Los determinantes de la mortalidad y las diferencias socioeconómicas de
la mortalidad en la infancia
Hugo Behm Rosas1
Santiago, Chile
Diciembre 1992
Presentación
El texto que se reproduce
a continuación, escrito por el Dr. Hugo Behm
Rosas, nacido en el año 1913, a inicios de los años noventa,
sintetiza lo que fue un largo y prolífico trabajo de análisis de la
mortalidad infantil en América Latina. Así lo atestiguan los estudios
que publicó desde los inicios de los años sesenta del siglo pasado
hasta el primer lustro de este siglo. El texto: Las diferencias
socioeconómicas de la mortalidad en la infancia es un capítulo
del
libro Las desigualdades sociales
ante la muerte en América Latina
publicado en el año 1992 por el Centro Latinoamericano y Caribeño de
Demografía (CELADE) de la Comisión Económica para América Latina y el
Caribe (CEPAL) y la Organización Holandesa para la Cooperación
Internacional en Educación Superior. El texto constituye una síntesis
de los múltiples estudios sobre diferencias de la mortalidad infantil
entre grupos sociales.
Las contribuciones del Dr.
Behm para entender las diferencias de
mortalidad infantil entre distintos grupos sociales fueron muchas.
Estas empezaron cuando, como lo narra en el prólogo a una reedición de
una de sus primeras publicacionesi, el
Dr. Behm dejó la clínica por la
salud pública para emprender una investigación sobre las diferencias de
mortalidad infantil en Chile. En 1962 publicó Mortalidad infantil y
nivel de vida publicado por la Escuela de Salud pública de la
Universidad de Chile y recientemente reeditado por la unidad de
Patrimonio Cultural de la Salud. A partir de este influyente
estudio donde escribe “La mortalidad
infantil viene a ser, en
consecuencia, un indicador del alto precio que los pueblos pagan por
las formas de organización económicamente ineficientes y socialmente
injustas que han logrado darse”ii,
emprendió muchos otros explorando
las desigualdades sociales en la mortalidad infantil. Los últimos
estudios los realizó en la subsede de CELADE en Costa Rica donde junto
a muchos colaboradores llevo a cabo estudios sobre la mortalidad
infantil en casi todos los países de América Latina.
Estos últimos estudios,
iniciados en la década de los
setenta, analiza la mortalidad infantil utilizando información censal
por medio de métodos indirectos desarrollados por William Brass y luego
ampliados por Ken Hill y Sam Preston. Tal como lo explica el Dr. Behm
en el texto que sigue, estos métodos utilizan, además de la información
propia sobre mortalidad recogida en el censo (proporción de fallecidos
entre los hijos de las mujeres mayores de 12 años), el conjunto de
variables relativas a las condiciones económicas y sociales que
permiten caracterizar el entorno del hogar y sus circunstancias
socioeconómicas. No se trata de estimaciones exactas, pero su novedad
radicaba en la posibilidad de analizar diferencias en la mortalidad
infantil más allá de las limitadas posibilidades que daban los
registros de estadísticas vitales, generalmente incompletos y muchas
veces inexistentes en los países latinoamericanos.
El mérito e importancia de
los trabajos del Dr. Behm no se reduce, sin
embargo, a una aplicación mecánica del método. En sus
trabajos, el Dr. Behm ubica la mortalidad infantil en el ámbito de los
problemas que la desigualdad social genera en las sociedades
latinoamericanas. Las diferencias, según clases sociales, se
describen utilizando categorías que muchos análisis dejan de lado. Así,
por ejemplo, el Dr. Behm muestra –en el texto utilizando el ejemplo de
Costa Rica- las diferencias en la mortalidad infantil de los hijos de
asalariados agrícolas con respecto a los grupos medios, por un lado, y,
por otro, la semejanza entre asalariados manuales del sector no
agrícola y los campesinos.
Los resultados de los
estudios son fruto de un riguroso análisis y una
particular atención a los detalles producto de la larga experiencia
profesional que en los setenta ya acumulaba el Dr. Behm. La exposición
de los resultados, presentados con vehemencia, se nutren de su profundo
compromiso y convicción de la necesidad de combatir las desigualdades
sociales. Fue esa profunda convicción la que lo llevó al
exilio de su país natal Chile durante la dictadura de Pinochet después
de 15 meses en el campo de concentración de Ritoque, para trabajar en
Costa Rica donde falleció el 28 de abril del 2011.
Por lo anterior, el texto
que sigue tiene, sobre todo, ejemplos de
Costa Rica. IIdentificando y caracterizando, según clases sociales, a
distintos grupos de riesgo con el propósito de cuantificar la población
expuesta a distintos riesgos de mortalidad infantil. El análisis mostró
entonces cómo la pronunciada baja de la mortalidad infantil, que
conoció el país en la década de los setenta, generó rezagos importantes
en algunos grupos sociales desfavorecidos. Esta contribución, así como
muchas otras del Dr. Behm, han sido tomadas en cuenta en distintos
programas de salud iniciados en los noventa. Tal como lo
señala en una entrevista, con ello contribuye a “formar conciencia de
que los problemas de salud de la población están fuertemente influidos
por la división en clases sociales que hoy prevalece en nuestros
países, que crea diferencias importantes en su nivel de salud”iii.
Ph.D. Arodys Robles
Director Centro
Centroamericano de Población.
Universidad de Costa Rica.
Los
Determinantes de la Mortalidad
La muerte que ocurre antes
de la senectud, es habitualmente una
consecuencia de la enfermedad; una minoría de casos, se debe a un
accidente o una violencia externa. Por esta razón, el análisis de los
procesos que determinan la mortalidad en una población es el análisis
de los determinantes de la salud y de la enfermedad. Este es el campo
de la epidemiología.
Estos procesos son
bastante complejos y su teorización está en
constante desarrollo. Aquí se intenta resumir de modo simple sus
principales características, en particular aquellas que son atinentes
al análisis de las diferencias sociales de la mortalidad.
El
proceso de salud-enfermedad
La salud ha sido concebida
como un estado de bienestar físico, psíquico
y social, que implica un “normal” funcionamiento orgánico y una
adaptación biológica del individuo a su ambiente, todo lo cual le
permite realizar su trabajo habitual. Pero esta concepción representa
una situación ideal, que se alcanzaría sólo por excepción. Es necesario
concebir la salud como un proceso, esencialmente dinámico, en el cual
la condición de “sano” y “enfermo” son dos momentos de un mismo
proceso. Como objeto de estudio, éste puede considerarse al nivel
individual o al nivel colectivo. La mortalidad que se analiza en los
estudios de población, se incluye en este último nivel.
