky), mediante alusiones
explícitas en conversaciones o en flujos de conciencia de personajes, mediante referencias a conceptos
esenciales de la sociología o, en el extremo, mediante la inclusión de un padre fundador como personaje
fictivo (tal como acontece en la novela de González).
4
3
Otro factor común de relevancia, además de la escritura de ficción y la formación en sociología, es que los tres
publicaron libros de ensayos sobre literatura (Tabarovsky, 2004, 2018; González, 1996, 2019; Vanoli, 2019). Por
cierto, en los tres autores es posible acaso inevitable observar un trabajo de jaqueo y borramiento de las fronteras
entre los registros ficcional y ensayístico.
4
Vale agregar dos aclaraciones sobre lo que nuestro estudio no es. Por una parte, las tres novelas cuentan con
personajes protagónicos que son sociólogos; sin embargo, avanzar en una escritura sobre sus atributos y
desenvolvimientos sería otro tipo de trabajo (y que podría y debería ampliarse con textos de otros autores argentinos
que también insertan sociólogos en algunas de sus ficciones tanto en roles protagónicos como secundarios, como
Rodolfo Fogwill, Natalia Moret, Mariana Dimópulos o Gonzalo Santos). Por otra parte, más allá de las coincidencias
señaladas (en la nota al pie precedente) sobre las actividades intelectuales de Tabarovsky, Vanoli y González, este
texto no busca una hipótesis explicativa acerca de por qué en la Argentina hay un conjunto de escritores-sociólogos
que realizan indagaciones sobre la sociología en escritos literarios; eso sería, de nuevo, otro tipo de trabajo, para el
cual sería menester entrevistar a los sujetos empíricos involucrados (al menos a aquellos que estuvieran disponibles y
predispuestos), analizar las condiciones estructurales e institucionales de desenvolvimiento de la sociología (como el
propio hecho de que exista una Carrera de Sociología, desde 1957, en la Universidad de Buenos Aires, cuya primera
estructura de asignaturas, dicho sea de paso, contaba con una “Introducción a la Literatura” [Noé, 2005, p. 127]) y
relevar algunas especificidades que se dieron en el país en torno a los cruces entre sociología y literatura (no solo
remisibles a ámbitos universitarios, sino a otros espacios intelectuales); a partir de estas condiciones (y otras tantas),
consideramos que la elaboración de una hipótesis explicativa acerca de las motivaciones que llevan a emplear la
sociología en creaciones artísticas es un fenómeno multicausal y que excede los alcances del presente escrito; de todas
formas, sin duda, sí habría que pensar dicho proyecto en un esquema amplio de relaciones entre sociología y literatura;
a su vez, podríamos visualizar este desarrollo como un caso específico dentro del marco comprensivo elaborado por
Lepenies (1994), para quien la sociología emerge como una tercera cultura tensionada entre dos matrices, una
científica y una literaria (el erudito alemán, en su vasta investigación, se abocó a estudiar diversos desenvolvimientos
de estas relaciones en Francia, Inglaterra y Alemania).
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2. Marx
De los tres padres fundadores de la sociología, Marx y la tradición teórico-filosófica derivada de su
obra, el marxismo, ocupan un significativo lugar en las letras argentinas, por medio de una participación
diseminada en diferentes ficciones contemporáneas.
5
Entre diversas presencias en la forma de paratextos y
alusiones, seleccionamos un escrito en que la apelación se manifiesta a través de un parafraseo casi una
cita textual, aunque no cuenta con una atribución autoral explícita: esto es lo que sucede en Autobiografía
médica (2009 [2007]), de Damián Tabarovsky.
6
La trama de tal novela se centra en la figura de Dami (el nombre del protagonista y el vocablo
«autobiografía» en el título indican, por supuesto, la opción de una lectura en clave de autoficción), un
sociólogo que trabaja en MG, una consultora de investigación de mercado «especializada en medios de
comunicación» (Tabarovsky, 2009, p. 15). Asistimos a lo que parece un momento de ascenso y
reconocimiento laboral, ya que Dami es designado como subdirector de un observatorio de tendencias
socioculturales. Él se encarga de ejecutar las investigaciones para los primeros clientes, «[u]n diario […] y
una compañía multinacional de ropa y zapatillas» (p. 27), y la minuciosa escritura del primer informe. Sin
embargo, unos días antes de una presentación crucial ante los representantes de la empresa multinacional,
siente un dolor en la espalda: una hernia de disco. La lesión le impide ser parte de la presentación, de la que
se hace cargo la directora, por lo que él pierde el mérito de la investigación y del informe que había
confeccionado. La situación se repite cuando se aproxima la fecha de presentación del segundo informe,
aunque, en esta ocasión, la ausencia se debe a una gastroenteritis (derivada del abuso de calmantes ingeridos
5
La lista de autores de ficción que incluyen referencias a Marx o al marxismo es amplia. En las letras argentinas, tan
solo por traer a cuenta una decena de nombres, comprobamos que el conjunto abarca una significativa dispersión de
poéticas, estilos e intereses, así como variadas formas de cita desde epígrafes o breves alusiones hasta reflexiones
más extensas: Ricardo Piglia, Salvador Benesdra, Guillermo Martínez, Natalia Moret, Mariana Dimópulos, Kike
Ferrari, Pablo De Santis, Félix Bruzzone, Néstor Gabriel Leone o el propio Horacio González, entre otros.
6
Los análisis previos de esta novela se detienen, entre otras cuestiones, en las representaciones de lo urbano, las
estrategias narrativas digresivas, el énfasis en la banalidad, las configuraciones de un yo enfermo y las vinculaciones
de las patologías contemporáneas con el orden político neoliberal (Gunia, 2013; González Álvarez, 2014; Orssaud,
2021).
