Ensayo
Anotaciones ético-metodológicas para la investigación en territorios de conflicto: aprendizajes de una tesis de licenciatura en Sociología
Ethical-methodological notes for research in conflict territories: learning's of a bachelor's thesis in Sociology
Anotaciones ético-metodológicas para la investigación en territorios de conflicto: aprendizajes de una tesis de licenciatura en Sociología
Población y Salud en Mesoamérica, vol. 20, núm. 1, pp. 418-439, 2022
Universidad de Costa Rica
Recepción: 15 Marzo 2022
Corregido: 24 Junio 2022
Aprobación: 26 Junio 2022
Resumen: El presente ensayo ofrece una serie de reflexiones metodológicas para la investigación cualitativa en contextos de conflicto. El texto toma como referencia la experiencia de una tesis de licenciatura en Sociología de la Universidad de Costa Rica desarrollada junto al movimiento recuperante del Territorio Indígena de Salitre, localizado en la región sur de Costa Rica. El ensayo trata las implicaciones éticas y metodológicas que conlleva la investigación científica en un territorio marcado por graves disputas territoriales. Se presenta además un esbozo del contexto donde se desarrolló la investigación y algunas reflexiones sobre el quehacer de la sociología frente a los conflictos socioterritoriales.
Palabras clave: Conflicto territorial, investigación cualitativa, territorios indígenas.
Abstract: This essay offers a series of methodological reflections for research in conflict contexts. The text takes as a reference the experience of a sociology thesis from the University of Costa Rica developed together with the recovery movement of the Indigenous Territory of Salitre, located in the southern region of Costa Rica. The essay focuses on the ethical and methodological implications of scientific research in a territory marked by serious territorial disputes. An outline of the context in which the research was developed and some notes on the work of sociology in the face of socio-territorial conflicts are also presented.
Keywords: Territorial conflict, qualitative research, indigenous territories.
1. Introducción: la naturaleza de la investigación cualitativa, el papel de la sociología y los conflictos territoriales
La investigación social es ante todo un oficio. Así lo plantea Jorge Durand (2014a) para quien investigar es una artesanía, un arte. Y como tal, se aprende de la observación, la prueba y la práctica. Por su naturaleza, la investigación social, y especialmente la de tipo cualitativo, no puede estar normada por las reglas de una asignatura. Aunque la literatura metodológica ofrece a los estudiantes un catálogo de técnicas y herramientas para la recolección, sistematización e interpretación de datos, lo cierto es que él éxito de un proyecto de investigativo dependerá de habilidades que no pueden ser aprehendidas (ni impartidas) en un curso de metodología.
Debatir sobre cuáles son los métodos y objetos del campo sociológico es una discusión profundamente añeja, aún para una disciplina relativamente joven como la sociología. Los resabios y nuevos influjos de diversas corrientes epistemológicas aún suman - y en ocasiones empañan - la discusión. Aún podría discutirse sobre la relación entre teoría y metodología como oposición epistemológica producto de una división social del trabajo científico en un momento determinado, pero en algún punto habría que aseverar la imposibilidad de conocer lo concreto por cualquiera de estas dos vías, ya que no podemos comprender la realidad mediante la combinación de dos abstracciones (Bourdieu, 2012, p. 278 - 279).
En una investigación concreta vale preguntarse cuál es el objetivo que tiene la sociología, y a partir de allí vaciar la abstracción de un método y una teoría. El fin de la sociología debe ser la comprensión de los objetos de estudio en su contexto, sin separar a la experiencia humana del objeto que ella misma produce. Por tanto, no es posible separar al objeto del espacio que lo explica. Así, se afirma con Bauman (2019) que el objetivo de la sociología es permitir a los hombres y mujeres navegar y comprender el significado de su época histórica, lo cual requiere una explicación del contexto en que estos viven (p. 16 – 17). Las aproximaciones cualitativas ofrecen planteamientos metodológicos que facilitan el alcance de este objetivo, pero es en la práctica donde devela sus retos y matices.
La investigación cualitativa es una actividad situada; es decir, que desde un espacio determinado ubica al observador frente al mundo. De manera que este diseño metodológico supone prácticas tanto materiales como interpretativas, a fin de hacer una representación de la realidad (Denzin y Lincoln, 2011, p. 48). De esta forma, la investigación cualitativa depende de una aproximación teórica, un creativo diseño metodológico, y de la superación de condiciones externas que dificultan el trabajo en campo. Sin embargo, sobreponerse a las condiciones del contexto depende de habilidades que el investigador únicamente desarrolla en la práctica. En este sentido, la destreza de quien investiga para relacionarse con su espacio de estudio y la capacidad para observar y comprender la realidad del contexto, se vuelven habilidades fundamentales para el ejercicio sociológico. No obstante, estas únicamente se desarrollarán con la práctica, andando y aprehendiendo el terreno.
La metodología cualitativa demanda al investigador una constante reinvención teórica, técnica y metodológica (Denzin y Lincoln, 2011). Esto hace que las acciones en campo, las aproximaciones conceptuales y el rediseño metodológico sean elementos necesarios para la investigación; mas no etapas que deban ser desarrolladas progresivamente. Por el contrario, bajo esta metodología se debe considerar que el desarrollo investigativo está lejos de ser un proceso lineal, ya que las complejidades de la realidad concreta podrían alterar hasta los puntos más seminales de cualquier estudio, lo que debería conducir a un replanteamiento teórico, técnico y metodológico.