Los
determinantes del proceso salud-enfermedad
El conjunto de condiciones
que determina la situación de
salud/enfermedad tiene, desde luego, componentes biológicos, que
comprenden factores internos (genéticos) y otros que provienen del
ambiente físico y biológico en que el hombre vive. La hemofilia y las
enfermedades infecciosas son ejemplos de estos dos modos biológicos de
enfermar. Los componentes biológicos pueden influir el proceso de
salud-enfermedad de un modo favorable o desfavorable al hombre.
Sin embargo, también es
evidente que el proceso salud-enfermedad (sobre
todo si se analiza a nivel colectivo), depende de determinantes que
están en el seno de la propia sociedad. La mortalidad del hemofílico
dependerá, en parte, del acceso que él tenga a servicios de diagnóstico
y tratamiento. El curso de la mortalidad en una epidemia de SIDA está
influído[sic]2, entre otros factores,
por la modificación de
comportamientos sexuales y por la efectividad de las campañas
educativas de prevención. Ninguno de estos condicionantes son
biológicos sino sociales. En el presente texto se muestran las
diferencias de la mortalidad entre grupos socio-económicos y entre
países que se encuentran en diversas etapas históricas de desarrollo.
Ellas son la mejor evidencia de esta génesis social del proceso
salud-enfermedad-muerte3.
Los determinantes
biológicos y sociales constituyen una estructura
causal compleja, debido al número, características y formas de
articulación de las variables. Este es un asunto teórico que está en
plan discusión4. Lo importante es que
ellos operan a diversos niveles
dentro de la estructura causal, niveles que deben ser tomados en cuenta
en el análisis. Para la presente síntesis, se distinguen
esquemáticamente: (1) los determinantes que dependen de la estructura
social (macro nivel de análisis), (2) los determinantes más próximos
(grupos sociales) y (3) el nivel individual5.
Los
determinantes en la estructura social global
En el esquema de Frenck et
al. (Gráfico 1)6, todo el proceso
salud-enfermedad se enmarca en cuatro determinantes sistémicos. (1) La
población, que es significativa por algunas características
demográficas (principalmente la urbanización). (2) El ambiente físico,
que interesa por el clima, existencia de parásitos y vectores, y los
recursos naturales que aporte. (3) La estructura genética de la
población y (4) La organización social. Esta última tiene cuatro
dimensiones: estructura económica, instituciones políticas, ciencia y
tecnología, cultura e ideología. Ellas determinan el total de la
riqueza producida y las reglas de estratificación de los grupos
sociales. El acceso diferencial a esta riqueza está mediado por la
estructura ocupacional y los mecanismos de redistribución estatales.
El análisis de la
organización social (que es determinante crucial)
depende de la teoría social en que esté basado. En una interpretación
materialista e histórica7, de modo muy
general, el proceso de
salud-enfermedad está determinado por el modo como el hombre se apropia
de la naturaleza para asegurar su reproducción social. Esta apropiación
se realiza por medio del proceso del trabajo, basado en determinado
desarrollo de las fuerzas productivas. En este proceso se establecen
relaciones sociales que, en las sociedades capitalistas contemporáneas,
separan la fuerza de trabajo en clases sociales, definidas por el lugar
que ellas ocupan en el sistema productivo. Las clases sociales tienen
un acceso dispar al producto social y también a las decisiones
políticas, en especial en el ámbito económico y social. Hay también
diferencias en el proceso de trabajo mismo, que se mencionan más
adelante.
Así se generan, en la
estructura social, las condiciones que
determinarán las diferencias sociales en la salud, la enfermedad y la
muerte, por intermedio de determinantes y condicionantes que operan en
varios niveles. Todos ellos tienen relaciones dialécticas entre sí.
Los
determinantes próximos, a nivel grupal (familia, trabajo,
comunidad, etc.)
En este nivel, los
determinantes estructurales operan en el sitio donde
el hombre trabajo (proceso de trabajo8)
y donde vive (hogar,
comunidad). Ellos determinan un acceso variables a los bienes y
servicios que el grupo familiar (o social9)
requiere para su
reproducción. Así se generan condiciones materiales de vida
(alimentación, vivienda, cuidado de la salud, educación, etc.) que son
también muy variadas. Son estas condiciones, de mayor a menor riesgo
para el proceso salud y que implican una mortalidad diferencial, las
que usualmente se identifican con diversos indicadores en los estudios
empíricos.
Frenck et al. hacen notar
que las necesidades mencionadas se satisfacen
en dos fuentes diferentes. Una es el mercado, donde su grado de
satisfacción depende directamente del nivel de ingreso (alimentos,
vestuario, por ejemplo). Otros bienes y servicios provienen, en grado
mayor o menor, de una fuente institucional, a menudo estatal (salud,
educación, vivienda, por ejemplo). Por ello, las políticas sociales que
afectan a la distribución de estos últimos bienes y servicios, pueden
constituir un mecanismo atenuador de las diferencias estructurales que
se han mencionado; o bien, pueden contribuir a mantenerlas10.
Dentro de los límites así
impuestos, cada grupo familiar desarrolla una
serie de conductas que intenta asegurar la reproducción del grupo (a
veces llamadas estrategias de sobrevivencia). Son, por ejemplo, pautas
de consumo y distribución; o de formación de uniones y procreación11.
Frenk et al. subrayan el papel de los llamados “estilos de vida”, que
son comportamientos compartidos por un grupo social en un contexto
específico, que tienen componentes ideológicos y dependen también de
situación de mercado. Ellos son la forma en que los grupos sociales
traducen las condiciones materiales de vida en pautas de
comportamiento. Un ejemplo (frecuentemente usado, aunque es
restringido) son ciertas prácticas de consumo que son factores de
riesgo para algunas enfermedades (consumo de tabaco, alcohol, drogas)12.
El
nivel individual
Finalmente, toda la
estructura de determinantes y condicionantes genera
una mayor o menor susceptibilidad del organismo individual frente a las
condiciones nocivas del ambiente en que vive, y determinan,
simultáneamente, la existencia misma de estas condiciones ambientales
riesgosas para la salud. De las interrelaciones entre estos dos
componentes depende la ocurrencia de la enfermedad y, eventualmente, de
la muerte.
Comentarios
generales
Qué significación [sic]
práctica para el problema en estudio, tiene este
modo de entender el proceso que determina las características de la
mortalidad en una población?