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para mitigar el dolor de espalda previo). Finalmente, Dami es despedido y comienza un ciclo de alternancias
de otros trabajos vendedor ambulante, productor televisivo y nuevamente consultor, que, a su vez, se
interrumpen en la medida en que sucesivas enfermedades y nuevos dolores corporales generan limitaciones
en el cuerpo del protagonista: en la visión (dicromatismo), en la espalda (hernia de disco), en el estómago
(úlcera duodenal), en el pie (uña encarnada), en una situación de cansancio extremo generalizado
(citomegalovirus) y en un sarpullido (cuyos alcances y diagnóstico exacto no llegan a ser precisados).
Lo que nos interesa en esta ocasión es, en particular, una incrustación de un parafraseo, pero que es
prácticamente una cita textual, de un fragmento de El capital, de Karl Marx.
7
Luego de perder su empleo
como consultor, leemos un tramo de la novela en que las cavilaciones de Dami se entremezclan con las de
un erudito narrador heterodiegético (y sin dudas en tensión con lo «autobiográfico» de la novela), que en
varios pasajes introduce digresiones reflexivas que se separan e incluso se burlan de los pensamientos del
protagonista:
«En chino, crisis significa peligro y oportunidad», pensaba a menudo (pensamiento burdo, pero
¿qué esperar de un experto en marketing?). Pero la retórica es una cosa, y el proceso de producción
del capital (mercancía y dinero) es otra. La retórica funciona en el plano de las ideas, los imaginarios
sociales y los discursos. (Tabarovsky, 2009, p. 77)
Inmediatamente a continuación, el narrador inserta, casi copiada, una cita de Marx, sin hacer la
correspondiente atribución autoral:
En cambio, el carácter misterioso de la mercancía estriba, pura y simplemente, en que proyecta ante
los hombres el carácter social del trabajo de éstos como si fuese un carácter material de los propios
7
Más allá de nuestro interés en Marx, vale advertir que el narrador de Autobiografía médica reitera un procedimiento
de alusiones explícitas a citas y sus autores, en un variado conjunto que abarca poetas, filósofos y demás pensadores:
John Donne, Jean-Luc Nancy, Décio Pignatari, Ernst Jünger, Gustave Flaubert, John Cage, Juan del Valle y Caviedes,
José Carlos Mariátegui, Henry Clay, Ambrose Bierce, John Brown, Giovanni Battista Morgagni, Juan José Morosoli
e Immanuel Kant. En casi todos estos casos, las alusiones incluyen marcas tipográficas de citación (comillas francesas)
y una referencia explícita al autor de la cita. Esto no sucede, tal como veremos, en el caso de Marx tampoco ocurre
en una cita mucho más evanescente, cuando se apela, al pasar, al «capital simbólico» (Tabarovsky, 2009, p. 43),
sintagma usualmente atribuido a Bourdieu (2001) y que supone el carácter reconocido de otro tipo de capitales:
culturales, económicos y/o sociales (ver pp. 131-164).
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productos de su trabajo, un don natural social de estos objetos y como si, por lo tanto, la relación
social que media entre los productores y el trabajo colectivo de la sociedad fuese una relación social
establecida entre los mismos objetos, al margen de los productores. Lo que aquí reviste, a los ojos
de los hombres, la forma fantasmagórica de una relación entre objetos materiales no es más que
una relación concreta establecida entre los mismos hombres. (Tabarovsky, 2009, p. 77)
8
Tras la cita casi textual, el narrador prosigue con un retorno a la situación laboral concreta de Dami:
«En una palabra: estaba sin trabajo. Mucho bla, bla, bla; muy lindo todo, todas sus autojustificaciones y sus
discursos, pero si en unos días no enganchaba algo no tendría con qué pagar las cuentas. La realidad se
había hecho presente y ahora golpeaba a su puerta» (Tabarovsky, 2009, p. 77). La inclusión de este último
fragmento, luego del pasaje copiado de Marx, implica una suerte de distanciamiento y, al mismo tiempo,
otorgamiento de la razón al filósofo prusiano. Es decir, los trabajadores alienados no pueden ser conscientes
de su alienación. Pero el propio narrador clausura la cita de Marx con un retorno a la apremiante situación
de Dami: la necesidad de pagar cuentas no permite tomar dimensión de la alienación (y, si nos permitimos
una vuelta metarreflexiva que habilita Autobiografía médica: la distancia entre vida cotidiana y teoría social
puede remitir, en última instancia, a una alienación de la propia sociología con respecto a su referente, la
sociedad).
9
8
Este tramo de Autobiografía médica es, como venimos de indicar, una copia y fusión, con algunas sutiles
modificaciones, de dos pasajes del último apartado del primer capítulo de El capital, «El carácter fetichista de la
mercancía y su secreto» (Marx, 2010, pp. 87-102). Por un lado, Marx (2010) consigna: «Lo misterioso de la forma
mercantil consiste sencillamente, pues, en que la misma refleja antes los hombres el carácter social de su propio trabajo
como caracteres objetivos inherentes a los productos del trabajo, como propiedades sociales naturales de dichas cosas,
y, por ende, en que también refleja la relación social que media entre los productores y el trabajo global, como una
relación social entre los objetos, existente al margen de los productores» (p. 88). Por otro, unas líneas más adelante (y
de donde Tabarovsky copia la oración final de su apropiación en la ficción), concluye: «Lo que aquí adopta, para los
hombres, la forma fantasmagórica de una relación entre cosas, es sólo la relación social determinada existente entre
aquéllos» (p. 89).
9
A propósito del interrogante dentro del paréntesis, acotamos dos cuestiones que juzgamos de especial relevancia:
por un lado, la pregunta acerca de si estas ficciones no suponen una suerte de advertencia sobre el agotamiento de las
posibilidades de la sociología (y de las ciencias sociales en general) de brindar explicaciones satisfactorias sobre el
ordenamiento social; por otro lado, la idea de que estas ficciones, de algún modo, señalan limitaciones en los aportes
de los padres fundadores de la disciplina, en la medida en que sus diagnósticos sobre la sociedad moderna no tuvieron
una capacidad transformadora consecuente (ni tampoco los actuales representantes de la sociología parecen tener una
capacidad de agencia atendible).