Conviene entonces pensar en la investigación cualitativa como una artesanía en la que los productos finales son el resultado de su propio proceso; nunca exentos de los vaivenes que el contexto y la realidad pudieran imponer sobre su desarrollo. De esta forma, quien investiga desde la sociología cualitativa debe hacer un trabajo de bricolaje, dispuesto siempre a renunciar a la linealidad con el fin de rearmar los montajes sociales cuantas veces y formas sea necesario (Denzin y Lincoln, 2011).
Con todo lo anterior, el presente ensayo reflexiona sobre los retos que el contexto impone sobre un proyecto de investigación cualitativa, señalando a la creatividad metodológica como recurso necesario para superar los desafíos que conlleva la investigación en territorios de conflicto. Ejecutar un proyecto investigativo suele ser uno de los mayores retos en la formación académica de los estudiantes de Sociología, y con frecuencia, los contextos en que se inscriben los objetos de estudio dificultan el éxito de sus investigaciones. Esto es particularmente sensible cuando se trata de estudiantes universitarios que dan sus primeros pasos en la investigación al realizar sus tesis de grado.
Bajo esta consideración, el texto comparte una serie de reflexiones surgidas en el marco de una tesis de licenciatura en Sociología[2], desarrollada en el Territorio Indígena de Salitre durante los años 2018 y 2020, momento en el que el conflicto social en esta localidad alcanzó su punto más álgido. El objetivo del ensayo es exponer algunos de los retos metodológicos que el contexto impuso sobre el proceso de estudio, y de esta forma poner a disposición de nuevos trabajos las reflexiones que acompañaron la realización de dicha tesis. Se espera que este documento sea un insumo reflexivo para quienes dan sus primeros pasos en la investigación y comprenden la necesidad de trabajar en territorios marcados por la resistencia de poblaciones históricamente oprimidas.
En los últimos años ha crecido el interés por el estudio de los conflictos territoriales. En América Latina, el brote de estos estudios es parte del giro ecoterritorial que ha permeado con alguna profundidad el quehacer científico de la región. En términos de Svampa (2012), este giro ecoterritorial es “la emergencia de un lenguaje común que da cuenta del cruce innovador entre la matriz indígena comunitaria, la defensa del territorio y el discurso ambientalista” (p.23). Con el impulso de este brote, nuevas investigaciones han volcado su atención sobre los marcos de acción colectiva que funcionan como esquemas de interpretación y contestación alternativa en procesos de resistencia territorial (Svampa, 2019, p. 45).
En Costa Rica, las consecuencias de los conflictos como el que se vive en el Territorio Indígena de Salitre, han hecho que estudiantes de grado, centros de investigación y académicos consolidados, vuelquen su atención sobre las disputas territoriales que al día de hoy tienen lugar en distintas comunidades indígenas y campesinas en la zona sur del país. Aunque estos nuevos trabajos sugieren que hay una relectura de las resistencias territoriales, es probable que estas investigaciones estén motivadas más por las sensibles consecuencias de estos conflictos, que por el influjo del giro ecoterritorial dentro de los espacios académicos.
A pesar del creciente número de investigaciones centradas en los tópicos del giro ecoterritorial y las resistencias comunitarias en distintos puntos del país, aún falta por reflexionar sobre las implicaciones éticas y metodológicas que conlleva la investigación social en contextos marcados por la violencia territorial. Usualmente identificamos con ahínco las condiciones estructurales del contexto en el que se hallan nuestros objetos de estudio, pero es menos común reflexionar sobre los retos metodológicos que el contexto impone sobre el proceso de investigación, y esto se debe a que en los informes de trabajo no se suelen ventilar los tropiezos y caminos sin salida a los que el investigador suele llegar una y otra vez. Tal y como lo indica Pierre Bourdieu, “al homo academicus le gusta lo terminado” (2012, p. 272), y en consecuencia, no se presta suficiente atención al desarrollo del proceso: a las “costuras y parches” que se esconden en el revés de nuestras piezas de investigación, por lo que los informes finales suelen dejar en un segundo plano las preocupaciones y vicisitudes de los procesos investigativos.
2. Contexto de la investigación: el conflicto territorial en Salitre
Salitre es uno de los 24 territorios indígenas de Costa Rica y uno de los dos territorios del pueblo bribri que habitan en la vertiente pacífica de la cordillera de Talamanca. Se ubica en la región Brunca, al sur del país, en el cantón de Buenos Aires. Limita con los territorios indígenas de Ujarrás y Cabagra, el parque internacional La Amistad y el distrito central del cantón de Buenos Aires. Además, la extensión espacial de este territorio cubre un área de aproximadamente 117 kilómetros cuadrados.
De acuerdo con los datos del último censo de población, el Territorio Indígena de Salitre registraba 1807 habitantes (Instituto Nacional de Estadística y Censos [INEC], 2013); de los cuales, al menos un 12 % eran personas no indígenas. Para ese mismo año, este grupo poseía poco más del 40 % de las tierras en Salitre. No obstante, a causa del proceso de recuperación territorial de los últimos años, la posesión del pueblo bribri ha aumentado en al menos un 15 %, por lo que actualmente, al menos un 75 % del territorio se encuentra en manos de la población indígena (Vargas, 2020).