Desde luego, se ve que
esta mortalidad es el resultado final de un
complejo proceso que está inscrito en la estructura social. Y que este
proceso tiene diversos niveles de determinación (y, por tanto, de
análisis), desde la sociedad global hasta el nivel familiar y el nivel
individual. En consecuencia, la aplicación de un modelo explicativo de
este tipo al estudio de una población concreta, significa disponer e
información sobre los diversos componentes de la estructura causal y de
un método analítico que permita articularla adecuadamente en los
diversos niveles en que ellos operan.
En la gran mayoría de las
investigaciones sólo se tienen indicadores
fragmentarios de este proceso, con los cuales no es posible reconstruir
la totalidad ni tampoco el proceso mismo. Y los métodos analíticos de
que se dispone para identificar su rol en la determinación de la
muerte, tiene un alcance limitado. No obstante, la descripción de las
diferencias de mortalidad que se puedan detectar como asociadas a estas
variables, tienen gran interés práctico para las políticas que se
proponen reducir estas diferencias, como se mostrará más adelante. Lo
importante es comprender que no pueden “explicar” la génesis del
proceso sino de un modo fragmentario.
Por otra parte, la
determinación estructura significa que las
características de la mortalidad dependerán de la particular etapa
histórica en que se encuentre la sociedad en que ella ocurre, en cuanto
a la forma de organización social y económica. Por tanto, los
resultados de estudios empíricos deben ser siempre interpretados en
este contexto. La misma consideración vale para las comparaciones
internacionales.
Finalmente, en las
condiciones que prevalecen en las economías
subdesarrolladas y dependientes de la región latinoamericana, debiera
esperarse que el problema de las diferencias sociales ante la muerte
sea importante. Este es el tema que se examina a continuación,
empezando por la mortalidad.
Las
Diferencias Socieconómicas de la Mortalidad en la Infancia
Las diferencias sociales
ante la muerte en la infancia son, por varias
razones, un problema de singular importancia práctica. Desde luego, el
proceso de crecimiento y desarrollo del niño es especialmente sensible
a las adversas condiciones de vida que predominan en los grupos en
situación más desmedrada. Tales condiciones favorecen una mayor
fecundidad, por lo que el grupo de expuestos (recién nacidos) tiende a
ser proporcionalmente mayor en la población. Por otra parte, existe el
conocimiento técnico para evitar la mayoría de las enfermedades letales
que ocasionan estos excesos, pero su aplicación es a menudo deficiente
precisamente en estos grupos sociales expuestos a los mayores riesgos.
Según estimaciones de
Naciones Unidas, en los 68 países del Tercer
Mundo donde la mortalidad del menor de 5 años es más alta (78 a 297 por
mil en 1990) ocurre el 59% de los nacimientos mundiales y el 86% de las
muertes en esta edad. Por contraste, esta mortalidad alcanza sólo a 10
por mil, en promedio, en 32 países que, en su mayor parte, son
industrializados y avanzados (UNICEF, 1992).
Aspectos
metodológicos del análisis
El diseño más eficiente
para estudiar la magnitud y naturaleza de los
contrastes sociales de la mortalidad en la infancia, es el estudio
longitudinal de una cohorte de recién nacidos. Son pocos los estudios
de este tipo por sus dificultades prácticas y su costo. Lo habitual es
que el problema se estudie utilizando los registros de nacimientos y
defunciones. Esto los limita a las poblaciones donde tales registros
son aceptablemente completos (que son la minoría en América Latina) y
también al uso de las variables socio-económicas que registran estas
fuentes. El análisis pueden [sic] hacerse pareando los certificados de
nacimiento y defunción, lo que tiene ventajas, pero es más difícil de
realizar. O bien utilizando divisiones geográficas como unidades de
análisis, que es el procedimientos [sic] más usado.
Significó un gran progreso
para el conocimiento práctico del problema
el desarrollo de métodos indirectos de estimación de la mortalidad en
la infancia, iniciado por Brass a comienzos de la década de 1970. Estos
métodos, que evitan el uso de los registros vitales (a menudo
deficientes), permiten derivar estimaciones de censos de población o
encuestas, utilizando una información mínima y factible de obtener: el
número de hijos tenidos y de hijos fallecidos.
Lo importante es que tales
estimaciones pueden ser vinculadas con la
restante información socio-económica que a menudo existe en estas
fuentes (ocupación, educación, caracteristicas [sic] familiares,
vivienda, etc.). el procedimiento es sólo aproximado, debido a
deficiencias en la información básica y al no cumplimiento de algunos
supuestos básicos del método. Con todo, su extendida aplicación
(favorecida por ulteriores perfeccionamientos) ha aportado un
conocimiento útil para fines prácticos, como se mostrará más adelante.
Mortalidad
infantil por clases sociales
Ya se ha mencionado que
clase social es una categoría analítica
importante porque pertenece a una interpretación teórica de lo social.
Su uso tiene variados problemas para la definición práctica de este
[sic] categoría. Además, la información necesaria para operacionalizar
este concepto no se encuentra, en forma completa, en las fuentes de
registro. De este modo, se requiere de una investigación especialmente
diseñada para su estudio.
Un buen ejemplo es el
estudio de Bronfman y Tuirán, quienes obtuvieron
estimaciones de la probabilidad de muerte en el primer año de vida, por
clases sociales, en México, 1977. En el Cuadro 1 se observan
marcadas
diferencias entre las tasas de estas clases, que varían entre 33 y 98
por mil. La mortalidad alcanza su máximo en los hijos de campesinos
pobres semiproletarios, los asalariados agrícolas y la fuerza “libre”
no asalariada (a menudo designada como grupos marginales, que son
principalmente urbanos). En los trabajadores manuales asalariados
(proletariado), la mortalidad infantil se sitúa en un nivel intermedio
(62 por mil) que significa, en todo caso, un riesgo que duplica el del
grupo que está en mejores condiciones.
El estudio de cohortes de
nacimientos de Bloch et al. muestra, en los
grupos sociales definidos por su inserción productiva, como se
articulan los determinantes estructurales de la mortalidad en la
infancia con las condiciones de vida y con los factores biológicos y
culturales del nivel familiar. Definidas las características
económicas, ideológicas y políticas de la Argentina en la década de
1980, el estudio permite identificar tres grupos sociales de mayor
riesgo, que en su mayoría son obreros no calificados o en ocupaciones
inestables. Sus condiciones de vida son desfavorables (baja
escolaridad, vivienda deficiente, parejas inestables, etc.).