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Del parafraseo casi textual de Marx inserto en Autobiografía médica, pasemos a algunas alusiones
presentes en Cataratas (2015), de Hernán Vanoli.
10
Con participaciones genéricas superpuestas que remiten
al relato de viajes, al de aventuras, a la ciencia ficción, al policial y a la novela de espionaje, entre otras, se
trata de una densa, múltiple y delirante historia acerca de un futuro distópico, pero próximo y de algún
modo posible, en que el suceso que organiza la trama es un evento académico, el «XXII Congreso de
Sociología de la Cultura a celebrarse en Iguazú» (Vanoli, 2015, p. 19). Ya desde las primeras páginas, nos
encontramos con diversos indicadores acerca de un mundo ficticio del porvenir: un «aceite con hormonas
de hipocampo» (p. 13); Google Iris (p. 13 y ss.), una extensión totalizante de Google, prácticamente
yuxtapuesta a los cuerpos humanos, ya que contiene un servicio de mensajería adosado a las uñas y un visor
adaptado a los ojos humanos, casi sin mediación de algún tipo de hardware; Mao, una absorbente «red
social de elite» (p. 16), también caracterizada negativamente como un «gimnasio neuronal envenenado» (p.
20); y «palomas rosadas con hocico de gato y cuatro alas de mosca» (p. 16; fauna a la que más adelante se
añaden otras especies: caracoles gigantes, monos araña, etcétera). Con el transcurrir de las páginas, estas
apuestas imaginativas se multiplican y se manifiestan a través de una proliferación de diversos motivos y
capas temáticas: nuevas enfermedades (la «esquistosomiasis derivada»), sectas, transformaciones
medioambientales y urbanas, apelaciones a la historia y la política argentinas, intentos de revolución social,
actos terroristas, espionaje infinitesimal, venta ilegal de datos personales, transgresiones, delitos incluso
homicidios, turismo, paternidad, relaciones cosificadas, traiciones, etcétera, y sin olvidar, por supuesto,
una de las principales dimensiones de la novela: la representación socarrona de detalles de la alienada vida
académica. Dentro de esta faceta de Cataratas como novela académica, hay una profusión de nombres
10
Hay una no desdeñable cantidad de textos que analizan diferentes dimensiones de esta novela, como la distopía, el
futuro, la tecnología, la ciencia ficción, las mixturas genéricas, la representación de entornos y subjetividades
académicas, las relaciones entre lo humano y lo no humano, etcétera (Niemetz, 2018; Potenza, 2019; García, 2020a,
2020b; Guglielmone, 2022; López, 2022).
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propios de pensadores y teorías, en buena medida debido a que el elenco principal de personajes son
cientistas sociales especializados en sociología de la cultura.
11
La novela no contiene alusiones al nombre de Marx, pero al marxismo, presente en tres ocasiones
a través de los pensamientos de Gustavo Ramus. La primera se da en el marco de sus vacilaciones acerca
de la presencia constrictiva de su jefe (Ignacio Rucci) en el congreso y de su proyecto vacilante de
paternidad por venir. Ramus se interroga acerca de sus motivaciones para participar en las sociabilidades y
las seducciones del evento académico:
Ya no tenía tantas ganas de quedarse algunas noches en Iguazú, apostado en el bar donde las
investigadoras irían a celebrar su soltería relativa, llenar sus corazones de bebida y discutir los
avatares del posmarxismo con un inexorable destino de sábanas transpiradas. (Vanoli, 2015, pp.
105-106)
Otra ocasión transcurre en medio de una escena de confusión: luego de ingresar en un ámbito de
apuestas ilegales de riñas de palomas con hocicos de gatos, hay una intervención de «la fuerza civil de las
Naciones Unidas» que usa un «uniforme militar con la pipa de Nike y cascos con visores infrarrojos»
(Vanoli, 2015, p. 253). Ramus, en medio del caótico desalojo, tiene pensamientos inesperados acerca de
por qué decidió convertirse en becario de investigación y, en dicho flujo desordenado de conciencia, leemos
que «tuvo un momento de íntima reconciliación con el marxismo» (p. 254).
12
11
Con la etiqueta «novela académica» nos referimos a un conjunto de ficciones en que las representaciones de la vida
universitaria y académica ocupan un lugar, si no dominante, al menos significativo en la composición de los
personajes, los espacios y las tramas de la ficción. Algunas novelas que se ubican en este espectro, dentro del espacio
literario argentino, son: En ninguna parte (1981), de Pablo Urbanyi; El agua electrizada (1992), de Carlos Feiling;
La traducción (1998) y Filosofía y Letras (1998), de Pablo De Santis; La Cátedra (2000), de Nicolás Casullo;
Evaluador (2002), de Noé Jitrik; Crímenes imperceptibles (2003), de Guillermo Martínez; El ícono de Dangling
(2007), de Silvia Maldonado; El camino de Ida (2013), de Ricardo Piglia.
12
Vale notar que la observación de las riñas de palomas con hocico de gato implica una intención, por parte de Ramus,
de escribir un artículo etnográfico inspirado en un trabajo de Clifford Geertz (Vanoli, 2015, p. 241 y pp. 248-258). La
sardónica alusión remite a un reconocido escrito del antropólogo norteamericano, «Juego profundo: notas sobre la riña
de gallos en Bali» (Geertz, 2003, ver pp. 339-372). Ramus pretende replicar dicho estudio a través de una etnografía
(finalmente fallida) sobre una situación similar que acontece en torno a la organización de unas riñas entre palomas
con hocico de gato; y, por si esta mofa del mundillo académico fuera escasa, vale recordar que el lugar del evento es
un espacio ilegal que usa una librería como fachada (Vanoli, 2015, pp. 248-253).