Desde el año 1939, el Estado costarricense adoptó medidas jurídicas con el fin de salvaguardar la propiedad exclusiva de tierras para los pueblos originarios. Sin embargo, ya para finales del siglo XIX la población no indígena controlaba buena parte de los espacios que posteriormente serían determinados como “reservas” y territorios indígenas. Así sucedió en Salitre, donde la colonización agrícola y la ganadería extensiva propiciaron el despojo de tierras mucho antes de su reconocimiento oficial (Vargas, 2020). La delimitación y creación del Territorio Indígena de Salitre datan del año 1957. Desde ese momento y hasta 1977, el Estado le reconocerá como parte de la Reserva de Ujarrás-Salitre-Cabagra; siendo esta la primera “reserva” indígena del país [3].
Los datos anteriores demuestran que la tenencia de tierra por parte de personas no indígenas es una constante vigente en el territorio indígena de Salitre; muy a pesar de los marcos legales promovidos por el Estado costarricense durante la mayor parte del siglo XX [4]. Esto hace que la usurpación debe ser reconocida como un elemento constitutivo de la territorialidad moderna en este y otros territorios indígenas de la región sur de Costa Rica.
Al ser parte constitutiva de la territorialidad en Salitre, la usurpación ha potenciado una constante conflictividad social entre el pueblo bribri y la población no indígena, lo que ha derivado en constantes disputas y enfrentamientos entre ambos grupos. Como afirma Mançano (2004) “la conflictividad es un proceso constante alimentado por las contradicciones y desigualdades del capitalismo” (p.3). Esto explica el hecho de que, tanto en Salitre como en otros puntos de la región sur, las transiciones del capitalismo agrario hayan propiciado escenarios para la interposición de demandas y la formación de movimientos sociales campesinos (Edelman, 2009).
En el caso de Salitre, los principales antecedentes del conflicto aparecieron con la maduración de las actividades de explotación económica, principalmente con la instalación de la ganadería extensiva. De esta manera, desde la década de 1960 es posible identificar disputas territoriales entre bribris y colonos provenientes del Valle Central. Con el pasar de los años, la comunidad indígena creó sindicatos, formó consejos territoriales y empleó distintas formas de organización con el fin de recuperar las tierras para la población originaria. Estos esfuerzos organizativos demuestran que antes de que el Estado decretara la inalienabilidad de los territorios indígenas, ya en Salitre se desarrollaban estrategias para recuperar los espacios usurpados y hacer valer la exclusividad territorial de los pueblos originarios (Vargas, 2020, p. 68).
A pesar de que las dinámicas de despojo y usurpación han estado presentes en Salitre desde el momento de su constitución, es hacia el año 2010 cuando el conflicto territorial toma un nuevo rumbo, expresándose sobre todo en nuevas formas de violencia y organización, lo que marcó un nuevo punto de partida en la afirmación territorial del pueblo bribri de Salitre (Alvarado, 2018; Vargas, 2020). A partir del año 2011 arrancó un proceso de recuperación de facto contra personas no indígenas que usurpan el territorio con fines de explotación económica. Estas recuperaciones de facto, las cuales han sido denominadas como “acciones de hecho con un contenido de derecho” (Centro de Investigación en Cultura y Desarrollo [CICDE], 2018), han dejado violentos enfrentamientos con altos costos humanos. Sólo entre los años 2010 y 2016, el CICDE registró más de 42 recuperaciones de tierra, las cuales provocaron sistemáticas reacciones de violencia por parte de los no indígenas. Para ese momento ya se registraban decenas de quemas de hogares y cultivos, así como linchamientos y atentados contra miembros del grupo recuperante.
En los últimos diez años del actual proceso de recuperación de tierras, es posible identificar al menos dos periodos de coyuntura crítica. Primero, un pico de violencia que se acentuó entre los años 2013 y 2014, y un segundo momento crítico dado entre los años 2019 y 2020 (Vargas, 2020).
Durante la primera coyuntura crítica aumentó el número de heridos y se recrudecieron los ataques contra la población indígena[5], pero además, avanzó la criminalización política contra Sergio Rojas Ortiz, líder indiscutible del movimiento recuperante. En noviembre del año 2014 Rojas había sido detenido por una supuesta administración fraudulenta mientras ejercía como presidente de la Asociación de Desarrollo Indígena de Salitre, organización que desde el año 2010 apoyó de forma resuelta la recuperación de las tierras indígenas. En esa ocasión Sergio Rojas pasó más de siete meses en la cárcel sin que la Fiscalía de Buenos Aires pudiera formalizar las acusaciones en su contra.
La segunda coyuntura crítica en este proceso de recuperación territorial está marcada por el asesinato de este líder indígena la noche del 18 de marzo de 2019. Vale añadir que Rojas Ortiz ya había sufrido atentados contra su vida y contaba desde el año 2015 con medidas de protección cautelar dictadas por la Corte Interamericana de los Derechos Humanos. Hoy, el asesinato de Sergio Rojas continúa en la impunidad. Esta segunda coyuntura crítica no sólo puso de manifiesto las violencias máximas que tienen lugar en el Territorio Indígena de Salitre, sino que además alteró las bases de acción y organización de la población indígena.