En ellos se comprueba que las condiciones biológicas son también más
deficientes: mayor población de embarazos de riesgo, mayor frecuencia
de peso bajo al nacimiento, etc. Los niños muestran atraso en sus
índices de crecimiento y desarrollo, y tienen una mayor morbilidad. En
estos grupos sociales hay también menor conocimiento de normas de
atención del niño y las consultas preventivas son más tardías y menos
frecuentes. De todo este proceso resulta que la mortalidad infantil es
mayor en estos grupos.
A continuación se
presentan y comentan los contrastes de la mortalidad
en la infancia que se asocian con las variables habitualmente
utilizadas en estudios de población13.
Muerte
infantil y ocupación del jefe del hogar14
Esta es una variable
utilizada con frecuencia en el análisis del
problema, porque está a menudo registrada en censos y encuestas. Su
vinculación con la sobrevida infantil resulta, desde luego, de las
condiciones de vida que determina el ingreso familiar, que es
diferencial por categoría de ocupación. Por otra parte, influye el
hecho que los trabajadores en ocupaciones manuales, sobre todo si no
son calificadas, tienen habitualmente una baja educación.15
La magnitud y el curso
histórico de estos diferenciales se ilustran con
el caso de Costa Rica (Gráfico
2), en distintas fases de su transición
epidemiológica. A comienzos de la década de 1960, en el seno de una
generalizada y alta mortalidad infantil, los hijos de campesinos pobres
y de asalariados agrícolas morían con tasas de 88-100 por mil, que casi
duplican las de grupos medios16. La
situación es peor en los
trabajadores agrícolas que han perdido la propiedad de la tierra y
deben vender su fuerza de trabajo. Este proceso de proletarización es
el que está ocurriendo en muchos sectores del agro latinoamericano17.
La reducción de la mortalidad en 1960-70 tiende a concentrarse en los
grupos medios y en los asalariados manuales no-agrícolas. Por ello
aumentan las diferencias con la mayor mortalidad infantil de los hijos
de campesinos. Esta misma evolución ha sido descrita en México entre
1972 y 1980 (Bronfman, 1992).
En 1970 la tasa nacional
es aún 68 por mil, que es bastante cercana al
promedio de la mortalidad infantil que tenían 7 países de América
Latina en 1985-90, países en los cuales ocurre casi la mitad de los
nacimientos de la región18 . La
variación de las tasas entre grupos
ocupacionales va de 44 por mil en los grupos medios a 87 por mil en
campesinos pobres y peones agrícolas.
En la década de 1970,
cuando la tasa nacional baja de 68 a 20 por mil,
las tendencias de estas diferencias sociales de la mortalidad tienen
tres características importantes. El descenso se extiende a todos los
grupos sociales y es más intenso en aquellos que inicialmente mostraban
mayor riesgo. Por ello. [sic] las desigualdades sociales ante la muerte
han disminuido, en términos absolutos, de 43 a 17 puntos por mil entre
1970 y 198019. Por último, aunque
disminuídas [sic], las diferencias
persisten, pero ahora los expuestos a mayores riesgos son una minoría.
Se estima que en 1984 los nacimientos en estos grupos son el [sic] sólo
el 31% del total nacional.
El proceso descrito no es
un modelo habitual, como no lo es una baja de
70% de la mortalidad infantil en un decenio. Se ha producido en un
período de auge económico, en un país con una tradición de implementar
políticas distributivas (sobre todo las sociales) y que ha tenido la
ventaja de abolir el ejército. En la década de 1970, se implementó una
decidida política de extensión del sistema de salud a las comunidades
rurales, que tenían mayor mortalidad infantil.
Lo que interesa hacer
resaltar es que este curso favorable, que es el
deseable en los países latino-americanos que aún tienen importantes
excesos de mortalidad en la infancia, requiere que las políticas que
intentan reducirlos se extiendan a toda la población y que sus
esfuerzos se concentren en los grupos sociales de mayor riesgo.
Muerte
infantil y educación de la madre
La asociación inversa
entre el nivel de educación materna y la
mortalidad de los hijos es la que se ha encontrado con más frecuencia
en los estudios empíricos.20 Es una
asociación que persiste, aunque
disminuída [sic], si se controlan otras variables también asociadas a
la
mortalidad infantil.
El mecanismo más obvio de
esta asociación es el conocimiento que la
educación aporta sobre el cuidado del niño sano y enfermo. Pero es más
que eso, como lo ha hecho notar Caldwell. Tienen que ver con un rol más
importante que la mujer educada tiene en el proceso de decisión
familiar en cuanto a la forma de utilizar los recursos del hogar, la
distribución del alimento entre sus miembros y la decisión de consultar
una medicina moderna que puede entrar en conflicto con sus creencias
tradicionales. Por otra parte, la insuficiente educación materna está
asociada a mayor fecundidad, que a su vez afecta a la sobrevida
infantil por variados mecanismos.
Son particularmente
relevantes las creencias, valores y pautas de
comportamiento que conciernen a salud y enfermedad. Por ejemplo,
aquellos referentes al embarazo, parto y cuidado del niño; la
percepción de enfermedad, las creencias sobre su origen y los
comportamientos frente a ellas. Estos son algunos de los elementos que
deciden la utilización del sistema importante en la discusión de las
diferencias sociales de mortalidad porque afecta sobre todo a las
enfermedades de mayor letalidad y frecuencia.
Por cierto, la baja o nula
instrucción de la madre es un indicador de
las restricciones en el acceso a la educación (y a otros beneficios)
que existen diferencialmente en las diversas clases sociales o sus
fracciones. Su asociación con la menor sobrevida de los hijos debe
interpretarse en el conjunto de condicionantes que están determinados
por esta inserción productiva.
Utilizando de nuevo Costa
Rica, el Gráfico 3
muestra el curso de las
diferencias de mortalidad infantil asociados a la educación entre 1962
y 1981. Con el uso de una variable más discriminativa, las
desigualdades sociales son mayores, con tasas que varían entre 32 y 93
por mil en 1962. Se observa el mismo generalizado descenso de la
mortalidad y una disminución importante de las desigualdades. No
obstante, éstas aun persisten en 1981, cuando el riesgo de morir varía
entre 11 y 35 por mil según el nivel de educación materno.