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Sin embargo, quizá la más llamativa de las tres referencias al marxismo en el flujo de conciencia
de Ramus sea la segunda en orden de aparición: una llamativa ensoñación que incluye «ciegos cardúmenes
de peces que masticaban fotocopias marxistas» (Vanoli, 2015, p. 242). Si vamos desde el comienzo del
párrafo, la cita dice:
Gustavo Ramus imaginó que huía y nadie se daba cuenta. Su pequeño contrafrente con progresivas
señales de deterioro, sus libros húmedos, su iconografía chavista cubierta de smog. Imaginó que
los arqueólogos del futuro encontrarían su casa tras una violenta inundación que sepultaría Buenos
Aires y luego harían un documental para Discovery Channel sobre el Homo academicus, un residuo
barrido por la poderosa corriente de la selección social. Gustavo Ramus imaginó ciegos cardúmenes
de peces que masticaban fotocopias marxistas. (pp. 241-242)
Este fragmento, que además contiene una prolepsis sobre la hipotética extinción de las
subjetividades académicas, provoca un indudable efecto humorístico (al igual que los dos anteriores). De
todas formas, la presencia de Marx, más precisamente del marxismo, se reduce a este tipo de apariciones
evanescentes, apenas algunos destellos en el flujo de conciencia y de ensoñaciones de uno de los personajes
de Cataratas. Algo similar ocurre, como veremos a continuación, con la fugaz aparición de Durkheim.
3. Durkheim
En oposición a Marx y el marxismo, Durkheim parecería ser, entre los tres integrantes de la «santa»
tríada sociológica, el menos transitado por las letras argentinas.
13
Cobra especial valor, por lo tanto, un
pasaje de Cataratas en que el sociólogo francés es evocado a partir de una situación límite: un homicidio.
El nombre emerge como una suerte de epifanía de Marcos Osatinsky, responsable del asesinato, que piensa
en una suerte de reapropiación pragmática del legado teórico de dicho padre fundador:
13
Posteriormente a la escritura de este artículo, conocí, a través de una mención de Francisco Matilla, otro texto que
hubiera sido pertinente incluir en la indagación: la novela El grito (2004), de Florencia Abbate, en cuya trama hay un
personaje obsesionado con El suicidio, de Durkheim.
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La única verdad era que había matado a Ignacio Rucci y ahora debía huir. ¿Podría llegar a un pacto
con la muerte? Tenía que descomponer el enorme problema en partes e irlo resolviendo de a poco,
como indicaba el método científico. El asesinato era un hecho social y debía tratarlo como a una
cosa, se lo había enseñado el bueno de Emilio Durkheim. El primer paso era hacer la denuncia. El
segundo volver al congreso y aguantar hasta que terminase, soportar ponencias sobre temas
irrelevantes y fragmentarios: la angustia del becario cifrada en un lenguaje muerto. Resistir la
tentación de volverse antes y soportar la separación de Alicia Eguren, que regresaría a Buenos
Aires. (Vanoli, 2015, p. 214)
En este pasaje, leemos aquella máxima establecida en Las reglas del método sociológico: la unidad
elemental de lo social es el hecho social (Durkheim, 2001, ver pp. 38-52),
14
al que hay que tratar como una
cosa, en el sentido de que es un fenómeno dotado de una existencia real y con independencia de sus
manifestaciones individuales (ver pp. 53-72).
15
La referida alusión a Durkheim es la única a lo largo de Cataratas. Constituye un gesto de risible
complicidad ante un eventual lector con una mínima formación en sociología y acarrea, en el contexto de
la delirante novela, un indudable efecto humorístico, suscitado por la apropiación de la teoría sociológica
para proyectar la consecución de impunidad en un homicidio. Este guiño cómplice es uno más entre una
gran cantidad de referencias que la novela contiene sobre nombres estelares de las ciencias sociales, así
como una sumatoria de modalidades de introducción de la sociología en la literatura: Cataratas también
contiene construcciones de subjetividades de personajes que se apoyan y hacen catarsis desde la sociología
y a pesar de ella «El lenguaje sociológico me empobrece. No puedo ni sentir culpa» (Vanoli, 2015, p.
14
Entre los elementos de demarcación que Durkheim (2001) apunta en el primer capítulo de su trabajo canónico para
la disciplina, una de las definiciones más reconocidas es aquella en que sostiene que los hechos sociales «consisten en
modos de actuar, de pensar y de sentir, exteriores al individuo, y [que] están dotados de un poder de coacción en virtud
del cual se imponen sobre él» (2001, pp. 40-41).
15
En un pasaje especialmente positivista (sin que esta denominación suponga algún tipo de estigma en el presente
desarrollo), Durkheim (2001) consigna: «es cosa todo lo que está dado, todo lo que se ofrece o, más bien, se impone
a la observación. Tratar a los fenómenos como cosas, es tratarlos en calidad de data que constituyen el punto de partida
de la ciencia» (p. 68).
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197), piensa Marcos Osatinsky; también los personajes actúan a partir de los conceptos de la disciplina
(en el extremo, como vimos, el método sociológico sirve para «resolver» la comisión de un homicidio); y,
más allá del predominio del tono sardónico, la novela está repleta de incrustaciones de teoría social y de
reflexiones sobre teoría sociológica por ejemplo, un pasaje en que Ignacio Rucci revaloriza las teorías
con metáforas organicistas, en detrimento de perspectivas sobre lo social ancladas en lo comunitario (ver
pp. 110-111).
16
En el marco de dicho sistema amplio de empleos de la sociología en función de la ficción, en este
espacio nos interesa una en particular, la relativa a la «santa» tríada de aquellos convencionalmente
apuntados como iniciadores de la disciplina. La fugaz aparición del nombre de Durkheim se añade a una
alusión previa a Weber, así como a las ya revisadas en torno a Marx, por lo que Cataratas se convierte en
una suerte de gran chiste que engloba a los tres ilustres referentes de la sociología.