3. La construcción del objeto: aproximación teórica y diseño metodológico
Habiendo ilustrado el contexto, se hace necesario señalar el objeto de estudio que perseguía la investigación que aquí analizamos. Al afirmar que desde el año 2010 la recuperación territorial en Salitre reflejaba esfuerzos organizativos cada vez más claros, valía preguntarse si a partir de las unidades de observación más particulares (en este caso las recuperaciones de facto), podían identificarse estructuras de movilización que sostuvieran el proceso de afirmación territorial del pueblo bribri. Así, el objetivo de la investigación fue analizar las acciones colectivas del grupo recuperante y rastrear en ellas la posible presencia de estructuras de movilización. En este sentido, se requería de elementos teóricos que permitieran evaluar las bases organizativas que suponen las recuperaciones de tierra, de manera que las estructuras de movilización fueron comprendidas desde el enfoque organizativo. Es decir, como canales conectivos, tanto formales como informales, a través de los cuales la población indígena podía implicarse en las acciones colectivas. Así se comprendió que “las estructuras de movilización refieren al sustrato organizativo, a la observación de los grupos de nivel medio, a las organizaciones y redes informales que constituyen la base colectiva de los movimientos sociales” (McAdam et. al, 1999, p. 24).
Mediante un diseño metodológico y una serie de postulados teóricos que permitían identificar las estructuras detrás de las recuperaciones de tierra, se logró determinar que el sostenimiento de la acción territorial en Salitre era el resultado de una conjugación de estructuras de movilización. Sin embargo, esta aproximación teórica no solo permitía analizar la base organizativa de las recuperaciones de tierra, sino que además, daba la posibilidad de determinar si éstas constituían campañas de acción sostenidas que afirmaran la presencia de un movimiento social (Tilly, 2010). Ésta fue la síntesis de los resultados: primero se planteó una ruta teórica con la que las acciones colectivas del movimiento indígena fueron interpretadas como una forma de acción particular; las cuales están organizadas en función de la territorialización del pueblo bribri. Esta misma ruta dio paso a la identificación de estructuras de movilización social, lo que finalmente llevó a determinar al grupo recuperante como un movimiento de tipo socioterritorial; es decir, un movimiento social que transforma el espacio en territorio a través de la conflictividad y que tiene en el centro de sus demandas la (re) conquista del territorio (Mançano, 2012).
Ahora bien, el trazado de esta ruta teórica no fue nunca una decisión a priori o a conveniencia. Por el contrario, de alguna manera se procedió de forma abductiva, observando los hechos, sin advertir una teoría particular a la vista, pero convencido de que se requiere de una teoría para explicar los hechos (Peirce, 1987, citado en Durand, 2014a). La primera anotación metodológica es justamente ésta, la que se resuelve con la teoría, veamos.
Al enfrentarnos al contexto de estudio, es probable que ya carguemos con ciertos presupuestos y afiliaciones teóricas, y esto es deseable. No obstante, debe siempre buscarse un punto de equilibrio entre la deducción que parte de las generalidades, confiando en el valor de la teoría para la explicación un determinado fenómeno, y el proceder inductivo que se centra en lo inmediatamente manifestado, confiando en las observaciones de campo para el planteamiento de sus hipótesis (Orozco y González, 2012). En medio de esta tensión deben evitarse dos errores que podrían dificultar el desarrollo de una investigación. Primero, hacer que la realidad encaje con nuestra teoría, de manera que veremos nuestros objetos de estudio en todo momento y lugar. Y segundo, suponer que lo empíricamente observado expresa lo sustancialmente cognoscible, limitando así el hallazgo de elementos menos visibles, pero igualmente determinantes para la realidad en estudio.
La aproximación teórica es también un ejercicio que se desarrolla en la práctica, pero ser consciente de estas tensiones antes de entrar en contacto con la realidad concreta, evitará que caigamos en “fetichizaciones metodológicas” y falsas teodiceas teóricas (Bauman, 2019). A riesgo de ser reiterativo, hay que pensar como Wright Mills (1961) y dejar que cada quien sea su propio metodólogo, que cada quien sea su propio teórico, pero que método y teoría sean ejercicio de un mismo oficio (p. 234).
En la investigación cualitativa es imperativo que sean las averiguaciones en campo las que determinen las aproximaciones teóricas para la comprensión del objeto. Conforme se identifican hallazgos en el terreno, deberán plantearse preguntas que adviertan un marco teórico para la interpretación del fenómeno en cuestión. Esta es esencia la función de la teoría, ofrecernos un relato explicativo sobre el funcionamiento de la realidad (Orozco y González, 2012). Sin embargo, al menos en la investigación cualitativa, la teoría no debe nunca funcionar como presupuestos que desmonten la realidad antes de entrar en contacto con ella. Por el contrario, es la realidad concreta la que pone en evaluación las aproximaciones teóricas.
Ante un contexto como el que se presentaba en el Territorio Indígena de Salitre, se hacía necesario interpretar los esfuerzos organizacionales del grupo recuperante, por lo que valía considerar los presupuestos teóricos del enfoque organizativo. No obstante, fueron los hallazgos en campo los que señalaron la posibilidad de construir una ruta teórica que evaluara la presencia de un movimiento socioterritorial. De esta forma, y a partir de las observaciones durante las acciones colectivas, se advirtió la existencia de una sólida base organizacional que se manifiesta en las recuperaciones de tierra. Este y otros hallazgos permitieron evaluar la propuesta teórica del enfoque organizativo, con lo que se logró concluir que las acciones de facto son el resultado de una conjugación de estructuras organizativas, las cuales explican el sostenimiento del proceso de recuperación y el desarrollo de un movimiento socioterritorial.