El curso de estas
diferencias de la mortalidad no es siempre a su
disminución. Guzman [sic] ha descrito que en Peru [sic] (1965-1975) y
en
Paraguay (1960-1975), en el seno de una alta mortalidad, los descensos
(absolutos y porcentuales) fueron mayores en los grupos más educados,
que aumentaron así su contraste en la sobrevida infantil con los grupos
con nula o escasa educación.
El rol que juegan estas
diferencias sociales en el nivel de la
mortalidad se muestra, en cierto modo, en el gráfico 4, que presenta la
mortalidad infantil por educación materna en países de la región
centroamericana hacia 1985. Se ve que aquellos con más altas tasas
nacionales, son también los que tienen las mayores desigualdades
sociales en la sobrevida infantil. Costa Rica, Panamá y Belice se
encuentran en una trasición [sic] a una menor mortalidad y, a la vez,
la
menor inclinación de la línea expresa una reducción de la desigualdad
social ante la muerte. Finlandia es una meta de baja y casi uniforme
mortalidad respecto a la variable educación materna.
Hay un factor importante
de cambio que el gráfico no muestra: la
distribución de los expuestos a los distintos niveles de riesgo. Se ha
estimado que en los países centroamericanos de mayor mortalidad, entre
el 57% y el 81% de los nacimientos ocurren en mujeres de baja o nula
educación, en razón de su mayor fecundidad y de los niveles de baja
educación que prevalecen en ellos (Behm, 1988). Por contraste, estos
grupos sólo alcanzan al 20% de los nacimientos en Costa Rica. El
descenso de la proporción de expuestos en los grupos de más riesgo y la
reducción del nivel y de las diferencias de mortalidad entre los
grupos, son los mecanismos epidemiológicos que mejoran la sobrevida
infantil a nivel nacional.
Muerte
infantil y condiciones de la vivienda
Dentro de las condiciones
materiales de vida familiar, la vivienda
tiene la importancia de ser el ambiente físico donde el niño permanece
la mayor parte del riesgoso primer año de su vida. De este modo, es una
variable próxima en el proceso de salud-enfermedad del niño. Por
ejemplo, si el grupo familiar no dispone de agua potable y adecuada
disposición de excretas, se favorece la incidencia de las enfermedades
diarreicas, principal agente letal en esta edad. La insuficiente
protección al frío y el hacinamiento en viviendas estrechas se asocian
a la diseminación de las enfermedades infecciones de transmisión aérea.
En un estudio en la
población urbana de Brasil, en 1970-76,
Merrick encontró que la mayor parte de las diferencias de la mortalidad
infantil estaban asociadas a la educación de los padres, pero que la
provisión de agua potable a la vivienda tenía un efecto en estas
diferencias que, aunque menor, era significativo, el cual es cercano a
20%.
El cuadro 2 presenta las
tasas de mortalidad infantil de Costa Rica,
1981, según dos categorías extremas de calidad de la vivienda21 y
grupos socio-ocupacionales. El riesgo de morir del niño es 70% mayor
cuando la vivienda está en malas condiciones (27 por mil) que en
aquellas en buen estado (16 por mil). Como es obvio, la vivienda es
parte de las diferentes condiciones de vida de los grupos
ocupacionales. Del total de la población femenina en edad fértil que
reside en viviendas en mal estado, solo el 3% pertenece a grupos
medios; el 29% corresponde a peones agrícolas y el 47% a campesinos
pobres. Aún dentro de cada grupo ocupacional, el deterioro de la
vivienda está asociado a un aumento del riesgo de morir del niño del
orden de 40-50%.
Los riesgos que la
vivienda deficiente implican para la sobrevida del
niño están reducidos en Costa Rica por las políticas sociales
distributivas que aquí han prevalecido. Pero en el ámbito de América
Latina adquieren mucho más relevancia. A pesar de progresos recientes,
según las estimaciones de OPS22, el
21% de la población de esta región
no tiene acceso a agua potable y el 34% carece de una adecuada
disposición de excretas. La situación es más grave en la población
rural, donde estos porcentajes alcanzan a 45% y 68%, respectivamente.
Por otra parte, la
migración creciente a las grandes ciudades, donde el
Mercado no puede ofrecer condiciones de subsistencia aceptables, ha
generado grandes asentamientos espontáneos en los cuales las
condiciones de vivienda (y, en general, de vida) son inhumanas. Ello ha
contribuido a que el mayor núcleo de la pobreza se encuentre en el área
urbana en Latino América (CEPAL). Breilh et al., en la ciudad de Quito,
identifican una zona socio-geográfica formada por asentamientos
espontáneos, poblada mayoritariamente por subasalariados y asalariados
manuales. En ella la tasa de mortalidad se estima en 108 por mil, en
tanto que en el total de la ciudad es 58 por mil y desciende a 20 por
mil en la zona residencial suntuaria.
La
mortalidad infantil en las comunidades indígenas
En la mayoría de los
países, las poblaciones indígenas que han
sobrevivido como tales, son objeto de una segregación social y
económica, en grado mayor o menor. Con frecuencias ellas se encuentran
concentradas en las tierras más alejadas, se desempeñan en las
ocupaciones menos calificadas y disponen de menos tierra, las cuales
laboran con métodos menos eficientes. Tienen un acceso más restringido
a los sistemas de educación y salud y la utilización de estos últimos
se encuentra también limitada porque sus servicios son a menudo
culturalmente extraños al grupo indígena. Se dan, pues, muchas
condiciones para que haya en estos grupos étnicos una mortalidad
excesiva en la infancia respecto a los grupos no-indígenas.
El Cuadro 3 resumen algunas
de las características diferenciales de la
mortalidad en el menor de dos años en Guatemala, 197623,
comparativamente en indígenas y no-indígenas. Los indicadores de vida
de la población indígena son en extreme desfavorables. De las mujeres
en edad fértil, el 79% es analfabeta y el 13% semi-analfabeta. Sólo el
1.3% pertenece al grupo medio, poniendo en evidencia la escasa
movilidad social de los indígenas. La mayoría (75%) de estas mujeres
forma parte de hogares de campesinos y peones agrícolas, que son los
grupos sociales de mayor mortalidad infantil. El 76% de la población
indígena es indigente24.
La mortalidad en esta edad
es ya muy alta en la población no-indígena
(101 por mil); aun así, en la indígena existe un 27% de exceso sobre
este nivel. Es positivo encontrar en estas estimaciones que, a pesar de
todo, en 1960-1976 se ha producido un descenso mayor en la población
indígena, que redujo así su diferencia de mortalidad con el resto de la
población.