17
4. Weber
Antes de la breve alusión a Durkheim, Cataratas contiene una a Weber, pero no en el flujo de
conciencia de un personaje, sino en una conversación entre Marcos Osatinsky y Gustavo Ramus:
Murmuraron sobre la visita de un intelectual español que había traducido buena parte de los trabajos
de Max Weber al quechua, y que hacía dos semanas había hecho un escándalo porque un colega
becario había llegado veinte minutos tarde a buscarlo por el hotel para un paseo por La Boca.
(Vanoli, 2015, p. 63)
16
En este último pasaje aludido, leemos: «Ignacio Rucci quería repetir, como lo hacía en sus clases teóricas, que la
sociología debía abandonar para siempre el concepto de comunidad, apropiado hacía mucho tiempo ya por la filosofía
política, y desarrollar un análisis de las formas sociales informado por el vocabulario de las investigaciones más
recientes en biología, en especial concentrándose en la manipulación genética y las catástrofes en la implementación
de hormonas, además por supuesto de las epidemias surgidas por el testeo de armas químicas, porque nunca, nunca,
la sociología debería haber abandonado las metáforas orgánicas para explicar la sociedad y, en cambio, tendría que
haber profundizado en su estudio de las enfermedades, el ncer y cualquier tipo de degradación. El espíritu de lo
social no es otro que el de la degradación permanente, pensó Ignacio Rucci» (Vanoli, 2015, pp. 110-111).
17
Más allá de nuestro interés focalizado en los tres padres fundadores de la sociología, la novela contiene un amplio
repertorio de menciones a figuras de las ciencias sociales y las humanidades: además del ya aludido Geertz, aparecen
consignados Husserl, Merleau Ponty, Adorno, Deleuze, Benjamin, Bachelard, Gramsci y Foucault, entre otros.
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De nuevo, la cita es sencillamente una mención efímera, que funciona en el marco de una cuantiosa
sumatoria de referencias a autores y corrientes teóricas que se suceden a lo largo de la novela. En particular,
esta aparición de Weber en una conversación manifiesta una de las maneras de inserción de la sociología
en la ficción: como motivo, antes que como matriz explicativa eficaz sobre el orden social. A esta dimensión
de la sociología como motivo de la ficción, se añade, otra vez, el componente humorístico, en este caso
vinculado con la tensión que se concentra en el intelectual español, a raíz del contraste entre su elevada
erudición y su escasa competencia para desenvolverse en una situación cotidiana: el retraso de una persona
para llegar a una cita y a esto se suma, además, la breve referencia a algunas ilegítimas actividades
extralaborales que ejecutan los becarios de investigación, ilustradas en este ejemplo mediante el desempeño
de uno de ellos como guía turístico (el sufrimiento constante de los becarios de investigación es uno de los
temas cruciales de Cataratas).
La presencia de Weber en una conversación inscripta en la literatura argentina ya contaba con un
episodio previo, en una ficción publicada un año antes que la de Vanoli: Besar a la muerta (2014), de
Horacio González.
18
Se trata de una novela conversacional o, al menos, en parte conversada y en parte
monologada, ya que consta de tres voces que se alternan largos turnos de habla: el Padre Poggi, el ex Padre
Enrique de Santiesteban y el profesor Juan Carlos Rupestre. El primero es el anfitrión de un asado que
comienza a la noche y termina al día siguiente. Los temas de la charla son la política, la religión, el
peronismo, Evita, la Argentina… y también tiene su lugar de relevancia, como tema y motivo de la ficción,
el dictado de clases y la vida política en la universidad. Nuestro interés en esta última cuestión implica que,
18
A diferencia de las novelas de Tabarovsky y Vanoli, no encontramos bibliografía que se haya abocado a analizar la
pieza de González, salvo por un par de textos de una discípula e íntima amiga de él, la socióloga, escritora y ensayista
María Pía López, quien se encarga de la escritura del prólogo de la novela: dos páginas en que celebra la capacidad
de González de trabajar con las palabras, así como el tratamiento seductor de algunos grandes temas, como la
Argentina o el peronismo (González, 2014, pp. 9-10). López le dedica, además, algunas líneas dispersas en dos
capítulos contiguos de Yo ya no. Horacio González: el don de la amistad (López, 2016, pp. 139-156), pero en ellas se
apoya en otros segmentos de la novela (diferentes a los que destacamos a continuación) para reflexionar, por ejemplo,
sobre algunas vinculaciones entre la Iglesia católica y la vida política nacional (y, a riesgo de hacer demasiadas
aclaraciones, añadimos una más: por supuesto, la parte de la novela que nos ocupa en este texto, los clásicos de la
sociología, también constituye una forma muy peculiar de religión).
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en lo que sigue, nos enfoquemos en la figura de Rupestre (en parte concebible como alter ego y autoparodia
de Horacio González), que es presentado como un especialista en Max Weber y, en particular, en La política
como profesión, aunque en la ficción se aclara que «no se limitaba a este solo tema, de por sí sumamente
intrincado a pesar de lo que piensan tanto los alumnos que lo frecuentan con desidia, como muchísimos
profesores abúlico (González, 2014, p. 37). Así, en Besar a la muerta se reitera la figura del académico
especialista en Max Weber, pero González profundiza y lleva al extremo este recurso. Nos interesamos en
cuatro aspectos de este movimiento: la representación de algunas dimensiones del dictado de clases en la
universidad; la inclusión en la ficción de las fichas de clase del docente; la discusión y ponderación de un
concepto weberiano singular, el tipo ideal; y, por último, la aparición del propio Weber como personaje
fictivo.