Conforme se avanzaba en el campo, se planteó una ruta de entendimiento teórico que permitió a la investigación partir del análisis de las recuperaciones de tierra hasta determinar al grupo recuperante como un movimiento socioterritorial. Sin embargo, la teoría por sí misma estaba imposibilitada para hacer esta determinación. Por ello, en la investigación cualitativa la teoría debe ser una entidad simultánea, donde al tiempo en que esta explica la realidad, también la realidad se encuentra evaluándola (Orozco y González, 2012).
4. Marcar una nueva relación con el campo
A pesar de que la investigación que aquí revisamos fue desarrollada en el Territorio Indígena de Salitre entre los años 2018 y 2019, debe decirse que ya existía una vinculación previa con buena parte del grupo recuperante. La relación de quien investiga con sus informantes y sujetos de estudio debe ser objeto de una constante revisión. Este ejercicio de autocrítica debe formar parte de las consideraciones éticas y metodológicas de quien investiga en cualquier contexto, pero es particularmente importante para quien lo hace en un territorio en disputa y se relaciona directamente con los protagonistas del conflicto.
Si quien investiga ha mantenido una relación previa con los sujetos de estudio, éste deberá hacer un esfuerzo por dejar en claro el establecimiento de un nuevo tipo de relación. Es común que quienes se forman en Sociología hayan desarrollado desde simpatías hasta militancias con diferentes luchas sociales. En consecuencia, es esperable que quienes estudian realicen sus investigaciones de grado con los grupos sociales que protagonizan estas luchas. Ahora bien, de haber existido una relación previa con los sujetos de estudio, quien investiga debe tener presente el carácter crítico de la sociología, recordando que más allá de panfletos añadidos, el carácter crítico de la sociología se refiere a la constante deconstrucción de la realidad percibida (Bauman, 2019, p. 41). Y por tanto, la forma en que nos vinculamos con los sujetos de estudio bien podría influir sobre tal ejercicio de deconstrucción.
Si el trabajo de la sociología es filtrar la doxa común, quien investiga debe tener claro que podría cargar con ideas preconcebidas, debido al marco de relaciones que ya mantenía con el grupo en estudio. Debemos recordar que la sociología está abocada a socavar los cimientos sobre los que se asientan las creencias y naturalidad de las cosas (Bauman, 2019, p. 44), y por ello, es necesario asegurarnos de que la nueva relación con nuestros sujetos o informantes no cargue con ideas previas que pudieran dificultar la comprensión de la realidad en estudio.
Marcar una nueva forma de relación con los sujetos e informantes de una investigación, no solo es importante en aras de conservar el valor crítico de la sociología, sino que, además, de no plantear una nueva relación como investigador, los informantes podrían compartir expectativas, riesgos y confianzas que únicamente entregarían a un “simpatizante del grupo” y nunca a un investigador académico. No es admisible extraer información sensible en territorios de conflicto utilizando viejos sombreros. Quien decida estudiar un territorio de conflicto debe cargar con el sombrero del investigador y colgar por lo pronto sus demás sombreros en casa.
5. Flexibilidad y diseño metodológico
Luego de establecer una nueva relación con los sujetos de estudio, debe diseñarse una estrategia que permita la aprehensión del objeto construido. Aunque se requiere de creatividad e ingenio metodológico en cualquier contexto de estudio, es en los territorios de conflicto donde la flexibilidad metodológica se vuelve necesaria para sortear los retos que impone la realidad concreta. El desarrollo de un trabajo cualitativo puede ser muy impredecible, y cuando se trata de investigaciones en zonas de conflicto, las condiciones externas jugarán un papel fundamental en el futuro del estudio. Por ello, quien investiga en estos contextos debe tener disposición y habilidad para readecuar constantemente los planteamientos y herramientas de su trabajo.
En este caso, la flexibilidad metodológica hace referencia a la capacidad de la investigación cualitativa para readecuar sus técnicas y fundamentos de trabajo, esto en función de las condiciones que el contexto pudiera imponer sobre el proceso investigativo. No obstante, este criterio de flexibilidad también supone un posicionamiento epistemológico que fundamenta la generación de conocimiento; y nuevamente, guarda relación con el carácter “no lineal” de la investigación cualitativa.
Aunque menos comunes y con mayores limitaciones prácticas, también desde la investigación cualitativa se han propuesto diseños metodológicos profundamente estructurados, que pretenden ver la realidad social a partir de esquemas teóricos seleccionados y conducir estudios para verificar teorías desarrolladas por otros investigadores. El ejemplo típico dentro de la sociología es el caso de los tradicionales estudios de conducta desviada, que utilizaban la teoría de Robert Merton como marco para deducir los conceptos utilizados (Mendizábal, 2006). Este ejemplo ilustra lo que explicábamos anteriormente: si se asumen presupuestos teóricos antes de aproximarse al campo, se estará haciendo uso de una “teodicea teórica” que lejos de posibilitar nuevos hallazgos dados por la realidad concreta, limitará la comprensión de los fenómenos sociales a las fronteras explicativas de sus propios conceptos.