La mortalidad del menor de
dos años se ha estimado para diversos grupos
sociales (ocupación del jefe de hogar, educación materna) en ambas
poblaciones. Se observa que los niños indígenas que nacen en grupos que
están en peores condiciones, comparten una alta mortalidad con los
niños no-indígenas de igual condición. Las minorías indígenas que
ascienden a grupos de mayor nivel socio-económico, en cambio, muestran
una mortalidad en la infancia que puede llegar a tener un 40-50% de
exceso respecto a no-indígenas, señalando así el alcance restringido de
esta movilidad social.
Desigualdades ante la
muerte de esta magnitud adquieren especial
significación en los países en que las comunidades indígenas son
numéricamente importantes (principalmente Bolivia, Guatemala y Perú).
En Guatemala, por ejemplo, ellas constituyen el 41% del total de
mujeres en edad fértil y se estima que procrean cerca de la mitad de
todos los nacimientos del país (censo de 1981). Son una población
mayoritaria en los grupos de mayor riesgo: forman el 54% de la
población rural y el 56% de la población vinculada a la producción
agrícola.
Un
cuadro epidemiológico de los grupos sociales de riesgo para la
sobrevida infantil
Hasta ahora se han
descrito los contrastes de mortalidad que están
asociados a grupos sociales, que han sido definidos mediante las
variables disponibles que se están describiendo distintas
dimensiones de un mismo problema, puesto que estas variables están
correlacionadas entre sí. Para fines de implementar medidas que
intenten superar estas desigualdades ante la muerte infantil - que es
lo que realmente interesa hacer - esta información puede ser analizada
con el conjunto de las variables, para responder, por ejemplo, a las
siguientes preguntas:
¿Cuál es la magnitud de
las diferencias de la mortalidad en la infancia
entre grupos sociales y cuál la mejor estimación del riesgo de morir en
cada una de ellas?
¿Cuál es la composición
social de cada grupo de riesgo?
¿Cuál es la ubicación
geográfica de los grupos de riesgo (urbana/rural,
división geográfica, etc)?[sic]
¿Cuántos son los expuestos
en cada grupo de riesgo?
Una información de esta
naturaleza, nacional o por regiones dentro del
país, es un aporte al diagnóstico epidemiológico de una población, que
debe fundamentar todo plan de acción. La misma información, repetida
tiempo después, es útil para conocer los cambios que ocurre en la
situación epidemiológica inicial y sirve para la evaluación del plan o
programa que se haya implementado.
Para estos fines, la
población se clasifica simultáneamente por las
variables relevantes de que se disponga. En cada una de las
subpoblaciones así definidas se estima la mortalidad en la infancia.
Estas subpoblaciones se agrupan después según el nivel de esta
mortalidad en un número adecuado de grupos que difieren por este
riesgo. En cada grupo de riesgo se pueden describir las características
que interesen para responder a las preguntas mencionadas. En el Cuadro
4 se muestra un ejemplo simplificado del resultado de este proceso.
Aún en un país de baja
mortalidad Infantil (para América Latina), como
era Costa Rica en 1981, restan desigualdades importantes, con tasas que
van de 12 a 36 por mil en los cinco grupo de riesgo que se han
identificado. Los dos grupos de mayor riesgo para la infancia están
formados por hogares de trabajadores que se insertan en las ocupaciones
menos calificadas, en especial en la producción agrícola. Sus
condiciones deficientes de vida se expresan en una educación materna
que no va más allá de una instrucción primaria incompleta y una
vivienda que está en mal estado en el 41% de los casos. Es un problema
que se concentra en la población rural. Afortunadamente [sic], son
grupos minoritarios, en los que se estima que ocurren menos del 30% de
los nacimientos nacionales. Pero constituyen estratos sociales
rezagados aún importantes y que requieren una estrategia especial y
prioritaria.
El progreso alcanzado por
el país se pone de manifiesto en que más de
la mitad de los nacimientos nacionales ocurren en condiciones de bajo
riesgo para la sobrevida infantil. Son los hijos de los grupos medios,
pero también de trabajadores manuales del sector no agrícola, siempre
que la madre haya tenido acceso, por lo menos, a una educación primarla
completa. La vivienda está en malas condiciones casi sólo por
excepción. Estos grupos tienen de preferencia una residencia urbana,
concentrada en las ciudades mayores.
El análisis evidencia la
variedad de situaciones epidemiológicas que
coexisten en el país y la necesidad de una estrategia también
diversificada para afrontarlas.
Un análisis similar se ha
hecho para Nicaragua, 1982-83, que se
encuentra en una fase mucho menos avanzada de su transición a una mayor
sobrevida infantil. El grupo de más alto riesgo, que tiene una tasa de
mortalidad de 105 por mil. es mayoritario y comprende el 54% de los
nacimientos nacionales. Está principalmente formado por campesinos y
peones agrícolas, cuya vivienda está en malas condiciones en el 76% de
los casos. Las mujeres en edad fértil son en su mayoría analfabetas o
semianalfabetas.
El grupo de menor riesgo
es minoritario y comprende apenas el 9% de
todos los nacimientos. Es totalmente urbano y está formado por grupos
medios que tienen por lo menos una educación media.
Entre estos dos ejemplos
extremos se ubican las diversas situaciones
epidemiológicas en que viven los niños que nacen en los países de
América Latina.
Las
diferencias sociales de la estructura por edad y por causas de la
mortalidad infantil
Es bien conocido el cambio
que experimenta la estructura por edad y por
causas de muerte a medida que desciende la mortalidad infantil. Cuando
ésta es alta, predominan la mortalidad de 1-11 meses y las defunciones
ocasionadas por la desnutrición y las enfermedades de origen
infeccioso. A medida que la mortalidad infantil desciende, se hace
predominante la mortandad neonatal y, entre las causas, las
enfermedades perinatales y las anomalías congénitas. Pues bien, si
existen diferencias de intensidad de la mortalidad infantil entre
grupos sociales, también debe esperarse que las haya en su estructura.
Como ejemplo de estos
contrastes, en el Cuadro 5
se presentan las
características de la mortalidad infantil en dos conglomerados sociales
(medio y bajo)25 de la ciudad de
Quito, Ecuador, en 1977, cuando la
tasa era de 58 por mil. En el grupo en transición más avanzada, los dos
componentes etarios de la mortalidad infantil tienen igual importancia,
e igual cosa sucede con las muertes perinatales y congénitas respecto a
las infecciosas. En la realidad epidemiológica que viven los hijos de
trabajadores más pobres, no sólo las tasas triplican las anteriores,
sino que las muertes de 1-11 meses son mayoritarias y las enfermedades
infecciosas forman el 72% del total de defunciones en esta edad.