Las apreciaciones en torno a la vida universitaria comienzan en el segundo capítulo de la novela,
en que se nos presenta a Rupestre como un profesor que se dirige, en transporte público (un colectivo de la
línea 152), a dar una clase en la Facultad de Ciencias Sociales (se sobreentiende, por los datos contextuales
realistas, que se trata de dicha facultad de la Universidad de Buenos Aires, en la sede de la calle Marcelo
T. de Alvear, en donde, durante años, se dictaron las clases de la Carrera de Sociología). Dentro del
transporte, medita de manera dispersa y revisa algunos pasajes de La política como profesión, «que una vez
más intentaba repasar, como lo había hecho centenares de veces, siempre encontrando algo nuev
(González, 2014, p. 39). Una vez en el aula, seguimos leyendo las cavilaciones del docente, centradas en
una laxa reflexión acerca del momento de inicio de una clase, en que se produce el pasaje «de la no-clase a
la clase», es decir, «[d]el cuchicheo disperso a la palabra del profesor» (p. 40). La meditación, en tercera
persona, se interrumpe para ofrecer un pasaje a la primera (por lo que no resulta difícil, de manera análoga
a lo que ocurre con la novela de Tabarovsky y también con la de Vanoli, la opción de leer una
dimensión autobiográfica y, especialmente, autoparódica del autor). Así, leemos el ritual del avergonzado
saludo y el desperezamiento previo al comienzo de la clase:
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¿Quién dice esto? El profesor Juan Carlos Rupestre. Soy yo. Soy mi pobre yo, soy mi anhelo
fracasado de narrar de manera omnisciente. Yo: el titular de Teoría Social Avanzada II. “¡Buenos
días!” Lo más embarazoso es el saludo al comenzar la clase; no hay forma de hacerlo sin que
parezcamos estúpidos. Algo se rompe del día real con este torpe augurio. Algunos responden
desganadamente y tienen razón. El farfullo general cesa y ocurre un hecho sutil: el pasaje de la
confusión de palabras a una palabra directriz. (pp. 40-41)
El flujo de conciencia del profesor continúa con reflexiones sobre el saludo como práctica
necesaria, más allá de las contrariedades que le genera, y con su negativa a tomar lista de asistencias.
Finalmente, no sin oscilaciones y rodeos, Rupestre da paso a la clase, sobre la que leemos su reflexión
(auto)irónica a medida que se despereza, así como el comienzo de su desarrollo oral sobre Weber:
Y bien, ahora empieza la clase, que si somos cuidadosos, debe tener un título. “Alcances del
nominalismo sociológico”. ¡Voy a explicar lo que es el nominalismo! El nominalismo en Max
Weber. Empiezo con voz queda y a medida que adquiero seguridad, estoy modulando mejor. “Max
Weber es un pensador nominalista…”, me había escuchado decir. Sin embargo, las palabras brotan
inmaduras, desarregladas. Los alumnos asisten en un hondo silencio, algunos se revuelven en sus
asientos. No me entienden. (p. 42)
El fragmento copiado se halla en el final del segundo capítulo. Recién en el noveno se retoma la
clase sobre nominalismo y el narrador continúa con la autoparodia levemente denigrante, en la que reconoce
cierto nivel de incomprensión de sus clases por parte de los estudiantes. Además de retratar y parodiar la
experiencia áulica (y la exposición docente enfocada en la teoría social y en la obra de Weber), las
representaciones de la vida universitaria también se ocupan de un contexto de toma de la facultad (suerte
de subtrama desplegada en los capítulos octavo y doceavo). El mayor giro humorístico se da cuando Pin
Lin Chou (personaje presentado desde el capítulo quinto, anteriormente supermercadista, cuyo «bolichín
había sido saqueado en una de las tantas jornadas tumultuosas que vivía el país» [González, 2014, p. 51]),
luego de escuchar las clases de Rupestre y tomar apuntes, pasa él mismo a dictar lecciones sobre Weber,
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en el marco de una toma de la facultad. El propio Pin Lin Chou autoparodia su condición china, mofa que
se expresa en el texto, por ejemplo, mediante el intercambio de las letras «r» por «l»: «Vednil buscal
profesor Lupestre» (p. 182). Sin embargo, se informa a los lectores que el habla del español con acento
foráneo es un efecto buscado por el personaje: «Hablá sin parodia, Pin, aquí todos ya saben que sos un
eximio profesor que usa un castellano perfecto para dar clases sobre Max Weber…» (p. 182).
19
El dictado de clases se vincula con el segundo aspecto que nos interesa: la inclusión, en la ficción,
de fichas de clase, lo cual supone una preocupación no solo sobre la sociología, sino especialmente sobre
su enseñanza. En el capítulo onceavo, el Padre Poggi le pide permiso a Rupestre para revisar sus notas. Así,
a lo largo de unas páginas (ver pp. 97-104), leemos cinco fichas en torno a la obra y la vida de Max Weber
(fichas que también incluyen divertidas acotaciones catárticas de Rupestre, casi como si guionara sus
propios chistes): la primera versa sobre el problema del nominalismo en Max Weber (cuestión que incluye
un cotejo con la obra de Jorge Luis Borges) y el concepto del tipo ideal; la segunda, sobre el precoz
desarrollo intelectual de Weber «Había leído a Maquiavelo y a los clásicos griegos a los 12 años»
(González, 2014, p. 99); la tercera, sobre el interés de Weber en la religión y la teología; la cuarta, sobre
algunos trabajos de juventud de Weber acerca de gremios medievales y campesinos en ámbitos agrarios; la
quinta, sobre las relaciones tensionadas entre Weber y un renombrado poeta coetáneo, Stefan George, líder
del Círculo de George.
20
La inserción de fichas de clase en la ficción se conecta de manera muy estrecha con la tercera
cuestión que nos interesa resaltar de Besar a la muerta: la inclusión de conceptos sociológicos. La primera
19
Por cierto, podríamos hallar una broma gonzaliana más fina en torno al hecho de que un chino explique la obra de
Weber; recordemos, en efecto, aquella preocupación relativa a que un apropiado desarrollo metodológico de las
ciencias de la cultura debía ser válido de manera universal: «el análisis lógico de un ideal en cuanto a su contenido y
a sus axiomas últimos, y la indicación de las consecuencias que su persecución producirá en los terrenos lógico y
práctico, han de ser válidos también para un chino» (Weber, 1978, p. 47).