Por definición, la flexibilidad metodológica se contrapone a las lógicas de la investigación estructurada, las cuales suponen etapas preestablecidas que obligan a un trabajo secuencial y unidireccional. A diferencia de los diseños estructurados, los trabajos que se fundamentan en la flexibilidad metodológica advierten la posibilidad de que nuevas e inesperadas situaciones puedan cambiar las preguntas de investigación, readecuar las técnicas de recolección de datos, o incluso, posibilitar una elaboración conceptual original de a partir de los datos obtenidos durante la investigación (Mendizábal, 2006, p. 67).
Los diseños flexibles ofrecen una vía metodológica que se aleja de los procesos lineales y los monismos teóricos. Su aplicación en territorios de conflicto es un imperativo metodológico, ya que además de que el investigador está imposibilitado para visualizar etapas preestablecidas, tampoco tiene la posibilidad de controlar las situaciones que pudieran interferir en el proceso de trabajo. Una de las técnicas que le permite al investigador abrir un proceso dialógico con sus sujetos de estudio, es hacerlos partícipes y evaluadores del diseño y ejecución del proceso de investigación. Al considerar las observaciones y sugerencias de la población en estudio, quien investiga estará más preparado para hacer frente a las situaciones que pudieran presentarse a lo largo de la investigación. Al integrar las inquietudes de la población dentro del diseño metodológico, el investigador deberá ser consciente de que esto podría alterar los tiempos y costos del trabajo de campo; sin embargo, garantizará con ello una mayor apertura de los sujetos de estudio, promoverá confianza hacia los actores locales e identificará los intereses particulares de la población antes de iniciar con el grueso de la indagaciones en el terreno. Estos insumos serán fundamentales para el desenvolvimiento en el campo, y únicamente pueden ser alcanzados bajo una flexibilidad metodológica que valide las inquietudes de los sujetos y rechace cualquier carácter unidireccional de la investigación social.
Debemos reconocer que cuando se pretende una lógica unidireccional entre el investigador y su población de estudio, realmente se intenta esconder una lógica secuencial que es incompatible con la investigación en territorios de conflicto. En la sociología, la investigación cualitativa nunca es el resultado de una producción que dependa enteramente del investigador. Al contrario, quien investiga suele estar a merced de la población y su territorio; y afortunadamente, el investigador no mantiene nunca un control absoluto sobre los sujetos y sus condiciones. En este sentido, la flexibilidad metodológica da la posibilidad de anteponerse a las situaciones que podrían presentarse a lo largo de una investigación, especialmente en contextos de conflicto social.
El trabajo que aquí analizamos fue interrumpido por un asesinato político. Consecuentemente, este hecho supuso el replanteamiento de una serie de consideraciones metodológicas. En primer lugar, la readecuación pasó por la imposibilidad de trabajar en campo por al menos seis meses, ya que esta fue una solicitud expresa de parte de las autoridades territoriales del pueblo bribri, quienes ocho meses antes habían aprobado la realización del estudio. Un trabajo de investigación debe siempre respetar las disposiciones de quienes representan a la población en estudio. En un conflicto donde se disputa el establecimiento de una territorialidad hegemónica también se está disputando la legitimidad de una representación. En el caso de los conflictos que se viven en los territorios indígenas, las poblaciones originarias suelen retomar formas tradicionales de organización política, reinventando así sus sistemas de representación a lo interno de la comunidad (Vargas, 2020).
Las investigaciones que se realizan con grupos como el movimiento recuperante no deben nunca invalidar las disposiciones de las autoridades indígenas, máxime cuando estas disputan su legitimidad política frente al poder estatal. Por tanto, aunque detener un estudio por más de ocho meses resulte cuando menos “problemático” para completar una tesis en tiempo y forma, se deben siempre validar las disposiciones de quien representa a nuestro grupo de estudio.
En segundo lugar, para hacer frente a los sucesos disruptivos del contexto se debe conocer muy bien la caja de herramientas con que se cuenta. Al detener una investigación por tanto tiempo, debemos reconsiderar la selección de nuestras técnicas. Tal y como sucedió en este caso, debió recurrirse a herramientas de indagación que no habían sido contempladas durante la etapa del diseño metodológico. Debe conocerse con claridad el potencial aprehensivo de cada herramienta, de manera que la nueva selección se adecúe a las condiciones que atraviesa el territorio.
Luego de un suceso disruptivo, como podría serlo un asesinato político, los sujetos de estudio se verán inmersos en una reconfiguración de su contexto. En ese momento el investigador deberá reelegir herramientas de trabajo que generen la menor irrupción posible sobre la reorganización de la población en estudio. Bajo esta consideración, se apostó por aplicar observaciones participantes y construir relativos relatos colectivos de organización; una técnica de aplicación grupal que tiene por objetivo el hallazgo y comprensión de la acción colectiva en miembros de un mismo colectivo social (Cordero, 2012, p. 13). Con esta herramienta se aprovechó de mejor forma el tiempo que los sujetos de estudio disponían para la ejecución de las actividades requeridas, en este caso la realización de grupos focales y entrevistas colectivas. Sin embargo, la observación participante fue la técnica que permitió una menor irrupción en las dinámicas cotidianas de la comunidad y los informantes clave.