En la etapa más avanzada
en que se encuentra Costa Rica, aún existe una
estructura diferencial por grupos sociales. En el Cuadro 6 se compara
la mortalidad en la infancia de dos grupos de cantones que difieren en
su nivel de vida26. Las tasas de
mortalidad infantil tienen un exceso
de 37% en los cantones con menor nivel de vida. Los dos grupos sociales
han llegado a una etapa en que la mortalidad postneonatal es la
mayoritaria. Pero en el grupo de bajo nivel de vida, las muertes
postneonatales contribuyen can una mayor porporción [sic] (43%) a las
defunciones del primer año de vida. Aunque las tasas mayores en los
cantones más pobres se encuentran en todos los grupos de causas, es
notorio que en ellos se concentra el problema residual que aún
constituyen las enfermedades diarreicas.
Los
determinantes de las diferencias sociales de la mortalidad en la
infancia.
Hasta «hora sólo hemos
descrito la magnitud y características de estas
desigualdes [sic] sociales ante la muerte infantil en países
latinoamericanos. Y la forma en que la información disponible puede ser
organizada para un mejor conocimiento de las situaciones
epidemiológicas que en ellos existen. Pero es sin duda también
importante precisar cuál es rol de los diferentes determinantes de la
mortalidad en estas diferencias. En particular, interesan aquellos que
puedan ser modificados, puesto que el problema es reducir estas
diferencias sociales ante la muerte.
Los estudios que intentan
contestar Interrogantes de esta especie son
pocos, debido a sus dificultades. Estas dependen de la complejidad del
mareo teórico, de los problemas para obtener una información empírica
confiable y de la complejidad del análisis mismo. A continuación, como
ejemplo, se muestran resultados seleccionados de un estudio que es
pertinente porque Identifica algunos de los condicionantes del marcado
descenso de la mortalidad infantil en Costa Rica, entre 1972 y 1980
(Rosero).
La unidad de análisis es
la división geográfica cantón, para cada uno
de las cuales se construyó un índice (basado en varios indicadores) de
la situación socio-económica y ambiental, de las atenciones en salud
(separando atención hospitalaria, secundaria y primaria), del
saneamiento ambiental y de la fecundidad. Mediante un análisis de
regresión múltiple se estimó la relación independiente que había entre
(1) el nivel inicial (alrededor de 1970) de cada uno de estos índices y
la baja porcentual de la mortalidad infantil en 1972-80; (2) la
relación independiente entre el cambio de cada indicador y el descenso
porcentual de la mortalidad, ambos en este mismo periodo. El Cuadro 7
muestra los respectivos coeficientes beta (por 100), que indican el
número de desviaciones standard [sic] en que se modificaría el descenso
medio anual de la tasa de mortalidad, si una variable Independiente
aumentara en una desviación standard [sic] y las restantes
permanecieran
constantes.
Se ve que el porcentaje de
reducción de la mortalidad Infantil en los
años 1972-80 depende de ciertas condiciones existentes en la década
precedente. Es mayor si el grado de progreso económico alcanzado en ese
entonces era más alto, si el nivel de la mortalidad era elevado y si la
fecundidad había estado en descenso. A partir de 1970, el factor más
trascendente, de acuerdo a estas estimaciones, es la política de salud
que logró que el sistema de salud cubriera las comunidades más alejadas
y con mayor riesgo, en especial en el programa de salud rural. También
tienen influencia, aunque menor, el continuado mejoramiento
socio-económico y la reducción de la fecundidad en el período.
Ya se ha mencionado que en
este período de baja de la mortalidad
infantil, un factor importante fue que el descenso alcanzara a todos
los grupos sociales y que fuera mayor en los expuestos a mayor riesgo,
por lo cual las diferencias entre ellos disminuyeron. En consecuencia,
es posible interpretar los resultados que se muestran en el Cuadro 7 en
el sentido de que esta disminución está determinada principalmente
(aunque no en forma exclusiva) por el impacto que tuvo la extensión del
sistema de salud a las comunidades rurales de mayor mortalidad.
Sawyer ha analizado los
determinantes de la mortalidad en la infancia
en Brasil, que es un contexto social muy diferente, en el cual la
mortalidad era alta y con grandes contrastes regionales. El estudio
explora la influencia de la educación materna, las condiciones
materiales de vida en el hogar, la composición demográfica de la
familia y el comportamiento de la madre en relación a salud (vacunación
del hijo, tratamiento adecuado de la diarrea, etc.). Cada uno de ellos
aparece independientemente asociado a la mortalidad. Mediante un
análisis de regresión logística, de niveles múltiples, se estudia si la
influencia de la educación materna y las condiciones de vida en la
mortalidad del hijo, depende del efecto mediador de la variable
comportamiento en salud. No se encuentra que este efecto sea
significativo. Esto implicaría (según la autora) - que una mujer
analfabeta o que viva en malas condiciones, aunque llegara a adoptar
los comportamientos propugnados por el sistema de salud, no lograría
que sus hijos llegaran a tener la mortalidad reducida de los grupos que
son más educados y que viven mejor en Brasil. Sawyer advierte sobre la
necesidad de mirar con precaución estas conclusiones.
Los ejemplos que se han
mencionado muestran las dificultades que
existen para identificar con precisión el papel que juegan diversos
mecanismos de determinación en la génesis de las enormes desigualdades
sociales ante la muerte en América Latina, en el seno de las variadas
situaciones epidemiológicas en que ellas ocurren.
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UNICEF. Estado mundial de la infancia 1992.
pag.72. tabla 1.
Vasco, A. Estructura y
proceso en la conceptualización de la
enfermedad. Taller Latinoamericano de Medicina Social. Medellín, 1987.
Notas
i.
Behm Rosas, Hugo. Mortalidad Infantil y Nivel de Vida. Santiago,
Chile: Ministerio de Salud. 2nda edición, 2010. p. 10
ii.
Ibid. p. 127.
iii.
Behm, H. (comunicación personal, 2010).
1.
Extractos tomados del libro Las desigualdades sociales ante la
muerte en América Latina publicado en 1992 por Hubo Behm Rosas.
2.
Nota del editor: La denominación [sic] señala que la palabra
anterior fue escrita de esa forma en el documento original.