20
Las tensionadas relaciones entre Max Weber y Stefan George han sido abordadas en el ya citado libro de Lepenies
(1994, ver pp. 300-315).
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de las fichas, de hecho, apunta a esta cuestión, mediante una diatriba contra todos aquellos que despotrican
contra el tipo ideal,
21
uno de los conceptos weberianos esenciales:
Su noción del “tipo idealfue criticada por todo aquel que se considerase dentro de la correcta
doctrina metodológica. ¡Torpes! ¿Quién no destiló su odio o frustración profesoral a demoler
alguna vez una idea simple y a la vez eficaz sobre el conocimiento? Becarios recién recibidos,
sociólogos de opereta, marxistas de dos por cuatro, pensamientos parasitarios que jamás se
asomaron al milagro, a la dádiva del saber, profesores malolientes que repiten en su senectud
atemorizada un cliché de la época en que eran izquierdistas y proclamaban que el “tipo ideal” no
puede dar cuenta de la realidad en conflicto… todos ellos, cacatúas… (González, 2014, p. 98)
Más allá del tono humorístico e irónico, la invectiva contra los detractores se orienta a defender el
concepto del tipo ideal. A diferencia de Tabarovsky, que cita a Marx para distanciarse, y de Vanoli, que
recuerda el concepto durkheimiano de hecho social de manera sarcástica, González opta por burlarse de
quienes se mofan de dicho concepto weberiano. Así, al menos en este fragmento, la literatura se presenta
como una arena extrasociológica en la cual disputar y defender conceptos nodales de la sociología lucha
que González efectúa en otros escritos ensayísticos, no ficcionales, en los que también se sirve del tipo
ideal, tal como acontece en un pasaje de La ética picaresca (González, 1992, p. 90).
Pero la defensa en la ficción de un concepto metodológico nodal de la sociología weberiana no es
el cenit de la presencia de uno de los padres fundadores en Besar a la muerta. Todavía resta la mención a
un hilarante libro fictivo: «Inspirado en la clase [sobre Weber] de Pin […], a Rupestre se le había ocurrido
escribir un libro weberiano un poco en serio y un poco en solfa» (González, 2014, p. 115). En el contexto
de una conversación de bar entre amigos, «Juan Carlos Rupestre anunció que estaba escribiendo un libro
que había titulado Conversaciones con Max Weber, y que ya lo estaba cerrando (así dijo)» (p. 116). A
continuación, procede a dar cuenta de los contenidos centrales de dicha creación:
21
El tipo ideal es «un cuadro conceptual que […] tiene el significado de un concepto límite puramente ideal, respecto
del cual la realidad es medida y comparada a fin de esclarecer determinados elementos significativos de su contenido
empírico» (Weber, 1978, p. 82).
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Instigado a que cuente el tema del libro, Rupestre no notó ironía en ese envite y resumió: se trata
de un periodista argentino de la revista Caras y Caretas, joven de 28 años, a quien en 1915 le llegan
noticias en la Argentina sobre la obra de Max Weber, y se dispone a ir a Heidelberg a visitarlo y
hacerle una larga entrevista sobre la nueva ciencia social llamada “sociología”. Luego de variadas
peripecias lo encuentra viejo y solitario en su residencia con vista al río Neckar, y se produce un
gran diálogo, en el que Weber le confiesa sus imposibilidades, las vacilaciones de su obra, los
amores perdidos, el triste destino de Alemania, a la par que le hace preguntas sobre la cuestión
agraria en la Argentina. El periodista responde como puede, y a su vez, como toque final, quiere
saber si Weber conoce a los sociólogos argentinos, como José Ingenieros y Ernesto Quesada. ¿Qué
tal? (p. 116)
Además del inexorable humor que genera el resumen del libro fictivo, suerte de autoparodia de la
propia novela de González (al menos en el sentido de buscar y propiciar una conversación que no termina
de fluir), Conversaciones con Max Weber incluye, en el clímax humorístico de Besar a la muerta, al mismo
Weber como personaje de la ficción. Pero la apuesta humorística de González ahonda en su pulsión de risa,
ya que el libro del profesor Rupestre contiene anécdotas hilarantes que son, a su vez, reivindicadas por un
grupo de estudiantes y militantes políticos que reciben Conversaciones con Max Weber de manera muy
optimista:
Un extraño grupo estudiantil llamado De vuelta de todo (DVT) había tomado el libro de Rupestre
como libro de cabecera […]. Memorizaban trechos enteros de la noveleta, como el momento en
que el periodista argentino casi se ahoga en el río Neckar y el propio Weber se arremanga los
pantalones para sacarlo, gritando zweitrationaität, zweitrationaität, con lo que quería significar que
esa acción era una acción racional con arreglo a fines. (p. 118)
22
22
Además del ya aludido tipo ideal, otro de los desarrollos canónicos de Weber (2002) es el concepto de acción social
«una acción en donde el sentido mentado por su sujeto o sujetos está referido a la conducta de otros, orientándose
por ésta en su desarrollo» (2002, p. 5) y sus cuatro tipos «puros»: la acción racional con arreglo a fines, la acción
racional con arreglo a valores, la acción afectiva y la acción tradicional (p. 20).