La observación participante es una herramienta etnográfica para la recolección de datos. Tradicionalmente, el objetivo de la observación participante ha sido detectar las situaciones en que se expresan y generan los universos culturales y sociales en su compleja articulación y variedad. En esta y otras técnicas etnográficas, la fuente de conocimiento es la integración de la experiencia y la testificación. De esta manera, la observación participante se ancla en dos actividades centrales, observar sistemática y controladamente todo lo que acontece en torno del investigador, y participar en una o varias actividades de la población (Guber, 2001, p. 56). De algún modo, esta técnica funciona con base en la tensión que existe entre dos posturas epistemológicas confrontadas: la objetividad positivista y la subjetividad naturalista. Ya que por un lado, la observación ubica al investigador fuera de la sociedad, con el fin de hacer una descripción detallada de lo que ve y escucha. Mientras que la participación implica al investigador en el desempeño de la cotidianidad, haciéndole partícipe de las actividades y poniendo el énfasis no en lo registrado sino en lo vivido (Guber, 2001, p.57).
Como se dijo, la utilización de esta técnica resultó oportuna dadas las condiciones que atravesaba el territorio, ya que no irrumpía sobre las actividades de reorganización que en ese momento llevaba a cabo el movimiento recuperante. En medio de una coyuntura crítica donde los sujetos de estudio concentran sus esfuerzos en la reconfiguración del conflicto, la observación participante puede convertirse en una herramienta de indagación fundamental. No obstante, esta supone al menos dos consideraciones importantes, veamos.
En primer lugar, la observación participante implica una presencia constante en el territorio de estudio, lo cual puede resultar dificultoso cuando el investigador no ha propiciado condiciones que faciliten su permanencia en el campo. Asegurarse la presencia en el terreno supone el establecimiento de relaciones de solidaridad con grupos y familias que faciliten la estancia del investigador en el territorio. En contextos de conflicto donde se presentan violencias máximas, el investigador debe estar preparado para llevar a cabo un rapport lento y difícil. En contextos de disputa territorial, el investigador será un sujeto de desconfianza al entrar a la comunidad, ya que la entrega y uso de información puede ser siempre riesgosa para la población más afectada por el conflicto. El rapport debe convertir a quien investiga en un actor “no ajeno” para el territorio y sus autoridades. En la investigación cualitativa, esta técnica refiere al establecimiento de relaciones de aceptación y compatibilidad comprensiva entre los individuos que toman parte en un estudio. Como se dijo, el rapport cumple un papel fundamental cuando se trabaja en contextos de conflicto o disrupción social, ya que tiene por objetivo establecer una relación tranquila y calmada, así como ofrecer un ambiente de empatía, confianza, y apertura, que tienda a un clima de aceptación positiva e incondicional entre el investigador y la población en estudio (Balbuena, 2017, p. 281).
El rapport se vuelve un imperativo ético y metodológico cuando se trabaja en territorios de conflicto, ya que la persona investigadora no debe sumar a las desconfianzas e inseguridades que la población en estudio vive a causa de su contexto. El rapport facilita la aplicación de las demás técnicas y herramientas para la indagación en el terreno, al tiempo en que propicia condiciones de logística y seguridad para el desarrollo de técnicas que requieren una aplicación extendida en el campo. En definitiva, la observación participante es un ejercicio en el que el investigador debe mantener una presencia regular y sostenida en el territorio, lo que supone mayores costos y destrezas que otras técnicas de investigación. Sin esta presencia extendida en el campo, es poco probable que el investigador logre la aprehensión del objeto y su articulación dentro del universo social de los sujetos.
En segundo lugar, la observación participante es una técnica en la que el investigador debe clarificar su papel en el campo, esto es particularmente importante cuando se estudian las estructuras organizativas de actores en conflicto. Aunque se es participante de las actividades cotidianas, no se es partícipe del sustrato organizativo; es decir, no se forma parte del sujeto en estudio. Quien investiga debe tener esto claro, además, debe asegurarse de que también sus sujetos de estudio sean conscientes de ello. Si el investigador resuelve ser partícipe y partidario del conflicto, deberá ajustar sus marcos metodológicos a técnicas que busquen la comprensión del objeto mediante la transformación de la realidad. En este caso, planteamientos como el de la Investigación Acción Participativa podrían ser más adecuados para una investigación cualitativa (Sirvent, 2010).
6. Evitar la contra prudencia y lo contraproducente
Investigar es también un acto de exposición. Quien investiga se expone a sí mismo frente a su campo, se expone ante sus propios hallazgos, a las críticas y a los riesgos. Pero al trabajar en territorios de conflicto, quien investiga puede no sólo exponerse a sí mismo, sino también a sus informantes y sujetos de estudio. Durante las investigaciones que se desarrollan en contextos marcados por la violencia territorial, hay líneas de prudencia que pueden romperse con facilidad. Es obligación de quien investiga identificar estas líneas y evitar el riesgo de romperlas.
En este sentido la prudencia se vuelve fundamental, y aunque es una habilidad que únicamente se desarrolla en la práctica, quien ingresa al territorio debe estar consciente de su búsqueda. Quien construya su objeto de estudio en un territorio de conflicto, debe estar consciente de que sus aportes científicos pueden poner en riesgo a los sujetos y participantes de la investigación. Esto debe evitarse a toda costa, aun cuando el investigador deba renunciar a hallazgos potencialmente atractivos.