3. No
sólo trata – postula Laurell – de que los procesos sociales
originan una determinada constelación de factores biológicos de riesgo,
lo cual explicaría los diferentes perfiles de morbi-mortalidad de
grupos sociales. Los procesos sociales transforman los procesos
biológicos, con los cuales tienen una articulación interna. Y el
proceso biológico mismo, es a la vez social. Véase: Laurell, 1986;
Vasco, 1987; Castellanos, 1991.
4.
Vasco ha elaborado el concepto de “estructura causal dinámica”, que
es el conjunto de elementos relacionados entre sí, cuya capacidad de
expresarse como enfermedad depende de los factores propiamente tales,
pero también de la forma en que ellos se relacionan entre sí.
5. En
esta síntesis se usan como referentes principalmente los trabajos
de Frenck (1991) y de Bloch (1985). El primero es un aporte a la teoría
de la transición en salud, del cual aquí solo es posible considerar
algunas de sus categorías. El estudio de Bloch tiene la ventaja de
explicitar el marco de análisis (que es materialista e histórico) y
hacer una aplicación empírica del mismo. Se recomienda consultar el
marco teórico descrito por Cartellanos (1991) para un estudio que es
precisamente sobre diferencias sociales de la mortalidad. Mosley y Chen
han elaborado un esquema explicativo que se utiliza con frecuencia en
los estudios de mortalidad en la infancia
(Ananalyticalframeworkforthestudy of childsurvival in
developingcountries. Population and DevelopmentReview, 10 sup(84):
25-45. 1984). Van Noren et al. han diseñado un marco más específico
para la infancia (H. Van Norren et al. The malnutrition-infections
síndrome and its demographic outcome in developing countries.
PCDO/Programming Committee for Demographic Research, Pu. No. 4. The
Hague, Netherlands, Junes 1986).
6.
Este es un diagrama muy simplificado del modelo de Frenck, sólo útil
para seguir la explicación. No representa las múltiples y dialécticas
relaciones existentes en la estructura causa.
7. Es
imposible explicar en pocas líneas esta interpretación aplicada a
salud, la cual, por lo demás, está en continua elaboración. Véase, como
introducción, Castellanos, 1990.
8.
Véase más adelante, mortalidad del adulto por ocupación.
9.
Para Castellanos (1987 y 1991) las condiciones de vida no sólo se
limitan al consumo, sino que abarcan cuatro dimensiones: procesos
predominantemente biológicos (potencial genético, capacidad
inmunológica), ecológicos (medio ambiente residencial y laboral), de
las formas de conciencia y de conducta (determinantes culturales,
hábitos, formas de conducta, estilos de vida) y económicos (formas de
articulación con la producción, distribución y consumo).
10.
Así, por ejemplo, el Estado puede asumir una responsabilidad
importante en salud, mediante un sistema financiado solidariamente, con
el propósito de cubrir a toda la población. O bien, considerar que este
cuidado es principalmente una responsabilidad individual, que debe
satisfacerse en el mercado. El Estado tiene entonces sólo un rol
subsidiario. Por cierto, hay muchas formas mixtas entre estos dos
modelos extremos.
11.
En el campo interdisciplinario de estudios de población, Caldwell
ha dado un gran impulso a la investigación de los determinantes
culturales, sociales y del comportamiento de la salud. Veanse los
aportes a un Taller Internacional en este tema en J. Caldwell et al.
(Editors) y además Health Transition Review. The Australian National
University, 1991.
12.
Estas pautas culturales no solo se refieren al consumo. Y no
significan que el individuo sea personalmente responsable de su propia
enfermedad, como a veces se interpreta la noción de “estilos de vida”.
13.
Una explicación más detallada de los mecanismos que podrían
explicar estas asociaciones se encuentran en Behm, 1990.
14.
El jefe de hogar es con frecuencia el padre de los hijos, pero
puede ser también la propia madre u otro miembro del grupo familiar.
Esta diferenciación no puede hacerse en muchos casos en que la
mortalidad de estima por métodos indirectos. En todo caso, es más
probable que la naturaleza de la ocupación que declara el jefe de
hogar, defina el ingreso familiar.
15.
Véase, por ejemplo, Bicego et als. [sic], para una revisión
bibliográfica y para mostrar las dificultades de interpretación del
estudio comparativo basado en las encuestas de datos DHS.
16.
La tasa de Costa Rica en ese entonces (86 por mil) es la que están
alcanzando Bolivia, Perú y Haití hacia 1990.
17.
El proceso de cambio en las condiciones de trabajo en el agro
latinoamericano es bastante heterogéneo. Su relación con la mortalidad
es analizada en Bronfman M. Socioeconomicconsequences of
mortalitychange in peasantsocieties. El Colegio de México. 1984.
18.
Los países son: Brasil, Ecuador, El Salvador, Guatemala, Honduras,
República Dominicana y Nicaragua (OPS).
19.
Por ejemplo, en 1963 la tasa de mortalidad infantil en Costa Rica
se estima en 103 por mil en los hijos de peones agrícolas y en 45 para
los grupos medios; la diferencia absoluta es 45 por mil. En 1981 las
tasas respectivas son 25 y 11 por mil; la diferencia se ha reducido a
11 por mil. Por el contrario, los riesgos relativo (tasa grupos medios
= 1) se mantienen en 1.78 y no muestran el progreso alcanzado en una
transición a una mortalidad infantil menor y más homogénea.
20.
Hay también diferencias de la mortalidad infantil asociadas a la
educación del padre. En general, son menores que las vinculadas a la
educación materna.
21.
La clasificación se basa en los materiales de construcción, el
aprovicionamiento de agua potable, la disposición de excretas y el
grado de hacinamiento.
22.
OPS. Condiciones de salud en las Américas, volumen I, cuadro 109
23.
Las estimaciones fueron obtenidas por métodos indirectos y se basan
en el censo de 1981. Están sometidas a varias restricciones, pero se
estima que reflejan en general la situación epidemiológica entonces
existente.
24.
INE y FUNUAP. Perfil de la pobreza en Guatemala. Vol. V, pág. 55.
25.
El conglomerado medio incluye: técnicos, profesionales, militares y
policías con calificación alta o media, agricultores calificados,
empleados y trabajadores de alta calificación. El conglomerado bajo
comprende: trabajadores y empleados de baja calificación, agricultores
y comerciantes baja calificación.
26.
Los cantones fueron clasificados según 10 Indicadores de distintos
aspectos del nivel de vida. Aquí se comparan el tercio con peores
índices con el tercio en mejor situación. Los primeros fueron
declarados “cantones de prioridad" en el plan de salud.