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Inmediatamente, prosigue la recapitulación de otro episodio en que, otra vez, Weber acude al rescate del
periodista argentino, que se descompone y vomita en una cena de gala. A partir de estas anécdotas de la
ficción dentro de la ficción, incluso el profesor Rupestre llega a ocupar el lugar de Weber en una puesta
teatral:
Estos cachivacheros episodios eran juzgados por la DVT como desacartonadores de la mala
enseñanza weberiana, y en general, una alerta contra el simo nivel de enseñanza en la
Universidad, por lo que incluso llegaron a ser teatralizados por otro grupo estudiantil que practicaba
políticas alternativas de dramaturgia implicada” así la llamaban, donde no vacilaron en
ofrecerle el papel de “Max Weber” al propio profesor Rupestre, en gran parte debido al modo
gracioso y erróneo en que este pronunciaba la palabra zweitrationaität, además, por supuesto, de
ser el autor del, a esta altura, célebre y absurdo novelón. (p. 119)
Como en casi toda la novela, este fragmento da cuenta de una serie de autoironías y gestos
humorísticos: sobre la enseñanza de la sociología, sobre la universidad argentina, sobre ciertos modelos de
estudiantes extravagantes y, por supuesto, sobre la figura del propio Rupestre, autoridiculizado jocosamente
en su papel teatral como Max Weber.
5. Conclusiones
Partimos de la observación de que la literatura puede constituirse como un ámbito de enunciación
particular desde donde abordar a los denominados «padres fundadores» de la sociología. Con esta
propuesta, recortamos un corpus de tres novelas: Autobiografía médica (2009 [2007]), de Damián
Tabarovsky, Besar a la muerta (2014), de Horacio González, y Cataratas (2015), de Hernán Vanoli.
En nuestro análisis, nos detuvimos en cierto tipo de procedimientos de incorporación de tales
figuras al discurso literario: parafraseos y citas textuales (sin atribución autoral, como ocurre en
Autobiografía médica); alusiones explícitas en conversaciones o en flujos de conciencia de personajes
(como aquellas que leemos en Besar a la muerta y Cataratas, en que la sociología y los sociólogos se
convierten en motivo y tema de la literatura); referencias a conceptos clave (el fetichismo de la mercancía,
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el hecho social o el tipo ideal); incluso la introducción de un padre fundador como personaje fictivo (Weber
en la novela de González).
Tales maniobras suscitan un efecto de sustracción de solemnidad, en general por medio de un
tratamiento humorístico. Esto no ocurre tanto en Autobiografía médica (cuyo tono enunciativo posee una
suerte de liviandad existencial, aunque sin predominio humorístico), pero en Besar a la muerta y
Cataratas, en las que la ironía tiene una función dominante, aunque con diferente signo en cada caso. La
novela de González emplea modos socarronamente simpáticos (incluso en clave de reivindicación, como
sucede con la ficha de clase sobre el concepto del tipo ideal), mientras que la de Vanoli, en contraposición,
es mordaz y descalificadora en su sostenido tono sardónico de representación de miserias, inquinas y
resentimientos (un tono que, vale acotar, recubre no solo a los padres fundadores, sino también a los
sociólogos, a las ciencias sociales y a la humanidad en general).
En las tres novelas hay una preocupación acerca de la teoría social (preocupación conectada, por
supuesto, con las poéticas de jaqueo y/o borramiento de las fronteras entre ficción y ensayo que, de
diferentes formas, sostienen Tabarovsky, González y Vanoli). Si bien la reflexión y la producción de
conocimiento es un atributo posible de la literatura, los pasajes revisados remiten a un interés más acotado
en torno a la sociología y la teoría sociológica. Así, otro factor común de estas ficciones es que apelan a
conceptos y desarrollos teóricos centrales de Marx, Durkheim y Weber: en Autobiografía médica, el
fetichismo de la mercancía y su secreto; en Cataratas, el hecho social y su tratamiento como cosa; en Besar
a la muerta, el tipo ideal y la acción racional con arreglo a fines. La literatura, por lo tanto, habilita una
preocupación reflexiva sobre la teoría social y, de manera más puntual, permite la incrustación de conceptos
canónicos de la teoría sociológica (más allá de que este movimiento suele venir aparejado con una carga de
humor).
Vale destacar una peculiaridad sobre Cataratas, que se desprende del desarrollo de nuestro escrito,
aunque hasta ahora no lo habíamos remarcado: es la única novela en que los tres iniciadores de la sociología
se hacen presentes de alguna forma, en medio de conversaciones, flujos de conciencia y ensoñaciones. Así
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como en la teoría sociológica son positivamente ponderados los intentos de síntesis e integración teórica
(liderados por diversos referentes en la historia de la disciplina, como Parsons, Habermas o Bourdieu, entre
otros), podríamos sugerir que Vanoli ejecuta este movimiento en la literatura. Sin embargo, el tono de mofa
de sus alusiones acarrea que, en la ficción, al menos en Cataratas, la literatura integre a los tres padres
fundadores con un resultado humorístico de tendencia un tanto denigrante.
Para casi terminar, tres oraciones de síntesis: observamos que la literatura puede funcionar como
medio para quitar solemnidad a uno de los núcleos identitarios de la sociología: los denominados padres
fundadores, sus obras y sus legados teóricos. El tratamiento ficcional, al menos en las tres novelas
pesquisadas, posibilita un abordaje irreverente de la disciplina, en general dotado de recursos humorísticos.
Ahora bien, queda planteado un interrogante concatenado (en parte consignado en la novena nota al pie),
relativo a si estos modos irreverentes de convertir a la sociología en motivo y tema de creaciones artísticas
no suponen acaso un sutil señalamiento acerca del agotamiento de la disciplina (se trata, sin dudas, de una
pregunta por demás delicada y que en este espacio apenas nos limitamos a dejar por escrito, aunque, por si
hiciera falta aclarar, tampoco sabríamos responderla en caso de contar con una mayor disponibilidad de
páginas).
Ahora , para concluir, un corolario postrero: como ya sabíamos, la literatura permite hablar de los
padres y mostrarlos de una manera menos endurecida. Pero, gracias a las novelas de Tabarovsky, González
y Vanoli, llegamos a saber que esta opción vale, de manera más específica, para hablar de los padres de la
sociología, para reírse de ellos y, por qué negarlo, también reírnos de nosotros mismos.
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