De acuerdo con Bourdieu, el “summun del arte en las ciencias sociales es ser capaz de comprometer apuestas teóricas muy altas mediante objetos empíricos muy precisos y a menudo aparentemente mundanos” (2012, p. 273). Sin embargo, mundanos o no, lo cierto es que, aunque identifiquemos elementos empíricos que elevan nuestras apuestas teóricas, debemos renunciar a ellos si exponen la seguridad de los informantes. Aunque resulte angustioso, quien investiga debe estar dispuesto a renunciar a novedosos hallazgos cuando estos pudieran ser un potencial riesgo para los sujetos e informantes. Quien realiza una tesis de grado aspira siempre a que la sistematización de sus resultados sirva al fortalecimiento o desarrollo de una determinada organización o colectivo social. Lo cierto es que esto no siempre se cumple. Pero si no se presta suficiente atención a las líneas de la prudencia, los resultados de una tesis podrían ser contraproducentes para quien ha compartido su experiencia con el investigador.
Hay una segunda anotación metodológica en nombre de la prudencia. Quien ancla su investigación en un territorio de conflicto se percatará con rapidez de las altas posibilidades de distraerse dentro de su propio trabajo. El objeto de estudio es un producto de quien investiga, es decir, que el objeto es una construcción previa a la investigación (Bourdieu, 2012; Orozco y González, 2012). Este objeto se construye en función de ciertas coordenadas metodológicas y requiere de una buena dosis de imaginación sociológica (Durand, 2014b, p.248). Así, el objeto construido debe ser una guía a largo de toda la investigación. Y en el trabajo de campo debe ser una brújula que nos permita discriminar elementos primarios, secundarios e irrelevantes para el estudio.
Por ejemplo, al tener por objeto el análisis de las acciones colectivas y el rastreo de estructuras de movilización en un determinado territorio, resulta fundamental caracterizar las estructuras conectivas del grupo, o bien, referenciar los rangos temporales en que se mantienen las acciones colectivas. Sin embargo, la riqueza de la realidad en el campo ofrece una infinidad temática cuando no se tiene claro lo que se busca. Es momento de aceptar que en algún momento me vi analizando las recuperaciones de tierra como procesos familiares de etnogénesis, olvidando que mi objeto estaba en las acciones colectivas territorialmente expresadas por el movimiento recuperante. El llamado en este caso es a ingresar al campo con el objeto por el frente, sin distraernos en elementos que podrían ser atractivos, pero de muy poco insumo para nuestro objeto de investigación.
7. Reflexiones finales
Podría decirse, y con algún grado de razón, que los territorios no constituyen el objeto de estudio de la sociología. Sin embargo, una vez superadas las abstracciones de una investigación, deberá aceptarse que no hay sociología sin la comprensión del territorio y los espacios sociales. De esta forma, mientras se comprenda un objeto de estudio se estarán analizando las condiciones del espacio, y sin analizar las condiciones del espacio será imposible comprender la concreción del objeto. Por ello, cuando las investigaciones logran precisar una serie de consideraciones metodológicas, no solo están demostrando una destreza para el desarrollo del trabajo en campo, sino que, además, están evidenciando que hay una aprehensión situada del objeto de estudio. Por ejemplo, el clarificar la relación con los sujetos de estudio, o el renunciar a potenciales hallazgos empíricos por salvaguardar la seguridad de los informantes, no son únicamente aprendizajes y consideraciones metodológicas dadas por el campo, sino que también son indicadores de que se ha logrado una aprehensión del contexto de estudio.
Aunque la investigación cualitativa pudiera estar en condiciones de plantear diseños de investigación altamente estructurados, esta posibilidad está cerrada para los estudios cualitativos que se desarrollan en contextos marcados por graves disputas territoriales. La flexibilidad metodológica debe ser un imperativo que ordene el proceder de quien investiga y trabaja con poblaciones que se hallan en un conflicto territorial. Adoptar diseños flexibles demuestra que el investigador comprende la naturaleza del terreno en el que se ingresa, ya que desde esta matriz metodológica se afirma la alta volatilidad del contexto y abre la posibilidad de anteponerse al sinfín de situaciones que supone la investigación en territorios de conflicto.
Sin embargo, asumir la flexibilidad como matriz metodológica no es una decisión que el investigador deba tomar por default. Por el contrario, adoptar diseños flexibles debe ser el resultado de una serie de reflexiones epistemológicas. Por ejemplo, podrán plegarse a la flexibilidad metodológica quienes reconozcan que los planteamientos teóricos deben ser producto de los elementos que advierta la realidad concreta; quienes renuncien a las lógicas unidireccionales de investigación y que con ello validen las impresiones de la población con respecto al desarrollo del trabajo investigativo.
Se han compartido una serie de reflexiones que podrían servir a quien se enfrenta por primera vez a un proceso de investigación, o bien, a quien por primera vez se enfrenta a un contexto marcado por disputas territoriales. Y aunque son reflexiones acotadas a un proceso de investigación particular, confío en que el sustrato de estas anotaciones sirva a la motivación por seguir desarrollando investigaciones en contextos de conflicto y resistencia territorial.
Vale recordar una última vez “que no hay otra manera de dominar los principios fundamentales de una práctica - y la práctica de la investigación científica no es la excepción- que la de practicarlos” (Bourdieu, 2012, p. 274). “Se requiere de tiempo, esfuerzo y muchas horas de vuelo, pero es un proceso y hay que empezar a moldear el barro del que estamos hechos” (Durand, 2014a, p. 43).
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Notas